MEMORIA Y VIGENCIA DEL PENSAMIENTO POLITICO DE ELOY ALFARO
El singular y extraordinario periodista, biógrafo y novelista colombiano, José María Vargas Vila sostuvo que, “físicamente”, José Eloy Alfaro Delgado “pertenecía a la Iconografía Heroica, de la zona vecina a la Leyenda”.
El jesuita historiador francés, que se radicó en el Ecuador entre 1890 y 1940, José María Le Gouhuir, profundamente conservador y testigo directo de las epopeyas militares y políticas alfaristas, subrayó que “Alfaro, según su costumbre, manifestó sentimientos de humanidad” y, que “En la vida privada fue Alfaro un padre de familia modelo, un compañero leal, un amigo generoso; favoreció en su fortuna a sus compañeros auxiliares participantes de sus desgracias y triunfos. Se mostró desde luego sincero protector de la raza indígena y solícito atendió a los hijos del pueblo. Digno y reflexivo durante el curso de las deliberaciones, sabía imponer su resolución con imperio e independencia, asumiendo toda la responsabilidad de sus actos”.
Pero esas descripciones de la personalidad de José Eloy, siendo propias y precisas, lucen insuficientes, por lo que invitemos al mismo Vargas Vila para que las complete:
“El idealismo parsífalesco, de su política, fue su ruina, pero fue también su gloria;
“se empeñó en ser generoso, frente a la crueldad;
“noble, frente al rencor;
“grande, frente a la bajeza;
“hizo del Perdón, un Sistema;
“del olvido, una Ley;
“de la Clemencia, una Política;”.
Por ello es que nuestro emérito historiador, ensayista y novelista, Angel Felicísimo Rojas, certeramente ha afirmado:
“Hay pues dos eras para la historia del Ecuador: antes y después de Alfaro”.
Antes del 5 de junio de 1895, era real aquella expresión popular exclamada en las horas de las primeras gestas independentistas de inicios del siglo XIX: “Ultimo día de despotismo y primero de lo mismo”. Los sueños emancipadores y libertarios de España por los cuales infatigablemente lucharon Kiruba, Jumandi, Julián Quito, Daquilema, Espejo, Bolívar, Sucre, Calderón y tantos bizarros que germinaron y fertilizaron el combate contra la esclavitud, el feudalismo y la tiranía, no fueron abolidos en la República del Ecuador. Esas esperanzas habían muerto junto con la física del Mariscal Antonio José de Sucre, puesto que los poderes económicos apenas habían sido mutados de españoles a criollos y a castas militares gestadas; consecuentemente, los Poderes del Estado tenían propietarios, cuando no eran sometidos a subasta; la justicia continuaba encadena; la legislación discriminada hacia los círculos de Poder; la educación escolástica invariable. Las libertades proclamadas en las gestas independentistas, en el Icono de sus triunfos, aún constituían utopías.
Hubo, sí, en los antecedentes al 5 de junio de 1895, algún conato dignificante de libertar a los esclavos, emprendido por el germen liberal de José María Urbina, pero sin modificaciones socio-económicas. Lo que si fueron profusos, después del 24 de mayo de 1822, fueron las disquisiciones teóricas y articulados discursos sobre la libertad, la democracia, en lo que representativos fueron Vicente Rocafuerte y Jerónimo Carrión.
Si. Hasta el 5 de junio de 1895, ningún cambio sustancial se había producido. Mas bien, la República del Ecuador había asistido a deleznables acontecimientos como dejar de ser limítrofe con la hoy República Federativa del Brasil, la frustrada compra chilena de la bandera ecuatoriana, a cambio de 2.250 libras esterlinas, cotización luego disminuida a 1.000 en favor del renegado liberal Ignacio de Veintimilla, Gobernador de Guayaquil en esos días del gobierno de “La Argolla” del conservador Luis Cordero, quienes tuvieron que renunciar por el Crimen de lesa Patria, entre otros tantos infaustos acontecimientos.
