Lucha social y estrategia revolucionaria

 LUCHA SOCIAL Y ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA*
 
 “Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”. Estas líneas de Pablo Neruda, militante del Partido Comunista de Chile y Premio Nobel de Literatura, es un resumen poético de la historia de América Latina. Enuncia el contexto histórico que dio nacimiento a la organización fundada por Filiberto Ojeda Ríos y cientos de excombatientes del Partido Socialista Puertorriqueño, junto a otro centenar de independentistas en 1978. Al pensar en esas flores no puedo separar de mi mente a Manolo, el leñero, a Julio Antonio Mella, a don Pedro Albizu Campos, al Che, al propio Filiberto y a tantos revolucionarios que alguna vez florecieron en el jardín del poeta. Al mismo Neruda, muerto doce días después del golpe de Estado en Chile, posiblemente asesinado. 
 
 La metáfora no puede ser más apropiada. Las revoluciones, como todo fenómeno social, requieren de articulación orgánica para alcanzar sus objetivos. De lo contrario, se reducen a un levantamiento popular sin consecuencias políticas. Esa gestión organizativa puede tomar años de contactos, reuniones, acciones para allegar suministros y pertrechos pero, sobre todo, esfuerzo de educación política del pueblo. Trabajo silencioso, anónimo la mayor parte de las veces, porque se trata no de políticos en el modo tradicional, sino de militantes sociales. Son hombres y mujeres comprometidos con el futuro, revolucionarios conscientes de que solo las masas pueden llevar adelante una revolución victoriosa. Estas transformaciones, que alteran profunda y en ocasiones violentamente la vida cotidiana, las hace el pueblo trabajador cuando comprende que las opciones reformistas ya no funcionan ni funcionarán.
 
 El vínculo con las masas o, mejor, el que las masas tengan el timón de la revolución, es lo que garantiza la continuidad del proceso y que las organizaciones revolucionarias sean en verdad fuerzas políticas de relieve en el país. Es así que esos enemigos que cortan las flores, ven que perdura la primavera, las plantas renacen con el tallo más fuerte. 
 
 La falta de este vínculo decisivo con las masas, por el contrario, aísla la organización revolucionaria y la hace vulnerable a la acción represiva. 
 Pero ese aislamiento tiene otra consecuencia aún peor. La organización armada se burocratiza, caer en un círculo vicioso cuyos efectos son más perniciosos que la acción del enemigo. Es cuando la fuerza revolucionaria existe solo para continuar existiendo, es incapaz de incidir en los acontecimientos políticos. Esta autofagia, como le llamó Regis Debray en Crítica de las armas, acabó con más de una organización armada en América Latina.
 
 Algo de esto tuve la oportunidad de discutir con Filiberto en 1978. Se fundaba en ese año Los Macheteros, que se nutría de parte de los pedazos del PSP, de sus cuadros militares, disgregados por todo el país a raíz del disparate de la participación en las elecciones de 1976, error repetido en 1980, que no tuvo otra consecuencia que el intento de escamoteo al PIP de su función central en ese campo. 
 
 No conocí un revolucionario más consciente que Filiberto de los peligros señalados. 
 
 La revista que fundamos y dirigimos en el mismo año de 1978, el mensuario Pensamiento Crítico, recibió respaldo económico y político de la organización que nacía. En sus páginas debatimos los diversos enfoques del proceso revolucionario. 
 
 Este escritor venía de un debate ideológico en el seno del PSP en torno al tema construir el partido. De hecho, estas ideas estaban contenidas en un folleto con ese mismo título publicado en 1977 por “Ediciones Pensamiento Crítico”. Considerábamos que la prioridad del momento era construir un partido de la clase obrera. Nuestro énfasis estaba fundado en el análisis de la realidad social y económica de la época, en que el proletariado constituía el sector fundamental de la sociedad. En la zona de petroquímicas de Guayanillas-Peñuelas y Guayama, así como en Cataño, San Juan y otras urbes existían conglomerados de unidades de producción que nucleaban unos doscientos mil obreros industriales. 
 
