Carta de Timoleón Jiménez a la Asociación de Cabildos Indígenas Cxhabwa La Kiwe, del norte del Cauca

Compañeros:

ASOCIACIÓN DE CABILDOS INDÍGENAS CXHABWA LA KIWE (DEL NORTE DEL CAUCA)

Montañas del departamento del Cauca.

Apreciados compatriotas:

He tenido conocimiento de la comunicación recientemente dirigida por Ustedes, la cual cuidé de leer con sumo respeto y atención. Con la misma claridad y franqueza con que su Asociación expresa su pensamiento y propósitos, procedo a responder sus inquietudes en mi condición de Comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EP, organización que como ustedes conocen, nació en 1964 a la vida política colombiana como expresión de la resistencia popular a la guerra de agresión contra el pueblo, y se acerca a cumplir cincuenta años de lucha indeclinable por la paz.

Que ustedes expresen con tanto fervor su anhelo por la paz, confirma nuestra convicción de que las grandes mayorías colombianas claman en las cuatro esquinas del país por ese preciado bien. La guerra civil colombiana no ha sido una decisión del pueblo de este país, sino una imposición de sus clases pudientes dominantes. Es natural que el pueblo que la sufre la rechace con ahínco. Nosotros somos los primeros. Por eso la combatimos en todas las formas posibles.

Es un hecho reconocido por numerosos estudiosos de la realidad colombiana, que la guerra en nuestro país responde a un modelo de acumulación de capital. El despojo de la propiedad rural y su concentración en cada vez más pocas manos, ha coincidido de manera asombrosa con las sucesivas agresiones contra las zonas agrarias por parte de las fuerzas oficiales y paraoficiales. Pretextos para ellas nunca han faltado. Las FARC no estamos integradas por soldados pagos ni conscriptos, sino por gente sencilla del pueblo de Colombia que se ha levantado a la resistencia. Campesinos, indígenas, negros y mestizos que decidimos enfrentar con las armas la agresión.

Es absolutamente cierto que el despojo contra los indígenas americanos lleva más de cinco siglos. Razón de más para luchar por su justa reivindicación. Compartimos completamente todas las aspiraciones de las comunidades indígenas y de hecho las estamos apoyando al riesgo de nuestra propia vida. Pero la fuerza de los hechos históricos impone también que los indígenas no son las únicas comunidades violentadas y perseguidas en Colombia.

A veces parece desprenderse de sus sinceras alegaciones, que las comunidades indígenas sólo miran por ellas mismas, desconociendo la suerte de los demás desposeídos y perseguidos de Colombia, que suman por lo menos treinta millones de compatriotas. El grave conflicto colombiano no puede ser solucionado sólo para las comunidades indígenas, simplemente porque ustedes hacen parte de Colombia, habitan en territorios codiciados por los mismos terratenientes e inversionistas que despojan a colonos, mineros, trabajadores y demás sectores explotados.

Con todo el respeto y la consideración que merecen, me permito expresarles que no es aislándose del resto de colombianos que claman fervientemente por la paz y la justicia social, como van a lograr conquistar sus viejos anhelos. El Ejército colombiano no sólo ocupa resguardos indígenas, sino que cumple su labor predadora por todo el territorio nacional. Su misión es prestar seguridad a inversionistas, empresarios y terratenientes nacionales o del extranjero, al precio de aplastar cualquier oposición al modelo de saqueo y empobrecimiento que defienden.

Nosotros no sólo creemos que el Ejército debe salir de las comunidades indígenas, sino de todo el campo colombiano. Su misión natural es guarnecer las fronteras en defensa de la soberanía nacional, pero las clases dominantes lo han convertido en una máquina al servicio de poderosos intereses extranjeros, dirigida directamente por generales norteamericanos.

El reconocimiento de la autonomía y la autoridad de las comunidades indígenas no nos hacen ciegos ante la suma de intereses que llegan a ellas. Si los conquistadores españoles se valieron de la Iglesia, los halagos personales y hasta de la corrupción de muchos caciques como mecanismos de avanzada para su presencia expoliadora, sabemos que igual sucede hoy con diversas organizaciones de rostro humanitario, benefactor o clientelista. Fenómenos así minan la credibilidad de muchos liderazgos en la propia base indígena y descomponen su organización.

