7 de Septiembre: Relato de un combatiente

RELATO DE UN COMBATIENTE

En la intención de entregar la mayor cantidad de antecedentes de cómo y en que condiciones se desarrollo la Operación Patria Nueva (Siglo XX), rescatamos desde nuestros archivos el relato detallado de esta experiencia por parte de uno de sus participantes, Victor Díaz Caro, quien desde prisión envió a El Rodriguista por aquel entonces, lo que a continuación ponemos a disposición de ustedes.

Victor díaz, es hijo de uno destacado dirigente del Partido Comunista asesinado luego del Golpe (Victor Díaz padre). Se incorporó a la lucha desde muy joven y en el Frente tuvo destacada participación en distintas actividades de la organización. Luego de caer detenido por el Atentado junto a varios otros compañeros, logró su libertad en la “Gran Fuga” que se produjo desde la Cárcel Pública a principio de los años 90. Hoy se encuentra en Europa sin tener la posibilidad de ingresar al país como tantos otros hermanos luchadores que encuentran esparcidos injustamente por el mundo…

Experiencia de un gran acontecimiento

Era el 28 de Agosto de 1986. Muy de mañana me di cuenta de que lo único que tenía en ese día era un vínculo a las doce en Irarrázaval con Pedro de Valdivia. Desde hacía un tiempo que cada nuevo amanecer me traía más y más compromiso, pero siempre faltaba algo. Era una sensación premonitoria que más adelante volvería a sentir. En el fondo era sentir que algo grande se venía encima.

Mis dudas se disiparon desde el minuto 1 de las 12 horas. Cuando vi acercarse a José, no pude dejar de esbozar una inmensa sonrisa, es más, el apretón de manos dejaba ver la complicidad existente en nosotros. Cuando caminábamos por Irarrázaval al poniente, sin mediar nada, de golpe José me pregunta: "...¿Y cómo estamos para morirnos?" A lo que le contesté: "Como siempre, hasta la última si se precisa". Ahí lo noté más serio aún y me dijo: "Lo concreto y oficial: hay una misión con un 95% de no salir con vida, tú decides". Asentí con la cabeza y apuramos el paso.

En Manuel Montt con Irarrázaval nos esperaba el Comandante Ernesto, José caminó entonces tras de nosotros. Ernesto me explicó lo que significaba eso del 95 %, pero sin decir misión especifica. Y por supuesto hasta allí yo ignoraba muchas cosas. Eso que ocurría un 28 de Agosto de 1986 era el resultado de más de un año de arduo y sacrificado trabajo, ya ese día debían acuartelarse por fin los combatientes.

A las 18 horas me recogerían para ir a la casa de acuartelamiento. Tenía toda la tarde por delante y, a modo de despedida, José me había dicho: "Aprovecha de despedirte de tus seres queridos". Hasta allí yo era uno, pero debían ser más y no me equivocaba; esta misma escena y diálogo se había repetido bastantes esos últimos días de Agosto. Luego, caminando solo, mi dilema era cómo despedirme de mi mujer y de mi hijo. Llevaba más de dos años clandestino y no podía ir a la casa. Sólo sabía que mi hijo iba a un jardín infantil y que su madre continuaba estudiando. En fin, pensé en tantas cosas, quise hacer tantas otras.

Atiné solamente a recorrer y pasar lo más cerca de cada lugar donde yo pensaba que ellos estaban. No puedo negar que soñé con abrazar a mi hijo, aunque no me reconociera, así como deseaba tan intensamente entrar a un gran casino de estudiantes, pararme en la puerta y buscar y buscar con la mirada hasta encontrar los ojos más bellos del mundo, luego correr así, en cámara lenta como en las películas, abrazarnos, luego almorzar juntos, amarnos más tarde y partir. Soñando; fue así como me pasó la tarde y ya estaba puntual para ser recogido dejando los sueños allí, en una esquina de Santiago. La realidad convertida en tiranía-opresión-terror me convertía nuevamente en un combatiente más del FPMR., dispuesto a dar la vida si fuese necesario por recuperar la dignidad y la justicia.

Viajé durante un rato tapado con una frazada. José me explicó que de un momento a otro subirían más hermanos, por lo tanto, debía guardar silencio hasta que estuviéramos dentro de la casa de acuartelamiento. Fue así que ya en la casa nos encontramos nueve combas, siete hombres y dos mujeres. Allí se nos explicó que pernoctaríamos una noche y que debíamos tomar todas las medidas de seguridad que se requerían. Estas instrucciones nos las entregó Tamara junto a José. Luego que ellos se fueron, empezamos a organizar las guardias y con ello vino la curiosidad. Hicimos muchas conjeturas: desde la toma de un retén de pacos hasta el ataque a un regimiento, pero jamás se nos pasaba por la mente ajusticiar al Tirano.

La noche transcurrió tensa pero tranquila. Por la mañana del viernes 29 de agosto, cerca del mediodía, llegaron nuevamente Tamara y José. Luego de compartir con el grupo un rato, me ordenaron salir con ellos. Afuera todo era sol y mientras caminábamos se acercó un viejito que iba vendiendo ajos y le ofreció a Tamara, según él, para la buena suerte. Tamara le compró tres ajos en una bolsita. Me miró y dijo "La vamos a necesitar".

Subimos a una camioneta azul, Toyota Land Cruisser. Era grande, corredora. Santiago empezó a quedar atrás. Íbamos por el camino La Florida. José preguntó cómo había transcurrido la noche, hicimos recuerdos y reíamos con Tamara porque ellos dos se sabían poseedores del gran secreto. Hice variadas conjeturas y reían. Finalmente me explicaron la nueva misión que asumiría. Iba rumbo a otra casa en donde otro hermano me diría más detalles. Por lo pronto tendría que poner a punto los "medios" que se usarían en la misión.

