Aportes para una discusión sobre la guerra y la paz en Colombia (Corregido)

APORTES PARA UNA DISCUSIÓN SOBRE LA GUERRA Y LA PAZ EN COLOMBIA

Por Remedios La Bella, Militante del Movimiento Revolucionario del Pueblo M. R. P.

I

1. Introducción

Más de 50 años de guerra revolucionaria en Colombia necesariamente han constituido de conjunto- una valiosa experiencia para las luchas de resistencia del pueblo colombiano. Experiencia aún pendiente de sintetizar, sobre todo en la medida en que no ha sido suficientemente valorada y más bien precariamente recogida, incluso por sus protagonistas.

La literatura referida a la historia política y militar de cada organización es o de escasa difusión –casi un tema de especialistas-, o en muchos casos parcial, en detrimento de las posibilidades de ver el conjunto de la historia militar revolucionaria de Colombia. En más ocasiones han sido analistas reaccionarios los que han tratado de clasificar o elaborar “taxonomías” de las insurgencias, en función naturalmente del interés y las posiciones políticas de esos analistas. En ese mismo sentido, la doctrina militar norteamericana, que es la que se impone institucionalmente en Colombia, además de la síntesis de guerras contrainsurgentes en el mundo (Vietnam, Filipinas, Camboya, Cuba, Nicaragua, Salvador, Guatemala, Perú, Sri Lanka, Irak, Afganistán, Kurdistán, etc.) ha tenido a Colombia como “laboratorio vivo” para implementar sus técnicas, tácticas, campañas y conceptos estratégicos, pero también para aprender de la sustanciosa experiencia de las insurgencias colombianas.

Las síntesis del proceso revolucionario colombiano elaboradas desde las insurgencias tienden a no apreciar un solo proceso con diversas expresiones sino a balancear, cada uno desde su proceso y experiencia, la actividad y posturas de los otros. Es normal que así sea. Pero sumando esto a ciertas inclinaciones sectarias, hegemónicas o dogmáticas, crece la dificultad para comprender o abordar con criterio amplio el proceso y surge a la vez un obstáculo para la unidad de los revolucionarios colombianos.

De otra parte, la tendencia a enmarcar el conflicto colombiano en relación con ejemplos internacionales y adoptar esas corrientes dificulta aún más la discusión en torno a la guerra o la paz en Colombia. Seguramente como herencia de los 60 y los 70 (donde todos eran pro-algo: albaneses, chinos, soviéticos, cubanos, etc.) y/o de la Guerra Fría, esa matriz de análisis no es fácil de abandonar y la idea de emulación se da de forma silvestre (Ser como Podemos de España, como el PT de Brasil como…)

La reacción colombiana justifica en una matriz de análisis similar sus más brutales tropelías en la historia con el discurso de la “conspiración comunista internacional” o la
“cofradía internacional del terrorismo” o el “crimen internacional”. Una “Guerra Fría” con enemigos más difusos y menos tangibles requiere objetivar un enemigo internacional (Venezuela, Rusia, Irán) para imponer un proyecto político que supuestamente es parte de la lucha por la “democracia” mundial.

La situación internacional es fundamental a la hora de ubicarse geopolíticamente y tomar definiciones estratégicas. Sin embargo, existen grandes diferencias entre una situación global que por su complejidad o indefinición nos impide ver la situación local y la concepción de pensar globalmente y actuar localmente buscando la eficacia política. Más aún cuando el papel contrainsurgente de Colombia apunta a cubrir toda Latinoamérica, enmarcando a Colombia dentro de la OTAN como policía geoestratégico de vecindario.

2. Apreciaciones generales

Es sabido que con el avance de la “civilización” las guerras en lugar de desaparecer o atenuarse se extienden y sus efectos son cada vez más amplios y terribles. La civilización capitalista comprueba cada día lo dicho. Toda vez que son los más mezquinos intereses económicos (la explotación y el robo de recursos naturales; el control o conquista de mercados; la organización de la producción y el comercio internacionales al servicio de los países ricos) los que generan las más brutales, carentes de reglas y “eficientes” guerras contemporáneas.

Así las cosas, la percepción de “la violencia” como ente autónomo con voluntad propia, maligno, sin agentes, sin intereses ni objetivos económicos o políticos, sin explicaciones sociales, no pasa de ser una simple estupidez. La realidad es que la violencia y la guerra son fenómenos sociales que expresan intereses humanos, intereses de sectores de clase determinados. De manera que, en relación con esos intereses, los conceptos de guerra y violencia justas e injustas –traídos de la religión a la política- tienen validez teórica y práctica.

Sin ir más lejos, es toda una señal el que abanderados de la “paz mundial y la seguridad” como Estados Unidos, Inglaterra, Israel, los vinculados a la OTAN, se nieguen caprichosamente a desmantelar sus ejércitos y destruir sus arsenales. Es claro que tienen necesidad de las armas para desarrollar sus agresiones e imponer sus políticas en el mundo.

La discusión planteada concibe la guerra como fenómeno cognoscible, discutible, sintetizable, no como principio ineludible ni como retórica de lo políticamente correcto. Se parte, eso sí, de reconocer que el pueblo colombiano no es violento por naturaleza, sino que es víctima en su conjunto de unas clases dominantes que gobiernan desde la violencia para imponerse sobre el conjunto de la sociedad. La violencia no es deseable, pero cualquiera sabe que defenderse de la agresión injusta es una obligación moral.

3. Marcos de referencia

• En Colombia la confrontación militar se ha dado entre la contrainsurgencia agenciada por el Estado y sus instituciones versus las insurgencias sociales, políticas y militares. Dicho de otra forma, criterios políticos y órdenes sociales se confrontan entre sí. Unos pretenden el sostenimiento, la profundización de su proyecto político y económico, la imposición de su orden social; fuertes de entrada. Otros pretenden la subversión del orden establecido y la construcción de su proyecto económico, político y social; débiles de entrada en relación con su oponente.

En este sentido, el enfoque aquí planteado se aleja de los métodos de análisis y el lenguaje impuesto por la propaganda de organismos internacionales (BID, USAID, etc.) y por la repetición un tanto irreflexiva de ciertos académicos que a coro hablan de “actores del conflicto”, opuesto a la “sociedad civil”. El Estado “entre dos fuegos defendiendo las instituciones” hace uso de esa estructura ideológica que niega el análisis ubicándose desde el poder para revisar la historia, deshumaniza al pueblo colombiano que según ellos no piensa ni actúa, sino que es un rebaño sin conciencia, implanta los crímenes del Estado y mantiene intacto el esquema de la contrainsurgencia.

• La orientación contrainsurgente (CO-IN) del ejército y la policía colombianos está muy lejos de ser una doctrina propia o una cuestión de “cultura organizacional” circunscrita a la actividad de las fuerzas militares (existe abundante evidencia histórica). Antes bien, la doctrina técnica y criterios de la contrainsurgencia permean otras funciones e instituciones estatales.

