La recurrencia guerrillera y la generación Aguas Blancas Jorge Lofredo
Cuando Carlos Montemayor explicó su hipótesis de recurrencia guerrillera no lo pensó simplemente como un fenómeno de intermitencia –que acaba siendo una primera lectura– sino que, por el contrario, estableció sin lugar a dudas la importancia de examinar en forma microscópica la continuidad de las corrientes políticas y radicales subterráneas mexicanas junto a sus constantes metamorfosis en nuevas instancias. (véase La guerrilla recurrente, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1999.)
Por supuesto que implícitamente subyace una idea de la historia que no es estática porque no se trata de una sucesión infinita de imágenes congeladas sino de movimientos impredecibles, uno tras otro, que se concatenan y contradicen, se juntan y separan, algunos se presentan como originales en tanto que otros meras repeticiones; una dinámica, pues, constante y que nunca se detiene. Este argumento de recurrencia es, pues, la base concreta y punto de contacto entre una y otra época.
Más aún, la importancia de aquel enunciado se pone de manifiesto cuando es posible considerarlo como sustento de otro en forma correlativa, que refiere a la idea de “nueva generación” de guerrilleros, quienes son los que hoy componen el escenario actual de grupos clandestinos armados. Por lo tanto, esta recurrencia refiere tanto a un tiempo político como a una etapa histórica. Imposible pensar uno sin la otra en lo que refiere a descifrar el desarrollo de estas organizaciones.
Son varios los argumentos esgrimidos que intentan explicar dos cuestiones básicas en esta materia: por un lado, la trayectoria del Partido Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo, quien luego unirá fuerzas con el Partido de los Pobres (PROCUP-PdlP) y, por el otro y más vigente aún, la conformación del Partido Democrático Popular Revolucionario y su expresión militar, el Ejército Popular Revolucionario (PDPR-EPR). A pesar de las interpretaciones ofrecidas por sus protagonistas estas dos cuestiones todavía presentan demasiadas lagunas para esbozar una historia correspondiente.
Los propios integrantes del PDPR-EPR original –en referencia a la organización que irrumpió en el acto luctuoso de Aguas Blancas el 28 junio de 1996– sostienen distintas versiones sobre la integración de esta organización y aún cuando existe un consenso primario en cuanto al papel que ocupó el PROCUP-PdlP en dicho proceso, omiten profundizar en el desarrollo de ese grupo en la décadas de los ochenta y noventa, incluso sobre la leyenda negra. Este punto es fundamental para poder establecer una línea de continuidad temporal y política entre una y otra etapa pero no alcanza con el posicionamiento político de alguna de las partes para conocer esta historia. Mientras tanto se avanza hacia un camino sin salida porque conocer la historia del PROCUP-PdlP ayudaría a desentrañar la historia actual del PDPR-EPR.
Adentrarse en la materia resulta una tarea compleja, pero bien vale el intento ¬–al menos eso– para considerar que el ingreso de una nueva generación de militantes políticos y cuadros militares en la organización permitió la construcción de una organización diferente, tal como hoy se la conoce. Nuevas experiencias y formas distintas de entender el mundo y la vida constituye una puerta de ingreso, aunque sólo eso, para explicar y entender lo que hoy sucede en la clandestinidad mexicana. La necesidad de apertura e ingreso a una corriente de hombres y mujeres a las filas de grupos radicales puede alcanzar para explicar en parte, y sólo en parte, que los tiempos políticos se aceleraron en 1994, pero más aún en 1995 con la matanza en el vado guerrerense.
La idea de recurrencia guerrillera que se mencionó al principio contiene todas estas aristas. Esta nueva generación demostró que el proyecto no estaba acabado, como lo explica Montemayor en su texto cuando señala que tanto el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el EPR existen gracias a la supervivencia de algunos núcleos guerrilleros de décadas pasadas que optaron por resguardarse y reagruparse bajo otras y diferentes consignas. El silencio en el que se mantuvieron y cobijaron demostró su efectividad antes que si hubiesen continuado en combate y aún cuando esta determinación puede ser plausible de discusión, el argumento a destacar reside en que volvieron a sumergirse en la profundidad del secreto para resurgir con nuevas formas.
Por ello es que la aparición de los zapatistas en Chiapas y la masacre de Aguas Blancas resultaron los puntos más álgidos –aunque de ninguna manera los únicos– para esta nueva amalgama de cuadros políticos y políticos-militares, que encuentra su epicentro en Guerrero. Y aún cuando a ello le continuó el proceso de rupturas, no hace más que volver a reforzar la misma cuestión inicial: estas nuevas generaciones siguieron abrazando la idea de la construcción de una organización revolucionaria, aunque ahora por distintos caminos y a pesar de las salidas del tronco original, que hubo de establecerse en sus comienzos la necesidad de unidad de todos los revolucionarios.
Las rupturas del seno del eperrismo siempre han sido tratadas como un signo inequívoco de debilitamiento de este sector; sin embargo, la nueva generación de guerrilleros también podría comenzar a explicar una nueva generación de organizaciones clandestinas, signadas por un debate interno en cuanto a democratización de sus estructuras o bien como un factor determinante en cuanto a trazar rumbos en el camino del hito que estos grupos sostienen. Puntualmente es el caso de la sacralización de la Revolución (como único medio posible y necesario para el cambio social) en México. Esto explica, por un lado, que no existe una sola visión de ella pero además que tampoco existe un único camino para sus objetivos, e implicaría, además, que los grupos eperristas sostienen distintos idearios y formas de actuación, cuestión que aún no está debidamente aclarada por parte de sus miembros y direcciones políticas. Para tal caso restará esperar sus próximos pasos y movimientos, que explicarán antes con actitudes y hechos que con palabras y declamaciones cuáles son sus objetivos.
No sólo como puente entre una y otra etapa sino como historia ininterrumpida, la guerrilla ha reaparecido en cada momento de la vida contemporánea mexicana. Y fue Carlos Montemayor el precursor de esta idea fundamental.
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En la página del Centro de Documentación de los Movimientos Armados (CeDeMA) han sido tratados estos temas en el libro recientemente publicado: La generación Aguas Blancas. Organizaciones armadas clandestinas mexicanas. Cuenta con el prólogo de Gilberto López y Rivas, miembro de la Comisión de Mediación entre el Gobierno Nacional y el PDPR-EPR y consta de una docena de entrevistas a las distintas organizaciones eperristas, junto con otros aportes del autor. Se ofrece como una visión global de este movimiento y sin edición, con el objetivo de que cada lector interesado cuente con un material de primera mano y pueda alcanzar sus propias conclusiones. El libro es de acceso libre, gratuito y de fácil descarga en la siguiente dirección: http://www.cedema.org/ver.php?id=5836, o en la sección Libros del portal del CeDeMA (http://www.cedema.org).
jorge.lofredo@gmail.com http://www.cedema.org
[Publicado en El Sur, Acapulco, 11 de octubre de 2013, p. 23] http://es.calameo.com/read/000757861fab28bb982bc