De la insurrección a la guerra

DE LA INSURRECCIÓN A LA GUERRA

Entrevista de Marta Harnecker a Joaquín Villalobos, publicada originalmente en la revista Punto Final Internacional (México, diciembre de 1982). Posteriormente reproducida en Harnecker, Marta. Pueblos en armas, México: Universidad Autónoma de Guerrero, 1983; Ediciones Era, 1984; y Nicaragua, Editorial Nueva Nicaragua, 1985.
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Pronto se cumplirán dos años de guerra en El Salvador. La ofensiva revolucionaria de tipo insurreccional del 10 de enero de 1981 no fue sino su comienzo. El enemigo desconcertado no se mueve de sus cuarteles, pero sigue la campaña de terror en las ciudades. Las fuerzas insurgentes aprovechan estos meses para retirarse al campo y crear, en ese país con topografía adversa, densamente poblado y cruzado de carreteras, lo que para muchos era una quimera: sus zonas de retaguardia y su ejército guerrillero.

Esta experiencia histórica destruye una vez más el determinismo geográfico. No son las montañas selváticas sino las masas explotadas decididas a luchar por un destino mejor, conducidas por una vanguardia lúcida y flexible: el FMLN, las que han hecho posible el avance ascendente de las fuerzas guerrilleras. Estas, según lo han requerido las circunstancias, han sabido pasar de la lucha insurreccional a la guerra popular, de la defensa de posiciones a la guerra de movimientos.

A lo largo de ésta entrevista al joven pero experimentado jefe guerrillero y máximo comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP, Joaquín Villalobos, encontramos el más exhaustivo análisis y balance de la guerra hecho hasta la fecha.

1) LA OFENSIVA DE ENERO DE 1981, ¿UN ERROR?

—La estrategia que orientó la ofensiva militar lanzada por el FMLN en enero de 1981 tenía por objetivo principal —según entiendo— atacar, o al menos asediar a las fuerzas militares enemigas en sus cuarteles. De hecho no hizo sino repetir la experiencia nicaragüense de septiembre del 78, que es analizada críticamente por el comandante Joaquín Cuadra en una entrevista que le hicimos un año después del triunfo de la revolución sandinista. El actual jefe del Estado Mayor del Ejército Popular Sandinista sostiene que “el gran error” que entonces se cometió fue atacar “al enemigo donde estaba más fortificado ”, usando como arma principal el sitio. Reconoce que ésta táctica fija al enemigo, pero “en un terreno donde él domina ” y que esa forma “no permite resolver en favor de las fuerzas revolucionarias la situación. ” ¿Podrías decirme por qué se elige esta estrategia? ¿Influyó en esa elección el haber esperado sublevaciones militares y levantamientos populares que no se produjeron, al menos en la intensidad y extensión esperada?

Joaquín Villalobos: —Con relación a esto yo creo que quizá lo más importante es no restringir lo que fue la ofensiva de enero del 81 al problema meramente militar y al problema de la táctica empleada, sino referirla a la situación misma del movimiento revolucionario salvadoreño y a lo que había sido el desarrollo del movimiento de masas, que generó obviamente expectativas alrededor de posibilidades insurreccionales. Eso es lo que explica el por qué se utiliza esa táctica.

El objetivo en un primer momento no era aniquilar al ejército, sino sublevar a las masas y, sobre la base de la sublevación de las masas, pasar a la aplicación de diferentes tácticas que iban desde el asedio prolongado a guarniciones con el apoyo de las masas, hasta la aplicación de medidas que obligaran al ejército a moverse y así atacarlo en movimiento. Para San Salvador, por ejemplo, nuestros planteamientos no eran ocupar las guarniciones militares sino hostigarlas, en tanto otras unidades lograban sublevaciones en los barrios populares. Una vez logrado esto íbamos a intentar que el ejército se moviera a recuperar los barrios y en esos movimientos pretendíamos golpearlo.

Para ese momento no se puede decir que contáramos con mucho desarrollo en nuestra capacidad táctica para atacar al enemigo en movimiento, e incluso en sus posiciones; lo fundamental para nosotros era la sublevación de las masas y de esto se derivaría el problema militar. Y obviamente esto estaba también combinado con la posibilidad de levantamiento de algunos sectores del ejército. La explicación de por qué no logramos todos nuestros objetivos se encuentra en el desgaste que había sufrido la lucha de masas en los últimos meses debido al terror impuesto en las ciudades y en el proceso de resolución que empiezan a tener las contradicciones hasta entonces existentes al interior del ejército y de las diferentes fuerzas políticas de la junta.

Se puede decir que ellos ya habían logrado un alto grado de homogeneidad en torno al proyecto democracia cristiana-ejército y reformas-represión, y que es el momento de mayor nivel de consolidación. Pero sólo ahora se puede decir que eso estaba entonces en esas condiciones. En aquel momento, después de vivir un período con uno de los más fuertes movimientos de lucha de masas producidos en América Latina, era muy difícil tener ésta óptica.

Cabe entonces hacerse ésta pregunta: ¿quiere decir que en el caso de El Salvador era imposible una insurrección? Yo creo que no. Lo que pasa es que perdimos el momento propicio. O sea, hubo otros momentos de mas auge del movimiento revolucionario, de graves contradicciones en el campo enemigo, que eran a todas luces coyunturas en las cuales pudimos haber aspirado a cambiar la correlación de fuerzas a nuestro favor y a tomar el poder.

—¿Cuáles serían esos momentos?

Joaquín Villalobos: —Yo diría marzo-abril-mayo de 1980... Si se analiza un poco, en ese momento había incluso sectores de la burguesía susceptibles de establecer alianzas con nosotros y tenían peso político. Todavía ellos estaban, digamos, en el proyecto reformista y tenían algunas posibilidades de actuar. En el ejército, para decirlo de manera concreta, Mena Sandoval y los militares que se incorporaron el 10 de enero y los que honestamente creyeron en el golpe del 15 de octubre, estaban en su mejor momento al interior del ejército, había mejores posibilidades de conspirar dentro de los cuarteles, había una situación dentro del ejército de grandes expectativas en torno al movimiento revolucionario de masas, respeto, e incluso deseos de participar. Ellos habían buscado entablar conversaciones con la Coordinadora Revolucionaria de Masas.

Con el tiempo, todo eso va sufriendo un debilitamiento y la derecha va recomponiendo la situación al interior del ejército y va desplazando a esta gente. Por otro lado, las condiciones internacionales nos eran bastante favorables, era menos dificultoso obligar a Estados Unidos a buscar un arreglo negociado con el movimiento revolucionario. Posteriormente esto ha requerido mas esfuerzos, aunque yo creo que los norteamericanos van camino de entender que ellos tienen que llegar a una solución negociada. Pero en aquel momento eso era más posible.

Y por otro lado, estaba el movimiento de masas. Sobre todo hablamos de marzo-abril del 80. El asesinato de monseñor Romero exaspera a las masas, todo el mundo espera en ese momento un alzamiento, el movimiento revolucionario tenía en ese entonces capacidad de paralizar el país sin necesidad de recurrir a la acción militar; bastaba hacer uso de la disciplina. El 90% de los organismos gremiales a nivel de la clase obrera, de los empleados, se guiaba por las instrucciones del movimiento revolucionario. Existía una conducción revolucionaria estructurada a nivel de capas medias, a nivel del movimiento obrero, magisterial y un poderoso movimiento de masas en el campo. La prueba fueron los paros que se realizaron en marzo y junio, que fueron de una fuerza impresionante: se paralizó totalmente el país.

—Pero entiendo que en el último paro nacional de agosto no hubo la respuesta esperada...

Joaquín Villalobos: —En ese caso no se puede decir que el problema estuviera en que las masas no nos apoyaban. Simplemente, ya el enemigo empezaba a imponer el terror sistemático y masivo y el movimiento revolucionario no tenía una suficiente presencia militar que permitiera la expresión insurreccional de las masas.

Entonces el movimiento revolucionario de las masas va siendo sometido cada vez más a un desgaste mayor, sobre todo en las ciudades. El enemigo comienza a realizar en el campo operativo que son la base de lo que fueron después las grandes maniobras para despoblar las zonas de control del FMLN. Sufrimos ciertamente un desgaste. Por otro lado, en nuestra incapacidad para responder a la coyuntura de marzo influyó de una manera significativa el hecho de que estuviéramos atrasados en la tarea de la unidad al no contar con una unidad en torno a una estrategia política, el que no hubiéramos pasado dentro del movimiento revolucionario de los niveles embrionarios de unidad a una unidad con contenido más político y de línea. Esto provocó la ausencia de una estrategia insurreccional y una estrategia político-militar más acertada.

Si la fuerza militar o la cantidad de hombres armados que poseía y utiliza el FMLN el 10 de enero de 1981 los posee en marzo, abril y mayo del 80, y los utiliza como los utilizó independientemente del problema táctico, yo creo que hubiera habido una insurrección. Y hubiera habido posiblemente un desmoronamiento del enemigo. Ahora, el 10 de enero eso ya no era posible debido al nivel de terror alcanzado por el aparato represivo.

Ya las masas exigían de la vanguardia un mayor nivel de presencia y calidad militar para poder pasar a expresarse en una lucha de características más definitivas.

—Défame aclarar una cosa: ¿tú estas pensando siempre que la sublevación de las masas va a acompañarse de una sublevación en los cuarteles, o tú piensas que aun sin sublevación en los cuarteles podía tener éxito la insurrección?

Joaquín Villalobos: —Ese es un elemento que hubiera contribuido enormemente a la sublevación de las masas.

Hay un ejemplo que es bien importante, que es el de Santa Ana. Dentro de la ofensiva del 10 de enero, Santa Ana es quizás el lugar que adquirió características más insurreccionales de todo el país. Y ello porque las masas, al ver derrotada la guarnición del ejército a partir de la sublevación de unos militares que estaban en su interior, sintieron que aquello era una lucha de características decisivas. La desarticulación del ejército es un elemento que sin duda motoriza la insurrección de las masas. O sea, en Santa Ana, a diferencia del resto del país, hay centenares de gentes que se alzan en las colonias de la periferia, hay barricadas, hay la más importante participación de las masas de todo el país, la lucha da un balance de cuatrocientos muertos civiles. Y eso ocurre donde el aparato armado del FMLN es inferior al del resto del país. O sea que la sublevación del cuartel, de una parte de los militares, es un elemento que incide enormemente en el estado de ánimo de las masas.

Ahora, nuestros planes no hacían depender todo de este factor. Lo considerábamos sólo como un elemento coadyuvante.

—Ahora dime, aunque no hubiera habido sublevación de cuarteles, ¿tú crees que con la sola sublevación de las masas ustedes habrían logrado hacer caer al gobierno?

Joaquín Villalobos: —Yo creo que sí, que la fuerza del movimiento de masas era de tal envergadura que, combinada con un poder armado mínimo, o sea con una proporción mucho menor de hombres-armas, y con una capacidad militar bastante más inferior que la actual, hubiéramos podido provocar la insurrección de las masas y pasar al asedio de las guarniciones, el asedio de éstas por ocupación del terreno sobre la base de las masas sublevadas. Ahora, las tácticas con las cuales después hubiéramos ido nosotros derrotando al ejército, debilitándolo mediante el sostenimiento de la insurrección, el asedio y el imponerle movimiento, eso ya era...

—¿El asedio a los cuarteles estaba entonces pensado con las masas?

Joaquín Villalobos: —O sea, yo te citaba el ejemplo de San Salvador, donde nosotros nos planteamos un nivel importante de hostigamiento a la fuerza aérea, cercar la fuerza aérea y atacarla, pero donde las acciones estaban dirigidas a ocupar los barrios de Mejicanos, Cuscatancingo, las colonias que están más al norte de San Salvador y casi toda la periferia. Esa era la parte principal del plan.

—¿Pero acaso el enemigo no era capaz de tirárseles encima?

Joaquín Villalobos: —Sí, sabíamos que el ejército iba a salir.

—¿Y cómo iban a hacer frente a la llegada del ejército a los barrios?

Joaquín Villalobos: —Sobre la base de cercarlo cuando intentara penetrar a las zonas ocupando nosotros posiciones importantes. Por ejemplo, en Mejicanos nos planteábamos que la ruta de aproximación íbamos a tratar de mantenerla nosotros. O sea, yo creo que lo más importante no era un problema de táctica militar. Hubiéramos tenido éxito si hubiéramos logrado la sublevación de las masas; pero para eso, en ese momento, dada la situación de desgaste de las masas que te mencionaba, necesitábamos un aparato armado mas fuerte y desarrollado que el que hubiéramos requerido en mayo del 80.

Para abril-mayo del 80 no contábamos con la logística necesaria y no teníamos el aparato armado necesario. Y cuando digo que no lo teníamos no me refiero al problema que no existiera, sino a que no existía un grado de unidad en el movimiento revolucionario que permitiera generar las condiciones capaces de gestarlo de una manera más rápida.

Ninguna organización por si sola era capaz de dar esa batalla. Ahora, si se unificaban los aparatos armados de todas las organizaciones, lo mas seguro es que hubiera sido posible dar una respuesta. Y se hubiera requerido de un mínimo de logística, en todo caso, muchísimo menor que la que se utilizó, si se suman los niveles alcanzados por todas las organizaciones el 10 de enero.

Y decía que en el período marzo-abril del 80 con mil hombres armados nosotros hubiéramos podido insurreccionar a las masas y quebrar al ejército.

—O sea que según lo que tú me estas diciendo lo que yo llamo la desconcentración de fuerzas, o sea, el plantearse el asedio de muchos cuarteles era correcto dentro del planteamiento general...

Joaquín Villalobos: —Aunque no de manera absoluta, dentro de la idea de la sublevación de las masas, sí. Fue el debilitamiento del movimiento de las masas el que nos impuso otro esquema, y nos obligó a la creación de un ejército y al uso de planteamientos militares más acabados. O sea, la victoria revolucionaria no tenía necesariamente que ser hija del perfeccionamiento de la táctica militar; hubo períodos en que era posible lograrla sobre la base de una estrategia militar menos acabada.

