En ocasión del 50 aniversario del levantamiento armado de 1932

EN OCASION DEL 50 ANIVERSARIO DEL LEVANTAMIENTO ARMADO DE 1932

Declaración del CC del PCS

Los acontecimientos del mes de enero de 1932 tuvieron a la base el catastrófico impacto de la crisis del sistema capitalista mundial en nuestro país y expresaron la resuelta disposición de las masas trabajadoras y populares en general a resolver el problema de la toma del poder que surgía al primer plano de la exigencia del momento. A 50 años de distancia no podemos tener de aquellos sucesos solamente la impresión de la horrible matanza que la oligarquía y el ejército desataron sobre los humildes que intentaron conquistar la liberación social con sus propias manos, aunque ciertamente es este uno de los aspectos que nos aproximan a una reflexión valedera en los momentos actuales: la burguesía salvadoreña no estuvo ni está en disposición de permitir pacíficamente la pérdida de sus privilegios sociales, económicos y políticos, y a cualquier precio, sin escatimar el costo en decenas de miles de vidas, ni todos los demás aspectos del costo social que ello signifique, defendió y defiende hoy sus injustos intereses.

Los comunistas de hoy inclinamos nuestras banderas ante los heroicos fundadores de nuestro partido y de los luchadores de todo un pueblo que supieron cumplir con su deber, pero creemos que, sin perjuicio de detenernos posteriormente en el estudio del fenómeno insurreccional del 32, estimamos importante caracterizar algunos aspectos del mismo en ocasión del 50 Aniversario de su realización.

Las condiciones económicas y políticas del momento, como ya dijimos, correspondieron a una grave crisis económica del capitalismo mundial. La economía norteamericana entró al furioso torbellino en un momento álgido de aquella crisis con la quiebra de la Bolsa de Valores de New York y la consiguiente bancarrota de cientos de bancos y miles de empresas industriales, comerciales y de servicios; fueron lanzados a la calle millones de trabajadores. En los países capitalistas de Europa el panorama fue el mismo. En los países coloniales y dependientes se descargaron los efectos de la crisis económica de las metrópolis y en nuestro país vinieron acompañados por una aguda crisis política:

Después del gobierno de Pío Romero Bosque, sucesor de la dictadura de los grandes terratenientes Meléndez-Quiñónez, se estableció el gobierno del Ingeniero Arturo Araujo. Romero Bosque fue impulsor de ciertas reformas políticas que permitieron a Araujo ganar arrolladoramente las elecciones presidenciales de1930, tras una campaña de propaganda basada en postulados del ideario del pensador reformista pequeño-burgués, Alberto Masferrer, quien además, participó personalmente en dicha campaña.

Este intentó hacer un gobierno reformista burgués sumamente tímido, pero su propaganda del período electoral y la relativa tolerancia al movimiento popular durante sus primeros meses lo llevaron a chocar con los intereses de la oligarquía cafetalera y terrateniente en general. Esto fue así, pese a que este gobierno no respondía ni tan siquiera a la necesidad de realizar las reformas oportunas para el desarrollo del mismo sistema capitalista en El Salvador.

Los amos del café, desesperados por la aguda crisis económica y espantados ante el combativo movimiento de masas ensanchado por ésta y orientado por el trabajo del Partido Comunista, se opusieron a todo intento de reforma social , por tímida que ésta fuera, cerrando así toda posibilidad de enfrentar las consecuencias políticas de la crisis por una vía que no fuera la de la represión y de la dictadura militar.

El Partido Comunista de El Salvador, fundado el 28 de marzo de 1930 corno fruto del desarrollo del movimiento obrero y de la necesidad histórica de dotar a éste de su Partido Político para la lucha contra el Capital, realizaba un importante trabajo de organización sindical en la ciudad y el campo. Nacido en la cresta de una grave crisis económica y política, concitó de inmediato el odio de la oligarquía, que vio en los comunistas un grave peligro que debía ser eliminado a toda costa para asegurar la tranquila perduración de su reaccionario dominio sobre nuestro país.

El Salvador entró así en la turbulencia de una situación revolucionaria que situó el problema del poder en el primer plano. Mientras por un lado, “los de arriba” no podían seguir gobernando antes, sin resolver sus contradicciones entre si y con el pueblo, “los de abajo” no querían igualmente seguir viviendo como antes.

