DISCURSO PRONUNCIADO EN EL ACTO CELEBRADO POR EL 14 DE JUNIO EN EL PARQUE COLÓN DE LA CIUDAD CAPITAL
14 de septiembre de 1961
Querido pueblo Dominicano:
El período histórico que a partir del 30 de mayo de este año se inicia para el pueblo dominicano, puede ser decisivo. De los hombres dignos, serios y honrados de este pueblo, que han asumido la responsabilidad de orientarlo, depende el veredicto de la Historia: LIBRES O ESCLAVOS. No queda otra alternativa.
La Agrupación Política 14 de Junio, consciente de la gravedad de este momento en la vida nacional, jura de pie ante Dios, ante la historia y ante el pueblo dominicano, su compromiso con las presentes y futuras generaciones del país de ser: ¡LIBRES O MORIR!
Libres sobre una tierra libre y soberana, ¡hermoso ideal jamás alcanzado por el pueblo dominicano! Ni siquiera en los paréntesis de nuestra historia política, creados entre el paso de una dictadura militar a otra; porque si bien adquiríamos momentáneamente el ejercicio de nuestros más elementales derechos: libertad de expresión, libertad de asociación, entre otros, permanecíamos como permanecemos aún, siendo esclavos del hambre, de la miseria económica, del desempleo, de los privilegios, de los latifundios, de los monopolios comerciales e industriales, de la ignorancia.
Esclavos en cuerpo, alma, inteligencia y espíritu, sobre una tierra que cuando no era de unos cuantos de entre nosotros mismos, era esclava de España, era esclava de Francia, era esclava de Haití, era esclava de Norteamérica.
¡Oh, Quisqueya! Por esas trágicas peculiaridades de tu destino histórico, alguien con propiedad te llamó una vez y te llama todavía: “La Viña de Nabot”. Porque sobre tu suelo se han desatado en nefasto contubernio, todas las fuerzas negativas y reaccionarias, en pos de las riquezas de tus entrañas, de tus bosques, de tus montañas, de tus valles, de tus ríos, saqueándolo todo, profanándolo todo y abonando con la carne y la sangre de tus hijos mártires, que caballeros del deber y del ideal han sabido defenderte, cada pulgada de tierra bendita y fascinante. Fuerzas negativas y reaccionarias, he dicho y debo explicarlas, para que se me entienda bien. Ya que la presencia del 14 de Junio en una tribuna política no tiene otro objetivo que orientar, que educar, que instruir al pueblo, para que al través de un diálogo franco, sencillo y claro, lleno de verdad, que brota emocionado del fondo del corazón, porque nace de la profunda convicción de que sólo al través de esta larga conversación de hermanos podremos entendemos bien, identificarnos más, y estar cada vez más cerca, cada vez más fuertes, para emprender unidos para siempre, sin vacilaciones, sin desconfianzas y sin temores, el camino de la lucha política que habrá de conducimos a la meta soñada por todos: la redención del pueblo dominicano, por la definitiva liberación de los males que vienen condicionando su destino histórico.
Las fuerzas negativas y reaccionarias de este país, como en todas partes, están representadas por el poder político, económico y militar, detentado por un grupo de familias que desde el inicio de nuestra historia colonial, con distintos nombres y apellidos, vienen explotando inmisericordemente al pueblo dominicano. Y para el logro de fines tan repugnantes a la conciencia moral cristiana, han empleado todos los métodos científicos del engaño y la opresión: la interpretación torcida de bulas papales; de mercedes; encomiendas; capitulaciones; constituciones; leyes electorales; supresión de los derechos del ciudadano; práctica del terror psicológico; coacciones económicas; prisiones arbitrarias: torturas, y crímenes en las calles y en la plaza pública, en el mitin y en los hogares.
Por el Poder económico y su medio de acción, el poder político, con su secuela de grandes mansiones residenciales; inmensas fincas agrícolas o ganaderas; privilegios sociales; fastuosidad estúpida en las costumbres; vanidad; lujos y pasiones desenfrenadas que sólo son posibles por la posesión de inmensas riquezas, esclavizó y exterminó el coloso imperio español a nuestra raza indígena. La matanza de Jaragua; el asesinato brutal de Anacaona; las crónicas del padre Las Casas, y la heroica epopeya libertadora de Enriquillo, hablan elocuentemente.
