Comunicado del comandante Alcides Oviedo desde su lugar de reclusión

PALABRAS DEL COMANDANTE DEL EJÉRCITO DEL PUEBLO PARAGUAYO (EPP) ALCIDES OVIEDO DESDE SU LUGAR DE RECLUSIÓN

Los éxitos de la lucha guerrillera y el completo fracaso de las operaciones militares contrarrevolucionarias ponen al desnudo la putrefacción del poder de las clases dominantes paraguayas, asi como también demuestran la fuerza invencible del pueblo y de su organización revolucionaria de vanguardia: El EPP. En Paraguay estamos en lucha por una verdadera revolución popular. Las repercusiones de esta heroica lucha traspasan las fronteras de nuestra patria y suscita la admiración y el aprecio de los pueblos.

Desde sus inicios, el Gobierno de Horacio Cartes emprendió una ofensiva en todos los frentes en contra nuestra. Operaciones militares de gran envergadura castigaron en el norte del país a la población rebelada. Cientos de casas campesinas se convirtieron en taperas pues sus moradores tuvieron que huir de la represión gubernamental. Los agentes del narcogobierno mataron mujeres, ancianos, jóvenes y niños, pero no lograron sofocar el movimiento guerrillero. Por el contrario, el terror contrarrevolucionario sólo consiguió inflamarlo aún más. Hoy en día los vendedores de vestimentas del Norte del Paraguay están felices. Los jóvenes y hasta los niños buscan donde comprar vestimenta camuflada para ataviarse al estilo EPP. A pesar de las amenazas de ser procesados no se amilanan. Entre tanto, los guerrilleros, en encarnizados y desiguales combates, en los que el enemigo es superior en número y en material siguen cosechando victorias. Los éxitos de la lucha guerrillera y el completo fracaso de las fuerzas contrarrevolucionarios llevan a un estado de histeria, de odio, de salvajismo nunca visto a los agentes del Gobierno. Se ensañan con camaradas presos. Fraguan juicios, inventan delitos. Deliran y se deleitan en sus delirios.

Nosotros, los epepistas, no nos pondremos a llorar por el odio de nuestros enemigos. Y ellos no podrán impedir que les declaremos categóricamente que hagan lo que hagan no atajaran el incontenible avance revolucionario. El fiscal Joel Cazal y el juez Hernán Centurión andan diciendo que se les quiere matar. Existen hombres merecedores de la pena de muerte por sus convicciones, pero yo no contaría entre tales hombres ni al Juez Centurión ni al fiscal Cazal. Estoy convencido de que el derecho a la pena capital lo da el talento y ustedes no tienen nada de eso. Cuando se repartieron los talentos ustedes se habrán ido, supongo que por cobardes. No son dignos del valor de las balas. Soy muy franco con ustedes. No se ofendan. Son homúnculos bien domesticados, pero -y todos los paraguayos son testigos- de muy poco talento. Para escribir de hombrecillos como ustedes se necesita una enorme resistencia contra el fastidio. Yo declaro que no tengo mucha. Y francamente considero inútil discutir con ustedes. No me gusta perder mi tiempo en inutilidades. Tengo otras ratas que guachear. Ustedes pensarán que son importantes. Bueno. No podré negarles el derecho a alabarse. Pero dejenme decirles: se están alabando nada más.

Hace rato que algunos compañeros me pedían que escriba algo sobre estos personajes, pero no tenía ni ganas ni tiempo de hacer tan desagradable tarea. Estaba con multitud de actividades prácticas, y sobre todo cuestiones teóricas en las que ocupar mi pensamiento.

Como algunos han de saber yo he crecido cerca del caudaloso río Paraná. En mi niñez fui pescador. En esta actividad he visto pescadores de diferente carácter y en los momentos de tormenta manifiestan lo que verdaderamente son. Unos pescadores, al ver que se avecina la tormenta, despliegan todas sus energías, animan a sus compañeros y enderezan audazmente la proa de su nave hacia el temporal; gritan: “¡Animo, muchachos! Sujeten con fiereza ese timón, tomen de frente a las olas. ¡Saldremos adelante!”.

