Una accion guerrillera y mismo un conjunto de lucha armada no constituyen por si mismas un proceso político liberador en el sentido del cambio revolucionario de la sociedad y del Estado.
El contenido revolucionario de una accion política o militar esta determinado por su objetivo estratégico cuya esencia esta determinada por un conjunto de factores ideológicos, políticos y de organización.
Desde mayo de 1980 hasta casi mediados de la década del 90 la guerrilla maoísta fue sin duda alguna una esperanza de cambio revolucionario en Perú. Las masas pobres lo asumieron así y valerosamente lucharon a su lado. En esa guerra el pueblo entregó su sangre y sacrificio, y entre campesinos, obreros, estudiantes, pobladores, y otros al final del conflicto armado quedaron más de 60 mil muertos en el camino. Etapa histórica que queda como legado extraordinario para el pueblo peruano y su futura revolución. ¿Qué truncó este camino?. En octubre de 1993 Abimael Guzmán y la mayor parte del Comité Central del Partido Comunista del Perú (PCP) desde las prisiones cambiaron de línea política y se convirtieron en colaboradores del régimen de Fujimori y Montesinos. Convocaron a dejar sin efecto la lucha armada. Esta traición, causa fundamental de la derrota de la revolución, vino envuelta en las llamadas “cartas de paz” redactadas y sustentadas en la aplicación del “pensamiento Gonzalo”, que a decir del propio Guzmán es la expresión “creadora del marxismo-leninismo-maoísmo a las condiciones concretas de la realidad peruana”. De esta manera lo que sirvió para iniciar y desarrollar la revolución resultó útil para llevar a la bancarrota este mismo proceso.
¿Qué queda de esa etapa histórica?, y ¿cuál es la situación actual del Partido Comunista del Perú (PCP)?.
Lo que queda después de la derrota de la guerra popular, es un supuesto Partido Comunista que no es otra cosa que la caricatura de aquel partido que inicio la lucha armada en mayo de 1980. Sus retazos no actúan como fracciones sino más bien como restos de un proceso político quebrado por la desastrosa derrota. Aquí no hubo, como decía Lenin, repliegue organizado en la derrota, sino desbande político sin ninguna perspectiva de reorganizarse para la futura lucha. Sus representantes no se expresan como partido aparte con sus propias aspiraciones políticas y programas, sino que suscriben, directivas heredadas cuando aún Gonzalo no había sido capturado. No actúan como grupos antagónicos, y sus puntos de referencia ideológica provienen de la fidelidad al pensamiento Gonzalo que asumen sin críticas ni reservas. Siguen considerando a Guzmán el legitimo “jefe del PCP y la revolución”. Suscriben que Gonzalo sigue siendo la “jefatura estratégica y decisiva del PCP”, y que como dicen ellos, “el doctor Abimael Guzmán Reynoso, sigue siendo nuestro jefe”. Unos y otros, toman a Gonzalo como el espíritu santo, que sin pecados concebidos, se encuentra al margen de las debilidades humanas y menos de la traición y la capitulación.
El grupo principal lo constituye aquel que se vincula directamente a las “cartas de paz”. Este aglutina en su seno a la casi totalidad de altos y medianos dirigentes, así como militantes de base que en las prisiones capitularon (muchos de ellos colaboraron con el Servicio de Inteligencia Nacional). En este grupo están integrados los miembros del Comité Central del PCP que con Gonzalo a la cabeza desde las prisiones, continúan dictando órdenes partidarias dirigidas a propiciar el arrepentimiento político y la insertacion en el terreno de la legalidad burguesa. Su derrotero político no ha variado en nada desde la época de Fujimori, y sigue actuando en base a los postulados del documento “Asumir y Combatir por la Nueva Gran Decisión y Definición” (redactado en 1993 por Gonzalo) cuyos lineamientos políticos constituyen la negación de las tesis revolucionarias que plasmaron cerca de 20 años de lucha armada en Perú. Su trabajo actual es urbano y restringido a la capital. Su funcionamiento es legal y esta dirigido a seguir vendiendo su pomada en torno a “buscar una salida pacifica y negociada a los problema de la guerra”. A nivel internacional este grupo es parte de los “partidos” que integran lo que se conoce como Movimiento Revolucionario Internacionalista (MRI), con sede en los Estados Unidos y Londres.