 En 1978 vimos como esencial trabajar la idea del partido de los trabajadores entre las diversas organizaciones cuyo énfasis se ponía en este aspecto. La formación de una organización armada, per se, no podía ser el vórtice de los planteamientos del momento. En este tema, por supuesto, tuvimos diferencias con Filiberto, quien creía que el énfasis de la lucha debía ser la independencia de Puerto Rico. 
 
 Sostuve y sostengo que la lucha por la independencia no puede estar separada de la lucha por el socialismo. Entiendo que es el socialismo lo que contesta la pregunta para qué la independencia. Y más aún, los trabajadores, que es decir la mayoría del pueblo, tienen contradicciones antagónicas con el capitalismo extranjero que domina nuestra economía y saquea las riquezas del país. Se reconocen, por supuesto, los cambios de énfasis necesarios en los ciclos históricos, pues la sola lucha de liberación nacional en la colonia es parte del accionar revolucionario. 
 
 La estrategia para la revolución puertorriqueña ha de montarse en las respuestas a los problemas sociales acuciantes, presentes ayer y hoy en nuestra realidad nacional. Y en el proceso, y esta es una de las ideas que siempre sostuvo Filiberto, no se puede descartar ninguna forma de lucha, todas juegan su papel, en unos momentos unas son más importantes, en otros momentos lo son otras. 
 
 Pero la lucha armada requiere dirección política en todo momento y debe corresponder siempre, no a veces, a la lucha de masas. Además, ha de tener la capacidad para respuestas rápidas, inmediatas, en apoyo de la lucha legal, para fortalecerla. 
 
 En los años setenta organizaciones armadas apoyaron de manera decisiva huelgas obreras y movimientos de rescate de tierras y contribuyeron al triunfo de éstas. Así ocurrió con las huelgas de General Electric en 1969-70, del periódico El Mundo en 1972, la Telefónica, Autoridad de Energía Eléctrica y otros conflictos importantes. La caída de las luchas sindicales, a fines de los mismos años setenta, declive que ha seguido hasta hoy en día, coincidió con la falta de apoyo de las organizaciones armadas. 
 
 Ese vínculo con la lucha legal de masas es lo que le dará legitimidad a la lucha armada, pues se convertirá en lucha armada de las masas en sus reclamos cotidianos al capital. La unidad en la acción en el largo plazo llevará a la unidad orgánica para la dirección certera de las masas en los momentos coyunturales. En otros términos, apoyo armado táctico en preparación para la acción revolucionaria estratégica. 
 
 El cariz de la época era de una violencia que aún no se ha aquilatado de forma adecuada. Fueron los tiempos de persecuciones y represión brutal y abierta, como las muertes de dos jóvenes incautos en el Cerro Maravilla, años de las operaciones armadas de la banda de Alejo Maldonado, bombas contra locales independentistas y hasta contra instituciones liberales, como lo fueron la revista Avance y la librería La Tertulia. Los terroristas de derecha llegaron al extremo de bombardear un centro de educación infantil. 
 
 También fueron años de acciones armadas de izquierda de las que no se habla mucho. 
 
 En enero de 1976 el jefe de la policía Astol Calero quiso hacer llegar un mensaje a la dirección del PSP. Para ello envió al coronel Meliá, un oficial que cultivó buenas relaciones con nosotros. Se trataba de una información originada en el FBI en Washington. Se nos informaba que un grupo de exiliados cubanos de derecha planeaba un atentado contra Juan Mari Brás. La información ya la habíamos recibido por otros medios, por lo que las medidas de seguridad habían sido reforzadas. El 24 de marzo, al no tener los cojones de atacar al comando que protegía a Mari Brás, asesinaron a nuestro compañero Chagui, el hijo mayor del secretario general. Fue un acto de cobardía inaudita. 
 
 A fines de ese mismo año de 1976 fue ejecutado en San Juan un terrorista cubano de nombre Aldo Vera Serafín, conocido por sus excesos aun dentro de la misma derecha cubana. Este sujeto, experto en explosivos, había sido un combatiente del Movimiento 26 de julio y llegó a ocupar el cargo de alcalde de La Habana al triunfo de la revolución, hasta que la traicionó y huyó del país. Fue uno de los ejecutores del golpe de estado en Chile en 1973 y fabricó la bomba que le costó la vida años más tarde a decenas de atletas cubanos que viajaban en Cubana de Aviación. ¿Qué hacía en Puerto Rico el mismo año en que asesinaron a Chagui? Es un dato que no ha sido esclarecido.
 