Ellos los antecedentes someros a la Resolución del 5 de junio de 1895, expedida por la “Junta de Ciudadanos” de Guayaquil, con la cual desconoció la Constitución de 1883 y el Gobierno de Vicente Lucio Salazar que, en calidad de Vicepresidente, sucedió a Cordero en medio de la convulsión nacional de varias semanas.
Dicha Junta, igualmente, decidió “Nombrar para Jefe Supremo de la República y General en Jefe del Ejército, al benemérito General señor don Eloy Alfaro, quien con su patriotismo y abnegación sin límites, ha sido el alma del movimiento popular que ha derrocado la inicua oligarquía que durante largos años se impuso por la fuerza, sumiendo al país en un abismo de desgracia”. Alfaro no llegó a tomar posesión del cargo sino hasta el 19 de dicho mes, en cuya víspera arribó de Nicaragua.
José Eloy asumía el mando supremo del país, justo cuando cumplía 53 años de edad, dejando atrás 31 años de batallar con sus montoneras montubias; deportaciones y exilios; atentados criminales en su contra; días de extremas limitaciones económicas, como los vividos en Lima, porque su caudaloso patrimonio había consumido la causa liberal; pero, también 31 años de estudios y epopeyas militares y diplomáticas que le entornaron con las antorchas libertarias y liberales de otros países, como Mitre de Argentina, Ricardo Palma de Perú, José Martí y Antonio Maceo de Cuba y, recibir el grado de General de División del Ejército de la República de Nicaragua, según decreto de la Asamblea Nacional Legislativa de ese país.
Profundo estudioso del Evangelio, desde joven José Eloy aprehendió la certeza de San Pablo de que “la vida, es un combate”, por lo que viene a la memoria, la tarde de mayo de 1864, cuando Isabel Muentes de Alvia saludó con un disparo de escopeta su llegada a una reunión clandestina en la hacienda “Corrales” de las periferias de Montecristi, para organizar el combate contra la intolerancia conservadora de Gabriel García Moreno.
Allí, a los 22 años de edad, José Eloy hizo del disparo de bienvenida de la anfitriona una proclama ante los labradores de “Corrales” y de otros predios agrícolas: “Que el disparo de Isabel Muentes de Alvia sea señal de la insurrección” y, demandó a “Madres, hijas, esposas, cambiad en las manos de los héroes, las hoces por los fusiles libertadores”, porque “ha llegado la hora de la sanción. Echemos abajo la tiranía conservadora”.
Esa tarde también fue conmovida con una exclamación de José Eloy, la legendaria consigna de “¡Viva el Partido Liberal” y, en réplica los montubios amanecían su grito y sentir supremo en batalla: “¡Viva Alfaro, Carajo!”. Ese día iniciaba su compromiso cívico de 31 años, más del doble de los que Simón Bolívar requirió para libertar Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, a costa de más de 200 mil vidas y una deuda flotante de 200 millones de pesos.
Las ideas libertarias y liberales fraguadas por Eugenio Espejo gracias al influjo masónico de Antonio Nariño, que había irradiado Nueva Granada con traducciones de “Los Derechos del Hombre”, proclamados en Francia y hecho carne en la carne de virtuosos colombianos y ecuatorianos, particularmente en selectos criollos y mestizos, en vista de que los hermanos de sangre de Espejo, poco podían hacer para materializar gestas emancipadoras, fueron profundamente asimiladas por Alfaro.
Mientras tanto, visos de organización liberal fueron advertidas en la entonces Real Audiencia de Quito para 1818, con la llegada al país, desde Francia, por quien más tarde sería Presidente, Jerónimo Carrión, el cual junto a Pedro Carbo, Pablo Bustamante, Juan Montalvo y Pedro Moncayo, el 19 de marzo de 1845, fundan el Partido Liberal.
Eloy Alfaro creó en 1865 el “Grupo Radical” y, el 24 de octubre de 1876, en la hacienda “La Victoria”, cerca de Salinas de Ibarra, José María Urbina y José Eloy, sellan la unidad Liberal-Radical.