La “política militar” del Estado colombiano no es una cuestión ajena al llamado “poder civil”. Menos cuando existe una concentración absoluta del poder en el ejecutivo, con su correspondiente reflejo de partidos, castas y coimas en el legislativo, y el férreo control burocrático sobre un poder judicial puesto al servicio de la contrainsurgencia (si no es que hundidos en el más abyecto y descarado servilismo de los tribunales -en todas sus jerarquías- a los mandatos y “sugerencias” del ejecutivo, cortes corruptas y de bolsillo). De modo que la separación de poderes es un “deber ser”, sueño de juristas liberales y una burda entelequia pregonada por académicos y periodistas asalariados. Para no hablar de las simbióticas alianzas de la narco-para-institucionalidad con la institucionalidad respetable en las “tres ramas” del poder público.

La comunidad de intereses entre las facciones de ese bloque de poder contrainsurgente, del que hacen parte los oficiales de alta graduación que tienen un papel estratégico en la conducción del Estado, permiten vislumbrar la contrainsurgencia como herramienta para impulsar esos intereses económicos y políticos comunes.

El Grupo Empresarial de Seguridad y Defensa (nuestro propio remedo mini del complejo militar-industrial norteamericano, vinculado a éste), las “zonas de consolidación” como zonas estratégicas de inversión donde también interviene el Grupo Empresarial de Seguridad y Defensa con sus accionistas militares, activos y retirados, en sociedad con empresarios privados, ilustran esa identificación de intereses.

Esas correspondencias e identidades develan por qué en Colombia la política está militarizada más allá del lenguaje (el vicepresidente de Santos es un general y oficial de la DEA; la vicepresidenta de Uribe-Duque es la ex Ministra de Defensa). También puede verse cómo el Estado –aun con disputas entre los sectores de las clases dominantes- es uno solo y la dictadura del bloque de poder contrainsurgente se consolida día a día. Una dictadura en la que se dividen tareas de acuerdo a sus habilidades técnicas: unos políticos administran la violencia y otros, altos oficiales, son especialistas en su aplicación.

La contra-insurgencia como concepción de gobierno del Estado colombiano está tan enraizada que los supuestos del “posconflicto” (apertura democrática, modernización e inversión social) a lo sumo recogen los criterios del “Consenso de Washington” mientras el proyecto neoliberal impone:

i) La continuidad del modelo de desarrollo forzado y su sistema de acumulación por despojo y exterminio.
ii) La restricción, supresión y eliminación de posibilidades democráticas al señalar, desprestigiar y atacar organizaciones de izquierda, organizaciones defensoras de Derechos Humanos, y políticos opositores –intocables por el reconocimiento internacional-. Al tiempo que persiguen y asesinan líderes sociales y activistas defensores del medio ambiente en comunidades opuestas a megaproyectos (asesinados por “líos de faldas” -clásico argumento de manual de operaciones sicológicas Op-sic). Así, a pesar de los discursos que abogan por “sacar las armas de la política”, el miedo, el terror y las armas contrainsurgentes se imponen como armas políticas en esta “nueva época”.

En otras palabras: la “política militar” del Estado colombiano la define el bloque de poder contrainsurgente en el que los especialistas de la política y militares de alto rango se encuentran en fines, en sus intereses económicos, políticos e ideológicos. Constituyendo y fortaleciendo una dictadura de élites que refuerza las estructuras de contra-insurgencia y que en su avance ha logrado dejar a sectores de la izquierda sin norte ideológico ni propósito político. Como en el caso de las negociaciones culminadas: victoria militar con interdependencia y prevalencia de la victoria política.

• El otro elemento a precisar tiene que ver con la referencia en algunos analistas militares a los conceptos de “punto de vista neo-clausewitziano” y “punto de vista revolucionario” con diferencias fundamentales entre las dos:

El primero –neoclausewitziano- proviene de la antigua idea de Nicolás de Maquiavelo que busca lograr la identidad de los “propósitos del príncipe” con los imaginarios ciudadanos y, con la influencia del temor o el respeto, identidad con los fines de un ejército profesional adicto y adepto al príncipe por la paga y ajeno al interés popular. Esa idea de identificación de propósitos en función de la guerra nacional, desarrollada por V. Clausewitz va mucho más allá con la “victoria sin guerra” de Henry Kissinger – que en realidad no niega la guerra, sino que involucra en ella las más sofisticadas formas de control social-, y en su desarrollo es hoy aspecto central de la doctrina militar norteamericana, donde la guerra es el motor de desarrollo científico, industrial y económico. Idea central en la que el pueblo es el objeto de la guerra, ya como tropa conscripta, profesional o policial, ya como víctima o depositario dócil de las decisiones de autoridades anónimas irrefutables. Atornillado todo con el “respeto”, o identidad con los intereses del poder y/o el deseo de “ser como ellos”, o el miedo al uso de la fuerza del Estado o a la amenaza de su uso. En Colombia la Doctrina Damasco como “Doctrina de Acción Integral” –DAI- es la adaptación de las orientaciones norteamericanas.

El “punto de vista revolucionario” concibe al pueblo como sujeto de la guerra, protagonista consciente en la defensa de sus intereses y proyectos políticos. Desde este punto de vista la politización, la participación política, el ejercicio del poder como expresión concreta de un proyecto de nación, implican un inagotable trabajo de movilización, organización y educación política para que la causa popular, la circunstancia de ser pueblo, el espíritu nacional, se hagan carne y fuerza en su propia defensa.

Los oprimidos no son objeto de una lucha “donada” a ellos; son sujetos de sus propias luchas y en el construirse como sujetos se quitan de la acción deshumanizadora de las clases dominantes. En última instancia, la diferencia entre estos “puntos de vista” se encuentra en ubicar al ser humano como medio o ubicarlo como fin de la acción política y militar.

4. Conceptos divergentes de la insurgencia frente al concepto unificado de “guerra total” en la contrainsurgencia

La experiencia de lucha y resistencia del pueblo colombiano es más rica y más viva de lo que a cualquier vanguardia pudiera ocurrírsele. Las transformaciones y complejidades de los conflictos colombianos son difíciles de abarcar y de analizar sin un criterio diferenciador que reconozca de un lado, el carácter de proyecto político transformador de la acción armada insurgente en Colombia, y, de otro lado, la orientación retardataria cultural e ideológicamente, antidemocrática política y económicamente, de profundización del estado de las cosas, y de dominación de un sector social representado en y por la acción armada institucional.

Muchos esquemas y “fórmulas mágicas” para orientar el proceso revolucionario colombiano han sido sopesados por la realidad política, por el desarrollo de la guerra y de la situación internacional. No sólo por lo expuesto arriba; también porque la prueba de lo “infalible” de una u otra fórmula, simplemente no existe ni existió jamás. Más bien amarrarse a ciertos esquemas ha llegado a impedir síntesis, creatividad, adaptación política (no así las innovaciones militares insurgentes, que son habituales). La percepción de un “camino obligatorio” como expresión de la “línea correcta” se convierte en un factor de confusión o desorientación cuando la “obligación” se hace imposible de cumplir.

