Procesos revolucionarios en el Cono Sur: construcción de poder popular y violencia política en los sesenta

PROCESOS REVOLUCIONARIOS EN EL CONO SUR: CONSTRUCCIÓN DE PODER POPULAR Y VIOLENCIA POLÍTICA EN LOS SESENTA

Alondra Peirano y Arturo López

Introducción.

Entre mediados de los años cincuenta y los primeros años de la década del setenta, en América del Sur y parte del Caribe se condensaron procesos históricos y sociales que encuentran sus raíces ideológicas y políticas en las últimas décadas del siglo XIX, y que explotan en una intensa diversidad de empeños revolucionarios. Fueron años donde se experimentó el entusiasmo transformador de estar viviendo los inicios de una nueva época en la historia de la humanidad; la revolución era un horizonte posible y deseado, colectivo e incluso masivo. Esta, como idea general de la posibilidad de transformaciones radicales de la sociedad, históricamente ha sido y es un campo heterogéneo. Intentar traer al presente la complejidad histórica y analítica de esas experiencias, insertas en un contexto específico y entendidas desde esas condiciones de posibilidad particulares, nos parece un ejercicio necesario y un desafío atractivo.

Es así que, los procesos revolucionarios de los años sesenta se conformaron y desarrollaron a partir de la confrontación de diferentes concepciones ideológicas, programáticas, tácticas y estratégicas, puestas en práctica desde la izquierda. Cincuenta años después, interrogamos al pasado preguntándonos ¿Qué proyectos revolucionarios existían en disputa en el Cono Sur en ese momento? ¿Qué discusiones entre algunas de las organizaciones revolucionarias fueron consolidando las diversas experiencias?

Nos parece que reconstruir parte de la densidad histórica de estos efervescentes años, es una manera interesante de interrogar los procesos históricos. Reconociendo la riqueza de ese momento, nos interesa rescatar algunos aspectos del debate en torno a la construcción revolucionaria a partir de tres concepciones programáticas distintas: las propuestas estratégicas de la Federación Anarquista Uruguaya (FAU), las del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (Chile), y las del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (Uruguay). Más precisamente, ¿Cómo concibieron estas organizaciones la violencia política en relación al carácter de las transformaciones revolucionarias en la Región para ese momento? Hemos escogido estos tres referentes ya que el análisis comparativo de algunos de los ejes centrales de sus planteamientos nos permite detenernos en dos de los puntos fundamentales del debate de esos años: la naturaleza de los cambios revolucionarios, por tanto el camino de su construcción, y, fuertemente relacionado con esto, el papel de la violencia política en ese proceso. Este tipo de acercamiento histórico y político facilita, sin quitarle complejidad, el ejercicio de entender el debate en su contexto y desde las conceptualizaciones propias de esa época.

Contexto económico de crisis. Procesos políticos de cambios

En los años sesenta, nuestro continente mestizo estaba convulsionado y estremecido por gravitantes procesos de transformación social. La ilusión de un modelo de desarrollo capitalista hacia adentro, conducido por una burguesía criolla desde el Estado, comenzaba a desvanecerse. “El proceso de sustitución de importaciones en América Latina había tenido, al menos en los países de mayores dimensiones de la región, acentuados rasgos comunes: el fuerte peso del Estado como orientador del proceso y agente productivo; el control público de los flujos financieros orientado a apoyar el proceso de industrialización, y la estrecha articulación entre la expansión de la capacidad productiva y el consumo interno. Esa articulación que estaba acompañada de una rápida expansión del empleo […], servía de sustento a una alianza entre algunas fracciones de la clase dominante […] y parte de los sectores populares.”[1]

Este intento por transformar el patrón de acumulación y de distribución de la riqueza, fundado en la sustitución de importaciones y en la industrialización a partir de los excedentes del sector extractivo primario exportador, no logró sobreponerse a la fuerte crisis económica de los años cincuenta, después de la segunda guerra mundial. En parte por las contradicciones internas de la clase dominante, en cuanto a cómo enfrentar la crisis, y en parte porque, al no ver sus demandas satisfechas, el descontento del movimiento popular se iba profundizando.

Este límite dentro del desarrollo de la acumulación capitalista dependiente se explica por varias circunstancias, de las que solo mencionaremos algunas. A grandes rasgos, este excedente producido no potenciaba totalmente los procesos de industrialización para la sustitución de importaciones, sino que era invertido nuevamente en el sector primario, creando así un círculo vicioso en torno a los énfasis productivos del patrón de acumulación desarrollista. Esto generaba una contradicción en el modelo de desarrollo, y a su vez expresaba las pugnas y tensiones internas dentro de la clase dominante. La gran burguesía imperialista no veía con buenos ojos el despliegue económico y político más independiente de una fracción de la burguesía latinoamericana en ascenso. Y menos aún la agudización de la lucha de masas, que se había profundizado en estas últimas décadas de crisis, y de donde a su vez, nacieron algunas de las principales organizaciones revolucionarias de esos años.