Por esos bastardos intereses, desataron las fuerzas negativas y reaccionarias haitianas, su poder militar contra el pueblo dominicano y sus riquezas; por esos bastardos intereses desgobernaron Santana, Báez, Heureaux, nuevamente España, la ocupación militar americana; y por esos bastardos intereses desgobernó 31 años al pueblo dominicano el más funesto y cruel de todos los tiranos. Ese régimen que todavía proyecta amenazadoramente su sombra por medio de aquellos herederos del oscurantismo de antaño, que se resisten tercamente a aceptar el más leve paso democrático al pueblo, no existía por razón propia. Existía porque era la consecuencia de todos los procesos históricos precarios que había vivido nuestra Patria; porque era un accidente natural en la Historia de Santo Domingo, el resultado del absolutismo en lo político, en lo económico y en lo social en nuestro medio.
Porque, señores, somos un país agrario, semifeudal, atrasado económica, política y socialmente, en el que predominan las formas más atrasadas de producción y de vida, tanto en la ciudad como en el campo. La permanencia durante los últimos 31 años de esta realidad sin modificaciones estructurales profundas, constituye la prueba más concluyente de la incapacidad del régimen para promover un cambio progresista en las condiciones económicas y sociales del país.
Somos consecuencia y frustración de la revolución democrática de mediados del siglo pasado: ESTRUCTURA ECONOMICA Y DESARROLLO SOCIAL DE TIPO FEUDAL. Los ideales de Duarte, Sánchez y Mella se quedaron en nuestra Constitución, como esperanza irrealizada, como un sueño imposible, como letra muerta. Paralelo al feudalismo agrario nos convierten en zona productora de materias primas, campo de inversiones coloniales, mercado de mano de obra barata,
Nuestro problema agrario, es fácilmente comprensible si nos detenemos a mirar el cuadro esquemático de las fuerzas productivas de la Nación en el campo, y ese hambre sudoroso que arranca a la madre naturaleza su sustento, laborando en los surcos de nuestros valles, jaldas y laderas; ese hombre que no es otro que el campesino dominicano.
El cuadro esquemático de las fuerzas productivas a que me he referido, se caracteriza:
a) Por el gran predominio de la explotación minifundio (conuco) cultivada por la familia campesina pobre, con tierra poco productiva, generalmente situada fuera de las vías de comunicación, con ausencia completa de ganado de labor e instrumentos de labranza rudimentarios, cuya reducida producción es destinada exclusivamente al consumo familiar.
b) Por el desarrollo del pequeño agricultor, que emplea métodos rudimentarios de labranza, cuya simple producción es destinada principalmente a las ciudades cercanas;
c) Por el casi inexistente desarrollo de la industria rural, con pequeños o sin ninguna inversión de capital, falta de organización y ausencia de instalaciones, equipos y técnicas avanzadas, cuya producción consumen los mercados urbanos.
d) Por el fortalecimiento de la gran propiedad con relacionada de producción y vida semifeudal (latifundio); y
e) Por el desarrollo de la gran explotación capitalista de cultivo más o menos intenso en tierras fértiles que utiliza equipos y métodos modernos para su explotación (maquinaria agrícola, transporte, abonos industriales) y que se nutre del despojo de los pequeños propietarios y campesinos pobres, cuya producción es destinada a la exportación y en menor escala, al consumo de los mercados urbanos, principalmente los productos de ganadería y sus derivados.
En lo que se refiere a aquel hombre sudoroso y trabajador que existe, aunque no vive plenamente en nuestros campos, daremos algunas cifras tomadas de las publicaciones de la Dirección General de Estadística y Censos, correspondientes al año 1950, toda vez que el Censo de 1960 no merece ningún crédito a las personas sensatas de este país.
La población urbana es de 508,508 habitantes, y la rural, de 1,627,464, o sea que el 75 por ciento de nuestra población labora en el campo.
De estos totales de personas físicas, sólo un 31 por ciento realiza una actividad económica mal determinada. De ahí que el ingreso nacional, la productividad social, el poder adquisitivo de las masas, la adquisición de bienes y servicios, la capacidad del mercado interno, la capitalización, y en general el progreso económico y el nivel de vida de la población tiene que ser necesariamente bajo e insignificante.
El hambre endémica, la miseria crónica y la desesperación tradicional de la mayoría de nuestro pueblo es, desde luego, el resultado de esta agobiante realidad en que vive el país desde la época del coloniaje, agravada aún más durante el imperio de la dictadura trujillista, incapaz de promover cambios progresistas y definitivos en la realidad dominicana.
