Declaración de las Fuerzas Armadas Rebeldes

DECLARACIÓN DE LAS FAR

El aparecimiento en Guatemala de las formas violentas de lucha marcó un viraje en el curso de la Revolución. Este viraje se hizo evidente con la rebelión popular de marzo y abril del 62, aunque antes se habían dado brotes importantes que cuentan en nuestra historia: la intentona de Cobán y el levantamiento del 13 de noviembre del 60. A la violencia del enemigo el pueblo planteó, la gloriosa acción guerrillera.

Aunque hubo intentos de definir una dirección revolucionaria, en realidad no fue hasta marzo de 1965 que se reintegraron las FAR como una organización político-militar “relativamente amplia” con la participación de la Dirección del Partido guatemalteco del trabajo (PGT), el frente guerrillero “Edgar Ibarra” y la Juventud patriótica del trabajo, tratando de que la lucha armada y política confluyeran, se planificaran combinadamente y estuvieran bajo una misma dirección. La carta del frente guerrillero “Edgar Ibarra” y particularmente la renuncia del comandante Turcios del Movimiento revolucionario “1.1 de Noviembre” (MR-13), abrían paso a la solución de la crisis que en ese entonces confrontaba el movimiento revolucionario de Guatemala.

Es así como se crea el Centro de dirección revolucionaria. Sin embargo, al formar una dirección con políticos de un lado y jefes militares del otro, se instauró una doble dirección que únicamente sirvió para impedir el reconocimiento de los verdaderos dirigentes de la guerra. Estando los jefes guerrilleros en la montaña, el Centro de dirección revolucionaria fue copado por la camarilla dirigente del PGT, quienes en vez de establecer una verdadera dirección única, despojaron al movimiento armado de sus verdaderos dirigentes, al absorber en el seno del PGT a los jefes guerrilleros.

La conferencia de marzo de 1965 que debía de resolver el binomio de dirección política-dirección militar, mediante la incorporación de los dirigentes del PGT a las tareas de la guerra, convirtiendo la disciplina del PGT en una disciplina militar, adoptando métodos ejecutivos, centralizados y verticales, sólo sirvió para ahondar las divergencias entre el Comité Central del PGT y las unidades armadas, al integrarse un centre de dirección en el que predominaba la posición de quienes establecen diferencias entra dirección política y dirección militar y de quienes afirman que la dirección política debe estar por encima de la dirección militar. En vez de incorporar la dirección política a las tareas de la dirección militar, la conferencia despojó a las unidades armadas de su única dirección. Hasta el mismo comandante Turcios que había permanecido en la montaña desde noviembre del 63 basta febrero del 65 hubo de quedarse en la ciudad cumpliendo tareas puramente políticas.

Con la conferencia, el Comité central del PGT celebró un pleno en medio de agudas divergencias ideológicas, culminando la discusión sobre el problema del camino de la revolución guatemalteca. Sin embargo, el Comité central no pasó de reafirmar la lucha armada como parte de la estrategia del Partido e insistió solamente en “la forma de la guerra revolucionaria del pueblo…”. Señaló dos características fundamentales de la guerra, a saber: “su carácter de prolongada, que debe pasar por tres etapas en su desarrollo, y su carácter de guerra del pueblo”, insistiendo como algo verdaderamente novedoso que “sin el respaldo de las masas populares es imposible el triunfo de la lucha armada”.

En mayo de 1965 se celebró otro pleno del Comité central del PGT para aprobar las “diez tesis sobre organización”, en las que se concibe a las FAR como “la organización encargada de conducir directamente la lucha armada bajo la responsabilidad del PGT y otros revolucionarios que no siendo del Partido, aceptan las tesis fundamentales del marxismo-leninismo; una organización no paralela, sino concéntrica respecto al PGT”.

Las diez tesis señalaron la creación de comités regionales a cuyo centro debía estar el comité fiel Partido, la creación de los comités de zona y los comités locales, organismos clandestinos, que debían constituirse en todas las aldeas, fincas, barrios, fábricas, centros estudiantiles y todos los frentes de lucha. Cada comité dirigente con su responsable político-militar debía en su respectiva jurisdicción ejecutar y controlar periódicamente el trabajo de base, pero no se sabía realmente cuál era el papel de dichos comités.

El papel asignado al Centro de dirección era procurar “la combinación dialéctica de las acciones combativas con el trabajo organizador y político”. En ese sentido, el Centro de dirección pretendió planificar desde la ciudad todas nuestras operaciones según las conveniencias de uva política de presión sobre el gobierno de fado para que el aparato militar y los comités lo pusieran en práctica.

