NI REFORMISMO, NI PACIFISMO. LA INSURRECCIÓN, LA VÍA PARA EL SOCIALISMO
Que mejore el salario, las condiciones de trabajo y empleo, que se garantice un ingreso que cubra las necesidades básicas de la población, de la misma manera que exista una redistribución de la riqueza para financiar las mejoras sociales, que los pobres tengan preferencia en la atención de salud, educación, vivienda como un derecho conquistado, es saludable. Toda reforma que garantice la calidad de vida de los pueblos, la soberanía e independencia nacional y afirme la seguridad social, económica y política del pueblo es aceptable.
Lo que no es aceptable, es que la conquista de reformas se la considere como el principio y el fin que acabara con el régimen social vigente. Sus portaestandartes de esta política proclaman la vigencia de la ciudadanía, el fin de los partidos políticos, la era de los movimientos sociales y ciudadanos, la desaparición de la izquierda y las organizaciones revolucionarias, la conciliación de clases, la negación de la existencia de clases sociales y su consecuente lucha entre estas y la vigencia y posibilidad-realidad de la insurgencia popular como camino seguro para alcanzar el socialismo e impulsar la revolución social que implica un cambio radical de las relaciones sociales y económicas existentes.
Las reformas constitucionales y constituyentes jamás tocarán la propiedad privada sobre los medios de producción, ninguno de sus nuevos artículos puede decir que el “ciudadano” Álvaro Noboa, Fidel Egas, Jaime Nebot, etc., dejen de pertenecer a la clase social explotadora, que se beneficien de la usura legalizada; o que, el “ciudadano” Pepe Quinaluiza, sea el que disponga en cuanto venderá su fuerza de trabajo y aún más, que uno de los “ciudadanos explotadores” ponga a disposición los medios de producción. Como se ve los ciudadanos en el Ecuador y en la China se diferencian por el lugar que ocupan en la producción, los que poseen y los desposeídos de los medios de producción.
Por esta razón el decir que vamos al cambio, a la revolución ciudadana, sosteniendo el sistema capitalista, es una ilusión. En un sistema dominado por la explotación, no hay forma de conciliar los derechos de los desposeídos con los privilegios de los opresores. Mientras prevalezca el beneficio, la libre competencia y la explotación no habrá conquistas sólidas y perdurables para los trabajadores. Por eso la batalla por reivindicaciones debe enlazarse con la batalla decisiva para construir el socialismo científico.
Y para impulsar este gran propósito, los revolucionarios, no compartimos el susto de los tibios reformistas y los espantados pacifistas que blandeando las banderas blancas de la conciliación de clase, promueven el descrédito a las manifestaciones genuinas de rebeldía de los de abajo y su espíritu insurgente.