Tamara luego me pidió la opinión sobre la camioneta y si yo creía poder manejarla. En realidad la Toyota era un monstruo con tracción de cuatro ruedas. Además tenía una caja de sirena policial y su velocímetro indicaba más de 200 kilómetros por hora.

Cuando pasamos el retén de Las Vizcachas, José le pidió a la "Flaca", así le decimos por cariño a Tamara, que pasáramos a tomar un refresco. La camioneta se detuvo y bajamos en un localcito al borde de la carretera que ofrecía empanadas con dos aceitunas, pan amasado y bebidas. Ya dentro, y mientras quería ubicarme en una mesa, grande fue mi sorpresa cuando vi que quien atendía era una hermana del Frente. Mirando bien reconocí a otro hermano. Recién allí intenté sonreír, pero ya estaba detrás del mostrador. En la trastienda y en un rinconcito cuatro fusiles M-l6 dispuestos con sus cargadores y, al lado de ellos, un hoyo.

Bajé, me cambié de ropa, ya que era bastante espacioso: 1,50 metros de ancho por dos de alto y tres y algo de largo. Mi sorpresa fue mayor al ver muy bien dispuestos cerca de veinte M-l6. Mirando me encontraba cuando bajó un hermano, me saludó y me dijo: "Soy Ariel, debemos poner a punto todo este armamento, limpiarlo, engrasarlo, además debemos confeccionar granadas caseras. Tenemos ocho horas”.

Nos pusimos a trabajar y limpiamos uno por uno los fusiles, revisamos una a una las balas 5.56 milímetros de los M-16, revisamos y limpiamos los cargadores. También chequeamos uno a uno los LAW, once en total, dos RPG-2 y sus proyectiles. Buscamos muestras de óxido o cualquier otra cosa anormal. Todo fue controlado, menos el dolor de cabeza que cada vez era más insoportable, debido a los gases que emanaba la gasolina, el aire era irrespirable, más aún cuando abrimos una bolsa de amongelatina y empezamos a confeccionar las granadas caseras. Para eso contábamos con quince tarros de durazno en conserva de los grandes y quince latas de salsa de tomate. A medida que abríamos los tarros de durazno, los vaciábamos en un recipiente grande. El entusiasmo por comernos alguno nos duró muy poco, ya que el dolor de cabeza crecía y crecía. Cuidadosamente fuimos llenando y sellando las latas pequeñas con amongelatina, en el centro un agujero para introducir finalmente el detonador. Estas latas ya las habíamos prefijado justo al centro de la de durazno. El espacio que quedaba se rellenó con neoprén y luego con esquirlas. Cada una pesaba cerca de un kilo. Quedaron como para voltear cualquier cosa. Aún seguíamos sin saber para que nos preparábamos.

A las 22 horas, con Ariel. lo único que queríamos era que nos cortaran la cabeza, las ganas de vomitar, el mareo, era un suplicio moverse, dar un paso era terrible. En suma, la tarea estaba cumplida: todo revisado, limpio y seco. Eso sí, nosotros intoxicados.

32 M 16 con cuatro cargadores cada uno; seis fusiles SIG con dos cargadores, cuarenta tiros; cinco sub M 25 con seis cargadores, 180 tiros; 11 lanzacohetes LAW; dos RPG 2 con dos proyectiles; 20 granadas ofensivas; 15 granadas caseras defensivas.

Se nos ordena sacar todo. Comenzamos a sacar a la superficie los bolsos en que habíamos embalado. Cerca de las 23 horas y cuando ya había una espesa niebla, llegó al local Ernesto en un vehículo. Ahí cargamos todo, pero cada uno de nosotros llevaba su M-16 preparado. En el local sólo quedaban Alex y Alicia. Antes de partir, supe todo lo que había costado mantener ese lugar y, la gran importancia que su ubicación tenía, vendríamos a entenderla algunos días después.

Al cabo de media hora aproximadamente, ya que el trayecto se vio dificultado por la espesa niebla, llegamos a la casa de La Obra 0235. Esta era una verdadera mansión: con piscina, canchas de tenis, amplios jardines, inmensos ventanales, terraza. En su estacionamiento, una Toyota azul doble cabina, otra Toyota azul grande la Land Crulsser, un Peugeot station verde con una casa rodante. Y finalmente el vehículo Datsun, de otra camioneta se escapaba una música. A pesar de ser sólo orquestada, retumbaba “lindo” en nuestras cabezas.

Rápidamente habíamos bajado los fierros y ya en cinco minutos los teníamos todos desplegados en el piso de una de las habitaciones. Rato después, fueron llegando los combatientes y pasaban por la pieza a retirar sus medios. Junto a eso, fuimos distribuidos por grupos en las restantes habitaciones. Ahí cada combatiente procedió a revisar personalmente su fusil y volvieron a ser revisadas una a una cada bala, cada pieza de los M-16. Ya siendo cerca de las tres de la madrugada y teniendo la confirmación de que todo estaba en regla, se entregaron los turnos de las guardias. Ariel y yo fuimos relevados de esa función esa noche, ya que no podíamos tenernos en pie.

Sería cerca del mediodía del sábado 30, cuando abrí los ojos tuve una agradable sensación: el dolor de cabeza y todos los malestares habían desaparecido. A mi lado, Ariel también despertaba. Sonrió y me dijo: "la media voladita que nos pegamos". El resto de los hermanos nos miraron y sonrieron. Fue lindo ese despertar. Cada Uno con su "M" en silencio, esperábamos. Nos duchamos y nos llevaron un contundente almuerzo, pero nadie quería comer.

Tamara cariñosamente nos dijo: "Niños, coman. Hay que estar fuertes. Además Lili se los preparó con mucho amor". Dicho esto, vimos aparecer a una compañera que muy sonriente nos dijo: "Yo soy la encargada de que ustedes coman bien, y si no lo hacen, la Señora aquí presente me va a regañar". Lili era la hermana que cumplía la misión de ser la empleada de la casa, y que la "Señora" (Tamara) había llevado de su propia casa para que la atendiera. Cumplía también el papel de verse cortejada por don Marcelino, algo así como un mayordomo que tenía la vivienda. Éste era un hombre sesentón que trabajaba muchos años junto a los verdaderos dueños de la casa, que se la habían arrendado a un matrimonio joven, recién llegados del extranjero. Esa era la leyenda que allí funcionaba a la perfección.