No es difícil hallar ejemplos en la historia de Colombia de personajes que al no lograr acomodar la realidad a su teoría deciden culpar a la teoría y cambiarla por otra, para tratar de que la realidad quepa en la “nueva” teoría. Un sistema de pensamiento semejante fácilmente da lugar a sectarismos hegemónicos y dogmatismos profundos que dificultan la unidad y la posibilidad de balances críticos o análisis y síntesis del conjunto del proceso revolucionario colombiano.

Hay que agregar la acostumbrada negación del pensamiento propio como dificultad para la síntesis insurgente, y es conocida la tradicional “copia de lo extranjero” para tratar de imponer en nuestra tierra tal o cual esquema “como si fuera…” de tal suerte; una cosa es el esquema teórico de los “políticos” (con su carga de dogmatismo, sectarismo y demás “ismos”), y otra cosa la praxis de la lucha política de los movimientos sociales y de la acción política y militar de la insurgencia armada.

Existen algunos esquemas “clásicos” en las ideas revolucionarias de Colombia que, rápidamente y en gracia de discusión se “clasifican” a continuación:

• Acumulación de fuerzas por medio de la educación de la clase obrera, la propaganda, la lucha legal hasta el momento en que las condiciones subjetivas –el nivel de educación política- y las condiciones objetivas – el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas- permitan el levantamiento de la insurrección.

• Guerra del campo a la ciudad dirigida por la clase obrera en alianza con el campesinado en un proceso que rodea la ciudad y al ejército enemigo, al tiempo que se agudizan las contradicciones en las ciudades, para una vez cercadas, lanzar la insurrección.

• La implantación de un foco guerrillero que rápidamente genere las condiciones de levantamiento popular al cubrir las etapas de defensiva, equilibrio y ofensiva.

• La huelga política general que neutralice los flujos y el funcionamiento del capital para que la clase obrera tome el poder.

No es objeto de este texto discutir o balancear el desarrollo económico de Colombia o el nivel de conciencia de las clases sociales. Tampoco debatir sobre las auto adjudicaciones teleológicas de vanguardia histórica indiscutible que caben en uno u otro esquema. Lo que se quiere significar, es que la complejidad del proceso revolucionario colombiano no cabe en fórmulas.

A los factores expuestos críticamente se suma la idea, esa sí, bastante difundida de separar tajantemente la actividad política de la acción militar. Tendencia que en lo concreto separa la discusión política de los problemas militares, generando una situación que, fuerza es decirlo, manifiesta criterios contrarios entre los “políticos” y los alzados. De manera que los vínculos directos e indirectos entre lo político y lo militar no necesariamente se apoyan entre sí. La mención intencional de lo expuesto arriba, obedece a la idea de llamar la atención sobre dos cuestiones: analizar la relación entre la actividad política y la acción militar que de manera desembozada, radical y permanente desarrolla la reacción, y, apuntar a las reflexiones necesarias para la izquierda en un momento crítico de la historia nacional.

La cuestión a plantear es ya conocida, pero obviada, olvidada o intencionalmente malinterpretada: la acción militar es una expresión política. A su vez, es la política, manifestación de intereses de clase, o de sectores sociales, que pueden llegar a manifestarse militarmente. El olvido o incomprensión de esta cuestión crucial ha llegado a propiciar corrientes que niegan la necesidad de la defensa militar de los proyectos políticos de la izquierda o en contraste, corrientes que se ocupan centralmente de los problemas militares o de las fuerzas insurgentes, dejando de lado problemas políticos, económicos o inquietudes de poblaciones y comunidades. La realidad es que la acción política de organización y educación expresa intereses y posiciones políticas; la acción militar y la acción de masas también lo hacen.

II

Desde la contrainsurgencia la reacción en el poder ha impuesto el discurso de que los pueblos no tienen posturas ni intereses, no asumen proyectos, ni posiciones políticas distintas a las que escatológicamente les asignen las clases dominantes. Para los poderosos de este país, el pueblo es un coro anónimo y a su alrededor merodean bandidos armados y “víctimas”. En esta fábula, el Estado aparece como una posición neutral tratando de imponer el orden contra el caos. En realidad, la contrainsurgencia como modelo agencia e impulsa la violencia estatal y de paramilitarismo para el control económico, político y social de zonas y regiones.

De otra parte, pero en el mismo sentido, la reacción propagandiza el discurso del peligro que representa “el terrorismo, con armas y sin armas” (en el parlamento, la academia, las organizaciones sociales, las redes) que trata de tomarse el poder para convertir a Colombia en Cuba-Venezuela. Los terroristas sin armas, por supuesto están “infiltrados” en toda la sociedad, sobre todo entre los pobres del campo y la ciudad. Es decir, con este ingenioso y doble discurso, las clases dominantes deshumanizan y despolitizan al pueblo y sus luchas, generando en las masas un sentimiento de vergüenza y temor al auto identificarse como víctimas. Por otro lado, este doble discurso legitima la guerra sin cuartel contra todo el pueblo, contra la pobresía potencialmente peligrosa, organizada o no.

Es la concreción del punto de vista neoclausewitziano, en el que los pueblos son objeto sin decisión, voluntad o inteligencia –atributos que según las clases dominantes sólo les corresponden a ellos-. Lo realmente grave es que ese discurso es aceptado y repetido por sectores amplios de la intelectualidad, incluso por algunos que se definen como de izquierda.

Claramente las clases en el poder asumen este punto de vista y entienden el problema de su unidad como detentadores del poder político. Por eso su acción militar es integral, con componentes que van mucho más allá del uso de las armas; la guerra es total, o sea, contra el conjunto de organizaciones sociales y populares, esté o no vinculadas a las insurgencias; por eso cualquier movilización social es atacada como foco de subversión; por eso la acción militar y judicial contra el más nimio reclamo o expresión de inconformidad; por eso es discurso totalitario y hegemónico de las clases dominantes tiene como pilares el miedo y la mentira; por eso el Estado de excepción permanente; por eso no importa si las guerrillas se desmovilizan, entregan armas piden perdón y se “portan bien”, la única opción política que les deja el Estado, es la de asumir el discurso de las clases dominantes para no ser señalados como enemigos de la sociedad y del Estado. Es el concepto de la Doctrina de Acción Integral –DAI- como guerra total con la acción militar como centro y alrededor operaciones cívico-militares, conquista de la hegemonía del discurso, operación sicológica contra-insurgente a diferentes niveles ante un enemigo definido como subversivo esté o no organizado o armado.

