El Socialismo: ¿Una alternativa para América Latina?

EL SOCIALISMO: ¿UNA ALTERNATIVA PARA AMÉRICA LATINA?

Entrevista de Marta Harnecker a Schafik Handal, probablemente relizada en 1990.

INTRODUCCIÓN

“Estamos, no por reconstituir el Movimiento Comunista Internacional, sino por impulsar el entendimiento y la solidaridad lo más ampliamente entre todos los partidos y movimientos de izquierda de América Latina y del resto del mundo. Es en este nuevo marco sin normas rígidas, abierto a las ideas frescas y al debate imprescindible para la renovación del pensamiento socialista, donde los comunistas salvadoreños deseamos participar” —sostine Schafik Jorge Handal secretario general del Partido Comunista de El Salvador—. Y esta entrevista está inserta en ese espíritu.

Hoy, cuando muchos movimientos de izquierda en América Latina temen contaminarse con una palabra que la reacción mundial ha sabido transformar en estigma, el comandante Schafik Jorge Handal, secretario general del Partido Comunista de El Salvador, sale en defensa del socialismo con la autoridad que le da haber conocido por dentro el llamado socialismo real tanto antes como después de que se iniciara el proceso de la perestroika. Pero el socialismo que defiende no es el socialismo estatista, verticalista, antidemocrático, que llegó a ser históricamente la antítesis del proyecto social que imaginaron los clásicos del marxismo, sino de un socialismo pluralista, democrático, antiverticalista, donde la conducción política jamás está predeterminada de antemano, sino que se tiene que ganar diariamente en la lucha, con audacia, creatividad y la fuerza del ejemplo.

Este trabajo consta de dos partes, la primera se refiere al tema del socialismo en general y la segunda, al proyecto de sociedad que hoy está levantando el FMLN para El Salvador, tanto en el caso que se de una salida negociada. Ambas partes están cruzadas por el tema de la democracia que sale a relucir en cada una de las cuestiones abordadas.

MARTA HARNECKER 13 ENERO DE 1991.

I. VIABILIDAD DE LA REVOLUCIÓN VERSUS “NUEVA MENTALIDAD”

—Sabemos que hay algunos que cuestionan el sentido de hacer revoluciones en países pobres por las dificultades que existen para resolver el problema del desarrollo, especialmente si no se cuenta con el apoyo de un país poderoso, como ocurrió en el caso de Cuba, y que otros piensan que hacer revoluciones hoy día significa perjudicar el esfuerzo de distensión a nivel mundial. ¿ Qué piensas de estas opiniones? ¿Es posible hacer una revolución en El Salvador que de alguna manera autosubsista sin tener que depender de la ayuda de otros países, y que no sólo subsista sino que logre desarrollar el país, en contra de la voluntad del imperialismo norteamericano? ¿Qué características tendría una revolución en El Salvador en las condiciones del mundo actual?

Mira, para responder a tu pregunta creo que hay que partir de la tesis de que para resolver el problema del desarrollo del Tercer Mundo en toda su complejidad económica, política, social, tecnológica, cultural tiene que darse una ruptura de estructuras y ésta no puede ser una ruptura puramente parcial, formal. Así lo demuestran las crisis de los gobiernos democráticos surgidos en los años 80 en Suramérica y los estallidos sociales, en gran medida espontáneos, que empiezan a darse en algunos países a partir de la agudización de la situación de pobreza y miseria de importantes sectores de la población. Basta recordar lo ocurrido en febrero de 1989 en Venezuela y después en Argentina. A mi juicio, por lo tanto, éste es el momento menos indicado para poner a navegar esta tesis de que la revolución ya no es posible, ni necesaria, como lo vienen sosteniendo algunos teóricos de la “nueva mentalidad”.

Estos teóricos sostienen que los sistemas sociales en la actualidad no son confrontativos, sino convergentes; pero nosotros vivimos una realidad totalmente distinta. Dentro del mismo capitalismo no hay ninguna convergencia entre el capitalismo desarrollado y el capitalismo dependiente. En los países capitalistas desarrollados predominan cada día más las políticas neoliberales, que magnifican una supuesta eficiencia económica a costa del sacrificio social. En los países subdesarrollados como los de América Latina que sufren una crisis estructural profunda, esa política económica, importada del Primer Mundo, ha resultado desastrosa, no sólo para las inmensas mayorías trabajadoras, sino también para amplios sectores empresariales llevados a la quiebra por las ventajas inapelables que ella concede a las poderosas, sofisticadas y devoradoras transnacionales americanas, europeas o japonesas llegadas del norte.

Algunos de los teóricos de la “nueva mentalidad” extremando sus tesis alegan que no existe el imperialismo. ¿Cómo decirnos a los latinoamericanos que el imperialismo no existe cuando sus efectos están presentes en la vida cotidiana de nuestros pueblos? Hace algo más de un año los Estados Unidos invadieron Panamá, matando a miles de sus ciudadanos civiles y, pocos años antes, habían invadido Granada. No podemos estar de acuerdo en absoluto con estos planteamientos. Además consideran sobrepasada la tesis de Marx de que la violencia es la partera de la historia, y predican la no violencia. Más todavía, dicen que la lucha de clases es un concepto equivocado, pasado de moda, inútil.

—¿Ellos predican la no violencia y ustedes la violencia? Te pregunto esto, porque la propaganda reaccionaria se esfuerza por atribuir a ustedes y, en general, a los revolucionarios, una especie de filosofía de la violencia...

Mira, me parece importante aclarar que nosotros no somos amantes ni adoradores de la violencia. Empuñamos las armas después de agotar durante más de un decenio la lucha política no violenta, incluso electoral, y después que la dictadura militarista respondió a ese esfuerzo del pueblo salvadoreño con el fraude en las elecciones y la matanza en las calles y los campos, nos vimos obligados a emplear la violencia para defender a nuestro pueblo y defendernos a nosotros mismos. No elegimos la guerra, nos fue impuesta. Apenas iniciada ésta y durante los 10 años transcurridos hemos sido constantes en buscar una solución política negociada. Mantenemos esta posición ahora y hacia el futuro. Nuestra proposición de desmilitarizar la sociedad salvadoreña, haciendo desaparecer ambos ejércitos es una prueba fehaciente de nuestra consecuencia en la lucha por una sociedad que pueda desarrollarse en paz y en democracia. El mundo conoce quienes han bloqueado este arreglo: el gobierno de los Estados Unidos, los jefes militares y los sectores recalcitrantes del gran capital salvadoreño. Este cuadro, sin embargo, tiende a cambiar favorablemente ahora.

—¿A qué se debe este cambio?

Este giro no es algo que se nos da en forma gratuita, es el resultado de que no han podido vencernos militarmente. Somos una fuerza con demostrada capacidad de golpear estratégicamente al régimen, como en la ofensiva de noviembre de 1989 y en la campaña de noviembre-diciembre de 1990. Nuestra propia experiencia demuestra suficientemente que la violencia revolucionaria es una necesaria respuesta a la opresión y un derecho legítimo de los pueblos.

Los teóricos de la “nueva mentalidad” no deberían olvidar que la violencia en la lucha social, política y revolucionaria, tiene profundas raíces en la explotación y opresión de unos hombres por otros, y de unas naciones por otras, que se expresa, incluso, en odiosas discriminaciones raciales, nacionales y religiosas. Ahora se conoce que estos factores engendradores de violencia persisten, no sólo en el capitalismo, sino también en el modelo de socialismo que entró en crisis en la URSS y Europa Oriental. En el Tercer Mundo, el logro de los cambios anhelados por los pueblos, sin violencia, constituye una posibilidad sumamente excepcional. Por eso, predicar ahora la no violencia oponiéndola a la violencia revolucionaria, en un mundo en el que crece la opresión, la explotación y marginación de los pueblos, le hace un servicio a los regímenes más represivos, a la agresión imperialista, a la discriminación racial y nacional.

Es curioso que los exponentes de la “nueva mentalidad” que más insisten en la “no violencia”, al mismo tiempo que polemizan con el movimiento revolucionario, no adoptan una actitud clara de condena a la violencia represiva y a las agresiones imperiales en el Tercer Mundo. Condenar la violencia de los de abajo equivale a aceptar que el derecho a ejercer la violencia corresponde exclusivamente a los de arriba. América Latina de los años actuales y pasados es una demostración de esta lógica.

Si esta tesis está en función de aliviarse de la carga y los costos de apoyar a los movimientos revolucionarios, porque resultan pesados en momentos de crisis, sería mejor que lo dijeran claramente, sin cubrirse bajo el envoltorio ideológico confusionista de la “no violencia”, de la “inviabilidad de las revoluciones”, y otros argumentos.

Podemos imaginarnos entonces por qué estos aspectos de la “nueva mentalidad” están siendo propagandizados por las fuerzas más reaccionarias en América Latina y utilizados como instrumentos para apaciguar las luchas legítimas de nuestros pueblos y dispersar sus organizaciones revolucionarias.

Nosotros rechazamos este nuevo dogma de la inviabilidad de las revoluciones en los países del Tercer Mundo. Lo que sí aceptamos es que las revoluciones no se pueden impulsar, conducir, ni realizar con los viejos esquemas, ni con los viejos programas y que debemos renovar nuestro arsenal teórico y político revolucionario. Ese es el desafío que tenemos planteado.

— ¿Y qué dices respecto al concepto de la lucha de clases?

Por supuesto que al analizar hoy el concepto de la lucha de clases, surge la necesidad de renovarlo y adecuarlo a los inmediatos objetivos nacional-liberadores y democráticos, propios de las condiciones existentes hoy en América Latina y el Tercer Mundo. En nuestro continente, la lucha tiene un contenido popular y nacional, más que de enfrentamiento entre una clase y otra. Por su esencia ésta es una lucha que trasciende a las relaciones internacionales y trae consigo la necesidad de establecer alianzas con un amplio abanico de fuerzas multiclasistas, con un variado espectro de corrientes políticas que confluyen en el objetivo nacional-liberador, democrático y de justicia social, frente al imperialismo y sus aliados.

II. ¿SE PUEDE O NO SALTAR ETAPAS EN LA CONSTRUCCIÓN DEL SOCIALISMO?

—Pero hay quienes sostienen que el socialismo está en crisis justamente porque empezó a construirse en países donde no existían todavía condiciones económicas objetivas para ello, que fue una construcción muy voluntarista que rompía con las leyes del desarrollo que el propio Marx había planteado, que la historia estaría, de alguna manera, corroborando lo que Marx dijo respecto a que no se podían saltar etapas en el desarrollo de las fuerzas productivas...

Antes de abordar esta cuestión, quisiera expresar algunas consideraciones que, aunque nos alejan algo del tema, considero son elementos teóricos importantes a tener en cuenta. En primer lugar, me parece importante aclarar que cuando decimos que el modelo de socialismo estatista que imperaba en la Unión Soviética y en otros países de la comunidad socialista está en crisis, esto no implica que pensemos que se ha cancelado el socialismo como proyecto histórico. Lo que está en crisis es un modelo equivocado de socialismo que no se corresponde con las ideas esenciales que plantearon los fundadores de la teoría del socialismo científico, quienes, además, sostuvieron que éste adoptaría diversas modalidades de acuerdo a las características de cada país.

Como tú bien sabes, Carlos Marx y Federico Engels —creadores de la teoría del socialismo científico— sostuvieron que la sociedad socialista sería la continuación y superación histórica del capitalismo y que el nuevo sistema llegaría primero a los países capitalistas más desarrollados. Si bien en los últimos años de su vida Marx empezó a estudiar lo que sucedía en ese entonces en la atrasada Rusia y expresó algunas ideas acerca de la revolución en el mundo colonial, no llegó a formular variaciones esenciales sobre aquella tesis.

Pero con la aparición y profundización de la etapa imperialista ocurrió algo nuevo, no previsto por Marx: que el desplazamiento del centro de la revolución social se trasladara de los países centrales del capitalismo hacia su zona periférica, en primer lugar, hacia su periferia europea subdesarrollada del este y sur.

Al transformarse en un sistema mundial, el capitalismo tendió a romperse “por donde la pita es más delgada” —como dice la sabiduría popular—, o por el eslabón más débil de la cadena —como dice Lenin— , es decir, en zonas periféricas e incluso muy atrasadas del mundo. No se ha vivido todavía la experiencia histórica de la revolución socialista en un país capitalista altamente desarrollado.

La primera revolución socialista no se produjo en un país capitalista desarrollado ni mucho menos en un conjunto de ellos, sino en la Rusia subdesarrollada. Ese extenso país imperial, multinacional y multirracial, sin tradición ni trabajo asalariado capitalista, excepto en una pequeña porción de su parte europea, porque el campesinado pobre era predominante; sin tradición de vida democrática; con un desarrollo capitalista escaso y muy desigual; incluso con pueblos que vivían en el feudalismo y aún en niveles de atraso anteriores a éste, no era el tipo de sociedad prevista por Marx para la revolución socialista. Fue aquélla una “jugada de la historia”.

Además, en general en los países de Europa Oriental, algunos con más desarrollo capitalista que la Rusia de 1917, el derrocamiento del poder burgués a finales de la Segunda Guerra Mundial, no fue el resultado de una revolución desde abajo, sino que, en gran medida, fue la consecuencia del avance militar del Ejército Rojo contra el ejército hitleriano, aunque en algunos de esos países se combinó con una mayor o menor cuota de resistencia antifascista interna armada y política. Algunos de estos países eran aliados de la Alemania fascista, tenían tropas combatiendo en el frente bajo el mando de jefes hitlerianos. Hubo casos en que esos mismos militares se pasaron al bando antifascista cuando vieron la guerra perdida y muchos de ellos fueron incorporados a los nuevos ejércitos. Lo mismo ocurrió con una parte considerable de los demás aparatos del estado.

En otros países de la periferia de Europa, como España antes de la guerra mundial y Grecia después de ésta, la revolución fue abortada luego de una larga y sangrienta lucha contra la contrarrevolución ítalo, alemana, británica y norteamericana. Por otra parte, la ocupación norteamericana y los acuerdos entre los jefes de estado de las potencias antifascistas aliadas impidieron los virajes revolucionarios en otros países de Europa.

—Yo tengo la impresión de que ha habido mucho de voluntarismo en la construcción del socialismo en los países donde este proyecto se puso en práctica. Se estatizó mucho más de lo que se podía “socializar ”, como el propio Lenin lo reconoce. Luego de los resultados que hemos visto, surge la pregunta de hasta dónde es posible saltarse etapas. Sabemos que Marx habla de que no se puede ir más allá de las tareas que históricamente están maduras y, por otra parte, Lenin señala que los países del Tercer Mundo sí pueden saltarse la etapa de desarrollo capitalista, ¿consideras estas afirmaciones contradictorias? ¿Cómo las interpretas?

La afirmación de Marx a la que tú te refieres, podría tener diversas interpretaciones. Podría interpretarse, por ejemplo, en el sentido de que para ir al socialismo hay que agotar primero el capitalismo. Por lo tanto, en los países subdesarrollados —donde hay una mezcla de relaciones precapitalistas y de estadios de desarrollo de las fuerzas productivas anteriores, no ya a la revolución científico-técnica, sino a la revolución industrial—, no se puede plantear el socialismo como meta.

Esta sería a mi juicio una interpretación muy mecánica, muy apegada a la idea de que las fuerzas productivas únicamente pueden desarrollarse de una sola manera y dentro de un solo contexto político, el propio a los países capitalistas desarrollados, y que desde otra estructura política no se puede influir en el curso de su desarrollo, ni del desarrollo social general.

Pero hay otra manera de enfocar este problema y su solución. Tomemos nuevamente como punto de partida al Tercer Mundo. En estos países hay distintos niveles de desarrollo, en los relativamente más desarrollados se registran incluso avances propios de la revolución científico-técnica, aunque mantienen zonas con nivel de atraso anteriores a la revolución industrial. Pero no es cierto que esos países, salvo muy escasas excepciones se encuentran en vías de desarrollo.

Es bien conocido que la brecha que separa el nivel de desarrollo de los países del Tercer Mundo, incluso de los más desarrollados, con respecto al del mundo desarrollado es muy amplia y se va abriendo cada vez más, como consecuencia de la revolución científico-técnica, que avanza a gran velocidad y del desastroso injusto orden económico internacional impuesto y mantenido por las principales potencias capitalistas.

¿Cabe esperar entonces que en los países del Tercer Mundo esa brecha en expansión se cierre en el curso del desarrollo fundamentalmente espontáneo de las fuerzas productivas por obra y gracia de la acción de los monopolios transnacionales del Primer Mundo? ¿Pueden aspirar estos países al desarrollo económico y, al mismo tiempo, al progreso social y a la democracia, o no pueden hacerlo?

En nuestra opinión, los países del Tercer Mundo no pueden salir de su atraso ni avanzar socialmente si no se liberan de la aplastante hegemonía económica, cultural, política, científico-técnica, social, que ejerce sobre ellos uno u otro centro del Primer Mundo, el mundo del capitalismo desarrollado. Tampoco pueden abrirse paso a su desarrollo sin cambios estructurales profundos en sus sistemas político y económico-social y si no consiguen insertarse ventajosamente en las relaciones económicas y políticas del mundo interdependiente y contradictorio de la actualidad. Todo eso sólo puede hacerse por vía revolucionaria.

Sólo la revolución es capaz de originar el nuevo consenso nacional liberador que ponga en tensión todos los recursos, en primer lugar, los humanos en función del desarrollo. En mi opinión, este proyecto necesariamente deber ser democrático en el sentido más profundo y en tránsito hacia el socialismo, puesto que el capitalismo en el que estamos inmersos los países tercermundistas, es la causa de nuestro subdesarrollo, de la opresión política y la injusticia social que todos sufrimos. Está probado históricamente y de manera sobrada, que el capitalismo no ha sido ni puede ser el sistema para el desarrollo del Tercer Mundo. En algunos casos, es responsable incluso de su regresión. Para desarrollarse, insisto, los países del Tercer Mundo han de ir en una dirección que rebase el capitalismo, es decir, hacia el socialismo.

La esencia del asunto está entonces en que el poder revolucionario debe acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas y no debe decretar cambios en las relaciones de propiedad que no estén fundamentados en un suficiente nivel de ese desarrollo. En esto, lo planteado por Marx mantiene todo su valor científico. En otras palabras, el poder revolucionario debe realizar los cambios maduros, las tareas pendientes, los cambios históricos rezagados que están frenando el desarrollo y, sobre esta base, asegurar el avance, paso a paso, hacia el socialismo. Los ritmos de este proceso están determinados por las condiciones concretas del país y por el tipo de inserción internacional del proceso revolucionario.