Para formarnos una idea de la magnitud de aquella crisis en nuestro país e imaginar sus consecuencias políticas, basta recordar el descenso vertiginoso de los precios del café, que llegaron a trece colones por quintal, los miles y miles de desempleados en la ciudad y el campo, los jornaleros agrícolas deambulando con sus familiares en los caminos, sin qué comer, sin qué tener para vivir y la
incapacidad del Estado para responder al gasto público.

Pronto se hizo evidente la incapacidad del gobierno de Araujo para enfrentar la crisis y eso promovió la acción del ejército con iniciales matices democráticos, pero en definitiva fortaleciéndose en sus filas las posiciones más derechistas. El golpe cuartelario del 2 de diciembre de 1931, que derrumbó al gobierno de Araujo y llevó al poder al General Maximiliano Hernández Martínez, se constituyó en enero en la solución militar contra-revolucionaria a la crisis.

Fue en aquel cuadro de agudas contradicciones sociales y vuelcos políticos, que el recién fundado Partido Comunista de El Salvador supo hacer frente a la máxima prueba de toda organización revolucionaria: conducir a las masas populares a la lucha armada por el poder; con los resultados históricamente conocidos y aún no suficientemente enjuiciados.

La insurrección de 1932 que correspondiendo al atraso social imperante, fue principalmente una rebelión campesina, contó para su estallido con los fuertes factores objetivos ya señalados, aunque no contó, porque no podía contar, con la adecuada dirección político-militar del Partido Comunista, teniendo en cuenta que éste tenía apenas menos de dos años de edad y carecía por tanto, de la suficiente experiencia y capacidad para dar organización y dirección eficiente a la insurrección.

No se puede ignorar, sin embargo, que aún antes de la fundación de su partido, los comunistas realizaron un extenso y ramificado trabajo de organización de las masas de la ciudad y del campo, difundiendo las ideas de la revolución social, educando políticamente al pueblo, elevando en definitiva su conciencia. Esto es lo que explica por qué la insurrección popular surgió indisolublemente vinculada a los comunistas.

Es incuestionable que el problema del poder ocupó un puesto central en la insurrección de 1932; incluso se probó a constituir “soviets” en algunos lugares de las zonas insurrectas, pero el carácter de la revolución por la que se luchaba no estuvo suficientemente clarificado. Según el testimonio de compañeros que vivieron esa experiencia, el Partido había definido que aquella era la etapa de la “revolución democrático-burguesa” pero es sumamente dudoso que tal definición fuera todavía comprendida por su militancia de base y, mucho menos, por las masas. En realidad, hacer una acertada definición del carácter de la revolución es un problema nada fácil, que el PCS no pudo resolver durante decenios, sino hasta tiempos bastante recientes.

En todo caso opinamos que para hacer la caracterización de aquel movimiento revolucionario se ha de tomar en cuenta el incipiente nivel de desarrollo cuantitativo y cualitativo de la clase obrera de la época, propio del escaso desarrollo de las fuerzas productivas en las condiciones de un país agrario.

Los comunistas comprendieron la necesidad de derrocar por la violencia el viejo poder oligárquico, aunque participaron en las elecciones municipales en los primeros días de enero, el mismo mes de la insurrección.

¿Acaso no fue ésta una dura exigencia de la historia para un partido joven? ¿Acaso no fue una valiosa y aleccionadora experiencia para el propio PCS, ésta de pasar casi de inmediato de una forma de lucha a otra superior?

La derrota de la insurrección y sus duraderas consecuencias negativas en la historia de nuestro país, llevaron incluso a algunos comunistas, a conclusiones alejadas de todo juicio histórico justo en las cuales la insurrección de 1932 aparecía como un tremendo y catastrófico “error cuyo precio fue necesario pagar durante décadas”. Tales conclusiones influyeron en alejar por demasiado tiempo al PCS de la elaboración de una línea revolucionaria, basada en su propia experiencia revolucionaria. Incluso en un tiempo llegó a prohibirse a la militancia hablar de la existencia de su Partido Comunista, supuestamente para “asegurar su desarrollo fuera del peligro de la represión”. la historia de la revolución mundial ha confirmado con creces el sabio juicio de Marx, según el cual: “La derrota después de un buen combate es un hecho de no menor importancia histórica, que la victoria que se logra fácilmente”.