Yo diría que en Nicaragua el papel que jugaron las masas hizo que no se necesitara el desarrollo a profundidad de un ejército popular. Hubo evidentemente la necesidad de desarrollar un aparato militar, pero no en las mismas proporciones que nosotros. Claro, en El Salvador ya nos tocó pelear con una victoria revolucionaria en Nicaragua y eso incide también en la política del imperialismo, surgen nuevos elementos que vienen a imponernos otras condiciones. Por todo lo que te he dicho no creo que se pueda juzgar lo del 10 de enero a partir del problema de la táctica que se utilizó en el combate. Yo creo que probablemente hubiera habido muchos mejores resultados si se pone un mayor empeño en la lucha en las vías de comunicación, y ese es un señalamiento que hay que hacer, pero el señalamiento fundamental no es ese. Lo que ocurrió es que ya se nos había pasado el momento político apto para la insurrección.

Hubo momentos en la capital durante el período enero-febrero-marzo de 1980, en los cuales el ejército, con toda la fuerza que tenía, no era capaz de controlar el movimiento de masas; y las masas estaban desarmadas.

—¿No era capaz, o no se había decidido a emplear el terror?

Joaquín Villalobos: —Yo diría que no era capaz de darle un golpe fulminante. La extensión y calidad del movimiento era demasiado fuerte como para acabarlo de un sólo golpe. En calidad, el movimiento de masas tenía en su seno sólidas estructuras clandestinas y semiclandestinas y en extensión abarcaba todos los empleados del estado y los obreros de las industrias estratégicas cubriendo casi el 90% quizá de los sectores productivos, además de un movimiento campesino solidamente enraizado en doce de los catorce departamentos del país, cubriendo mas del 90% del territorio.

El enemigo necesitó más de un año para desgastar ese movimiento y colocarlo en un punto en el que logró agotarle sus posibilidades insurreccionales, por lo menos en las ciudades; lo que no pudo agotar el ejército fue la reserva de masas que el movimiento revolucionario tenía, y su capacidad de renovar las formas de participación para hacer sobrevivir ese movimiento en difíciles condiciones, y dar el salto hacia la creación de un poderoso ejército revolucionario.

En el período que va de enero hasta finales del año, el movimiento revolucionario va desarrollando su ejército; pasa de las masas desarmadas a las masas armadas y de ahí a la creación de un ejército que será en adelante su principal instrumento de acción.

2) COMO A PESAR DE LA ADVERSIDAD SE FORMA UN EJÉRCITO POPULAR

—Hay quienes han sostenido que en El Salvador no existen condiciones para la guerra de guerrillas en el campo y menos para la gestación de un ejército en el sentido de fuerzas permanentes no ligadas a un territorio específico, dadas las características geográficas del terreno: un país pequeño, sin grandes montañas, que impide la presencia de zonas de retaguardia dentro del país; terreno además densamente poblado y con vías múltiples de comunicación entre uno y otro punto del país. Estos analistas han sostenido que la lucha armada que se puede dar en el país es sólo una lucha de tipo miliciano, íntimamente ligada a la estrategia insurreccional. Creo que la mejor respuesta a estas opiniones es la práctica concreta de ustedes en los últimos meses pero, de todos modos, me interesa que me des tú opinión sobre este planteamiento.

Joaquín Villalobos: —La problemática que se plantea en esta pregunta es real. Y es uno de los grandes problemas que tuvo que resolver el movimiento revolucionario salvadoreño para dar saltos en el terreno militar. O sea, la inexistencia de zonas de retaguardia, que tuvieran alguna inexpugnabilidad, algunas condiciones mínimas, pues, para poder formar columnas guerrilleras donde la misma topografía las pudiera proteger. Eso no existe en El Salvador. Por otro lado, la multiplicidad de vías de comunicación...

—Respecto a la topografía... la idea que uno se hace cuando ustedes hablan de El Salvador es que es un territorio llano, pero resulta que uno ve los documentales salvadoreños y ve montañas...

Joaquín Villalobos: —El país es montañoso. Es un país de volcanes. Pero para verlo en lo concreto, pongamos un ejemplo, un volcán de los muchos que hay en el país está sembrado de café, tiene una cantidad de vías de comunicación que son necesarias para la salida de la cosecha de café. El problema de las otras zonas montañosas donde habitan campesinos pobres, que son zonas de tierras malas como el caso de Morazán, Chalatenango y el norte de San Vicente, es que tienen una densidad de población bien alta y también tienen múltiples vías de comunicación, gran cantidad de cantones, caseríos, poblaciones, todos sus terrenos están cultivados y no hay, digamos, una vegetación que pudiera permitir el encubrimiento de las unidades guerrilleras del movimiento revolucionario.

Ni la vegetación, ni el aislamiento necesario para una primera etapa de formación. Cuando el movimiento revolucionario salvadoreño empieza a formar sus bases en el campo, debía emplear métodos tan clandestinos como en las ciudades. Había que encerrarse en los ranchos de los campesinos y darles instrucción militar, y hacerla a las dos, tres de la mañana, tomando las mismas medidas de seguridad que se tomaban en las ciudades. En general, se trata de una conformación suburbana, pudiéramos decir. Ahora, eso tuvo desventajas en un principio, pero también tuvo ventajas, porque hemos nacido y nos hemos desarrollado con una comunicación constante con las masas campesinas. Nunca hemos estado aislados de las masas. Hay ciertamente, como resultado del terror enemigo, un descenso de la participación abierta de las masas en las ciudades, pero, si bien esto desmejoró las posibilidades insurreccionales, no impidió la creación de un ejército que sin la participación de las masas bajo nuevas formas jamás habría sido posible.

Esta es la respuesta que se puede dar a esa pregunta. El movimiento revolucionario salvadoreño encontró la solución a las desventajas topográficas, a las debilidades que representaba la gran densidad de población, en el gran grado de organización del movimiento popular, en la incorporación masiva de la población a las tareas revolucionarias, en la creación de nuevas formas de participación, lo que constituyó una fuerte base para la creación del ejército guerrillero. Decir que no podíamos aspirar a una lucha más que de tipo miliciano y ligada a una estrategia insurreccional, sería caer en un determinismo con relación una parte de los factores que entran en juego en la construcción de una estrategia revolucionaria. El movimiento revolucionario salvadoreño encontró la solución a estos problemas en el enorme apoyo de masas y en el alto grado de organización que tenía entre los campesinos. Eso es lo que nos ha permitido crear una retaguardia como la que tenemos.

Hoy, a casi dos años de la ofensiva de enero del 81, que es la que realmente permite consolidar la retaguardia, el ejército empieza a abandonar la mayor parte de sus posiciones menores que están insertas en nuestras zonas de control. Ya pasamos a ser nosotros dueños no sólo de las alturas que dominaban las zonas, los cantones y los caseríos y algunas vías de comunicación principales y de los poblados y también a dominar posiciones militares estratégicas. Y eso implica para nosotros más desarrollo, más posibilidades de maniobras, más estabilidad de nuestros frentes; esto nos da una serie de condiciones para que nuestros planes, nuestras ofensivas tengan una envergadura y una importancia estratégica en el terreno militar mucho mayor en los próximos meses.

—Ahora, ¿esas zonas se pueden denominar ya zonas liberadas?.

Joaquín Villalobos: —Esta es una pregunta algo difícil. El hecho mismo de que todas las organizaciones hayan sido cuidadosas en el uso de ese concepto está ligado, en alguna medida, al problema de que no hemos contado en nuestras fronteras con un país que nos posibilitara ser autosuficientes en esas zonas. O sea, ciertamente ahí nosotros tenemos el control de la zona: control militar, influencia política generalizada en la población, pero no somos auto suficientes totalmente; se han organizado formas de poder popular de mínimas condiciones de autosubsistencia, pero no podemos ser del todo autosuficientes.

—¿No hay cultivo minifundista con el que la población pueda mantenerse?

Joaquín Villalobos: —Sí existe y es la base de su mantenimiento; lo que sucede es que la estrechez que tiene el terreno es tal que cualquier incursión del ejército, aunque no pueda quitarnos el terreno, sí puede quebrar nuestros proyectos de abastecimiento, por ejemplo, si nos dispersa o nos saca el ganado que hemos llevado hacia esas zonas. O si nos quema determinados cultivos. Esto es más problemático en unas zonas que en otras. El enemigo no es capaz de aniquilarnos, de ocuparnos posiciones, de recuperarnos armas, pero sí logra tener la posibilidad de mantenernos en una situación de alguna inestabilidad al estar en capacidad de cortar los abastecimientos.

—Es una especie de amplio sitio...

Joaquín Villalobos: —Ese quizá sea un término muy defensivo.

Hay que partir de que las zonas de control provocan un problema fundamental al ejército y no a nosotros. Y éste, como medida de defensa, trata de mantener cercadas nuestras zonas para impedir no sólo la llegada de abastecimientos, sino también para evitar su crecimiento. Entonces, ¿cuál es la virtud de lo que está pasando en este momento con la campaña de octubre? Que precisamente hay un proceso en el que la situación se va revirtiendo y el FMLN extiende las zonas de control con la ocupación de los pueblos y ellos extienden cada vez más su cerco, siendo éste cada vez más débil y vulnerable.

Ahora, si bien el aumento de población representa para nosotros algunas dificultades, el hecho de que ahora vivan cuarenta mil personas más en esas zonas bajo nuestro control también representa posibilidades de crecimiento. Por otra parte, ¿hasta dónde el ejército va a ser capaz de mantenerse en esa situación, porque nosotros vamos a seguir ocupando poblaciones? ¿Cuántas va a poder mantener cercadas?, ¿Qué zonas, cuántas vías de comunicación va a poder controlar? El ejército podría incluso recuperar una o varias poblaciones de las que ha perdido, pero, ¿era capaz de sostenerlas en su poder? A nosotros no nos interesa tanto por ahora el terreno como golpear a fondo al ejército.

O sea que el esquema aguanta un rato, pero hay un momento en que se va a romper en la medida en que aumenten las zonas controladas por nosotros. El problema de los abastecimientos se empezará a resolver y entonces sí posiblemente empezaría a cobrar vigencia el concepto de zona liberada. Pero también ese concepto de zona liberada sería temporal, porque si colocamos el ejército enemigo en esa situación, si empieza a perder esas extensiones de terreno, su quiebre estratégico se producirá a no muy largo plazo.

-Tú ya me decías entonces que lo que hizo necesario crear el ejército popular fue justamente ésta situación que se dio con el fracaso insurreccional de enero del 81...

Joaquín Villalobos: —Las condiciones nos impusieron tener que pasar a construir un ejército. Cerrada la alternativa insurreccional se nos impone la necesidad de lograr un mayor desgaste y mayor resquebrajamiento del ejército en el campo meramente militar, lo que nos obliga a afinar nuestras estructuras militares.

-¿Cuáles son, según tú experiencia, las condiciones mínimas que se requieren para empezar a formar un ejército?

Joaquín Villalobos: —Lo fundamental es poder tener una retaguardia y fue precisamente lo que el 10 de enero se logró. Esta ofensiva puso al ejército a la defensiva concentrándolo en sus áreas estratégicas. Eso nos dio unos meses de tranquilidad y nos permitió crear los siete frentes estratégicos, las siete concentraciones de fuerzas y la existencia de esa retaguardia que nos dio la posibilidad de preparar gente... Incluso las mismas ofensivas del enemigo se convirtieron en escuela de preparación combativa. Todos esos meses, los meses en que resistimos en esas posiciones nos obligaron a aprender. No sólo contábamos con el terreno para preparar a los hombres, sino que también nos vimos obligados a resolver el problema del aprendizaje táctico militar en lo concreto, enfrentándonos con el enemigo.

No fue una escuela en la que graduábamos gente y luego la llevábamos a un teatro de operaciones, sino que estábamos con la retaguardia y el teatro de operaciones allí entremezclados, porque a veces el enemigo nos sacaba de determinadas zonas y luego volvíamos a retomar el control del terreno. Esto implica también que la gente aprendiera al trabajo de ingeniería para protegerse de los bombardeos de la artillería, de la aviación, sobre la base de que eso estaba a la orden del día y sucedía de manera cotidiana. O sea, lo que hizo que en Morazán, en Chalatenango, en Guazapa se formaran buenos contingentes militares fue el hecho de que durante muchos meses en esas zonas se tuvo que combatir casi a diario contra el esfuerzo enemigo por aniquilarnos.

Otra cosa que ayudo a la formación de nuestro ejército fue que para la ofensiva del 10 de enero el movimiento revolucionario se propuso armarse y cumplir con planes logísticos. Estos planes, hechos con una mentalidad insurreccional, partían básicamente de dos cosas: por un lado, tener gente dispuesta a armarse, y eso el movimiento revolucionario tenía de sobra, aun con el debilitamiento previo que había sufrido en las ciudades. Y, por otro lado, contar con recursos financieros; esto también lo teníamos como producto de las recuperaciones de todo el período anterior. Pero no sólo fue la existencia de un fondo de guerra y la de gente dispuesta a armarse lo que nos permitió hacerlo, sino sobre todo la capacidad militar de ejecutar operaciones de abastecimiento en un terreno muy difícil, capacidad que implicaba planes, cuadros y estructuras que fueran capaces de cumplir sus propósitos aprovechando todas las posibilidades.

Si nosotros no hubiéramos resuelto para el 10 de enero esa logística, difícilmente habríamos podido crear la retaguardia. Precisamente, el ejército comienza a lanzar en el transcurso de 1980 operaciones contra lo que hoy son las zonas de control y la resistencia que pudimos hacer en ese momento fue muchísimo menor que la que logramos hacer después del 10 de enero, cuando ya nos encontramos armados. Eso, sumado al hecho de haber logrado conquistar la retaguardia, nos da la posibilidad de hacer una resistencia efectiva y pasar a la creación de nuestro ejército.

La otra cuestión importante es que logramos niveles mínimos de abastecimiento combinando las pequeñas recuperaciones que hacemos en el período que va de enero a julio-agosto del 81, ejecutando operaciones logísticas capaces de mantener el abastecimiento en munición para poder resistir al ejército; precisamente éste tiende los cercos, busca la ofensiva, busca el choque con nosotros para agotar nuestro potencial logístico pues sabía que si nosotros agotábamos las municiones iba a tener mayores posibilidades de aniquilarnos. Nuestra capacidad de recuperación logística desconcierta al enemigo. Cuando consideraba que un frente había sido ya desgastado, algunas semanas después éste recomenzaba a actuar y, a veces, con un nivel de operaciones mucho mayor de lo que él pensaba que era posible ejecutar.