Es necesario subrayar que Marx se refiere a los niveles de desarrollo de las fuerzas productivas y es en este terreno donde afirma que no se puede saltar etapas. En el capitalismo, las fuerzas productivas alcanzan un nivel de desarrollo tal que la producción adquiere un carácter social, colectivo; cada producto es el resultado del trabajo de diversos colectivos de trabajadores con distintas especialidades agrupados en empresas y, a menudo, en empresas de distintas ramas de la producción situadas, incluso, en distintos países. Sin embargo, la propiedad de los medios de producción y la apropiación de los productos continúan siendo privadas. Socializar los medios de producción en estos casos es, por lo tanto, una tarea madura. En síntesis, Marx alerta contra socializar la propiedad de los medios de producción, cuando el desarrollo de las fuerzas productivas no ha socializado el proceso de producción, sólo en ese sentido debe entenderse la tesis de Marx de no saltarse etapas.

— ¿Y la afirmación de Lenin implicaría una reformulación de esta tesis de Marx?

La advertencia de Marx sobre no saltar etapas no implica, ni mucho menos, la conclusión de que las revoluciones sólo son posibles, necesarias y convenientes en los países desarrollados. Todo lo contrario, Marx concebía las revoluciones como “locomotoras de la historia”. El Tercer Mundo es quien más necesita hoy de estas “locomotoras”.

Lenin, por su parte, sostiene —como tú señalas— que los países pobres pueden “saltarse etapas”, que no es indispensable que pasen por los sufrimientos que provoca el sistema capitalista. Los países del Tercer Mundo por estar insertos dentro del sistema capitalista mundial, tienen un desarrollo capitalista muy desigual, es decir, poseen áreas que son perfectamente susceptibles de ser colectivizadas, otras que, por el contrario, por el atraso en el desarrollo de las fuerzas productivas, o por el carácter mismo de su actividad, difícilmente pueden ser gestionadas eficientemente en forma colectiva y finalmente otras que, a pesar de poseer grados considerables de desarrollo, no conviene socializar para hacer viable y eficiente el consenso, en función de la estrategia elegida para el desarrollo y tránsito al socialismo. De ahí que me parece útil también distinguir, como hacen algunos autores, la revolución política de la revolución social. En los países subdesarrollados son las revoluciones políticas encabezadas por las fuerzas prosocialistas las que pueden ir construyendo los cimientos materiales todavía no existentes, o sólo parcialmente existentes, para la transición al socialismo sin recorrer o agotar todo el curso capitalista.

—Tú mencionaste anteriormente, al hablar de la crisis del modelo estatista de socialismo, que hubo ideas esenciales de los clásicos que no se aplicaron, ¿podrías precisar cuáles fueron estas ideas?

En primer lugar, no se generó el sistema democrático popular que ellos imaginaron como contraposición a la democracia capitalista al servicio de los intereses de una minoría. Tampoco se cumplió con su teoría económica...

—Cuando afirmas que no se aplicó su teoría económica, ¿estás pensando en Marx y Engels?

Sí, y en Lenin también. Todo el sistema de salarios y precios no tiene nada que ver con la teoría del valor, a pesar de que en Marx, Engels y Lenin está muy claro que el socialismo es sólo una etapa de transición al comunismo, y que durante todo ese período sigue vigente la producción mercantil, el dinero, los precios, los salarios, el mercado, etc. Tampoco se aplicó su conocida fórmula “a cada quien según su trabajo”, que es una expresión política, ideológica y sistemática del carácter de la sociedad socialista.

Ahora, en cuanto a Lenin —que ha sido el teórico más destacado de este siglo en el terreno del socialismo—, me parece importante precisar que, si bien había previsto la posibilidad de que la revolución proletaria triunfase en un solo país, sin revoluciones simultáneas en otros países, no previó jamás que Rusia, uno de los países más atrasados de Europa, se quedaría completamente sola en su intento por construir el socialismo. Eso explica que no haya elaborado previamente una teoría sobre la transición al socialismo en un país con las características de Rusia, confiando en que sus enormes desventajas serían compensadas por el triunfo posterior de revoluciones en algunos países capitalistas desarrollados de Europa.

Si la revolución hubiese triunfado en Alemania o en algún otro país capitalista desarrollado, todo habría sido diferente. Rusia habría podido contar con esos países para el desarrollo más rápido de sus fuerzas productivas, de su economía, de su cultura. Pero sus esperanzas se vieron frustradas.

A fines de 1920, la situación estaba definida. Al fracasar las revoluciones en Alemania y Hungría y desaparecer las situaciones revolucionarias en otros países —Italia, por ejemplo—, se habían desvanecido las posibilidades de triunfo de la revolución socialista en otros países y los bolcheviques en el poder —que habían derrotado a la contrarrevolución apoyada por diez estados capitalistas, gracias a la energía revolucionaria del pueblo trabajador y su expresión militar, el Ejército Rojo —, debieron afrontar solos, en un país subdesarrollado y devastado por la guerra, la construcción de una sociedad socialista.

Entonces fue cuando se planteó en toda su dimensión ante la dirigencia bolchevique el problema teórico y práctico de qué hacer con el poder conquistado. Se trataba de algo muy contradictorio. Por un lado, era aquélla una revolución socialista no sólo por la naturaleza de las fuerzas derrocadas: la burguesía y sus aliados, y de las que habían tomado el poder: la clase obrera y el campesinado, sino, y sobre todo, por el proyecto socialista que levantaba el partido bolchevique, el partido que representaba a esas clases sociales. Por otro lado, aquel país atrasado, destruido por largos años de guerra y asediado por los países más desarrollados de Europa y Norteamérica, era la antítesis del escenario previsto para el socialismo por Marx y Engels.

Lenin se avocó entonces a elaborar las apremiantes respuestas teóricas requeridas. Y si bien definió las orientaciones y políticas fundamentales para construir el socialismo en aquellas peculiares y adversas condiciones, no alcanzó a realizar un desarrollo acabado de su pensamiento. Su temprana desaparición física —sólo 6 años después del triunfo de la revolución — no le permitió concluir su obra, ni influir en la aplicación de las políticas que él delineó. Estas fueron completamente desechadas después de su muerte.

En esencia, el pensamiento de Lenin sobre el tema consistía en lo siguiente: se puede construir el socialismo en este país atrasado, a pesar de ser el único donde ha triunfado la revolución, pero tendrá que hacerlo a través de un tránsito muy largo. Sólo en una situación de capitalismo maduro se puede pasar directamente al socialismo. En Rusia el capitalismo sólo existe parcialmente. Bajo el poder obrero socialista, apoyándose en una real y voluntaria alianza con el campesinado, hay que acelerar el desarrollo del país; ir creando los cimientos materiales para la construcción del socialismo.

Lenin concibió un largo período en el que continuarían existiendo formas de capitalismo, y consideraba esto útil en el curso hacia el socialismo, para incrementar la producción; aprender de ese sistema las formas de organización del trabajo, la disciplina, etc. Hasta consideraba conveniente atraer inversiones de capital extranjero, con ciertas condiciones, para que ellas generaran desarrollo de las fuerzas productivas y beneficios sociales.

Y como Rusia había llegado a ser, luego de la liquidación del latifundio y el dominio de los terratenientes por la Revolución de Octubre, un país donde el campesinado medio llegó a tener un peso fundamental, el dirigente bolchevique consideraba primordial tener en cuenta sus intereses. Y como a este pequeño propietario agrícola le interesa producir, vender sus cosechas, obtener ganancias, sostenía que había que darle esas posibilidades, ya que en un país aislado del resto del mundo sólo se podía conservar el poder y su rumbo socialista en alianza con esta inmensa mayoría campesina. Y para darle esas posibilidades había que desarrollar la economía con base en la producción mercantil y las leyes del mercado —con las limitaciones necesarias para asegurar el interés social —, porque eso ayudaría a consolidar y fortalecer económicamente el poder revolucionario y a desarrollar el país.

— ¿Tú consideras entonces estas concepciones de Lenin como un viraje estratégico en la construcción del socialismo para dar cuenta de las nuevas condiciones mundiales en que estaba obligado a desarrollarse?

Así es. Pienso que este conjunto de ideas que Lenin reunió en su Nueva Política Económica (NEP), concebía un período de transición al socialismo de larga duración, en el cual el cooperativismo (forma de propiedad social y organización productiva), era un adelanto de socialismo.

Y además Lenin pensaba que en las naciones que fueron dominadas por el imperio zarista —más campesinas en comparación con Rusia—, el tránsito al socialismo debía ser aún más largo y estar basado en el respeto a la identidad , en el entendimiento voluntario, en un internacionalismo consecuente, eliminando toda sombra de “chauvinismo gran ruso”.

El objetivo era llegar al desarrollo autosostenido de la sociedad posrevolucionaria hacia el socialismo, lo que implicaba tener en cuenta el interés real de cada clase, la firme conducción del poder revolucionario y un intenso trabajo ideológico y político movilizador de las masas.

Además, Lenin tomó plena conciencia de que no fue mera casualidad el que la revolución socialista hubiese triunfado precisamente en un país con las características de Rusia. Él comprendió y esclareció que se trataba de todo un viraje de la historia. El destino de la humanidad iba a ser decidido primero en Rusia, y después en lo que hoy llamamos Tercer Mundo, hacia donde se había desplazado el centro de la revolución anticapitalista.

En los últimos años de su vida, parte de los cuales estuvo enfermo, se dio cuenta de que el mayor peligro para su plan de desarrollo hacia el socialismo basado en el poder obrero y campesino, la democracia de los soviets, el internacionalismo, la unidad del partido, cooperativismo y mercado, provenía del aparato burocrático del estado apartado del pueblo, con tendencias verticalistas, centralizantes y autoritarias. En sus obras de aquel tiempo, Lenin expresó también opiniones, ideas y tesis —no siempre completamente desarrolladas— acerca de la planificación de la economía, de la política de entendimiento y respeto hacia las nacionalidades y etnias integrantes del país soviético, acerca de las características de los dirigentes del partido, de la conducción sin verticalismo de los sindicatos y demás organizaciones de masas.

Los últimos años de su vida transcurrieron en medio de un gran debate, verdaderos enfrentamientos en los que combatía y vencía por la profundidad sin par de su pensamiento y su gran capacidad de persuasión. Sus grandes preocupaciones antes de morir fueron: las desviaciones burocráticas del estado obrero, el incorrecto trato que se estaba dando a las nacionalidades y minorías nacionales, y el gran peso que había adquirido Stalin en el aparato del partido.

La verdad histórica es que no se aplicó el modelo de Lenin para la transición al socialismo, sino otro, y fue este modelo el que llevó al socialismo a su crisis actual. Todo el sistema diseñado por él fue violado y eso condujo a todas las deformaciones verticalistas y autoritarias del estado y del partido.

Todo lo dicho no implica que nosotros consideremos a Lenin como infalible. Consideramos sí que su esquema para la transición al socialismo en la atrasada Rusia tenía una base científica sólida y daba respuestas racionales. Seguramente ese esquema pudo haber sido perfeccionado en el curso de su aplicación práctica, pero simplemente fue desechado. Consideramos que aún los análisis y las ideas fundamentales del esquema leninista tienen un gran valor para las elaboraciones teóricas y estratégicas de los revolucionarios que luchamos por el socialismo en el Tercer Mundo.

III. ORIGEN DEL SOCIALISMO AUTORITARIO

—¿Por qué deduces tú de la violación de los lineamientos leninistas el surgimiento del verticalismo y autoritarismo del estado?

Al violar el sistema de relaciones económicas que se implantó, la naturaleza misma de las leyes económicas y de las relaciones sociales, tenía que imponerse por la fuerza, es decir, tenía que imponerse desde arriba.

En la Unión Soviética hubo un momento en que esto tuvo también una justificación política. Toda revolución, sobre todo si ha conquistado y defendido el poder con mucho derramamiento de sangre, engendra una tendencia inicial al autoritarismo del poder revolucionario, apoyado y aplaudido por las masas, es decir, a lo que podríamos llamar un período de dictadura popular.

Además, la primera revolución del mundo en un país atrasado, asediado, necesitaba defenderse y para eso necesitaba armarse; necesitaba tener una industria y una maquinaria pesada que no tenía. En ese contexto, seguir el proceso natural de industrialización vivido por los países capitalistas, pasar de la mecanización de la producción de bienes de consumo personal, es decir, del surgimiento de la industria liviana, hacia la creación de la industria pesada —que produce medios de producción—, era un proceso muy lento y no se correspondía con las perentorias necesidades de la defensa de ese país, de las cuales dependía decisivamente la posibilidad de supervivencia del proyecto socialista y su puesta en práctica. Y es por eso que se intenta acelerar el proceso, invirtiendo la lógica empezando primero por la industria pesada.

Tomando en cuenta esa situación se puso en marcha un enorme esfuerzo por industrializar el país a un ritmo acelerado. Las masas trabajadoras realizaron la hazaña de lograr que la URSS llegase a ser la potencia económica mundial a costa de increíbles sacrificios y desplegando un excepcional entusiasmo y creatividad. En aras de este objetivo se suprimió el mercado, los salarios y precios se subordinaron a las prioridades del plan central. Este demandaba, en medio de la escasez, concentrar en extremo los recursos en función del logro a toda costa de esta estrategia de desarrollo económico.

El presupuesto de gastos del estado, la elaboración ideológica y su propaganda, la organización social, el desarrollo de la maquinaria estatal, se pusieron en función de esa estrategia, que se basaba en la propiedad del estado, concebida como equivalente prácticamente a propiedad socialista.

Pero si bien se puede aceptar que hubo justificación temporal para un desarrollo autoritario, una vez que se logró el arranque inicial esta estrategia debió haber sido corregida y reajustada para dar cabida a la democracia, esencial para la cristalización de la sociedad socialista. Los fundadores del marxismo siempre consideraron la democracia como un atributo inseparable del socialismo; la dictadura del proletariado es un concepto teórico para dar cuenta de una práctica mucho más profunda y extensa que la democracia limitada de todo régimen burgués, aun del más representativo, que es siempre una democracia al servicio de los intereses de una minoría.

—¿Por qué crees que no se produjo este reajuste democrático?

No se dio porque ya se habían creado determinadas condiciones objetivas que lo dificultaban enormemente. La anteriormente mencionada había generado un aparato estatal muy fuerte, una conducción muy centralizada y una dirigencia ensoberbecida por el éxito. Fue así como empezó a presuponerse que la garantía para lograr estos objetivos era que el partido monopolizara el aparato del estado. Y aquél, un partido pequeño en un estado que se fue ramificando, va asumiendo la dirección de todo lo que se va creando en el terreno de la economía. Y como consecuencia de ello se vio condicionado por una enorme presión para crecer, no sobre la base de los ideales revolucionarios, del comunismo, aunque eso se propagandizaba mucho, sino reclutando sin grandes exigencias, para adquirir la suficiente membresía que requería el control del aparato de estado en veloz expansión y ramificación.

El PCUS llegó a tener, en el momento de la “perestroika”, veintidós millones de miembros de los cuales dieciocho millones eran funcionarios tanto del estado como del partido. Esto dio origen a un paralelismo el partido tenía que tener una estructura equivalente a la del estado para poder conducir y controlar ese aparato. Y todo se definía en el centro. El Buró Político y luego el Comité Central aprobaban el plan económico; dos días después se reunía el Soviet Supremo y votaba unánimemente a favor del plan que había sido elaborado por el Buró Político y refrendado por el Comité Central del Partido. Más exactamente, primero el proyecto del plan era preparado por el GOSPLAN (Órgano Central de Planificación) y luego lo discutía el secretario general y su equipo. En casi todos los casos su opinión se convertía, sin discusión, en acuerdo del Buró Político y pasaba sucesivamente al Comité Central, al Soviet Supremo, a los ministerios y hacia abajo. Fue así como se generó el verticalismo.

Ahora bien, pienso que el triunfo de ese esquema de socialismo verticalista, burocrático, represivo, sin democracia, que desembocó después en el modelo stalinista, no puede ser achacado únicamente a la personalidad de Stalin. Sin disminuir la influencia positiva o negativa de las personalidades en la historia, considero que reducir la búsqueda de las causas a este factor, resulta insuficiente. El hecho mismo de que, a pesar de su prestigio e influencia, Lenin no pudiera hacer prevalecer sus orientaciones, indica la existencia de factores que inclinaban la balanza en aquel rumbo.

Esos factores surgían de la situación concreta de ese país cercado y agredido, de su atraso, de su historia, en la cual nunca antes hubo democracia; de que haya tenido lugar esa gran guerra civil que, junto con las tradiciones históricas, volvió necesario y popular un duro régimen autoritario, que se vio favorecido por el insuficiente desarrollo de la teoría y métodos de organización del nuevo estado. Incluso, jugó cierto papel la idiosincrasia del despotismo encarnada en numerosos cuadros y dirigentes bolcheviques procedentes de nacionalidades inmersas en el feudalismo típico del Asia, Stalin entre ellos.

A esos factores se agregó el hecho de que el partido de la revolución, aunque tenía gran influencia, era pequeño y se redujo más aún producto de la guerra civil que lo diezmó, no sólo cuantitativa, sino cualitativamente, ya que una gran parte de sus cuadros y militantes más formados murieron en la guerra. Por otro lado, producto de esta situación, la propia clase obrera revolucionaria, muy minoritaria en el momento del triunfo de la revolución, quedó aún más reducida. Todo esto influyó en que los bolcheviques no pudieran cambiar la mayor parte del aparato administrativo del estado. No pudo organizar un aparato nuevo, revolucionario, socialista, internacionalista. Lenin se quejaba, todavía en 1922, de que el aparato estatal seguía teniendo las mismas características que el estado zarista, sólo que ahora recubierto con un “barniz soviético”. Era el mismo aparato “chauvinista gran ruso”, con los hábitos y métodos propios de la opresión imperial.

La primera revolución socialista no pudo cumplir la tarea de transformar a fondo el estado heredado. Una vez quebrada su espina dorsal, el ejército zarista, y formado el Ejército Rojo, los comunistas tuvieron que gobernar con el mismo aparato administrativo del estado, apenas modificado, que se formó durante siglos de régimen zarista. Y aunque los revolucionarios lo sofrenaban, aquel aparato estatal terminó tragándose la mentalidad de la dirigencia revolucionaria o asimilándola.

La popularidad de la “mano dura” engendrada por la revolución en sus primeros tiempos —así ocurrió también mucho antes con la revolución francesa—, y la supervivencia del viejo aparato zarista, fueron dos factores que se conjugaron para separar la idea del socialismo de la democracia, dando a luz a un modelo autoritario de socialismo. Ese modelo acabó primero con la democracia en el partido y llevó la represión a sus filas, acabó con la Nueva Política Económica y el mercado, con la vital, participativa e innovadora democracia de los soviets, y, por fin, con el carácter revolucionario del partido.

El socialismo autoritario no nació, pues, de la teoría del socialismo científico, ni del ideal del socialismo, nació en ese terreno concreto de la Rusia de aquellos días. Otra cosa distinta es que, después, los “teóricos” surgidos en esa sociedad hayan afirmado que el “socialismo real” era expresión pura de la ciencia marxista-leninista. La verdad histórica es que ese modelo, ahora en crisis, no tiene sus fundamentos teórico-ideológicos en el socialismo científico marxista ni leninista.