 Cada día el capitalismo comete un acto de violencia contra el pueblo. Se adueña del sueño y las esperanzas del trabajador cuando ejecuta la hipoteca de la casa en que vive con su familia, producto de los ahorros de toda una vida. Esto ocurre contra miles de hogares, y lo horrible es que está entrando en la cotidianidad de nuestra vida social. 
 
 Entre algunos hay un hálito de indignación frente a este acto de violencia como lo es la ejecución bancaria. También cuando se da marcha atrás a las conquistas alcanzadas tras un siglo de luchas proletarias, desmantelamiento de la legislación laboral impuesto por el neoliberalismo que ha llevado a la desocupación y al desamparo a tantos miles para el enriquecimiento de tan pocos. 900,000 puertorriqueños en extrema pobreza, informa el Nuevo Día esta misma semana. 
 
 La realidad puertorriqueña de hoy apunta hacia el próximo surgimiento en años venideros de una situación revolucionaria. Es decir, en palabras de Lenin, cuando el sistema ya no se puede tener en pie. Hay que estar preparados organizativamente para afrontar ese momento histórico. Tales condiciones se han dado en el pasado, pero se han disuelto en soluciones reformistas. Los levantamientos populares, que pueden ser manifestaciones espontáneas de las masas indignadas ante los desmanes del capitalismo, para conjurarse en favor de los intereses del pueblo y convertirse en revolución, requieren de organización. Es decir, de medidas concretas que marcan el paso a una insurrección popular.
 
 1. Que los líderes y sus organizaciones se hayan ganado, a lo largo de los años, el respeto y el reconocimiento del pueblo;
 
 2. Que esos movimientos tengan las estructuras organizativas apropiadas, líneas de mando y comunicaciones internas seguras y eficientes;
 
 3. Una infraestructura en todas las localidades capaces de proteger a las masas de la feroz resistencia de los defensores del capital;
 
 4. Cuadros revolucionarios en el interior de las fuerzas que podrían ser movilizadas (la policía y la guardia nacional), capaces de virar la tortilla en favor del pueblo, pues los policías y los guardias nacionales son hijos de éste;
 
 5. El poder de respuesta suficiente para enfrentar la acción de las fuerzas enemigas, incluyendo nuestra presencia al interior de estas fuerzas del capital;
 
 6. Una movilización directa contra nuestro pueblo de parte de las fuerzas armadas de los Estados Unidos conllevaría un conflicto internacional de graves proporciones, hay que tener activos los contactos en diversos países y en la ONU para las denuncias correspondientes y vencerlos en el plano diplomático.
 
 Ha de evitarse que se convierta la revolución en un asunto policíaco, como ocurrió en el pasado. 
 La mejor novela escrita en español en cuatrocientos años, Cien años de soledad, comienza con esta oración:
 
 Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar la tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
 
 El lector se queda pensando que el jefe militar morirá fusilado, y no es sino a la mitad de la novela que se da cuenta que no es así, y que, por el contrario, el mencionado pelotón de fusilamiento se le unió en el inicio de una nueva guerra contra los conservadores. Filiberto no tuvo la suerte del coronel de la novela de Gabriel García Márquez, porque el pelotón de fusilamiento que le tocó a nuestro Comandante no era de paisanos, como el de la novela, sino de estadounidenses que tenían el claro objetivo de asesinarle. Los jefes yanquis no podían confiar en puertorriqueños, tenían que hacerlo ellos mismos. Este es un punto clave: jamás debe soslayarse el factor nacional en la lucha social. El nacionalismo, en una colonia (aprendamos de Ho Chi Ming), es parte ineludible de la lucha social.
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 * Ponencia a ser presentada por Ángel M. Agosto en la UPR Mayagüez el 24 de septiembre de 2015, evento titulado "A diez años del 23 de septiembre: presente y futuro de las luchas por la independencia de Puerto Rico".