- El PGT puso las ideas y las FAR los muertos

Este hecho dio lugar a una doble tendencia: de un lado la actividad combativa y de otro la actividad de organización política. La doble tendencia agudizó las contradicciones en el seno del movimiento y la ausencia de un mando centralizado dejo que se crearan prematuramente otros “focos guerrilleros” para poder discutir y resolver nuestras diferencias desde posiciones de fuerza. Tanto la comisión ejecutiva de la disuelta Juventud patriótica del trabajo como la dirección del PGT empezaron a organizar bases de apoyo en diferentes regiones con vistas a la formación de unidades armadas, sin que ello correspondiera a un crecimiento real del movimiento ni a su capacidad ofensiva. Esa dispersión de esfuerzos motivada por las divergencias y por causa y efecto de la ausencia de comandancia única, frenó de hecho el desarrollo del frente guerrillero “Edgar Ibarra”.

Hasta finales de 1965 aparecieron los primeros “elementos para la elaboración de la táctica de la primera etapa de la guerra”. En esos elementos se caracterizó esta etapa “como una defensiva estratégica debido a que el enemigo es más fuerte que nosotros”. Según eso, correspondía primero organizar al pueblo para la guerra, organizar las zonas guerrilleras, organizar la resistencia, organizar la lucha clandestina y utilizar apoyado en esto todas las formas de lucha; eso significaba que lo fundamental en este período es la organización de las masas en general y de los comités clandestinos de las PAR, y al mismo tiempo, fortalecer, renovar y desarrollar al Partido; en otras palabras, elevar la conciencia de las masas, ganarlas a nuestras posiciones, incorporarlas a la guerra en las unidades de combatientes, en la red de base, en la organización político-militar, y no por medio del combate armado, sino “mediante un intenso trabajo de propaganda, educación y organización”; y lo más importante: “No caer en acciones prematuras que alertan al enemigo y desatan la represión donde todavía no estamos organizados…”.

Según la táctica de la primera etapa, la organización “político-militar” debía “rodear” a los grupos de acción y autodefensa o guerrilleros sin formar parte de esos grupos, sino solamente “atender en toda forma y principalmente política para garantizar su actuación correcta no sólo en la táctica de la lucha, sino de la moral revolucionaria”. El papel de los comités no debía ser, pues, dirigir las acciones de las unidades armadas allí donde ya existieran, sino solamente “inculcar a los combatientes el espíritu de la guerra revolucionaria, la decisión de lucha, la entrega a la causa”. He aquí la táctica del PGT (su camarilla dirigente). Resultaba que no es a los “propagandistas” y “organizadores” a los que les falta decisión de lucha, a quienes jamás se han declarado en guerra, sino que son más bien éstos los que por medio de churlas y cursillos, debían inculcar la decisión de lucha a quienes estaban combatiendo con las armas en la mano.

Cuando aquellos lineamientos parecían indicar que la principal forma de organización y de lucha en el desarrollo de la revolución guatemalteca es la militar y paramilitar, esta impresión era desvanecida mediante la indicación de que eso no quería decir que no se utilizaran “otras formas de lucha, inclusive legales y pacíficas”- Cuando aquellos lineamientos indicaban el justo camino de la lucha armada, inmediatamente echaban pie atrás diciendo: “Esto no quiere decir que las formas pacíficas y legales se hayan agotado en nuestro país, no: todavía hay posibilidades legales y pacíficas que deben aprovecharse al máximo”. En estas condiciones, la camarilla dirigente del PGT distrajo energías para lograr una coordinación y entendidos parciales con otras fuerzas. Se llegó a hacer coordinación con la Unión revolucionaria democrática (URD) y la Democracia cristiana (DC). Sosteniéndose pláticas con el Partido revolucionario (TTR), durante y después de las elecciones de marzo del 66 en las cuales se planteó el de ser intermediarios para la venia del café a los países socialistas, solucionando así el problema económico de la burguesía, creando con ello un renglón nuevo de ingresos para sostenerla en el poder contra el cual estamos luchando.