Otra clase de pescadores apenas ven nubarrones se desaniman, comienzan a lamentarse, maldicen su suerte y desmoralizan a su gente; gritan: “¡Qué desgracia, se acerca una tempestad, un maremoto, un terremoto…! ¡Cierren los ojos. No vean. Tirense en el fondo de la barca. No hay nada que hacer; tal vez la tempestad nos lleve a la orilla!”. Estoy preso, pero el desánimo jamás se apoderará de mi espíritu y no dejaré de alentar a mis compañeros. Además de pescador he aprendido a pensar. Y aquel que se considere pensador comprometido con la causa popular no puede tener miedo de mirar cara a cara a la verdad. Tampoco puede temer en decir al mundo lo que ha visto. Yo no tengo ninguna pretensión de agradar a los lacayos de burgueses y latifundistas. Ni a los mismos latifundistas y burgueses. No tengo inconveniente en confesarlo.

Algunos renegados, acompañando a los adoradores del capitalismo y la democracia liberal gustan predicar a los cuatro vientos que las ideas revolucionarias socialistas han envejecido. Lo viejo es el capitalismo y su democracia, junto a las ideas que los defienden.

Las ideas del socialismo revolucionario y los movimientos y personas que las defiendan no envejecen, ni envejecerán mientras haya una burguesía que derribar, cumpliendo los mandatos de la historia; y un proletariado que elevar al Poder y empezar a instaurar así, desde él, el régimen social que el porvenir histórico hace inseparable del progreso humano. Mientras la revolución proletaria esté sin hacerse, mientras clame por ser ejecutada no podrá hablarse de ideas revolucionarias, socialistas, marxistas envejecidas.

Quienes ayer predicaban revolución y hoy afirman que, en esta cuestión han cambiado las cosas, es nada más porque han cambiado ellos mismos. Para seres cuyo “socialismo” y cuyo espíritu ‘’revolucionario” están sometidos a las corrientes de moda de todos los colores el mundo es capaz de cambiar cada veinticuatro horas. ¡Claudicaciones!…

¡Sepultureros de la lucha proletaria! Apuntaladores del poder de la burguesía. El mundo burgués, con sus millones de hambrientos, a veces administrado por “socialistas”, no es el futuro.

Toda la maquinaria represiva de las fuerzas enemigas se basan en el trabajo de unos maleantes uniformados ignorantes. El dinero es el que aceita todos los engranajes esta enorme máquina. No cabe duda de que los dólares constituyen un poderoso estímulo, pero es absolutamente ineficaz. La democracia burguesa sólo tiene defensores interesados en el provecho propio. Nada hacen por nobleza. En cuanto a mi y a mis compañeros, solo servimos a nuestros compatriotas pobres.

Yo me intereso por sus condiciones de vida, por sus penas y sus luchas, por sus esperanzas y anhelos. Vivo para ellos. He prestado mi mayor atención para conocer bien a quienes sufren y mueren en el olvido y la miseria. No es solamente un conocimiento abstracto el que tengo de la vida de mi pueblo. Soy uno de ellos. Y he estado en sus hogares. He comido y como lo que comen. Lucho con ellos contra el poder social y político de nuestros opresores. Consagro mis horas libres en la prisión al estudio, para serles más útil.

Me siento a la vez contento y orgulloso de estar del lado de los obreros y de los campesinos. Es lo mejor que me ha pasado en la vida. Estoy contento porque he vivido muchas horas felices al lado de mi pueblo.

Y me siento orgulloso, porque con mi participación en la lucha he tenido la oportunidad de hacer algo de justicia en favor de las clases oprimidas y calumniadas. No tengo el alma de un mercader. Solo alguien que tuviera el alma de un mercachifle podría rehusar su estima y su ayuda a las clases explotadas y oprimidas.