Así se entiende cómo es que, en Colombia, hasta la visita del Papa se convierte en un operativo cívico-militar para legitimar el abuso del poder y los crímenes de Estado (masacres, ejecuciones extrajudiciales, asesinatos, entro otros) todo bendito con el espaldarazo a la acción política santificadora de las clases dominantes. También en esa lógica se comprende como el Estado adelanta un proceso de paz parcial y regional en el contexto de un plan de guerra general (“Ofensiva al sur”) de los Estados Unidos sobre Latinoamérica.

De esa forma en Colombia la paz no significa amplia participación política, ni democracia, ni fin de las hostilidades sobre los movimientos campesinos o populares. El proyecto de desarrollo forzado aún tiene como eje como eje la acción militar y así mismo valida su programa político.

Entonces se configura la derrota como operación sicológica en el campo político y de propaganda, en el ámbito de la opinión publica de una insurgencia presentada como trofeo y ejemplo –pasado y presente- de lo que no debe ser, y se pinta una derrota militar sin que así haya sucedido en el campo de batalla por imposibilidad histórica y práctica.

III

La acción integral reaccionaria quiere negar totalmente la existencia de proyectos insurgentes y populares pasando por encima de sus logros, despreciando el esfuerzo y sacrificio de miles de combatientes que han entregado todo para que los pobres tengan voz, actúen, sean ejemplo de sí mismos y dejen de ser “cosas” para los opresores. Miles de revolucionarios alegres que han regado nuestra tierra con su sangre en la brega por transformar este país, es algo que no puede despreciarse, como tampoco la valiosa experiencia militar política y revolucionaria de Colombia. De ahí la necesidad de entender un concepto de confrontación en el siglo XXI que va más allá de la fuerza militar –sin prescindir de ella- e involucra muchos otros componentes que constituyen tendencias, movimientos, acciones políticas, imaginarios relacionados directa e indirectamente con la acción militar y sus objetivos políticos.

5. La victoria política: decisiva en la acción militar

Se sabe desde hace mucho tiempo que la victoria en la guerra no es la aniquilación total del enemigo, sino el debilitamiento de su voluntad de lucha. Pueden darse situaciones en las que una fuerza que mantenga su estructura de mandos y el núcleo básico de su capacidad militar, pero tenga de sí misma una percepción de derrota, abandone entonces sus objetivos políticos y militares, es decir una fuerza con capacidad y condiciones objetivas de resistencia y combate, puede verse, sentirse y terminar políticamente derrotada debido a que sus condiciones subjetivas (ideológicas, de análisis político), la conduzcan a ese camino.

Lo anterior es distinto claro está de un “repliegue” hacia la política, que una fuerza realiza pos de evitar el baño de sangre y el dolor que genera el aniquilamiento total o para mejorar sus condiciones políticas y de resistencia. Ahora bien, otro es el caso de una fuerza pequeña y débil cuya autoconcepción y posibilidades políticas (vinculación con el movimiento social, base de masas, voluntad de lucha) le hacen comprender que tiene posibilidades de incidir en las decisiones de la contraparte obligándolo a desplazar, concentrar o dispersar sus fuerzas o tomar definiciones políticas que le sean adversas, llegando en un momento dado a minar su voluntad de lucha.

Más adelante se mencionan algunos ejemplos históricos de lo dicho, sin pretender la definición de un modelo a seguir y tampoco igualar las condiciones. Se sabe que es una imposibilidad el logro de una síntesis que permita relacionar las condiciones de la época, el lugar o el carácter de una guerra con determinados principios o esquemas dado que si por azar o casualidad histórica se presentan condiciones de lugar (territorio) tiempo (climático, cronológico) oponente y carácter de la guerra, necesariamente actuarían personas distintas o al interactuar recíprocamente con el enemigo y adaptarse a las condiciones impuestas para mantener o retomar la iniciativa, cada parte tomará decisiones distintas. No obstante, los principios generales de la guerra (masa, sorpresa, concentración, etc.) existen y son de aplicación universal… en determinadas condiciones y circunstancias.

La cuestión es más compleja ya que no puede afirmarse que una fuerza poderosa necesariamente logrará la victoria estratégica. Tampoco puede afirmarse que una fuerza no poderosa -en medios y recursos- no pueden obtener victorias estratégicas que en su acumulación minen la voluntad de lucha enemiga. Ahora para ninguno de los dos contendientes una victoria de carácter estratégico, esto es: que afecte o incida sobre la situación política y militar en su conjunto, sea fruto del azar o la casualidad y menos de la suma de éxitos tácticos, solo el trabajo de construcción a todos los niveles, formación de cuadros de mando, sistemas logísticos, adaptación de la experiencia militar etc., pueden dar lugar a victorias militares de significación.

Sin embargo, la victoria militar no se traduce en éxito político de manera lineal y simple. La relación entre guerra y política es más problemática. En este orden de ideas y como sugerencia para un debate; las negociaciones de lo que fueran las FARC-EP en el Caguan, son susceptibles de analizar con esta óptica: un innegable avance militar de esa insurgencia previo a las negociaciones, les significó avances políticos manifiestos, entre otras cosas, en el reconocimiento nacional e internacional a su status de beligerancia; en su protagonismo políticos nacional a la visibilización de su proyecto al inicio de la negociación.

Al final de la negociación (con la reingeniería del ejército, la articulación estratégica de la acción paramilitar y la aplicación intensiva de operación sicológica desde la acción y la propaganda reaccionaria) terminó convirtiéndose en una derrota política que logró unificar en un “propósito nacional” (no más FARC) a los incautos y a los más reaccionarios pobladores urbanos generando toda una tendencia afín al gobierno y sus fuerzas armadas, de forma tal que la clases dominantes lograron legitimar moralmente la oleada más atroz de crímenes del Estado, sus alianzas con narcotraficantes y paramilitares normalizando sus crímenes como parte de la lucha “contra el comunismo terrorista”. La fachada perfecta para imponer la causa injusta de una guerra por acumular riquezas, obstruir la real democracia política y entregar los recursos naturales a potencias extranjeras. El bloque de poder contrainsurgente entra perdiendo militarmente y sale ganando políticamente y fortalecido en lo militar para aprovechar esa legitimidad política, a la postre, esa victoria política de ayer determina su triunfalismo militar de hoy.

En la misma lógica del debate propuesto, otro ejemplo clásico del que solo se recogen superficialmente algunos aspectos, es la guerra en Vietnam, particularmente la ofensiva del TET (dejando de lado las condiciones políticas, sociales, militares de conjunto, el proceso de trabajo político y militar, el esfuerzo logístico, la influencia moral y las circunstancias propias del camino hacia esa ofensiva y sin detenernos en el heroísmo, sacrificio y espíritu de combate del pueblo y de los vietnamitas.) De tantos combates en campo y ciudad, planteados durante la ofensiva, se mencionan dos por sus particularidades significativas.