Sentimos sincero respeto por su oposición al empleo de la violencia como mecanismo de lucha. En una humanidad civilizada, ajena a los intereses de clase, seguramente que tal pretensión será generalizada. Por eso luchamos. Pero no es menos cierto que las realidades de Colombia, gobernada secularmente por una casta violenta y agresora, terminaron por producir la respuesta digna de los de abajo. Y esa también es una forma respetable de lucha, que no puede ser condenada por principio sin borrar de un plumazo la historia y rozar los límites de la utopía.

Como se infiere de su aspiración de poder desarrollar un proyecto de vida, sin que cambien las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales que dominan el resto del país. El problema de ustedes no puede ser examinado a la simple luz de la no presencia del Ejército o la guerrilla en los resguardos, porque como dice Santos, el Ejército jamás va a abandonar sus bases. Porque su presencia encarna un modelo de dominación nacional, continental, de aspiraciones mundiales. Lo que hay que derrotar es ese modelo, y para ello hay que comenzar por el cambio del régimen.

Esa es nuestra lucha y la de millones de colombianos que estamos seguros los apoyan en este momento, los cuales verían fortalecidas sus aspiraciones si ustedes también apoyaran sus reivindicaciones. El asunto en la hora es unir fuerzas, no separarlas.

Las guerras son cruentas, más las que enfrentan a los pueblos con regímenes terroristas al servicio de potencias imperiales. Toda la maquinaria militar, económica, ideológica y política es puesta en juego por estos últimos en aras de su victoria. Ella incluye la propaganda negra, los infundios y provocaciones más groseras. Nosotros más que nadie somos víctimas de todo eso junto.

Si a nuestra gente llegan muchachos indígenas sanos, desesperados por la miseria en que crecieron, ansiosos por luchar para mejorar la suerte de su pueblo, no los rechazamos. No podemos, así es la lucha. Igual sucede con campesinos, mineros, obreros, estudiantes y toda la juventud colombiana que decide unirse a la lucha. Las normas del Derecho Humanitario que ustedes citan prohíben ubicar bases y cuarteles de guerra en medio de la población. Nosotros jamás lo hacemos, ustedes saben que la tropa sí, y de manera permanente y dolosa.

Ustedes exigen que no empleemos nuestras armas con riesgo para la población civil. Nosotros somos población civil a la que la violencia estatal y paramilitar obligó a alzarse. Jamás podríamos tener en la mente la idea de afectar gente inocente. En eso compartimos por completo su reclamo con plena disposición a evitar que ocurra. ¿Pero qué hacer con las fuerzas terroristas de ocupación? Consideramos válidos y legítimos los heroicos esfuerzos que ustedes cumplen hoy.

Si en Colombia cesan las operaciones militares, los bombardeos y ametrallamientos, los desplazamientos forzados, el despojo de la tierra, los crímenes contra el pueblo y la impunidad, con toda seguridad que no tendrá sentido la existencia de las guerrillas. Si el Ejército, la Policía y los paramilitares salen del Cauca, si termina su guerra contra indígenas, campesinos, mineros y pueblo en general, nosotros no tendremos problemas para salir también.

En toda Colombia crece un ruidoso clamor por la paz. Por una salida política a la confrontación. Esa ha sido entre todas la más vieja de nuestras banderas. Es el régimen el que jamás se ha aprestado a poner fin a su predilección por la violencia. Es a él al que hay que obligar a abrir un diálogo. Ustedes, que hoy más que nunca sufren el estilo característico de responder en Colombia a las aspiraciones de paz, son bienvenidos sin duda al trabajo por ella. Con su presencia combativa estaremos mucho más cerca de ella.

Reciban todo mi afectuoso abrazo, que es el de todas las FARC-EP, el de todo el pueblo colombiano que los admira, aplaude y respalda.

Timoleón Jiménez,
Comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EP

Montañas de Colombia, 20 de Julio de 2012.