En esto nos basamos cuando afirmamos que la crisis de ese modelo no puede ser invocada como la imposibilidad del socialismo, como el fracaso del socialismo. Esa es la propaganda del imperialismo y de los capitalistas, que ahora encuentran en la crisis del socialismo motivaciones para promover su sistema.

Con esto no pretendemos negar que se han dado procesos de regresión, o más bien de inserción en el capitalismo, en algunos países socialistas cuyo rumbo hoy no es del socialismo al comunismo, sino del socialismo al capitalismo.

IV. LA COLECTIVIZACIÓN FORZOSA: OTRA DESVIACIÓN ANTIMARXISTA

Mencionaré otro aspecto de la contradicción entre el modelo del socialismo de los clásicos y el modelo que se construyó en la Unión Soviética: la colectivización forzosa.

Los clásicos sostenían que el proceso de colectivización de la tierra tenía que estar basado en la voluntariedad, es decir, que debía impulsarse voluntariamente, con el método de la persuasión, demostrando a los campesinos en la práctica que las unidades colectivas en la agricultura se desarrollan más rápido y pueden dar mejores resultados, lo que beneficiaría más a los campesinos. Y señalaban además que era un proceso lento.

Engels había anticipado la posibilidad de que aun en Europa Occidental la colectivización del campo se tendría que resolver en el transcurso de varias generaciones. Y aconsejó tener paciencia en la solución de este problema de la construcción socialista. Sin embargo, en Rusia, país que luego de la revolución de octubre llegó a ser mayoritariamente campesino, en el sentido de campesino medio, este principio no fue respetado. Se impulsó la colectivización forzosa en el campo y se aplastó la resistencia que el campesinado opuso a esa medida.

Es necesario entender que en el campesinado se da una situación contradictoria. El campesinado carente o escaso de tierra se enfrenta a los terratenientes y a la burguesía, sobre todo, a la que monopoliza la tierra; pero este campesino, al reivindicar la propiedad privada de la tierra, coincide en esto con la burguesía. El proletariado revolucionario, por el contrario, no reivindica la propiedad privada, su misión es acabar con ella. En eso discrepa con el campesinado, pero ambas clases tienen un punto en común, su lucha contra la burguesía explotadora. Por esta razón, el proletariado revolucionario sólo puede tener éxito en su política de alianza con el campesinado, fuerza popular fundamental en un país atrasado como Rusia, si respeta y defiende los intereses del campesinado. Antes de la revolución éstos se expresaban en hambre de tierra, pero una vez lograda ésta, gracias a la revolución, sus intereses se centraban en poder producir y vender libremente sus productos, aspecto contemplado en la NEP y completamente abandonado a fines de la década de los años veinte por Stalin, con las desastrosas consecuencias que ello tuvo para el desarrollo agrícola de la URSS.

En cambio, en los países donde la colectivización se hizo de acuerdo a las orientaciones de los clásicos, la agricultura socialista fue un éxito.

-¿En qué países estás pensando...?

Estoy pensando, por ejemplo, en los campesinos checoslovacos. La sociedad checoslovaca no tenía problemas de desabastecimiento en el área de productos agropecuarios. Eso se podía ver llegando a ese país. Tú podías entrar en cualquier tienda de víveres y comprar cualquier cosa, en las cantidades que desearas, sin hacer ninguna cola y con la variedad y la calidad equivalente a la de cualquier país europeo occidental. Algo similar había en la RDA y en buena medida en Bulgaria.

- ¿Tú crees que era inevitable que la transición al socialismo transcurriera de ese modo en la URSS?

En la historia no existen cursos fatales e inevitables. En la lucha social y política influyen mucho la voluntad, las ideas, las personalidades. Cuando digo que eso ocurrió, porque existía aquel terreno para el primer “socialismo real”, sólo estoy ofreciendo una explicación de lo ocurrido, de lo que ya no se puede cambiar. Pero ello no equivale a negar que los hechos pudieron acontecer de otra manera y, mucho menos, a justificar lo ocurrido.

Una vanguardia esclarecida, con capacidad para desarrollar la teoría de la construcción del socialismo en un país de ese tipo, hubiera podido tomar otro rumbo. Lenin comprendió esto y lo intentó.

Para nosotros, los revolucionarios, es indispensable estudiar, de cara a nuestro compromiso con el futuro, cómo y por qué se generó y desenvolvió este modelo de socialismo ahora en crisis; cuáles fueron sus rasgos, qué aportó a la revolución mundial y a la causa del socialismo. Sería un error que nos aferráramos a decir: “Es que no podía ser de otra manera”. La verdad es que ¡pudo haber sido de otra manera! En una palabra, de lo que se trata es de extraer las enseñanzas. Nuestros países son atrasados y la revolución sigue teniendo como escenario esta parte del mundo. No sería casual que iguales o similares errores se repitieran. Tenemos que estudiar esa experiencia, sacar nuestras propias conclusiones y elaborar más en profundidad nuestra concepción de la revolución y del socialismo en las condiciones nuestras.

Yo estoy convencido de que si los fundadores del socialismo científico causaron esta tremenda conmoción histórica universal es porque tenían razón. Si todo aquello fuera una impostura como ahora se pretende, ¿cómo nos ha llevado a más de un siglo de grandes luchas y de grandes transformaciones sociales?

No se puede menospreciar el enorme aporte de los clásicos del marxismo-leninismo a las ciencias sociales y políticas. Hay que volverlos a examinar a fondo y analizarlos a la luz de las condiciones de hoy. Esto es indispensable para llevarnos a las profundas reflexiones y búsquedas que pueden renovar el pensamiento socialista en la actualidad y aportarnos las respuestas que buscamos.

V. EL CULTO A LA PERSONALIDAD Y LA CARRERA ARMAMENTISTA

—Hoy está muy generalizada una crítica unilateral a lo que ocurrió en la URSS durante la época de Stalin, ¿podrías hacer un breve balance de ese período?

A pesar de la crítica a los graves errores del rumbo que en aquellos años tomó la construcción del socialismo, hay que reconocer también que sus logros fueron el resultado de una gran hazaña del pueblo, que sacó al país del atraso y lo convirtió en una gran potencia. Estos logros en parte compensaban aquellos costos, por eso es que, cuando vino la Segunda Guerra Mundial y la brutal agresión de la maquinaria militar de Hitler —la más poderosa y eficiente del mundo en aquel entonces—, el pueblo soviético realizó con heroísmo y sacrificio ilimitados la resistencia al invasor. Y luego, lo persiguió en la derrota hasta Berlín. Esta es, sin duda, la más grande epopeya de este siglo, a pesar de los errores militares de Stalin.

En los años anteriores a la agresión hitleriana, 22 de junio de 1941, Stalin había ordenado fusilar a prácticamente toda la generación de los más calificados jefes del Ejército Rojo. Y cometió graves errores de conducción militar, causantes de la debilidad inicial de la defensa del país y del enorme sacrificio en vidas que pagó el pueblo soviético. Pero la propaganda cultista —a esa fecha ya bastante desarrollada—, lo hizo aparecer como el “genial guía”, diseñador y conductor de la estrategia victoriosa. Se enraizaba así, poderoso e inapelable, el culto a la personalidad de Stalin.

Pero aunque el culto a Stalin, evaluado en su conjunto como factor político dominante en un período histórico de la URSS, causó un enorme daño al socialismo y al movimiento comunista mundial, es también justo reconocer que en los años de la Gran Guerra Patria, Stalin ejerció un gran influjo cohesionador y moralizador, de firmeza, voluntad de resistencia y de victoria, basado en la fidelidad a la patria socialista. Esto es lo que explica, a mi modo de ver, la gran popularidad que entonces ganó.

Se configuró así otro momento histórico de gran protagonismo del pueblo, el cual pudo haberse aprovechado para una rectificación del modelo socialista. Pero ocurrió lo contrario, la popularidad de Stalin reforzó el modelo autoritario represivo.

Considero que ésta fue una prueba suficiente y definitiva que permite afirmar que Stalin no fue el dirigente sabio y el abanderado de vanguardia del socialismo que, aun hoy, sigue siendo para no pocas personas del mundo. El se convirtió en la personificación del dogmatismo, y su conducta correspondió, en lo principal y más permanente, a la caracterización que Lenin formulara en 1922-1923 cuando lo calificaba de rudo, intolerante, desleal, descortés, caprichoso, propenso al encono, persona que no siendo ruso devino “chauvinista gran ruso” y que, como secretario general, no era seguro que supiera utilizar su “ilimitado poder” con suficiente prudencia.

Después de la guerra, el modelo stalinista se extendió a los países de Europa Oriental liberados del fascismo por el Ejército Rojo.

Por otra parte, Estados Unidos, cuyo territorio no fue alcanzado por la guerra, surgió como el mayor centro de la industria militar en el mundo con la posesión del monopolio de la bomba atómica, llegando a ser el mayor acreedor mundial. Esto planteó a la Unión Soviética el siguiente reto romper el monopolio atómico y alcanzar la paridad militar nuclear y convencional. De otro modo se correría el riesgo de que el socialismo fuera agredido y sepultado, tanto en la URSS como en Europa Oriental.

Así fue como empezó otra fase de aquel modelo de socialismo estatista, en el que la carrera armamentista y el desarrollo militar fueron ocupando la suprema prioridad en el esfuerzo productivo, para lo cual era indispensable absolutizar la planificación y dirección centralizadas de la economía.

La carrera armamentista fortaleció el sector militar de la economía. En él se invirtió lo mejor del pensamiento y los recursos. La Unión Soviética llegó a tener un equipamiento militar de la más alta tecnología, y su desarrollo espacial —pionero desde sus inicios— sigue siendo lo más avanzado en el mundo. Pero esto devoró una parte cada vez mayor del producto nacional, con el consecuente sacrificio del desarrollo de la economía civil y el deterioro de los servicios sociales. A su vez, los cuadros dirigentes de la industria militar se fueron convirtiendo en los principales dirigentes del partido y del estado.

Así, además de la rigidez que es inherente a la dirección centralizada, al ponerse ésta en función de la carrera armamentista sus características negativas se reforzaron y se tornaron un estorbo casi infranqueable para el desarrollo científico-técnico de la producción civil.

La carrera armamentista tuvo su propia lógica. Primero, el objetivo era alcanzar la paridad para defender al socialismo. Luego, empezó a traspasarse el lindero de la paridad y se buscó la superioridad. Esta carrera tuvo en el socialismo un impacto demoledor. En el capitalismo, las armas se compran y se venden, reportan grandes ganancias, forman parte del flujo económico en variadas direcciones y esferas, incluso pueden estimular el funcionamiento de la economía; en cambio, en el socialismo, las armas no se compran ni se venden —excepto ventas al extranjero muy limitadas—, y su producción acarrea severo sacrificio social y un freno al desarrollo económico.

Pero si bien es cierto que la carrera armamentista estancó el desarrollo económico, no debe echarse al olvido que el poderío soviético creó una nueva correlación mundial de fuerzas que permitió al socialismo influir poderosa y positivamente en el proceso histórico de la humanidad, en la segunda mitad del siglo XX. Sin esa nueva correlación no se puede concebir el hundimiento del oprobioso sistema colonial de las potencias imperialistas, sustentado en una despiadada explotación del trabajo casi esclavo de una gran cantidad de pueblos atrasados y de la expoliación de sus riquezas naturales, y en la odiosa discriminación racial de la que aún no termina de desembarazarse la humanidad.

La nueva correlación de fuerzas fue un gran factor de estímulo y apoyo al proceso revolucionario mundial y a todas las fuerzas e ideas progresistas en el planeta. Las revoluciones triunfantes en Asia, África y América Latina contaron, para defenderse y para emprender su construcción económica, con un decisivo apoyo material de la Unión Soviética. Este apoyo permitió a la revolución cubana, por ejemplo, contar con los medios para defenderse de la agresión y las acechanzas del imperialismo norteamericano y derrotar su bloqueo económico.

VI. CORREGIR ERRORES Y RENOVAR EL SOCIALISMO

—Hasta ahora te has referido al socialismo preperestroika ¿cuál es tu opinión respecto a este proceso que se presentó como un esfuerzo por corregir los errores y renovar el socialismo?

Mira, prácticamente todos los revolucionarios en el mundo saludamos a la perestroika con gran entusiasmo. Pero ahora muchos nos sentimos defraudados, porque no vemos que realmente exista una renovación del socialismo, sino que, por el contrario, vemos más bien una tendencia hacia su hundimiento.

Cuando la perestroika se inició, lo hizo con la bandera de “más socialismo” y nosotros suponíamos que la dirección soviética partía de una concepción correcta, revolucionaria, que podría sintetizarse así: la defensa del socialismo sólo puede realizarse renovándolo; pero, a su vez, su renovación sólo puede hacerse defendiéndolo, y defendiendo incluso a aquel “socialismo real”, defectuoso, por la misma razón de que el médico debe mantener vivo al paciente como condición absolutamente indispensable para poder curarlo. El socialismo no padecía una enfermedad mortal, era posible curarlo. Creíamos que esta elemental verdad era asumida por los estrategas de la perestroika. Sólo después de algún tiempo comprendimos que no era así. La perestroika surgió sin una estrategia clara de cómo hacer avanzar y defender el socialismo en la URSS. No se tenía claridad sobre los objetivos y las metas a alcanzar, ni sobre los procedimientos y prioridades. Ni siquiera se partía de un conocimiento cabal del país.

Este proceso de “renovación” del socialismo surgió bajo la presión del estancamiento económico, social y tecnológico, producto no sólo de la carrera armamentista, sino determinado principalmente por la concepción de crecimiento extensivo de la economía, arraigada, entre otras cosas, en su rígida y burocrática conducción. Los gastos directos o indirectos en función militar llegaron a abarcar más de dos tercios del presupuesto de la URSS. Esto influyó en que los sistemas de salud, educación y en general, los servicios, se deterioraran seriamente. Esto también afectó los abastecimientos a la población y, además, llegó a generar mucha corrupción. Eso explica que sus banderas programáticas iniciales hayan sido la” intensificación” de la producción, la distensión mundial a toda costa y la lucha contra la corrupción.

La “intensificación” de la producción —que presuponía toda una reestructuración de la economía de forma que las unidades productivas tuviesen mucho mayor autonomía para hacer uso de las innovaciones científico-técnicas—, no se ha logrado producto de la incapacidad del gobierno para establecer una estrategia económica clara que cuente con el apoyo popular.

La lucha contra la corrupción ha fracasado. La autorización de toda clase de cooperativas sin la necesaria regulación estatal, en lugar de estimular la producción de bienes y servicios, se ha prestado a que una serie de elementos de la peor calaña se apoderen de ellas. Esto sólo ha servido para que aumente la especulación, el mercado negro y la corrupción.

De las banderas iniciales, sólo la distención internacional mantiene su prestigio. Se ha proclamado el fin de la guerra fría entre oeste y este. Pero aunque esto tiene indudables aspectos positivos para toda la humanidad, se ha realizado de tal modo que ha traído consecuencias perniciosas, especialmente para el Tercer Mundo.

La distensión ha sido lograda a costa de importantes concesiones soviéticas que han creado una situación político-militar mundial monopolar. El decreciente poderío soviético se reinscribe como un componente de apoyo a este único polo: los Estados Unidos. Esto se vio muy claro en la conducta soviética frente a la sanguinaria invasión de Estados Unidos a Panamá, en cuya ocasión se limitó a protestar verbalmente, sin emprender iniciativas en la ONU para obligar al retiro de los invasores, y necesariamente en su reacción ante la invasión de Irak a Kuwait. En este caso, la URSS apoyó en el Consejo de Seguridad el envío de tropas norteamericanas y de otras potencias al Golfo Pérsico y aceptó que su uso se hiciese a discreción de Washington, incluso para intentar por la fuerza el desalojo de las fuerzas iraquíes de Kuwait.

La paz mundial pende entonces de la voluntad del gobierno de Estados Unidos, autorizado y respaldado por la URSS para romperla. La conclusión es simple: la distensión sólo abarca al norte, la guerra caliente norte-sur continuará, ahora centralizada y capitaneada por Estados Unidos.

A esto se agrega que al ir tomando curso la llamada “nueva mentalidad” en la política exterior soviética, se ha ido rompiendo con el internacionalismo, atributo esencial del socialismo.

Por último, en cuanto a la glasnost —pensada inicialmente como la transparencia informativa que iba a permitir luchar contra la corrupción y los “mecanismos de freno” que empezaban a expresarse contra los cambios—, si bien jugó un papel positivo en un comienzo, poco a poco, fue convirtiéndose en el terreno más fértil para la lucha contra el socialismo.

A través de artículos publicados cada vez con más frecuencia en la prensa se fueron demoliendo, paso a paso, todos los valores revolucionarios e internacionalistas, e incluso los valores históricos, morales e ideológicos de la Revolución de Octubre y del propio Lenin. Y paradójicamente, mientras las fuerzas de derecha hacían saturadora propaganda de sus ideas, muy pocos asumieron la defensa de las ideas socialistas y la batalla ideológica anticapitalista, y lo hicieron muy débilmente. Este vacío en el terreno de las ideas fue llenado por las concepciones burguesas que lograron permear a importantes sectores populares.

Entre tanto estalló el nacionalismo, los agudos conflictos interétnicos y la fiebre del desmembramiento de la URSS. Los dirigentes de la perestroika no habían previsto esta “pequeñez”, consideraban resuelto el problema nacional y le habían asignado la última prioridad. Esto es un reflejo más de lo poco que conocían el país.

Por otra parte, la perestroika fue un proceso que surgió desde arriba. El pueblo, en un comienzo, adoptó una actitud contemplativa, pero luego empezó a participar en la vida política del país. Rompió con el acatamiento pasivo del verticalismo, terminó con el temor a opinar e introdujo el debate y la acción desde abajo en la vida cotidiana soviética. Este es un gran aprendizaje y un gran logro en el camino de combinar democracia y socialismo. Pero ese mismo pueblo no encontró una vanguardia con una alternativa clara que ofrecerle y, por el contrario, fueron muchos los demagogos con mentalidad neoliberal que engatuzaron a las masas con sus promesas de biene star social, basadas en la privatización de la economía y el “mercado libre”. Hoy, sin embargo, cuando ya comienzan a aflorar los efectos sociales negativos del modelo económico adoptado por la mayor parte de los países de Europa del Este, y cuando no se ven alternativas claras que respeten los intereses populares para enfrentar la aguda crisis económica que vive la Unión Soviética, estos líderes han comenzado aceleradamente a perder prestigio popular. Así lo revelan recientes encuestas en las que una mayoría abrumadora de la población se manifiesta, además, favorablemente a medidas de inspiración socialista contra la privatización de la tierra, contra un mercado ilimitadamente libre, por precios controlados en los renglones determinantes del costo de la vida y en favor de mantener la unidad de la federación de repúblicas y su carácter socialista.