El primero es el ataque a la embajada norteamericana en Saigón. Allí los combatientes vietnamitas rompen el muro e ingresan a la zona que rodea el edificio; se enfrentan con los custodios de la embajada, superándolos; luego sin iniciativa alguna y sin mandos - fueron las primeras bajas en el ingreso - permanecieron entre el edificio y la fuente del jardín hasta que los refuerzos norteamericanos eliminaron a los combatientes vietnamitas.

Sin embargo, las noticias e imágenes del ataque dieron la vuelta al mundo; muchos vieron a los guerrilleros combatiendo en el jardín de la todopoderosa embajada. No obstante, la derrota táctica de los vietnamitas, el impacto político y estratégico es evidente.

El otro caso es el combate en la ciudad de Hue, donde las fuerzas norteamericanas y sus aliados tuvieron que emplearse a fondo en combates casa por casa para controlar la ciudad. Las imágenes de la barbarie norteamericana y del ejercito survietnamita contra heridos, prisioneros y civiles; la noticia de fuertes combates que involucraron la aviación, la caballería, artillería y miles hombres de infantería contra una fuerza supuestamente derrotada, pusieron al ejército norteamericano en una situación estratégicamente desventajosa, tanto en lo político (principalmente allí) como en lo militar.

Paradójicamente la derrota militar en la ofensiva del TET significó para los vietnamitas una contundente victoria política de carácter estratégico – obviamente en una situación internacional favorable – que influyó, determinó y afectó la situación en su conjunto para minar la voluntad de lucha (moral y política) de los Estados Unidos y se tradujo en la victoria militar y política de la Nación y el pueblo vietnamita.

Se puede colegir de todo esto que la idea de igualar fuerzas con un enemigo – apoyado por los Estados Unidos con recursos militares y técnicos ilimitados, con fuerza aérea, artillería, tecnología satelital, etc. (como las fuerzas militares colombianas) es siempre incorrecta. La fuerza organizada del pueblo tiene como una de sus expresiones la acción armada que representa una lucha definitiva (de vida o muerte) entre clases y sectores de clase que asumen intereses antagónicos. Esta acción armada del pueblo definitivamente no alcanzará un equilibrio militar en términos de igualdad de armas y recursos con el enemigo. Su equilibrio o triunfo están vinculados estrechamente a la política como objetivo, como legitimidad, como proyecto popular que gane un apoyo generalizado e incluso internacional.

Se pueden ir precisando algunas ideas:

• La correlación de fuerzas recoge muchos otros factores distintos al número de combatientes y armas.
• El equilibrio no puede significar tener la misma fuerza o emular el orden de batalla del enemigo
• La necesidad de emplear a fondo todas las posibilidades políticas que ofrece la acción militar en todas sus modalidades.
Puesto así y esperando no forzar la lógica, la idea de un camino obligatorio a nivel de “ley del desarrollo militar y social” el camino y el proceso de las parejas:

Defensiva estratégica – guerra de guerrillas
Equilibrio estratégico - guerra de movimientos.
Ofensiva estratégica – guerra regular.

Deviene en un esquema problemático a la hora de balancear los avances y dificultades de una guerra insurgente. Pues además si desde el punto de vista contra-insurgente se considera un éxito “devolver” la etapa de desarrollo de un ejército guerrillero y su guerra; un revés o dificultad – como la de mantener grandes concentraciones de tropa y desgastarlas en maniobra para copar un enemigo - dificultad generada por la aviación enemiga – se convierte en un retroceso estratégico insalvable o de plano en una derrota definitiva de las fuerzas insurgentes y el fin de su voluntad de lucha. Lo que dejaría de lado las muchas consideraciones políticas, geoestratégicas, de opinión pública, etc. porque se concentraría en la búsqueda de simetrías con el enemigo, lo cual es un error.

6. Una guerra de conjunto, múltiples expresiones militares

No es posible un balance que recoja todos los matices diversos y complejos de una guerra revolucionaria de conjunto en Colombia. Ella se encuentra “dividida” en partes por razones políticas, criterios ideológicos distintos y con diferentes concepciones frente a lo militar. Es decir, una sola guerra con desarrollos desiguales en sus partes, una guerra que se ha desarrollado en más de 55 años pero que ha tenido etapas y periodos distintos para cada fuerza.

En relación con periodos distintos, se han dado variaciones de carácter – que interactúan con acción y conducción contra-insurgente –y si bien han tenido escenarios históricos donde permanece y se asienta, también es cierto que los centros de gravedad, los territorios de despliegue, las rutas de desplazamiento, han variado con el tiempo y las dinámicas de confrontación.

Quiere decir esto que siendo una guerra revolucionaria con unas condiciones de conjunto de tiempo (55 años), lugar (Colombia) y carácter (guerra revolucionaria insurgente enfrentada a una guerra contra-revolucionaria) determinadas. Es una guerra de diferentes organizaciones, con diferentes “ritmos”, estilos, bases sociales, conceptos, métodos de trabajo, tácticas e incidencias también diferentes. Con condiciones susceptibles de analizar por separado.
Las fuerzas armadas reaccionarias tienen gran experiencia (de combate, logísticoadministrativa, de inteligencia, de operaciones sicológicas, etc.) más las ventajas que les da ser ricos y fuertes, pero con las limitaciones propias de tener recursos técnicos y militares “prestados” por extranjeros; la sujeción incondicional a mandos e intereses de una potencia extranjera y consecuentemente con ello la obligación de actuar de acuerdo al interés de esa potencia por encima de los intereses de la nación y el pueblo. Por otra parte, se ha desarrollado sin lugar a dudas un “pensamiento militar colombiano” una doctrina “criolla” que ha acumulado experiencia desde la dificultosa consecución de los propios recursos, la creación de propias técnicas y tácticas y de los conceptos militares propios de cada insurgencia, con la desventaja de ser pobres y débiles en relación al adversario.

Sin embargo, la superioridad de medios y recursos del Estado colombiano no ha sido suficiente para acabar con la insurgencia: así mismo la debilidad en medios y recursos no ha impedido contundentes éxitos tácticos a la insurgencia ni el desarrollo de sus métodos y técnicas. De modo que tanto la superioridad del uno como la debilidad del otro son relativas y no absolutas. Más bien el enemigo explota su capacidad de adaptación política -basada en la acción militar- en tanto la insurgencia tarda en adaptar políticamente su acción militar.
Sin entrar a discutir por ahora los problemas de “adaptación política” o conducción, es posible establecer como éxito político de la reacción el aislamiento político de las luchas guerrilleras en sus zonas de influencia, la definición de teatros de operaciones especiales, comandos conjuntos por regiones, la ubicación de bases militares extranjeras en lugares estratégicos del territorio nacional. Todos estos son problemas militares que determinan el hecho político del aislamiento de las áreas de combate, de sus razones y de sus objetivos políticos respecto a las ciudades.

