Hay en Colombia un pueblo que ha vivido 500 años de soledad y olvido. Es el pueblo del Chocó; el de los hermanos afro-descendientes y Embera-Katíos, el de las champas y los tambos, cuyos niños se están muriendo de hambre y abandono.
Desde la selva exuberante y el Atrato caudaloso, se eleva un grito múltiple de denuncia y de protesta contra el gobierno, grito de indignación que está creciendo como la “puja” del Pacífico, resuelto y altivo como la serranía del Darién.
Ante la triste noticia de la muerte de decenas de niños por desnutrición, hepatitis y malaria, en el Palacio de Nariño se rasgan hipócritamente las vestiduras… Nunca se interesaron por la suerte de los chocoanos y de sus indígenas. Es fingida la consternación de esos indolentes y fríos funcionarios de la capital..., esos Pilatos que creen lavarse las manos con el cuento que giraron oportunamente los recursos para la salud del departamento, y que estos fueron robados por los corruptos.
Es asqueante, señores del gobierno, que ahora pretendan utilizar esta dolorosa situación como una nueva cortina de humo para tapar el escándalo de la narco-para-política, que hoy exige la renuncia, en primer término del Presidente Uribe, por ser el jefe político de todos los involucrados.
La crisis humanitaria y la pobreza extrema del Chocó no se soluciona con bienestarina. Ni con uno o dos vuelos de la FAC cargados de insincera ayuda.
Los habitantes del Chocó están asentados sobre el más rico suelo aurífero de Colombia, pero son al mismo tiempo los más pobres e ignorados. Surcan su tierra numerosos y caudalosos ríos, pero se mueren de sed en los veranos y por falta de agua potable. Tienen la más valiosa diversidad de bosques, pero estos están siendo talados y saqueados por la trasnacional Maderas del Darién con el beneplácito de Bogotá. Y también con el visto bueno de los ministerios, las dragas de las mineras revuelcan la tierra rebuscando el oro, dejando sólo destrozos en el medio ambiente.
Cómo pretenden los ignorantes funcionarios del gobierno que los indígenas no mueran de inanición cuando lo único que comen es “patacuara” -plátano primitivo- sancochado en las soledades de sus tambos. En Bogotá se sabía que se estaba levantando una población infantil desnutrida, porque el Atrato y el Truandó habían sido bloqueados por la 17 Brigada del Ejército, la Armada y los paramilitares que obstaculizaron durante mucho tiempo la entrada de víveres y alimentos a la zona. No se conseguía ni sal porque los sitiadores de la población consideraban que iba para la guerrilla.
¿Cómo no se iban a morir de hambre, si los campesinos y los Embera habían sido despojados de sus tierras, cultivos, ganados y aves de corral y empujados al desplazamiento forzoso por las masacres y el terror del paramilitarismo de Estado? Hoy sobre sus parcelas despojadas avanzan los cultivos de palma africana como proyecto contrainsurgente del gobierno y sus paramilitares. Nadie habla de indemnización ni de devolverles la tierra.
El problema lo ha generado el Estado. La violencia y la defenestración de las riquezas y la biodiversidad, tienen como protagonista principal al Estado confabulado con las trasnacionales. Y en el fondo de esa violencia institucional contra la población está el megaproyecto en perspectiva del canal interoceánico Atrato-Truandó.
Nada distinto a violencia e injusticia puede esperar del Estado el pueblo del Chocó. La solución nunca vendrá de arriba. Está en manos de los propios chocoanos. No hay mejor medio de alcanzar la Libertad que luchar por ella, nos dice el Libertador Simón Bolívar. Y al Chocó le llegó la hora de la pelea por su dignidad, de buscar en su organización y lucha, los derechos conculcados y la justicia social que le ha sido negada por siglos.
El Movimiento Bolivariano, que es amplio y clandestino, convoca a los afro-descendientes y a los pueblos indígenas todos del Chocó a empuñar la tricolor bandera de lucha por la Nueva Colombia y por el nuevo poder.
A la carga con Bolívar, por la justicia social y la dignidad.
Movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia
Bloque Caribe FARC-EP