En síntesis, la perestroika, en lugar de producir una renovación estructural del socialismo, precipitó el país a una crisis aún más profunda, que todavía no ha tocado fondo y, al fin de cuentas, terminó fortaleciendo el capitalismo en el mundo y en la mentalidad de una no despreciable parte de los propios soviéticos.

Esta situación en la URSS, corazón de lo que podríamos llamar “sistema sanguíneo” de la comunidad socialista, fue el principal factor de desestabilización de Europa del Este, donde el modelo soviético de socialismo sin democracia había sido copiado. Se produjeron allí estallidos sociales, que en casi todos los casos terminaron por ser conducidos por corrientes procapitalistas, que supieron unir la demanda de la democracia con la destrucción del socialismo, frente a partidos comunistas en el poder desprestigiados, y en ausencia de vanguardias socialistas revolucionarias y combativas.

Por otra parte, esta situación está generando simultáneamente en algunos países una creciente gran ola de emigración hacia occidente, en busca del brillante y ansiado destino que el capitalismo no parece que llevará hasta sus tierras.

Ahora bien, yo considero que el socialismo difícilmente será barrido de estos países, porque como esfuerzo por construir una sociedad más justa tiene raíces profundas tanto en la URSS como en los países de Europa del Este, y a medida que los pueblos confrontan los valores capitalistas que los están invadiendo, las ilusiones empiezan a desvanecerse, y se podrá ir recomponiendo el mosaico ideológico y surgirán fuerzas socialistas nuevas, frescas, con concepciones claras. Fuerzas con la combatividad suficiente para el rescate y la renovación del socialismo.

El proceso de luchas populares y reagrupamiento de fuerzas de vanguardia ya ha comenzado, ¿se desarrollará y triunfará pronto? No dispongo de los elementos de juicio suficientes para afirmarlo, pero estoy seguro que avanzará y más aún, creo que la estabilidad económica, social y política en los países capitalista de occidente será estremecida con imprevisibles consecuencias.

Las declaraciones recientes del jefe militar de la OTAN, amenazando con la intervención en los países del este si allí se produce desestabilización, tiene sin duda motivos.

Creo que de lo ocurrido en los países socialistas podemos hacer la siguiente reflexión: En el socialismo, o más precisamente, en el tránsito al socialismo, la superestructura juega un papel esencial, y dentro de ella la ideología es el componente decisivo. En un sistema donde el ejército es concebido en función de la defensa contra una agresión externa, el pilar fundamental del edificio socialista pasa a ser la existencia de una esfera ideológica sólida y congruente con el sistema. Si se produce el derrumbe ideológico, el sistema queda totalmente desprotegido y fácilmente puede desplomarse. La ideología se transforma aquí en la fuerza material más decisiva en la defensa del sistema. Me refiero a la ideología y no al ideologicismo sectario y cegador.

—Y ya que has hablado del socialismo de la URSS y los países del este, por qué no te refieres ahora a la revolución cubana. ¿Cómo ves este proceso en el nuevo contexto mundial?

La originalidad de la revolución cubana fue uno de los factores principales de su enorme atractivo e influencia popular en América Latina y en todo el Tercer Mundo. Sin embargo, durante un tiempo se vivió una etapa que se caracterizó por la copia del modelo soviético, desarrollándose en el país deformaciones ideológicas y tendencias al estancamiento social y productivo. Pero la dirección de la revolución encabezada por Fidel Castro, puso en marcha un proceso de rectificación del socialismo, antes de que se iniciaran los primeros pasos de la perestroika, y mucho antes de la crisis de los países de Europa Oriental.

Nosotros seguimos con la mayor atención el extraordinario y complejo esfuerzo que se está realizando en Cuba en forma original, creativa, pensando con cabeza propia los problemas propios, que son muy diferentes a los que se dieron en los países socialistas de Europa del Este y la URSS.

La rectificación cubana rescata los valores humanistas de su revolución, se centra en la “atención al hombre”, está basada en la más firme y activa defensa del socialismo y en el reforzamiento de la capacidad de todo el pueblo para defenderlo; mantiene en alto las banderas del internacionalismo y de la colaboración con todos los países del Tercer Mundo.

Sabemos las grandes dificultades que le han impuesto a la economía nacional la cancelación de sus compromisos por parte de los países de Europa del Este y la disminución del intercambio y cooperación de la Unión Soviética, especialmente de sus suministros de petróleo, mientras se mantiene el bloqueo norteamericano y aumentan los esfuerzos por desestabilizar a Cuba. Para ello, la dirección cubana ha diseñado un “período especial en tiempo de paz”. Este período especial no consiste sólo en sacrificios para la población, implica una readecuación de la economía para funcionar en las condiciones actuales e incluye la ejecución de una serie de planes de desarrollo.

Un enorme esfuerzo se realiza con brillantes y hasta espectaculares resultados, en el terreno de la medicina y la producción de medicamentos. La exportación de medicamentos de punta —en muchos casos únicos en el mundo— se convertirá en plazos no muy distantes en una rica fuente de ingresos de divisas. Está en plena ejecución el plan de desarrollo de la capacidad turística del país, incrementando su captación de divisas.

Pero es en el problema alimentario donde se han concentrado los mayores esfuerzos de la revolución. En este terreno se encuentra en pleno desarrollo, con enorme entusiasmo laboral, un vasto plan integral de producción alimentaria en función del cual se ha concentrado el esfuerzo de la investigación científica y tecnológica que asombrará al mundo por sus descubrimientos. Sus resultados ya están comenzando a aplicarse con éxito en Cuba.

El logro de estos objetivos sería una hazaña de incalculable importancia para los destinos de la revolución en América Latina y el Tercer Mundo. Nosotros, repito, seguimos la rectificación cubana con gran solidaridad y mucho interés.

En medio de este esfuerzo, la dirección del partido ha llamado al pueblo a intervenir democráticamente en la discusión de la convocatorio al IV Congreso del PCC. De esa discusión realizada en miles de asambleas de militantes y no militantes han surgido cientos de miles de planteamientos. Fidel ha recomendado que se vayan poniendo en práctica los que pueden ayudar a mejorar la situación, sin esperar al Congreso. Así fue como en el caso del Poder Popular, que había perdido prestigio, se hicieron correcciones, se profesionalizaron cuadros y se originaron nuevas estructuras que permitirán perfeccionar este sistema de participación popular, que fue muy criticado por la gente, esforzándose por superar las desviaciones burocráticas y realizar un control más efectivo sobre la administración, los servicios, el comercio. Me refiero al sistema de Consejos Populares, investidos de autoridad para tomar decisiones, incluso para destituir a funcionarios de las empresas. Estas estructuras de poder popular están diseñadas para ejercer el poder desde abajo, en áreas pequeñas abarcables eficientemente, sin necesidad de crear aparatos oficinescos y tienen la posibilidad de desarrollar un estilo de acción inmediato y directo, sin tramitaciones burocráticas. Nosotros seguimos con gran interés esta innovadora experiencia que puede aportar tanto como forma de control y democracia popular, socialista.

Desde luego, hay problemas aún no resueltos, entre ellos el mercado negro, el deterioro de las viejas construcciones, cuellos de botella en el sistema de distribución y renglones seriamente deficitarios en la producción de alimentos, ropa y otros bienes de consumo. La juventud y los intelectuales aspiran a más iniciativa. Mucha gente tiene ideas, pero no sabe dónde volcarlas; la prensa no refleja debate. No obstante, a pesar de todo esto y la crítica situación económica que sufre el país, los cubanos se muestran seguros de sí mismos y capaces de ir resolviendo ellos mismos estos problemas.

En conjunto, todas estas adecuaciones y planes constituyen un enorme esfuerzo intensivo para insertar al país ventajosamente en las relaciones económicas mundiales y asegurarse condiciones estables para un desarrollo moderno sin renunciar al socialismo.

VII. TAREAS DEMOCRÁTICAS E INICIO DE LA CONSTRUCCIÓN DEL SOCIALISMO

—Tú has señalado que hoy más que nunca la revolución es necesaria en el Tercer Mundo y que ésta debe plantearse como objetivo el socialismo, ¿significa esto que para resolver los problemas que tú señalabas hay que empezar a construir el socialismo de inmediato?

Hace ya mucho tiempo que para nosotros está claro que la revolución socialista, especialmente en estos países atrasados, tiene un prólogo en la revolución democrática, la cual configura, de acuerdo a las condiciones nacionales e internacionales de cada revolución, un proceso de transición al socialismo que, en algunos casos, puede ser muy largo. Aun cuando la revolución victoriosa fuera encabezada por las fuerzas prosocialistas, es indispensable realizar primero ese proceso de la revolución democrática en el cual ha de realizarse la transición al socialismo. En realidad, se trata de una sola y misma revolución, cuyas tareas generan un proceso continuo de cambios y desarrollo que asegura la construcción del socialismo, a partir de los profundos cambios estructurales, históricamente maduros, políticos, económicos y sociales que realiza la revolución democrática. El carácter democrático de la revolución se profundiza y enriquece al transitar al socialismo y éste lo fija definitivamente como su propia sustancia política vital.

Así es nuestra concepción revolucionaria para El Salvador. Tenemos que crear para ello un nuevo modelo de sistema político y económico-social que parta básicamente de nuestra realidad nacional y entorno internacional. Lo que vayamos haciendo en este terreno será desde un principio una acumulación en el proceso hacia el socialismo. Si desde el comienzo se acierta en lo fundamental de la configuración de las estructuras económicas, como en la configuración del sistema político-jurídico; si somos capaces de evitar el error del verticalismo y nos mantenemos fieles a la idea de que el impulso fundamental hacia el socialismo debe venir desde abajo, y al principio de que la vanguardia al conducir no debe sustituir a las masas, al pueblo, sino que debe conducirlo, saber orientarlo de modo que éste conozca, comprenda y haga suya la meta del socialismo; si nosotros, desde los primeros momentos aseguramos la hegemonía de la revolución en este proceso de tránsito, sin que la vanguardia se transforme en aparato de estado que impone desde arriba su voluntad; si desde los primeros pasos de la revolución democrática somos capaces de organizar un sistema político realmente democrático, basado en la activa participación y control popular sobre todo el proceso, esto ya sería una enorme y decisiva ganancia en el camino al socialismo, y nunca después tendría que abolirse la democracia y establecerse un estado verticalista.

Y para resumir. Si nosotros resolvemos correctamente los problemas de la transición, que puede ser más larga o más corta, dependiendo de las características del país, de las condiciones, relaciones y correlaciones de fuerza nacionales e internacionales, así como del carácter confrontativo o no de la conducta de las fuerzas opuestas a este proyecto, estaremos en capacidad de construir y realizar un modelo de socialismo acertado, eficiente, democrático para nuestro país.

Desde luego que el socialismo, que es una etapa del desarrollo de la sociedad humana, posee atributos, leyes y componentes que constituyen su esencia universal, pero como fenómeno concreto y vivo, el socialismo en cada país posee particularidades, es diferenciado. El modelo concreto de socialismo salvadoreño lo iremos construyendo a medida que avancemos y su teorización y construcción se realizarán, continua y simultáneamente en todo el proceso de la transición. Pero conceptualmente debemos tener claro que se trata de una sola y misma revolución, que en su primer desarrollo realiza consecuentemente las tareas democráticas pendientes históricamente y con ello pone en marcha la transición al socialismo. La burguesía le volvió la espalda a estas tareas de las que depende el desarrollo y los fundamentos de la justicia social, sometiendo al país a la dependencia del imperialismo y a las modalidades de acumulación y enriquecimiento que esta dependencia le ofreció.

- ¿Cuáles son estas tareas democráticas que la burguesía ha sido incapaz de resolver y que serían asumidas por la revolución?

A nuestro juicio son fundamentalmente tres: la instauración de un sistema democrático, la reforma agraria y la autodeterminación nacional. Estas tareas en sí mismas no son necesariamente socialistas, son tareas imprescindibles para emprender el desarrollo de nuestro país atrasado y el desarrollo es el fundamento de la transición al socialismo, y son las tareas que están moviendo a nuestro pueblo al protagonismo histórico. Todas las banderas de la revolución están vinculadas a estas tres tareas, y, por supuesto, a la bandera de la paz surgida en el marco de la guerra. Las grandes masas no están moviéndose por el socialismo. Es tarea de la vanguardia darle a las masas esa proyección.

Sólo las masas más avanzadas y la militancia de las organizaciones revolucionarias tienen como perspectiva el socialismo. Los clásicos nos enseñaron que el movimiento espontáneo de los trabajadores no lleva de por sí al socialismo, lleva al reformismo. La lucha por el socialismo sólo es posible si existe una vanguardia portadora del pensamiento y del proyecto socialista, que sabe elaborar una línea política acertada, llevarla a las grandes masas y vincularse profundamente a ellas, para poder impulsarlas y conducirlas a las acciones revolucionarias más resueltas, intrépidas y victoriosas. Lenin sostenía que la vanguardia no debía ponerse a la cola del movimiento espontáneo, puramente reivindicativo, económico, reformista, sino que debía elevarlo al nivel de la lucha revolucionaria por la conquista del poder y la transformación de la sociedad.

VIII. COMO CAMINAR AL SOCIALISMO EN EL SALVADOR

- ¿Cómo crees tú que en el caso de El Salvador se puede compaginar las características de un país subdesarrollado con las necesidades de la construcción de esta nueva sociedad? ¿Cómo hay que ir caminando hacia esa meta, sobre todo ahora que estamos en la era de la revolución científico-técnica?

Entiendo que tu pregunta presupone que la revolución democrática ha conquistado el poder. Considero que esta victoria de la revolución constituirá el más formidable impulso popular para realizar las tareas democráticas pendientes y su realización alimentará la vital voluntad y energía transformadoras del pueblo. Sólo en base a ello puede realizarse y consolidarse el proceso continuo de tránsito al socialismo. Uno de los grandes desafíos de la revolución es mantener a la mayoría del pueblo vinculada al proyecto. Para ello será necesario demostrar la eficiencia de éste. Y la eficiencia del proyecto se demostrará poniendo pronto en camino de solución los problemas más urgentes de la vida cotidiana de la gente: alimentación, salud, vivienda, educación, con la participación de la gente misma.

La vanguardia deberá hacer un gran trabajo político, ideológico cotidiano; mantener sus palabras e ideas en identidad con su conducta, dar en todo ejemplo de congruencia y fidelidad a sus ideas y principios.

-Tú mencionaste el problema de la vivienda ¿cómo piensan ustedes resolverlo si ni siquiera se ha resuelto en los países socialistas durante todos estos decenios?

Yo no estoy hablando de resolverlo totalmente. Este es uno de los problemas más serios y en ningún país del mundo, ni capitalista ni socialista, se ha resuelto hasta ahora... Que éste es uno de los problemas más difíciles e intrincados, ya lo había advertido Engels en su obra El problema de la vivienda. Cuando hablo de resolver este problema, estoy pensando en mejorar en lo fundamental la situación de la vivienda en el caso de aquellas familias que tienen las peores condiciones habitacionales, o que simplemente no tienen vivienda. De eso es lo que estoy hablando, porque si no se atienden estos problemas, que tienen un gran peso en la vida cotidiana de las personas; si no se pone en marcha un proceso tangible de solución a esas necesidades en la que ellas participen como actoras, no se las puede incorporar plenamente a realizar la obra compleja de la revolución, y sin pueblo esa inmensa transformación y progreso social no es posible.

Pero aunque la tarea de la vivienda sea muy difícil de resolver, una revolución en su fase democrático-antimperialista en nuestro país va a significar mucho y desde el primer momento para una gran parte de la población. Si se hace una transformación profunda, los campesinos, los trabajadores asalariados y todos aquéllos que han debido desplazarse a las ciudades por efecto de la guerra recibirán tierras. Y, de tener a no tener, hay una gran diferencia.

—¿Aunque no les den semillas ni máquinas...?

Desde luego que debe hacerse todo el esfuerzo posible para darles acceso a buenas semillas, fertilizantes, instrumentos de trabajo, créditos, etc., pero aun sin todo esto, obtener la tierra significa un cambio muy sustancial en su vida de una situación de no tener nada a otra en donde pueden tener un rancho estable, aunque su propia producción sea pequeña. Y ahí está el problema, si esta gran masa no entiende que debe mantener y acrecentar la producción y que eso tiene importancia para sí, para sus hijos, para todo el pueblo, para el país y su desarrollo, se puede conformar con ese cambio... De hecho, eso es lo que está en la base del conformismo de grandes masas en algunas revoluciones del Tercer Mundo.

—Ahí también ha habido seguramente problemas de estímulos; si el campesino no se siente estimulado a producir, se limita a la autosubsistencia. Por lo tanto, no parece ser solamente un problema sicológico, sino que también es un problema que tiene que ver con la forma de conducir la economía...

Por supuesto, a eso me estoy refiriendo, y todo esto tiene su carga ideológica. Es necesario establecer estímulos, pero no siempre todo depende de los estímulos.

Te voy a poner un caso que conozco. En Cuba, después del triunfo de la revolución se empezó a impulsar la pesca, y la primera idea que había era que se podía impulsar la pesca a partir de los mismos pescadores artesanales, que creándoles condiciones y estímulos éstos estarían dispuestos a producir mucho más. Todo el diseño del desarrollo de la industria pesquera en los primeros tiempos tenía su base en esta idea. ¿Qué resultó en la práctica? Los pescadores artesanales, una vez que llenaban lo que ellos consideraban sus necesidades básicas para los niveles de vida a que ellos estaban acostumbrados, no seguían trabajando por mucho que les dieran facilidades. Se podía ir a la casa de alguno de ellos y no tenía buena cama, pero tenía en el banco sus buenos ahorros. No quería gastar en cama, porque no estaba acostumbrado a dormir así. Con esto te quiero decir que el problema no siempre se resuelve con estímulos puramente económicos. Ahí juega un gran papel el desarrollo de la conciencia visto en el sentido no economicista, sino en el sentido de la toma de conciencia de la realidad y de la importancia del lugar que cada uno tiene en una sociedad reestructurada para alcanzar la justicia social y la libertad más plena, el socialismo.

Yo no pretendo meterme en la discusión acerca del lugar que deben ocupar los estímulos morales o materiales. A mi juicio, se trata de un problema muy profundo, que debe se resuelto por un diseño inteligente de la política ideológica y de la política económica a seguir.

A mí me parece que en todo el período de transición habría que recurrir a aquello que los chinos, al inicio de su revolución, llamaban “caminar con las dos piernas”, con la pierna antigua y la moderna.