Sin exageraciones es posible establecer los éxitos políticos de las insurgencias – derivados de su capacidad miliar – en el mantenimiento y consolidación de bases sociales con decididos apoyos regionales que son garantía de un relativo control territorial y amplia capacidad de maniobra, pero en una situación compleja contradictoria y multiforme que da lugar a fuerzas rebeldes que como fenómeno social y político recogen inconformismos, pero no siempre o no necesariamente se ubican estratégicamente frente a la situación política de conjunto.

Como elementos de análisis cabe mencionar algunos factores de la confrontación insurgencia – contrainsurgencia en Colombia:

La guerra contrainsurgente:
• Es una guerra de agresión injusta para despojar a la nación colombiana y al pueblo de sus recursos (agua, carbón, petróleo, biodiversidad, biomasa).
• Es una guerra para consolidar un proyecto económico y político de dominación y explotación.
• Orientada y dirigida por mandos extranjeros
• Con un interés geoestratégico en Latinoamérica y en esa vía busca consolidar el control geopolítico en la región. Colombia por sus condiciones económicas, políticas y territoriales es fundamental en esa proyección.
• Busca el apoyo urbano imponiendo desde la operación sicológica el desprecio al campesino, al indígena, al negro, a las regiones en pro de una visión supuestamente
“citadina” del conflicto.
• El uso intensivo de propaganda como operación sicológica para convertir en propósito nacional el propósito y los intereses de las clases dominantes y legitimar todas sus acciones.
• Ejércitos regionales financiados por el narcotráfico que apoyan y realizan operaciones contra – insurgentes (que han llegado a cierta independencia en su en relación con las Fuerzas Armadas)
• Lo anterior para el uso intensivo del terror y el miedo sobre la población en zonas de combate que lógicamente se traslapan con sus zonas de interés económico
• Tropas y contratistas extranjeros en operaciones
• Inteligencia de tierra, apoyada en operación sicológica para lograr deserciones, delaciones, traiciones por dinero o beneficios.
• Bombardeos a partir de los indicios de esa inteligencia de tierra y posteriores desembarcos.
• Combinación de diferentes fuerzas (ejército, policía, armada, fuerza aérea) en modalidades operativas distintas (cercos de tropa regular, incursiones de fuerzas especiales, FUDRAS, desembarcos de F.G.) que se ponen en los centros operativos insurgentes.
• Máxima explotación de la propaganda en zonas urbanas, uso intensivo y repetitivo de frases y consignas por todos los medios y funcionarios posibles (lucha contra el terrorismo, terroristas, héroes de la patria, nuestras fuerzas armadas, etc.) que se intensifica cuando se ponen en evidencia crímenes de Estado.
• Recursos técnicos y humanos en gran cantidad
• Formación sistemática de cuadros
• Política militar institucional orientada por el concepto de guerra total.
• Al igual que la CO-IN en Vietnam, Afganistán, Nicaragua, Perú, Guatemala: el narcotráfico es el motor financiero y garantía de alianzas políticas para el control regional.
• Las estructuras, conceptos, técnicas y tácticas de la contra-insurgencia se mantienen vigentes después de negociaciones y acuerdos; son permanentes; se aplican sobre la insurgencia armada sobre los movimientos sociales; organizaciones políticas y toda la población con niveles e intensidades distintas en cada caso.
• Para su aplicación permanente el discurso de la contra-insurgencia muta del anticomunismo a la guerra contra la droga y la criminalidad.
• Como es inherente a la CO-IN fracasan en el combate al enemigo explícitamente declarado, pero triunfan en la imposición de valores y cultura del miedo a toda la sociedad, inculcando el temor constante a pensar o actuar de manera diferente en cualquier ámbito.
• Orientación deliberada (que como se dijo permea definiciones de todas las instituciones, incluyendo las educativas) de alejar al pueblo de la historia, de la educación y la cultura junto a la difusión de todo tipo de superstición y de hábitos lumpen como forma de control social.
• Difusión del discurso y la costumbre de llamar a las cosas por su antónimo en toda comunicación oficial y en los medios afines al poder.

- A una situación de guerra permanente contra el pueblo se le llama “paz”
- Al cerramiento del campo político y la consolidación de la dictadura del bloque de poder contra-insurgente se le llama “democracia”.
- Al modelo neoliberal y su matriz de acumulación por despojo con secuelas de miseria y hambre le llaman “prosperidad”
- Al discurso de derechos se opone una realidad de represión y exclusión.

La guerra insurgente:
• Es una guerra de defensa de la nación y el territorio ante una agresión injusta.
• Con objetivos y proyectos políticos nacionales, pero difusos y poco claros.
• Guerra autóctona, propia colombiana con pensamiento militar propio.
• Guerra diversa (campesina, negra, indígena) de diferentes organizaciones cuyos principales líderes son campesinos (líderes naturales).
• Guerra de guerrillas con experiencia en modalidades de guerra de movimientos: una guerra de guerrillas con carácter superior.
• Serias dificultades en la difusión y explicación de sus proyectos políticos, problemas en la maduración de un discurso nacional. Falta de adaptación.
• Aislamiento político de la problemática y la lucha campesina y popular.
• Falta de unidad en el movimiento insurgente.
• Dificultad en la formación de cuadros.
• Separación campo-ciudad; actividad política – actividad militar; guerreros - políticos.
• Dificultades en la actividad urbana, por ser retaguardia enemiga y por falta de aprovechamiento de la acción militar como acción política.
• En determinadas condiciones superioridad en el combate terrestre aprovechamiento total de la superioridad estratégica de la defensa, capacidad de sostener la iniciativa militar.
• Dificultades frente al uso intensivo de la aviación, falta de armamento sofisticado, pero éxito en la aplicación de la guerra diluida.
• Creación y mantenimiento de organismos de poder. Ejercicio de poder territorial concreto pero desigual, con bases sociales cualificadas.
• Guerrillas que se enfrentan a fuerzas irregulares. Paramilitares que atacan a la población que es supuesto apoyo; al tiempo enfrentan a tropas comandadas, entrenadas, asesoradas. Acompañadas en operaciones y dirigidas en campañas y estratégicamente por fuerzas militares o mercenarios extranjeros.
• Gran capacidad de síntesis general y empantanamiento político al no proyectar un planteamiento nacional que se contrapone a la propaganda enemiga.

7. En Colombia el hecho militar genera el hecho político

En Colombia históricamente el hecho militar ha generado el hecho político y el hecho político al constituirse en discurso apuntala el logro militar, busca blindarse contra las resistencias y a su vez legitima nuevas acciones.

Por economía de discurso con algunos ejemplos históricos “aislados” puede verificarse esa afirmación:

Durante la conquista española la subversión del orden social indígena –los órdenes sociales en realidad- tuvo como aspecto central el ejercicio de la violencia; una acción militar superior a la defensa aborigen, legitimada por un discurso religioso que, además de propiciar agresiones cada vez más terribles contra los pueblos originarios, consolidó el orden político colonial el consecuente sistema de explotación económica contra indígenas, negros y criollos, a cada uno con sus propias instituciones “legitimantes” y legales: esclavitud, mita, encomienda, estanco, etc.