Otro grupo actúa en la región del Alto Huallaga, y está liderado por el denominado “Artemio”, devenido en una especie de vedette de la televisión, la radio y la prensa escrita. Realiza acciones armadas focalizadas en la región selvática sin ninguna perspectiva de poder popular, y se declara defensor de los cultivadores de coca en la selva. El objetivo político de este grupo no es la revolución sino más bien la componenda política con los actuales representantes del Estado peruano y el ejercito. Hasta antes del año 2000, cuando aun gobernaba Fujimori, sus acciones guerrilleras tuvieron la sospecha de efectuarse en complicidad con los planes militares de Vladimiro Montesinos y del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN). El propósito de este grupo, que se denomina “marxista-leninista-maoísta, principalmente maoísta”, es insertarse en el sistema político del Perú. Artemio, que se presenta ahora como jefe del Comité Regional del Huallaga del PCP, no ha dejado de repetir públicamente que su lucha armada tiene como objetivo lograr una “solución política y negociación global a los problemas derivados de la guerra interna”, que en otras palabras significan servir al gobierno de Toledo como antes lo hicieron con el gobierno de Fujimori. Las reivindicaciones políticas de este personaje no son diferentes a los del grupo de las cartas de paz. Artemio ha señalado a la revista Caretas (agosto 2005) “nosotros emprendimos las acciones armadas con el objetivo de exigir al gobierno y al Estado una salida política negociada. Hoy estamos conduciendo las acciones en ese mismo sentido, exigiendo solución política del conjunto de problemas derivados del de la guerra”.
Existe un grupo menor que la prensa peruana denomina “proseguir” (en relación a su decisión de seguir en la vía de las acciones armadas). Este grupo, según las informaciones oficiales, estaría dirigido por el camarada “Alipio”, y su radio de accion se refiere a la región de la selva central, principalmente en el río Ene. La posición política del grupo proseguir difiere al del grupo de las “cartas de paz” y de “Artemio”. Rechazan la colaboración con el Estado y se declaran contra la capitulación y traición, pero extrañamente siguen considerando a Gonzalo “jefe del Partido y la revolución”. Niegan ciegamente que Abimael Guzmán sea el autor de las “cartas de paz”, y de la traición cometida contra la revolución. No se les conoce ningún documento programático o de análisis actual de la realidad peruana. Sus comunicados son repetitivas consignas delirantes, cuyo contenido son reproducción textual de lo escrito y dicho por Gonzalo antes de 1992, y que demuestra que este grupo, quizás sincero en su actividad política, no ha comprendido ni de lejos el verdadero problema en la revolución peruana.