Es decir, que para poner en tensión a todas las fuerzas de la sociedad, se necesitaría asegurar que cada uno aporte de acuerdo a su propio nivel de desarrollo y a los medios de que disponga. En El Salvador, está claro que la mayoría no puede trabajar ni producir con medios de producción modernos; aun si estos medios llovieran del cielo por alguna especie de milagro, no podrían producir con ellos... Y esas generaciones no se van a quedar en una especie de congeladora, esperando a que llegue el día del desarrollo científico-técnico, momento en que se descongelen y empiecen a aprender, o empiecen a gozar de los frutos de la nueva estructura productiva del país. Por lo tanto, poner en tensión todas las fuerzas significaría partir de que cada uno contribuya.

Yo voy a ponerte un par de ejemplos. El primero, en el terreno de la construcción de viviendas. Si nosotros nos atenemos a las normas modernas de la construcción de viviendas, necesitaríamos materiales que el país no produce, como láminas de metal, o que no produce en cantidad suficiente, como láminas de asbesto-cemento para los techos. Habrá que aprovechar bien la capacidad actual de producir láminas de asbesto-cemento y construir otras fábricas si fuese posible. Pero es que los techos se hicieron en el pasado y se siguen haciendo con tejas, y para hacer tejas sí se puede incorporar a decenas de miles de gentes y disponer de la inagotable arcilla como materia prima. Lo mismo puede decirse de los ladrillos. De esta manera, “caminando con las dos piernas” se puede ir resolviendo en un nivel fundamental este problema de la vivienda y —lo más importante, lo más decisivo para todo el proceso de transición al socialismo — con la participación activa y protagónica de las masas.

En lo que se refiere al transporte, nuestro país no tiene recursos petroleros, ni tiene una industria automotriz. Si nosotros vamos a hacer depender la solución del problema del transporte y de la distribución de las mercancías dentro del país exclusivamente de los camiones y vagones de ferrocarril con que podamos contar, vamos a tener enormes dificultades y no se sabe cuándo lo vamos a resolver... Pero como nuestro país es pequeño, tenemos la posibilidad de hacer una parte de ese transporte, especialmente el de cortas y medianas distancias, a lomo de mulas o en carretas tiradas por bueyes, y dejar el transporte automotor para distancias mayores. A la crianza de bueyes y mulas, a la producción de carretas y a la realización de este tipo de transportación, sí podemos incorporar a mucha gente. En realidad este tipo de transporte está en la actualidad bastante difundido, solamente habría que expandirlo y racionalizarlo. Así se puede ahorrar combustible y utilizar las divisas ahorradas en otros renglones más imprescindibles para el desarrollo, aquéllos que permitan que la otra pierna, la de la modernización, camine.

En la solución o mitigación del problema alimentario más que en ningún otro, la incorporación de las grandes masas, incluso las urbanas, con todas las técnicas disponibles —atrasadas o modernas—, será sin duda el factor decisivo.

La pierna moderna debe caminar asimilando la nueva tecnología, la tecnología de la revolución científico-técnica. Aquí, de lo que se trata, en primer lugar, es de capacitar personal. El país cuenta con un número no despreciable de obreros y técnicos capacitados; con su participación se podría multiplicar el actual volumen y la calidad de la formación del personal. Pero está claro que no bastaría la capacitación dentro del país. Habrá que buscar colaboración internacional para capacitar personal en gran escala y elevar los niveles científicos y tecnológicos. Por otra parte, hay muchos salvadoreños regados por el mundo, que tienen altos niveles de conocimientos en estas materias; habrá que convencer, por lo menos a una parte de ellos, para que regrese a dar su contribución a la patria. Yo estoy convencido de que esto se puede hacer.

Hay que tener en cuenta que en El Salvador, ya desde el siglo pasado, hubo un proceso de proletarización masivo, un proceso de despojo de los campesinos de la tierra y demás medios de producción, de separación de los campesinos de los medios de producción, y se transformó a cientos de miles de personas en proletarios. Es decir, proletarios no en el sentido de la clase obrera industrial de Marx, sino en el sentido del que no tiene más que su fuerza de trabajo para vivir, porque no posee medios de producción.

Esta masa se vio obligada a trabajar en cualquier producción. Se generalizó una tendencia a aprender muchos oficios, de tal manera de poder trabajar en cualquier cosa. Una expresión de eso es lo que ha pasado en esta década. La emigración hacia los Estados Unidos, que antes era fundamentalmente una emigración económica, se transformó en una emigración como resultado de la guerra. A esto se debe que haya cambiado también la composición social de la masa de emigrantes ilegales hacia ese país; ésta se convirtió en una masa en un 80% rural. Antes de la guerra era al revés, sólo excepcionalmente iba gente proveniente del campo, la mayoría era gente de la ciudad obreros, técnicos, profesionales.

- ¿Y qué ocurrió con esta gente en los Estados Unidos, en una sociedad muchísimo más desarrollada?

Tienen allí un alto coeficiente de empleo, han podido colocarse, han podido trabajar, porque tienen habilidades para trabajar y tienen interés y voluntad en hacerlo... Eso explica por qué los emigrantes envían al país tanto dinero. El equivalente a la ayuda de los Estados Unidos al gobierno de El Salvador en sus mejores tiempos. Los cálculos más bajos hablan de 500 a 600 millones de dólares al año. Esta es hoy la principal fuente de divisas del país. Hay quienes últimamente han estado haciendo cálculos más minuciosos que hablan hasta de mil millones de dólares al año provenientes de la emigración radicada en los Estados Unidos y Canadá.

Mira, es asombroso ver en El Salvador cómo en algunas aldeas, hay casas que antes estaban construidas con adobe o palma y que ahora están construidas con lo que nosotros llamamos sistema “mixto”, es decir, cemento, ladrillo y varillas de hierro. Así también existe una cierta difusión en los estratos populares de televisores y otros electrodomésticos, gracias al dinero y los objetos remitidos por la gente que se fue a los Estados Unidos.

Yo creo, por lo tanto, que teniendo en cuenta su historia, en El Salvador nos sería un poco más fácil hacerle comprender a la gente la necesidad de participar en este esfuerzo. No tendríamos tantas dificultades para ello.

Está claro que dentro del país habrá insuficientes recursos para alcanzar los más altos niveles tecnológicos. Será necesario contar con la colaboración y la incidencia del intercambio económico internacionales. Para conseguirlo debemos lograr insertarnos en el sistema de relaciones económicas mundiales, buscando sacar todo el provecho posible del carácter multicéntrico[1] del mundo actual. E insertarnos no sólo en el mundo desarrollado, sino dentro del Tercer Mundo, y, en nuestro caso, en América Latina, inserción que deberá estar basada en criterios claves de cooperación, complementación, integración y solidaridad frente al imperialismo y su sistema hegemónico de relaciones económicas y políticas.

Resolver el problema de la educación es una tarea decisiva y determinante no sólo para satisfacer una demanda urgente del pueblo, sino para asegurar el desarrollo. Tratándose del desarrollo de las fuerzas productivas en las condiciones de la revolución científico-técnica, la clave está en el hombre, en capacitar al hombre para que pueda asimilar el desarrollo que esta revolución genera y a la velocidad en que ella lo produce.

Por otra parte, tendremos que utilizar los recursos en divisas muy racionalmente para hacer que la pierna moderna también funcione, que no sólo se capaciten cuadros, sino que haya asimismo instrumentos de trabajo y demás medios de producción modernos. En esta época eso quiere decir robots, computadoras, plantas químicas, plantas para la producción de elementos electrónicos y microelectrónicos, etc.

Es evidente que este desarrollo no se podría lograr con una revolución completamente cercada. Desde luego una revolución cercada podría sobrevivir apoyándose en el esfuerzo del pueblo. En este caso, habría que apoyarse más en la pierna antigua que en la moderna, o casi sólo en la pierna antigua. Viviríamos en una especie de autarquía que nunca puede ser absoluta, pues ello significaría una gran atrofia al desarrollo y acarrearía deformaciones ideopolíticas y estructurales con altos riesgos para el proceso revolucionario y su meta socialista, y cuya erradicación y rectificación no serían fáciles de hacer.

Yo creo que se puede sobrevivir aun en los peores momentos, pero también creo que en el mundo de hoy es mucho más difícil aislar o cercar totalmente a una revolución. Y es así precisamente porque el mundo se hace más contradictorio, más interdependiente y, al mismo tiempo, económicamente pluricentrista. En estas condiciones, las revoluciones del Tercer Mundo pueden empezar a insertarse en las relaciones internacionales desde mucho antes de su victoria. Esto es lo que está ocurriendo con la revolución salvadoreña. Los esfuerzos del imperialismo y del régimen salvadoreño por aislarnos han resultado hasta hoy inútiles. En este sentido, es necesario tener muy en cuenta que en los países capitalistas desarrollados —incluido — existen y crecen fuerzas, sectores e instituciones, se multiplican las personalidades, incluso los individuos ricos, que tienen simpatías y dan apoyo político, económico y material en general, a los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo. Para nosotros, ese apoyo ha sido particularmente pluralista, activo y eficiente. Así, pues, si la vanguardia de la revolución aplica una política de amplitud y larga vista en sus relaciones internacionales, y la aplica con energía desde antes de la victoria; si elabora una estrategia correcta para el período de transición, entonces el país en revolución podrá insertarse ventajosamente en el mundo y los grados de inserción que consiga se deberán reflejar principalmente en la asimilación de nuevos niveles de desarrollo de las fuerzas productivas.

IX. EL PAPEL DE LA EMPRESA PRIVADA.

—¿Piensas tú que el sector privado debe jugar un determinado papel en la construcción de la nueva sociedad?

En nuestro proyecto objetivamente hay espacio para la empresa privada. ¿Quiénes serán? A mí me parece que en esto no se puede ser esquemático. Lo poco que uno puede adelantar es que habrá más coincidencias con pequeños y medianos que con grandes. Pero tampoco se puede excluir de antemano a los grandes, porque entran también aquí factores de tipo ideológico, sicológico, político, que pueden llevar a que algunos de estos sectores o individuos se decidan a apoyar un proyecto de desarrollo nacional. No podemos descartar que haya quienes quizás empiecen a entender, a darse cuenta, que acumular dinero en lo personal no es el único estímulo que puede caber en su horizonte. El carácter nacional del proyecto es un factor capaz de ganar el interés y participación de estos sectores. Sin duda que la concertación nacional ha de integrar lo más armónicamente posible el proyecto político con el económico. Es esta integralidad la que puede ofrecer un marco aceptable y garantías para todos los sectores, al empresarial en particular.

Repito, el patriotismo, la posibilidad de un desarrollo integral del país, la activa participación del pueblo, su florecimiento cultural, la democracia, son estímulos capaces de decidir el rumbo de la conducta individual, incluso en señores del capital. En distintos países capitalistas desarrollados hay personas muy ricas, para quienes las enormes fortunas atesoradas no tienen en sí mismas un gran valor para su vida personal o familiar. Muchos de ellos, como tú sabes, cooperan con los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo. Pero lo más probable —repito— es que coincidamos más con pequeños y medianos empresarios, que objetivamente se compaginan mejor con la naturaleza de esta fase de la revolución socialista, y porque, además, no tienen otro destino: no pueden ir con su capital a otras partes del mundo para sobrevivir y enriquecerse. Les estamos ofreciendo la posibilidad de quedarse y trabajar.

A nosotros nos interesa que los empresarios se queden y colaboren; necesitamos aprender de ellos. Son buenos administradores, tienen interés en la producción, tienen ideas claras acerca de la necesidad de incorporar las tecnologías avanzadas y de aprovechar y apoyar la creatividad en el terreno tecnológico... Uno de los problemas que más deterioró al “socialismo real” fue la mala administración, la arbitrariedad, el voluntarismo aplicado en este terreno.

En el fondo, a mí me parece que los empresarios son suficientemente pragmáticos para entender que lo que realmente está en negociación es la posibilidad de que ellos dispongan de nuevos tiempos para proponerse impedir que vayamos hasta el socialismo. Nosotros, como punto de partida, tendríamos que reconocerles este derecho, el derecho a luchar por la supervivencia y despliegue de su sistema —aunque por supuesto, no su “derecho” a conspirar y complotar—, como nosotros tenemos el derecho a luchar por el socialismo. En el fondo, ése es el problema que está en negociación y no el de si nosotros debemos creerles a ellos o ellos a nosotros.

Si nosotros logramos que esto sea captado de esta manera, si logramos hacerles entender que somos sinceros en este enfoque, me parece que las cosas podrían caminar.

No se trata de esconder a los burgueses nuestra meta. Yo personalmente he hecho el ensayo de discutir con algunos de ellos y empezar por decirles que nosotros estamos por el socialismo, que no pretendemos engañarlos ni creemos que ellos se engañen... Les he explicado que nosotros también sabemos en qué mundo vivimos. Les he dicho que ellos tendrán incluso la opción de tratar de revertir el proceso hacia el capitalismo y que deben entender que nosotros no queremos cortarles la cabeza.

Por supuesto que esto tiene un punto de partida: lo que haremos en un inicio no es socialismo todavía. Les he dicho que los empresarios pueden contribuir al desarrollo del país y ser respetados por su aporte. ¿Acaso después los vamos a despojar y les vamos a meter un cuchillo por la espalda? No. Si trabajamos juntos lealmente un tiempo, volveremos a negociar con ellos cómo ha de ser el siguiente paso. No tenemos nada en contra de que, una vez que la revolución triunfe sus partidos luchen por la opción capitalista, pero eso sí, vamos a luchar desde abajo, con el pueblo y con todo lo que tengamos arriba, para mantener el rumbo de la revolución democrática y de su transición al socialismo. En todo este proceso seguirá habiendo espacio para los empresarios y también para los inversionistas extranjeros, dentro de regulaciones mutuamente convenientes. Ese es el reto, ¿lo aceptarán o no? Yo creo que los pequeños y la mayoría de los medianos lo aceptarán, lo aceptarán también numerosos empresarios grandes y muchos inversionistas extranjeros.

Al hablarles así hay quienes me han respondido “¡Claro que podemos entendernos! ¡Hombre, es que debíamos haber empezado a hablar hace años!”. Te puedo contar anécdotas hasta con nombre y apellido.

- ¿Cómo piensas tú que se puede resolver el problema de las masas pobres en países que no tienen grandes recursos y en el que además deben coexistir con sectores burgueses que si bien están dispuestos a colaborar en el desarrollo del país, generalmente lo aceptan siempre que no se toquen sus privilegios? Por otra parte, si el consumo es algo intrínseco al modo de vida capitalista, ¿cómo motivar la participación privada cuando lo que se busca es un modelo de austeridad?

Mira, lo yo que les he dicho a ellos cuando hemos discutido es lo siguiente “Ustedes tendrán que entender que esta revolución tiene una vocación social necesaria e indispensable y que tendrá que haber limitaciones para ustedes.” Ellos han respondido: “Eso nos lo ha enseñado la guerra... Ahora nosotros entendemos que tenemos que pagar un costo de justicia social, de otra manera aquí vendría un cambio más radical...” Está claro, sin embargo, que una cosa es lo que te digan hoy y otra distinta es que se abstengan de forcejear cuando el momento llegue. Pero si estamos fuertes en las masas y tenemos poder, van a tener que entender...

- ¿Cómo hacer que el pueblo entienda que una parte de la riqueza de su país vaya a manos de gente que todavía tiene propiedades, medios de producción, y que esos bienes no se repartan entre todo el pueblo trabajador?

La respuesta está sin duda en la nueva situación que la revolución creará, tomada en todos sus aspectos, es decir, integralmente.

Primero, habrá democracia y, por tanto, debate. Se podrán exponer todas las opiniones y ello dará a la vanguardia la posibilidad de participar en la discusión y explicar su línea, diciendo a la gente la verdad sobre los problemas del desarrollo y las características que éste deberá adoptar en esa transición. Además, debemos recoger todas las propuestas constructivas que surjan de las masas.

Segundo, la revolución cambiará favorablemente la vida de una gran parte de la población al realizar la reforma agraria profunda y atenderá de manera prioritaria los problemas alimentarios, de salud, educación y vivienda, incorporando al pueblo al esfuerzo por resolverlos. Esto le dará al pueblo una perspectiva cierta de que lo que la revolución hace es en su beneficio.

Tercero, si bien la revolución no abolirá el mercado, tampoco aplicará una política económica neoliberal; mejorará los salarios y defenderá su poder adquisitivo regulando los precios, subvencionando los artículos fundamentales para el consumo popular, etc.

Cuarto, los privilegios de los empresarios también tendrán limitaciones.

En síntesis, toda esta nueva situación creará condiciones para que las masas puedan comprender la problemática y aportar a su solución.

Además del aporte que los empresarios puedan dar en el terreno económico, es de gran importancia política que los empresarios se queden, porque si se logra construir un frente de gran amplitud, podremos defender la revolución con menos costos, con menos desgastes y podrá facilitarse la inserción en este mundo multicéntrico que el país necesita para desarrollarse. Si nosotros, al revés, incurriésemos en el error de abolir todas las formas de la propiedad privada, la inserción del país podría convertirse en un mero deseo o se reducirían sus posibilidades.

El logro de una inserción internacional no es ajeno al tipo de modelo interno que apliquemos. Ahora bien, es evidente que esto conlleva el riesgo de que no lleguemos al socialismo, que nos empantanemos y el país se consolide en el capitalismo. Sabemos que la intención de los países capitalistas, de la burguesía internacional, será cooptar la revolución; tratar de impedir que llegue al socialismo, buscando que se quede en la primera fase y que termine en alguna modalidad de capitalismo dependiente. Aquí es donde entran en juego dos factores, que son a su vez problemas a resolver la claridad de la vanguardia y la hegemonía en el proceso del movimiento revolucionario y popular. Esto nos plantea un tercer problema, ¿cómo conciliar la hegemonía de la revolución, de la que depende llegar al socialismo, con la democracia?

Las soluciones tendrán mucho que ver —además de la eficiencia del modelo que establezcamos— con el hecho de que enfrentemos o no otra guerra después del triunfo. Todo depende de la profundidad de la derrota del enemigo contrarrevolucionario. No me refiero a su destrucción física, sino a su derrota político-militar, a su aislamiento en el país, en Estados Unidos y el mundo; a su pérdida de credibilidad y eficacia, tanto política como militar, o, más claramente, depende de la amplitud, de la credibilidad y el apoyo que la revolución consiga y mantenga, tanto nacional como internacionalmente.

No es una necesidad histórica ineludible que después de una guerra revolucionaria haya una guerra contrarrevolucionaria. Los cambios operados en el mundo actual, la nueva situación para los intereses geopolíticos de Estados Unidos, lo obsoleto de su visión según la cual El Salvador estaba en disputa entre el Este y el Oeste, etc., aportan condiciones favorables para eludir una nueva guerra después de la victoria revolucionaria.

Nosotros tenemos que estudiar mucho cómo conseguirlo.

X. AUTOGESTIÓN. CONTRA SOLUCIONES PATERNALISTAS

—He sabido que especialmente en las zonas de control, ustedes han desarrollado experiencias autogestionarias en que las masas han resuelto una serie de problemas. Quisiera que me contaras, ¿qué posibilidades hay de que este tipo de forma de organizaciones de la producción subsistan en el futuro proyecto?

