Manuel Marulanda, el nombre de la resistencia

MANUEL MARULANDA, EL NOMBRE DE LA RESISTENCIA

Por Jesús Santrich, integrante del Estado Mayor Central.
FARC-EP.

Septiembre de 2008.

“Ya no sólo los estaremos esperando en la otra orilla del río, ya no sólo los estaremos esperando en la otra montaña, ya no sólo los estaremos esperando en la otra región. Ahora volveremos a buscarlos en la orilla del río de donde un día nos sacaron, volveremos a buscarlos a la montaña de la cual un día nos sacaron a la huyenda, volveremos a buscarlos en la región de la que un día nos hicieron correr...” Manuel Marulanda Vélez.

“Mi nombre pertenece a la historia y la posteridad me hará justicia”
Bolívar.

De verdad que cuando al comandante Manuel Marulanda Vélez le correspondió el turno de partir, aún habiéndonos él mismo preparado para tal momento siempre posible, mucho más latente y factible en el camino de la lucha armada, su “ausencia” entró como por las puertas de lo inesperado, llenando cada rincón del alma y de la montaña, de un enorme vació indescriptible.

Desde lo más hondo de las cosas de la selva, desde lo más profundo de la memoria, desde lo más recóndito de los anhelos y de los sueños habitados por ese colosal padre de la resistencia comunera, venía el dolor a amordazarnos la palabra y la alegría. El silencio, solo el silencio taciturno, instaló su imperio cuando la noticia de Sandra nos asaltó de súbito aquella tarde fría del luctuoso marzo en la cordillera. “Se nos fue el viejo”, decía una parte del mensaje. Tranquilo, rodeado del amor de sus combatientes, en los brazos de su compañera de trinchera y sentimientos, y hasta último momento conduciendo las operaciones para enfrentar la más grande ofensiva militar lanzada contra movimiento revolucionario alguno en Nuestra América, el legendario guerrillero, el entrañable jefe, el incondicional amigo y camarada había emprendido su marcha hacia la eternidad. Nadie atinó a decir nada, pero cabizbajo, el silencio, entre discretas lágrimas de melancolía, lo decía todo. De inmediato la Dirección de las FARC-EP procedió a colocar en manos del Comandante Alfonso Cano la conducción general de la organización y a hacer los ajustes pertinentes según las directrices preestablecidas para tal tipo de circunstancia.

Ese gran hombre que nos unió con el amor y con la sangre, ese gran padre que nos juntó en torno a sus magnánimos ideales de libertad, llevándonos de la mano por la difícil estrada de la guerra justa, por el intrincado camino del alzamiento armado en favor de los oprimidos, indicándonos con sus modos sabios y sencillos que no era otro el sendero de la vida para los explotados, ya no estaba, pero permanecía.

Ver a Marulanda, tratarlo, escucharlo, sentirse a su lado entre la inmensa carga de cariño y comprensión que prodigaba, era como entrar a un espacio colmado de cordialidad e infinita camaradería. Su presencia que llenaba de confianza y elevado respeto cualquier encuentro estaba aureolada siempre por el sugestivo encanto de su leyenda hecha con su voz de limo y lluvia, con su talante franco, con sus bucólicas maneras afables y generosas que estaban amasadas con el verde del bosque, el azul del cielo…, y, en fin, la tierra, la sagrada tierra de los surcos patrios en los que algún día ha de florecer su siembra de Colombia Nueva.

Sobre el significado, sobre la dimensión humana y política de ese combatiente de toda la vida, difícilmente podríamos aún tener una aprehensión que nos permita definirlo con suficiencia. Habría que repensar, auscultar en la profundidad de su incansable praxis revolucionaria y en el hecho de su cotidianidad, que en últimas es la existencia misma toda, segundo a segundo, dedicada como vida militante a la causa de los oprimidos.