Los elementos tácticos para la primera etapa señalaron justamente que “todo pueblo al que se le impone la guerra en el desarrollo de la lucha revolucionaria por la conquista del poder, tiene que ser consciente de que necesita formar un ejército, a partir de los destacamentos guerrilleros, para enfrentar con el respaldo de las masas a un ejército profesional mucho más numeroso, con técnicas modernas y avanzadas de la guerra”. Pero al insistir remachonamente en las “otras formas de lucha”, en desplegar “una amplia lucha económica, política, ideológica junto a la militar” y en el trabajo de organización de frente único, se desvirtuó el contenido político de la lucha armada y justificó el freno puesto al desarrollo del Frente guerrillero “Edgar Ibarra”. Eso mismo fue lo que condicionó nuestros errores al tratar de “aprovechar” la situación creada por las elecciones presidenciales de marzo del 66″.

Después de cuatro unos de lucha hacemos el balance: 300 revolucionarios caídos en combate, 3.000 hombres del pueblo asesinados por el régimen de Julio César Méndez Montenegro. El PGT (su camarilla dirigente) puso loe ideas y las FAR los muertos.

No obstante la situación croada por las FAR al régimen de Peralta Azurdia, y de haber denunciado y combatido la farsa electoral reafirmando “la necesidad de mantener el curso de la lucha revolucionaria armada como la base principal para desalojar las fuerzas contrarrevolucionarias del poder y realizar la revolución”…, el Comité central, “tomando en cuenta la necesidad de agudizar las contradicciones en el seno de las clases dominantes y reducir la base política y sedal de la dictadura militar, llamó a votar por la candidatura de Méndez Montenegro”, quien logró triunfar con una mayoría relativa.

Presionado por la amenaza de un golpe militar, que pretendía impedir la toma de posesión del presidente electo, Méndez Montenegro se comprometió ante la embajada norteamericana a “continuar la lucha más enérgica e invariable contra los comunistas y las guerrillas, no hacer ningún cambio en el ejército, ni derogar la Constitución de la República recién aprobada polla dictadura”.

- Una lucha entre lo nuevo y lo viejo

Mientras el enemigo resolvía sus contradicciones y se preparaba para la utilización de Méndez Montenegro, con el fin de lanzar la ofensiva más astuta que hayamos enfrentado, la dirección de las PAR seguía entrampada en las divergencias internas motivadas por la incapacidad y vacilación de la camarilla dirigente del PGT. Todavía el 30 de mayo del 66, el comandante Turcios advertía que “el PGT por responsabilidad de su Comité central no ha cumplido su papel de vanguardia, habiendo sido esto lo que ha motivado la consiguiente crisis que provocó el cambio de una parte del Comité central, crisis que aún subsiste y seguirá agudizándose”. Según el comandante Turcios esa crisis consistía en “una lucha entre lo nuevo y lo viejo, entre un pensamiento conservador y oportunista y un pensamiento consecuente y revolucionario, en una lucha entre una línea marxista-lenínista creadora y en desarrolló y otra línea esquemática, estática, dependiente y con una gran dosis de revisionismo”.

Con el triunfo del Partido revolucionario (PR) las Fuerzas armadas rebeldes bajaron la guardia, se colocaron a la expectativa, poniéndose a discutir cuestiones de mando. Los dirigentes del PGT estaban muy ocupados en “aprovechar la legalidad”.

Cuando en octubre de 1060 murió el comandante Turcios la dirección de las FAR puso a discusión de si la guerrilla era la vanguardia del movimiento o no y si debía haber un comandante o no debía haberlo, (la dirección de las FAR en su mayoría eran miembros de la camarilla dirigente del PGT. En vez de unificar tolla nuestra fuerza alrededor del frente guerrillero “Edgar Ibarra” y reconocer la autoridad del compañero Cesar Montes como sucesor legitimo del comandante Turcios, para darle batalla al enemigo se mantuvieron dispersas nuestras fuerzas y se mantuvo a las FAR prácticamente sin comandante.

El enemigo no tuvo necesidad de discutir y el mismo día de la muerte del comandante Turcios lanzó a la Sierra de las Minas y a las montañas del Mico 10.000 efectivos bajo la asesoría sobre el terreno de militares norteamericanos. El cese de hostilidades había iludo tiempo suficiente a las facciones civiles y militares enemigas para llegar a un entendimiento sobre los nuevos métodos de combate contra las guerrillas, a reorganizar la burocracia militar y planear la nueva ofensiva.