—Ahora, tú dices que había mucho menos armas que hombres dispuestos a tomarlas en la ofensiva de enero del 81. Pero, dime, ¿la disposición a tomar las armas para una insurrección no es diferente a la de tomar las armas para formar un ejército popular que implica desplazarse del terreno donde se vive, etcétera?

Joaquín Villalobos: —Obviamente eso es así. Para poder convertir a la masa armada en un ejército tuvo que darse un salto en la disciplina, se tuvo que lograr una mentalidad más estratégica en lo político y militar en los combatientes, una visión de mayor alcance de lo que es la guerra revolucionaria. Ahora, el hecho de que el movimiento revolucionario fuera capaz de defender esas zonas de retaguardia le permitió ir modificando el comportamiento de sus efectivos militares, educándolos en un sentido diferente y comenzar, en base a las mismas necesidades que tenía de operar en otras zonas, a trasladarse a otros centros de operaciones, a buscar golpear al enemigo en otras situaciones, por supuesto que con deficiencias en un principio, pero éstas fueron resolviéndose en el mismo camino.

El 28 de marzo tiene la enorme virtud de empujar el movimiento revolucionario a actuar sobre los centros urbanos porque el enemigo, a raíz de las elecciones, nos impone una batalla en las ciudades y eso obviamente va a incidir en un cambio fundamental de la mentalidad. Lo otro que obliga al movimiento revolucionario a moverse es la necesidad de comunicar sus propios frentes para mejorar la cooperación. Eso va creando ya una disciplina en los combatientes en cuanto a que su participación no está ligada al problema de la defensa de un terreno, de una posición, que es uno de los problemas que más nos costó superar en una primera etapa. La defensa del terreno es algo que está ligado más a una lucha miliciana que a otra cosa. Pasar de eso a convertir a los combatientes en soldados de un ejército revolucionario costó muchos meses; costó salir incluso de la etapa en la que estábamos a la defensiva frente a las acciones que preparaba el ejército para pasar a otra etapa en que fuéramos nosotros los que determináramos cuándo se iba combatir.

3) LA DEFENSA DE POSICIONES UNA TÁCTICA NECESARIA

—Partiendo de la base de que la verdadera guerra revolucionaria en El Salvador comenzó en enero de 1981 —lo que no quiere decir que en esta fecha se haya comenzado la lucha armada, ya que ésta sin duda existía hacía varios años, pero sólo en el sentido de acciones armadas dispersas, sin un plan global de ataque al enemigo—, ¿podrías señalarme cuáles son los principales períodos por los que ha pasado esta guerra hasta la fecha y qué balance haces de cada uno de ellos?

Joaquín Villalobos: —En primer lugar, yo diría mas bien que la guerra como fenómeno militar de importancia estratégica comienza ciertamente a partir de enero, pero que la guerra revolucionaria propiamente tal tiene presencia en los últimos diez años, a partir de que fue en el período anterior a enero donde se producen dos fenómenos importantes: por un lado, el desarrollo de cuadros que serían los futuros cuadros de conducción del ejército revolucionario, los que en un momento pudieron haber conducido a una insurrección y más adelante son los que logran conducir a un ejército revolucionario. Por otro lado, la capacidad que tiene ese aparato armado de organizar un poderoso movimiento revolucionario de masas que lleva al enfrentamiento militar con el enemigo.

Es importante en este punto el período de la autodefensa de las masas, método que es empleado por todo el movimiento revolucionario. Los núcleos de combatientes, de milicianos, se insertaban en las manifestaciones, en los actos de masas; ocupaban fábricas, instituciones del estado, iglesias. Esa fue una de las expresiones más importantes que tuvo el movimiento de masas en ese período en El Salvador: la presencia militar, la presencia armada en su seno.

En el mismo entierro de monseñor Romero el papel que juegan los milicianos y combatientes es muy importante y hoy muchos de ellos son cuadros de dirección del ejército revolucionario, aunque también hay toda una generación nueva de cuadros producto de los últimos dos años de guerra.

Otro elemento también importante es que la lucha armada nos permitió la acumulación de recursos y capacidades básicas para poder desarrollar la siguiente etapa de la guerra revolucionaria. Yo diría que el 10 de enero es la expresión mas alta de esa acumulación militar de fuerzas y tiene una enorme importancia desde el punto de vista político; hay quienes han dicho que esa fue la carta de presentación del movimiento revolucionario salvadoreño a nivel internacional. En el plano político interno sirvió incluso a las mismas masas en el sentido de que conocieran cual era el potencial militar del movimiento revolucionario; les dio confianza, vieron que eso podía apuntar hacia una nueva acumulación de fuerzas en un momento en que ya el movimiento revolucionario estaba perdiendo su principal instrumento de presencia que era la lucha abierta de las masas como resultado del terror enemigo.

Después de la ofensiva de enero del 81, hay un período que juega un papel de gran importancia y que es al que nos hemos estado refiriendo en la otra pregunta acerca del desarrollo del movimiento revolucionario, sobre todo en el campo militar. Porque a corto plazo, luego de enero, no podíamos lanzar una contraofensiva con objetivos insurreccionales. Era obvio que lo que necesitábamos en ese momento, fundamentalmente, era el desarrollo de nuestra fuerza militar. Los seis meses subsiguientes a enero fueron un período de resistencia, de consolidación de la retaguardia, de desarrollo de nuestras fuerzas y de avance hacia una etapa cualitativamente de más calidad en el terreno militar, que tiene su primera expresión en la campaña de julio y agosto.

—Ahora, durante esa etapa, ¿cuáles fueron las orientaciones que se dieron desde el punto de vista militar?

Joaquín Villalobos: —Plan militar en el sentido ofensivo no había, porque todas nuestras posibilidades no podían ir mas allá de aprovechar las ofensivas del enemigo para desgastarlo. Y lo logramos. El ejército reconoce, para el mes de julio de 1981, trescientas bajas entre muertos y heridos; aproximadamente cuatrocientos muertos en todo ese período, incluidos cuarenta oficiales. Esto refleja los costos elevadísimos que para el ejército tuvieron esos seis meses de insistencia en desalojarnos de nuestras posiciones, de intentar el aniquilamiento de nuestras fuerzas. El único golpe de gran envergadura y el más importante que nos ha dado en toda la historia de la guerra fue el 17 de enero del 81, cuando una columna de nuestras fuerzas es cercada en el occidente del país y más de cien combatientes, incluidos sus principales jefes, murieron combatiendo heroicamente hasta la última bala en el cantón Cutumay Camones, en Santa Ana.

—¿En plena ofensiva...?

Joaquín Villalobos: —Sí, digamos en la fase que la ofensiva empieza a decrecer, en Santa Ana. Después de eso el ejército lo que logra es hallar armas embutidas, desarticular las estructuras urbanas, pero las bajas que él nos causa en sus ofensivas no pasan de ocho o nueve combatientes, milicianos y fundamentalmente colaboradores y población civil. Lo que el movimiento revolucionario aplica en este período como táctica fundamental, la defensa de posiciones, no dejó de provocar un cierto desconcierto.

Ahora, ¿fue la defensa de posiciones en nuestro caso un error? Yo diría que eso debe ser revisado a la luz de las mismas características del terreno en que tenemos que luchar. ¿Por qué razón? Porque es un terreno muy estrecho, y no hay, obviamente, mucho donde moverse. ¿Qué papel juega la defensa de posiciones en el desgaste del ejército? Obligarlo a tener que asaltar trincheras... O sea, las tres mil bajas del ejército son producto de la defensa de posiciones. En el caso de Morazán, la ofensiva de marzo del 81 por intentar capturar la Radio Venceremos, ¿qué le dejó al ejército? Decenas de muertos y centenares de heridos. El ejército empeñó millones de balas, miles de bombas de avión, y no obtuvo el más mínimo resultado en veintidós días de combate intentando asaltar las posiciones que el FMLN controlaba. Finalmente debimos movernos, pero ya era otra situación. ¿Qué hubiera sucedido si nosotros empleamos en ese período fundamentalmente una táctica de movimiento? Lo más seguro es que una táctica de movimiento le hubiera dado a ellos posibilidades de aniquilamiento. ¿Porqué razón? Entre otras porque nosotros teníamos que movernos con masas.

—¿Por qué necesariamente tenían que moverse con masas?

Joaquín Villalobos: —Porque de ellas dependíamos. O sea, nosotros en esa retaguardia sin las masas no hubiéramos tenido la mayor posibilidad, ni de contar con reservas humanas ni de contar con abastecimientos. El mismo terreno nos impone el tener que depender de esa masa para poder sobrevivir. Nosotros debíamos protegerla y considerarla en cualquier idea de maniobra militar. El enemigo siempre ha considerado a la masa como objetivo militar y eso afectaba directamente a nuestras fuerzas. Entonces ¿qué sucedía? Que nosotros teníamos por fuerza que elevarle los costos al enemigo cada metro que avanzaba, de tal manera que, cuando nosotros nos veíamos obligados a desplazarnos, el ejército ya no era capaz de poder maniobrar contra nuestra fuerza, porque eso lo tenía que hacer después de muchos días de combate. Cuando se da la ofensiva de marzo en Morazán, el ejército empeña veintidós días en campaña; se mantiene veintidós días en ofensiva, y el FMLN resiste, mantiene las posiciones... ahora, desde el punto de vista político, en aquellos momentos esto es también una recuperación. ¿Por qué razón? Porque tuvo efectos políticos el que el ejército pasara más de veinte días en campaña, y no obtuviera resultados concretos. Ahora, nosotros no teníamos en ese momento capacidad para golpearlo a fondo. O sea, la resistencia se convierte en la principal expresión de desarrollo y de fuerza militar por parte del FMLN y deriva en la imposibilidad del ejército enemigo de restablecer el control en nuestra zona; y eso provoca un enorme desgaste político y militar para él. La defensa obligada de posiciones se convierte así en un gran acierto y en la principal táctica en ese período.

El mismo García decía que nosotros estábamos perdidos, porque una guerra de posiciones requiere de una enorme logística, pero el movimiento revolucionario logra resolver esto ejecutando operaciones logísticas por un lado y, fundamentalmente, porque frente a la necesidad de hacer una defensa de posiciones, logra hacer uso adecuado del parque, logra educar a sus combatientes en una serie de normas... Al principio no lo lográbamos, había obviamente problemas, pero en la medida en que se va resistiendo, el mismo combatiente sabe que termina ésta ofensiva y le puede venir otra y que tiene que contar con lo que tiene de municiones para una, dos o tres posibles ofensivas del ejército.

—Antes de pasar a la campaña de julio y agosto. Tú me has hablado más bien de los aspectos positivos de ésta etapa, digamos de defensa de posiciones. ¿Hay algunos elementos autocríticos que valga la pena señalar?

Joaquín Villalobos: —Sí, yo creo que hay dos elementos importantes que señalar. Uno, el problema de que esa ligazón del movimiento revolucionario con las masas, si bien tiene en el contexto global un efecto positivo y le permite sobrevivir, también tiene un efecto negativo: la dispersión del poder armado del movimiento revolucionario que incide en el retraso de la creación de sus fuerzas operacionales estratégicas. O sea, la dispersión de ese poder de fuego lo liga más —lo que se señalaba en una de las preguntas que me hacías— a un fenómeno más miliciano, que a lo que en ese momento era necesario, que era la creación de un ejército guerrillero.

El terreno debía de ser escogido por nosotros como el mejor para la creación de ese ejército, para defenderlo y para poder provocar el desgaste del enemigo, no podíamos supeditarnos únicamente a la necesidad de la defensa de las masas. Pero esto no siempre se hizo así. La misma práctica, la misma realidad, la misma vida, fue demostrando que eso era un error y obligó a todo el mundo a tener que pasar a aplicar un planteamiento de concentración del poder militar, que abarcó las armas y los cuadros.

Otra cosa importante que señalar es que, si bien fue acertado el concepto de la defensa de posiciones, ya que era una necesidad del movimiento revolucionario, eso debilitó la que debió ser una táctica permanente del movimiento revolucionario: la lucha en las vías de comunicación. Las condiciones nos imponen un esquema y no se implementa una táctica de ataque al enemigo en movimiento que permitiera, por lo menos, aprender a combatir en las vías de comunicación. En ese momento, la lucha en las vías de comunicación es concebida como acciones de hostigamiento, de contención y no como la táctica fundamental para alcanzar el aniquilamiento de unidades enemigas. Ahora, a pesar de estos juicios críticos con respecto a ese período, sí conviene insistir en que ese fue un planteamiento acertado en el contexto de lo que eran las condiciones objetivas de El Salvador, a partir de las necesidades de las masas y las condiciones mismas del terreno en el que nos tocaba combatir.

El movimiento revolucionario en ese momento necesitaba conservar y consolidar su retaguardia. Aplicar una táctica de movimiento en ese momento hubiera sido erróneo. Nuestras fuerzas no tenían todavía capacidad para realizar una maniobra y el terreno, por su estrechez, no se prestaba para pasar constantemente de una zona a otra. Salir de nuestras zonas implicaba caer en otros teatros de operaciones del enemigo, en un momento en que el ejército contaba con condiciones para poder mantener campañas de hasta treinta o cuarenta días de duración. Además, nosotros cargábamos con la responsabilidad, no sólo de nuestro ejército naciente en ese momento, sino también con la responsabilidad de proteger a esa masa, ligada en muchos casos por lazos familiares a nuestros combatientes y, además, era ella, la masa, que nos proveía de abastecimientos y en la que residían las reservas humanas para poder continuar formando nuevos combatientes. Éstas consideraciones explican por qué era necesario entonces hacer esa defensa de posiciones.