En 1932 el pueblo oprimido y el naciente Partido Comunista respondieron al reto de la historia y se lanzaron a la lucha armada contra el enemigo de clase; de la derrota de la insurrección y sobre los cadáveres de los treinta mil trabajadores asesinados durante la bestial matanza que la siguió, surgió la dictadura militar que hoy está llegando a sus últimos días, bajo los golpes del puño popular. Así, pues, en 1982, 50 años después, el pueblo y sus organizaciones de vanguardia también responden al reto de la historia, nos enfrentamos con los herederos de aquellos que en 1932 cazaron millares de revolucionarios y pacíficos ciudadanos y, saludaron la matanza como una “sagrada necesidad” para defender “el orden y la ley”. Nuestros enemigos de hoy son nuestros enemigos de ayer.

Los imperialistas yanquis, que después de 1932 apoyaron a la feroz dictadura militar derechista surgida del baño de sangre, son lo mismos que hoy apoyan y realizan contra el pueblo salvadoreño, en criminal complicidad, un baño de sangre mayor que el de 1932.

Como en aquellos años, la crisis económica y política son las dos caras de la crucial situación histórica que busca salida; y la solución impedida hace 50 años se abre paso hoy inconteniblemente.

Los comunistas salvadoreños, las fuerzas revolucionarias hermanas y el pueblo todo, continuamos hoy, con más experiencia, con más fuerza, con más organización, con más destreza y con igual decisión inquebrantable de vencer, la tarea inconclusa de ayer.

Pero también hay diferencia del presente respecto a 1932: el pueblo salvadoreño construye la más grandiosa empresa unitaria de su historia y las banderas que el FMLN levanta en los frentes de la guerra popular revolucionaria, expresan los intereses, la conciencia, la acción combativa, organizada y experimentada de inmensos sectores del pueblo, directamente incorporados a la lucha: los heroicos revolucionarios del 32, no pudieron contar con la enorme y calurosa solidaridad internacional que hoy apoya nuestra lucha. El mundo de aquellos lejanos días de derrota se entero apenas de los sucesos por las noticias periodísticas, que en la mayoría de casos hablaron de un “complot rojo” aplastado en un pequeño país latinoamericano y del “vandalismo comunista” castigado por los “defensores del orden”: en la minoría de los casos, los periódicos del mundo hablaron de la horrible matanza. Hoy, en cambio, la lucha de nuestro pueblo concita la más amplia solidaridad internacional, incluyendo la solidaridad del pueblo de Estados Unidos.

Agustín Farabundo Martí, fundador emérito del PCS y el más destacado dirigente de aquella alborada revolucionaria, esta para siempre en el corazón del pueblo trabajador y su nombre es el de la vanguardia unificada que dirige hoy su lucha; los nombres de otros mártires y héroes de 1932, humildes trabajadores todos ellos, son estandartes de combate y denominan nuestros actuales frentes de guerra: Modesto Ramírez, Francisco Sánchez, Feliciano Ama. Es esta una natural y lógica expresión del respeto y admiración que merece a las actuales generaciones de revolucionarios, la memoria de aquellos que hace 50 años nos enseñaron a no abandonar a las masas insurrectas y a luchar resueltamente por la victoria de la revolución.

Muchísimos nombres más de ejemplares revolucionarios y patriotas participantes en la imborrable gesta liberadora de 1 932, caídos los más, sobrevivientes los menos, llenan las páginas de la historia de El Salvador y América Latina, en el presente siglo: Rafael Bondanza, Segundo Ramírez, Mario Zapata, Alberto Gualán y tantos más.

En los actuales días, se unen a aquellos nombres los de Víctor Manuel Sánchez, Lil Milagro Ramírez, Dimas Alas, Rafael Arce Zablah, Humberto Mendoza, Rafael Aguiñada Carranza, Ernesto Jovel, Clara Elizabeth Ramírez, Miguel Ángel Gámez, Manuel Castillo, Rafael Aguiñada Deras, Juan Chacón, Raúl Hernández, Juan Castro. Leonel Arevalo Martínez, Manuel Franco, Felipe Peña, Carlos Arias, Sebastián Guevara, Irma Elena Contreras y cientos de ejemplares revolucionarios más, junto con insignes demócratas no marxistas, como Enrique Álvarez Córdoba y auténticos y ejemplares cristianos, encabezados por Monseñor Oscar Arnulfo Romero.

El camino de la violencia revolucionaria emprendida por las masas trabajadoras en 1932, respaldó la justeza de las exigencias populares por y clamó por la libertad y justicia, el trabajo, la salud y a educación, por el derecho del pueblo a ser dueño de su propio destino, sin embargo, la experiencia demostró que la violencia revolucionaria de las masas ha de expresarse necesariamente en un ejército igualmente revolucionario.