Esta situación, pues, de la mano de la consolidación de décadas del movimiento obrero y popular, generó un escenario de profunda conmoción política, que abría la posibilidad cierta de plantear otras formas de organización económica y social. Eran tiempos de iniciativas y de posibilidades efectivas de reapropiarse de experiencias acumuladas en la lucha por el socialismo, durante décadas de pelea, derrotas y conquistas. Experiencias que en esos años se condensaron rápidamente, expresándose en diversos proyectos de la izquierda.

Después de la influencia de la revolución rusa, la revolución china y las ascendentes victorias del Frente de Liberación Nacional argelino, la revolución cubana inauguró no sólo un ciclo de luchas populares en el continente, sino también una nueva formulación teórica nacida de la experiencia revolucionaria en la isla. Esta reflexión, condensada básicamente en los textos Guerra de guerrillas del Che Guevara, y Revolución en la Revolución de Régis Debray, plantean nuevos paradigmas de la guerra revolucionaria, que podrían sintetizarse en tres ejes centrales. Como lo planteó el Che Guevara: 1) “No siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas”; 2) “Un ejército irregular, una guerrilla, puede abatir un ejército regular, en el marco de una guerra moderna”; 3) “en la América subdesarrollada el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente el campo”[2]. O, en palabras de Débray: “El acento principal debe ponerse en el desarrollo de la guerra de guerrillas y no en el fortalecimiento o en la creación de nuevos partidos”[3]. La mayor parte de las guerrillas en América Latina tomaron como referente esta experiencia, desmarcándose en algunos de sus aspectos, o apropiándoselos de manera más o menos crítica.

Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (Uruguay)

Así, el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) en Uruguay fue un intento por desplegar una estrategia de guerrilla urbana propia, centrada principalmente en las acciones de propaganda armada. Fundado en 1965, el MLN-T surgió de la desintegración del Coordinador (1963-1965)[4]. Para ese año la mayoría de los grupos que estuvieron en los inicios de éste ya no lo integraban. Desde su fundación, el MLN-T se definió como el brazo armado de la lucha popular, con una concepción ideológica ecléctica, que se materializó en construcciones orgánicas y políticas heterodoxas para la época. De aquí su riqueza y contradicciones que se irán agudizando cada vez más. Es en esta primera etapa que se va amalgamando la idea de que “si no hay un grupo medianamente preparado, simplemente las coyunturas revolucionarias se desaprovechan o no se capitalizan para la revolución. [Pero sobre todo porque] son las acciones revolucionarias las que precipitan las situaciones revolucionarias.”[5]

En 1967 un hecho fortuito marcaría el rumbo vertiginoso de los acontecimientos en Uruguay. Unos meses después de asumir como Presidente en marzo de 1967, en diciembre de ese año moría Oscar Gestido y era reemplazado por su Vicepresidente Jorge Pacheco Areco, un personaje de bajo perfil hasta ese momento, pero que desde el primer día de su mandato no dudó en mostrar su mano dura.

“Desde diciembre de 1967 hubo una acción deliberada por parte de un sector de las clases dominantes de enfrentar la crisis amparándose en el aparato de Estado (el gobierno principalmente), para desde allí reestructurar el régimen político tradicional en el Uruguay, reformando hacia el autoritarismo su justificación ideológica, y superar así su crisis de dominación, utilizando el aparato del Estado para disciplinar desde arriba los compartimientos de la sociedad (Álvaro Rico).”[6]

La agudización del proceso social fue tensando el ambiente, consolidado sobre medidas duramente represivas en plena democracia, expresadas de manera brutal en la aplicación de Medidas Prontas de Seguridad (MPS), que abolían los derechos políticos individuales y colectivos. Frente al aumento de esta violencia estatal, fue agudizándose la radicalización en el enfrentamiento por parte de los diversos sectores populares.

En este contexto de escalada en el enfrentamiento militar y urbano, el MLN-T fue caracterizando la violencia política como uno de los aspectos centrales del proyecto revolucionario. Fue consolidando así sus planteos de propaganda armada como apoyo a las reivindicaciones populares, que se desprendían del programa político-social mínimo para el periodo, plasmado de forma general en las resoluciones del “Congreso del Pueblo” de agosto 1965[7] y en el Programa de la CNT, fundada en octubre de 1966[8].

