Nuestro Octubre se llama Miguel

NUESTRO OCTUBRE SE LLAMA MIGUEL

“La guerra revolucionaria de clases en Chile, fuera de las características especificas que le infiera la naturaleza histórica del país, no se concibe sino como parte de la insurrección latinoamericana” (…) “El carácter prologando que dura la guerra de guerrillas revolucionaria no se define por el tiempo que dura la guerra, sino, dialécticamente, por la correlación de fuerzas entre revolucionarios y sus enemigos”

Miguel Enríquez, Tesis Político-Militares, 1965

1229Para los mirista y los revolucionarios consecuentes que pisan nuestras tierras hoy, conjuntamente a todos los revolucionarios de América Latina y el mundo, Miguel Enríquez representa uno de los ejemplos de valor, consecuencia; habilidad e inteligencia más grandes en la historia reciente de nuestros pueblos en lucha.

Miguel vivió de la única forma que lo puede hacer un verdadero revolucionario: con pasión e intensidad. Fue un hijo de su tiempo y de su pueblo, lejos de estar limitado a los fronteras estrechas de este pequeño Chile se identificó con todos los trabajadores explotados y oprimidos del mundo, especialmente con aquellos subyugados por la mano canalla del imperialismo. Pero, sobre todo, Miguel fue un hijo de la América que se insurreccionaba insolente contra los poderes burguesas, frente a ese mismo imperialismo que aún domina el mundo mediante el uso de la brutalidad y la barbarie indiscriminada.

Miguel Enríquez no fue ni ambiguo ni moderado. Fue radical y claro en sus planteamientos y en extremo consecuente en la acción, al punto de alejarse por completo de todas las posiciones políticas mayoritarias y cómodas de la izquierda tradicional de su época: el reformismo. No le importó, ni le molestó asumir la ardua y compleja tarea de organizar, desde lo pequeño a lo grande, una fuerza revolucionaria propia que se planteará la tarea de conformar un partido revolucionario que asumiera y llevará adelante la guerra revolucionaria de clases en Chile y América Latina.

Desde las tesis presentadas por él mismo en el congreso fundacional del MIR en 1965, la noción de la lucha de clases como guerra revolucionaria trazada por Miguel cruzaría el espíritu de todos los revolucionarios que se unían a un pequeño destacamento llamado MIR. Miguel también definió con madurez y perspectiva histórica que la guerra revolucionaria necesariamente era una estrategia continental, principalmente latinoamericana. No tan solo en el sentido del desarrollo necesario del internacionalismo revolucionario (en el plano de la solidaridad), sino que además (y sobre todo) leyendo correctamente las condiciones objetivas que la presencia del imperialismo producían en Latinoamérica y que nos llevan indeclinablemente al enfrentamiento directo. Y es que bajo aquella consideración, la bestialidad imperialista, ha actuado sin miramientos al momento de desplegar toda su política de explotación y super-explotación de manera estrecha con el desarrollo de un poder militar dispuesto a operar donde sea que sus intereses egoístas y miserables lo requieran, tal como lo han demostrado en innumerables ocasiones en nuestros territorios y contras nuestros pueblos. Miguel tenía y sigue teniendo plena razón en este aspecto fundamental. El triunfo revolucionario en Nuestra América pasará necesariamente por la unidad internacional de los revolucionarios y de los pueblos trabajadores en lucha. La Junta Coordinadora Revolucionaria, JCR, solo puede ser comprendida bajo aquella concepción de la lucha revolucionaria de clases.

Fue tal la claridad y la certeza de Miguel que con apenas 23 años ya planteaba (en las tesis fundacionales del MIR) que la base del triunfo revolucionario pasaba por “(…) la creación (…) del poder revolucionario (…) que se opone al poder de la clase dominante (…) el cual se funda sobre la existencia del Ejército Revolucionario”. Cuestión también indudablemente valida hasta el día de hoy, ¿Acaso no es precisamente aquella la estrategia revolucionaria impulsada exitosamente por el Partido de los Trabajadores del Kurdistan contra el Estado Islámico y el sub-imperialismo de Turquía?