…Salto histórico…

En las décadas del 60 y el 70 del siglo XX las agresiones contra el campesinado organizado, no solo consolidaron -en el poder unificado en la década anterior- a las clases dominantes, sino que proyectaron hacia adelante ese poder con el Frente Nacional. Dicho de otro modo: la implantación de la guerra fría en Colombia, con la aplicación de las técnicas (masacre, tortura, descuartizamiento, etc.), las tácticas (paramilitarismo, asesinato selectivo, control social y económico) y la estrategia contrainsurgente (acción militar institucional, operaciones sicológicas, generación de propósitos nacionales y aprovechamiento político de sus técnicas y tácticas). Fue el prólogo del más exacerbado control de los procesos económicos y políticos de nuestro país por parte de una potencia extranjera y del “atornillamiento” en el poder de una casta dominante que en su ejercicio mafioso del poder dio lugar al Estado más antidemocrático y antipueblo de Latinoamérica.

Aunque hay que decir que las clases dominantes colombianas también han tenido capacidad de innovación sin que los Estados Unidos orienten todo. También han hecho sus aportes a los fundamentos de la contrainsurgencia. No es gratuito que en el periodo llamado “la violencia” se haya elevado el miedo, y el terror a nivel de herramienta política y modo de gobernar, así como motor económico. La violencia de la década del 50 del siglo pasado fue el costo de una bonanza cafetera (de modo similar, otras violencias son costo de otras bonanzas; marimbera, cocalera, bananera, palmera, petrolera, minera, etc.)

…Otro salto histórico…

Recientemente el hecho milita del aniquilamiento físico de un sector de dirigentes de la insurgencia y el asesinato de miles de líderes populares en los últimos años, infundiendo terror en la población para aleccionarla y que no apoye a las fuerzas guerrilleras. Más el hecho militar de neutralizar los grandes movimientos de tropa de una de las insurgencias, y la combinación de otros factores de la CO-IN, dan lugar al hecho político de la derrota en las negociaciones de La Habana. La misma fórmula y cartilla que pretenden aplicarle a todas las insurgencias, a la par, de un discurso totalizador, fanático, dogmático de las clases dominantes para defenestrar de la insurgencia y deslegitimar su lucha.

Es la explotación intensiva del hecho militar por parte de las clases dominantes para “capitalizar” su acción como éxito político desde una abrumadora propaganda para que se presten periodistas, ciertos académicos y funcionarios públicos. En contraste, del lado de la insurgencia, los impactos políticos de la acción militar se desaprovechan por la falta de propaganda o por errores que borran los éxitos.

La cultura política impuesta por el modo mafioso de gobernar del bloque de poder contrainsurgente es funcional al discurso institucional hegemónico, del unanimismo político, de la concentración absoluta del poder como expresión del pretendido triunfo del neoliberalismo armado.

Obsérvese bien la articulación de poderes regionales mafiosos al discurso institucional en busca de ajustar gobernabilidades negociadas que generen control social –el caso de los acuerdos de la alcaldía de Medellín con combos y oficinas, alianza frágil que sin embargo genera control social y es útil para quitar personajes incómodos en las comunidades-; el acuerdo proyectado, otra vez, con los paramilitares del llamado “Clan del Golfo”, que apunta al control económico, político y social que tienen de la región del Urabá, pero ahora institucionalizado y con “cara limpia”.

De otro lado las comunidades reducidas a ser representadas sin representación de sí mismas o gestionan los problemas para que no se conviertan en reclamo y denuncia o se atienen a las consecuencias, -como los ya olvidados campesinos asesinados en Tumaco por la policía- también en esta perspectiva el hecho militar genera el hecho político. El que la política sea la burocracia profesional y que el pueblo se mantenga alejado del poder político, lo asegura la fuerza militar.

8. El refinamiento de la contra-insurgencia colombiana en el siglo XXI

La aplicación de “Damasco” como doctrina militar proyecta la sujeción de las fuerzas militares y de policía a las necesidades de agresión militar y control sobre Latinoamérica por parte de Estados Unidos –OTAN- en tanto en la aplicación de la Doctrina de Acción Integral –DAI- se evidencia el refinamiento del concepto de “guerra total” en el que todos somos objetivo militar o blanco legítimo de la operación sicológica contra-insurgente y de su acción militar.

Es una idea que va más allá del principio de “impregnación” de los viejos manuales de inteligencia del ejército y la policía. Porque ahora la sospecha se extiende a todos y convierte en enemigo a cualquier expresión de inconformidad, resistencia o desgobierno, sea del carácter que sea (social, cívico, militar), incluso electoral: nótese la amplitud de la operación sicológica de contra información y desprestigio sobre Gustavo Petro, representante en la tierra del diablo del “castrochavismo” y de la “conspiración terrorista” (que con las caretas de la ideología de género, el ateísmo, el homosexualismo, la JEP, el ONGerismo, etc.) busca tomarse el poder en cuatro años.

Para la mayoría de los colombianos no existe explicación racional de los hechos políticos, pues la confusión, despolitización, la ahistoricidad provenientes del miedo y la ignorancia son componentes de la “educación” contra-insurgente que orienta el Estado para el pueblo colombiano.

La aplicación de un Estado de Excepción permanente legalizado y militarizado en el ataque constante a los pobres “indisciplinados” en las ciudades, a los terroristas potenciales en el campo, (asesinato de incontables líderes sociales, la normalización de golpizas y crímenes en las ciudades) justifica y glorifica cualquier abuso o atrocidad cometida por “nuestros héroes de la patria” (figura de la DAI).

Un Estado esquizofrénico que orienta sus Fuerzas Armadas con la doctrina militar norteamericana y hace que el ejército y la policía de Colombia actúen en su propio suelo a la manera en que actúan los militares norteamericanos en Irak o Afganistán, donde todos los “árabes” son enemigos potenciales y por tanto la operación sicológica, la operación cívico-militar, y la acción armada es contra todos a diferentes niveles.

En Colombia la guerra contrainsurgente tiene un fin económico. Es lo propio del neoliberalismo armado, su “democracia” tiene hambre de dinero, la “paz” de los ricos mata al que no es rentable ni tiene con qué pagar su “modernidad”; en campos y ciudades el que no compra no tiene ciudadanía, ni humanidad. Hoy con los representantes más fanáticos del neoliberalismo en el poder, Colombia se cotiza en la bolsa internacional. Para el proyecto económico y político del neoliberalismo armado la violencia está indisolublemente ligada a la política.