A pesar de las diferencias entre los contextos chileno y uruguayo, como veremos más adelante, el año 1968 fue un punto de inflexión en el devenir de los procesos sociales y políticos de ambos países[9], y en particular en el desarrollo de la violencia política de masas. En ese contexto de confrontación social en Uruguay, a partir de la toma de Pando, el 8 de octubre de 1969, el concepto central del proyecto tupamaro se fue materializando en la idea del doble poder[10]. En un principio, un sector del MLN lo entendió básicamente desde el imaginario leninista, que intentaba articular la trilogía partido; movimiento de masas; y lucha armada desde el partido revolucionario socialista. Esta línea política fue perdiendo fuerza, ya que “la tesis del poder dualista no logró desalojar la línea foquista tradicional, [y] la estructura y el espíritu poder dualista no llegó a formarse plenamente”. [11]

A la interna, se consolidó entonces la idea de que el doble poder era fundamentalmente un aparato armado capaz de disputarle al Estado la monopolización de la violencia política, y no la telaraña social compuesta por la organización política, un aparato armado y el pueblo, posición que terminó siendo minoritaria en esta etapa. El contexto de represión permanente a las reivindicaciones gremiales (estudiantiles y sindicales) bajo los gobiernos de derecha en los años sesenta y la agudización de este clima bajo Pacheco Areco influyó de manera determinante en este planteamiento del MLN. En esa misma línea, “a partir de 1970 los secuestros (los secuestrados eran detenidos en “las cárceles del pueblo” y eran juzgados por los “tribunales revolucionarios”) se enmarcaron, en muchas ocasiones, en la estrategia de doble poder, en la que jugaron un papel importante, y con la que los tupamaros querían manifestar su capacidad para disputar al Estado el monopolio de la violencia.”[12] Los planes propuestos desde 1970 fueron planificados para consolidar esta concepción de doble poder.

“Después de la toma del cuartel de la Marina, en mayo de 1970, los tupamaros estaban incrementando su accionar en una frontera un tanto difusa entre la propaganda armada y la ofensiva militar: se desplegaba la línea H (hostigamiento) que consistía básicamente en desarmar a los policías en las calles o allanar los domicilios de los comisarios y oficiales, y el plan “Satán”, que consistía en el secuestro y retención en las cárceles del pueblo de connotados diplomáticos y representantes de la oligarquía que apuntalaban la dictadura legal de Jorge Pacheco Areco. Todo esto, en medio de un enfrentamiento social generalizado, con huelgas de trabajadores privados y movilizaciones de empleados públicos, ataques a la Universidad, clausuras de diarios y manifestaciones de estudiantes.” [13]

Para esta etapa del MLN, la concepción del doble poder ya había girado hacia rasgos profundamente aparatistas. Proceso profundizado por su incapacidad para responder a su vertiginoso crecimiento entre 1969-1971, con una fuerte composición estudiantil, el traspaso permanente de sus cuadros sociales al aparato militar, y el mínimo desarrollo ideológico en la caracterización de las transformaciones necesarias para el periodo.

Recién en marzo de 1971, después de 6 años de construcción, los tupamaros, en el marco de un año de elecciones, formularon un programa de gobierno propio, enarbolado por el Movimiento de Independientes 26 de marzo, que, como brazo político del MLN, participó de las discusiones internas en los inicios del Frente Amplio. Aunque, al mismo tiempo, el MLN siempre mantuvo un apoyo crítico a este bloque. “Y es que aparte de hacer la revolución, las limitaciones [del MLN] que imponía su composición y su falta de debate teórico interno […] les llevó a carecer de toda idea, o al menos formulación pública al respecto.”[14] Son en parte estas limitaciones ideológicas, que los llevaron a caracterizar de una manera propia la agudización del conflicto social y político, las que los arrastrarían hacia una práctica cada vez más aparatista, de la que, a su vez, fueron elaborando algunas concepciones en torno a la violencia política, y en particular sobre la guerrilla urbana.

“No puede existir la guerrilla sin apoyo popular. Y es precisamente [por eso que] tiene objetivos esencialmente políticos. Esta concepción estratégico-política de la guerrilla ha sido y es la concepción válida para la guerrilla urbana del MLN. […] Es en el terreno militar donde aplica los elementos tácticos de una estrategia político-militar. La lucha guerrillera es esencialmente una lucha de hostigamiento”.[15]