Cuando te hablé de lo que se puede hacer con las “dos piernas” estaba algo implícita esta necesidad y posibilidad. Las experiencias autogestionarias en las zonas de control tienen en la base precisamente, la idea de estimular a las masas a que resuelvan por sí mismas, con lo que tienen a su disposición, sin esperar que la solución les sea dada paternalmente.

La autogestión se ha extendido hasta aquella gestión que las organizaciones sociales hacen ante el estado. Las masas en zonas de guerra han ido a presionar a los distintos ministerios, por ejemplo, para que se reabran las escuelas, que se envíen maestros y si el Ministerio de Educación argumenta que no los envía, porque los guerrilleros van a afectarlos, la gente le ha respondido: “Nosotros ya hablamos con la guerrilla, ésta va a respetar la escuela —además, siempre la ha respetado—. Aquí el problema es que también la respete el ejército...” Y en muchos casos han conseguido sus objetivos. El caso de las unidades de salud ha sido similar. Es decir, que la idea de la autogestión no se ha limitado a la producción con los propios recursos, sino que también se ha extendido a la gestión de los asuntos comunitarios frente a las estructuras del estado y ante las instituciones de apoyo económico de distintos países, incluido los Estados Unidos.

El problema consiste en lo siguiente: ¿qué tipo de organización hay que darle a eso y si esa organización debe ser o no centralizada?

En las zonas de guerra, por la misma guerra, no ha podido ser centralizada. Y yo subrayo las palabras “no ha podido ser”, porque la tendencia que nosotros tenemos —me refiero a toda la izquierda en general—, no sólo en El Salvador, es a centralizar la conducción de cada organización y de todos estos esfuerzos y a generar estructuras como federativas y confederativas. El hecho de que en el caso nuestro no sean centralizadas, se debe a que esa centralización en condiciones de guerra no puede ejercerse en todos los casos. Ahora bien, si pretendiésemos que este movimiento autogestionario se convirtiera en un complejo de estructuras centralizadas, se correría, a mi juicio, el riesgo de que perdiera capacidad de iniciativa. Hay que conservar dentro de lo posible esa descentralización. ¿Cómo resolverlo?, es uno de los retos que tenemos planteado.

Claro que el concepto de autogestión abarca otros aspectos. Aquí estamos hablando de la solución de problemas de la comunidad... Pero éste también es un concepto que puede aplicarse a la producción, buscando que el colectivo de cada empresa tenga un grado de autoridad y un grado de autonomía e iniciativa importantes para tomar decisiones sobre la conducción de sus empresas. Ese es ya otro problema. Es siempre autogestión, pero es un problema más complejo.

Y todo esto tiene que ver con el principio general de la democracia en el socialismo, de convertir el proyecto en un esfuerzo de todo el pueblo. Pero también está relacionado con la naturaleza y el carácter de las fuerzas productivas, de la técnica, etc.

Yo más bien diría que el aspecto más importante en este otro renglón de la autogestión, el de la economía formal, es el control que deben ejercer los trabajadores sobre los planes a aplicar, sobre lo que debe producir la empresa, la cantidad y calidad en que debe producirlo, etc., cosa que, además, debe estar relacionada con las necesidades no sólo del colectivo de la empresa, sino de la sociedad en su conjunto. Existe siempre el riesgo de que el colectivo de la empresa tienda a pensar más en sí mismo que en la sociedad en su conjunto, este es uno de los aspectos contradictorios de esta .

Te voy a poner el caso de una fábrica de camisas. Allí se fabrican camisas con determinadas telas, se mantienen esas telas, esos materiales, pero los diseñadores, sabiendo que hay determinados gustos en la población, hacen una pequeña innovación en el diseño, los costos siguen siendo exactamente los mismos; pero aprovechando esa innovación elevan el precio entre un 10 y un 15%. Esas ganancias se acumularán en los fondos sociales de la empresa, las cuales luego van a transformarse en mejoramiento de las condiciones de vivienda, en el pago de mejores salarios. Pero eso se hizo a costa, en buenas cuentas, de estafar a la población, no de servirla. Entonces, ¿cómo controlar esos aspectos? ¿Cómo conciliar la iniciativa con esos aspectos? ¿cómo hacer que la autogestión abarque, no sólo a los trabajadores de cada empresa, sino que haya algún tipo de control por parte de la comunidad?

Esto no se va a realizar sólo por la vía de las leyes del mercado... Todos sabemos que las leyes del mercado, sin ningún control conducen a grandes contradicciones sociales.

Uno de los problemas más grandes es cómo se asegura que efectivamente las iniciativas venidas de abajo se cumplen, y cómo se controla la honradez y la pureza de la administración, puesto que en estas empresas, y sobre todo en algunas grandes empresas, se concentran recursos enormes y su distracción, aunque sea proporcionalmente pequeña puede convertir a cualquier persona en millonaria.

Tendremos que inventar mucho. Quitarnos de la cabeza que la idea de control está relacionada con lo policial, con el espionaje.

En este aspecto, como en muchos otros, no se puede teorizar tanto. Hay que ponerse en el terreno concreto y aconsejarse con la gente que está participando, con la gente que tiene interés en que se controle... Hay que muchas opiniones. Por lo general, problemas que parecen muy intrincados, vistos así en abstracto, resultan más sencillos si se escucha a la gente que está directamente vinculada con estas estructuras, con estas empresas.

-Tú te has referido a un problema básico para el socialismo: la cuestión del control popular. Creo que nosotros hemos puesto mucho más hincapié en la cuestión de la propiedad estatal que en el tema del control popular. Y si releemos a Lenin, vemos que ésta fue siempre una de sus preocupaciones centrales. Yo estoy cada vez más convencida de que la profundidad del socialismo se mide, no tanto por el grado de estatización de su economía, sino por el grado de control popular que exista sobre las diversas actividades...

Estoy de acuerdo contigo. Por eso yo creo que no basta el concepto de autogestión. Estoy convencido de que la solución se encuentra en que a la autogestión hay que unir el control popular. La autogestión puede engendrar la supremacía de los intereses del grupo sobre los intereses de la sociedad, el control popular sería la expresión del interés de la sociedad en su conjunto, controlado, vigilado por ella misma. El control popular tendría por ello que estar basado en el ejercicio democrático. La comunidad debería escoger libremente para ejercer el control a aquéllos en quienes confía y la apoyan en sus labores, y en los cuadros con mayores niveles de conciencia social y fidelidad al pueblo. Así, habría que considerar autogestión y control popular como elementos inseparables; el control popular sería el elemento más conciente, el factor más socialista, en este binomio decisivo para la transición.

XI. EL PROBLEMA AGRARIO.

- ¿Qué solución plantean ustedes al problema agrario?

En lo que se refiere a la solución del problema agrario en las condiciones de nuestro país, yo no me voy a meter mucho; sobre eso se ha escrito bastante. Nosotros como partido tenemos una buena elaboración a ese respecto. Pero, bueno, digamos aunque sea dos palabras sobre esta cuestión.

En primer lugar, debemos subrayar que en nuestro país la solución del problema agrario tiene un rumbo anticapitalista, porque en El Salvador el latifundio no fue originado por el feudalismo no es una herencia de la colonia española. El surgimiento del latifundio contra el cual ahora luchan los campesinos y asalariados agropecuarios está vinculado al desarrollo del capitalismo dependiente en nuestro país, de allí que la reforma agraria tenga que ser un gran paso hacia la salida del anticapitalismo y no pueda limitarse a la distribución de las tierras baldías, no utilizadas... Eso en El Salvador no tiene sentido. Aparte de que el país es muy pequeño, las mejores tierras son las que están en muy pocas manos, generando una gran pobreza en el pueblo rural. Es, por lo tanto, una transformación propia de la revolución democrática que tiene también un sentido anticapitalista. Y por la misma naturaleza de estas grandes unidades productivas basadas en el trabajo asalariado y dedicadas a la exportación de café, caña de azúcar, algodón, ganadería moderna y otras, tienen que pasar a ser propiedad colectiva, no tendría sentido dividirlas; parcelarlas arruinaría la producción y la captación de divisas; por otra parte, mantenerlas en manos de los capitalistas tradicionales, oligarcas, sería renunciar al cambio estructural, a la justicia social y al desarrollo.

Esto lo comprenden ahora los cooperativistas que surgieron producto de la reforma limitada de 1980, quienes se niegan a aceptar la pretensión del gobierno de ARENA de parcelar las tierras que fueron entregadas a cooperativas, saben que con eso se destruye la reforma agraria en vez de profundizarla, como necesita y luego vuelven los terratenientes a apoderarse de las parcelas y a concentrar la tierra en sus manos.

Teniendo en cuenta el grado de desarrollo capitalista en la agricultura en El Salvador, que es uno de los más altos en Centroamérica, estamos convencidos de que la propiedad social, colectiva, tenderá a primar respecto a la propiedad individual campesina y a la propiedad privada capitalista. Porque hay áreas de la producción agropecuaria en El Salvador que tienen un desarrollo capitalista tal que los asalariados allí no quieren tierra por pedazos... La estructura de la propiedad de la tierra tendrá así tres pilares principales: La parcelaria campesina, la colectiva y la privada, no mayor de 100 hectáreas o menos en zonas con surcos de alta calidad. La propiedad estatal será excepcional. La propiedad parcelaria existirá mientras los campesinos propietarios lo quieran, hasta que su voluntad permita ir a la colectivización.

—¿En qué tipo de propiedad colectiva estás pensando, en la estatal o en la cooperativa?

Pienso principalmente en la propiedad cooperativa. Tal vez tendríamos que inventar algún tipo de cooperativa más alta, más desarrollada en su sentido autogestionario y social. Eso requiere de una mayor elaboración que deberá hacerse con la participación de los propios cooperativistas y las opiniones de todo el movimiento popular.

Pero también creo necesario que exista, tanto en la agricultura como en otras ramas de la economía, una cuota de propiedad estatal, sujeta también al control popular. Esto tiene que ver con la necesidad de contar con un estado económicamente fuerte —no totalizante, que es algo diferente— durante el período de transición, de tal forma que éste pueda participar e influir en los rumbos del desarrollo, en el intercambio económico con el mundo y en el mercado interno, asegurando que estos intercambios favorezcan a la sociedad en su conjunto y que garanticen el avance hacia la realización del proyecto.

Por supuesto que hay tierras que tienen que entregarse en propiedad individual, parcelaria, o garantizarse la que ya existe; pero la parte principal, el corazón de la agricultura y la ganadería, tendrá que adoptar alguna forma de propiedad colectiva. Sobre eso no hay dudas.

—El problema es cómo lograr que el trabajador de ese sector agrícola más desarrollado se sienta dueño y no obrero del estado...

Eso tiene que ver con los niveles de autogestión de las empresas estatales. Estos deben asegurar la participación de los trabajadores en su conducción y administración y esto guarda esencialmente relación con la participación popular en la conducción del país. Si se asegura la real vigencia de ésta, estoy seguro que encontraremos en este contexto la manera de lograr que los trabajadores de las empresas estatales se interesen en producir más y mejor.

—He oído decir que existen algunos sectores burgueses que estarían dispuestos a que se realizaran algunos cambios agrarios...

Sí, esas opiniones se dan en sectores nuevos, más vinculados a la industria y al comercio.

Hay también algunos grandes empresarios de la industria y el comercio que vienen de la agricultura y ganadería, pero que poco a poco fueron desligándose o dejando en un segundo lugar su actividad agropecuaria. Entre ellos hay también quienes podrían, en el marco de la revolución democrática, mostrarse dispuestos a aceptar una reforma agraria profunda.

Lo que hizo la junta militar democristiana en el terreno agrario fue sólo un amago. No resolvió el problema, lo que hizo fue alborotarlo, como decimos nosotros, y facilitar el proceso organizativo en el campo. Las masas campesinas tomaron más conciencia de la necesidad de una solución más profunda al problema agrario.

XII. CONQUISTAR LA SOBERANÍA NACIONAL JUNTO A TODOS LOS SECTORES PATRIÓTICOS

Antes de la guerra, la mayoría del pueblo no veía la tarea antimperialista, la tarea de la autodeterminación como algo urgente y necesario. El imperialismo no aparecía siendo dueño de los principales medios de producción; porque una de las características de la burguesía salvadoreña que surgió temprano en comparación con otros países de Centroamérica, es que ella ha sido dueña principal de la tierra y demás medios de producción. Durante mucho tiempo, exactamente hasta 1968, la mayor parte del capital invertido en la industria no era extranjero. Después de 1968 se equilibran las cifras y luego viene un período en que el capital transnacional sobrepasa al nacional. Pero ahora ha vuelto a predominar el nacional, porque debido a la crisis económica, política y militar del país, muchas empresas transnacionales se fueron, sobre todo las empresas de más alta tecnología como la electrónica, entre otras.

El Salvador tenía un mayor desarrollo relativo de su infraestructura en comparación con la mayoría de los países centroamericanos. Hoy ya no es así. La guerra ha destruido mucho y el desarrollo infraestructural se quedó atrás. Esta es una seria preocupación para los capitalistas que, junto a la demostrada verdad de que no pueden ganar la guerra militarmente, llegaron a la conclusión de que es preferible una salida negociada antes de que el país continúe destruyéndose; lo cual significaría que El Salvador ni siquiera en el mercado centroamericano tendría capacidad competitiva. Pero, claro, este sector piensa todavía sólo en una solución política que le sea favorable, que le asegure mantener en sus manos la conducción del país.

Las posiciones más reaccionarias, más duras, más opuestas a cualquier tipo de solución negociada que no sea la cancelación de la revolución, provienen del grueso de los capitalistas vinculados a la agro-exportación y su pensamiento fascista tiene esa base. Esto no es casual, ni una simple moda, es algo estructural.

-Volvamos a la tarea antimperialista ...

El desarrollo de la guerra popular hizo evidente, la dependencia de los Estados Unidos en que se encuentra la fuerza armada, el gobierno y el estado en su conjunto. Por eso hoy está muy difundida la conciencia de que es imprescindible rescatar la soberanía y afirmar la autodeterminación nacional. Esto se ve así, no sólo por los revolucionarios; prácticamente no existe ningún sector que no haya chocado con la injerencia norteamericana. La guerra puso en evidencia la intervención imperialista.

Nosotros tenemos que conciliar el desarrollo con la autodeterminación, ya que ella es absolutamente necesaria para aprovechar ventajosamente las posibilidades del mundo pluricentrista e interdependiente que hoy existe. Por eso, aunque en un enfoque superficial parezca contradictorio con la creciente interdependencia mundial, ahora es cuando podemos tener más posibilidades de opción, de selección; más posibilidades para escoger las relaciones más útiles a nuestro país para salir del subdesarrollo y para poder hacerlo, es ahora cuando más necesitamos independencia, soberanía, autodeterminación nacional.

Pero si aceptamos la tesis de que nuestro capitalismo es dependiente, la tarea antimperialistas, el logro de la autodeterminación, apunta hacia el socialismo puesto que el capitalismo dependiente que hay en toda América Latina con distintos grados de desarrollo y peculiaridades, es la única forma de capitalismo que puede existir en nuestros países. Ya no hay espacio en el mundo para un capitalismo latinoamericano o tercermundista independiente.

- ¿Tú piensas que si triunfa la revolución va a tener la oposición de los Estados Unidos?

Claro, así será. Pero en los mismos Estados Unidos habrá cada vez mayores fuerzas opuestas a su tradicional política imperial hacia América Latina y, sobre todo, habrá más fuerzas latinoamericanas rechazándola.

—¿No crees que la revolución salvadoreña será bloqueada por los Estados Unidos?

No necesariamente y si lo hace, es muy probable que muchos países no lo sigan en este bloqueo. De acuerdo a nuestro programa, Proclama del FMLN de octubre de 1990, la victoria revolucionaria traerá la desmilitarización total del país, y, sobre la base de este cambio fundamental, la revolución construirá una democracia política participativa y representativa, junto con una democracia social. Además, la revolución asegurará espacio y opción a los empresarios capitalistas. Nada de todo esto puede configurar “amenaza para la seguridad nacional” de Estados Unidos y, mucho menos, cuando ha desaparecido la confrontación este-oeste. Será entonces cada vez más difícil a los sectores norteamericanos más reaccionarios justificar en su propio país un bloqueo contra nuestra revolución y, además, nuestro proyecto puede ser apoyado por otros países capitalistas que crecientemente se están interesando en América Latina. Nuestro continente ya no es —en el terreno económico— un barco exclusivo de Estados Unidos, ni lo va a ser en los próximos 20 años. Ellos mismos lo aceptan así. Entonces hay que tener en cuenta esa perspectiva.

XIII. LA DEMOCRACIA QUE HAY QUE CONSTRUIR.

—Tú has mencionado innumerables veces el carácter democrático que tendrá la revolución salvadoreña, ¿podrías profundizar más en esta cuestión de la democracia?

El establecimiento de la democracia es una de las tareas cruciales del programa de nuestra revolución, para ser realizada desde el primer momento de su victoria. El primer gran cambio que la revolución traerá al pueblo salvadoreño será la libertad y, con ella, su elevación a la calidad de sujeto que conduce al país.

Desde el primer momento, saltará a la vista que se trata de una democracia de nuevo tipo: dará la libertad a quienes no la han tenido, al pueblo trabajador, sin despojar de sus libertades a los sectores sociales tradicionalmente dominantes, excepto de la libertad y la posibilidad de volver a despojar al pueblo de poder y democracia por la vía de la conspiración y la guerra. No se trata, pues, del acceso del pueblo a una “democracia” ya existente, de minorías, sino de una democracia nueva, popular.

Un segundo rasgo de esta democracia que nos proponemos establecer, en consecuencia con su naturaleza popular, consiste en que será participativa y no sólo representativa. Es decir, no será una democracia puramente electoral y de libertad de prensa. Lo electoral, lo representativo, se mantendrá e incluso se extenderá a instancias que ahora no abarca. La libertad de prensa se hará más completa con el acceso a la posibilidad de disponer de medios de comunicación propios para la vanguardia y las organizaciones populares; pero lo fundamental de esta democracia nueva será su carácter participativo consecuente, que abrirá al pueblo trabajador el acceso a la toma de decisiones sobre las líneas estratégicas, y sobre la solución de los problemas cotidianos de la gente, asegurará su participación en la ejecución y control de estas decisiones, en el diseño y la puesta en práctica del proyecto y en el trabajo menudo y grande para alcanzarlo.

Un tercer rasgo consistirá en que será una democracia política, y, a la vez, una democracia social en desarrollo ya que la más plena democracia social sólo podrá alcanzarse en el socialismo. La democracia política será en el comienzo más avanzada que la social; aquélla irá adelante, despejando el camino a ésta, pero serán inseparables. Mantenerlas inseparables será una de las misiones esenciales de la vanguardia.