Hay dos puntos del territorio sobre los cuales el FMLN tuvo control y luego lo perdió: el cerro de Conchagua y el frente de Cabañas. En el caso de Conchagua fueron las características del terreno, la falta de trabajo político en la población y la proximidad del puerto de La Unión, lo que impidió conservar esa posición. En el caso de Cabañas, este punto se pierde por la inexistencia de una base social que nos apoyara. Ambos frentes quedan reducidos a pequeñas unidades con alguna movilidad. Es la defensa de posiciones lo que permite convertir a Morazán y a Chalatenango en lo que son, lo que permite que Guazapa sobreviva, a treinta kilómetros de la capital. Sin la defensa de posiciones, lo más seguro es que el enemigo hubiera podido ocuparnos determinadas posiciones, obligándonos a caer en otros terrenos más desventajosos, más difíciles, y hubiera sido bastante problemático que pudieran sobrevivir las siete concentraciones estratégicas del FMLN. En el caso de San Agustín, que es una zona llana con algunas alturas cercanas, a pesar de que el terreno no es el mejor, no es el más optimo, el enorme apoyo de masas con que se cuenta en ese punto es lo que posibilita que ese frente sobreviva como un fenómeno excepcional. Si Guazapa, a escasos kilómetros de la capital, es una demostración de las particularidades de la guerra en El Salvador, el fenómeno de San Agustín es otro fenómeno importante. Se trata de un terreno llano, lleno de cultivos de algodón, donde no hay mayor posibilidad de cobertura y, a pesar de esas condiciones, a una hora y unos cuantos minutos de una carretera estratégica, subsiste otro frente y logra sobrevivir por el apoyo de masas con que cuenta.

Sintetizando entonces, la defensa de posiciones jugó un papel fundamental en esa etapa de la guerra.

4) FRACASO ENEMIGO PARA OCUPAR RADIO VENCEREMOS

Seis meses después de la ofensiva de enero, exactamente para el mes de julio y principios de agosto, el movimiento revolucionario logra, en base a la experiencia militar que ha acumulado en toda la etapa de resistencia, dar los primeros saltos de calidad y tomar las primeras iniciativas en el terreno militar. Sale así de la etapa en la cual todo estaba definido a partir de lo que hacía el ejército, de las ofensivas que montaba. Logra, además, ocupar por primera vez una posición militar enemiga rendir sus fuerzas, hacer prisioneros, capturar armas, realizar una emboscada importante, y, posterior a esto, logra resistir con bastante efectividad toda la respuesta que el ejército lanza contra el punto donde fundamentalmente se desplegó ésta campaña, que fue precisamente en el mismo departamento de Morazán, en la población de Perquín. Perquín es una altura estratégica en el departamento; su importancia es militar, no es política. Quien domina esa posición domina prácticamente todo el norte del departamento, y eso permite al FMLN unir la comunicación entre las posiciones más importantes en esa zona de control. Lo que el ejército buscaba era mantenerlas cortadas.

—¿Podrías explicarme en qué consistió ésta campaña? ¿Qué objetivos pretendía alcanzar?

Joaquín Villalobos: —Por primera vez nos propusimos lograr el aniquilamiento de fuerzas vivas del enemigo. Hasta ese momento habíamos logrado mantener un nivel de desgaste, un nivel de hostigamiento, y en ésta campaña nos proponíamos lograr una acción en la cual recuperáramos armas, hiciéramos prisioneros.. Y eso se consiguió. Se consiguió con la combinación, por un lado, de una operación principal planteada en el departamento de Morazán con la toma de la población de Perquín, y emboscadas de aniquilamiento en las rutas de aproximación.

—¿Toma de población, no del cuartel

Joaquín Villalobos: —Sí, de la población y asedio al cuartel para lograr su rendición. Se logró tomar la población y resultó efectiva una emboscada de aniquilamiento al primer refuerzo que envía el ejército proveniente de La Guacamaya, que es tradicionalmente la posición estratégica del movimiento revolucionario dentro de la zona de control, que había sido ocupada por el ejército después de la campaña de marzo y abril. En la campaña de julio y agosto el ejército tiene obligadamente que desplazar esa fuerza, sacarla de la zona de control, nuestras fuerzas la emboscan, le recuperan armamento, y ocupan de nuevo la posición. Después de esto viene la acción combinada de sabotaje a la energía, y de hostigamiento en las carreteras en todo el resto del país, a lo que se agrega la realización de operaciones de importancia en la capital, como la operación de sabotaje que lleva a cabo un compañero, sargento de la Policía Nacional, al interior del Cuartel Central de la Policía, que destruye vehículos blindados y parte del edificio.

—¿Qué balance haces tú de esta campaña?

Joaquín Villalobos: —Bueno, yo creo que quizá tiene un valor más importante hacer un balance más general de esta y otras campañas, porque los errores que se cometieron van a aparecer como una constante y quizá sea mejor enfocarlos de manera global.

Posterior a esta campaña fue posible ir manteniendo, de alguna manera, iniciativas de alguna importancia. Y en lo que va de agosto a diciembre, se aprovecha la experiencia y se forman nuevas fuerzas, hasta llegar a diciembre, en donde el ejército, nuevamente retado por la existencia de la Radio Venceremos en Morazán, lanza uno de los operativos más grandes que haya lanzado hasta ese período, pero con cambios importantes en la táctica, tratando de lograr un avance en profundidad en nuestra zona de control que le permitiera llegar rápidamente al lugar donde estaba la radio. Pequeñas unidades desembarcaron fundamentalmente por el norte del departamento, zona donde nosotros teníamos escasa defensa. En la etapa inicial del operativo tuvieron éxito, en cuanto desordenaron la defensa del frente y obligaron a realizar movimientos no muy coordinados.

Se podría decir que ellos lanzaron ese operativo habiendo realizado un balance y un buen análisis de nuestra táctica de defensa de posiciones, tratando de romper el esquema que era aplicado por nosotros. Le dan alta movilidad a sus unidades, meten dos armas de apoyo por cada escuadra para darle capacidad de asaltar posiciones, de ir desalojando las trincheras nuestras, y actúan con grandes concentraciones de fuerzas en la periferia, ocupando las posibles zonas de repliegue nuestro. Nos logran ocupar un transmisor de la radio en una emboscada. Ellos dijeron que habían ocupado toda la radio, que incluso habían tomado prisioneros hasta a los locutores. Eso era falso e hicieron el ridículo. Y la prueba fue que a los veinte días la radio funcionaba de nuevo.

El que la radio dejara de funcionar llegó a constituir para el ejército un gran éxito, pero de duración muy efímera. Logró además dejar nuevamente fuerzas en La Guacamaya, recuperando la posición que había perdido en julio y agosto. Obligó a la concentración de fuerza militar del FMLN a desplazarse y estar en constante movimiento al tratar de cercarla. Fue un momento difícil, pero se pudo maniobrar y las masas organizadas maniobraron junto con la fuerza militar. El ejército, al ver caer en el vacío su golpe, realiza una de las mayores masacres de población civil, asesinando a más de mil personas en El Mozote y otros cantones, y para ello utiliza las tropas del Batallón Atlacatl, entrenadas por asesores norteamericanos. Pero luego, cuando el ejército entra en agotamiento, nuestras fuerzas toman nuevamente la iniciativa. Esto es ya a finales de diciembre aproximadamente... Cercan la población de La Guacamaya y luego logran aniquilar la posición enemiga, incluso muere ahí un teniente de los que habían quedado a cargo de la posición. Se recupera La Guacamaya y la radio sale al aire. Esto constituye una gran victoria, a diferencia de lo de julio y agosto; no sólo se toma la iniciativa, sino que significa la derrota total de la ofensiva enemiga. Fracasa uno de los operativos mas grandes que había lanzado contra la zona. O sea que ése es otro momento importante, es el momento en el cual nosotros pasamos a tomar una iniciativa ya en el terreno de las mismas ofensivas que el enemigo nos ejecuta.

—¿cuánta gente había en el cuartel?

Joaquín Villalobos: —Había como sesenta soldados en la posición de La Guacamaya y otros más desplazados en El Mozote y Arambala, si mal no recuerdo, se recuperaron como veinticinco armas, murió el teniente, y buena parte de esa fuerza. El resto logró evadir el cerco. En julio y agosto se da un primer salto, pero ellos siguen manteniendo la iniciativa. Ya de diciembre a marzo, se abre una disputa permanente de que el ejército este realizando ofensivas y el movimiento revolucionario se mantiene golpeando.

—No se limita a la defensa.

Joaquín Villalobos: —Ya no se limita sólo a la defensa. El enemigo reduce la fuerza y el tiempo de las ofensivas y cada vez mas los acontecimientos van siendo determinados por lo que hace el FMLN y no por las iniciativas del enemigo.

5) NUEVA TÁCTICA FRENTE A LAS ELECCIONES DE MARZO DEL 82

La etapa siguiente va de diciembre a marzo, y consiste en realizar dichas presiones sobre las áreas urbanas, acompañadas de golpes de aniquilamiento constantes a posiciones menores del enemigo en Morazán y Chalatenango, con lo que se logra una importante recuperación de armas. El accionar del FMLN en este período está determinado por el contexto político de la campaña electoral. Habría sido un gran error que el movimiento revolucionario hubiera visto superficialmente el planteamiento electoral del enemigo, o no lo hubiera tomado en cuenta, ya que eso definía, en alguna medida, cual iba a ser el comportamiento de las masas, el comportamiento del resto de las masas, el comportamiento del resto de fuerzas políticas internas, y otro aspecto importante, el comportamiento de casi todas las fuerzas internacionales que tienen algún peso interno en El Salvador.

Estos factores determinan también los planteamientos militares que había que adoptar. El proceso de actividad militar que va de diciembre a marzo está caracterizado precisamente por el contenido político de las acciones, por la necesidad de presionar sobre las áreas urbanas, por acciones espectaculares, como fue la del aeropuerto, que buscaban desmoralizar al ejército y elevar el nivel combativo de las masas. En ese período se realizan incursiones a la capital, a Santa Ana, Usulután, San Vicente, San Miguel, prácticamente a todas las principales ciudades del país. El ataque a la base aérea de Ilopango se realizó el 27 de enero de 1982 mediante una operación comando que logró destruir el 70% de los medios aéreos del ejército salvadoreño. Esta acción conmueve al ejército y provoca la aceleración de la ayuda norteamericana en medios y recursos económicos para que este pueda reponerse del golpe.

Dentro de ese marco de presiones sobre áreas urbanas es que se llega a la ofensiva militar de marzo del FMLN. Alrededor de este tema hay todavía un debate largo por hacerse. Yo lo valoro globalmente como un acierto político y militar. Ahora, entrar a los detalles, determinar si los logros parciales fueron mayores o menores de lo que pudieran haber sido, ya es otra cosa. En torno a eso sí es posible discutir, para determinar si el movimiento revolucionario fue capaz en ese momento de imprimirle a aquella coyuntura toda la fuerza que era capaz de mover y la que el momento requería, o si por razones de su táctica militar o de su insuficiente empeño político esto no se dio. Aquí juegan también incluso los problemas mismos de la unidad: cómo elaboró el plan, quiénes sostenían una tesis, quiénes sostenían otra. Todos esos elementos vienen a conjugarse. Todas las fuerzas no teníamos una misma valoración política de esa coyuntura.

Dejemos por ahora de lado estos problemas y hablemos de las acciones del 28 de marzo. Para que esta fecha se convirtiera en el inicio de una debacle al interior del enemigo se necesitaba una acción de contenido estratégico del movimiento revolucionario y un empeño audaz de su fuerza. No un empeño del 10 o el 15%, sino un empeño del cien por ciento de sus fuerzas. Sin llegar a convertir aquello en una batalla final para nosotros, había que dar una batalla estratégica que por lo menos debilitara el resultado electoral.

Efectivamente, el ejército mueve por vía aérea dos compañías a la posición de San Fernando, que está inmediata al occidente de Perquín, aproximadamente a unos diez kilómetros y además ordena evacuar el cuartelito de Perquín para proceder luego a intentar recapturar la posición. Una parte de la fuerza del cuartelito logra fugarse, otros caen prisioneros y la población es ocupada por nuestras fuerzas.

—¿En qué consistió, en lo fundamental, el plan de marzo?

Joaquín Villalobos: —Fundamentalmente éste consistía en tratar de obtener una victoria militar en un punto del país, que fuera capaz de desencadenar un movimiento insurreccional en ese punto y, si era posible, de ahí derivar a otros puntos. Esto podía llevar a dos resultados: primero, que el movimiento revolucionario lograra rescatar para sí al factor masas urbanas y poder así continuar avanzando con una línea insurreccional como un elemento acelerador de la guerra; segundo, que se presentara una coyuntura de descomposición, de deterioro del enemigo, que pudiera derivar en una ofensiva de características finales, aunque según nuestros cálculos eso era lo más improbable. Lo importante era tratar de dinamizar el movimiento de masas urbano mediante una acción victoriosa cuyo diseño fundamental debía ser militar. O sea, no partir de que las masas se alzaran desde el primer momento, como era el esquema del 10 de enero, sino partir de acciones militares que, por su acierto y precisión, lograran darle un fuerte empuje a las masas. Y si esto no resultaba, nuestro plan era tratar de complicar al máximo el desarrollo de las elecciones y esto se logró bastante bien. Sus resultados se fueron haciendo sentir con el paso de los días.

—¿Con qué criterio se eligió el punto dónde se iba a concentrar el esfuerzo político-militar?

Joaquín Villalobos: —Yo creo que el punto elegido explica precisamente el plan. En el oriente del país podrían haberse escogido otros puntos, pero se escoge Usulután por las siguientes razones: primero, la debilidad de la guarnición del ejército, de trescientos o cuatrocientos efectivos que podían llegar a rendirse sobre la base de mantenerlos asediados durante varios días. En segundo lugar, el frente que allí existía tenía la posibilidad de ejercer presión sobre la ciudad, podía envolver a la ciudad, controlar sus vías de comunicación. En tercer lugar, es el lugar de oriente donde las masas del interior de la ciudad tienen el mas alto nivel de politización, la mayor tradición histórica de lucha, por lo tanto era más factible que participaran en acciones insureccionales. En cuarto lugar, en ese punto era posible concentrar una buena cantidad de fuerzas por parte del FMLN y era posible que el resto de frentes le prestaran una cooperación militar importante controlando las vías de comunicación. Y, por último, en ese frente estaban sus fuerzas con más experiencia en el combate urbano, por las constantes incursiones que habían realizado anteriormente a las ciudades.

Ahora, el objetivo militar fundamental de una primera etapa no era lograr la insurrección en Usulután, sino garantizar el aislamiento del oriente del país, y de esa ciudad específicamente, para hacer posible un asedio prolongado al cuartel, que comenzara basado en nuestras fuerzas militares para luego fortalecerse con una creciente participación de las masas, generalizándose de esta manera los combates en esa ciudad.

Partíamos de la apreciación de que un quiebre estratégico en una de las guarniciones más importantes del ejército provocaría su debilitamiento general.

