Manuel Marulanda, el héroe insurgente de la Colombia de Bolívar

MANUEL MARULANDA VELEZ, EL HEROE INSURGENTE DE LA COLOMBIA DE BOLIVAR. EN EL SEGUNDO ANIVERSARIO DE SU VIAJE A LA ETERNIDAD.

Jesús Santrich
Miembro del EMC FARC-EP

Camaradas combatientes y militantes de la causa bolivariana de Patria Grande y socialismo, compañeras y compañeros que sueñan con la posibilidad real de un mundo nuevo sin explotadores ni explotados.

Compatriotas y hermanos, reciban desde las montañas insurgentes de Nuestra América el saludo victorioso del optimismo.

Las palabras que ahora expresamos en este marzo del bicentenario independentista, y del segundo aniversario del viaje hacia la eternidad de nuestro entrañable Comandante Manuel Marulanda Vélez, el Héroe Insurgente de la Colombia de Bolívar, no constituyen propiamente una reflexión sobre su obra política y militar. Un trabajo con tal pretensión implica tareas de mucha responsabilidad investigativa que no se pueden empezar y concluir de la noche a la mañana, pero en pos de tal construcción tenemos el compromiso de andar y estamos avanzando.

Mucho habrá que seguir indagando y reconstruyendo sobre la rica experiencia de lucha emancipadora de nuestro inspirador y Jefe revolucionario, labor que nos corresponde a todos, para llegar a una síntesis, necesaria además, en la que se pueda compendiar las enseñanzas de su magna entrega por los desposeídos y oprimidos; herencia que pertenece íntegramente a los pobres de la tierra.

En memoria y en homenaje a nuestro querido Viejo, padre de la comunera rebelión bolivariana que hoy camina paso a paso, paciente e incesantemente, con la energía absoluta de su espiritualidad imperecedera, sólo queremos compartir algunos sentimientos que sin lugar a dudas permanecen en la mente de quienes le llevamos en nuestros corazones, manifestándosenos sobre todo hoy que se cumple el segundo aniversario de su marcha por las cumbres rebeldes de la eternidad.

Tantas cosas habría que decir, que no sabríamos por dónde empezar, así que hacerlo en el orden o en el desorden de la emotividad, es decir, según lo dicten los sentimientos, podría ser lo mejor para esta hora en que lo que nos congrega es el profundo deseo de expresar nuestro infinito amor por todo lo que él fue como conductor político y como sencillo hombre del pueblo.

Cuando en la violencia de finales de los cuarenta inútil parecía la sangre de las pobrerías derramándose sin vindicta, a él también como furtiva sombra le persiguió la muerte de los perdonavidas del régimen.

Humilde y valeroso, honesto y solidario, silvestre y sencillo, en la paz del campo esperanzado él preñaba con sus labradoras manos la tierra. Pero un día, cuando ya la perversidad de sus perseguidores no le dejó a él ni a los de su clase, ningún rincón para el sosiego, no tuvo otra opción que seguir haciendo los surcos de la parcela, su siembra de amor de siempre, pero ahora en el terreno de la guerra justa empuñando el arado comunal de la causa guerrillera.

No era hombre, Pedro Antonio Marín, que pudiera permanecer en el melancólico luto de sólo llorar a los muertos; por ello, entonces, desde lo más profundo de la geología de su alma rebelde tomó la magia telúrica del decoro amerindiano y se enfrentó a la furia de los insaciables chacales oligarcas.

Con el ímpetu del bosque, domó las dudas y los miedos, y poniendo en el canto de los pájaros, y en el rugir de las cañadas, y en las alas del viento el puro fervor de sus anhelos fue juntando su osada grey de agraria pólvora encendida.

Las voces de los explotados y oprimidos habían desgarrado el tiempo con sus gritos de agonía, y él con las rosas del dolor entre su pecho fue abriéndoles su abrazo clandestino desde los cuarteles insurgentes que paso a paso fundó en los Llanos y los Andes.

En el río de sus secretos se sentía rugir el albor del nuevo día esparciéndose entre las penas historiales de las pobrerías, como si fuese un anuncio de pan y abrigo.

Relámpago y viento…

O rayo de Sol en las maiceras…

Incesante aparecía desde la magia de los elementos: ya huayco, ya en el huerto, en el campo yerto, en el abismo o en la oquedad del cielo.

En las oscuras noches del desconsuelo él fue esperanza de luz, digamos ungiendo de fe la marcha de los desterrados. Y su nombre Pedro, su nombre Antonio, su nombre Marín, se hizo signo de irreverencia en el corazón de cada explotado.

Manuel, entonces, fue el grito de guerra de las pobrerías; fue canto de victoria en la epopeya.

Su presencia parecía gigante cumbre de roca, elevándose hacia el cielo con la llama de la patria encendida en un sagrado cuenco de greda.

En la geografía extensa de sus sueños ondeaba el rojo fuego de su cósmica bandera de armada rebeldía ofendida, haciendo evidente que en su alma volcánica hervía el magma de lo real maravilloso como utopía cierta de la comunión humana.

Marulanda, compañeros, seguirá siendo el campo y la selva, rastrojo y labrantío en resistencia: con su lanza de Sol, con sus flechas de Luna, con sus botas de arcilla, con su adarga de arboles enhiestos y en su mente la tempestad de las estrellas.

Marulanda, sí, Marulanda; su nombre es de agua, es de plantas silvestres, piedras de zafiro, de gotas de rubí… Naturaleza él, las espigas del honor le germinan cual centellas desnudas de ofendidos dioses justicieros.

No en vano sus tormentas de fe blandieron relámpagos de gloria en las fauces abismales del terror de los tiranos.

Oh Marulanda, árbol portentoso del amor fructificado. Por la angustia de los desvalidos tu nombre seguirá viviendo.

Oh Marulanda, profeta de la aurora, invicto pastor de la rebeldía: en el cáliz de su corazón se fermenta el vino de nuestra eucaristía consagrada al fin de la explotación y la tiranía.

Como en Marulanda, estará en cada combatiente bolivariano y en el conjunto del ejército insurgente por él forjado, el ideario comunista erguido, así las muertes de su utopía, como las historias de su propia muerte se escuchen en los confines de la selva y de la montaña.

Quién sabe cuántas veces más nos anunciarán su muerte.

Quién sabe cuántas veces más tendrá que venir al mundo como metáfora de céfiro o de tormenta, a sumar certezas por la Patria Grande que soñó Bolívar.

Quién sabe si ahora mismo esté disfrazado de neblina, con una legión de nardos, geranios, lirios o veraneras; como un ángel vegetal resguardando nuestras marchas insurgentes, o con su puño en nuestros puños, con su voz en nuestras voces, con su alma en nuestras almas. Lo más seguro es que aquí está y permanecerá como el Ángel de la Guarda del guerrillero.

Compañeras y compañeros, no decimos más porque sabemos que en todos habita la certeza de su permanencia, que toda la energía de sus convicciones nos anima y nos mantiene unidos con su indestructible pasión de libertad que nos hace sentirle presente como si jamás se hubiese dado aquel adiós de marzo en su camino.

Algún día no lejano, habrá que escribir sobre la vida de nuestro Comandante en Jefe. Por ahora, quedémonos con su magia, con esa energía vital que nos da la certeza en la victoria, con el hechizo de su nombre, que es el nombre de la resistencia.

Marzo de 2010, Año Bicentenario del Grito de Independencia.

¡Comandante Manuel Marulanda Vélez:

Juramos vencer, juramos vencer!