Sin embargo, los académicos, cifran al 30 de agosto de 1890, como fecha de nacimiento del Partido Liberal, sobre la base de un documento público constitutivo, cuyo artículo primero trasciende que “Todos los ciudadanos que profesen los principios liberales, obligándose a observarlos y sostenerlos, componen el Partido Liberal Ecuatoriano”.
Pero bien, dijimos que en esos 31 años de batallas militares, también se dieron batallas intelectuales. Los grandes acontecimientos sociales de la humanidad estuvieron entre las lecturas formativas de José Eloy, destacándose los recientes procesos de la Revolución Francesa y de la Autonomía de los Estados Unidos de América, advirtiendo, puntualmente, que tan singulares y trascendentes hechos, fueron capitaneados por masones.
De allí su devoción y admiración por Voltaire, Rousseau, Víctor Hugo, Dantón, Marat, Emilio Zola, Alejandro Dumas, Jorge Washington, Alexander Hamilton, Amadeus Mozart, Ludwig van Beethoven, Ricardo Wagner, Leonardo da Vinci, Simón Bolívar, Benito Juárez, Antonio José de Sucre, José de San Martín. Sobre la base de estos referentes, conductas y proyecciones, abrazó la filosofía del equilibrio y las buenas costumbres, protegido por el Gran Arquitecto del Universo.
Sí. Integró la Logia Simbólica Filantrópica del Guayas, compartiendo talleres y pasos perdidos con Luis Vargas Torres, José Peralta, Luciano Coral, Manuel Serrano, entre tantos otros bizarros liberales que le acompañaron en la causa transformadora. En el medio internacional masónico fue conocido como “Hermano Caballero Kadosh”. José Eloy llegó al Grado 33 de la masonería, el más alto de la Orden, siendo reconocido como “Ilustre y Poderoso Hermano”. Estamos, entonces, ante un prominente intelectual, ante un ser de equilibrio visionario, por lo que el retrato ensamblado, al inicio, tiene profunda razón de ser.
De allí que su pensamiento sea universal y certero:
- La libertad no se implora como un favor. Se conquista como un atributo
- inmanente al bienestar de la comunidad.
- La debilidad o el capricho, son hermanos gemelos, que conducen a la degradación o la desgracia nacional.
- Cuando desaparece la practica de la justicia, se viene al suelo el edificio social que llamamos Nación.
- ¡Ayudadme a sostenerme en el campo de las buenas costumbres, y os retornaré libertad y gloria!
- La adulación rastrera, hunde a los buenos y eleva a los malos.
- Las primeras víctimas de la desmoralización política son la libertad y prosperidad públicas.
- La hora más oscura es la próxima a la aurora.
- La ingratitud es la peor locura que aflige a la humanidad.
- Los vencedores recogen el fruto de lo que han sembrado los mártires con su sacrificio.
- Una de las peores desgracias que puede sobrevenirle a un hombre de bien es deberle servicios a un pícaro.
- La Gloria política tiene por base la exacerbación de sus adversarios.
- Entre el patriotismo y el fanatismo hay la misma diferencia que entre la luz que vivifica y el rayo que extermina.
- El padre de familia, sacrificándose por la causa pública, trabaja no solo por la felicidad general, sino por la felicidad de sus descendientes en particular
- Bolívar fue Libertador hasta 1824, o sea hasta terminar la campaña de la independencia. Después fue un hombre desgraciado, como efecto material de la atmósfera reaccionaria que irresistiblemente quería asfixiarlo.
Esta condensación sobre la suerte del Libertador Bolívar, constituyó una suerte de premonición para José Eloy. Por, ello Vargas Vila interrogó: “¿qué consejero maléfico, indujo a Alfaro, a proteger la candidatura de Leonidas Plaza, y a escoger a ese soldado oscuro, sin nombre y sin prestigio, para sentarlo en el sillón presidencial, confiándole el cuidado de mantener intactas las gloriosas conquistas de su espada?
“yo, no lo sé;
“ello es, que Alfaro no me oyó, y Leonidas Plaza fue hecho Presidente".