La carencia de mando único había impedido la formulación de una estrategia precisa de la lucha armada y la falta de esa estrategia impidió una planificación correcta de la táctica. La carencia de mando único mantuvo a la guerrilla aislada y la resistencia urbana actuó por su cuenta sin dirección estratégica ni táctica. Las FAR estaban bajo la dependencia de un partido cuya dirección derechista en la práctica nunca ha estado en guerra.

En el frente guerrillero “Edgar Ibarra” es donde se resume la principal y más rica experiencia de la lucha armada en nuestro país, es ahí donde alcanzamos el punto culminante de nuestro desarrollo militar y político; y es aquí con sus reveses donde culmina este periodo; por todo ello, es el punto de arranque para la renovación y nuevo impulso de la lucha armada.

La camarilla dirigente del PGT refleja constantemente su tendencia derechista, conservadora y claro compromiso con las fuerzan de la contrarrevolución.

- Las FAR surgen como una necesidad del pueblo

El rasgo fundamental de la dirección del PGT es que es una extensión del movimiento revolucionario democrática-burgués, su parte más radical; su formación es de ese tipo y jamás ha logrado desembarazarse completamente de su formación política burguesa. Si las FAR han surgido como una necesidad del pueblo para enfrentarse a los opresores y al imperialismo, si las FAR han surgido al calor del enfrentamiento violento del pueblo contra la violencia reaccionaria, el PGT surgió con el desarrollo democrático del país, en la legalidad.

El pueblo guatemalteco, los obreros, los campesinos y demás capas revolucionarias, necesitan de Organización de clase, de una vanguardia independiente y organizada, que responda intransigentemente por sus intereses vitales, por todo el pueblo, por la soberanía y dignidad nacional; una organización nacida de la entraña popular, de los ultrajados y humillados, que recoja y encabece los intereses de los guatemaltecos; que poniendo los pies en el suelo patrio impulse las leyes y medidas de cambio social, que no sólo “interprete la realidad nacional” sino que ante todo cambie revolucionariamente la situación, sueño secular de Marx y ejemplo de Lenin, Mao, Ho Chi Minh y Fidel Castro.

La influencia de la burguesía dentro del PGT ha sido enorme, y se refleja tanto en la concepción de la revolución como en sus métodos, todos los errores de esa dirección han sido errores de derecha; admitidos superficialmente en todas las resoluciones de la Comisión política. La camarilla dirigente del PGT organizó un partido en la legalidad, un movimiento sindical y formó sus cuadros en la ilusión del desarrollo evolutivo de la revolución, dentro de los marcos de una Constitución burguesa con un ejército dominado y dirigido por la burguesía y dentro de los conceptos dogmáticos y rígidos de una falsa solidaridad ideológica.

La camarilla dirigente del PGT, a pesar de que nuestro país es agrario y que los campesinos luchan por la tierra, no prestó debida atención a esas luchas. El trabajo que se realizó no tuvo ninguna diferencia con el trabajo realizado por los partidos burgueses, a los que sólo les interesa contar con una fuerte corriente electoral. El trabajo en el sector campesino indígena fue nulo, partiendo de la falsa tesis de que “son reservas de la reacción”, se han concretado sus dirigentes nacionales a un trabajo burocrático, de politiquería, en la ciudad, a trabajar con los artesanos y los sindicatos. La camarilla dirigente del PGT en la legalidad no creó condiciones revolucionarias, sino que se ató a las leyes burguesas, a las medidas legales y políticas dentro del marco de una constitucionalidad burguesa. La camarilla dirigente no creó en la legalidad condiciones para pasar a la clandestinidad combatiendo, fue incapaz de combinar la lucha clandestina con la legal y mucho menos crear instrumentos y dispositivos militares para aplastar a la reacción y al imperialismo. Sólo en el papel, en los folletos y en la terminología se hablaba de una alianza obrero-campesina y de la hegemonía del proletariado en la revolución. En la realidad oran una fuerza política adicta a los pasos de la burguesía y de sus dirigentes, su limitación básica y esencial es su tendencia al compromiso.

La bancarrota de 1954 sepultó definitivamente las formas tradicionales de lucha, pero los dirigentes del PGT no pasaron de vivir sus consecuencias al amparo del exilio y pronto retoñó bajo el ropaje de la clandestinidad toda aquella conducta errónea y equivocada, cuyo lastro todavía perdura. Acostumbrados a las comodidades de la legalidad, desde su bancarrota no han pasado de vivir “su resistencia” en la seguridad del clandestinaje, de vivir en una retaguardia segura y acomodaticia, no han encabezado las luchas populares, se han mantenido aislados de las masas, no han pasado de ser lo que siempre han sido: un movimiento de propaganda. El PGT se ha reconstruido, pero continúa sin una política independiente y de clase; sus dirigentes a lo más que han llegado en su llamada política de masas, es a trazar líneas electorales, que sólo han quedado en el preámbulo de la agitación en la capital, creando organismos electorales endebles y efímeros, que pomposamente han llamado “trabajo de frente único” y en idéntica manera han formulado y obstaculizado el trabajo revolucionario de la lucha armada.