Este proceso culminaría con los acontecimientos del 14 de abril de 1972. Después de la huelga general del 13 de abril, el 14 de ese mes el MLN ajustició a cuatro agentes del gobierno de Pacheco Areco, acusados de hacer parte del Escuadrón de la Muerte (comandos paramilitares y parapoliciales, como el Comando Caza Tupamaros (CCT), coordinado desde el Ministerio del Interior por el Coronel Machado). Como un anticipo del auto golpe del 27 de junio 1973, el 15 de abril de 1972[16] sería aprobada en el Parlamento la “Declaración del Estado de Guerra Interno”. “Nuestro principal error no fue la desviación pequeño burguesa, sino el error original de línea que luego dio lugar a esa desviación. Pensamos que la principal pregunta que comenzó a plantearse en 1969, y que debió ser respondida era y es cómo tomaremos el poder, […], cómo será el camino de la revolución en Uruguay, qué papel jugaran las clases, el partido, la organización, la lucha armada, etc.”[17] Fueron estas contradicciones internas no resueltas[18] las que de hecho fueron inclinando al MLN hacia una práctica foquista sui géneris, con una concepción propia de la guerrilla urbana, ampliamente heterodoxa e inédita frente al foquismo ortodoxo (llevado a sus máximas potencialidades de desarrollo bajo la guerrilla cubana, y cada vez más expandido entre las guerrillas latinoamericanas).

Federación Anarquista Uruguaya

Esta concepción del doble poder que terminó instalándose a la interna del MLN, para la FAU “subestimó el carácter esencialmente político que tiene la revolución”. Es esta característica la que FAU criticó como cortoplacista.
Veamos sucintamente cuáles serían los principales ejes de la concepción revolucionaria de esta organización para el periodo. En ese contexto de los años cincuenta y sesenta, luego de un largo proceso de convergencia, ruptura y continuidad, el anarquismo volvió a emerger como una excepción dentro del panorama regional de estos años. A partir del análisis de la realidad local y de la apropiación de las lecciones sacadas de las experiencias de la revolución española y de la revolución rusa y sus contradicciones internas, en octubre de 1956 surgía la Federación Anarquista Uruguaya. En ella confluyen militantes sindicales, barriales y estudiantes, que desarrollaron durante todos los años sesenta, y gran parte de los setenta, una intensa actividad revolucionaria.

En sus dos primeras décadas, la FAU desarrolló su actividad política centrada en tres ejes o niveles de construcción política, no jerárquicos sino que necesariamente complementarios, que alimentaron los planteamientos revolucionarios del socialismo libertario. Primero, la necesidad de desarrollar una labor específica a nivel ideológico desembocó en la construcción de un instrumento político definido por la unidad en la doctrina: el partido. Desde ese universo ideológico, una franja de militantes de intención revolucionaria nutrió el trabajo social en un horizonte de sentido, que permitió articular y comprender la lucha cotidiana en clave socialista y libertaria.

En un segundo nivel, también indispensable para pensar el aporte histórico, FAU estimuló la actividad militante a nivel de masas, lo que significó una importante contribución en los gremios -llegando a formar parte del proceso de constitución de la Convención Nacional de Trabajadores en 1966-, en la elaboración del Congreso del Pueblo, y otras iniciativas estratégicas para el campo popular. Esto último permitió enfrentar el desafío de orientar las organizaciones sociales de masas, en particular en los gremios obreros, a posturas y tendencias de ruptura con intereses antagónicos a los de los trabajadores. De ahí la necesidad de construir espacios político-sociales amplios, federativos y con un programa claro. Afirmaba la FAU, “si se quiere llevar sostenidamente adelante una línea consecuente de acción combativa a nivel de masas, además de actuar sindicalmente, hay que agruparse como tendencia, lo cual significa ya un primer grado de definición, mayor al sindical.”[19] Así, esta organización contribuyó a la creación de tendencias combativas al interior de diversas empresas e industrias, y ayudó a materializar la organización de Resistencia Obrera y Estudiantil (ROE), cuya plataforma social articulaba la actividad gremial y estudiantil en nuevas formas de enfrentamiento y disputa con el gobierno y la patronal. Estos espacios de tendencia se comprendían en una unidad dinámica, donde se articulaban dialécticamente ciertos grados de avance en la lucha popular, en los niveles de enfrentamiento y perspectivas de construcción social más profundas. “Al igual que toda otra forma de acción de masas [la acción de tendencia] pone en claro la necesidad de una transformación de fondo. De una transformación que modifique los fundamentos mismos del sistema.”[20]

El tercer elemento o eje de elaboración política es el que dice relación con la violencia. Esta se planteaba en tres niveles diferentes: como autodefensa de masas (nivel ROE); “violencia FAI”, como “una labor de apoyatura al movimiento obrero. […] Su violencia es una violencia a nivel de masas y su campo de trabajo está referido al hostigamiento a la infraestructura del régimen capitalista”[21]; y un aparato armado, la Organización Popular Revolucionaria-33 Orientales (OPR 33), que, no por casualidad, se organizó de manera sistemática a partir del año ‘71. Estos tres niveles de violencia tenían necesariamente que pensarse de manera articulada, ya que, según esta concepción, ésta era un medio, no un fin. Un claro ejemplo de esta idea fueron los operativos armados, expropiaciones y secuestros principalmente, que ejecutaba la OPR como apoyo para otros aspectos de la lucha popular.

