Carta abierta a la señora Marleny Orjuela

Señora:
Marleny Orjuela
ASFAMIPAZ, Bogotá.

Apreciada señora:

Aparte de considerarla de manera especial por su condición de mujer colombiana que trabaja por la paz, me dirijo a usted por su condición de líder del movimiento de familiares de militares y policías prisioneros de guerra, por cuya libertad ha librado durante años una incansable batalla. Sabemos que usted encarna el dolor y la esperanza de muchas familias, a quienes nos dirigimos por su intermedio, y a todas las cuales procuramos satisfacer con las liberaciones prometidas.

La acidez característica de los comentaristas de la gran prensa, muy bien pagados para denostar de nuestra lucha, repudia enfurecida, de común acuerdo con el alto gobierno, cada una de nuestras actitudes de reconciliación. Las clases privilegiadas de Colombia no sólo han hecho un credo de la guerra, sino que aspiran a que ese credo sea el único que alimente la conciencia de 46 millones de compatriotas. Nosotros, en cambio, siempre hemos pensado diferente.

Es una lástima que todos los días se esté derramando sangre de colombianos humildes en un largo enfrentamiento. No deberían morir militares ni policías. Tampoco tenían que morir los guerrilleros. Quizás fuera mejor que no existieran ni los unos ni los otros. Que no tuviéramos que hablar de prisioneros de ambos bandos. Que hubiera una democracia real en Colombia. Que no se asesinaran sindicalistas ni opositores políticos. Que no se desplazaran millones de campesinos.

Si como sentenciara alguna vez Balzac, es cierto que detrás de toda gran fortuna hay un crimen, se comprende por qué en nuestro país existe una desigualdad social tan escandalosa. Han sido tantos los muertos como gigantesca es la riqueza de la elite financiera, industrial y terrateniente. Militares y policías son adoctrinados y entrenados para defender los intereses de esa minoría selecta. La misma que se muestra insensible y soberbia cuando los ve en desgracia.

Es por eso que permanecieron tantos años en nuestras filas. Aunque no tantos como las guerrilleras y guerrilleros condenados a penas de 50 y 60 años en las tenebrosas mazmorras del Estado colombiano o de los Estados Unidos. La realidad es dura, es cierto, pero tiene dos caras. Los soldados y policías que serán liberados contaron con mejor suerte que los miles y miles de desaparecidos, que las miles de víctimas de los falsos positivos.

Que los decapitados por las motosierras, que los colombianos a quienes se abrió el vientre antes de arrojarlos a los ríos, o los que fueron lanzados a los criaderos de caimanes. Todo ello con la complicidad abierta de las fuerzas militares y de policía colombianas. Con el patrocinio de la clase política y el beneplácito de los sectores pudientes. Las marchas de aplausos organizadas por el Presidente Santos en las áreas controladas por el paramilitarismo, no reviven los dirigentes de los reclamantes de tierras que están siendo asesinados con absoluta impunidad.

Es asombroso el manejo mediático con el que se pervierte la realidad en nuestro país. Toda la parafernalia informativa ha sido puesta al servicio de la máquina asesina del régimen, haciendo parte integral de sus planes de guerra. Con ella se pretende apoderarse de la conciencia de la ciudadanía, del más elemental de sus análisis. A ustedes, cuyo dolor jamás fue sentido por las alturas del poder, es obvio que intentarán usarlos para azuzar aún más el odio y la guerra.

Para que otros militares y policías sigan muriendo, sigan siendo heridos, o sigan cayendo prisioneros. Nosotros creemos que vale la pena intentar romper ese círculo maldito y apostarle más bien a la reconciliación y la paz. Un ministro de la defensa que presume de haberse criado en los cuarteles por ser hijo de un oficial, tal vez haya ido a los saunas del Club Militar a sacarse sus guayabos, pero no tiene la menor idea de lo que significa un combate.

Eso lo sufren es los hijos, los hermanos, los padres de los humildes policías y soldados que por un sueldo miserable se juegan todos los días la vida. Cuando públicamente asumimos el compromiso de no realizar retenciones con fines financieros, culminamos un proceso interno promovido por el camarada Alfonso Cano, encaminado a poner fin definitivamente a esa práctica. Los mismos predicadores de la guerra salen a descalificarnos ahora con rebuscados pretextos.

Recientemente brotan frecuentes noticias acerca del empleo por nuestra parte de toda clase de atentados contra la población civil. Un transeúnte en el Cauca supuestamente activó un minado cuando cayó de su bicicleta justo encima de él. Un extraño campesino apareció con los labios cosidos con alambre porque se negó a activar un burro bomba por cuenta nuestra. Un supuesto minado nuestro afectó en El Tarra a los niños de una escuela.

Semejantes barbaridades son creación de la inteligencia militar. Ninguna resistiría la más sana indagación probatoria. Pero los medios las repiten cientos de veces en obediencia a su señalada tarea. Observamos que ahora se la intenta convertir a Usted en adalid de la lucha por la liberación de no sé cuántos centenares de secuestrados. Todas esas cifras son también falsas. Los precisos porcentajes que País Libre asigna a las FARC, obedecen a quizás qué elaboraciones preconcebidas.

Hasta la expresión usada en nuestro comunicado para invitarla a Usted a tomar parte en la comisión que reciba los prisioneros en la fecha acordada, es decir en la que se acuerde tras los necesarios protocolos, ha sido maliciosamente manipulada por algunos para insinuar que ya existe un previo acuerdo entre usted y nosotros sobre el asunto. Así son de miserables. Los peores enemigos de la paz buscan ahora el modo de aprovecharse de ustedes.

Y convertir en crimen cualquier intento por encontrar una salida política distinta a la rendición y entrega que presiona Santos. No hay que dejarles cumplir sus planes. Fraternalmente,

Timoleón Jiménez

Comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EP
Montañas de Colombia, 3 de marzo de 2012.