Las acciones guerrilleras, tanto las de “Artemio” o aquellos del grupo “proseguir”, (sin rumbo ni dirección), antes de ser un estimulo para la lucha del pueblo, sirven para desconcertar las posibilidades de reagrupar fuerzas populares y en mejores condiciones volver a la verdadera lucha revolucionaria bajo la dirección de una sólida organización política. Las masas populares, traicionadas por los dirigentes maoístas en 1993, con justa razón desconfían de estos guerrilleros, y ven en estas acciones no una posibilidad de liberación, sino más bien una artimaña de los servicios secretos para seguir controlando militarmente el Estado bajo la mascarada de la senderización de la sociedad. Casualidad o relación directa, pero la verdad es que las supuestas “ofensivas guerrilleras” sirven más a la reacción que a la revolución. Por ejemplo, en base a las acciones guerrilleras de “Artemio” de meses pasados, el fujimorismo ha reeditado en gran forma sus anteriores campañas electorales expresadas en pintas en las calles de Lima donde se anota, “Fujimori sí, terrorismo no”. Pero no es solo el fujimorismo el que busca ganancias de esta situación de guerra popular ficticia. Las fuerzas militares que durante diez años de fujimorismo se involucraron en brutales crímenes y espectaculares robos al Estado no se han hecho esperar para lograr dividendos de esta situación. Bajo este propósito, un congresista (Luis Iberico) acaba de proponer en el parlamento “una amnistía selectiva” para 638 oficiales del ejercito acusados penalmente por crímenes y violaciones de los derechos humanos. Esta amnistía, según el parlamentario esta dirigida a “fortalecer la moral de las Fuerzas Armadas para que puedan enfrentarse sin temor al terrorismo”. En la misma dirección, el diario La Razón (Lima), de filiación fujimorista, se ha convertido en el medio más entusiasta para editar en primera plana cualquier murmullo de bala guerrillera. Incluso, para dar credibilidad a supuesta propaganda en torno al “avance senderista” ha publicitado “declaraciones” de una organizaciones inexistente y fantasmal que edita en Suecia una marginal página web.
La base ideológica de la traición.
La derrota de la guerra popular, no tuvo sus causas principales en la superioridad del enemigo, sino más bien a la debilidad ideológica política de sus altos dirigentes. Cuando el Comité Central del PCP, incluido el presidente Gonzalo, se pasaron a la orilla de los enemigos de la revolución, la guerrilla maoísta realizaba cerca de 400 acciones militares por mes y mantenía en jaque a las fuerzas represivas del Estado, que sumados militares, policías, paramilitares y grupos de defensa civil, ronda y otros en manos del ejercito, pasaban de 500 mil miembros activos. En esa etapa de intensa lucha social, se expandieron los comités populares (abiertos y clandestinos) y se multiplicaban por todo el país las bases de apoyo a la revolución. El proceso armado era el epicentro de la lucha de clases y determinaba la vida política del país.
Este problema tiene sus raíces en profundos problemas ideológicos cuyos elementos no hay que buscarlos fuera del partido sino más bien en su interior, y particularmente en el pensamiento Gonzalo que ha servido para la guerra y para la traición. El factor policial represivo pudo ser un ingrediente de importancia, pero no el determínate en la forma de actuar de los dirigentes de este partido. El culto bíblico al jefe y el manejo unipersonal de la organización partidaria, son algunas de las pistas que hay que seguir para llegar al fondo de este problema. En ninguna parte del mundo se puede concebir un partido revolucionario que lo maneje una solo persona y menos desde la prisión como ha sido el caso del PCP. En la guerra revolucionaria, los partidos tienen una estructura de conjunto que los hace invencibles frente a la reacción. Cada militante, cada cuadro y cada jefe hacen un conjunto de dirección. Ningún partido revolucionario, y menos cuando se considera marxista, puede exigir a su militancia juramento y “sujeción plena e incondicional” al jefe del Partido, como ha sido la experiencia del PCP. Los militantes, junto con respetar a los cuadros y jefes mas destacados, expresan su fidelidad revolucionaria al programa, la línea política, y a cada una de las instancias orgánicas de dirección. Se excluye el manejo personal y cualquier tipo de adoración caudillista propio de las organizaciones políticas de la burguesía.