—¿O sea que el plan dependía en gran medida de la capacidad que se tuviera para no dejar pasar los refuerzos?

Joaquín Villalobos: —Efectivamente, sin eso el plan estaba perdido y de eso estábamos claros, pues. Ahora, ¿qué ocurrió? La primera meta del plan se logró, participaron centenares de gentes en las acciones de Usulután, mantuvimos la ciudad ocupada por espacio de más de una semana; mantuvimos posiciones a escasos metros del cuartel del ejército y provocamos una desestabilización de todo el oriente del país que impidió las elecciones prácticamente en cuatro departamentos: Usulután, San Miguel, Morazán y La Unión.

680. Ahora, no se logró realizar nuestro objetivo fundamental que era ocupar el cuartel de Usulután mediante un asedio prolongado, por días. Después de las elecciones el ejército logra recuperar la ciudad. Si los refuerzos no hubieran llegado, en cuatro o cinco días más de asedio, nosotros habríamos rendido al cuartel, produciendo un importante cambio en la correlación de fuerzas en el oriente del país. Ya teníamos ocupadas las tres cuartas partes de la ciudad. Estábamos combatiendo a cien metros del cuartel y ya habíamos empezado a hacer disparos de artillería contra sus posiciones principales. Más de quinientas gentes habían comenzado a incorporarse a la lucha.

—¿Por qué falla esa parte del plan?

Joaquín Villalobos: —Porque los refuerzos del enemigo logran llegar a la ciudad y cambia la correlación de fuerzas. En primer lugar, las rutas estratégicas de aproximación quedaron libres y le permitieron al enemigo desplazar fuerzas importantes al oriente del país. Y en segundo lugar, las fuerzas nuestras que están en Usulután ponen un empeño mucho mayor en reducir al enemigo interno que en controlar a los refuerzos. Se puso un cuidado mayor en el plan de asedio y se hizo un diseño insuficiente del plan de combate en las rutas inmediatas de aproximación del enemigo: la mayor cantidad de fuerza, los mej ores hombres y mandos fueron destinados al asedio, concentrando allí mayor poder de fuego. Por otra parte, las fuerzas destinadas a las rutas de aproximación no sólo eran menores, sino que también estaban distribuidas en forma dispersa, lo que hacía difícil dar un fuerte golpe al enemigo para obligarlo a detenerse o bien lograr aniquilarle fuerzas.

Estos errores o debilidades del FMLN eran conocidos por el ejército enemigo y por eso, para derrotarnos en Usulután, éste no se empeña solamente en penetrar, en forma inmediata, con sus fuerzas, sino que la parte fundamental de su maniobra es un despliegue estratégico de cerco a toda la ciudad. Nosotros deberíamos haber realizado esa operación y, sin embargo, permitimos al enemigo hacerlo porque nuestras fuerzas estaban, en su mayor parte, concentradas en el interior de la ciudad.

—¿El plan de marzo no contemplaba acciones en la capital?

Joaquín Villalobos: —Por supuesto. Sabíamos que allí el enemigo iba a concentrar sus fuerzas para dar la imagen de un país que es capaz de realizar elecciones. Por eso nosotros planificamos que las elecciones se dieran en un contexto de combates urbanos. Pretendíamos entrar a San Salvador el 27 por la noche, para tratar de permanecer combatiendo en la ciudad durante el día de las elecciones, 28 de marzo, el mayor tiempo que nos fuera posible. No sabíamos si íbamos a lograrlo. Obviamente, el ejército ocupa la ciudad de San Salvador, destina allí a sus fuerzas especiales, coloca fuertes líneas de defensa para impedir que nuestras fuerzas penetren. Sin embargo, nosotros logramos romper el cerco defensivo del ejército pasando al interior de la ciudad y combatimos allí durante aproximadamente ocho horas, en unos puntos más, en otros puntos menos, y nos retiramos sin tener mayores dificultades. Pero no pudimos mantenernos allí durante todo el proceso.

Las acciones del 28 de marzo dejan el proyecto electoral en crisis, aunque en lo inmediato el gobierno, que controla los medios de comunicación, logra dar una imagen diferente, porque de hecho hubo elecciones en varios departamentos del país y eso le sirve, políticamente, especialmente para los primeros momentos de su propaganda internacional.

Ahora, con el triunfo de la Alianza Republicana Nacionalista, ARENA, el partido de la derecha, y el aparente éxito de las elecciones, el ejército cayó en apreciaciones subjetivas que lo condujeron a errores que después va a pagar muy caro. El ejército, considerando que el movimiento guerrillero había salido debilitado de la coyuntura electoral, pone más énfasis en sus conflictos internos y, por otra parte, no se imagina jamás el significativo avance que dará el FMLN en la campaña de junio. Por todas estas razones nosotros no consideramos como una derrota la batalla de marzo. Simplemente, no alcanzamos las metas estratégicas a las que aspirábamos, pero ello ocurrió no tanto porque nuestra evaluación de la coyuntura hubiera sido incorrecta, sino porque cometimos importantes errores tácticos en la implementación de los planes.

Por otra parte, luego de estas acciones del 28, y en parte producto de ellas, que constituyen toda una asimilación importante de experiencias para el movimiento revolucionario, el enemigo entra en un proceso de contradicciones políticas muy serias, entra en el período más grave de contradicciones de toda la historia del proceso.

6) LA CAMPAÑA DE JUNIO: COMIENZO DE LA DERROTA DEL EJÉRCITO

Después de que el enemigo nos considera derrotados al retomar Usulután, viene la respuesta nuestra de junio: etapa en que se produce un giro estratégico determinante.

Ahí comienza la derrota del ejército salvadoreño y un proceso incontenible hacia la victoria del movimiento revolucionario. Empezamos a demo strar ante el mundo que podemos ganar la guerra. Terminado el proceso electoral ya nuestra respuesta al enemigo no está sobredeterminada por la necesidad de dar una respuesta política a una coyuntura determinada que subordinara nuestro accionar militar a esa finalidad política. Nuestro problema fundamental pasa a ser entonces: ¿cómo quebrar militarmente al ejército?

Se nos impone, de hecho, a pasar a la mayoría de edad en lo militar. La táctica a emplear para vencer al ejército pasa a ser el problema principal; es necesario lograr una mayor eficacia en el terreno militar: pasar de la defensa de posiciones a la guerra de movimiento, pasar de la dispersión a la concentración de fuerzas.

Se hace un balance de las experiencias anteriores. Se utiliza un criterio más militar en la elaboración de los planes. Su reserva absoluta pasa a ser ahora un requisito fundamental. En los planes insurreccionales anteriores, su discusión a diversos niveles, su mismo contenido de masas y la necesaria propaganda previa que ello exigía ponían en alerta al enemigo. Ahora el factor sorpresa pasa a ser un requisito indispensable. Se elimina el debate pormenorizado de los planes militares y sobre todo de su base política. Cada fuerza debe empeñarse en lograr los mejores resultados para ella, porque esto redundara en un avance para el movimiento revolucionario en general.

Otro elemento fundamental para hacer más efectivas nuestras operaciones es la necesidad de concentrar nuestras fuerzas y de poner especial acento en el ataque al enemigo en movimiento.

La campaña Comandante Gonzalo —que toma su nombre de uno de los cuadros más importantes que cae en Usulután, el segundo mando de todo el operativo subjefe del Frente Sur y fundador de las fuerzas del Frente Suroriental— consistía en cerrar una posición enemiga para obligar al ejército a desplazarse y atacar a los refuerzos en movimiento.

—¿Podrías explicarme cómo se llevo a cabo concretamente este plan?

Joaquín Villalobos: —Cercamos Perquín, una de las posiciones más importantes desde el punto de vista del terreno, en el departamento de Morazán. Era una posición menor, tenía alrededor de cincuenta efectivos militares, un cuartelito pequeño. Ahora, el objetivo nuestro no era esta posición, sino el ataque a los refuerzos que suponíamos que el ejército enviaría, ya que ese es el punto más importante en el norte del país, y es de gran utilidad para su comunicación con Honduras.

En este momento, nuestro planteamiento es diferente de los anteriores —y es aquí donde se expresa con mayor claridad el salto de calidad en la táctica—; ya no nos importa mantener Perquín o no mantenerlo. Obviamente, mantenemos el control de la población, pero para avanzar en nuestra idea principal ponemos el acento en cercar al refuerzo enemigo, a los doscientos cincuenta soldados que están acantonados, en ese momento, en San Fernando.

Esto provoca un nuevo movimiento del ejército, el desplazamiento de tres compañías desde Torola, al suroccidente de San Fernando. Esta era la oportunidad que nosotros buscábamos. El enemigo cae en la trampa. Desde que elaboramos el plan, nosotros sabíamos que una emboscada clásica muy difícilmente nos iba a salir, porque ya el ejército conocía nuestro comportamiento, sabía que le ganamos emboscadas de hostigamiento, sabía que le poníamos contenciones, etcétera, y obviamente sus planes eran ocupar las alturas, o sea dominar las posiciones estratégicas, para poder avanzar por las rutas de aproximación sin sufrir problemas.

Pero también nosotros nos habíamos preparado para eso, para ejecutar maniobras que nos permitieran atacar al enemigo en movimiento, cercándolo sobre la marcha. En el fondo, el principio de la emboscada se mantenía. El problema fundamental era lograr aniquilar una unidad importante del ejército en movimiento. Esa era nuestra concepción. ¿Cómo iba a ser posible lograrlo? Esto iba a estar determinado por el terreno y por el comportamiento que el enemigo adoptara.

Cuando decimos que maniobramos, nos referimos a la construcción de la emboscada sobre la marcha misma, o sea, un concepto más dinámico, más realmente de guerra de movimiento. Y precisamente es lo que más resultado nos ha dado, porque el ejército no se mueve ya tradicionalmente; además, lo corto de los tramos donde tiene desplazarse le permiten moverse a pie, flanquear, o sea, no avanzar sólo por la carretera, sino buscar otras rutas de aproximación al objetivo, tomar las alturas próximas, etcétera.

Toda esa serie de elementos tienen que ser considerados por nuestras fuerzas. Entonces, ¿qué es lo que nosotros tenemos que hacer? Bueno, ir trabajando sobre la marcha para hacerle un envolvimiento a la fuerza que se va desplazando, colocándola en una situación desventajosa, hasta que finalmente caiga en una emboscada. ¿Qué fue realmente lo que pasó en el desplazamiento que hizo el ejército con tres compañías desde Torola, para tratar de salvar a los doscientos cincuenta soldados que estaban cercados en San Fernando? El ejército avanzó a pie, en primer lugar, y no avanzó sólo por la avenida de aproximación principal; al detectarnos, hizo un movimiento de flanqueo por una quebrada, en un punto bajo del terreno. Y nuestras fuerzas fueron capaces de detectarlo, cercarlo, y aniquilarlo en esa posición. Cuando se está en una situación de ese tipo es peligrosísimo ocupar una posición baja del terreno.

Ahora, ese fue el resultado de toda la dificultad que estaban teniendo en el intento de avanzar hacia su objetivo por diferentes rutas. No podían avanzar por la carretera principal, que es la que viene de Gotera... todos esos elementos coadyuvaron al plan, pero hace más compleja la acción de aniquilamiento. Los resultados de ésta acción fueron cuarenta y tres prisioneros, más de ochenta muertos, más de ciento setenta fusiles capturados, doce armas de apoyo que incluyan piezas de artillería ligera y miles de cartuchos.

Y en la fase final obtuvimos una importante victoria política y militar. Derribamos el helicóptero en que viajaba el viceministro de Defensa, en el momento en que este intentaba llegar a San Fernando para levantar la moral de las fuerzas que allí estaban cercadas. Varios días después, unidades del FMLN hacen prisionero al viceministro, que intentaba escapar hacia Honduras.

Esta grave derrota lleva al ejército a decidir emplear una enorme cantidad de efectivos en una contraofensiva. Concentra más de seis mil hombres en Morazán, pero no obtiene otro resultado que el desgaste de sus fuerzas y la derrota del Batallón Belloso, entrenado en Estados Unidos. Para hacer frente a esta contraofensiva se utiliza una nueva modalidad de actuar que se aplica en todos los frentes: el sabotaje generalizado al transporte de todo tipo, en las vías de comunicación. Decidimos no permitir la circulación de vehículos por la carretera, y empezamos a paralizar el transporte, y eso constituye un enorme golpe a la economía que, conjugado con el desgaste que está sufriendo el ejército en Morazán, lo obliga a retirarse de la zona. El ejército tiene que aceptar el golpe sin habernos hecho nada. Debe retirarse sin cumplir su propósito de rescatar al viceministro de Defensa que había tomado prisionero cuando derribamos el helicóptero en que viajaba. Los hondureños se quedan sin poder hacer mucho y con una fuerte denuncia en su contra.

7) UN SALTO DE CALIDAD

El nuevo planteamiento militar que se utiliza en la parte final de la campaña, ya casi por julio, el sabotaje en las vías de comunicación, sabotaje a todo tipo de transporte: comercial, nacional, combustible, etcétera, ya en su forma mas acabada aparece también como una forma de atacar al enemigo en movimiento. El ejército se ve obligado a moverse para despejar los caminos; entonces, por nuestra parte, se generalizan las emboscadas de hostigamiento, que en esta campaña todavía no cobran una gran dimensión, pero en la siguiente campaña, en la que estamos actualmente, en la de octubre, si aparecen como una modalidad fundamental. El sabotaje al transporte va a adquirir en el futuro una connotación estratégica: el cierre, el bloqueo constante de las vías de comunicación y las emboscadas de hostigamiento sobre los desplazamientos del enemigo, que sale a patrullar las carreteras, tratando de mantener limpias las vías de comunicación para posibilitar el transporte de mercancías e insumos necesarios para el cultivo del algodón, café y otros productos, se convertirán en una parte fundamental de nuestros planes. El ejército empieza a sufrir golpes en su intento por abrir las vías. Esta nueva modalidad, que obliga al ejército a moverse, y nos permite atacarlo en el momento en que tiene más desprotegidas sus defensas, se convierte en una ley para el movimiento revolucionario, se convierte en un salto de calidad. El ejército se ve obligado a tener que ceder terreno, pero esto sería entrar ya a hablar de las principales manifestaciones que tiene la campaña de octubre.