“La insurrección exige la existencia previa de un partido y el desarrollo de un aparato armado propio capaz de operar durante un largo período como guerrilla urbana. El éxito de una insurrección no puede fiarse al espontaneísmo de las masas y tampoco puede fiarse al voluntarismo del aparato armado, operando aislado o más o menos aislado de las masas. La concepción insurreccional de la destrucción del poder burgués exige el trabajo en los dos niveles: a nivel de masas para crear las condiciones políticas de la insurrección; y a nivel armado”.[22]

Es a partir de estas concepciones que una de las críticas que le hace la FAU al MLN en ese momento tiene que ver con el análisis de la contradicción principal para el período según éste: oligarquía versus pueblo. En consecuencia con el imaginario “nacionalista revolucionario”[23] del que se alimentaba, para un sector mayoritario del MLN, la revolución para ese momento era de carácter democrático burguesa, sin un vínculo concreto con las tareas propias de la revolución socialista. “De acuerdo con esa interpretación de la contradicción principal –afirmaba la FAU- el proceso revolucionario pasaría en nuestro país por dos etapas diferenciadas en el tiempo; una primera de carácter democrático-burgués y una segunda de tipo socialista.”[24] Para FAU esta concepción contenía un error ideológico, ya que esta política para el periodo supuso la construcción de un bloque social y político amplio, entre los sectores antiimperialistas. Esta política de alianzas se fundaba en una difusa concepción de clase y una confusa caracterización de lo que el MLN entendían por “pueblo”.
Dice Rey Tristán:

“No se dio una construcción de clase en el discurso tupamaro. La oposición fundamental se realizaba entre oligarquía y pueblo, definiendo al segundo por un doble criterio de categoría y actitud frente a la revolución que no diferenciaba entre trabajadores y pequeña burguesía. […] “La fuerza motriz de la revolución es pues el pueblo y dentro de él aquellos sectores más golpeados por la oligarquía y aquellos más esclarecidos (obreros, asalariados rurales, estudiantes, intelectuales, desocupados, empleados)” (MLN-T, Proyecto de documento n°5, diciembre 1970).”[25]

En cambio, y de manera sucinta, en su concepción no etapista o ininterrumpida del proceso de transformación, FAU entendía que el fin de la dependencia económica vendría conducida por los trabajadores y el pueblo, y por tanto la lucha socialista era desde sus inicios antiimperialista y anticapitalista. Para esta organización la contradicción principal era Capital-Trabajo. Este análisis de periodo demandaba una forma organizativa distinta a la guerrilla. Incluso, FAU planteaba:

“Nosotros –decían- […] sí le negamos [a la guerrilla] su capacidad como forma de organización específica del proletariado, cuando de propulsar la revolución socialista se trata. […] Nosotros pensamos que la guerrilla puede ser una organización revolucionaria solo en determinadas condiciones históricas; es decir hasta tanto se trate de llevar adelante una revolución democrático burguesa y mientras no se pretenda desarrollar una revolución socialista”.[26]

Movimiento de Izquierda Revolucionaria (Chile)

En otras coordenadas del Cono Sur, el MIR chileno también había desarrollado de manera importante su caracterización de periodo y la naturaleza de las transformaciones socialistas, acercándose a algunas de las concepciones estratégicas desarrolladas por la FAU. La organización chilena se fundó el 15 de agosto de 1965 en el Congreso de Unidad Revolucionaria (14 y 15 de agosto 1965)[27], donde se aprobaron la “Declaración de Principios” y los “Principios Programáticos”[28].

“El MIR se organiza para ser la vanguardia marxista-leninista de la clase obrera y capas oprimidas de Chile que buscan la emancipación nacional y social. […] La finalidad del MIR es el derrocamiento del sistema capitalista y su reemplazo por un gobierno de obreros y campesinos, dirigidos por los órganos del poder proletario, cuya tarea será reconstruir el socialismo y extinguir gradualmente el Estado hasta llegar a la sociedad sin clases. La destrucción del capitalismo implica un enfrentamiento revolucionario de las clases antagónicas.”[29]

Para esta organización el carácter de la revolución era socialista, antiimperislista y anticapitalista a la vez. “El principio marxista-leninista de que el único camino para derrocar el régimen capitalista es la insurrección popular armada”[30], y sostenía “que el programa planteado solo podrá realizarse derrocando a la burguesía e instaurando un gobierno revolucionario dirigido por los órganos de poder de obreros y campesinos.”[31]

A partir de 1968, de manera vertiginosa, la radicalización de la confrontación social y la polarización política proporcionaron a la izquierda revolucionaria el terreno propicio para su crecimiento y para lograr un grado importante de inserción de masas. Bajo el gobierno de la Unidad Popular (1970-1973)[32], el MIR se vio obligado a dar un giro en su construcción política, profundizando el desarrollo de concepciones más propias, que tomaban distancia de las concepciones guerrilleras más ortodoxas, aunque esto no significó que abandonara su caracterización de periodo, ni la inevitabilidad del enfrentamiento armado entre clases.