El PGT y principalmente su dirección, ha dejado de ser un instrumento revolucionario. Los obreros y los campesinos necesitan de una organización cuya dirección no sea un organismo deliberante, sino un máximo organismo de acción, capaz de forjar la alianza obrero-campesina a partir del combate guerrillero, que es lo que constituyen las FAR y su comandancia única.

La fuerza organizadora y movilizadora en la lucha contra las fuerzas opresoras del enemigo, ejército y órganos de policía, ote, es la guerrilla. La guerrilla que recoge sus fuerzas del campesinado, une a la vez a los intelectuales, obreros y otras capas, llegando a formar la unidad nacional bajo la dirección ideológica de la clase obrera. Los acontecimientos, el desarrollo de la lucha y la madurez de las FAR han sobrepasado a la camarilla dirigente del PGT hace ya mucho tiempo, y nuestra organización no depende ya de aquella dirección de cuyas limitaciones y caducidad han dado cuenta la historia de la lucha revolucionaria en nuestro país.

Ante la imposibilidad de resolver por otro medio el problema político de la dirección, la guerrilla, ejecutivamente, le da una solución militar y se convierte en la dirección político-militar de la revolución.

“En este momento sólo la entereza revolucionaria de un núcleo resuelto y consciente, que tome en sus manos sin vacilaciones, la tarea de dirigir de verdad la guerra sin depender más de la vieja dirección, de los viejos conceptos y de los viejos métodos, puede sacar al movimiento revolucionario guatemalteco adelante, hasta conducir al pueblo a la victoria definitiva y total”.

“La guerra no puede ser dirigida por quienes hacen concesiones, ni por quienes hacen un mito del término lucha político-militar, porque conviene a sus intereses, por quienes han fingido participar enteramente en esta lucha a muerte, pero han resguardado sus propios recursos y aparatos, por quienes han jugado con la muerte de nuestros combatientes, porque han esperado y esperan el momento de echar un pie atrás”.

Las resoluciones del Comité Central dicen que “nuestra principal falla ha estado en la debilidad política y propagandística con que hemos respondido al enemigo”. Nuestros errores se deben a las concepciones conservadoras de los dirigentes del PGT, quienes anteponen la organización, la propaganda y el fortalecimiento del PGT al desarrollo y fortalecimiento de nuestras unidades armadas. Supedita la concepción de un plan de desarrollo estratégico de la lucha armada a las necesidades y fortalecimiento del PGT y la derrota de lo que ellos llaman “los planteamientos liquidacionistas”.

Los dirigentes del PGT no pueden ofrecer al pueblo una concepción correcta de desarrollo estratégico de lucha armada, porque cualquier planteamiento que hagan será siempre en función del mantenimiento de sus posiciones de fuerza a través de “sus regionales”. Para ellos primero es el fortalecimiento del PGT por medio del fortalecimiento de “sus regionales”, no queriendo dejar de invertir esfuerzos ahí porque para ellos estos regionales son su fuerza politice e inclusive “militar”, que les permite mantener su hegemonía en la dirección del movimiento revolucionario.

La camarilla dirigente del PGT no .puede superar sus deficiencias porque sus concepciones están limitadas a la necesidad de “neutralizar el peligro de la división de nuestras organizaciones”. Para los dirigentes del PGT la lucha armada es una necesidad táctica, un instrumento de agitación, un elemento de negociación para garantizar la supervivencia del Partido y de ellos, los dirigentes en lo personal, mientras se produce “un nuevo desplazamiento de fuerzas en el campo de la contrarrevolución”. Esto no nos preocuparía tanto si no fuera porque sus posiciones de fuerza la mantienen a costa de la vida de innumerables militantes, combatientes y gentes del pueblo. Mantener esas posiciones no es solamente una intransigencia aventurera, sino una intransigencia criminal.