A medida que transcurrían las horas, todo el silencio se convertía en tensión. Imaginábamos muchas cosas y lo único que deseábamos era saber cuál era la misión a cumplir, cuál era el motivo para que cada uno de nosotros tuviera un fusil M-l6 en sus manos y suficiente munición como para ir a la guerra.

De pronto, cerca de las 16 horas, entraron Alex, Ernesto, Tamara, José y Omar. Inmediatamente nos pusimos de pie y formamos una escuadra. Alex se presentó diciendo: "Soy Alex y estoy al cargo de este grupo". Nos ordenó en la formación: Ariel, Javier, Darío, Alonso (que era yo) y Víctor (eso me causó sorpresa, ya que cuando dijo Víctor, instintivamente quise sacarlo de su error. Allí me di cuenta que era el hermano que estaba a mi lado). Alex prosiguió: "El comandante Ernesto nos planteará la misión". Y Ernesto nos dijo: "Hermanos, ustedes forman parte de un grupo especial de combate del FPMR con una misión encomendada por la Dirección Nacional, que recoge el justo sentir de nuestro pueblo de hacer pagar con la vida al tirano Pinochet estos largos 13 años de miseria, tortura y desaparecidos.”

Desde ese momento fue como si ya no lo escuchara. Sólo sentí un nudo en mi estómago y los ojos se me llenaron de lágrimas. Y si yo hubiese mirado hacia el resto de la formación, a mis hermanos les ocurría lo mismo. Cuando Ernesto terminó, ya sabíamos cuál era nuestra honrosa misión. El Tirano había subido y descansaba en El Melocotón. Siempre bajaba pasadas las l8 horas, sábado o domingo.

Se retiraron para entregarle la misión a los otros grupos, Alex se quedó: "Bien, hermanos, nuestra misión específica es ser el grupo de choque, es parar la comitiva del Tirano bloqueando el camino con la casa rodante, posterior al paso de los motoristas. Cruzada la casa rodante, Alex, en medio de la ruta y con su LAW desplegado, abrirá fuego sobre el primer auto de la comitiva e inmediatamente, ante cualquier resistencia, el resto de los compas: Ariel, Darío, Javier, disparan contra el auto. Ariel, a la orden de Alex, cruzará la casa rodante, en la loma estará un tirador estacionado en el mirador, allí estará Javier disfrazado de Javiera”. Todos miramos a Javier, ni una mueca, nada, todos serios.

"Estará debidamente enmascarado, ellos son una pareja que observa el paisaje. Abren fuego inmediatamente que vean a Alex con el LAW para cubrirlo. Darío estará en una pequeña altura al frente del Mirador en la ladera del cerro con su LAW también desplegado y su ‘M’ listo. Apunta también sobre el primer auto, si aún no es destruido. Alonso conduce la Toyota Land Cruisser. Luego que deja a los combatientes en el Mirador, regresa unos ochenta metros y en un terraplén que allí hay, se estaciona. Su misión, además, es interceptar al primer motorista. Debe abrir fuego siempre y cuando haya comenzado el combate principal. Si actúa a destiempo, el motorista puede alcanzar a avisar. Si es preciso que el motorista se pase, lo deja. Eso puede traernos complicaciones pero si cumplimos el objetivo principal, ya nada importará”. "Víctor estará estacionado en el terraplén. Da cuenta del segundo motorista. La distancia entre esos dos es de treinta a cuarenta metros. Resumen: los encargados de los vehículos de retirada garantizan la retaguardia del resto del grupo de choque.”

Alex hablaba tranquilo, dando una inmensa seguridad. Ya cada grupo había recibido sus misiones específicas. Con la misma seguridad José le explicó a su grupo, el Grupo de Asalto N° 1, sus misiones individuales. Tamara hizo lo mismo con su grupo, el Grupo de Asalto N° 2. En el ángulo de fuego de los dos grupos de asalto quedaban tres vehículos de la comitiva, por lo tanto llevaban seis LAW y sobre donde ellos se ubicaban, un poco más arriba, estaría Ernesto - para la Dirección Nacional, Ernesto era el Comandante Bernardo - con otro LAW.

El Grupo de remate a cargo de Omar, se encargaba del quinto vehículo, también con dos LAW y ya él también les había entregado sus misiones individuales. Ellos esperarían el paso de la comitiva en el entronque del camino a Pirque, se vendrían tras la comitiva. Luego de cumplir su misión, se retiraban volviendo, cruzando el Río Maipo y tomaban hacia Pirque. Todas las dudas fueron expuestas y recibieron las acertadas respuestas. Luego los jefes salieron a esperar la señal de que el tirano bajaba.

Las comunicaciones estaban debidamente aseguradas, contándose con información muy precisa sobre la composición de la comitiva. Sólo nos restaba esperar. Cada uno de nosotros en silencio recién comenzábamos a tomar real conciencia de la importancia de la misión a cumplir. Ariel se tendió sobre la cama, Javier se tendió en el piso alfombrado, Darío se sentó en una silla en una esquina de la pieza, Víctor apoyó su espalda en la pared y yo me senté en el piso apoyando mi espalda en la cama. Fueron algunos minutos, pero duraron mucho. Lo suficiente para que cada uno de nosotros sintiera el inmenso honor y la gran responsabilidad que teníamos en nuestras manos.

De pronto entró Alex. Todos nos pusimos de pie como por resortes y preguntamos a coro: "¿Ya viene?" Sonrió y nos ordenó a los chóferes que pusiéramos a punto los vehículos sin olvidar revisar las balizas. Fue en ese instante que nos dimos cuenta de que en ningún momento le habíamos dado importancia a la retirada. Quizá en el fondo sólo queríamos cumplir nuestro objetivo principal. Con eso, ¿qué importaba el resto? Ya a nadie le preocupaba cómo salir.