Un cuarto rasgo de la democracia será su dedicación a compaginar la libertad e intereses del colectivo y del individuo; el colectivo no debe relegar y mucho menos aplastar al individuo. Sus ideas, opiniones y aspiraciones deben ser tomadas en cuenta. Debe estimularse la iniciativa individual, creándose cauces para que las personas y pequeños colectivos puedan resolver con gran creatividad un sinnúmero de problemas que jamás serían resueltos por la administración central del estado. El individuo deberá aprender así a integrar sus ideas, opiniones e iniciativas en el colectivo y a luchar junto con él. Consideramos que el debate sin inhibiciones, censuras, autocensuras o prohibiciones, es un instrumento imprescindible para lograr los ajustes entre individuo y colectivo. Este tipo de debate deberá expresarse también en la prensa, tanto por los colectivos como por los individuos.

Un quinto rasgo de la democracia nueva consistirá en que promoverá el respeto de los derechos humanos. El control popular deberá sin falta constituirse en verificador de la vigencia y respeto a los derechos humanos. Sin este requisito no puede hablarse de democracia.

Un sexto rasgo de la democracia nueva será el pluralismo político e ideológico, una de cuyas expresiones será el pluripartidismo. Para el FMLN no es difícil entender esta necesidad democrática, puesto que él mismo es un agrupamiento de cinco partidos, que, a pesar de la diversidad orgánica, ha podido elaborar una estrategia común y conducir eficientemente la guerra revolucionaria. Estamos convencidos de que un gobierno en que el FMLN participe junto con otros partidos para conducir el proceso de transformaciones revolucionarias, es una necesidad de la revolución democrática; más aún, estamos convencidos de que será necesario, no sólo para la transición, sino también para el socialismo. Además, este pluralismo y pluripartidismo serán elementos integrantes de todo el sistema político del país y no sólo del gobierno.

El séptimo rasgo de la nueva democracia será el respeto a las creencias y tradiciones de la gente. Este es uno de los fundamentos para el logro de los indispensables entendimientos y consensos populares, que asegurarán la realización del proyecto revolucionario en todas sus fases y etapas, y la cohesión del pueblo para la defensa de la revolución.

Estos rasgos de la democracia son la base para que el proyecto sea adoptado plenamente por la gente, tanto porque ayuda a la solución de sus problemas cotidianos, como porque asegura su directa y voluntaria participación en el proceso de transformación y desarrollo del país.

El FMLN ha hecho un trascendental aporte a la causa de la democracia, la paz y el desarrollo del país, al plantear en su programa la desmilitarización total como el cambio más decisivo en el sistema político a realizar por la revolución.

-¿Qué entiendes por desmilitarización total?

Entendemos como desmilitarización total la desaparición de los dos ejércitos, el gubernamental y el del FMLN. Una policía civil se encargará de asegurar el orden público. La defensa del país, en caso necesario, la realizará todo el pueblo.

Esta medida reducirá las posibilidades de que a la guerra revolucionaria siga otra guerra -como en Nicaragua -, será un aporte a la consolidación de la paz que el país necesitará para desarrollarse.

En las condiciones de El Salvador, sometido a una dictadura militar próxima a los sesenta años de edad, ningún tipo de democracia puede establecerse ni funcionar si no se alcanza la desmilitarización total. La democracia popular necesita de ella. La hegemonía de la fuerza armada sobre el gobierno civil, incluso si ha sido electo “libremente”, y sobre la sociedad en conjunto, es el principal problema estructural a resolver para democratizar el sistema político. — ¿Con cuántos efectivos cuentan las fuerzas armadas en El Salvador?

Hay que tener en cuenta que en El Salvador la fuerza armada comprende no sólo a las distintas armas militares, sino también a los tres cuerpos policiales —los cuales han agregado también unidades de infantería de combate—, lo mismo que todos los órganos de inteligencia. Su plantilla actual oficialmente se cifra en 55 mil efectivos, sin contar al personal civil y administrativo, y cuenta, además, con dos apoyos paramilitares: las patrullas cantonales territoriales, es decir, en el campo y barrios en las ciudades, que suman alrededor de 100 mil efectivos, gran parte de los cuales son reservistas del ejército; y las unidades de la “defensa civil”, que cuentan con alrededor de 40 mil efectivos bien armados e incluso uniformados y con cuarteles. A esto hay que agregar las plantillas de los órganos de inteligencia, contrainteligencia y guerra sicológica. Este aparato de unos 200 mil efectivos resulta saturador para un país de 21 mil kilómetros cuadrados y seis millones de habitantes.

Estas fuerzas se utilizan no sólo para matar y perseguir, sino para mantener a la población sometida al terror y también para decidir el resultado de las “elecciones”.

Las patrullas paramilitares están formadas por pobladores de los mismos caseríos, pueblos y barrios donde actúan, conocen a la gente del lugar, están emparentados con una parte de ella y son personificación de la autoridad militar, con toda la arbitrariedad y el carácter represivo que les son propios. Con todos estos recursos aseguran que la gente vote por quien ha ordenado el alto mando y además, cuando a pesar de todo esto, los resultados favorecen a las fuerzas opositoras, como en las elecciones presidenciales de 1972 y 1977, el ejército organiza el fraude y lo impone incluso con las masacres como la del 28 de febrero de 1977 en la Plaza Libertad de San Salvador. Así es imposible realizar elecciones libres y honestas.

El papel intimidatorio del ejército sobre la sociedad se fundamenta en la absoluta impunidad de los militares. A lo largo de casi todo el siglo XX nunca fue castigado por la justicia ningún jefe militar, a pesar de que masacraron incontables veces al pueblo y organizaron los siniestros escuadrones de la muerte, que han asesinado a muchos miles de salvadoreños. La impunidad es un privilegio que abarca hasta a las patrullas paramilitares.

Puedes entender entonces por qué nosotros afirmamos que la fuerza armada salvadoreña, por su naturaleza, su formación y su historial no es reformable, debe desaparecer o no habrá democracia.

Se puede deducir de lo dicho hasta aquí que las tareas democráticas que están pendientes —las tareas de la revolución democrática como las hemos diseñado en nuestra Proclama de octubre de 1990 —, no se pueden resolver por vía reformista, tienen que resolverse por vía revolucionaria, y ya ese solo hecho las vincula con el socialismo. Cada una de ellas, tal como las hemos analizado, tiene un carácter marcado. Por eso, si nosotros logramos realizar la revolución con estas banderas democrático-antimperialistas desplegadas —no se puede realizar de otro modo—, y si nos insertamos bien en el mundo actual avanzaremos hacia el socialismo. El hecho de que haya sectores de la burguesía dispuestos a cooperar en este proceso de desarrollo no afecta necesariamente al proyecto revolucionario, sino que incluso lo favorece. Lo que sí es decisivo es el papel de la vanguardia, la profundización de la democracia y el desarrollo del pensamiento político de las masas hacia el socialismo. Además, la defensa de la revolución en su fase democrática no podría hacerse de otro modo que avanzando hacia el socialismo.

—Tú te has referido en distintas partes de esta entrevista a lo que los soviéticos han llamado el método de “ordeno y mando ”, ¿cómo piensan ustedes evitar caer en este tipo de conducción que termina por marginar a las masas de toda gestión?

La victoria de la revolución, cualquiera sea la forma que ésta adopte, y hay que recordar que estamos proponiendo una solución política negociada al conflicto, nos planteará el problema de cómo ejercer el poder y, al mismo tiempo, cómo eludir las enfermedades propias del poder: el querer controlar todo desde arriba, la tendencia a bajar órdenes sin dar cabida a la iniciativa de los de abajo, el apoderarse de bienes de la sociedad para usufructo del grupo dirigente, los privilegios, la corrupción y el burocratismo, entre otros.

A mí me parece que debemos reflexionar más desde ya en esa problemática. Aunque no tenemos una respuesta teórica acabada hay cosas que se pueden adelantar. En primer lugar, nos parece que no hay que identificar poder y aparato. Esa es la primera lección que podría sacarse de la crisis del socialismo real. Los aparatos seguirán siendo necesarios, son instrumentos de apoyo. Nadie puede gobernar un país sin instrumentos de apoyo. El problema surge cuando estos instrumentos de apoyo, los así llamados aparatos, pasan a convertirse en poder real. Si por un lado, la vanguardia está en el poder, pero también se funde con el aparato, entonces ya no hay forma de impedir que el aparato sea el poder real, ni que la vanguardia se aleje del pueblo y deje de ser vanguardia.

Entonces, primera regla, no hay que confundir poder y aparato, no hay que permitir que la vanguardia se funda en un mismo cuerpo con los aparatos.

Por otra parte, hay que aspirar a que los aparatos tengan una alta calidad, una alta eficiencia. Y esto no se puede conseguir de otro modo, sino abriéndose a que lleguen al aparato los más capaces. Los cargos en los aparatos de apoyo técnico-administrativo deberían ser ocupados por concurso y este aparato también debería estar sometido al control popular.

Esto exige la vinculación de la vanguardia a las masas y también una especie de división del trabajo. Un destacamento de la vanguardia tiene necesariamente que atender los problemas relacionados con la conducción del estado, eso no puede eludirse. Pero no estamos hablando de los aparatos, sino de su conducción. Otra parte, la numéricamente más significativa, debe mantenerse fuera de la administración, vinculada a las masas y ejerciendo junto a ellas su influencia y control.

Claro que yo me doy cuenta de que todo esto es muy general. Pienso que en este terreno tenemos un gran desafío teórico por delante, porque debido a las décadas de estancamiento que sufrió la teoría revolucionaria —con algunas escasas excepciones — y, más concretamente, la investigación social acerca del período de transición, este atraso nos ha obligado a enfrentar esta cuestión con un arsenal teórico muy limitado.

Pero sobre todo se trata de un problema práctico concreto, que tiene que ver con la eficiencia de la vanguardia y del aparato, con la relación vanguardia masas y con el vínculo diferenciado de poder y aparato.

Vamos a tener que volver un poco a los clásicos que ya habían adelantado algunas ideas esenciales sobre esto, como, por ejemplo, las deducciones de Marx sobre la Comuna de París y hacerlo, no tanto para encontrar respuestas precisas, sino para aprehender el hilo conductor de su reflexión sobre estos temas, porque hoy debemos enfrentar nuevos problemas que entonces no se planteaban.

—Sobre la Comuna de París ¿qué reflexiones tú crees que son de interés para el proyecto salvadoreño?

Mira, Marx y Lenin vieron en la Comuna de París una respuesta de la historia al problema de cómo debía ser el nuevo poder, el poder de los trabajadores, es decir, el poder de las clases más numerosas de la sociedad, de quienes producen las riquezas.

Una de las conclusiones principales que los clásicos hicieron de esa experiencia es la necesidad de establecer el control de los trabajadores sobre el poder y sobre el aparato del estado; la completa sujeción del aparato, instrumento del poder de los trabajadores, a los trabajadores mismos. Si bien la revolución democrática en nuestro país generará un gobierno compartido, pluralista, que no será sólo de los trabajadores, consideramos que esta tesis marxista conserva su vigencia y en El Salvador tendrá expresión en el poder popular.

Otra serie de conclusiones muy probablemente no se podrán aplicar exactamente como ellos las concibieron en nuestro país. El propio partido bolchevique no lo pudo hacer en la URSS debido a las difíciles condiciones en que este país debió afrontar la construcción del socialismo. Por ejemplo, no es necesario que en la actualidad un funcionario tenga un salario exactamente equivalente al de un obrero calificado. Los salarios de los funcionarios no deben ser tan altos, pero sí deben ser diferentes al del simple trabajador.

-¿No piensas tú que es muy importante que todo funcionario del estado o de la vanguardia gane un salario que le permita justificar ante las masas su nivel de vida, especialmente si éste es algo superior al promedio, y que es preferible que estos funcionarios ganen salarios más altos en lugar de que sus salarios formales sean bajos y que, vía prebendas u entradas de otro tipo, aunque éstas sean legítimas, de hecho vivan con entradas mayores que las de sus respectivos salarios?

Considero, como tú dices, que el dirigente estatal o político debe tener un salario que le permita vivir con dignidad, y para ello es indispensable que lo que adquiera provenga de su salario, eliminando todo ingreso proveniente de regalitos, suministros especiales, acceso a tiendas especiales y cosas por el estilo. Si tiene un salario mayor que otro trabajador es porque lo merece, porque desempeña un trabajo más calificado y esforzado.

En la base de estas consideraciones está el entendido de que los dirigentes y funcionarios deben tener niveles de vida modestos, nunca suntuosos, y menos cuando el pueblo sufra pobreza y grandes dificultades. Este es un asunto de principio y exige que la modestia sea real. Que detrás de un salario modesto no se esconda otro que, en la práctica, se ve elevado varias veces por toda clase de prebendas.

- ¿Cuál crees tú que debe ser el estilo de conducción de la vanguardia en la revolución salvadoreña?

Al responder a tu pregunta yo quisiera concentrarme en el actual período de la revolución democrática, ya que en lo referido a después de la victoria, una vez que el FMLN ejerza un papel en la conducción del país como componente del régimen pluralista que ésta originará, yo te he expresado mis opiniones en otro momento de esta entrevista. Es cierto que me he limitado a plantear sólo las grandes líneas que considero fundamentales para la conducta de la vanguardia en esa nueva situación, pero ahora no podría ir más allá de eso. Estoy convencido de que configurar un método y un estilo de conducción concreto, adecuados a nuestras condiciones, no verticalistas, antiverticalistas, verdaderamente democráticos y revolucionarios, tendrá que ser la obra colectiva de la vanguardia, basándose en las opiniones y críticas de las masas. Este tema tendrá que mantenerse permanentemente en la agenda del debate del pueblo y de la vanguardia.

Antes de la victoria de la revolución todos sabemos que la vanguardia no puede existir sin profundas raíces en el pueblo, sin la credibilidad de éste, sin que éste acepte su conducción y la siga en todas las batallas, incluso a riesgo de la vida. El papel de vanguardia se ejerce o se pierde en cada momento, en dependencia de que las masas la sigan o no.

La vanguardia debe vincularse profundamente a las masas, llevarles las ideas revolucionarias, y ello sólo puede lograrlo partiendo de sus motivaciones y en el curso de sus luchas.

Desatada la lucha de masas, ésta impone a la vanguardia el reto de mostrar capacidad para no despegarse de ellas y, al mismo tiempo, para no estancarlas. Si la vanguardia trata de forzar el avance de las masas, creyendo que puede hacerlo con puros llamamientos o tratando de imponerles consignas y formas de lucha que no son comprendidas por éstas, las masas no la seguirán. Si, por el contrario, la vanguardia trata de mantener a las masas en un determinado nivel de la lucha cuando éste se ha agotado para ellas, perderían confianza en la vanguardia y se separarían de ella, ya sea sumiéndose en la frustración o siguiendo la conducción más certera de otros que por eso se constituyen en vanguardia. Quienes no comprendan y practiquen esta fundamental concepción, no pasarán nunca de ser pequeños grupos sin influencia, inofensivos.

Si se intenta manejar a las masas como se maneja el ejército, por órdenes, que es una forma de verticalismo, se fracasa. En las revoluciones que pasan por una guerra larga es fácil caer en ese error, nosotros lo hemos vivido y lo estamos viviendo. Precisamente, una de las razones de por qué el movimiento de masas en el Salvador se redujo a partir de 1987, a pesar de que las masas siguen siendo revolucionarias, progresistas, y están de acuerdo con la revolución, como hay múltiples pruebas de ello, se debe a que incurrimos en el error de intentar conducir al movimiento de masas por órdenes. Una expresión de esa forma fue, por ejemplo, incluir la lucha de los trabajadores dentro de las fechas del plan militar. Así hubo huelgas que no se pudieron producir, porque las masas querían hacerlas antes, las necesitaban antes. Hubo casos en que estuvimos demorándolas contra la voluntad de las masas. Recuerdo un caso en que la huelga se pospuso estando más que madura y eso le dio espacio a la réplica de la patronal. Cuando llegó la fecha, ya no pudo haber huelga porque el sindicato de hecho ya no existía; una parte de esa masa había sido despedida y reemplazada por otra que no tenía nada que ver con la anterior ni quería la huelga...

Otro ejemplo, fue nuestro esfuerzo por “radicalizar” al movimiento de masas, introduciendo el elemento de la violencia en la calle, pero llevada no como respuesta a la acción del enemigo, es decir, una violencia con fundamento político —lo que sí comprenden las masas, porque la ven como una necesidad en defensa de su propia lucha y en función de ella—, sino insertada por nosotros en un intento por imponerla a toda costa.

—Entiendo que eso ocurrió en la marcha del Primero de Mayo de 1988...

Ese es uno de los ejemplos, pero no es el único...

—Quiere decir que tú compartes la opinión de algunos de que la radicalización produjo una reducción del movimiento de masas...

Si, la comparto. Aunque yo hablaría de radicalismo nuestro y no de radicalización de las masas en ese caso.

—Creo importante que expliques lo que ustedes entienden por radicalización.

La radicalización, en primer lugar, se refiere principalmente al pensamiento y en ese terreno casi no hicimos ningún esfuerzo. Este esfuerzo por radicalizar el pensamiento puede radicalizar la acción, si cada paso en esa dirección se apoya en su estado de ánimo, en la experiencia que las masas están haciendo en sus luchas y en su convicción de que adelantar tales pasos es justo y necesario. Pero en aquel tiempo, nosotros no comprendíamos hasta el fondo que a las masas no se las puede dirigir por órdenes como se dirige al ejército.

—Tú dices que no se debe dirigir a las masas con el estilo militar, por órdenes venidas desde arriba, ¿cómo se las dirige entonces?

A partir de las motivaciones mismas de las masas —como ya te decía anteriormente—; pero quiero aclarar que esto no significa que éstas se reduzcan a las motivaciones puramente economicistas. Yo no comparto la opinión de los que creen que las motivaciones más amplias de las masas son las motivaciones directamente económicas. Las masas, y sobre todo después de una experiencia larga de lucha, entienden que los problemas políticos están relacionados con sus intereses. Y los movimientos más amplios, más voluminosos, son los que tienen motivaciones políticas y abarcan, incluso, a los que no están organizados en sindicatos... Entonces, cuando yo me estoy refiriendo a las motivaciones tengo en cuenta todo eso.

—Tú atribuías el origen del estilo verticalista a los largos años de guerra, ¿no crees que hay otras explicaciones además de la sicología de la guerra, de la sicología de la conducción militar? De hecho, en este estilo verticalista de conducción no incurren solamente los movimientos que han desarrollado la lucha armada en América Latina, hay mucho de verticalismo que no tiene directamente que ver con el problema de la guerra...