De ahí que de un millón y medio de habitantes de nuestras zonas rurales, sólo trabaja alrededor de medio millón de personas y en actividades mal determinadas, lo que da como resultado que, de los ya escasos habitantes de zonas rurales que trabajan, apenas una ínfima cantidad reciba remuneración misérrima por el esfuerzo que realiza, o lo que es lo mismo, el 77 por ciento de nuestros trabajadores rurales no gana dinero, en tanto que sólo el 23 por ciento percibe paga por su labor.
De este 23 por ciento de trabajadores rurales que reciben paga por sus labores, las tres quintas partes son personas menores de 14 años, y de este último total, alrededor de la tercera parte resultan ser niños menores de diez años, que trabajan como esclavos en el campo dominicano; que no van a la escuela, que no pueden comer tres veces por día, que van con su sola presencia por nuestros campos mostrando su miseria y su ignorancia.
La gran masa de nuestros campesinos pobres, hombres, niños, mujeres, jóvenes y ancianos. acosados por el desempleo, por el hambre y la miseria fisiológica, constituye una población flotante; seminómada dentro del medio rural, que emigra permanentemente hacia las ciudades o deambula de una región a otra, perseguido por todo tipo de calamidades, empleado temporalmente como peón de los latifundios y haciendas, devengando salarios en especies, subsistiendo bajo un régimen forzado de subalimentación crónica, consumiendo dietas bárbaras, esclavizado, en un estado físico!: mental desesperante, al nivel de las bestias y las alimañas. cantidad de mano de obra barata o gratuita, que mantiene en el campo dominicano un verdadero estado de servidumbre y esclavismo.
La abrumadora mayoría de nuestros campesinos conuqueros los peones agrícolas que trabajan en los grandes latifundios, viven en un nivel mediato al hambre negra. endémica, con una dieta inadecuada a base de alimentos de senda clase, de bajo poder nutritivo, consistente en la simple recolección de productos naturales, el consumo de tubérculos, raíces v resinas vegetales, de la caza y de la pesca, hierbas innumerables y otros suministros de igual calidad y procedencia, que sirven de alimento a hombres y a bestias.
La vivienda en nuestros campos permanece igual que en la época precolombina: ranchos inmundos, hacinamiento y promiscuidad; sin carreteras ni comunicaciones. Estos ranchos, con pisos de tierra apisonada, apretujados de paja y de cañas bravas, tienen por dentro catres, hamacas, enseres rudimentarios y sillas rústicas en algunos casos, y todo lo demás que conocemos.
Estos ranchos, repito, son criaderos de vectores, parásitos y enfermedades flagelantes, que como resultante de toda esta tragedia colectiva en que vive nuestro campesinado, determinan el porcentaje de mortalidad infantil y adulta de nuestras zonas rurales, sea el más alto en América.
Esas muertes se condensan en el siguiente dato: de 1943 a 1946, de 62,622 defunciones en el campo, 31,119 fueron niños de uno a diez años de edad. Las causas principales del 50 por ciento de esas defunciones son las enfermedades. El veinte por ciento del campesino fenecido murió de paludismo, el 13 por ciento de tuberculosis, y el resto por desnutrición.
Todo cuanto acabamos de decir y muchos otros aspectos más de la vida en nuestras zonas rurales, en cuya exposición pasaríamos días enteros, ponen en evidencia el patético desequilibrio social entre el campesinado y los privilegiados, por todo lo cual es imperiosa la necesidad de una Reforma Agraria profunda, técnicamente realizada, concebida con amplio criterio económico y social, encuadrada dentro del desarrollo general de la Revolución Democrática y de la Independencia del país, que hará posible rescatar al campesino dominicano de su estado actual de servidumbre, y darle todo lo que durante siglos le ha sido negado por la injusticia social, restableciendo así el equilibrio social de todas las partes que integran la estructura de nuestra sociedad, como único medio de evitar la violencia y el caos. Porque cuando en lo social una parte se hipertrofia a expensas de las otras, la unidad social y sus funciones se alteran y las relaciones normales tórnanse desatinadas y funestas. Ya que toda violencia social es un efecto de causa, y sólo puede suprimirse reparando el desequilibrio que la engendra.