La agitación que hace la camarilla dirigente del PGT acerca del peligro del izquierdismo, del radicalismo de izquierda, de la tendencia a quemar etapas, del peligro de las formas militar islas que subestiman otras formas “de lucha” y restan importancia al papel de “vanguardia de la clase, obrera” y de su partido de vanguardia, solamente evidencia lo que son, una secta estrecha de defensores de un “marxismo-leninismo” ajeno a la lucha diaria de los problemas vivos del pueblo. En su resolución de julio del 67, dicen que las diferencias internas se reavivaron después dé los golpes recibidos porque “la conferencia nacional del PGT del 66, con todo y que fue un importante paso, no resolvió seriamente importantes cuestiones de la lucha ideológica”.

Naturalmente no podía resolverlos porque esas cuestiones son de carácter teórico y se reflejan palmariamente en su carácter práctico.

- El puesto de vanguardia se conquista en la lucha

El PGT sólo ha servido para maquillar la falta de Dirección militar y política. Desde el punto de vista orgánico el PGT debía ser la vanguardia, pero desde el punto de vista «le la función lo han sido el frente guerrillero “Edgar Ibarra” y el frente guerrillero “Alejandro de León”. La vanguardia del movimiento revolucionario guatemalteco, donde que se inició la guerra, ha sido la avanzada del movimiento guerrillero. En la historia de la lucha armada de nuestro país, la Camarilla dirigente del PGT no figura en la vanguardia, no figura en las primeras líneas de lucha.

Las divergencias con aquellos que se quedan en la mera palabrería política, sin probar en la práctica la justeza de sus puntos de vista, son las divergencias cuya solución serie oficioso o inútil pretender, como decía el comandante Turcios “el puesto de vanguardia se conquista en la lucha diaria, la dirección se gana a través de su acertada ejecución. Si no es así. si un Partido comunista no sabe cumplir con su papel, se neutraliza, se destruye y otra organización, otros revolucionarios con mayor claridad tomarán su papel, llegarán al marxismo-leninismo, dirigirán la revolución y formarán un verdadero Partido comunista”.

En nuestra guerra no cabe oponer lo político o lo militar. Los dirigentes políticos de la lucha armada y de la revolución serán “aquéllos que tomen parte en ella y en el terreno se revelan capaces de dirigirla”.

- A combatir todos

Aquí no se concibe un cuadro político que no sea al mismo tiempo un cuadro militar. Los dirigentes genuinos del pueblo han surgido ya de la lucha guerrillera. No es en el futuro cuando ya no puedan darse dirigentes políticos que no sepan conducir la acción militar de la guerra, ni es en el futuro cuando los jefes militares ya no necesitan de comisarios políticos. En el presente, nuestros jefes guerrilleros son ya los dirigentes políticos de la lucha revolucionaria en nuestro país. Ha llegado la hora de cambiar la consigna de: “todos deben estar preparados y dispuestos a combatir en cualquier momento”, por esta otra: A COMBATIR TODOS EN ESTE MOMENTO.

Por otro lado, queda derrotada en la práctica la maniobra de la camarilla dirigente del PGT de continuar absorbiendo en el seno de su Comité central a los más destacados combatientes, únicamente para garantizar el ascendiente político de un Partido que práctica c históricamente ha dejado de jugar el papel de vanguardia del movimiento revolucionario guatemalteco. En estas condiciones se plantea la constitución de la Comandancia única y la concentración de todos los efectivos de las Fuerzas armadas rebeldes para formar el Ejército Popular.

De esta manera continuaremos en la ofensiva, desgastando las fuerzas militares del enemigo, quebrantando su autoridad y preparándonos para rechazar los planes imperialistas de agresión. Las fuerzas agresivas del ejército norteamericano tratarán de batirnos, pero todas sus tropas, todas sus bombas, sus aviones y helicópteros, todo su dinero y sus técnicas criminales no servirán más que para prolongar una guerra de la que al final, inevitablemente, nosotros saldremos victoriosos.

¡SIGUIENDO EL EJEMPLO COMBATIVO DE LOS COMANDANTES GUEVARA Y TURCIOS LIMA!

¡A VENCER O MORIR POR GUATEMALA!

Por la Comandancia de las FAR,
Cmdte. Camilo Sánchez, Capitán Pablo Monsanto, Cap. Socorro Sical, Tte. Androcles Hernández, Tte. Ramiro Díaz.

Sierra de Minas, 10 de enero del 68.
AÑO DE LAS GUERRILLAS
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Fuente: Cristianismo y Revolución, Nº 10, pp. 32-36.