Llamamiento al pueblo del noroccidente colombiano

Fierro en mano, contra la tiranía LA LUCHA SIGUE

LLAMAMIENTO AL PUEBLO DEL NOROCCIDENTE COLOMBIANO

La región noroccidental de Colombia, como muchas otras del país, ha sido una de las áreas donde se dieron grandes batallas políticas con el concurso sacrificado de la gente más humilde y sufrida de sus comarcas. En ese torbellino de vicisitudes por la conquista de los sueños de justicia social ha estado también la presencia de la insurgencia de ese mismo pueblo y de esos mismos sueños. Quiero traer memoria de que 1972 fue el año en que irrumpieron los primeros 3 guerrilleros como pequeño destacamento de quijotes, que venían con la misión de echar raíces, crecer y ampliar el espectro de influencia de la insurgencia que apenas estaba llegando a sus ocho años de existencia con la experiencia ya épica de la resistencia de Marquetalia, Riochiquito y El Guayabero.

La comisión la integraban el camarada Alberto Martínez y otros dos compañeros que pronto murieron en una emboscada realizada por el ejército. También Alberto cayó en combate muy temprano, pero habiendo dejado abonado el terreno para el florecimiento de la resistencia insurgente. En su reemplazo llegó a la región de Urabá el legendario comandante Efraín Guzmán a asumir la jefatura de lo que ya era el Quinto Frente de las FARC-EP, estructura guerrillera hecha de sudor y sangre, de sacrificios y utopías libertarias con esfuerzo integral fariano, pero ante todo para esa zona, con esfuerzo de las pobrerías que ahí habían nacido y sobrevivido en medio del abandono del Estado.

Correría quizás el año 1984 cuando en la región se hace ostensible una oleada de masas que sin duda era la expresión del constante trabajo de integración de la insurgencia y de las gentes que anhelaban justicia. Con pulso y desprendimiento a toda prueba, las comunidades del noroccidente colombiano entretejían proyectos de organización comunitaria, de movimiento social y político eminentemente popular, que de una u otra forma confluían con el pensamiento y el accionar político y organizativo del Partido Comunista y de la naciente Unión Patriótica como una de las grandes ilusiones de paz que tomaran como bandera los sectores subalternos de aquella región de la Colombia profunda, que desde entonces tanto ha deseado y peleado por que de una vez por todas se dé la reconciliación de los colombianos, partiendo del establecimiento del mutuo respeto, de la solidaridad y de la justicia social en condiciones de dignidad.

Pero la lucha por estos propósitos altruistas nunca ha sido fácil en un escenario en el que durante dos siglos, lo que ha imperado es la mezquindad de las clases privilegiadas, el egoísmo patológico de quienes integran el Bloque de Poder Dominante, la avaricia de los más ricos, lo cual ha obligado durante décadas y décadas a la resistencia, al combate por la vida y el respeto del decoro humano.

En el caso del noroccidente colombiano la historia ha sido de flujos y reflujos de la protesta social frente a un régimen que ha actuado con saña y crueldad, con falsas promesas y traiciones. No obstante, el liderazgo de las organizaciones de masas jamás se ha diluido en el mar de terror que imponen los gobernantes de turno y en sí el conjunto del establecimiento. De ahí que el movimiento sindical, el movimiento cooperativo, el movimiento de negritudes, el movimiento indígena y campesino, organizaciones como SINTRABANANO y muchos otras de la región de Urabá y del contexto del noroccidente, mantengan su flama en medio de cualquier tormenta, o que la mano del movimiento popular haya estado, a pesar de la guerra sucia institucional, presente en la conducción de momentos estelares de las principales alcaldías de la región, como en Apartadó, Carepa, Chigorodó, Turbo, Mutatá, etc. y que en esa dinámica los sectores que no tienen el poder económico avasallante que impera a lo largo y ancho del país, hubieran podido cimentar un potencial de dirigentes que no han estado ni estarán dispuestos a someterse con mansedumbre a las iniquidades de un régimen que una y otra vez, ha maltratado la palabra empeñada, la buena fe y los anhelos de reconciliación de las pobrerías.

Esto que no es una historia de ahora sino de siempre, y la razón esencial de la defensa de la vida, es lo que ha dado base para que mucha de esa dirigencia inconforme hubiera engrosado durante años las filas de las FARC-EP, y en particular las del Bloque Efraín Guzmán, que con heroicidad enfrentó durante muchos años los desafueros del régimen y sus hordas paramilitares.

Nadie puede olvidar que fue con la valentía del pueblo del noroccidente colombiano y con las armas del Efraín Guzmán que se enfrentó el maridaje en los años 90 entre las llamadas AUC lideradas por el sanguinario Carlos Castaño y los principales comandantes del ejercito y la policía, instalados en las brigadas, batallones y sedes policiales de la región.