Oponer la violencia a la violencia puede ser un mal necesario, pero es transitoriamente una agravación del mal. Sólo puede ser un bien si de ella surge un nuevo estado de equilibrio fundado en mayor justicia. Si bien es cierto que hay naciones pobres y épocas de pobreza que nadie puede prevenir ni evitar, no es menos cierto también que la miseria de una sola clase o de varias clases, nacen del desequilibrio interno de la economía de las naciones, porque es una desproporción entre las funciones ejercitadas y las recompensas recibidas. El hambre de algunos es injusta cuando otros ostentan opulencia, y lo es más si, como es frecuente, ella recae en los que trabajan para mantener en la ociosidad a los que no la sufren.
Este estado de cosas, querido pueblo que me escuchas, sólo podrá extinguirse promoviendo las causas que lo han producido, y poniendo en su lugar la justicia como fundamento de la ética social, la verdad como base de la cultura colectiva y el trabajo honesto como primera condición de mérito.
El privilegio, el egoísmo, el desempleo, la injusticia y la superstición son los enemigos de la paz social.
Penetrado y condicionado por estas verdades incontrastables, las necesidades de remover el pasado y las causas que han producido este estado social de desequilibrio parcialmente referido, para evitar que la combinación de valores que él originó resulte de imposible reproducción en el futuro, surgió en la clandestinidad el Movimiento 14 de Junio, como una organización política que agrupó en su seno representativos de las distintas actividades de la vida nacional, plenamente identificados en un ideario político, social, económico y cristiano, de carácter eminentemente insurreccional, revolucionario y nacionalista, que propugnaba por el ideal de Libertad y justicia social.
Pero, desafortunadamente, nuestra actividad resultó frenada en su marcha por la detención y largas prisiones de cuantos compartíamos este ideal de Libertad bien entendida. Tortura y muertes, coacciones económicas, atropellos morales y materiales, sufrimientos indecibles, y toda esa enorme montaña de padecimientos inenarrables que sabe el pueblo, no pudieron ni podrán apartarnos de nuestro ideal de Libertad Absoluta, de Libertad o Muerte.
Superada esa etapa, la de la clandestinidad, por el hecho del 30 de mayo, el pasado Movimiento 14 de Junio, fiel a su carácter de entidad política, fiel a su postura definida ante otros organismos, leal a sus postulados ideológicos surge públicamente a la vida política dominicana, como la AGRUPACION POLITICA 14 DE JUNIO, en la Asamblea general de delegados celebrada el 30 de julio pasado en esta capital, para iniciar la lucha pública, acogiéndonos a las garantías ofrecidas por el gobierno.
Pero ese clima propicio no existe. Ha sido convertido por el gobierno en una farsa macabra, como lo demuestran los repetidos atropellos en esta misma calle de El Conde; la muerte en sus hogares de Sosúa del doctor Alejo Martínez y del compañero Pedro Clisante; el asesinato a mansalva en Ocoa de José Tomás Díaz; las muertes de Erasmo Bermúdez Espaillat y Fausto Jiménez Guzmán en Santiago y de Pedro García Monclús, y Marino Guzmán Abréu, en Moca; el bárbaro ametrallamiento de la ciudadanía indefensa en la explanada del puente Juan Pablo Duarte, que culminó con la muerte de nuestros inolvidables compañeros doctor Víctor Rafael Estrella Liz y Manuel Martínez Cabrera; la detención en masa de dirigentes y miembros de Unión Cívica Nacional y del 14 de Junio en el pasado mes de agosto; el asalto nocturno a los locales de las oficinas de las distintas agrupaciones políticas, con su secuela de robos y destrucción de equipos y documentos; las coacciones económicas desatadas contra los empleados públicos y privados simpatizantes; el terror, la coacción económica y la campaña de mentiras desatadas contra los sectores mayoritarios de nuestra población campesina; la expulsión de un número de connotados luchadores contra el régimen, con el pretexto de que profesan ideas extremistas; la deportación de pacíficos comerciantes españoles bajo inculpación antojadiza de intervención en la política doméstica: encarcelamiento de otros comerciantes en Santiago, por unirse al dolor del pueblo en que conviven, y la existencia de una trabazón legal caracterizada por nuestra Constitución y nuestra Ley Electoral vigentes, productos maduros de un estado de tiranía, violencia y perturbación profunda de toda índole, que deben ser objeto de fundamentales reformas para adaptarlas a las necesidades del pueblo dominicano, ya que nuestra primera Constitución de 1844, aunque mezcló instituciones de regímenes políticos evolucionados, no supo adaptarlos a nuestro medio ambiente típico, y en rigor hizo más obra de copia de sistemas de derecho público que de verdadera adecuación sociológica, conforme a la idiosincracia del pueblo dominicano. Por ende, no causa sorpresa que la principal amenaza a la estabilidad de un gobierno democrático y ordenado, hoy en día, sea el desdén extremado a la autoridad constitucional. En pocas palabras, para el común de los dominicanos, el gobierno constitucional es una frase vacía, huérfana de sentido práctico.