—¿Adoptan medidas de hecho o hacían una campaña propagandística previa anunciando que esas vías no podían ser transitadas?

Joaquín Villalobos: —Se hacía una labor de difusión de la medida como una forma de demostrar fuerza por parte del movimiento revolucionario. Era una disposición que debía ser acatada por todo el mundo. Esto tiene en sí una implicación política: el hecho de demostrar que el ejército no es capaz de controlar el territorio y que el movimiento revolucionario tiene un peso efectivo en el dominio de la situación. También la medida trata de evitar que vaya a salir perjudicada gente de la población que, por necesidad, tiene que moverse.

—¿Los civiles respetaron esta medida o hubo gente que salió con sus camiones por la ruta?

Joaquín Villalobos: —No, la medida fue respetada. O sea, fue una prueba de la fuerza que habíamos logrado acumular en todo ese período. Y una prueba efectiva.

—¿Los únicos que se movieron fueron los militares?

Joaquín Villalobos: —Se movieron los militares y bueno, en los primeros días se movió uno que otro vehículo comercial, pero como la capacidad nuestra de actuar sobre las carreteras es real, no es ficticia, bastaron unos cuantos golpes para lograr la paralización efectiva. O sea, no hubo necesidad incluso de hacer una gran cantidad de sabotajes para que aquello fuera tomado en cuenta. Podemos considerar que las dos carreteras principales del país, la Panamericana y la Litoral, en lo que era avanzar de San Salvador hacia el oriente y el norte del país, fueron paralizadas en un 75%, y hacia el occidente fue disminuido su trafico por algunas acciones, aunque su efecto fue mucho menor. Esta es una zona donde el movimiento revolucionario no cuenta con tanta fuerza como para ejercer presión sobre las carreteras, pero hacia el oriente y hacia el norte, hacia Chalatenango, hubo prácticamente una paralización del transporte. Ya en la siguiente campaña todo esto aparece con mucho mayor fuerza. El mismo enemigo consideró esto como una prueba de fuerza.

—Después de la campaña de junio, ¿qué ocurre?

Joaquín Villalobos: —La campaña Comandante Gonzalo tiene continuidad en las operaciones que se desarrollan en agosto; o sea, prácticamente es un plan ininterrumpido cuya intensidad disminuye, por supuesto, pero que dura tres meses: junio, julio y agosto. Luego hay una interrupción durante septiembre y los primeros diez días de octubre, cuando comienza nuestra siguiente campaña. Hasta en esto se ve una manifestación de avance del movimiento revolucionario: ahora logra tomar iniciativas y pasar a la ofensiva de manera mucho más rápida que en las etapas anteriores.

Las operaciones de agosto tienen una importancia bien grande porque van a ser el cierre de la capacidad del ejército de moverse. Ese es el papel que juega la emboscada en la ruta hacia Ciudad Barrios, la ocupación de la población de Yamabal, la ocupación de la población de la hacienda San Carlos en el volcán Cacahuatique que, en conj unto, suman la pérdida de más de una compañía por parte del ejército, entre prisioneros, muertos, heridos y armas capturadas.

—Entiendo que la emboscada en Ciudad Barrios fue una emboscada clásica. ¿ Cómo pudieron hacerla si el enemigo ya estaba advertido de los métodos que ustedes usaban?

Joaquín Villalobos: —Eso ocurre el 7 de agosto. El ejército esta vez no toma las precauciones necesarias para avanzar por las vías de comunicación, se mueve en camiones y por la ruta principal que conduce a dicha unidad ocupada por el FMLN esa mañana. Para garantizar la emboscada disponemos nuestras fuerzas a ocho kilómetros del objetivo y tratamos de dar la impresión de que se trata de un hostigamiento a la ciudad para favorecer el movimiento enemigo. De esta manera los hicimos caer en una emboscada clásica donde hacemos uso de minas, fusilería contra los camiones en movimiento, logrando el aniquilamiento prácticamente total de ese refuerzo. Esto provoca una crisis de los movimientos del ejército, que va incluso a tener una incidencia bien grande en el siguiente plan militar; el ejército pierde movilidad y esto debilitará sus posiciones menores. La otra importancia de esta parte del plan es la ocupación total de una ciudad de más de veinte mil habitantes, Ciudad Barrios, cosa que no se había logrado con anterioridad.

—¿Antes de entrar en la etapa actual de la guerra, podrías hacer un balance de los principales logros de la campaña de junio?

Joaquín Villalobos: —Las acciones de la campaña de junio culminaron con la captura del viceministro de Defensa, la desarticulación de dos compañías del ejército, la recuperación de casi doscientas armas en un sólo frente, en Morazán, la retirada forzada de doscientos cincuenta soldados que estaban cercados a territorio hondureño, la participación de casi seis mil efectivos de tropas salvadoreñas y tres mil hondureños en un operativo contra un sólo frente sin obtener el más mínimo resultado: no lograron sacarnos de nuestras posiciones y dejaron al ejército con más de quinientas bajas y decenas de prisioneros. Y, lo fundamental, logramos demostrar lo que pretendíamos: que podemos ganar la guerra, y ganarla militarmente. Ese fue el planteamiento con el que se concibió la campaña de junio.

Ahora, esto fue posible debido a un salto en la táctica empleada. El movimiento revolucionario logra pasar de la defensa de posiciones a la guerra de movimientos, el control de las vías de comunicación aparece ahora como el elemento fundamental de su táctica militar.

Esto rompe todos los esquemas del ejército, y ocurre en un momento en que éste empieza a debilitarse. Por otro lado, este cambio de táctica implica para el movimiento revolucionario la apertura de una vía permanente de abastecimiento logístico, a través de la recuperación de armas.

Al analizar los resultados estadísticos de la guerra, desde enero del 81 hasta esta fecha en que se ha recuperado un aproximado de mil armas de guerra, el mayor porcentaje de esas armas se concentra de junio a octubre. Solamente en la campaña de junio-julio-agosto, en Morazán, recuperamos más de trescientas armas de guerra. Desde el punto de vista militar, derrotar a un ejército es capturarle armas y hacerle prisioneros, porque hacerle sólo bajas es desgastarlo, ya que éste puede mantenerse en pie y conservar sus unidades estructurales aunque sufra un desgaste cuantioso.

Por otro lado, el movimiento revolucionario, en las acciones de hostigamiento, en el intento de ocupar posiciones, sufría más bajas que en una táctica de movimiento.

—Sufría bajas y gastaba mucho parque...

Joaquín Villalobos: —Sí, gastaba grandes cantidades de municiones. Obviamente, el hostigamiento puede tener un alto valor político y militar en determinadas coyunturas, pero, evidentemente, no deja ningún resultado logístico.

En esta campaña el movimiento revolucionario sale con más logística que con la que entra a las acciones militares, y con muchísimas menos bajas que las que ha sufrido en cualquier combate anterior. Y eso es un cambio fundamental. Incluso las bajas nuestras, que son mucho menores que antes, no las sufrimos fundamentalmente por efecto del combate directo contra el enemigo, porque en la mayor parte de los combates nosotros teníamos posiciones ventajosas, sino porque hemos tenido que hacer maniobras y las maniobras no permiten hacer el trabajo de ingeniería, adquiriendo así mayor efectividad las piezas de artillería del enemigo, los medios aéreos, los helicópteros, los aviones... Esos son los que nos hacen las bajas. Si nosotros podemos hacer fortificaciones logramos disminuir ese porcentaje de bajas. Pero no siempre es posible hacerlo cuando se está maniobrando, cuando se está en contra del tiempo.

Estos son los principales resultados de esta campaña; otro resultado positivo es que se logra modificar los términos de la discusión militar dentro del FMLN, se cambia la forma en la que se elaboran los planes, se hacen planes más prácticos, con menos debate político. Los frutos de todo esto ya se están viendo en la campaña de octubre.

8) HACIA EL COLAPSO MORAL DEL EJÉRCITO

—¿Qué se propone la actual campaña iniciada en octubre?

Joaquín Villalobos: —En la anterior campaña nos propusimos probar que podíamos ganar la guerra, ahora pretendemos ir empujando al ejército a un punto de colapso moral. Para ganar a un ejército no es necesario aniquilarle todos sus hombres ni quitarle todas sus armas, sino lograr su colapso moral.

¿Cómo lograr esto? En el caso nuestro, sobre la base de profundizar las tres líneas de la campaña anterior; primero, acciones de aniquilamiento estratégico en los puntos del territorio donde esto sea posible; segundo, desestabilización nacional del país mediante el sabotaje, fundamentalmente al transporte en las vías de comunicación, a la empresa eléctrica, al sistema de comunicaciones telefónicas y al combustible; tercero, emboscadas de hostigamiento y acciones de aniquilamiento menor. Profundizando esas líneas, haciendo un mejor uso de das las fuerzas y aprovechando la alta moral combativa y el gran esfuerzo por desarrollarse que están haciendo todos nuestros frentes, avanzamos a provocar un colapso moral del ejército enemigo. Esto ya comenzó a tener resultados: las acciones de aniquilamiento estratégico se producen en dos frentes: en Chalatenango y en Morazán.

En segundo lugar, la acción de desestabilización se inicia con el mismo plan y ya como parte de una idea ofensiva. El 10 de octubre, comienzan las acciones en Chalatenango, el 12 en Morazán, y el 14 comienza el plan nacional y de sabotaje.

En tercer lugar, las emboscadas de hostigamiento constante en las carreteras y los aniquilamientos menores se multiplican desde el principio. Después de las dos operaciones grandes, a los pocos días se sucede la operación de San Vicente, una emboscada en la que se recuperan diez armas, y en Cabañas se rinde una posición menor donde se recuperan catorce armas. Llevamos ya treinta y ocho días a la ofensiva sin que se haya producido una baja sensible en la calidad y cantidad de las operaciones y se han producido ya tres golpes importantes al ejército: el de El Jícaro-Las Vueltas en Chalatenango, y los de Perquín y Corinto en Morazán, con la pérdida de tres compañías.

Hasta ahora, en un mes, hemos hecho doscientos diez prisioneros, más de doscientos muertos, trescientos cuarenta y tres heridos y se han capturado cuatrocientos veintidós fusiles y veinticinco armas de apoyo que incluyen dos morteros pesados calibre 120 milímetros, y más de cien mil cartuchos de diferente calibre; ha sido derribado un helicóptero, se han destruido una tanqueta y más de doce camiones militares; se han producido importantes acciones en Guazapa, donde también hemos capturado armas y municiones a escasos kilómetros de la capital. Las emboscadas en las carreteras estratégicas son numerosas y los golpes de aniquilamiento a posiciones menores son constantes. La captura de armas y prisioneros es ya una permanente para el movimiento revolucionario. El oriente del país está prácticamente paralizado económicamente casi desde el inicio de la campaña; no hay transporte, no hay energía eléctrica, hay una gran escasez de combustible, porque han sido destruidos más de una docena de camiones cisterna que intentaban llevar combustible al oriente; el agua está racionada, el ferrocarril está paralizado por la destrucción de puentes y locomotoras. Todo esto amenaza la cosecha de algodón y café.

En la zona central hay cuatro departamentos más afectados por el corte de energía: San Vicente, Cabañas, Cuscatlán y Chalatenango. La carretera troncal del norte se encuentra también interrumpida por el constante sabotaje.

En la capital los sabotajes son continuados y han provocado la disminución del servicio de transporte urbano, la energía de la capital está a menos del 50% y, a veces, es interrumpida totalmente. Todos los tendidos estratégicos de energía han sido saboteados. Miles de líneas telefónicas de la capital están fuera de servicio por el sabotaje.

En el occidente del país hemos logrado la paralización parcial del transporte con la destrucción de furgones, autobuses y camiones cargados de café, la energía eléctrica comienza a escasear también en el occidente. El transporte comercial desde Guatemala está interrumpido como efecto del sabotaje.

El sostenimiento prolongado de esta situación y la continuación de nuestros golpes militares van a colocar al ejército en difícil situación.

Estamos muy lejos de que se paralice nuestra actividad militar. El uso escalonado de nuestra fuerza y el debilitamiento general del enemigo ha permitido el refresco de nuestras tropas, garantizando la continuidad. Esto es uno de los saltos más importantes de la campaña “Héroes y Mártires de Octubre de 1970 y 80”.

Esto prácticamente es un avance muy grande, le plantea al ejército una situación difícil en cuanto a su movilidad y dispersión. Este definitivamente se da cuenta de que no puede controlar el territorio nacional, que tiene que ceder terreno y que tiene que empeñar sus fuerzas en cuidar sus áreas estratégicas. No le queda ninguna otra posibilidad. Es más, en el contexto mismo de la campaña se ejecutan operaciones que le demuestran al ejército que debe resguardar sus centros estratégicos; una de éstas es el ataque a la refinería de petróleo en la zona supuestamente más segura para el enemigo: la zona occidental, su retaguardia profunda, donde el movimiento revolucionario, como resultado del terror, se había visto forzado a disminuir su actividad.

La refinería fue atacada por varios cohetes RPG-2 de fabricación china, produciéndosele “daños considerables”, según reconoció el propio gobierno, obligándola a bajar su nivel de producción y de distribución de combustible al resto del país.

Este ataque, la acción sobre las carreteras y el sabotaje en la capital, obligan al ejército a desplegar sus fuerzas. Las unidades élites son enviadas a controlar las vías de comunicación, mientras el ejército va sucesivamente perdiendo posiciones que se encuentran en las zonas de retaguardia. A estas alturas le han sido ocupadas militarmente al ejército seis poblaciones en Morazán y tres en Chalatenango y las poblaciones no ocupadas militarmente, pero que ellos han abandonado son muchas más; llegan a sumar diecinueve. Esto deja ya al movimiento revolucionario con una gran cantidad de terreno que constituye una de sus principales conquistas.

