GEOGRAFÍAS DE LA PROTESTA ARMADA, GUERRA FRÍA, NUEVA IZQUIERDA Y ACTIVISMO TRANSNACIONAL EN EL CONO SUR. EL EJEMPLO DE LA JUNTA DE COORDINACIÓN REVOLUCIONARIA (1972-1977)
Por Aldo Marchesi (NYU-UdelaR)
A fines de los sesenta, el uruguayo Enrique Lucas integró la guerrilla urbana del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLNT). En 1972, luego de varios meses de prisión Lucas hizo uso de su recurso constitucional y se exilió en el Chile de Allende. Allí participó en las movilizaciones organizadas por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Luego del golpe de Estado escapó a la Argentina.
Después de una pequeña estadía en Cuba, Lucas, como miembro del MLNT, se integró a las actividades que la Junta de Coordinación Revolucionaria (JCR) estaba desarrollando en Buenos Aires. Sin embargo en el marco de una fuerte crisis interna del MLNT Lucas decidió abandonar su organización y sumarse a miembros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) Boliviano que desde Argentina estaba organizando un plan insurreccional cuyo objetivo era reclamar el retorno del general Torres a Bolivia. En 1974 cruzó la frontera. Allí conoció a la argentina Graciela Rutilo Artes con quien tuvieron una hija. El 2 de abril de 1976 Graciela y Carla fueron secuestradas y llevadas ilegalmente a un centro de detención en Argentina. Cinco meses después Lucas y otros militantes bolivianos murieron en un enfrentamiento con miembros de las fuerzas represivas bolivianas en Cochabamba. Graciela continúa desaparecida y Carla fue secuestrada por un oficial argentino con quien vivió hasta su adolescencia.
La historia de Enrique Lucas es solo un ejemplo entre miles que muestra la épica, violencia y drama que las luchas políticas adquirieron a fines de los 60, y principios de los 70 en el cono sur. Enrique perteneció a una generación política que surgió en un contexto marcado por una creciente movilización social, la emergencia de regimenes autoritarios (Brasil 1964, Bolivia 1966, Argentina 1966, Bolivia 1971, Uruguay 1972-1973, Chile 1973, Argentina 1976) y el desarrollo de expectativas generadas por las alternativas sociales prometidas por la Revolución Cubana. Esta nueva generación política constituida principalmente por jóvenes con menos de 30 años a fines de los sesentas, desafió las maneras tradicionales de hacer política y promovió nuevas formas de movilización, social, política y cultural. Los militantes de esta “nueva izquierda” criticaron el legalismo y el reformismo de los partidos de la izquierda tradicional: comunista y socialista. Asimismo propusieron nuevos métodos más radicales y, desde su punto de vista, más eficientes para asegurar los cambios sociales que los sectores populares demandaban. Gradualmente las organizaciones armadas se transformaron en los protagonistas centrales dentro de esta oleada de movimientos de la “nueva izquierda” que emergieron en la región.
Los movimientos de país en país de Enrique Lucas son también un claro ejemplo de las dimensiones regionales que dichas luchas políticas adquirieron. Aunque ha existido una abundante bibliografía acerca del impacto que estas organizaciones armadas tuvieron como protagonistas de los ciclos nacionales que culminaron con la instauración de las dictaduras, se ha prestado poca atención a las evidentes similitudes, simultaneidad y coordinación que las acciones de estas organizaciones tuvieron.
Este tipo de coincidencias regionales no fueron un patrimonio único de la izquierda armada. Desde los sesentas, como consecuencia de la gradual convergencia de los procesos políticos que el contexto de la guerra fría impuso sobre las políticas nacionales, el cono sur tendió a adquirir una trayectoria política común (polarización política y social, dictaduras, transiciones, nuevas democracias, luchas de memorias).
Más allá de particularidades nacionales, podemos identificar múltiples formas en la que diversos actores a través de la región han empleado discursos y prácticas comunes y se han sentido parte de proyectos que trascendieron las fronteras nacionales. En ese contexto los intercambios transnacionales resultaron evidentes para cualquier analista de la región, sin embargo estos procesos políticos han tendido a ser mayoritariamente explicados en términos nacionales.
A través del análisis de una red regional de organizaciones armadas de izquierda llamada la Junta de Coordinación Revolucionaria integrada por el Partido Revolucionario de los Trabajadores- Ejercito Revolucionario del Pueblo (Argentina)(PRT-ERP), el Ejército de Liberación Nacional (Bolivia)(ELN), el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (Chile)(MIR) y el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (Uruguay))(MLNT) el presente artículo busca contribuir a pensar el fenómeno de la izquierda armada más allá de fronteras nacionales.
Los intercambios de dicha izquierda armada en el cono sur tendieron a acelerarse a partir de la llegada de Ernesto Guevara a Bolivia y tendieron a reducirse a partir del golpe de Estado de 1976 en Argentina. A lo largo del período una experiencia compartida de exilio regional relacionada con crecientes niveles de coordinación represiva a nivel continental promovió la circulación de militantes e ideas en la región.
El artículo describirá la trayectoria de este intento organizativo de la izquierda armada regional utilizando tres tipos de fuentes. La documentación interna y pública de la Junta de Coordinación Revolucionaria y sus organizaciones miembros será contrastada con la información de algunos archivos estatales de la región (DIPBA, Argentina, Archivo del Terror, Paraguay) y de Estados Unidos (National Archives) y el abundante corpus de trabajos de corte testimonial o periodístico. El artículo no pretende ser una historia definitiva de la JCR porque soy consciente de los múltiples silencios, vacíos y restricciones que aun existen para reconstruir dicha experiencia. Simplemente se intentará transformar la información existente en los archivos disponibles en una descripción diacrónica de cómo esta red de intercambios entre militantes de la región se originó, desarrolló y terminó.
Escribir acerca de los movimientos de militantes a través de las fronteras nacionales no es una tarea simple. Los riesgos de establecer una narrativa regional que descuide las particularidades nacionales son reales. A pesar de eso creemos que este tipo de estudios aún resulta valioso para enriquecer los análisis nacionales del período. Contando parte de esta historia regional a partir del estudio de un actor específico, me gustaría complicar, al menos, las maneras en que las historias nacionales del período han sido contadas.