A partir de 1970, el MIR puso el acento en la consolidación de una Fuerza Social Revolucionaria[33]. Para la constitución de ésta, la construcción social y política del poder popular y la consolidación de los Frentes de Masas[34] adquirieron una dimensión estratégica central.
Entre 1970 y1973, la radicalización de la lucha de masas se consolidó en espacios de poder dual, concebida en otro registro que el planteado por el MLN: Comandos Comunales y Cordones Industriales eran espacios político-sociales estratégicos para la consolidación de la revolución socialista en Chile, según la caracterización del periodo hecha por el MIR. Más allá de las diferencias de contextos locales, de sus definiciones ideológicas, su composición y su masividad, es en el énfasis puesto en la necesidad de esta construcción del poder popular efectiva y en algunas de las críticas hechas a la visión hegemónica en torno a la violencia política armada de ese momento, donde se encuentran algunos de los planteamientos estratégicos del MIR y la FAU.

Así, de manera retrospectiva, en 1975 el MIR planteaba que aunque “los movimientos guerrilleros fueron una experiencia necesaria del movimiento obrero y revolucionario latinoamericano”[35], éstos consolidaron análisis centrados en la contradicción nación-imperialismo, que terminaron por alejarlos de una concepción clasista de la construcción revolucionaria. Así mismo, los PC –más allá de los matices existentes entre ellos- también centraron sus diagnósticos en esta contradicción, aunque las consecuencias políticas fueron distintas: a pesar de la conducción de masas que consolidaron, éstos apostaron a una alianza de clases con la pequeña burguesía nacional antiimperialista. Para el MIR lo central eran los conflictos nacionales de clase, y no la contradicción nación-imperialismo, de donde se desprendía que el desarrollo de las tareas socialistas y la profundización democrática se daban como dos elementos sincrónicos de un mismo proceso, y no como etapas sucesivas. A continuación una cita que transcribimos de manera extensa por lo esclarecedora que resulta a este respecto:

“Apoyado en el auge de la lucha de clases internas, el fracaso del reformismo y el ejemplo de la revolución cubana, empieza a forjarse una nueva vanguardia, a activarse el movimiento campesino, a radicalizarse capas de la pequeña burguesía y en especial del estudiantado, mientras el proletariado urbano va a la zaga en tanto que ya despiertan los primeros movimientos de los pobres de la ciudad (el subproletariado, los pobladores). Apoyados en este proceso social, surgen los movimientos guerrilleros. Sin embargo, a pesar de que los diversos movimientos guerrilleros surgen ligados a ese proceso real, se van alejando y aislando de él y no serán capaces de expresarlo, conducirlo y elevarlo a un nivel más alto de desarrollo. Las debilidades ideológicas, políticas y organizativas de los grupos revolucionarios nacientes los lleva a una serie de errores y desviaciones, foquistas, militaristas, etc; que favorecen la derrota de la mayoría de estas experiencias”. [36]

Como ya hemos dicho, más allá de sus diferencias, tanto para el MIR como para la FAU el actor hegemónico al interior del pueblo eran los trabajadores. Ambas desarrollaron una labor intensa en la construcción de políticas de frente o espacios intermedios como los Frente de Masas del MIR o la ROE para el caso de la FAU, e impulsaron iniciativas estratégicas en el campo popular como el pliego del pueblo y la asamblea del pueblo en Chile, o el congreso del pueblo en Uruguay. Así, son estas iniciativas, enmarcadas en una visión estratégica de construcción de poder popular.