Sin temor a equívocos, Manuel para los farianos es el nombre de la resistencia, un nombre que pertenece a la historia, un nombre al que con certeza la posteridad le hará justicia. Por ello, cuando los párpados del día se fueron cerrando con el ocaso púrpura de la tristeza en aquel marzo de menguante sin lluvia, en aquel aciago marzo de lutos concurrentes, su adiós, a pesar de la nostalgia, no podía ser sino con el puño de la esperanza en alto.

Manuel, nuestro entrañable comandante, entonces para fortuna de todos, no podía simplemente despedirse. Ahí, junto a quienes le hemos querido y admirado…, para quienes le hemos seguido siendo pueblo en armas que combate al opresor, habría de ponernos a su modo la evidencia de su permanencia, en su historia de amor para los pobres, vuelto clave de fuego en la espiral de los recuerdos, como sembrador de utopías…; en la edad imperecedera de sus mil sobre vivencias, una vez más y ya para siempre escapando como el viento de entre las manos de la muerte, labrando en los siglos como en la permanencia de la roca su nombre…

Manuel, Manuel, desde el alba hasta el crepúsculo de la esperanza en el maña transitando; con su calma de caracol retando las tormentas, paso a paso desde la tierra viniendo, para luego retozar en su vientre húmedo de donde germina nuevamente para eternizarse en la memoria del pueblo que le amaba.

No es posible dejar de imaginarlo en el susurro del bosque, en el canto de las quebradas; sentir que con el vuelo de los pájaros el rumor de sus sueños, ondeante se expande sobre el extenso cuenco del cielo.

Manuel, Manuel…; no habría risco y valle, no habría trocha y escondite insurgente, imaginable sin el resguardo de su efigie de indiana América primigenia atrincherada, trashumante, clandestina, andando como el ángel de la guarda del guerrillero. Y es que definitivamente, sólo en la memoria de los pueblos es posible la eternidad de personas que como el Comandante hicieron con su ejemplo, con la conjugación del internacionalismo y la solidaridad, con construcción de un ejército popular, de un partido, de una milicia, de un movimiento bolivariano para la revolución, una simbología imperecedera de abnegación por los demás.

Que reconfortante para el alma sentir que Manuel Marulanda no es de los que terminan en si mismos su existencia; que más allá de su vida perdurará la grandeza de su obra; así, en el “adiós” de Marulanda no hay nada que nos haga mantenernos en luto y en pena, pues él es ya un signo de bienvenida a una nueva aurora de resistencia en la que han de triunfar los oprimidos.

Así, cuando observamos que contra la expansión re-colonizadora en el mundo se han levantado diversos oponentes que no están dispuestos a permitir un destino en el que impere la explotación del hombre por el hombre como punto culminante de la historia, nos encontraremos con que uno de ellos, es el movimiento revolucionario que encarna la insurgencia colombiana, y en ella el movimiento fundado y forjado por el legendario guerrillero.

El héroe insurgente, ha hecho su resistencia perseverante, digna, imperecedera, durante más de medio siglo, contra el capitalismo, contra la imposición del neoliberalismo, contra la globalización del antihumano fundamentalismo depredador del dólar, oponiéndose al credo mezquino de las trasnacionales, a la militancia financista y militarista del imperialismo usurero, hasta la circunstancia de haberse convertido en incómodo opositor, uno de los problemas fundamentales, obstáculo real y difícil para el desenvolvimiento tranquilo de los planes expansionistas de Washington, en tanto que su accionar se ha mantenido como práctica de larga duración muy arraigada en la historia de Colombia y del continente, proyectándose como un legado de dignidad, hasta los horizontes infinitos de la esperanza en un mundo mejor.

El ejemplo y el ideal del guerrillero histórico -Marulandismo podríamos llamarle a esta heroica gesta humanamente humana-, es, entonces, factor inadmisibles para la dictadura hegemonista de las corporaciones y sus lacayos de cada oligarquía local, los reformistas y los timoratos arrepentidos del orbe. Unos y otros sueñan, en consecuencia, con el imposible de la desaparición del proyecto bolivariano de Manuel tanto como con el imposible de mantener en adormecimiento, por los siglos de los siglos, a los pueblos que lidian por su emancipación.