Ni nuestro pueblo, ni nuestro Partido contaron con el tiempo suficiente para construirlo, circunstancia que influyó decisivamente en su derrota. Lenin enseñó: “El ejercito revolucionario se necesita para batallar y dirigir militarmente la lucha que las fuerzas del pueblo despliegan...”El ejército revolucionario se necesita porque los grandes problemas de la historia se pueden resolver únicamente por la fuerza y la organización de la fuerza en la lucha de nuestros días es la organización militar”. Siguiendo a Lenin se comprende como “los grandes problemas de la historia” de El Salvador de 1932 no podían ser resueltos sino por la fuerza y de allí la justificación histórica de la insurrección popular. Pero esa fuerza hubo de ser organizada, exigió ser organizada y no lo fue, ni lo podía ser tomando con cuenta la cortísima edad y la consiguiente falta de experiencia de nuestro partido.

La derrota inflingida al movimiento popular en 1932, inicio largos años de sangrienta dictadura militar. El Partido Comunista al aplastante golpe recibido, se convirtió en el único y solitario luchador por las ideas del marxismo-leninismo; en su seno aparecieron tendencias que, evaluando la insurrección a partir únicamente de sus resultados, renunciaban a la lucha armada, dando pie así al nacimiento y perduración de posiciones reformistas. Pese a todo ello el Partido Comunista fue la única organización revolucionaria capaz de resistir durante décadas las embestidas represivas de los distintos gobiernos que fueron eslabonando la cruel cadena de la dictadura castrense reaccionaria.

En el seno del PCS fueron formadas generaciones enteras de revolucionarios, fue el partido la fuente primicial donde adquirieron las nociones del marxismo-leninismo destacados revolucionarios, dirigentes sindicales y estudiantiles, dirigentes campesinos, activistas y dirigentes políticos, jefes guerrilleros y combatientes, algunos de los cuales engrosaron las filas de organizaciones revolucionarias hermanas.

A 50 años de distancia de la gloriosa insurrección popular, los grandes problemas de nuestra historia exigen solución mediante la fuerza, y nuestro pueblo de nuevo se ve abocado a realizar esta hazaña y junto a él, combatiendo y sangrando, está el PCS, surgido a la lucha armada de una historia de medio siglo de heroísmo, aciertos y errores, conciente de su deber y de su papel y educado en las lecciones de todas las formas de lucha, asimiladas a lo largo de su dilatada, azarosa y difícil existencia.

A partir de 1970 el movimiento revolucionario se enriqueció con el surgimiento de las hermanas organizaciones revolucionarias armadas, junto con las cuales, luego de un tempestuoso período de acre polémica, se encuentra el PCS construyendo la empresa unitaria más grande de nuestra historia, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. El Partido Comunista de El Salvador ha entregado a esta unificación una contribución valiosa y considera indeclinables sus banderas unitarias.

En el proceso de la unidad, nuestro Partido ha invertido no pocos esfuerzos y su consecuente lucha le ha permitido, a través de un honrado y franco proceso autocrítico, encontrar y superar los errores que debían ser derrotados, para situarse en el lugar que corresponde a su misión histórica y a la vanguardialidad de las ideas del marxismo-leninismo.

A partir del 28 de febrero de 1977, luego de la masacre en la Plaza Libertad, se produjo el vigoroso encuentro de las masas populares mayoritarias con el camino iniciado 7 años atrás por las organizaciones revolucionarias hermanas y por sectores populares avanzados; y dio comienzo también el complicado viraje del PCS hacia la lucha armada y la consiguiente creación de su brazo armado, las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL). Se ha sintetizado unificadoramente así la larga y rica experiencia de nuestro partido, con la guerra popular revolucionaria que se desarrolla ascendentemente en nuestro país.

De la misma manera que en el 32, a nuestro pueblo sólo le quedó, en la confluencia de los años 70 y 80, el camino de la lucha armada para poner fin a la sangrienta y constante represión, conquistar la libertad, la justicia, la independencia verdadera de la nación y hacer respetar su razón y su voluntad, mil veces burlada cuando intentó expresarla en el marco de la leyes. La Junta Militar Democristiana intenta hoy lo imposible: engañar al pueblo con unas elecciones en las que nadie cree ni puede ya creer en nuestro país; la verdad es que esas elecciones de
Asamblea Constituyente no son sino el ropaje político para legitimar la agresión que los sectores más guerreristas y contra-revolucionarios del imperialismo yanqui, encabezados por Haig-Reagan, pretenden realizar contra el pueblo salvadoreño, ya sea con su propia mano o valiéndose de la mano de los gobiernos latinoamericanos más reaccionarios y militaristas.