Además, para ambas organizaciones la construcción de un partido político de los trabajadores era insustituible, planteaban que los procesos revolucionarios no son un puro producto espontáneo de las masas, ni nacen exclusivamente de la acción armada de un grupo guerrillero. Los avances revolucionarios se manifestaban más bien en la consolidación de la combatividad de las masas a todo nivel y en todos los frentes, para lo cual el Partido tenía un papel ideológico articulador fundamental, entre la acción armada y la acción de masas. Para el MIR, “los movimientos revolucionarios que surgen en la segunda mitad de la década de los sesenta, serán herederos de las experiencias [revolucionarias anteriores] y los que fueron capaces de extraer las lecciones […] darán una importancia decisiva a la construcción del partido, el trabajo político de masas y principalmente a la vinculación con la clase obrera, a la vez que el trabajo militar del partido.”[37] Así mismo, para FAU “la lucha armada, [es un] aspecto fundamental de la práctica política de un partido clandestino que actúa también, en base a una estrategia armónica y global, a nivel de masas.”[38] Pero sobre todo, concebía “la revolución como un proceso de luchas, donde las masas a través de la experiencia de su participación en esas luchas, fecundada por la acción político-ideológica del partido revolucionario que las orienta, van desarrollando su conciencia revolucionaria de clase.”[39] De aquí que ambas orgánicas vieran ciertas debilidades en algunos fundamentos ideológicos y lecturas de periodo del MLN más arriba analizados.

A modo de reflexión final

Sin embargo, y a pesar de estos planteamientos estratégicos comunes, sin duda ambas organizaciones se reconocían como parte de universos ideológicos diferentes: el MIR se definía marxista-leninista y FAU se definía anarquista. Y esto, en un planteamiento de largo plazo, tiene alcances programáticos diferentes, sobre todo en relación al problema del poder y en torno a la ruptura revolucionaria. Mientras FAU veía en los gérmenes de poder popular espacios de socialización del poder político, donde se ejercía la autonomía, la democracia directa, la autogestión, en definitiva formas contrarias y antagónicas a la naturaleza centralizadora del Estado que enajena el poder político, el MIR veía en ellos formas organizativas incipientes de un nuevo estado obrero, que debía conducir la revolución socialista a niveles superiores de lucha. Más allá de los matices ideológicos, tanto el MIR como el MLN reconocían la necesidad de un Estado de transición, como una etapa histórica necesaria de centralización del poder político.

El Estado no es sólo la organización política de la explotación económica del trabajo, sino también un principio social de dominación. De aquí que el anarquismo resolvía, en términos programáticos, el problema del poder de una forma antiestatal. Para FAU “una organización es realmente revolucionaria, si se plantea y resuelve adecuadamente el problema del poder”[40]. Problema que hemos tratado de manera sucinta en este artículo, sin por ello dejar de plasmar algunos ejes fundamentales de la discusión en torno a la construcción del poder, propia de los años sesenta. Creemos que algunos de estos elementos siguen teniendo vigencia para las discusiones actuales de la izquierda de intención revolucionaria.

BILBIOGRAFÍA CITADA:

Libros y artículos

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Documentos

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Citas:

[1] Basualdo, Eduardo y Arceo, Enrique (comps.), Neoliberalismo y sectores dominantes. Tendencias globales y experiencias nacionales. Buenos Aires: CLACSO, 2006, p.16.
[2] Guevara, Ernesto, Guerra de guerrillas. Montevideo: Pueblos Unidos, 1967, p. 41.
[3] Débray, Regis, Revolución en revolución. La Habana: Ed Casa la Habana de 1967, p.99.
[4] Al principio un grupo inorgánico, que estaba integrado por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) pro chino, el Movimiento Revolucionario Oriental (MRO, que había nacido a su vez como una fracción del Partido Nacional), la Federación Anarquista Uruguaya (FAU), un grupo de las Juventudes del Partido Socialista, liderado por Raúl Sendic, e independientes de izquierda.
[5] “30 preguntas a un tupamaro”, Revista Punto Final, número especial, 1968. En Mercader, Antonio y Jorge De Vera, Los Tupamaros. Estrategia y acción, Barcelona: Editorial Anagrama, 1970, p. 77-78.
[6] Rey Tristán, Eduardo, A la vuelta de la esquina. La izquierda revolucionaria uruguaya 1955-1973, Montevideo: Editorial Fin de Siglo, 2005, p. 32 (las negritas, son cursivas en el texto original).
[7] Para ver este Programa: http://memoriaviva5.blogspot.com.
[8] Congreso de Unificación Sindical, mediante el cual la CNT dejó de ser la Coordinadora de Sindicatos para convertirse en la central de los trabajadores uruguayos.
[9]No podemos olvidar la estrecha relación de dicha inflexión con los diversos acontecimientos que marcaron ese año a nivel mundial: la invasión rusa a Checoslovaquia, el Mayo francés, la matanza de Tlatelolco en México, etc.
[10] MLN, Actas Tupamaras. Una experiencia de guerrilla urbana, Buenos Aires: Editorial Cucaña, 2003, pp.143-185. Este es el primer documento público que sacó el MLN en 1970, la primera edición es de ese año.
[11] Harari, Jose, Contribución a la historia del ideario del MLN (tupamaros). Análisis crítico. Tomo I. Montevideo: Editorial plural, 1987, p.118.
[12] Rey Tristán, Ob. Cit., p.327-328.
[13] Blixen, Samuel, Fugas, Montevideo: Ediciones Trilce, 2004, p. 55.
[14] Rey Tristan, Ob. Cit., p.165.
[15]Actas Tupamaras, Ob. Cit., p. 11.
[16]El mismo día 15, cuando fue declarado el “Estado de Guerra Interno” empezó una persecución implacable a los Tupamaros. El “Estado de Guerra Interno” cesó el 12 de junio de 1972, tras la entrada en vigor de la nueva Ley de Seguridad del Estado.
[17] Harari, Jose, Ob. Cit., p. 430.
[18] Estas mismas discusiones más adelante llevarían a un sector a plantear la autocrítica de junio de 1973 plasmada en la “Carta de los presos”, la que también aparece en respuesta a las resoluciones del Simposio de Viña del Mar (Chile) de 1973, que a grandes rasgos asumió “como causa de la derrota una desviación ideológica y asumió el marxismo-leninismo como ideología”. Entrevista a Fernández Huidobro, en Samuel Blixen, Sendic. Montevideo: Ediciones Trilce, 2000, p.212.
[19] FAU, “Sindicato y Tendencia” (documento de mayo 1970), en Juan Carlos Mechoso, Acción directa anarquista. Una historia de FAU. Montevideo: Editorial Recortes, s/f, p. 190.
[20]Idem, p.191.
[21]Idem, 253.
[22]3FAU, “Copei” (documento de abril 1972), en www. anarkismo.net, p. 37.
[23] Rey Tristán, Ob. Cit., p. 162.
[24] Mechoso, J.C., Ob. Cit., p. 229.
[25] Rey Tristán, Ob. Cit., p. 164.
[26] Mechoso, J.C., Ob. Cit., p. 232.
[27]En esa ocasión participaron grupos principalmente obreros y estudiantiles: la Vanguardia Revolucionaria Marxista-Rebelde, seguidores de la revolución cubana; militantes del Partido Obrero Revolucionario que era trotskista (como Luis Vitale); del Movimiento Revolucionario Comunista de tendencia maoísta; trabajadores sindicalistas (como Clotario Blest); algunos anarquistas y estudiantes independientes de izquierda. Cfr. Goicovic, Igor, “El internacionalismo proletario en el Cono Sur. La Junta Coordinadora Revolucionaria, un proyecto inconcluso” (2005), en www.cedema.org/uploads; Vitale, Luis, Contribución a la historia del MIR (1965-1970), Santiago: Ediciones del Instituto de Investigación de Movimientos Sociales Pedro Vuskovic, 1999; y Sandoval, Carlos, MIR (Una historia), Santiago: Sociedad Editorial Trabajadores, 1990. Es interesante la discusión que sostienen a través de estos dos últimos textos Vitale y Sandoval acerca de los orígenes del MIR: según Vitale en su conformación el MIR tenía una tendencia más bien obrera, según Sandoval esa tendencia era más bien estudiantil.
[28] Naranjo, Pedro et al. (ed.), Miguel Enríquez y el proyecto revolucionario en Chile, Santiago: LOM Ediciones, 2004, p. 99-105.
[29] MIR, “Declaración de principios” (agosto 1965), en idem., p. 99. Las negritas son cursivas en el documento original.
[30] Idem., p. 101.
[31] MIR, “Programa” (agosto 1965), en idem., p. 105.
[32] Partido Comunista, Partido Socialista, Partido Radical, el MAPU e independientes de izquierda, más adelante en 1971 se uniría la Izquierda Cristiana, una escisión de la Democracia Cristiana.
[33] Goicovic, Igor, Ob. Cit.
[34] Fueron los espacios político-sociales o intermedios del MIR: Frente de Estudiantes Revolucionarios (FER), el Movimiento Universitario de Izquierda (MUI), el Movimiento de Campesinos Revolucionarios (MCR), el Frente de Trabajadores Revolucionarios (FTR) y el Movimiento de Pobladores Revolucionarios (MPR). Cfr. Carlos Sandoval Ambiado, Movimiento de Izquierda Revolucionaria, 1970-1973: coyunturas, documentos y vivencias. Concepción, Chile: Escaparate, 2004; y Boris Cofré Schmeisser, Campamento nueva La Habana: el MIR y el movimiento de pobladores 1970-1973. Concepción, Chile: Escaparate, 2007.
[35] MIR, “La Situación internacional” (documento de 1975), en MIR, dos años en la lucha de la resistencia popular del pueblo chileno (1973-1975). Madrid: Zero, 1976, p. 89.
[36] Idem, p. 90.
[37] Ibidem.
[38] FAU, “Copei”, Ob. Cit., p.9.
[39] Idem, p. 21
[40] Idem, p. 23.