Formó, forjó y encumbró a sus victimarios asociados en una orgía de sangre, cuyo verdugo material fue el barbero José Cevallos; mientras los verdugos intelectuales, el “Pilatos” Leonidas Plaza, en ese día Jefe de Operaciones Militares del Ejército gubernamental; Carlos Freile Zaldumbide, Presidente de la República y, tantos Cárdenas, Balarezos, Escuderos, Alarcones, Salvadores, Navarros, Calixtos, Ontanedas, Riofríos, quienes suscribieron el 23 de enero de 1912 que “Amigos y compatriotas creemos absolutamente imposible la libertad de Eloy Alfaro y sus cómplices, por ninguna causa, so pena de la ruina de la Patria”.
Los verdugos, desconocieron la capitulación acordada y firmada por los insurgentes y los oficialistas y los garantes cónsules de Estados Unidos de América y Gran Bretaña, cuya parte sustantiva involucró que los auténticos liberales salgan del país durante los próximos cuatro años.
En realidad, la historia, dice que los sacrificados e inmolados, fueron fieles a su ideario e ideología y se involucraron en el pronunciamiento del General Pedro Montero de desconocer al Gobierno de Freile Zaldumbide, para profundizar las transformaciones iniciadas por el viejo luchador, descarriladas por Plaza, Lizardo García y Freile Zaldumbide.
José Eloy fue inmolado, pero no sus ideas, nunca su pensamiento, los cuales más bien crecieron y se agigantaron y ya son inconmensurables, trascendiendo el tiempo y el espacio; por ello, tras su muerte física han intentado patentar el cinismo y la desvergüenza, con el parte de defunción expedido el 11 de marzo de 1912 apuntando que fue “..traído prisionero de guerra a (Quito), a consecuencia de haberlo asesinado el pueblo”.
Y bien. Durante sus mandatos, José Eloy luchó contra la corrupción; con la Ley Patrón Oro, salvó la economía; reformó el Concordato, reemplazándolo con la Ley de Patronato; proclamó la tolerancia frente a la oposición clerical; expidió la Ley del Trabajo y abolió el concertaje; organizó los tribunales de justicia; Modificó el Código Penal, aboliendo la pena de muerte; modificó el Código de Comercio; estableció la Ley de Bancos y controló la burguesía mercantilista; defendió la integridad territorial frente al Perú; dirigió la confederación de la antigua Gran Colombia; expidió la Ley de División Territorial y la Ley de Registro Civil; separó la Iglesia del Estado; reformó la Constitución de 1906, con la creación de los derechos individuales del sufragio; construyó el Ferrocarril del Sur ; fundó el laicismo, la gratuidad de la educación primaria, creó la Escuela Naval; el Colegio Militar; creó el colegio Bolívar en Tulcán 1896 y el Instituto Nacional Mejía en 1897; dotó de infraestructura física a la Universidad de Guayaquil; creó el Conservatorio Nacional de Música; creó la Casa de Artes y Oficios de Manabí; envió a los ecuatorianos al exterior a especializarse como maestros, artesanos, técnicos; incorporó a la mujer al servicio público; redimió los derechos del indio; estableció la libertad y la vigencia de la igualdad.
Fue redentor y germen de un nuevo sistema educativo en el país, incluyendo la apertura de escuelas laicas para niñas, los normales formadores de docentes “Manuela Cañizares” y “Juan Montalvo”, aunque en el inicio también lo fue el Instituto Nacional “Mejía”; el “Vicente Rocafuerte de Guayaquil” y, una cadena de centros educativos que largo sería enumerar.
Pero no solo se mostró como Estadista. Fue un Internacionalista de fuste, como evidenció su gravitante intervención en el enfrentamiento entre Honduras y Guatemala, bajo el apoyo de los Plenipotenciarios de Costa Rica y Nicaragua, cuando residía en El Salvador, actuación que le permitió afirmar su personalidad diplomática americanista.
Como Presidente, retomó los postulados integracionistas del Libertador Bolívar, cursando proyectivas notas a sus pares Americanos, los cuales observaron con recelo su convocatoria dada su identidad, personalidad y proyección, por lo que a México solo acudieron Plenipotenciarios centroamericanos, los que sentaron bases extraordinarias de panamericanismo, firmes para la complementación e integración comercial y económica, cooperación política, educativa y cultural.