En 1932 las elecciones se organizaron y se realizaron para institucionalizar la dictadura establecida en diciembre de 1931 y precedieron inmediatamente a la insurrección: en 1982 las elecciones se programan en medio del desarrollo de la guerra popular revolucionaria, para legalizar la agresión a nuestro pueblo; esta mezcla de elecciones y contrarrevolución sanguinaria es una constante de nuestra historia durante los 50 años pasados, pero hoy esa fórmula está condenada al fracaso y solamente sirve para hacer evidente la incapacidad de la dictadura militar para derrotar al FMLN y la apremiante necesidad en que se encuentra de contar con tropas invasoras extranjeras para alargar su agonía. Si tales planes son ejecutados por el imperialismo yanqui y la dictadura militar fascista, pueden prender las llamas de la guerra en toda Centro América e incluso extenderla a regiones del Caribe, con todos los riesgos que hay en ello para la paz mundial, pero no lograrán derrotar al pueblo salvadoreño ni a ningún otro pueblo de esta parte tensa y sensible de la Tierra. El FMLN, al mismo tiempo que adelanta su lucha liberadora, realiza un gran trabajo político y diplomático por impedir la agresión y ahorrar a nuestros pueblos sangre y sufrimiento, y ahorrar al mundo los peligros de la ruptura de la paz.

Las añosas estructuras económica-sociales del país exigían ya en 1932 ser cambiadas. A 50 años de distancia, el FMLN-FDR expresan hoy la oposición de vastos sectores mayoritarios de la nación a las injustas y opresivas estructuras económicas, sociales y políticas; y si hace 50 años se pudieron encontrar medios paliativos para la crisis, en estos momentos los paliativos ya no bastan y la revolución avanza como único recurso para resolverla de modo estable, definitivo y en favor del pueblo.

Nuestros héroes del 32 no pudieron formar un ejército revolucionario que batallara y dirigiera militarmente la lucha que las masas del pueblo desplegaron contra el ejército oligárquico, ahora, en cambio, hemos logrado construir su ejército revolucionario, expresión de sus intereses y verdadero y único garante del triunfo de la revolución y de su efectiva defensa. Nuestra lucha despierta hoy la solidaridad de todos los pueblos del inundo y de gobiernos amigos, nuestro país es sinónimo de heroísmo ilimitado, de audacia e inquebrantable
decisión de vencer.

Si hace 50 años los trabajadores del mundo se compadecieron de un pueblo masacrado y vejado y deploraron la suerte de una vanguardia revolucionaria que, aún sabiendo cumplir hasta el final con su deber fue derrotada, hoy presencia y apoya la culminación de aquel esfuerzo heroico, con un pueblo que ha aprendido ya a golpear y a derrotar a sus enemigos. La sangre derramada por nuestros mártires durante más de 50 años germina hoy en estas luchas y en la victoria que no está lejana.

La insurrección popular del 32 y la fundación de nuestro partido, son acontecimientos estrechamente vinculados que han tenido honda repercusión en la historia política del país y la derrota sufrida a manos de los oligarcas tuvo a su base la debilidad del destacamento revolucionario de vanguardia, pese a la razón y a la justicia que asistió al pueblo insurrecto.

Contamos ahora con la razón y la fuerza para triunfar, con el ánimo inquebrantable de vencer. Nuestro pueblo avanza incontenible hacia el logro de su liberación definitiva.

Esta lucha encarnizada e includicable es el mejor homenaje a nuestros héroes y mártires de 1932.

¡GLORIA ALOS MARTIRES Y HEROES DE LA INSURRECCION DEL 22 DE ENERO DE 1932!

¡GLORIA A LOS FUNDADORES DEL PARTIDO COMUNISTA!

¡UNIDOS PARA COMBATIR HASTA LA VICTORIA FINAL!

¡REVOLUCION O MUERTE, VENCEREMOS!

¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAISES, UNIOS!

El Salvador, enero de 1982
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Fuente: Centro de Estudios Marxistas Sarbelio Navarrete