Menos podrá ser factible tal circunstancia en tiempos en que se profundizan sin remedio los problemas que están hundiendo al capitalismo en una muerte ineluctable cuyos funerales están anunciados en los factores que engrosan su evidente “crisis sistémica” caracterizada en sus estertores luctuosos, por la terrible intensificación de la represión, de la violencia política y otros pataleos que buscan penosamente aplastar las resistencias activas o pasivas de las rebeldías de los pobres de la tierra que le aguijonean por doquiera a pesar de su ferocidad.

La ofensiva del régimen oligárquico colombiano para aniquilar a las FARC-EP, hace parte de la estrategia del imperialismo global, especialmente del imperialismo yanqui, para arrasar la resistencia a las políticas de expolio y subyugación desatadas no sólo contra los pueblos de Colombia y la América Latina, sino contra los pueblos del orbe que buscan la emancipación anticapitalista.

Entonces, el caso del conflicto político, social, armado que padece Colombiano está contextualizado en el todo de la persecución implacable pero vana que el imperialismo y sus obedientes oligarquías locales desatan contra las izquierdas revolucionarias verdaderas; está inmerso en la estrategia imperialista de sometimiento colonialista que suma invasiones como las hechas sobre el suelo iraquí o afgano…, o medidas espurias que componen la llamada lucha antiterrorista posterior y anterior a la caída de las torres gemelas, o acciones intervencionistas del tipo que se ejecutan contra Palestina y demás pueblos del mundo a los que se les pisotea su derecho a la autodeterminación con el propósito deleznable de la acumulación capitalista.

Siendo las FARC-EP una fuerza creada con paciencia y tesón por un líder de la talla del Comandante Marulanda Vélez, ello implica la existencia en el pensamiento y en la práctica, de una estrategia revolucionaria de sólidos principios, en constante desarrollo, que no se ha dejado embrujar por los cantos de sirena de las desviaciones parlamentarista decadentes que han abdicado del necesario combate teórico y práctico a la perfidia guerrerista de la clase explotadora, al inventar un inadmisible pacifismo que desecha la acción militar como legítimo factor de la praxis revolucionaria.

La visión marxista y bolivariana de la fuerza cimentada por el comandante Manuel no ha caído ni caerá -si se atiende, como hasta ahora, a su modesto legado vital-, en la trampa de la conciliación que se atrinchera en el engaño de ver al Estado y sus aparatos de represión subordinantes como un conjunto apaciguable con paliativos democrateros que en nada tienen que ver con la real participación del pueblo en la conducción del destino de la sociedad, por la sencilla razón de que en sus propósitos históricos ha trazado un derrotero de lucha cuya ética de cimientos morales imbatibles, no pasa por alto que los explotadores han concebido desde siempre una máquina de poder con inmanente carácter violento según su propia condición de origen, que de suyo hace pueril la admisión de la posibilidad de esa superchería llamada “convivencia pacífica”, ya de suyo revaluada por la realidad.

En el caso de las FARC, no nos encontramos ante una construcción donde pueda retozar el marxismo de escritorio, propio de los sapientísimos ideólogos que imponen el oropel del pacifismo y la mansedumbre borreguil de la intelectualidad “postmodernista”. No es el envanecimiento del teoricismo sin compromiso lo que ha forjado Manuel Marulanda Vélez.

Las FARC-EP hacen parte de un presente en el que la crisis capitalista, aún con la presencia de un imperio de ingente poderío bélico, está avocada a un desbarajuste sin precedentes que lo hace más peligroso y que por esta misma circunstancia obliga a no descuidar aquello que la cobardía y el oportunismo de los arrepentidos, reformistas y claudicantes camuflan con retórica pacifista; es decir, el aspecto militar de la lucha de clases. Y precisamente sobre este asunto es que llama la atención la existencia de las FARC-EP, a cuya forja dedicó su vida entera el comandante Manuel, demostrando su posibilidad y pertinencia, y conminando con ejemplo modesto a no dejarlo de lado ni por un instante.