Dieron las 18.30, las 18.45 y no había señal. Especulábamos: "Hoy no vendrá, viejo hijo de puta". "Nos presienten los soldaditos". Etc., etc. Hasta que tuvimos la certeza de que no bajarían. Recién ahí bajó un poco la presión y pudimos reírnos al ver a Javier como Javiera. La música volvió a la casa y pronto hizo hambre. Cada grupo seguía en sus habitaciones y hasta ahí llegó Lili con una rica comida y con bebidas.

Mientras comíamos, nos lanzábamos algunas tallas, digamos, un tanto macabras para cualquier mortal. Salió la última cena con el "¿Seré yo, Señor?" "¿A quién le place un allegretto?". "Si quedo tirado, favor de sacarme el rimel". Se rieron de mi corbata negra y delgadita de los años cincuenta (recuerdo de mi padre). No sabían el por qué de ella y no pegaba mucho con una huincha verde olivo, recuerdo más querido aún, que no me sacaba de mi cuello. En fin, nos molestaban las yemas de los dedos, ya que sobre ellas nos habíamos puesto desde el comienzo la milagrosa "Gotita" que servía para no dejar ninguna huella.

Después de comida recibimos las indicaciones sobre las guardias. Mi turno era de dos a tres de la madrugada, así es que me acomodé para dormir. A decir verdad, traté de dormir, pero se agolpaban en mi mente millones de cosas hechas y por hacer. Comenzaron los recuerdos, los inicios en el Frente, los hermanos caídos, la ira contenida, la impotencia ante los atropellos, mi padre desaparecido, el sufrimiento de mi madre y hermanas, la angustia de tantos hijos sin su padre, los degollados, los quemados, mi amado hijo, inocente testigo de tantos sacrificios como los hijos de mis hermanos que trataban de conciliar el sueño. El amor sacrificado en aras de libertad, todos los "debo" y el arrepentimiento de no haber dicho mucho más a quien amamos, cada silencio una eternidad y con él descubrí todo el odio anidado en trece años contra un régimen oprobioso. Nunca había querido reconocer ese odio y encontré justo dejar que lo sintiera en esos momentos. Bien valía nuestras vidas el ajusticiar al Tirano y ya no importaban los miedos. Ya no le tuve miedo a los escoltas, a los elegidos del tirano. Con la fuerza y la confianza que irradiaban mis hermanos me fui quedando dormido.

A las dos fui despertado. Tomé el fusil y acomodé en una sobaquera un 38 especial que me entregó el hermano saliente de guardia. La casa estaba silenciosa. Imaginé lo que habían sentido mis hermanos que me habían precedido en la guardia. Me movía en silencio por el inmenso pasillo de la casa, de ventanal a ventanal. Sentía una gran alegría poder cuidarles el sueño a mis hermanos y por eso tenía todos mis sentidos puestos en la tarea que cumplía. Cerca de las tres de la mañana vi una luz roja que pasó en silencio por fuera de la casa. Rápidamente otra y otra. Conté cuatro o cinco. Pensé: "La comitiva". Y me contesté que no podía ser, pero mis temores se ratificaron a media mañana.

Terminado mi turno, desperté a Ariel y le comuniqué lo que había visto, previa entrega de los medios para la guardia. La levantada fue temprano. Ahí se entregó como única novedad lo que había visto cerca de las 3.00 AM. A mediodía ya sabíamos lo que había ocurrido. Esa madrugada había muerto por fin (y en ese contexto para nosotros lamentable) Jorge Alessandri y el Tirano decidió bajar a una hora desacostumbrada para asistir a los funerales. Este hecho hizo poner en práctica a nuestros jefes una variante alternativa, ya que tendríamos que esperar, para cumplir nuestra misión, el próximo fin de semana.

Por la noche de ese domingo 31 de agosto recibimos las instrucciones. El resto de la semana seríamos seminaristas en un retiro espiritual en una hostería en San Alfonso, unos pocos minutos más arriba de la residencia del tirano en El Melocotón. Evacuaríamos la casa por grupos, agachados en los vehículos, temprano en la mañana del día Lunes 1° de Septiembre. Volveríamos a Santiago por ropa deportiva acorde a un retiro espiritual y todos con una Biblia, crucifijos y póster religiosos.

Las instrucciones eran precisas: nadie debía dar ningún indicio de la misión planteada. Cada combatiente sabía la responsabilidad que tenía y la confianza que nuestra Dirección Nacional depositaba en nosotros. Nadie caería en infantilismos y eso estaba demostrado. A lo largo de más de tres meses de preparación la madurez combativa había quedado demostrada, la cohesión de los grupos de asalto y de remate se había probado, sin cometer jamás ningún error, en toda su preparación política y militar.

Debíamos concentrarnos a las 19 horas en el paradero de los buses al Cajón del Maipo, en una de las entradas del Parque O'Higgins. Y toda esa confianza y responsabilidad quedó demostrada cuando puntualmente todos los y las combatientes nos reunimos, cada uno con su Biblia y bolso, en ese paradero. José y Omar nos esperaban. De allí en adelante éramos seminaristas de Schünstadt que íbamos a un retiro espiritual en San Alfonso.