Como vemos, sin vacilación alguna, Miguel sostuvo con contundencia la necesidad de desarrollar un poder revolucionario propiamente de la clase trabajadora en toda su extensión, junto a la ineludible tarea de conformar, al mismo tiempo, un ejército revolucionario como base y sostén de aquel poder. Nada más alejado de las tergiversaciones posteriores que algunos “miristas” y “revolucionarios” han sostenido como base de su estrategia desprovista completamente de una concepción de poder y alejada de todo desarrollo real de una fuerza militar y revolucionaria del pueblo.

¿Acaso se puede pensar la revolución dejando de lado el problema del poder y el armamento generalizado del pueblo? ¿Es acaso posible plantearse la revolución en ausencia de estos conceptos fundamentales? Nosotros, junto a Miguel, pensamos que aquello es francamente imposible.

La base del problema de la estrategia revolucionaria, si se considera realmente como tal, esta fundada sobre un marco claramente delimitado: es el arte de destruir las fuerzas enemigas; el poder burgués, al mismo tiempo que se construyen las fuerzas propias; el poder revolucionario, cuestión que solo es posible de alcanzar en la medida y en el lugar que la lucha obrera, popular y campesina se extiende bajo los parámetros de la movilización revolucionaria de masas, articulación dialéctica de todas las formas de luchas contra el enemigo de clase.

En definitiva, de lo que se trata es de desatar la guerra revolucionaria, y en el terreno del enfrentamiento mismo disputar el poder efectivo, mediante el uso y la consolidación del poder antagónico de la clase obrera y los pobres del campo y la ciudad en todas sus dimensiones y extensión. Como el propio Miguel lo decía: “la lucha de clases es siempre un guerra encubierta”, ciertamente algunas veces se presenta de manera velada, como diría Marx, pero en otras ocasiones toma la clara forma de un enfrentamiento armado directo entre las fuerzas sociales en pugna.

Dicha concepción estratégica impulsó a Miguel y al MIR a construir un partido revolucionario con verdadera vocación de poder, cuestión que evidentemente contempló siempre y en cada momento el desarrollo de una fuerza militar propia (“ejército revolucionario” en palabras del propio Miguel) que catalizara el poder organizado de los trabajadores y el pueblo de manera real y efectiva. En el fondo, sin ir muy lejos, dicha visión fue la que impulsó al MIR a fortalecer y multiplicar los organismos del poder popular en los tiempos de la UP. En el seno mismo de estos organismos, para Miguel y el MIR, estaba precisamente ubicado el germen de dicho poder, tanto en su plano organizativo y democrático como también en la posibilidad objetiva y material de que cada organismo de poder autónomo se convirtiera en una verdadera base armada de la fuerza revolucionaria. Ilusa (o -intencionalmente- mentirosa) es la visión política que piensa que el objetivo del MIR y Miguel era puramente democrático y organizativo, respecto a la funcionalidad histórica de estos organismos de base de los trabajadores y el pueblo. Por el contrario, el poder popular era un medio (no un fin) sobre el cual pasaba necesariamente la conformación de un poder revolucionario real, capaz de destruir el poder enemigo mediante el uso de la violencia revolucionaria y la entrada en escena de un ejército revolucionario del pueblo que asumiera en carne propia las batallas más directas.

Frente a la dictadura contrainsurgente de Pinochet, la política del MIR diseñada por Miguel, basó precisamente su táctica en aquella misma orientación estratégica: el fortalecimiento del movimiento de masas, mediante la acción política y armada, en la perspectiva de desarrollar la organización y la movilización popular necesaria (fuerza social revolucionaria) sobre la cual se erigiera la construcción del poder propio, en condiciones de contraofensiva burguesa: “Debemos comprender y saber explicar a la clase obrera y al resto de las capas del pueblo que, si bien nuestro objetivo es la conquista del poder por los trabajadores y la construcción del socialismo, única verdadera forma democrática de gobierno y única forma de resolver la crisis estructural de Chile, este objetivo, la conquista del poder, no está a la orden del día, sino que la tarea de hoy es construir un ancho movimiento de masas y el ejercito revolucionario del pueblo e iniciar la larga guerra revolucionaria”, escribiría Miguel precisamente describiendo los objetivos inmediatos y mediatos que el MIR debía desarrollar, en el largo camino a transitar para retomar la iniciativa revolucionaria. Esta línea marcaría todo el actuar del MIR durante toda la Resistencia Popular, hasta que un sector renovado y claudicante intento romper con dicha concepción extendiendo su mano al reformismo y dividiendo al MIR unilateralmente.