Este asunto es, sin duda alguna, inmanente a la visión estratégica de la praxis política de las FARC como fuerza revolucionaria necesaria. Pero tomando en consideración, ante todo, que la fortaleza y viabilidad de su presencia en el frente de batalla antiimperialista radica, en lo más esencial de su hechura, en la tenencia de una concepción emancipadora en cuyo seno anida la absoluta ligazón y confianza con las pobrerías, con las masas oprimidas y explotadas.

Los desbocados ánimos triunfalistas de la llamada guerra contra el terrorismo, no son otra cosa que la guerra contra las ansias y la determinación de emancipación de los oprimidos. El imperialismo, de manera sangrienta y desvergonzada conjuga su violencia expoliadora llamando terrorismo a la resistencia de los débiles y oprimidos y guerra al terrorismo de los fuertes y opresores, contando con el penoso auspicio y la justificación de los arrepentidos y los equivocados que ciegamente buscan en la resistencia de los oprimidos la causa de la perversidad de los opresores. Asqueroso servicio de lacayos es el que juegan, entonces, mediante sus llamados al desmantelamiento de la resistencia, al desarme -en el sentido estricto de la palabra- de las diversas formas de lucha de los explotados, con la historieta de que la lucha insurgente y la rebelión armada son asuntos de tiempos pasados que no acompasan con el presente. Pero, entretanto, nada dicen contra el imperialismo que sigue clavando por toda parte sus garras de saqueo y de muerte, mediante la diseminación de sus bases militares, sus flotas de guerra, sus tropas, sus huestes mediáticas, sus agentes del derrotismo, etc.

No será la batalla de ideas, desarmada y querubínica, la que detendrá la jauría imperialista sino la sistematizada, preparada, osada y audaz respuesta de los explotados, que no podrá quedarse en el mero plano defensivo sino que en la teoría, en el campo ideológico y en el militar deberá pasar a la ofensiva sin titubeos. Y no es este un capricho artificioso del guerrerismo de los violentos o de los terroristas según el concepto estigmatizante que se aplica a la legítima rebeldía popular. Durante décadas la historia no ha hecho sino reconfirmarnos que es la violencia su partera y que las revoluciones no se hacen con paños de agua tibia.

No es la primera vez y no será la última durante un buen tiempo que el capitalismo aplicará sus tácticas y su estrategia de guerra para mantenerse vivo, pues de ello depende la posibilidad de su acumulación como garantía de existencia. Y al tiempo, el objetivo nodal de la supervivencia humana y la conservación de la naturaleza como su esencia, requiere acabar sin tardanza con la causa fundamental del inminente caos planetario: la presencia avasallante del capitalismo. Así, solamente con la acción revolucionaria de quienes se preparen para esta realidad, evitando las guerras evitables pero enfrentando aquellas de las que dependa abrir el camino de la paz y la justicia, es que haremos el anhelado mundo mejor en el que se garantice la sobre vivencia del género.

Será la acción conjunta de los revolucionarios y de las fuerzas democráticas la que evite la hecatombe nuclear que pende como amenaza sobre el mundo entero y la que acabe con la explotación del hombre por el hombre. La otra triste e inadmisible opción sería la sumisión; es decir, esa condición de lacayo que es más penosa que la muerte.

Frente al inveterado carácter infame de las oligarquías y del imperio, lo que hemos aprendido del Comandante es que no hay otro camino para establecer el estadio de la justicia y la libertad que el de la revolución comunista, que es el rumbo ineluctable que siguen las FARC-EP, combatiendo mediante todas las formas de lucha al imperialismo. Sólo la revolución comunista podrá librarnos del caos. Esa es nuestra convicción, y para lograrla confiamos en el pueblo, en su capacidad de propiciar los cambios radicales que se necesitan; confiamos en la posibilidad de cohesión de las fuerzas revolucionarias del continente y del mundo que van más allá de quienes nos desprecian con el argumento de que no tenemos teoría ni reflexión política y nos tildan de militaristas mientras repiten las ignominias del imperio. No nos desvelan quienes se suman al coro de los que desde el poder despótico propalan el fin del fin de nuestra resistencia, no nos inquietan quienes a nombre de la “oposición democrática” pretenden empujarnos a la hoguera de de las abdicaciones con sus embaucadores consejos elaborados desde su soberbia tontivana de sapientísimos súper analistas de la politología o, mejor, de la escatología que sólo sirve a los intereses de esa albañal que es el reino de las trasnacionales, enmascarándose en el academicismo científico de pacotilla, que ningún compromiso tiene con el destino de los oprimidos.