El otro elemento que se da, aparte del terreno conquistado, es la desmoralización del ejército. Esto se refleja en dos cosas: por un lado, hay más prisioneros que muertos y heridos por parte del ejército. Las tropas tienen una tendencia ya bastante alta a rendirse, prefieren no combatir para salvar su vida, lo cual abona la idea de buscar un colapso moral. Otra prueba de su desmoralización es que no quieren moverse. El no moverse no sólo es el resultado de un planteamiento militar defensivo, sino que también refleja desmoralización, miedo a que las tropas puedan ser desarticuladas o aniquiladas. Otro elemento que refleja también una crisis moral dentro del ejército es que comienza a hablar de manera más permanente de operativos que no existen, o bien, de operativos que no tienen ningún valor militar, porque se trata de acciones que hacen sobre la población civil como una política contra gente que podría llegar a incorporarse a nuestras fuerzas. Pero ya eso tiene un efecto limitado, porque nuestras unidades van avanzando cada vez más, y ellos van cediendo un terreno que tiene una gran importancia estratégica para nosotros.

Es sólo después de treinta días del comienzo de la ofensiva del FMLN, y como resultado de los efectos negativos por la pérdida de terreno, que el ejército concentra fuerzas y lanza una contraofensiva sobre las posiciones nuestras en Chalatenango, teniendo la cooperación de fuerzas del ejército hondureño.

Los costos de esta contraofensiva van a ser muy altos, no sólo desde el punto de vista del desgaste que está sufriendo el ejército en Chalatenango, sino porque nuestra actividad ofensiva no ha disminuido ni va a disminuir; los golpes han continuado y el ejército va a tener que salir de Chalatenango sin éxito militar alguno. Al parecer, el principal propósito de su ofensiva es recapturar algunas de las poblaciones perdidas para moralizar a sus fuerzas. A nosotros, más que conservar terreno, nos interesa golpear al ejército; pero, de cualquier forma, el ejército va a perder terreno en esta campaña nuestra, porque ya no es capaz de conservarlo, y continuar manteniendo posiciones en muchos de esos lugares, es seguir ofreciéndonos objetivos militares.

—¿Podrías decirme en qué consistió concretamente el plan de octubre en Morazán?

Joaquín Villalobos: —A esta fecha el plan de octubre no ha terminado. Nuestro plan concreto buscaba poner al ejército ante la alternativa: o nos cedía terreno porque decidía no moverse y nos manteníamos ocupando posiciones y extendiendo nuestra zona de control, o se movía y entonces nuestro plan era lograr el aniquilamiento de unidades mayores.

¿Qué camino elige el ejército? En principio cede terreno, abandona un territorio que para nosotros se convierte en la posibilidad de más áreas de maniobra, de solución del problema del abastecimiento. Ahora, en el proceso de ocupación de las seis poblaciones y con los resultados de la emboscada en la ruta Corinto-Sociedad, el 8 de noviembre en Morazán, hemos aniquilado y capturado las armas de dos compañías y hemos desarticulado y puesto fuera de combate otras dos. Prácticamente hemos acabado un batallón enemigo en un mes. Antes ellos podían mantener un amplio cerco sobre nuestras zonas de control para impedir la llegada de los abastecimientos con el objetivo de debilitar nuestra base social. Ahora todo eso empieza a desaparecer al extenderse nuestro teatro de operaciones y zonas de control.

La campaña de octubre en Morazán comienza con el cerco a más de cien hombres del ejército en una posición importante y con tres poblaciones ocupadas prácticamente al mismo tiempo. Se tomaron las poblaciones de Torola y San Fernando en las primeras horas de combate y se cercó las posiciones del ejército en Perquín, terminando por ocupar la población y rindiendo a la mayor parte de las fuerzas que allí se encontraban, incluido el capitán que estaba al mando de la compañía.

Esto le presentaba al ejército una situación que teóricamente obligaba a hacer un desplazamiento estratégico. No lo hizo; entonces buscamos otros objetivos: la ocupación de la población de Joateca y la ocupación de la población de Carolina, al norte de San Miguel. Esto aumenta la cantidad de terreno a nuestra disposición; ya prácticamente la zona norte del departamento que comunica con Honduras va quedando en manos nuestras. El 18 de noviembre, en la ruta Corinto-Sociedad, nuestras fuerzas aniquilan otra compañía enemiga que se dirigía a reforzar Corinto. Son capturadas casi cien armas, vehículos militares y caen sesenta y dos prisioneros, incluidos dos oficiales; posteriormente nuestras fuerzas ocupan la población de Corinto.

Es muy significativo que ahora el ejército argumente que las posiciones perdidas no tienen importancia, después de haber hecho grandes operativos para mantenerlas, en los dos años anteriores de guerra; operativos en los que invirtió miles de hombres, millones de dólares, perdió cantidad de soldados, muertos o heridos en esos combates, hizo fortificaciones, gastó millones de balas, de proyectiles de cañón, bombas de avión, etcétera.

Decir que esa zona que está pegada a Honduras no tiene importancia estratégica es absurdo. Hay toda una franja controlada por el FMLN al norte de Morazán y de Chalatenango que dificulta la comunicación con el ejército hondureño. La posición más cercana a la frontera que tiene el ejército salvadoreño en Morazán en este momento queda treinta o treinta y cinco kilómetros de ella. Esto implica un debilitamiento, incluso de los planes de intervención de los militares hondureños.


9) IMPORTANCIA ESTRATÉGICA DE RADIO VENCEREMOS

—¿Me gustaría que volvieras a precisar, porque de alguna manera ya que fue tratado, ¿cómo es posible que el enemigo no haya logrado destruir Radio Venceremos? ¿Cuál es el papel que ella desempeña en la guerra y cuáles son las líneas principales de su política informativa?

Joaquín Villalobos: —La Radio Venceremos nace prácticamente con la ofensiva de enero de 1981 y, después de ésta, pasa a ser el objetivo fundamental del ejército al terminar éste la recomposición de sus fronteras. Los operativos que lanza en marzo-abril, precisamente, pretenden capturar la radio. Yo creo que aquí es donde se ve con mayor claridad cómo la defensa de posiciones se convirtió en una victoria político-militar, porque la defensa de posiciones surgía de la ligazón con las masas, surgía de la estrechez del terreno, pero también surgió de la necesidad de defender un instrumento político estratégico como era la radio.

Por eso también hicimos defensa de posiciones, pero aquí en Morazán había una razón más para hacerla. La radio nos obligó a fijarnos en el terreno, a tratar de desgastar al enemigo, a impedir que llegara, o a tratar de que por lo menos cuando ya pudiera llegar estuviera tan agotado que tuviera que irse de la zona o lo pudiéramos desalojar posteriormente. Parecía una locura militar que un movimiento irregular, una guerrilla, hiciera defensa de posiciones, pero lo que estaba haciendo era proteger ese instrumento político y, además, estaba creando una situación política al demostrar que el ejército se tomaba veinte días en ocupar un pequeño espacio de terreno. Posteriormente, a partir de julio-ago sto hasta finales del año, la Radio Venceremos sigue siendo el objetivo fundamental. En diciembre, en otro gran operativo, el ejército logra capturar una de las partes del equipo de transmisión.

Pero como la radio tenía para nosotros tal importancia estratégica, también se habían redoblado las medidas para garantizar su mantenimiento en el aire, y se había considerado la posibilidad de que en un movimiento, en un desplazamiento, pudiéramos perder parte de sus equipos y ya teníamos los equipos de reserva en otros puntos. Y precisamente eso garantiza que la radio pueda nuevamente salir al aire de manera casi inmediata, a los veinte días de la acción del ejército.

Ahora, desde que el movimiento revolucionario empieza a tomar iniciativas, ya la radio comienza a dejar de ser objeto principal para el enemigo y lo que hace contra ella es interferirla. Adopta otra forma de lucha porque se convence de que definitivamente la batalla contra ella la va a ganar solamente si gana la guerra, porque si no gana la guerra la radio va a seguir en el aire hasta la victoria. Y ¿por qué? Porque ya la iniciativa del movimiento revolucionario la coloca frente a otros problemas que son las acciones ofensivas. En este momento la radio está protegida, no sólo por las fuerzas que están allí para defenderla, sino también porque las acciones militares ofensivas que ha asumido el movimiento revolucionario son su mejor anillo defensivo.

Incluso se van multiplicando las posibilidades de generar otras radios en otros frentes; se va dando hasta la posibilidad de transmitir en frecuencia modulada directamente a la capital; ése es uno de los logros posteriores a la campaña de junio, y es casi un lujo, la gente nos puede escuchar en un radio común todas las noches. Esta es fundamentalmente la forma en la que la Radio Venceremos ha logrado en una primera etapa sobrevivir, y en otra, desarrollarse e irse convirtiendo cada vez más en un instrumento político y propagandístico del movimiento revolucionario de orden estratégico.

En este momento libra una batalla contra la interferencia, transmitiendo el programa en dos frecuencias simultáneas: la onda corta tres veces al día y una vez al día en FM para San Salvador. Ahora, en relación al papel que ha desempeñado en la guerra, es importante señalar que uno de los instrumentos más importantes que ha utilizado el ejército, después de enero, ha sido el cerco informativo nacional e internacional. Y obviamente, tenía todas las condiciones para lograrlo, porque si el movimiento revolucionario estaba en una etapa de resistencia, de desarrollo, de acumulación para pasar a otro momento, esos seis meses iban a significar alguna pasividad. Y lo que hiciera a la defensiva, los logros que tuviera, o las acciones ofensivas que desarrollara no iban a tener el mismo efecto si no eran propagandizados.

El papel de la Radio Venceremos ha sido precisamente el de romper el cerco informativo, el permitir que haya otra información. Posteriormente, pasar a ser un instrumento que expresa la complejidad del proceso salvadoreño, que instruye a las masas, que entra en la batalla diplomática, que entra en el debate con el ejército, que prueba que estamos ganando la guerra...

Es un instrumento dinámico y un vocero oficial, en el cual el FMLN deja sentadas posiciones frente a la comunidad internacional. Las agencias de prensa toman su palabra como la palabra oficial del movimiento revolucionario salvadoreño y por ello su dimensión empieza a ser mucho mayor, al jugar también un papel en la batalla de carácter diplomático, en la batalla contra la intervención.

Si Radio Venceremos nació para agitar una posible insurrección el 10 de enero; si fue el instrumento que nos permitió hacer saber que desgastábamos al ejército en nuestros frentes mientras hacíamos resistencia de enero a junio del 81; si fue el instrumento que nos permitió probar que estábamos tomando la iniciativa en la campaña de julio y ago sto en Perquín, Morazán; si fue el instrumento que nos permitió probar que mientras viviera estábamos avanzando y éramos invencibles cuando se lanzó la ofensiva contra ella en diciembre; si fue un instrumento para agitar a las masas y orientarlas en el contexto de la campaña electoral del 28 de marzo; si ha sido el instrumento que nos ha permitido hablar de nuestra disposición a una solución política, a una mediación, al diálogo, a la búsqueda de la paz; si ha acompañado el giro estratégico en la guerra en la campaña Comandante Gonzalo en junio al probar que podíamos ganar la guerra, ahora es el instrumento que prueba que estamos quebrando al ejército.

La radio llega al ejército. El ejército es uno de nuestros mejores oyentes. Nos lo han dicho los soldados prisioneros, lo sabemos por nuestros trabajos de inteligencia en el ejército. ¿Por qué? Porque hay una política de desinformación al interior del mismo. Los oficiales creen más en lo que dice la Radio Venceremos que en los que dice García y les instruye el alto mando. ¿Por qué? Porque ésta no inventa un prisionero... Su política informativa ha sido de apego total a la verdad. O sea, no decir nada que no sea sacado de la realidad. Y esto, ¿qué nos ha valido? Un gran prestigio frente a las masas e incluso frente a nuestros propios adversarios.

Para el caso, al interior del ejército, cuando se da la campaña de junio en la que cae capturado Castillo, había una gran cantidad de oficiales que no creían que había prisioneros, que no lo sabían porque nadie se los informaba. Y, ¿qué sucede? Viene la radio y da nombres, ubicación y pruebas concretas. Eso lleva a que ellos usen sus vías de información para que investiguen donde están las compañías pertenecientes a la Tercera Brigada de Infantería, que fueron enviadas como refuerzo, qué fin tuvieron las de Usulután, donde están esos soldados. Empiezan a comprobar que estamos diciendo exactamente la verdad.

Esa fue una política que se sostuvo desde el momento que nace la radio. Las masas adquieren confianza en nosotros. Derrotamos la política informativa del ejército, y evitamos también caer en el error de falsear datos por obtener una mala espectacularidad.

10) PAPEL FUNDAMENTAL DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN MILITARES.

—Entiendo que uno de los problemas de la ofensiva de enero fue que no había posibilidad de comunicarse entre los distintos frentes, que había problemas también de la comunicación con el mando, etcétera. ¿Cómo lograron resolver ustedes el problema de comunicaciones militares y qué papel desempeñan éstas en la posibilidad de llevar adelante el proceso de la ofensiva militar que ustedes han realizado?

Joaquín Villalobos: —Nosotros le vemos una enorme prioridad a las comunicaciones. La multiplicidad de vías de comunicación de nuestro país, la densidad de su población, nos imponían cosas como la pérdida del factor sorpresa en el combate; la necesidad de reelaborar los planes sobre la marcha y esto era solamente posible con el desarrollo de medios de comunicación militares.

Al convertirnos en un ejército necesitamos recurrir a estos medios, los más avanzados y los más adaptados al terreno que nos fuera posible, para poder realizar lo que llamábamos una maniobra.

Por ejemplo, si nosotros íbamos a entrar a una guerra de movimiento y si el ejército cuenta con múltiples vías de aproximación, tiene que utilizar alguna, pero nosotros no podemos estar en todas. Entonces, la única forma de lograr conocer su ubicación es contar con medios de comunicación que nos permitieran saber en que dirección principal avanzaba, para poder ejecutar una operación de aniquilamiento que seleccionábamos sobre la marcha misma. Y ¿cómo actuar contra el tiempo sin usar la radiocomunicación? Ahí los correos no podían ser usados. Si nosotros tuviéramos ahí en un espacio donde tuviera pocas vías de comunicación y las probabilidades de movimiento de este fueran reducidas, no habría tantos problemas. Las opciones del enemigo serían pocas y las nuestras también. Pero frente a las condiciones nuestras necesitábamos obviamente resolver el problema de la radiocomunicación. Precisamente, los asesores norteamericanos lo primero que le refuerzan al ejército salvadoreño son sus radios de comunicación; se los multiplican y aumentan en una cantidad enorme, precisamente porque saben que ellos iban a tener que enfrentarse al desarrollo de la capacidad de maniobra del movimiento revolucionario y que también iban a tener que tomar decisiones sobre la marcha.