Cuando llegamos nos esperaba el hermano “hermano” Alex con las reservaciones hechas. Nos acomodamos de a dos por habitación y bajamos a comer. Ya en una larga mesa dispuesta para los jóvenes seminaristas y cuando algunos ya teníamos el servicio en las manos, un fuerte carraspeo - llamando la atención - y el hermano Samuel, que se encontraba de pie, dijo con voz solemne y pausada: "Hermanos, poneos de pie y demos gracias al Señor". Todos nos miramos, no faltó el que quiso reír, pero al ver el recogimiento de Samuel y el dueño de la Hostería que observaba atentamente ese cuadro nos inundó una gran seriedad. Y ahora hay que persignarse: "En el nombre del padre…" (Llevándose el pulgar derecho a la frente como enseñando y a la vez obligando) "...del Hijo..." (Bajó la mano) "...y del Espíritu Santo".(Algunos bajaron la cabeza en señal de clara vergüenza por verse perdidos en el persignarse) “Digamos todos Amén”. Samuel puso cara de pregunta.“Dije Amén”, recién ahí contestamos todos a coro y muy ordenadamente comenzamos todos a comer.

Pero constantemente nuestros jefes debían llamarnos al orden, sobre todo con el vocabulario que empleábamos. Casi al finalizar la comida, mientras nos atendía la gente de la Hostería, Samuel volvió a hablarnos, pidiéndonos que antes de dormir estudiáramos concientemente la Biblia y que no nos olvidáramos de nuestras oraciones. Muchos podrán pensar en la falta de respeto que cometíamos, pero a decir verdad nos compenetrábamos en nuestro papel, ya que de eso dependía la secretividad de la misión y lo hacíamos con un profundo respeto.

Compartí habitación con Ariel y nos pusimos a colgar los póster que llevábamos cada uno en la cabecera. Luego le leí la historia de Job, la cual siempre recuerdo de una monjita amiga de mi madre, luego de la detención y desaparición de mi padre efectuada en persona por Roberto Fuentes Morrison "El Wally" en Mayo del 76 (ajusticiado por el FPMR años mas tarde - nota del editor). Creo que Ariel me escuchó con atención y luego ensayamos el persignarse.

Esa noche fría en los faldeos cordilleranos nos hizo retroceder hasta la época de la Independencia. Era de nuevo Manuel Rodríguez, disfrazado de Franciscano, durmiendo cerca de la casa del tirano Marcó del Pont. Soñamos con los Húsares de la Muerte, tropa fiel del Coronel Manuel Rodríguez.

La mañana del martes 2 de septiembre, a pesar de ser fría, traía consigo un sol maravilloso. Luego del aseo personal bajamos a desayunar. Nuevamente, Samuel nos hizo dar gracias por el pan nuestro de cada día.

La ceremonia fue mucho más expedita y más real. Se notó que todos habían asumido su papel. Al menos eso creímos, ya que hubo un momento en que, a media mañana, descubrimos que en el subsuelo de la Hostería había una mesa de pool. No nos dimos cuenta y ya todos estábamos en parejas jugando. Al cabo de unos minutos, todo era humo de cigarrillos y risas. Por supuesto el lenguaje era acorde a una sala de pool. Transcurridas algunas mesas, un par de hermanos subió a buscar refrescos y cuando regresaron informaron que desde el primer piso se escuchaba todo y lo que menos se podía pensar era que fuéramos seminaristas en retiro espiritual.

Hasta ahí no más llegó el pool. Al almuerzo, Samuel habló más fuerte para que en la Hostería escucharan todos. Dijo: “Es increíble como no sois capaces de sacaras vuestros vicios de encima. Es indigno comprobar vuestra herejía. Es bueno que haya ocurrido, nuestra debilidad debe reafirmar nuestra fe en Dios. Él nos pone a prueba constantemente, así es que demostrémosle que somos capaces".

De allí en adelante salíamos al patio a tomar el sol y leer la Biblia, concientes de que cualquier pequeño error nos podía hacer fracasar en nuestra misión, ya que sabíamos que constantemente la CNI chequeaba los alrededores de EL Melocotón, y no nos equivocábamos: el día Miércoles al mediodía llegó una pareja a hospedarse. Almorzaron en una mesa contigua a la larga mesa nuestra. Nos observaron nuestro ritual del almuerzo y posteriormente intentaron sonreír con nuestro juego de adivinar películas que realizamos en el patio trasero de la Hostería. Sabiéndonos observados, jugamos relajadamente. Hasta cantamos los cánticos religiosos de un cancionero.

Cerca de la hora de once concurro al baño del segundo piso. Al salir del baño me encuentro a boca de jarro con el tipo que nos había estado observando. Muy amablemente me metió conversa. En la práctica me interrogaba. De qué grupo religioso éramos. Cuál era nuestra fe. Si nos había salido muy caro el hospedaje. Con toda la tranquilidad y seguridad que pude sacar, respondí, también amablemente, a cada una de sus preguntas. Ahí me di cuenta de que manejaba bien la leyenda, para finalmente dejarlo invitado a nuestro Santuario del paradero 14 de Vicuña, hacia la cordillera. El tipo entró al baño y yo bajé. Discretamente le informé a José. Por las dudas y como precaución deberíamos evacuar antes de lo previsto la Hostería. El jueves 4 por la mañana, José bajó a la casa de La Obra para preparar nuestra llegada. Volvió a la hora de almuerzo.

Deberíamos estar en Las Vertientes - unos kilómetros antes de La Obra - a las 19 horas. Ahí estarían esperándonos dos vehículos. Después de almuerzo habíamos visto partir a la pareja sospechosa. Ese día era Paro Nacional y al no haber buses debíamos recurrir al dueño de la hostería el cual accedió gustoso a llevarnos hasta el retén de Las Vizcachas.

Comenzamos a bajar después de once. El trayecto lo hicimos cantando canciones religiosas, mientras José ubicaba la manera de cómo bajarnos mucho antes del destino al que habíamos manifestado querer llegar. Al llegar a Las Vertientes José nos preguntó: -¿Quieren caminar?" A lo mejor una pregunta infantil, sospechosa, pero nuestro ¡Sí! lleno de fervor místico, terminó por convencer a nuestro chofer. Se detuvo y bajamos, todos agradecidos y a la vez tranquilos de que él llegara hasta allí, ya que no queríamos que en día de paro "con tanto Miguelito en las calles" fuera a pinchar los neumáticos. Lo vimos regresar, también agradecido.

