Carta abierta a Mauricio Arenas Bejas

CARTA ABIERTA A MAURICIO ARENAS BEJAS

“Olvidar quiénes eran y qué había
detrás de los nombres,
eso es estar muerto”
(C.Fuentes)

Querido hermano:

Cómo pensarte sin la tristeza de tus últimos días. Tú que siempre miraste la vida de frente, tú que te arriesgaste como pocos. En esas horas del gran silencio y de la última soledad, te imagino repasando tu vida, tan plena e intensa como querías vivirla. Una vida que no fue de tonos grises, sino de fuertes contrastes, de azares y victorias.

Qué vida singularmente accidentada la tuya Joaquín. Recorriste los extremos de esta existencia mirando con ironía los “designios” que esta historia reservaba para ti. Como aquel 7 de septiembre cuando esculpiste con balas aquella imagen sacra en el auto del tirano, imagen que sólo existió en su mente aterrorizada y que luego llamó milagro, porque ese día él sobrevivió. Más tarde me contabas repetidas veces con qué desespero veías el vidrio astillarse apenas, y continuabas dando tiros a centímetros del auto que aceleraba y huía. Faltó tan poco para que le abrieras el camino a la muerte voraz. “uno o dos segundos más y el vidrio se quebraba” decías tú y ahí nos deteníamos a pensar cómo ciertas circunstancias fortuitas y/o insignificantes, muchas veces determinan el rumbo de la historia, y según tú, esta última siempre tiene más imaginación que los hombres.

También pienso en tu dolor en esa, tu última noche. No en el dolor físico que el cáncer te producía, sino ese más profundo que habita los rincones de la conciencia. Ese mismo dolor que sentiste otras veces que también morías; cuando soportaste diecisiete días de tortura en las mazmorras de la CNI, allá en Viña, y meses después al reencontrarnos en las calles de Santiago me decías taxativo: “sabes compa, es preferible morir a ser torturado, además del inmenso dolor físico, es totalmente degradante. No me capturan vivo de nuevo los chanchos”. Años después, fuiste ejemplarmente coherente con esas palabras, cuando en Vicuña Mackenna, te resististe a ser capturado por los “chanchos”. En combate desigual, fuiste lentamente sucumbiendo y mientras el plomo perforaba tu carne y quebraba tus huesos, pensabas… “qué dolor, mi mayor dolor es no estar con mis hermanos hoy…” Sí Joaquín, así recuerdo que escribiste en una nota que nos enviaste desde el hospital, relatando tu “accidente de trabajo”. Estabas dispuesto a pagar el precio de la muerte para escapar a los torturadores, por lo tanto tres años de prisión, donde tuviste que reaprender a caminar, podría ser un precio razonable sino fuese porque en ese pedazo de tiempo perdimos lo mejor y más querido del Frente. “Corpus Christi” y después “Los Queñes” nos envolvieron en una tristeza que no se disiparía nunca más. No olvido tu desespero e impotencia cuando expresabas desde la cárcel que debíamos honrar a nuestros muertos. Era el momento de quemar las naves.

Un tiempo después, te arrastrabas sofocado por el polvo en un túnel interminable. Conseguías con otros hermanos volver junto a nosotros. La dictadura terminaba. Habíamos hecho lo nuestro, pero el tirano continuaba acechando los días de nuestro país.

Cargas todas esas cicatrices como marcas de tu historia. Ahí postrado y febril las recuerdas una a una. La fiel Miriam vela tu agonía. Quizás sólo la presientes, sumido como estás, en tus recuerdos. No sabes Lobo, cuántas veces te he imaginado en esas últimas horas, luchando por una muerte digna.

Sin duda, también habrás recordado, con satisfacción, tu última misión cumplida. Esa que le negó en términos definitivos el mayor ideólogo a la derecha pinochetista, con esas palabras resaltabas la dimensión estratégica, cuando conversábamos respecto a las repercusiones de aquel hecho. También en cierta ocasión señalaste categórico: “puede que haya sido un error político, pero fue una acción justa”. De esa forma enfatizabas el argumento moral de nuestra política “No a la Impunidad”, la cual era más que nada, un imperativo ético.

Sé que tu mayor dolor fue no estar con tus hermanos en ese último adiós, aquella noche final.

Guardo intacta tu imagen de la última vez que nos vimos antes que viajaras, donde me expresaste tu preocupación por preservar el legado de José Miguel, de Tamara y de otros destacados rodriguistas, en lo referente a la autoridad moral del núcleo dirigente, al ejemplo personal.
En nuestro abrazo de despedida se concentraban todas las palabras no dichas… y todavía te pregunto: por qué no pediste que te acompañara en ese último viaje? Simplemente me dijiste “cuida a los muchachos”.

Tu Joaquín, Facundo, reconocido por excelencia como hombre de acción en las filas del Frente, respetado y apreciado por tus hazañas operativas donde fuiste el más destacado, eras también un hombre fecundo en ideas, y andabas siempre bien provisto de ellas, escuchando y cuestionando. No es de extrañar si provenías de la escuela mirista, admirador de Miguel, escuela que estimulaba el pensamiento crítico, eras orgulloso de esos orígenes, así como de ser el único miembro de dirección sin preparación, de cualquier tipo, en el extranjero. Con cierta ironía decías que permaneciste todo el tiempo en Chile, combatiendo la dictadura.

Tantos recuerdos de ti golpean mi memoria, de tu transparente y dura vida, de tu vida breve pero suficiente para graduarte de hombre.

Recuerdos de tu hermano que carga el peso de la sobrevivencia.

Mauricio Hernández Norambuena
(20 años después)
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Fuente: fpmr-chile.org