Cualquier grupo político que en Perú pretenda tomar como punto de partida los años victoriosos de la guerra popular (1980-1993) esta obligado a ser veraz con los hechos y explicar con coherencia política las causas y factores ideológicos-políticos en torno a la conducta de Gonzalo y del Comité Central. Tiene que explicar, partiendo de la ideología, cual ha sido el fenómeno para que altos dirigentes se conviertan en payasos, trásfugas, delatores y pobres diablos. Un ejemplo de este problema es “Feliciano”, el más alto responsable militar del partido es ahora un personaje que reniega no solo de sus antiguas convicciones sino que ruega públicamente a las autoridades para colaborar en la pacificación del país. En todo fenómeno social hay una causa efecto, y los problemas más abominables no surgen y aparecen de la nada. Se ligan a la conciencia de clase, a la visión del socialismo, a la formación política en general, a la experiencia, y también a factores de carácter material. El interés de esta reflexión puede presentarse bajo diversos aspectos, pero en lo sustancial tiene que abordar con rigor el aspecto ideológico en el PCP. Hay que escudriñar con lupa todo el recorrido que ha hecho Gonzalo y el PCP desde 1964 hasta 1993. Nada puede quedar sin análisis y es preferible someter a critica todo el andamiaje ideológico, político y de organización que precedió a las “cartas de paz” de 1993.
Tomar las cosas como si nada hubiera pasado en el seno del Partido Comunista ni en el proceso armado es una distorsión de la realidad. Es una forma cómplice de encubrir la traición y la desviación marxista del proceso. Es un estilo conciliador con los responsables de la derrota del proceso armado. El grave daño causado al proceso social peruano, cuyas principales victimas han sido los verdaderos comunistas y las masas que lucharon a su lado, tiene responsables directos y con estos no se puede hacer ninguna concesión y menos conciliar con ellos. Los traidores ya no son parte del pueblo y cualquier iniciativa revolucionaria tiene que luchar contra ellos. De otro lado, no buscar la verdad de las cosas y decirlas como ellas han sucedido, resulta grave en tanto toma como idiotas a las masas, y sobre todo niega las tareas políticas del momento actual, principalmente aquella que tiene que ver con el aspecto ideológico y la reconstitución de la organización revolucionaria.
Si hasta antes del 2000, cuando aun estaba en el gobierno Fujmori, con justa razón se podía mantener serias sospechas que en las cartas de paz nada tenia que ver Gonzalo. Incluso era correcto referirse en calidad de hipótesis a montajes, patrañas y suplantación de los dirigentes maoístas prisioneros. Esa situación cambió sustancialmente cuando Fujimori en el 2000 abandonó el gobierno y salio huyendo del Perú. Documentos secretos, testimonios directos y otras pruebas salieron a la luz y aclaró una situación que se había manejado desde el 93 espectacularmente en base a mentiras y a medias verdades. El mismo presidente Gonzalo, de cara a los jueces que lo juzgan y frente a 254 periodistas nacionales y extranjeros, confirmó el 5 de noviembre del 2004 su protagonismo en la capitulación y traición de la lucha armada. En dicho evento, el primer acto de Gonzalo no fue para llamar a la continuación de la lucha armada, como lo hizo en 1992 (primera presentación publica) sino para abrazar efusivamente a cada uno de los miembros del Comité Central que como él fueron los responsables de las “cartas de paz” y del texto denominado: “luchar por la Solución Política a los problemas derivados de la guerra” y concluir el conflicto interno sin vencedores ni vencidos”.
Las fantasías en torno a que la guerra popular “avanza inconteniblemente”, o que la “reacción tiembla” con las actuales acciones armadas, no pasa de ser fuegos artificiales que la reacción utilizada para camuflar la grave crisis política del país, cuya expresión mas notoria es el carnaval electoral en cuyo terreno la disputa es abierta entre rufianes, delincuentes y criminales. Hasta el partido político de Fujimori pelea nuevamente el sillón presidencial. Pero estas consignas extravagantes encubre también el oportunismo de sus mentores cuyo propósito es tapar con un dedo el descalabro sufrido por el PCP y la deriva ideológica en la que se encuentra esta organización. No hacer la distinción entre la situación política de antes de 1993 y la coyuntura actual, no solo es un error, sino que en si constituye una prueba fehaciente de que los que ahora se reclaman herederos de la revolución peruana son apenas retazos de un proceso traicionado y golpeado hasta la derrota.