Nadie puede olvidar que la permanencia y el crecimiento de la lucha armada insurgente fue la respuesta legítima a la persecución institucional y paramilitar contra las organizaciones sociales, a las que perseguían y aterrorizaban mediante masacres, asesinatos selectivos, desplazamiento forzado y despojo de tierras y bienes de todo tipo, obligando a la gente de aquellos escenarios rurales a vender a cualquier precio, a entregar sus pertenencias sin chistar, a cargar con sus lutos sin poder reclamar, porque el Estado que era la instancia que supuestamente debía defender sus intereses, era el genitor de sus desgracias.

Ese Estado, desde sus agentes armados y no armados, fue el autor del macabro Baile Rojo, por ejemplo, y de este exterminio del que el fatídico General Rito Alejo del Río era tan solo el mascarón de proa, pues la responsable en impunidad es la clase política dirigente del Bloque de Poder Dominante en Colombia. Se trata de la clase política que a sangre y fuego enclavó los macro-proyectos que en la práctica ningún beneficio dan a las comunidades y que más bien han sido la causa de los desplazamientos forzados y las masacres inenarrables que ahí se han producido, como es el caso de Urrá I, Urrá II, el Embalse de Porce e Hidroituango.

Muchos de los que, como mi persona, ingresamos a las FARC-EP, lo hicimos por lograr un cambio social en favor de los desposeídos. Pero también lo hicimos por librarnos de la guadaña de la muerte y de la desaparición forzada que cotidianamente pasaba la parca estatal sobre los campos del noroccidente. Era la manera de sobrevivir a la guerra sucia del régimen, o de por lo menos morir luchando. Me vinculé desde 1986, fue un 14 de marzo y lo hice en las montañas de Córdoba, en Montelíbano, en la unidad que dirigía el comandante Robinson Jiménez. Eso fue en el 18 Frente, pues por entonces el Quinto se había desdoblado y en la fronda de la resistencia insurgente de aquellos lares, al lado del pueblo más humilde, marchaban nuevos ingresos y poco a poco fueron surgiendo los Frentes 34, 58, 57, 47 y el Aurelio Rodríguez. Ese florecer que en el 72 se veía tan difícil, años después era una realidad. Se logró su materialización y más, tanto como se logrará siempre que prevalezcan las causas para su floración.

Créanme, esa no es una historia de heroicidad y de dignidad que se pueda pretender borrar con el fimo de la perfidia, no. Se engañan los que así lo piensen. Esa historia que ha estado signada por dificultades, por los esfuerzos de descuajar montaña sin ayuda oficial porque no hay reforma agraria; por el andar obligado de la gente pobre entre las economías ilícitas haciendo todo tipo de esfuerzos para no dejarse atrapar en la maraña de sus males derivados; esa historia cruzada por los destellos a veces de muerte, a veces de vida, de la minería, de la ganadería, de la presencia de las bananeras y los monocultivos gigantes, y sobre todo por el azote del capital financiero y de las trasnacionales; esa historia nos ha obligado a organizarnos para no perecer no solo bajo las garras de las mafias institucionales y de todo tipo, o bajo los padecimientos de las fumigaciones aéreas que envenenan lo que tocan, todo lo cual destruyen las economías comunitarias, sino bajo el peso del desengaño por los compromisos de paz pisoteados y destrozados. Esa historia indeleble es la justificación incuestionable que hemos tenido para el alzamiento armado, y que por cuenta de la ignominia del régimen persiste y obliga a proseguir fierro en mano contra la tiranía de una oligarquía apátrida, que para nada piensa en las mayorías que sufren por sus desafueros y entrega a los intereses imperiales.

Ellos que traicionaron el Acuerdo de La Habana y los sueños de paz de los colombianos; ellos que sembraron vientos de perfidia y burla, son los responsables de las tormentas de guerra que se desaten. Hemos conocido sus malas intenciones y sus perversas acciones en detrimento del bienestar nacional y con ello no nos dejan otra alternativa que el de convocar el amor de patria de los engañados, la dignidad de los vilipendiados y el valor de los ofendidos, para seguir adelante desde cualquier escenario y manera, incluyendo obviamente el de la lucha armada en pro de la Colombia Nueva, en pro de la verdadera paz sin más afrentas, de la cual sin duda harán parte fundamental las huestes indoblegables de los rincones feraces de la Antioquia guerrera, del Chocó valiente, de la Córdova batalladora, del Eje Cafetero surcado por la audacia y el coraje; de los ETCR colmados de gente de honor que bien sabe lo que es el significado de la palabra revolución y del compromiso de los revolucionarios.

¡Con Bolívar, con Manuel, con el pueblo al poder!
¡La lucha sigue!
¡Hemos jurado vencer y venceremos!

Fraternalmente,

ARIEL QUINTO