De la ofensiva de enero del 81 al acuerdo de Chapultepec

DE LA OFENSIVA DE ENERO DEL 81 AL ACUERDO DE CHAPULTEPEC

José Velásquez

Entre 1979 y 1980 El Salvador vivió una situación política de mucha efervescencia y aceleración de los acontecimientos que condujeron a una situación propicia para la revolución. El movimiento popular y revolucionario había crecido enormemente en su estructuración y capacidad movilizadora, después de una década de trabajo organizativo permanente en las ciudades como en el campo, involucrando a importantes sectores, como el magisterio, estudiantes, obreros y campesinos. Durante esos años la “Teología de la Liberación” echó raíces también en El Salvador y sus planteamientos cuajaron profundamente, principalmente en las zonas rurales, llegándose incluso a la organización de una federación de asociaciones cristianas. Las organizaciones político-militares de pensamiento marxista (FPL, ERP, RN, PRTC y PCS) estaban llegando al final de la fase de dispersión ideológica y lucha interna, iniciando los primeros pasos de concertación de una sola estrategia y coordinación de las primeras acciones conjuntas.

La dictadura militar, remozada con el símbolo de las manitas del Partido de Conciliación Nacional (tomadas del logo utilizado por la “Alianza para el Progreso” impulsada por el gobierno de Kennedy) desde la presidencia del Coronel Julio Rivera en 1962 se encontraba en su mayor crisis, después del escandaloso fraude electoral de 1977 y los altos niveles de represión contra el pueblo, como único medio de evitar el desborde total de la situación.

Paralelamente, el panorama regional había tomado un impulso innegable hacia la derrota de las dictaduras y por la revolución social: la lucha guerrillera en ascenso en Guatemala y, sobre todo, el triunfo de la revolución Sandinista en la hermana Nicaragua en junio de 1979.

Esta situación llevó al gobierno de EE.UU. a aceptar cambios en el manejo político para nuestro país, buscando crear una alternativa al estilo agotado de la dictadura militar tradicional por otro esquema con cierta apertura política, pero siempre obediente al imperio, con el objeto de quitar las banderas de lucha del movimiento revolucionario y evitar una cadena de revoluciones de corte socialista en la región. Así se planifica el golpe de estado en octubre de 1979, dando fin a la época del PCN. La Junta de Gobierno cívico-militar que se instala tiene vida efímera, las contradicciones políticas, incluso dentro del ejército y la injerencia norteamericana llevan a la derechización del proceso, obligando la salida de sus componentes democráticos. Así se llega a la conformación de una 2ª Junta en la cual aparece como figura central el conocido político democristiano Napoleón Duarte, que regresa del exilio en Venezuela y al cual la embajada de los EE.UU. le confió el manejo de la situación. Duarte rompe la vieja alianza de su partido con las fuerzas democráticas, incluso soporta una fractura política interna y acepta el papel que le es asignado por el imperialismo y las Fuerzas Armadas.

El asesinato de Mons. Romero, en marzo de 1980 a manos de los escuadrones de la muerte conducidos por el mayor Roberto D´Aubuisson, así como el bárbaro asesinato colectivo de los líderes del Frente Democrático Revolucionario (FDR) en noviembre de ese mismo año, fueron hechos que conmovieron al país y a la comunidad internacional y que generaron una situación propicia para pasar a una fase superior de la lucha, más allá de las huelgas, manifestaciones y tomas de fábricas y tierras, mas allá de las acciones esporádicas de milicia y guerrilla urbana.

A principios de enero de 1980 se había conformado la CRM (Coordinadora Revolucionaria de Masas) que reunía a las principales organizaciones populares, la cual convocó para el día 22 de ese mes a una movilización nacional en San Salvador para rechazar los intentos de sostener la dictadura y mostrar el potencial de organización y disposición de lucha del pueblo.

Ésta ha sido la mayor manifestación popular en la historia del país, que fue brutalmente atacada por los cuerpos represivos, dejando decenas de víctimas. En mayo se da un paso decisivo en el proceso de acercamiento de las organizaciones de la izquierda revolucionaria al conformarse la Dirección Revolucionaria Unificada (DRU), proceso que culmina en octubre de ese año con la creación del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, estructurándose una sola conducción para la siguiente fase del proceso revolucionario, la cual consistiría en dar inicio a un levantamiento armado en contra de la dictadura, dado el encendido clima social imperante donde las voces mayoritarias del pueblo demandaban justicia y democracia.

Es así como se prepara en corto tiempo, por parte de la Comandancia General del FMLN aquella primera ofensiva de enero del ‘81 que en teoría debía ser también la ofensiva final y que terminó siendo nada más que el inicio de una prolongada guerra entre el poder oligárquico por sostenerse y los sectores patrióticos que propugnaban por un cambio político y social profundo.

Probablemente el nivel de los ánimos insurreccionales había descendido respecto de unos seis meses atrás, sin embargo las condiciones de organización y unificación de la vanguardia revolucionaria no permitió la anticipación del llamado insurreccional en aquel momento. La ofensiva del 10 de enero de 1981 representa la decisión de las fuerzas revolucionarias salvadoreñas de no aceptar la mediatización del proceso por parte de los EE.UU. a través de un maquillaje de la dictadura y de continuar la tendencia regional y mundial de avance de los procesos de liberación nacional. Dicha ofensiva marcó, en sentido estricto, el inicio de la Guerra Popular Revolucionaria, cuyo desarrollo y desenlace nadie estaba en grado de predecir.

A partir de ese momento el régimen y el sector económico dominante se percataron que una guerra civil había irrumpido en el país, aunque no estaban dispuestos a admitirlo públicamente. Fue cuestión de pocos meses la estructuración de los frentes guerrilleros (occidental, central, para central y oriental) dadas las bases de apoyo con las que el movimiento contaba en el campo.

El aparecimiento de una clara señal revolucionaria en el cuadrante (Radio Venceremos) que a partir de aquellos momentos mantendría informada a la población de los acontecimientos militares y políticos, también representaba otro elemento importante que afirmaba la profundidad de la confrontación. El primer reconocimiento del estado de guerra llegó con la declaración franco-mexicana en agosto de ese año ’81, la cual llamaba a la solución política del conflicto, reconociendo como partes representativas al FMLN y al FDR. Sin embargo este llamado tuvo que esperar una década para ser plenamente aceptado por parte de la derecha y pasar a establecer las bases sólidas de la negociación, generadas principalmente por las propuestas del FMLN y que fueron el factor determinante para el logro del Acuerdo de Paz en enero de 1992 auspiciado por el secretario general de la ONU.

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FUENTE: Eltorogoz.net