Mira, yo creo que en parte se debe también al hecho de que el modelo de socialismo real era verticalista, y eso, de una u otra manera, influyó en la formación de nuestros movimientos revolucionarios y aquéllos, como el nuestro, que han recorrido el camino de una guerra larga, reforzaron esta formación con el peso del propio autoritarismo de la guerra. El centralismo democrático en la forma en que ha sido aplicado por muchas de las organizaciones revolucionarias latinoamericanas, ha sido más centralismo que democracia. De hecho, casi no existía democracia y creo que es en estos terrenos donde hay que ir a buscar el germen de nuestro verticalismo.

—Siempre había excusas para que no hubiera democracia...

Siempre había excusas... Existía una democracia algo formal, se decía que la base opine, que critique. Se hacían reuniones de crítica y autocrítica. No digo que ello no tenga importancia, pero es que eso solo no es la democracia. La democracia implica la participación activa en las decisiones y la incorporación conciente y voluntaria a las diversas tareas. Estoy pensando no sólo en la vanguardia, sino en el pueblo. Eso quiere decir que es necesario abrir formas de participación, hay que abrir espacios. Es necesario incrementar la democracia en la vanguardia, respetar a las organizaciones de masas, abogar porque éstas escojan a sus dirigentes y decidan sobre sus luchas. Los revolucionarios serán dirigentes de esas organizaciones en la medida que interpreten sus intereses y ganen la confianza y el apoyo de las masas.

—Alguien me decía que muchas veces los dirigentes no saben escuchar, que acogen aquello que ratifica lo que ellos están pensando y desechan lo que no coincide con su pensamiento...

Sí, creo que hay que aprender a escuchar. Hay que hablar con la gente y de todo el pensamiento que se recoge, sintetizar aquello que pueda generar acción y unir en torno a la acción, porque en las masas también hay pensamientos pesimistas, negativos que deben recogerse y analizarse. ¿Dónde está entonces el papel de la vanguardia? En lograr que de toda esta multiplicidad de ideas se sintetice lo positivo, lo que puede dar base a un proceso de lucha. La dirección debe recoger, sintetizar y lanzar orientaciones que nazcan de ahí y que, efectivamente, por ser las más positivas, las más avanzadas o las que permiten construir procesos organizativos, son las que van a llevar, si no a toda la masa, al menos a una parte importante de ella a incorporarse a la lucha, de tal manera que las acciones realizadas tengan su base en el pensamiento, la opinión y el estado de ánimo de las masas.

Hay que dialogar y polemizar con las posiciones pesimistas. Pero esto no lo debe hacer sólo la vanguardia. Si ya se tiene en movimiento a un sector de la gente, si se ha logrado unirla a partir de sus propios pensamientos y sus propias motivaciones, si se ha sabido traducirlos en consignas, en orientaciones, ya no polemizará sólo la vanguardia, sino cada uno de los que están incorporados a ese movimiento. La gente defenderá esos planteamientos como suyos, porque los siente suyos, porque son suyos. Entonces el diálogo y el debate será algo que se dará en el interior de las mismas masas, en un esfuerzo por desalojar de su interior las posiciones e ideas negativas. Ahí está, a mi juicio, la esencia del problema. Ahora bien, muchas veces no hemos aplicado este estilo de conducción...

—Hasta este momento te has referido al estilo de conducción, ¿podrías detenerte ahora en otros aspectos que deben caracterizar a la vanguardia en el caso de una revolución como la salvadoreña, que afrontará tantas limitaciones materiales?

En las condiciones de nuestro país, tiene una importancia muy grande el hecho que la vanguardia mantenga el prestigio entre las masas, su vinculación con ellas y aprenda de ellas, que se apoye en la idea de que el pueblo tiene capacidades, talentos y fuerzas para innovar, para dar respuesta, siempre y cuando se confíe en él, siempre y cuando se lo estimule. Para lograr esto la vanguardia debe ser fiel al principio de unir la palabra con los hechos, la palabra con el ejemplo. Como dice el pueblo humilde de una manera muy sabia: “Hay que predicar con el ejemplo”.

Yo reduciría a esa sabiduría popular todo esto que he planteado. Hay que predicar con el ejemplo. Y si el pueblo en general no puede tener acceso a soluciones de más alto nivel de vida, ése tiene que ser el nivel en el que vivan también los miembros de la vanguardia. Y si el pueblo tiene que hacer un gran esfuerzo y un gran sacrificio, la vanguardia tiene que estar a la cabeza de ese sacrificio y ese esfuerzo. Cuanto más alta sea la responsabilidad de los cuadros, más alta tiene que ser la exigencia en este sentido.

Si no se hace así, la gente puede sacar otras conclusiones. No sólo criticará a la vanguardia y ésta se desprestigiará, sino que podrá también sacar, por ejemplo, la falsa conclusión —como ya ha ocurrido en más de una revolución — de que como se luchó durante tanto tiempo contra la explotación, lo primero que hay que hacer es no trabajar, o trabajar menos. En algunos países se ha llegado a reducir el horario efectivo de trabajo a dos o tres horas diarias.

— ¿Cómo puede evitarse esta tendencia a trabajar menos?

Bueno, hay que empezar a hablarle a la gente desde antes del triunfo de la revolución, advirtiéndole que lo que les espera luego del triunfo no es el paraíso terrenal —ésa no puede ser la promesa—, sino una situación en la que, si bien se habrá conquistado la democracia, la libertad, la soberanía nacional y se empezará a transitar hacia una mayor justicia social, deberán hacerse muchos sacrificios para salir adelante. Hay que hacer un gran esfuerzo para que el pueblo ubique el lugar que ocupa el país en cuanto a su nivel de desarrollo en el actual contexto mundial. Hacerle comprender, aunque sea en sus líneas más generales, el tremendo esfuerzo que hay que hacer para salir del subdesarrollo y todo lo que eso significa en términos de las condiciones de vida, materiales y culturales, espirituales y políticas para el pueblo mismo.

Ahí es donde viene lo de dar el ejemplo. Si sólo nos quedamos con el discurso, y luego la vanguardia, su dirigencia, sus cuadros, sus bases, no damos el ejemplo, trabajando más, sacrificándose más, entonces este discurso no va a calar. Nuestros pueblos están saturados de discursos demagógicos, que si no actuamos así van a creer que se trata de una simple propaganda, que es una nueva demagogia. Si ven a la vanguardia, a sus dirigentes, disfrutando de la dolce vita, con niveles de vida extraordinarios, disponiendo de privilegios, muy pocos van a creer en lo que se les pide hacer y sólo una pequeña minoría acompañará ese esfuerzo; una minoría formada en buena medida por personas ansiosas de escalar posiciones en el aparato de la vanguardia y el estado, para disfrutar de esos privilegios.

XIV. GUERRA IDEOLÓGICA, DEBATE Y LIBERTAD DE EXPRESIÓN

—Estamos entrando cada vez más en la era de la guerra ideológica, de la con quista de las mentes. Hace mucho tiempo ya que en el terreno de las ideas no existen islas; tú puedes defenderte de otras cosas, pero no de la penetración de las ideas, y menos en la etapa de los satélites. Sabemos además que el enemigo cuenta con medios muy sofisticados y una gran experiencia. ¿Qué pasa si ponen todos los medios y toda la técnica del mundo desarrollado en función de la disputa de las mentes? Estoy pensando en los satélites, la radio, la televisión. ¿Crees tú que con los escasos medios con que cuentan los revolucionarios pueden hacer frente exitosamente a la guerra en este terreno?

Nosotros partimos situando la lucha ideológica en un lugar cimero dentro de la lucha política revolucionaria, diferenciándola y distanciándola del ideologicismo, tanto en el planteamiento como en el debate.

Para enfrentar la situación que tú describes es muy importante lograr que los cuadros sepan debatir, que los cuadros piensen, que también den la batalla en ese terreno. Hay que darle también al pueblo parámetros para hacer sus propios juicios, hay que abrirse al debate, y los cuadros revolucionarios deben ser buenos esgrimistas en materia de debate político. La experiencia ha demostrado que si impulsamos el debate sin ningún temor, surgen magníficos polemistas, capaces de derrotar los planteamientos enemigos. Y si a eso se une el ejemplo, y la gente que está viendo o escuchando nuestras opiniones sabe que estamos diciendo la verdad, y que es eso lo que estamos haciendo en la práctica, entonces la gente estará vacunada contra el mañoso discurso del imperialismo, por más que éste cuente con enormes y sofisticados medios de comunicación dedicados a la guerra ideológica y sicológica.

Un elemento decisivo en este terreno es la libertad de expresión. Hay que permitir que la gente se exprese y estimular que la gente sin partido, la gente que no es militante también se exprese y opine, que opine incluso críticamente, sin temor, y que tenga la oportunidad, no sólo de opinar y desahogarse —hasta ahí es donde llega la libertad burguesa de expresión—, sino que tenga también la posibilidad de participar en la corrección de aquello que critica, en una correcta relación entre pensamiento y acción, que convierta la conducta y los hechos concretos en argumentos poderosos.

Todo esto está vinculado al concepto de democracia que nosotros defendemos una democracia participativa, y no sólo una democracia formal. Algo cotidiano que no se limita a los períodos electorales, ni a reuniones.

Entonces, si esto se hace así, si se logra hacer también un periodismo revolucionario, atractivo, abierto, polémico, en que haya cabida a todas estas opiniones, seguramente podremos ganar también esta batalla.

Lograr esto no es fácil. Frente a la publicidad burguesa que pasa su mensaje en la mayor parte de los casos en forma muy sutil, podríamos decir que la publicidad revolucionaria resulta muy esquemática, muy cuadriculada. La gente empieza a leer algo y ya sabe cuál es la frase siguiente. Desde que lee la primera premisa, ya sabe cuál será la conclusión.

Para la izquierda es difícil deshacerse de las formulaciones ideologistas. Es muy difícil. ¡Pero hay que hacer el esfuerzo! Me parece que en esto también puede ayudar el pueblo si le damos participación y lo ganamos para nuestro proyecto. La revolución no puede triunfar sin el pueblo y si triunfamos, pienso que debemos seguir adelante en esa misma ola, debemos seguir adelante sin cortarla, confiando en el pueblo, dándole expresión. Me parece que también sabremos formar publicistas si no vacilamos en apartar del mundo de la publicidad y pasar a otras actividades a aquéllos que no sirven para eso, si no confundimos la calidad con la letanía a los santos. Porque a veces ocurre en la izquierda que se mide la calidad de los publicistas según si repiten o no el material que se les dio, sin juzgar su verdadero talento.

Para la publicidad burguesa el problema es más fácil; justamente ésta busca no ir al fondo de las cosas, sino quedarse en la superficie y combinar el debate político con la distracción de alta calidad: buenas películas, buenas novelas y telenovelas, concursos de belleza, y la dosis de erotismo que hay en todo esto... Los medios burgueses no se interesan en promover una polémica profunda y rica, y generalmente deforman la realidad, toman sólo un aspecto y no lo toman a fondo, mienten hasta convertir su dicho en “realidad”. Pero esto lo hacen de manera que no aburra, que no canse a la gente; lo combinan con diversión, distracción y ponen en juego todos los recursos técnicos que tienen para ello.

Cambiar esta situación no es fácil, y esta tarea no se puede concebir separada de toda la concepción de que hemos estado hablando. Si no se hace así, vendría a ser como aquellas reparaciones que se hacen en los edificios un poco destartalados en que la reparación termina derrumbando a todo el edificio, o como cuando en una máquina vieja se pone un repuesto nuevo, que, como es más ajustado, en su movimiento termina desequilibrando al resto de la máquina y la medicina se transforma en algo peor que la enfermedad.

¿Cómo concebir, por ejemplo, que se le abra al pueblo la posibilidad de expresarse libremente, de hacer críticas, si la vanguardia no está dispuesta a unir la palabra al ejemplo, y si cada cosa que se diga va a afectar no a tal o cual persona, sino a la vanguardia en su conjunto, porque ésta no ha sido consecuente con lo que ella misma predica? Si disfruta de una situación privilegiada, cualquier crítica en esa dirección afecta al conjunto, y si afecta al conjunto, amenaza con desestabilizar también al conjunto, por tanto, produce una reacción de conjunto de la vanguardia.

—¿De defensa...?

Sí, de defensa. Así termina separándose del pueblo, cayendo en contradicción con el pueblo. En algunos casos se corre el riesgo de que estas contradicciones, en un segundo momento, pueden irse resolviendo mediante acciones represivas para mantener el control y los privilegios.

—Hasta aquí has estado enfocando la discusión y la defensa de ideas frente a la masa, o frente al enemigo. ¿No crees que es muy importante que la vanguardia empiece a dar ejemplo, no sólo en la palabra, sino también en los hechos, como tú dices, en cuanto al debate ideológico, impulsando, cuando el tema se justifique, un debate abierto de posiciones dentro de la propia dirección del proceso? Esto podría mostrar que el debate, por el carácter fraternal y respetuoso en que se da, en lugar de perjudicar la unidad, por el contrario, podría fortalecerla. ¿No crees conveniente que la gente no se asuste cuando surjan distintas posiciones o tendencias dentro de la vanguardia?

Por supuesto que yo considero que el debate enriquece. Pero yo distinguiría ideas u opiniones distintas, de tendencias. La tendencia se supone tiene sus propios objetivos estratégicos.

—Cuando yo me refiero a tendencias, estoy pensando en distintas posiciones respecto a un problema determinado. Puede existir más de una posición frente a determinadas materias. Es decir, no siempre la vanguardia va a tener una visión unificada respecto a qué es lo que hay que hacer. Ese debate hasta hace muy poco era interno en los países socialistas, el pueblo no participaba y la vanguardia se presentaba con una sola posición ante la opinión pública... Estoy pensando también en lo que ha ocurrido con los partidos comunistas y su centralismo democrático. Eso ha impedido realmente que se debatan distintas posiciones. Con este sistema de que tú tienes que dar tu opinión en la célula y que de ahí debe subir, instancia por instancia, ¿qué ocurre?, que salvo la dirección del partido nadie tiene la posibilidad de estructurar un pensamiento. Yo estimo que el pensamiento se estructura debatiendo, no solamente en la línea de abajo para arriba y de arriba para abajo que es lo que habitualmente se ha usado, sino horizontalmente. Cada vez que Lenin hizo discusiones hubo horizontalidad, no sólo verticalidad. Cuando yo hablo de tendencias lo estoy haciendo en el sentido de posiciones distintas. Estoy pensando en la necesidad de que dentro de la vanguardia haya posibilidades de debatir y de que puedan darse a conocer distintas posiciones a fin de enriquecer o cambiar las propias. Me parece lógico que si tú estás en una posición te juntes a profundizar esas ideas con quienes te sientes más afín, para debatir con otro. Yo no veo inconveniente que gente que tiene determinadas posiciones se junte para profundizar sus planteamientos e ir mejor armada al debate. Me parece que el Movimiento Comunista Internacional ha tendido a ver siempre a los que manifiestan otras posiciones distintas a las de la máxima dirección como tendencias o fracciones; a menudo se les acusa fácilmente de trotskismo...

Mira, evidentemente, una de las enfermedades del Movimiento Comunista Internacional ha sido el que en nombre del centralismo democrático se ha hecho más centralismo que democracia. Y esto está vinculado a lo que aquí en la entrevista yo he insistido en llamar verticalismo, y es indudable que para los partidos comunistas es mucho más difícil deshacerse de este sello, por la forma en que han estado organizados y el estilo con que han funcionado... Eso es indudable.

Existe una cierta contradicción objetiva entre libertad de debate dentro de las filas de la vanguardia y ante el pueblo, y su papel conductor de la acción que se debe desplegar conforme una línea definida y acordada democráticamente por la mayoría. En tiempo de guerra revolucionaria esta contradicción se vuelve más sensible, porque el verticalismo es un atributo irrenunciable de la conducción militar. Ello no obstante, en nuestra experiencia de guerra hemos podido combinar el verticalismo militar con formas vivas de democracia, como las asambleas de comunistas y las asambleas de combatientes —militantes y no militantes del partido— en las cuales jefes y subordinados participan en igualdad de condiciones, aún cuando registramos el fenómeno de la permanente confrontación entre verticalismo y democracia, así como entre mando militar y conducción político-militar.

El centralismo verticalista o burocrático resuelve esta contradicción, privilegiando la unidad de acción y anulando todo tipo de debate con el argumento que perjudica la actuación unificada de la vanguardia. La tendencia opuesta privilegia la libertad de debate, lo que termina en anular la unidad de acción sin la cual no existe conducción unificada y, por lo tanto, desaparece la capacidad de vanguardizar el proceso. Me parece que la superación de esta contradicción no puede inclinarse de modo absoluto a un lado u otro. Creo que en la vanguardia debe asegurarse la participación democrática de su militancia en la elaboración de una estrategia y de sus decisiones políticas más importantes. Ello exige una efectiva libertad de expresión dentro de sus organismos y en sus medios de prensa; sus miembros y organismos de base y de todo nivel deben tener acceso a sus órganos de prensa para expresar sus opiniones, aunque éstas sean discrepantes con la dirigencia y de esta manera darlas a conocer a la militancia y al pueblo, promoviendo el debate. Al mismo tiempo, no debe paralizarse la acción y en esto debe asegurarse una disciplina eficiente basada en un alto nivel de conciencia, no en la coerción, sino en el respeto y acatamiento de la voluntad de la mayoría. La mayoría debe asimismo respetar el derecho de la minoría a continuar manteniendo sus posiciones y dándole la posibilidad de expresarlas públicamente en el momento oportuno para no perjudicar la unidad de acción de la vanguardia. A decir verdad, este esquema no es nuevo, es en esencia el de Lenin para el centralismo democrático; pero el stalinismo lo hizo desaparecer y ahora tenemos planteado el reto de rectificar y de retomarlo en forma consecuente.

Aprovecho que tú mencionaste al Movimiento Comunista Internacional para expresar, al terminar esta larga entrevista, que considero que este movimiento de hecho ya no existe y, nosotros, los comunistas salvadoreños, estamos no por reconstituir ese movimiento, sino por impulsar el entendimiento y la solidaridad lo más ampliamente entre todos los partidos y movimientos de izquierda de América Latina y del resto del mundo en función de la lucha por el socialismo. Es en este nuevo marco, sin normas rígidas, abierto a las ideas frescas y al debate imprescindible para la renovación del pensamiento socialista, donde los comunistas salvadoreños deseamos participar.
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Fuente: Marta Harnecker, El Socialismo: ¿Una alternativa para América Latina? Entrevista a Jorge Schafik Handal. Cuba, Biblioteca Popular, 1991.
Edición digital a cargo de Rebelion.org y Marxists Internet Archive.

[1] Schafik utiliza la categoría de “centro” para reflejar el poderío y desarrollo principalmente económico. La diferencia de la de “polo”, reservando esta última para el poderío principalmente militar y la consiguiente hegemonía política. Así, el derrumbe de la comunidad socialista de Europa del Este y el debilitamiento de la URSS han originado la monopolaridad militar del imperialismo norteamericano, dentro de un mundo económicamente multicéntrico.