Caminamos un breve trayecto y ya estaban los vehículos esperándonos. Subimos rápidamente y nos fuimos acomodando. Ya estábamos de nuevo al lado de nuestros fusiles, más convencidos aún, más grandes aún. La espera no había sido en vano. Sabíamos que lo que haríamos podía cambiar la historia de nuestro país. Nuestra Dirección Nacional no se equivocaba en plantear una nueva forma de hacer política y estábamos dispuestos a afrontar la responsabilidad. Nuestro pueblo posee combatividad desde sus raíces. Por eso volvíamos a acercarnos al primer día del futuro.

Volvimos a realizar todos nuestros medios y sólo restaba esperar. Escuchábamos las noticias del Paro. En algunas poblaciones se combatía fieramente y eso nos daba mayor coraje. Se vino la noche completamente. Las guardias, sin novedad; Amaneció, desayunamos y realizamos algunos torneos de "gallitos” inter-grupos, olimpíadas de ajedrez, mientras otros preparaban empanadas de horno. Sin dejar de estar alertas, la casa bullía de alegría silenciosa, mientras don Marcelino arreglaba los inmensos jardines, refunfuñando por la forma en que la “Señora” se lo había ordenado.

Tamara, muy enérgica, lo controlaba cada cierto rato, con un gran dejo de pena interior, que sólo nosotros escuchábamos decir: "Pobrecito, Marcelino". Y todos: "¡Animo, ya todo termina!". Esta no sería su única pena interna, nuestra querida Flaca ya no iba a combatir físicamente con nosotros. La DN le había encomendado responsabilizarse de todos los aseguramientos post Operación Patria Nueva; comunicaciones, casas de seguridad, clínica en caso de heridos, documentación, control de normalización, etc., etc. Disciplinadamente le había entregado el mando del Grupo de Asalto Nº 2 a Gastón.

Por la tarde, todos a la expectativa, esperando que subiera el tirano. Hasta que por fin, si, efectivamente había pasado, nuestros chequeadores confirmaban a través del radiotransmisor (la casa tenía un gran equipo de radiocomunicación, Incluso con alcance más allá de nuestras fronteras) la composición de la comitiva. Sólo faltaba la última confirmación, pero nosotros ya lo dábamos por hecho.

El día sábado 6, don Marcelino tendría permiso dos días. Se alegró muchísimo y antes de irse hizo un amarre con nuestra Lili para ir al cine el domingo a la Vermouth. Más contento aún se fue. Eso para nosotros significaba un problema menos. El día parecía transcurrir sin contratiempos. De pronto, el teléfono. Tamara contesta, vuelve y nos dice que viene en camino Lorenzo, el dueño de la casa. Nos da las instrucciones, en caso de que él descubra algo nos veremos obligados a reducirlo y maniatarlo. Todo queda claro y nos concentramos en sólo dos habitaciones que tendrán las persianas de madera un poco entreabiertas. El resto estará todo abierto.

La visita transcurre normal. En el living comparten un aperitivo, luego salen la "Señora" (Tamara), su marido (César) y Lorenzo. Se sientan al borde de la piscina a conversar. Tamara explica el por qué de la piscina seca. Señala la intención de pintarla, mientras nosotros debíamos luchar por aguantar la risa. El papel de joven matrimonio, el trato entre ellos, tan amorosiento, no dejaba de causarnos risa, a pesar de que estábamos tensamente alertas. El vocabulario de Lorenzo lo mostraba como un gran exponente de la burguesía criolla. A medida de que transcurría el diálogo, la tensión bajaba, ya que todo dejaba ver que se iría pronto. Se le invita a almorzar - no lo queríamos creer - ya que vendrían más invitados. "No gracias. Los dejo solos para que atiendan a sus amigos”. ¡Uf'! ¡Que alivio, ya se fue!

El almuerzo se vio interrumpido por nuestros jefes que al unísono entraron en cada habitación con un: "¡Ya viene!" Solo tardamos dos minutos en tener todo listo y estar en perfecta formación esperando la orden de salida. Entró Ernesto y nos dijo que había sido un simulacro, que todo estaba perfecto y que podíamos continuar. Pero el almuerzo ya no sabía lo mismo. Éramos toda adrenalina. La tarde continuó lenta y a las 19.00 tuvimos nuevamente la certeza de que el Domingo 7 sería el día.

Se organizó un campeonato de ping-pong. Ahí estuvimos jugando varias horas, ya que estaba debajo de la terraza, fuera del alcance de cualquier observador curioso y por supuesto que un hermano vigilaba el frontis de la casa. La noche no deparó ninguna sorpresa, ni ningún personaje había muerto. El tirano debía bajar ese Domingo 7 a alguna hora. Pero su rutina demostraba que lo hacía por las tardes.

La mañana había sido recibida por nuestros jefes con un: "Hoy es un buen día para combatir o morir". Ya nada estaba para bromas. Todo era concentración. Todo estaba previsto. Cada combatiente conocía incluso el lugar físico en donde se ubicaría - lo habíamos revisado la noche anterior en la cuesta misma - ya Javier había vuelto a ser Javiera, esta vez con mayor dedicación que la semana anterior. Todos los detalles se habían pulido casi hasta la perfección.

Vino el almuerzo, el tiempo parecía anclado en algún lugar de la tierra. No avanzaba. Todo era tal como había amanecido. Nos hablamos perdido del reloj. Sólo esperábamos la señal. Sólo recuerdo que en momentos previos, una hora, dos horas, tres horas o a lo mejor minutos solamente. Alex nos hizo salir y formarnos en el largo pasillo de la casa. Cada uno de los Jefes hizo lo mismo con sus grupos. Formamos una larga línea en posición firmes, y cada uno con su fusil en sus manos quedamos de frente a Ernesto y Tamara. El silencio se hizo y Tamara echó a andar una grabadora.

“Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su futuro. Superarán otros hombres este momento gris y amargo". Allende nos hablaba; ya no era el nudo en el estómago ni las lágrimas nublando nuestros ojos. ¡Mierda, Pinochet, hijo de puta! Cuánto dolor y sentí cómo nos corrían las lágrimas por nuestras mejillas. Apostamos firme nuestros fusiles contra nuestros pechos. Quisimos gritar ¡Milicos traidores! Gritábamos en nuestros corazones y Ernesto, con emoción contenida:

“Hermanos: somos esos otros hombres de los cuales habló Allende. Ya no es sólo el metal tranquilo de su voz sino también el metal de las nuestras. Salvador Allende nos legó su consecuencia revolucionaria. Nuestra DN no puede dejar de cumplir la justa demanda de justicia del pueblo chileno que reclama de nosotros un digno sacrificio patriótico. Si es preciso morir por terminar con el tirano, ¡Adelante! La historia cambiará y será ella la que sitúe la gesta de Allende y nuestra acción de Patria Nueva en el sitial de honor que corresponde, erigiendo en único juez a nuestro combativo pueblo”

No se cuanto rato escuchamos la voz, hecha también canción, de Salvador Allende y no recuerdo cuánto más esperamos hasta que llegó la señal y la orden de salida. Nuestra querida Flaca, con sus ojitos llenos de lágrimas, y un “¡Suerte, cuídense!” en sus labios, es lo último que retenemos de la casa. Ariel, ya en la Peugeot con la casa rodante, Víctor en el Bluebird y Jaime en la Toyota del Grupo de Remate. Reviso la baliza acomodo el espejo, tomo mi fusil. Miro hacia atrás, todos están arriba los dos grupos de asalto. José me toca la espalda. Diviso a Alicia, pregunto, Ernesto sube a mi lado con toda calma y me da la orden de salida.

Lili ya abrió el portón, Menos mal que los dos carabineros que se habían puesto a controlar documentos frente a la casa ya no estaban. Los bomberos que hacían colecta, Lili sabrá cómo correrlos con un “Cuidado que ya van a salir los patrones”. Ya nada importa. Hay un tiempo preciso para tomar ubicaciones. Ernesto recalca: “Dos motos, cinco autos, ya salió el grupo de Omar”.

Pienso como todos: “Aquí vamos”. Sigo pensando en cómo serán lo famoso comandos, comienzo a imaginarme al Tirano, su cara, me concentro aún más, recuerdo los compromisos entre hermanos, si estoy gravemente herido y puedes mantenerte, yo te saco, nadie de nosotros quedará ahí tirado con vida, no permitiremos que se ensañen con nuestros heridos que no podamos sacar. No olviden los pitazos de retirada. Del lugar mismo estamos a menos de un minuto. Y seguimos con el tiempo perdido en algún lugar del espacio.

Llegamos, todos se bajan, cada uno con sus bolsos deportivos empiezan a cruzar la ruta. Trato de virar en U. Veo venir a Ariel junto a Javier-Javiera. Me saludan. En la casa rodante van Alex con Darío. Mientras voy virando sin mirar, veo que se bajan Alex y Darío, Ariel continúa, el resto de mis hermanos se me pierden en la ladera del cerro. Salgo de la ruta, pongo marcha atrás y subo al terraplén. Ya está allí ubicado el Bluebird de Víctor, me bajo, nos juntamos. Le digo que habrá que esperar unos minutos.

De pronto, abajo, a lo lejos ¡Cresta la primera moto! Tomamos posiciones. Víctor corre con su fusil SIG. Yo tengo mi M-16, apuntamos a la primera moto. Supongo que ya pasó la segunda. Alex se para en medio de la calle. Detrás de él Ariel cruza la Peugeot con la casa rodante. Alex apunta su LAW al primer vehículo escolta y su memoria auditiva registra un instante-sonido épico que la da la orden de apretar el disparador. Más de veinticinco M-16, manipulados a una sola orden. ¡¡¡tac!!! Y solo frente al mundo con un lanzacohetes que no funciona vuelve a apretar el disparador. Ya no hay tiempo. Ariel, Javier, lo cubren disparando sus fusiles. Yo tengo en la mira al primer motorista, pero no escuchaba los disparos. Ya casi frente a mi, ya yéndose, los tiros, apunto más adelante, disparo él acelera, lo veo que Zigzaguea, Víctor me grita que se le trabó su fusil, corro un poco, apunto, disparo, son cuarenta o cincuenta metros y veo que el segundo motorista se sale de la ruta, entrando con moto y todo en un pequeño “restauran” ubicado a un costado de la calle.

Atrás todo es tiros y explosiones y nadie combate, los elegidos del tirano huyen despavoridos. Ya el tercer vehículo está destruido. El jefe de la escolta, capitán Maclean, prefiere el precipicio a combatir, dejando a sus hombres a su suerte. Les caen las granadas caseras. El cohete de José golpea en el techo de otro vehículo y lo parte como un abrelatas.

Todos se desahogan. Se les insulta a los "mejores” como nunca los habían insultado. Se derrumban los cobras, los manchados, los cintas negras, los boinas de todos colores. Allí estábamos de igual a igual, combatientes del pueblo, armados no sólo con fusiles sino con conciencia revolucionaria, y ellos, profesionales de la guerra, cagados de miedo, apendejados hasta lo último, acostumbrados a torturar a patriotas desarmados, buenos para apretar el gatillo siempre y cuando del otro lado no les dispararen.

Darío, desde una mejor posición, acciona el disparador de su LAW y tampoco funciona. Mientras toma su M-16, Ariel ya se cansó de putearles la madre. Alex los putea más aún y los conmina a rendirse. Desde arriba, un hermano nuestro cree que los escoltas nos hablan de rendición y grita que “Nunca, maricón”. Ya Alex le sacó el seguro a una granada ofensiva y se las anuncia como un producto "ACME". La detonación lanza de espaldas a nuestra falsa mujer que se para no muy femeninamente. Javier sonríe. Ya se apagó la débil resistencia del primer auto escolta.