Y digo una vez más: los intereses de los burgueses y los latifundistas son diametralmente opuestos a los de los obreros y campesinos. Ellos necesitan de esclavos asalariados. Nosotros, los esclavos modernos no necesitamos de ellos. Tratan sin cesar de afirmar lo contrario, que son ellos quienes mantienen a los trabajadores; cuando la verdad es que son ellos los mantenidos por los trabajadores. Son parásitos. ¡Y son estos quienes quieren hacer creer que sienten por la suerte de los trabajadores la mayor simpatía! ¿Cuándo se han preocupado ellos del pueblo pobre y trabajador? Nunca. Sus actos desmienten sus mentirosas palabras. Pese a todo lo que se complace en afirmar, la clase dominante no persigue otro fin, en realidad, que el de enriquecerse con el trabajo no retribuido de los trabajadores del campo y la ciudad. Cuando no puede sacar más provecho de un trabajador lo deja morir de hambre. ¿Qué han hecho ellos para demostrar que desean el bien, como ellos dicen? Jamás han prestado la menor atención a los sufrimientos del pueblo. Siempre han tratado de ocultar con melifluas palabras las condiciones espantosas en que desarrollan su vida millones de seres humanos.

¿Habla la “libre prensa paraguaya” de miseria de muchos como la contracara de la riqueza de unos pocos? Pues no. Estas son cosas de las cuales prefieren no hablar. Prefieren atiborrar la mente y los sentidos de los paraguayos pobres con telenovelas , chismes y cuanta vulgaridad exista sobre la tierra. Este es el “civilizado” mundo burgués. ¡Mundo decadente!

Hay algo muy podrido en el corazón mismo de un sistema social que aumenta su riqueza sin disminuir su miseria, y en el que los delitos aumentan más rápidamente aún de lo que pueden recoger las estadísticas manipuladas de los Ministerios del Gobierno.

Seguramente los lectores han escuchado y leído los testimonios propagandísticos acerca de la creciente prosperidad del Paraguay. Es prosperidad de unos pocos. La miseria de muchos brota de la abundancia de unos pocos.

Hace más de 13 años que estoy en prisión en las condiciones más duras que presionero alguno haya tenido que soportar. Resultaría demasiado odioso reproducir los párrafos de los informes de la Comisión Nacional de lucha contra la Tortura dedicados a las condiciones de las cárceles paraguayas. Estas son como una especie de pandemónium de baja estofa. Hablando más concretamente, los establos de los estancieros parecen, al lado de los pabellones de las cárceles hoteles de lujo. Y el trato que reciben los cuadrúpedos es mucho más “humano” que el que recibimos los presos. Muchos enloquecen. Y la mayoría se intoxican con lo que encuentran. No hace mucho uno de ellos me aseguró que tuvo una visión. Que el Espíritu Santo le hizo ver el futuro del Paraguay. Me comentó que vio al hijo de puta de Cartes en el infierno. Y que el Gobierno era de los trabajadores. Yo estoy muy lejos de las creencias supersticiosas. Y únicamente le dije: no hace falta tener visiones para saber que eso sucederá.

Me inventaron un proceso por secuestro. Jamás he secuestrado a ese borrachín hijo de latifundista brasileño llamado de Arlan Fick. No podía hacerlo. Lo que el Gobierno busca es nada más mantenerme en prisión. Los únicos secuestros que podría hacer son a las ratas y a las cucarachas de mi celda.

Me atacan. Y digo: ser atacado por el enemigo no es una cosa mala, es una cosa muy buena. “Para nosotros, es malo si una persona, partido, ejército o escuela no es atacado por el enemigo, porque eso significa que ha descendido al nivel del enemigo. Es bueno si el enemigo nos ataca, porque eso prueba que hemos deslindado los campos con él. Y mejor aún si el enemigo nos ataca con furia y nos pinta de negro y carentes de toda virtud, porque eso demuestra que no sólo hemos deslindado los campos con él, sino que hemos alcanzado notables éxitos en nuestro trabajo.”
Podrán torcer las leyes a su antojo y condenarme a cientos de años de prisión; pero jamás podrán quebrar mi voluntad de lucha.

Comandante Oviedo.
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Fuente: https://victoriaoprimidos.wordpress.com