Amaban al pueblo de este país con la suficiente intensidad como para ofrendar su vida por él.
Danilo y Fernando, dos destacados comandantes del Frente Antonio Nariño de las FARC-EP, llegaron en las primeras horas de la mañana del domingo 23 de octubre, a una casa solitaria ubicada en la punta de una trocha que sube desde la vereda Santa Lucía, en los límites entre Fusagasugá y Arbeláez en Cundinamarca. Vestían ropas de civil y estaban armados apenas con pistolas. Los acompañaba otro guerrillero del Frente, vestido y armado como ellos. El sitio ya había sido utilizado en otras oportunidades, quizás muchas, como se vería después, para realizar entrevistas con personas que venían a hablar algún asunto con la guerrilla.
La región está sembrada de cafetales y es densamente poblada. Las distancias entre una y otra casa son muy cortas. Ese día se conmemoraba la fiesta del campesino en Santa Lucía, razón por la cual muchos de los habitantes habían bajado hasta la Escuela, al bazar que se celebraba con ese motivo. La Policía de Fusagasugá hacía presencia allí con aspecto de rutina. Hasta la casa que Danilo usaba como oficina habría una media hora de distancia, pero, de acuerdo con las exploraciones adelantadas, todo estaba bajo control.
A eso de las ocho de la mañana, Danilo despachó las primeras personas que lo visitaron y se dispuso a atender otras que habían llegado unos minutos antes a buscarlo. Estaba de pie, con Fernando, del lado de atrás de la casa, dialogando con ellas, cuando sonaron varios disparos de fusil. Fernando cayó herido al suelo y Danilo recibió un tiro en uno de sus brazos. El otro guerrillero acudió en su ayuda y logró auxiliar a Danilo, sacándolo unos doscientos metros, en dirección contraria a la de procedencia de los disparos. Entonces intentó regresar por Fernando. Era tarde, la Policía ya estaba en la casa y había procedido a rematarlo.
Varios helicópteros sobrevolaron el lugar y por la trocha ascendieron camiones repletos de tropa. Dos de los visitantes lograron huir tras los primeros disparos. El guerrillero ya no tuvo oportunidad de volver por su Jefe y se replegó por entre los cafetales. Danilo llegó malherido a una vivienda próxima en la que se hallaban solas una mujer y una niña. Les pidió ayuda. La aterrada mujer intentó curarle como pudo la herida. En eso estaba cuando llegaron los comandos de la Policía. Tras insultarla, la echaron fuera de la casa con la niña. Desde afuera, agazapadas en la maleza, ellas oían la golpiza que le propinaban al herido. Algunos policías con radios en la mano salían y volvían a entrar a la vivienda.
Una hora después llegó hasta el lugar una camioneta de la Policía. De ella descendió con varios uniformados un hombre con la cabeza cubierta por una capucha. Los policías lo condujeron hasta la vivienda. Tras permanecer unos instantes dentro, volvió a salir. Unos segundos después sonó la ráfaga de fusil. Danilo había sido reconocido por el informante y los hombres del general Castro cumplieron con su trabajo. De los tiros disparados por la Policía inicialmente, resultó muerto un civil que recién había llegado al lugar. También él sería reportado como guerrillero dado de baja en combate.
Después se podría constatar que el comando de fuerzas especiales de la Policía, luego de haber penetrado en forma furtiva desde dos días antes, permaneció oculto en un cafetal cercano hasta cuando salió a cumplir con las ejecuciones. Para asegurar el resultado tenían una operación montada en coordinación con tropas de la 13 Brigada, que se pusieron en movimiento acordonando la zona en cuanto recibieron la señal. Está claro que jamás hubo un combate, los francotiradores de la Policía, más bien malos por cierto, cumplieron a medias con su labor. En los fusilamientos a quemarropa, en cambio, es fácil ver la mano de la Sijín. Su profesionalismo en matar gente indefensa es bien conocido en Colombia.
Estamos perfectamente claros de que la denuncia de estos hechos no tendrá ninguna consecuencia punible para sus autores. De hecho el aparato judicial existente en nuestro país no nos merece credibilidad como para esperar una investigación oficiosa e imparcial. Si estamos alzados en armas es precisamente buscando la aplicación de verdadera justicia. Además, no es la primera vez que ocurre algo así. Las fuerzas militares colombianas, la policía, los organismos de seguridad y sus grupos paramilitares cuentan con patente de corso para realizar toda clase de crímenes. La historia reciente de nuestra nación aporta suficientes pruebas al respecto.
Generales y coroneles envalentonados ante los medios de comunicación, lanzando las más groseras sindicaciones a fin de justificar el repudiable accionar de sus hombres, reflejan en justa medida el contenido real de la política de seguridad democrática del Presidente Uribe, quien, a propósito, visitó Fusagasuga el día anterior a los hechos. No hay que ser mago para adivinar de dónde provinieron las órdenes de ejecución. Para lograr la reelección hay que mostrar cadáveres de guerrilleros, de ser posible, de comandantes, así haya que darles el grado después de ejecutarlos. Los medios, como siempre, arrodillados ante el magnánimo Mesías, confieren la máxima difusión a sus versiones.
Danilo y Fernando eran dos revolucionarios íntegros. Hombres que amaban al pueblo de este país con la suficiente intensidad como para ofrendar su vida por él. Murieron trabajando por el sueño del Libertador Simón Bolívar, construir una patria grande, soberana, justa, democrática y en paz. Ya ocupan un merecido lugar en altar de los héroes de la lucha popular. Los rastreros informes con los que la llamada inteligencia militar buscó presentarlos ante la prensa como vulgares delincuentes, en nada afectan su entereza humana, su nobleza, su valor, la justeza de su causa. Cayeron como el Che, una mañana de Octubre, cobardemente asesinados.
Los dos sabían a lo que se enfrentaban cuando se alzaron en armas. Fueron muchos años de militancia en las FARC-EP, en donde cumplieron centenares de misiones con éxito. Poseían un importante bagaje ideológico y político que les fue muy útil para ganar la conciencia y los sentimientos de la gente sencilla del campo y la ciudad con la que trabajaron sin cansancio hasta su muerte. En sus últimos días habían hecho llegar al Comando del Frente sendos artículos para que fueran publicados en la página web. De manera póstuma los incorporamos a esta, a la manera de un sentido homenaje en su memoria. Así pensaban, en esto creían, por esto luchaban, por eso los fusilaron.