A la luz de la historia podemos ver y afirmar claramente que tanto el pensamiento y la acción de Miguel se encontraban absolutamente alejados de toda concepción reformista e ilusa de la lucha de clases. Es más, podemos dar cuenta que desde sus tesis del año 1965, las que dan vida y sentido histórico al MIR, hasta las ideas centrales que guían su últimos escritos (antes de perecer en combate), el problema del poder revolucionario de clase trabajadora como expresión superior y organizada de la fuerza social revolucionaria; la lucha de clases bajo la forma de guerra revolucionaria y la necesidad de construir un ejército revolucionario (y un partido revolucionario que lo dirigiera) como instrumento necesario para la conquista y defensa del poder propio, fueron su preocupación central, razón de su vida y de su acción. Por tanto, estos tres elementos (poder revolucionario, guerra revolucionaria y ejército revolucionario) son las categorías nodales que conforman el pensamiento y la acción revolucionaria de Miguel y el mirismo. Renegar de cualquier de estos elementos (los que por supuesto están dialécticamente imbricados) es posicionarse en una vereda completamente diferente a la del MIR y de Miguel. Es por ello que el MIR solo puede ser un partido revolucionario de combate, una organización para el desarrollo de la guerra revolucionaria de clases.

Por cierto, cabe preguntarse en la actualidad: ¿Acaso algo de las ideas de Miguel y de la práctica histórica del MIR esta verdaderamente presente en esas organizaciones que, usurpando el nombre del MIR y su legado, marchan de la mano con los partidos políticos del enemigo mendigando una mísera Asamblea Constituyente al bloque dominante? o ¿Cuanto, francamente, recogen desde el pensamiento y la práctica de Miguel aquellas organizaciones de “matriz mirista” o “rojinegras” que se quedaron con la vaga interpretación de un “poder popular” divorciado de la lucha armada y de la guerra revolucionaria de clases?

En ambos casos la respuesta es negativa. El legado de Miguel y del MIR nada tiene que ver con aquellas ideas reformistas y posmodernas de quienes “agitan banderas” con el nombre o los colores del mirisimo con el único afán de ganar adeptos a sus posiciones miserables y conciliadoras, completamente ajenas al problema del poder y la luchar revolucionaria, como Miguel lo concibió y lo practicó siempre.

Nuestro impulso organizativo, en un contexto distinto pero que guardar similares características en sus aspectos esenciales, asume el legado consecuente de Miguel y del MIR. Puesto que poseemos la férrea convicción de que actuar en función del desarrollo del poder revolucionario y la conformación de los instrumentos organizativos necesarios para su consolidación, siguen siendo la cuestiones indispensable que los revolucionarios consecuentes debemos enfrentar y resolver con audacia e inteligencia.

Y es que la situación histórica así lo amerita: el imperialismo sigue allí aniquilando e invadiendo pueblos enteros guiados por la sed de ganancia. El capitalismo mata de hambre diariamente más seres humanos que todas las guerras de la historia juntas. Nuestra América sigue siendo saqueada por la burguesía internacional de forma cada vez más aguda. Nuestra tierra sigue siendo dominada y explotada por la misma clase dominante que tomó el poder junto a Pinochet.

Al capitalismo no se le reforma; se le incendia. Se le destruye mediante la guerra revolucionaria. La fuerza social revolucionaria, estado de organización y conciencia superior que adquiere la clase obrera y los pobres del campo y la ciudad en la acción, solo posee sentido en la medida que va desarrollando el poder propio que requiere la clase revolucionaria para erigir su fuerza, en tanto sustento del futuro ejército revolucionario de trabajadores, pobladores y campesinos pobres que aplastará en combate al enemigo. Aquella fue la visión que guío todo el actuar de Miguel desde 1965 hasta 1974 y es en la que nosotros nos reconocemos hasta el día de hoy.

Miguel mostró que no hay puntos intermedios en la lucha a muerte contra el capitalismo y el imperialismo genocida. Lucha que, por supuesto, no es más que una guerra a muerte contra lo los explotadores y su régimen de hambre, miseria y enajenación que destruye a la humanidad entera y a la naturaleza.

CON EL EJEMPLO Y EL PENSAMIENTO DE MIGUEL,
¡LA LUCHA POR EL PODER CONTINÚA!

Movimiento de Izquierda Revolucionaria
MIR de Chile

OCTUBRE DEL 2015