Preferimos que nos llamen analfabetas. Nunca aprenderemos su ABC de la traición y el arrodillamiento recomendado en sus teorías. Pues con Manuel Marulanda lo que hemos aprendido es a ir de la mano de aquellos hombres y mujeres del pueblo a quienes desprecian y consideran ignaros los oligarcas y sus lacayos…; ir junto a ellos en sus luchas errando, sufriendo sus penas y lutos, fallando y acertando…; ir en sus pies descalzos, untándonos de su sudor descamisado, de su marcha hambrienta…; ir, avanzar con ellos hacia, la victoria o hacia la muerte.

No importa que el camino nos depare lo peor. Recibiremos las vicisitudes de la marcha con decoro. Qué importan los tropiezos, pues como bien lo expresara Bolívar en momentos de dificultades, “nada nos detendrá si el pueblo nos ama”. No estamos hechos para correr despavoridos frente a los primeros golpes del destino, para frenarnos ante los peligros; no tenemos espíritu para la resignación o el derrotismo. Para nosotros nunca será tarde para empezar, para reiniciar y mucho menos para continuar. La lucha revolucionaria es ahora y si las condiciones no estuvieren dadas, habrá que fraguarlas.

Quienes anhelen nuestro desarme teórica, política y moral; quienes nos pretendan renegando de la lucha armada, pueden irse preparando para el desengaño, porque nuestro camino es el trazado por el ingente ideario de los revolucionarios de todos los tiempo, por Marx y Lenin, por Bolívar Libertador…, por el inclaudicable genio de la guerra de guerrillas que ha sido Manuel Marulanda Vélez; es decir, el sendero del sagrado derecho a la rebelión con toda nuestra determinación de sacrificio, dispuestos al diálogo pero también a la guerra justa por la liberación; a la guerra por la paz que es el sueño de los desposeídos.

Si un réquiem ha de sonar ahora no es otro que el del tableteo de los fusiles anunciando la inviabilidad del capitalismo. Eso lo saben los oligarcas y ello los envilece aún más cuando la zozobra de su avaricia insaciable les coloca en el deseo de lograr el aniquilamiento a sangre y fuego de la resistencia popular y una muerte violenta, el peor final para el legendario jefe guerrillero al que tanto temieron, al que tanto han odiado y tanto han perseguido contribuyendo con ello, paradójicamente, a engrandecer lo que ya es una heroica leyenda de resistencia sin igual en la historia contemporánea de Colombia y de Nuestra América.

Ahora, las hienas del fascismo, siguen buscando en la montaña el huerto sagrado donde está sembrado el combatiente; aspiran a encontrar una imposible seña que les permita ingeniar una improbable victoria sobre la presencia avasallante del invicto guerrillero. Pero Marulanda, camaradas, vuelve a escapárseles como el viento. La muerte natural del comandante luego de haber forjado tanto ejemplo de lucha inquebrantable y de haber establecido el ejército revolucionario que hoy se despliega a lo largo y ancho de Colombia, lo deja más vivo, dando con ello un golpe en el corazón de odio de sus perseguidores; haciendo indefectible la pronta alborada de libertad para los pobres.

Frente al altar de nuestros muertos, frente a la memoria y el ejemplo del Comandante Manuel Marulanda Vélez, quienes nos sentimos orgullosos de ser guerrilleros, quienes jamás renunciaremos al legítimo derecho a la rebelión armada, ¡hemos jurado vencer y venceremos!