El supuesto “modernizador” del punto de vista del “neo-clausewitziano”, contenido en la doctrina militar de EE.UU. que orienta a su vez la doctrina de las fuerzas armadas colombianas, apunta a un ejercicio de la violencia estatal multifuncional, multinivel -o en términos del ejército colombiano- multimisión para aplicar su capacidad operacional, táctica y técnica a diferentes niveles simultáneos de conflicto militar con un claro fin político y de desarrollo de proyectos económicos. Esa idea es transversal a todas las decisiones políticas del Estado y a sus orientaciones más retardatarias, se expresa en las líneas de negociación con la insurgencia, en el incumplimiento deliberado de los acuerdos, en la propaganda intensiva y a gran escala para confundir al pueblo y negarle el acceso a la política y al discurso público. Hasta el nombramiento del presidente de FENALCO como ministro de defensa expresa la simbiosis de lo militar con lo económico.

En ese contexto la tendencia a irregularizar la acción armada del Estado (asesinato selectivo y sistemático de líderes sociales, amenazas constantes, asesinatos en las comunidades para infundir miedo) y por ahí saltarse las normas del derecho de guerra – es el principio del fin del DIH-. La acción judicial con claros fines de persecución política, y por ahí saltarse sin más el derecho, las garantías jurídicas, el debido proceso – el montaje judicial como regla -(no se ha posesionado Uribe-Duque y ya están obligando a los opinadores a retractarse ya rectificar sus denuncias).

Al tiempo en el conjunto de la agresión para retomar el control de Latinoamérica las Fuerzas Militares colombianas –anti latinoamericanas por excelencia- pueden entrar en acción como parte de una fuerza multinacional, con sus sistemas de gestión, comunicación, operacional estandarizada y acreditada de acuerdo a los parámetros norteamericanos, es decir, OTAN.

Emparejado a lo anterior el uso de mercenarios, compañías “outsourcing” de profesionales de la violencia, nacionales y extranjeros, que cumplen las tareas sucias del Estado Colombiano.

El componente político social de la Acción Militar del Estado es crucial para el control social, con un amplio repertorio de estrategias para garantizarlo. La propaganda cotidiana difunde e impone un pensamiento oficial y unas opiniones que no atienden razón ni realidad, que descomponen el tejido social, la noción de una comunidad de sentido y que pone pobres contra pobres. En el campo todos los pobres son terroristas potenciales, en la ciudad los pobres conminados a sus barrios inundados de drogas bajo el control de bandas que trabajan de la mano con la policía, y si se salen de allí son objeto de acoso, detenciones, y un amplio etcétera de abusos, la anomía les es rentable a los poderosos. El caos es sostenido y “organizado” por las castas en el poder.

9. A manera de conclusión

Para los proyectos insurgentes y alternativos la situación se torna compleja al enfrentar los conceptos y prácticas políticas y militares de la contra-insurgencia. Para el bloque de poder contrainsurgente que concentra absolutamente el poder del Estado todos somos parte de la amenaza terrorista, todos somos potenciales enemigos. De cierta forma la discusión sobre la relación de organizaciones legales con las insurgencias. Si debe darse o no, es inocua, pues para el Estado colombiano quien no comulgue con la hostia del neoliberalismo armado es sencillamente el enemigo declarado o potencial. No importa si se es guerrillero o no, si se está armado o no, organizado o no, a todos ataca por igual.

Los puentes entre la insurgencia armada y las expresiones de inconformidad social tienden a romperse por la acción del Estado contra la movilización social o por los discursos divergentes de sectores que se definen a sí mismos como izquierda o de posturas revolucionarias que terminan repitiendo los discursos oficiales por temor a ser confundidos con “terroristas”.

De otra parte, se asumen discursos que estuvieron en boga en la primera mitad del siglo pasado y que hoy difícilmente permiten comprender y manejar la situación política: la consigna de “aliarse con el liberalismo para combatir al fascismo” traída de los cabellos, es una matriz de análisis insuficiente para comprender las contradicciones dentro del bloque de poder contrainsurgente. La ultraderecha de las élites “globalizadas” (Santos) NO es la burguesía liberal y NO están en contradicción frente al proyecto neoliberal con la ultraderecha obscura de las élites regionales. En realidad, son el mismo boque de poder dividido en facciones.

Ahora mismo en el parlamento las fuerzas santistas se declaran en oposición y así la real oposición parlamentaria que podría significar Petro pierde toda la relevancia política.
Entonces pretenden “abrirle espacios a las democracias” enarbolando la consigna aquella, es de un ingenuo dogmatismo que se torna pasmoso.

Arriar las banderas de la lucha por la democracia para el pueblo en un momento político en que la dictadura más antigua de América Latina se consolida y se convierte en referente y policía de Latinoamérica, es como un mínimo error de apreciación.

El movimiento insurgente colombiano requiere la unidad de las luchas del campo con las de la ciudad, de la acción política con la movilización popular, requiere redefinir la acción armado para politizarla más claramente. En Colombia sostenerse en un territorio ha demostrado sus dificultades a la vez que ha mostrado las virtudes guerreras del pensamiento militar colombiano ante la presión del adversario cuyo esfuerzo cae en el vacío y el ansiado retroceso militar y la ansiada derrota insurgente no se consolida nunca. Más si el trabajo político es consciente, acorde a las necesidades e inquietudes del pueblo y de la fuerza insurgente; si la fuerza es disciplinada, con el elevado nivel ideológico y político; si los vínculos con el pueblo significan ayuda mutua y mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo y la defensa de sus intereses; si la propaganda insurgente genera tendencias políticas, ideológicas, morales, intelectuales, etc. Que van más allá de su acción. Entonces sin guerra de movimientos, sin grandes concentraciones de tropa, sin superioridad absoluta de medios, hombres y armas sobre el enemigo; hay compensación en la correlación de fuerzas, la superioridad del Estado y el concepto de equilibrio se relativizan –en tanto no existe el lugar- como etapa hacia donde hacer retroceder la insurgencia.

En términos generales, cualquier analista militar serio o cualquier mando insurgente con experiencia, reconocen que la insurgencia se encuentra a la defensiva; que dentro de ella realiza acciones ofensivas en una situación de debilidad ante el enemigo poderoso, tanto así que las acciones ofensivas constituyen parte integral de la defensa. Es claro que la legitimidad de esa defensa ante el pueblo colombiano depende de la identificación con sus intereses y de la unidad de un pueblo despojado de los bienes sociales, de su identidad, su autonomía, su consciencia nacional, su esfuerzo y su poder; un pueblo atacado en su soberanía y sus derechos cuyos líderes naturales están siendo asesinados y al mismo tiempo llamados a comprometerse “con la paz”. Un pueblo que tiene que defenderse de una agresión injusta, más hoy que la mayoría de gobiernos latinoamericanos giran a la derecha y se alinean tras el Estado colombiano para dar las pintadas finales de la “Ofensiva al sur” norteamericana. Hoy que la vinculación entre la acción política y la acción militar es tan clara y se hace tan evidente el contenido político de la acción militar.

Remedios La Bella
Militante del Movimiento Revolucionario del Pueblo M. R. P.