Cuando esto ocurría, el grupo de Omar abría fuego contra un vehículo de carabineros que controlaba el flujo vehicular y que, al oír los primeros disparos, ya iban hacia los hechos. Los dos pacos quedan heridos. Omar apura la marcha, observa como el último vehículo maniobra, apunta su LAW, aprieta el disparador, el cohete da en el techo, a un costado. Sólo hunde el blindaje de ese Mercedes Benz. El otro LAW no sale. Se bajan. Descargan sus fusiles sobre el vehículo.

Le meten algunas granadas que estallan remeciendo apenas. Una detonación levanta a Ornar y lo hace caer en el Mercedes. Se les va encima, empuja a la Toyota, siguen disparándole. Algo interior le decía a Omar que se iba el tirano. ¡Cresta! Ordena avanzar. Decide no volver atrás. Sólo ve algunos heridos. No los remata, ya no se combate. Mira hacia el cerro y ve a Ernesto de pie, que así ha combatido, constata dos vehículos destruidos, dos parcialmente dañados. Escucha los pitazos. Ariel corre la Peugeot permitiendo que pase el grupo de Ornar.

No han pasado más de siete minutos y todos empiezan a verse. Habíamos emboscado a la comitiva del tirano, combatimos contra lo mejor del Ejército y estábamos todos vivos, sin un rasguño. ¿Dónde era lo del 95% de probabilidades de quedar tirados en la acción? Pero si eran tropas de elite, con entrenamiento diario, preparados para una y mil contingencias. ¡No, no era posible! El factor sorpresa. Debían tener muy bien estudiado cómo reponerse de la sorpresa. En fin, había que retirarse y hasta ese momento el grupo de Ornar sabía que un vehículo se había ido. Todos los demás creíamos haber cumplido con éxito la misión.

De nuevo todos en los vehículos, en caravana. Primero el Bluebird, segundo el Toyota de Ornar y, cerrando, la Toyota grande. Unos metros de la partida, balizas sobre el techo y sirena policial. Los fierros con sus cañones afuera. Los minutos eternos. Tres o cuatro, cinco o seis, qué más da. Ciento cuarenta, ciento cincuenta kilómetros por hora. Vertiginosamente nos aproximábamos al Retén de Las Vizcachas, a sabiendas de que el primer motorista ya los tenía alerta. Cada uno de nosotros, conciente de un nuevo combate, como podía recargaba sus cargadores y con ello las ganas de vencer o morir.

A la distancia observo como el Bluebird maniobra. Están los vehículos detenidos. Los pacos tienen la barrera metálica atravesada en el camino Ernesto ordena manipular los M-16. Ya estamos encima de la otra Toyota. Los pacos con casco de acero, chalecos antibalas, sacos de arena formando trincheras. Se ve al motorista que se pasó. Un paco corre, nuestras sirenas suenan incesantes. Levantan la barrera, nos saludan, ya pasamos de nuevo a toda velocidad.

Aparecen los radiopatrullas, los autos de Investigaciones, los autos de la CNI, GOPE, etc. Algunos se detienen, obligados, a la vera del camino. Nosotros seguimos contando kilómetros y vehículos con sirena, más de treinta. Hay que salir de ese camino y sólo podemos hacerlo en una calle de tierra que nos lleva al 24 o 25 de Vicuña Mackenna. Veo que dobla el Datsun Bluebird, y la Toyota. Hay un chequeo policial que controla ya esa esquina. Entro a toda velocidad a una bencinera allí ubicada, buscando la salida a la calle lateral, por donde habían doblado mis hermanos.

No me quedaba más que probar el monstruo: a la ruta ya no podía salir y sólo me quedó cruzar una acequia de un metro de ancho. La velocidad, la cuneta y finalmente la doble tracción hicieron que cruzáramos. Ernesto me miró y sonrió.

Al cabo de unos minutos ya estacionaba la camioneta en el 25 de Vicuña. Todos se bajaron. José quedó conmigo, al último. Cerramos y saqué la Biblia con un póster de Jesucristo que me había acompañado durante la semana. Ya todos íbamos rumbo a nuestras casas. Demás está decir lo que sentimos esa noche, al ver al tirano por televisión.

Han pasado tres años y la inmensa pena y tristeza por no haber cumplido el objetivo principal se hace más honda, más profunda al ver como aquellos que celebraron esa acción hoy brindaron con champagne cuando no se sabía el destino del tirano, negocian con los dolores de nuestro pueblo y ayudan a legitimar una Constitución aberrante, intentando vanamente confundir a nuestro pueblo. Ese dolor profundo se ha transformado en el crecimiento de nuestras Milicias Rodriguistas, con los que se suman a diario a la Guerra Patriótica Nacional, y si en algo cambió la historia de nuestro país la acción Patria Nueva, fue la que ayudó a desenmascarar a los oportunistas, a los timoratos y dejó establecido que no se puede recuperar lo que nos han arrebatado con viejas prácticas dogmáticas de hacer política.

Hermanos creo no ser el más indicado para hacer un análisis de coyuntura política, no por no conocer la realidad nacional, sino porque creo que nuestro pueblo no es ciego y sabrá poner en el basurero de la historia a los claudicantes, a los que negocian los derechos humanos y a los que intentan vanamente acallar nuestra voz. Y si hoy hemos escrito esto, también es por un compromiso de hermanos, con quienes hoy respiran, con cada uno de nosotros. Y si hubo un Siglo XX que nos vio nacer, fue porque estuvo el tesón y la entrega junto al talento político-militar de nuestro Comandante Rodrigo, el cariño y ternura rodriguista de Tamara, la capacidad operativa y todo el coraje de Ernesto, más la entrega y decisión de Gastón, artífices de una Patria Nueva.

Desde prisión,

Víctor Díaz Caro
Combatiente Rodriguista