De la jaibería a la corrupción

EL MACHETE: ORGANO OFICIAL DEL EPB-MACHETEROS
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DE LA JAIBERÍA A LA CORRUPCIÓN

Las voces críticas de la corrupción, ese mal que corroe mente, corazón y espíritu, crecen. No sólo en amplitud masificada, sino también en energía denunciativa. El pueblo, ese cuerpo invisible, pero omnipresente; etéreo, pero voluminoso; paciente, pero implacable; ese pueblo que sufre los efectos nocivos que emanan de los inhumanos y despiadados actos de bandidaje provocados por quienes escoge para que les de protección y organice su desenvolvimiento y bienestar social; ese pueblo, se encuentra actualmente desamparado y sin Norte que tenga como objetivo, en primer lugar, sus derechos: económicos, políticos y sociales. La frase «servir al pueblo», tantas veces pronunciada por quienes en realidad sólo piensan en servirse del pueblo para lograr sus ambiciones personales, ha perdido su significado intrínseco.

Los valores que esta sociedad ha ido moldeando hasta convertirlos en aspiraciones de vida para todos los componentes de la sociedad, sin importar su ubicación en los estratos sociales que la definen como tal; esos valores que, obedeciendo a la implacable ley de causa y efecto toman cuerpo filosófico conformando la subconsciente conciencia social, son los valores que engendran la corrupción.

El sistema se ha encargado de enterrar, o por lo menos colocar en un lugar apartado y desvirtuado, el sentido de importancia que la colectividad debe tener en la conciencia de todo ser humano (Entendemos por colectividad a los miembros de una comunidad; los trabajadores en una fabrica o agencia; los residentes en barrios, ciudades o municipios; en fin, el pueblo). Ha suplantado al espíritu colectivo, en nivel de importancia, con el culto reverente y deificad al «yo», o sea al individualismo. La egolatría se impone como eje central de la vida y de la sobrevivencia. La hipocresía se convierte en arte; el mentir y manipular, en «astucia y listería», y la exaltación ilimitada de unos mal orientados derechos individuales, en razón de la vida.

Para arribar a semejantes conclusiones, no hay que someterse a una rigurosa disciplina de estudio o investigación social. Basta echar una ojeada a nuestro alrededor. Eso sí, tiene que ser una ojeada desprendida de ese «yo» que es capaz de moldear las cosas a conveniencia propia. Tiene que ser una ojeada depurada todo lo más que sea posible de los intereses personales ya deformados por esa misma realidad de la que todos somos parte.

¿Cuáles son los elementos sobre-salientes que moldean la corrupción y que saltan a la vista? La vida convertida en mercado de consumo para todo y para todos; la lucha desenfrenada y sin consideraciones o contemplaciones por alcanzar «posiciones» y una ubicación ultra-privilegiada en las estructuras del sistema; la mentira y el engaño; la irremediable desconfianza; la ambición personal desvirtuada y el desbocado afán de enriquecimiento; la jaibería. masificada y, todo ello, convertido en modo de vida por los estrategas e ideólogos del sistema que en última instancia no son sino los que llevan las riendas económicas del mismo y establecen, directa o indirectamente, los mecanismos de control y reglamentación social, o sea, las leyes que rigen la sociedad.

Las instituciones creadas por los capitalistas y poderes económicos para regir y regular la vida cotidiana de la ciudadanía y para protegerla de toda eventualidad que amenace a la sociedad no son sino el más grande ejemplo de corrupción. La Legislatura, las agencias administrativas del sistema político, las agencias estatales de servicios, etc., están plagadas de individuos corruptos que esquilman a ese pueblo que juran y perjuran van a servir y proteger: El individualismo rapaz esta presente en todos y cada unos de ellos.

El pueblo vive momentos muy difíciles. La voz de Protesta proveniente de 105 sectores que otrora se mantenía pasiva y premeditadamente desentendida, ahora comienza a dar señales de preocupación ante la magnitud del deterioro de la calidad de vida. Ya los afectados no son tan sólo aquellos sectores mayoritarios de la población que siempre han sido víctimas de las condiciones que tienen que sufrir como asalariados o desempleados. El crimen, y sus efectos, ha victimizado a sectores sociales mas allá de lo que tradicionalmente era «tolerable». También está clamando muchas vidas de personas privilegiadas que se han nutrido del sistema hasta la saciedad sin jamás proferir un grito de preocupación o protesta ante lo que la mayoría del pueblo ha venido sufriendo durante décadas.

La justicia no está en «la caridad» que proponen y propagan como acto generoso de humanidad. Con ello sólo pretenden sosegar el complejo de culpa que en su fuero interno cargan y, a la vez, congraciarse con las victimas. Eso es parte de lo que crean para engañar al pueblo y convertirse en líderes de «campañas humanitarias», que también les rinde beneficios. La justicia no está en el sistema. Ahí está la causa de los males.

Para que exista justicia real y duradera, el pueblo tiene que decidirse a luchar fuertemente para lograr unos cambios que den al traste con todos aquellos elementos que engendran los males que vivimos. En otras palabras, se impone un cambio verdadero, no sólo de políticos, o de seres humanos que fungen como los «salvadores» o «ricos filántropos» que reparten una pequeña fracción de las enormes ganancias que como empresarios y propietarios han obtenido a través de toda su existencia y sobre las espaldas del pueblo. Ese cambio sólo puede llegar cuando logremos desarrollar una fuerza organizada para la lucha, cuando seamos capaces de lanzarnos a conquistar nuestra libertad fundamental en estos momentos. Eso no es otra cosa que nuestra libertad política. Sólo ella nos permitirá echar mano a las herramientas a ser diseminadas hacia el pueblo para que, al fin, éste haga lo que le corresponde hacer: una revolución económica, política y social.
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EJÉRCITO POPULAR BORICUA
enero-febrero-marzo 1995