Los equipos de comunicación se convierten en un problema fundamental. Precisamente la batalla de Torola-San Fernando en junio no hubiera sido posible si no contamos con radiocomunicaciones, porque fueron observaciones adelantadas las que nos permitieron saber que el enemigo estaba llegando a un punto y que se iba a comenzar a desplazar y, entonces, nosotros nos adelantamos y logramos hacer antes que él los movimientos para poder ocupar las posiciones que nos permitieron llevar a cabo el aniquilamiento.

—Y ¿desde cuándo ustedes cuentan con un sistema mínimo...?

Joaquín Villalobos: —Posteriormente al 10 de enero de 1981.

11) LA POLÍTICA FRENTE A LOS PRISIONEROS

—Tú me decías que uno de los elementos positivos de las últimas dos campañas es que se ha hecho bastantes prisioneros... ¿Esto se debe a un cambio de política del FMLN?, porque yo tengo la impresión de que al comienzo el movimiento revolucionario salvadoreño buscaba más bien aniquilar al enemigo; que su objetivo fundamental no era hacer prisioneros...

Joaquín Villalobos: —El movimiento revolucionario salvadoreño sufrió influencia de determinados factores que explican que se presentaran manifestaciones en el sentido que tú dices en algunas de las fuerzas del FMLN. Pero yo creo que no habría que considerarlo como un hecho aislado de las mismas condiciones, sin tratar de ver cuál es su punto de partida. Hay que recordar el efervescente pasado de masas del movimiento revolucionario salvadoreño y cómo, dentro de lo que fue un ánimo insurreccional, aparece lógicamente la necesidad del golpe al esbirro, del ajusticiamiento al traidor. Esto influye obviamente en la estructuración inicial del ejército revolucionario y provoca que haya diferencias dentro del FMLN con respecto a la necesidad de hacer prisioneros, lo que, según nuestro parecer, iba a dejar beneficios en todos los terrenos, no sólo en el orden militar, sino también en el orden humano, en el orden político, en el orden social. Desde el punto de vista militar, hacerle prisioneros es profundizar la desmoralización del ejército.

—¿Ustedes tuvieron que luchar contra tendencias espontáneas de la población para poder lograr este objetivo?

Joaquín Villalobos: —Efectivamente, así fue. Por ejemplo, nosotros nos enfrentamos a situaciones de este tipo en el período posterior a la ofensiva de octubre de 1980, en Morazán. Cuando nuestra fuerza logra recomponerse, lo primero que hace es empezar a ajusticiar paramilitares. Por una orden de la dirección se dice que esos ajusticiamientos deben cesar, que no se debe tocar a los paramilitares, que era necesario llamarles para hacerles planteamientos que les permitieran darse cuenta de que estaban equivocados, utilizando así la vía política para derrotarlos. Y, ¿de qué partía nuestra política hacia ellos? Del problema de que el 90% de los paramilitares pertenecen a familias campesinas. Aunque algunos de ellos pueden ser considerados un poco como fenómenos lumpen dentro de los campesinos, gente con deformaciones mentales, etcétera, la masa generalizada que en este caso componía la Organización Democrática Nacionalista, ORDEN, la organización paramilitar del ejército, son campesinos que por ignorancia, por presiones o creyendo realmente que están en lo correcto, están metidos ahí.

Lo mismo sucede con el ejército. Ahora, la masa presionaba por la ejecución, pero si nos hubiésemos dejado influenciar por el fanatismo, por una serie de sentimientos subjetivos de la masa, habría sido incorrecto. No podíamos nosotros, de ninguna manera, empeñarnos en una política de eliminación, de exterminio de ésta gente, simplemente porque estaban armados contra nosotros, o porque delataban a la gente. Teníamos que adoptar con ellos otras formas de lucha, que incluían la lucha con mensajes, la lucha política, hasta la de darles tratamiento político cuando tuviéramos posibilidad de hacerlos prisioneros. Para poder derrotar al enemigo estratégico de esas mismas masas que es el ejército como estructura, dominado por el alto mando fascista, es necesario tener incluso una política dirigida a rescatar parte de ese ejército.

Esta guerra que dura dos años, en la cual hay un enfrentamiento de una envergadura bastante grande, puede provocar deformaciones en nuestros mismos combatientes. Y, ¿qué nos permite la política de prisioneros? Nos permite que nuestros combatientes aprendan a respetar al vencido, que tengan un gesto humano. Que en la guerra y en la victoria no actúen con la prepotencia de un vencedor, incapaz de comprender los problemas que a veces han llevado a los militares a tomar las armas contra nosotros, lo que puede haber ocurrido por ignorancia, por error, etcétera.

—Ahora, concretamente, ¿qué resultados ha tenido en la práctica esta política frente a los prisioneros?

Joaquín Villalobos: —En la práctica el principal resultado es que se han incorporado a nuestras propias filas entre el diez y el doce por ciento de los prisioneros que hemos capturado. El tratamiento político y el tratamiento humano que se les dio fue tal que tomaron la decisión de pasarse a las filas nuestras a seguir luchando. Esto prueba que era errado pensar que era una solución matarlos o adoptar medidas fuertes contra ellos, descartando la sensibilidad que estos hombres podían tener por un proyecto revolucionario.

Por otro lado, los prisioneros han sido puestos en libertad, sin ninguna condición. Al único que no hemos soltado es al viceministro de Defensa; el resto, o han sido entregados a la Cruz Roja Internacional, o han sido puestos en libertad inmediatamente después de los combates. Este hecho lleva a que estos soldados cambien la imagen del movimiento revolucionario, se llevan una imagen que el enemigo no deja ver: logran comprender que este es la más alta expresión del humanismo incluso en el combate. Los combatientes curan al uniformado que ven herido, le dan alimento, lo tratan como compañero, y, poco a poco, esto va rompiendo todos los esquemas que ese soldado tenía, se va dando cuenta que es tan del pueblo como ellos mismos. Esto también nos reporta beneficios políticos; los que se van, llevan así un mensaje al resto del ejército. Y cunde el convencimiento de que rendirse no es un acto de humillación, que es una forma de salvar la vida, es cierto, pero que también es una forma de no continuar peleando por algo que para ellos no tiene ningún sentido. No tiene ningún sentido morir por defender los intereses de unos cuantos oficiales. Eso lo van entendiendo mas y más.

Este es un aspecto de nuestra batalla contra los sectores más reaccionarios del ejército y se la estamos ganando. Incluso el mismo general García, en una declaración periodística, dijo una vez que el no podía aceptar la devolución de los prisioneros oficialmente porque esto implicaba que se iban a seguir rindiendo. Pero pasaron unas cuantas semanas y este mismo general estaba aceptando oficialmente que la Cruz Roja Internacional recibiera a los primeros prisioneros. Y a las pocas semanas, otra vez, recibiendo otra entrega. Y ya se están preparando para nuevas entregas de prisioneros. El alto mando se ha visto forzado a tomar esta actitud porque los prisioneros se convierten en una presión al interior de las fuerzas armadas con relación a su devolución. Esta política se va convirtiendo también en una forma de llevar un mensaje a los sectores que tengan alguna sensibilidad, de que es posible entenderse con respecto al problema de la guerra y buscar otras formas de solución al conflicto.

12) RAZONES DE LA DISCONTINUIDAD EN LA OFENSIVA.

—Una última pregunta. Después de lo que nos has narrado, no cabe duda de que se ha dado un gran salto adelante en la guerra revolucionaria en El Salvador, y que, cada vez, es mas corto el tiempo que media entre una y otra campaña; sin embargo, hay quienes piensan que existe una cierta lentitud de parte de ustedes para pasar a nuevas ofensivas. ¿Qué podrías decirme al respecto?

Joaquín Villalobos: —La ausencia de continuidad no está determinada por una voluntad conservadora, sino que está determinada por las características mismas que ha asumido la guerra. Ese vacío que aparece entre las distintas etapas se ha debido a un agotamiento real de nuestras fuerzas. Y esto cobra mayor importancia cuando se pasa a la etapa de formación de nuestro ejército. Aquí el agotamiento físico, el agotamiento de los abastecimientos, el agotamiento de las reservas logísticas es algo real. El mismo enemigo pasó de campañas de veinte días a campañas de ocho días, y luego a campañas de cuatro días o cinco días.

¿Por qué? Porque cada vez los factores de agotamiento van incidiendo mas sobre él, porque su comportamiento es el de un ejército, y, por lo tanto, el factor desgaste pesa enormemente sobre él. Ha habido momentos en los que físicamente nosotros teníamos que parar. Hay quienes han sostenido la necesidad de mantener una continuidad de carácter cuantitativo, o sea, de estar actuando siempre. Nosotros pensamos que es preferible, en un determinado momento, parar, hacer una revisión global y buscar un nuevo objetivo estratégico, utilizando en el cien por ciento de nuestras fuerzas con el fin de lograr un cambio significativo, un viraje en la situación. Da mejores resultados ejecutar un conjunto de acciones en un mismo período que la mera suma cuantitativa de operaciones que no están unidas por una idea de maniobra.

El 10 de enero tiene esa virtud. Nosotros pudimos haber utilizado todo nuestro potencial armado, acumulado para el 10 de enero, de otra manera, más espaciada, continúa, con operaciones sucesivas. Eso hubiera sido un gravísimo error. No hubiéramos parado al enemigo. Ahora, haberlo parado, haberlo tensionado en un mismo momento, ¿qué significó? Significó el acuartelamiento del ejército, el paro de las ofensivas y la posibilidad nuestra de ganar un tiempo para asegurarnos en determinados territorios. Ahora, ¿eso trajo un período de relativa estabilidad? Sí lo trajo, pero fue para beneficio nuestro. Esto mismo va a aparecer en otras etapas.

Hemos logrado una acumulación estratégica que se expresa en un momento culminante, pero que, por las características de la situación, por la disminución del potencial insurreccional, sobre todo de las masas urbanas, no podía mantenerse en un espiral ascendente, como ocurrió en Nicaragua en los últimos seis u ocho meses de la guerra, donde yo diría que a veces las mismas masas se adelantaban a las acciones militares. O sea, el frente sandinista tomaba la determinación de tomarse un barrio de hoy para mañana, y en el transcurso de las horas que pasaban en ese lapso las masas tomaban ese barrio y las unidades militares llegaban a asegurarlo. Ese es otro potenciamiento, es otra situación. Nosotros no. Nosotros tenemos que partir de las propias fuerzas, de la exploración del terreno, de que las armas tengan amunicionamiento, de que el plan este acabado. Todos esos factores inciden para poder realizar las operaciones. Las formas de participación de la masa son diferentes a las de una insurrección y, por lo tanto, nuestro ejército tiene a veces características casi regulares.

—Ahora, el hecho de que ya con esta nueva táctica de atacar al enemigo en movimiento estén logrando resolver los problemas logísticos, ¿no permite acelerar el ritmo de las campañas?

Joaquín Villalobos: —Después de la campaña de junio, algunos nos preguntaban por qué parar. Hay que tener en cuenta que con el cerco a las zonas hecho por el ejército, en el que había, entre hondureños y salvadoreños, mas de ocho mil hombres, se nos acabó la comida. ¿Cómo íbamos a continuar así las operaciones militares? Obviamente, tenían que pasar unas cuantas semanas para que nosotros pudiéramos continuarlas. Pero el ejército ¿en qué situación queda después de haber hecho los operativos? El análisis no debe hacerse sólo a partir de la situación en que esté el movimiento revolucionario, sino también debe tenerse en cuenta el debilitamiento que sufre el ejército. El problema es quién se recompone más rápido, sí ellos o nosotros.

Y precisamente, lo que se empieza a derivar de esta situación es que ya los tiempos de recomposición de las fuerzas del FMLN son más rápidos que los del ejército. Por eso hablamos de que la campaña de octubre puede significar, si obtiene sus resultados óptimos, el fin de la capacidad ofensiva del ejército salvadoreño. Puede mantenerse actuando, hostigar nuestras posiciones, pero sin lograr ya ningún resultado militar. Y esto ¿qué significa? Que obviamente nosotros vamos a resolver por una doble vía: por una generalización del apoyo de las masas al ejército revolucionario y porque la extensión del terreno nos da mayores posibilidades. El aniquilamiento de unidades del ejército nos deja las armas, nos deja municiones, nos deja logística, y las armas nos potencian masas para incorporar. O sea, aparecen otros factores. Y esto ¿qué implica? Ya implica un espiral ascendente en el que continuidad de las operaciones será constante y ya no se producirán vacíos.

Ahora, ¿cuál será la forma en que las masas participaran en la fase final de la guerra? Sobre esto es difícil hacer un pronostico.

Primero hay que repetir que las masas nunca han estado ausentes del proceso revolucionario, que sin éstas jamás habríamos logrado crear el poderoso ejército popular con el que contamos en estos momentos. Ahora, si las masas se van a manifestar en ese momento en forma insurreccional o en forma de una huelga general, o a través de una incorporación masiva al ejército revolucionario, eso está por verse.

Lo que sí sabemos es que la guerra popular avanza a pasos agigantados, que la lucha misma consolida cada vez mas la unidad de nuestras fuerzas, y esto nos permite propinarle golpes cada vez más contundentes al enemigo.

Los revolucionarios salvadoreños tenemos conciencia de la dimensión que nuestra lucha tiene frente al futuro de América Latina, y también tenemos claridad de nuestra responsabilidad para con la libertad y la paz del continente.

Los niveles de guerra y de victoria que hemos alcanzado, a pesar de que luchamos contra una dictadura que recibe un vasto apoyo del imperialismo norteamericano, sólo han sido posibles gracias al heroísmo de nuestro pueblo y a la capacidad y abnegación de los jefes combatientes de las fuerzas del FMLN, que han respondido a cada momento de la guerra con la mística y la sabiduría necesaria para hacer valer los ideales por los que ofrendaron su vida las generaciones de los héroes y mártires que nos precedieron en la lucha por la libertad de nuestra patria.

Con todo esto, si el imperialismo se empecina en impedir que nuestro pueblo construya su propio destino, estamos seguros que sufrirán una derrota aun más dura que Vietnam, ya que nada ni nadie puede detener la conquista de nuestra libertad. Nuestro pueblo y su vanguardia tienen la decisión de vencer y VENCEREMOS.
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Fuente: Rebelion.org / Marxists Internet Archive