El diplomático e internacionalista de fuste coronó, en su mediación por la libertad cubana de España, en los días que batallaba el prócer José Martí, cuando en su carta dirigida a la Reina María Cristina a fines de 1895, reflexionó:
“España perdió casi todo su comercio con América, no obstante que, a raíz de obtenida la independencia, Colombia permitió la admisión de la bandera española en sus puertos y que los españoles eran acogidos en ellos como hermanos.
“Tan grandes males se habrían evitado, a mi ver, si España no hubiera desoído el prudente consejo que, en tiempo oportuno, dio el Gabinete británico, consistente en que ajustase la paz con sus Colonias, reconociendo su independencia, con la reserva establecida en solemne convenio, entonces aún posible, de ventajas especiales para su bandera.
“..........................
“Parece cuerdo acatar ahora las enseñanzas de la experiencia y el consejo del Gabinete británico, dado en caso análogo, en la época a la que me he referido. Así España pondrá a cubierto sus intereses y habrá hecho justicia a las aspiraciones de Cuba, sin mengua de su decoro”.
La carta de José Eloy fue publicada en muchas latitudes, dimensionándose su figura, como la de la República del Ecuador.
Para hablar de Eloy Alfaro, de su gesta épica, de las dimensiones del pensamiento alfarista, rector hoy y mañana de nuestras sociedades, todo el tiempo será limitado. La libertad de expresión, la igualdad social, la justicia social, la justicia económica, la Justicia leal a la Ley y al derecho, el laicismo, el combate a la corrupción, la solución pacífica de las controversias internacionales, son materias insoslayables en los foros y, nuestras sociedades no tendrían tropiezos con la simple aplicación de esos principios y fundamentos alfaristas, consustanciales al desarrollo y progreso de los pueblos.
No se puede concluir sin sublimar tan egregia figura, sin evocar versos de otro gran y trascendente ecuatoriano, como Jorge Carrera Andrade:
ALFARO
Polo de luz, múltiple mar,
estallido de llamas.
Desde cielos y rocas, trizada esfera
que a cada ecuatoriano dio su pan,
a cada madre, su tierra
a cada hijo, su bandera encendida.
Alfaro: siglo, más que página de historia.
Llamarada que no necesita un Ejido
pero que fue, porque Calvarios y cruces
son las alturas de los Cristos
Y, este fragmento de nuestro sublime e insigne novelista y poeta negro Nelson Estupiñán Bass:
ALFARO
El Poker de la Patria
Fue un domingo de sangre inolvidable
-el Viernes Santo ecuatoriano-
Alfaro, sentenciado,
entra oyendo su réquiem al penal.
A Alfaro lo atraparon esas manos
que cogen por la pretina a cualquier nación
y la detienen,
le abren arteros huecos en el suelo,
le tergiversan los claveles,
le derriban a tiros sus gorriones
y le eclipsan el sol al mediodía.
Dicen que en El Ejido
el pueblo quiteño lo quemó
Yo lo niego rotundo:
¿Cuándo un pueblo
mató a su adelantado?
¿Cuándo las llamas
quemaron otra llama?
¿Cuándo un comando
destruyó su cabeza de playa
en la ofensiva?
Alfaro escapó de la fogata
ileso,
subió a la inmortalidad
y, desde entonces,
es el hombre invisible
que anda por todas partes conspirando.
Toca a rebato en las montañas,
flamea su espada en media calle,
agita su cascabel en las cornetas
sube el aire
hasta su escalón consolidado,
vuelve a saltar del Alajuela,
trepa, entre espumas, los farallones
afilados
gana las tembladeras de la Costa
y demanda su puesto
hoy día, aquí mismo, este instante,
en la nueva pelea…
BIBLIOGRAFIA:
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Vargas Vila, José, La Muerte del Cóndor, Editorial Cóndor, 1995, Quito-Ecuador.
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