Nuestra Constitución ha sido cambiada innumerables veces, para satisfacer las aspiraciones egoístas del individuo o del partido en el Poder, jamás ha sido enmendada en interés del pueblo en general.
En vez de ser respetada como la carta sagrada de las libertades del pueblo, la Constitución dominicana ha sido considerada como fuente legítima de ventajas para el partido o para el hombre en el poder; de ahí que haya sido modificada a intérvalos tan frecuentes y sin la debida reflexión y consideración, sino solamente para satisfacer los deseos de la conveniencia de aquellos que la propusieron o impusieron. Mientras no llegue el día en que quede abolido el sistema actual que permite que la Constitución dominicana sea enmendada o reemplazada nuevamente a instancias del Congreso, o el Poder Ejecutivo, no podrá existir ninguna garantía positiva de estabilidad. La misma facilidad con que se puede enmendar la Constitución estimula el mal señalado. La única esperanza de remediar este mal fundamental estriba en la posibilidad de que con el aumento de la prosperidad y de la difusión de la educación cívica, el mismo pueblo dominicano llegue a negarse a permitir que los directores de las Agrupaciones Políticas antepongan sus ventajas inmediatas a los intereses de la Nación, o en la adopción de un sistema en el cual se requiera el lapso de cierto número de años, antes de que pueda proponerse al Congreso Nacional ninguna enmienda, ni que ésta sea incorporada a la Constitución ni por una Asamblea Constituyente. Esta es una de nuestras principales necesidades para hacer posible la existencia de un clima propicio a la lucha cívico-política.
Otra de nuestras imperiosas necesidades es la de revisar el procedimiento electoral para que garantice a cada votante del país, la seguridad de que su voto para escoger el gobierno que ha de regirlo sea libremente depositado y finalmente computado. La Agrupación Política 14 de Junio cumple con el deber de informar al pueblo que optemperando a una solicitud de la Comisión Técnica de la Organización de Estados Americanos, ha preparado y depositado un memorándum en el cual hacemos un estudio exhaustivo de estas materias, en que planteamos todas IJS medidas y reformas necesarias que son a nuestro juicio procedentes para hacer posible que al través de la lucha política se llegue al proceso electoral.
Pero no obstante todo esto, la Agrupación Política 14 de Junio no va a cruzarse de brazos, como quizás consideren oportuno nuestros solapados enemigos. No... Tenemos el derecho y el deber de organizamos, de capacitarnos, para poder ofrecer al pueblo dominicano, cada día que pasa, una labor más eficaz y constructiva, para fortalecernos más y fortalecer más al pueblo dominicano en su decidida lucha a muerte contra la tiranía. Este pueblo sufrido, que espera que sus hermanos de América, y en especial, de los organismos Internacionales con poder moral suficiente para detener la barbarie organizada, la ayuda sin reservas en su lucha y el mantenimiento o elevación de las sanciones económicas a que está sometido el gobierno delincuente de este País. Hermanos en el ideal y en la Patria:
Habéis venido a escucharnos y a compartir con nosotros este memorable instante en que el 14 de Junio levanta su voz para clamar por la verdad, por la justicia social, por la paz verdadera sin torturas ni muertes. El 14 de Junio os lo agradece de corazón y este mismo diálogo de hermanos que estamos sosteniendo, nos impulsa y nos obliga a redoblar nuestros esfuerzos para continuar decididamente en esta lucha patriótica en que estamos empeñados.
Dios, el Supremo Hacedor de Todo lo Creado, es nuestro más fiel testigo.
Dominicanos:
Seremos libres, absolutamente libres, sobre una tierra libre y soberana. Por esto mantendremos firmemente nuestra lucha, y por ello estamos y estaremos prestos a entregar nuestras vidas si fuera necesario.