Por el comandante Pablo Beltrán, miembro del Comando Central del ELN
Tomado de la Revista SI FUTURO No. 9 de 2007
La historia universal recuerda al siglo segundo de esta Era, como un periodo de ‘ pax romana', durante el cual el control imperial se mantuvo por la fuerza de las espadas. De la misma forma en Colombia, durante los 2 últimos siglos, las elites se han mantenido en el poder por la vía de la fuerza, moldeando una caricatura de nación, huérfana de un consenso, que interprete a las mayorías de este país.
Próximos al bicentenario de la Proclama de Independencia de España, el 20 de julio de 2010, se hace más urgente que los colombianos cambiemos el modelo elitista de construir nación, para adoptar uno, fundado en la paz interna y en la convivencia pacífica con el resto del mundo. El reto es dejar atrás la ‘ pax romana' y construir una paz con sentido democrático.
Las dos crisis de la democracia
Como el principio de la gravedad enunciado por Newton, el concepto de democracia, decantado durante siglos, constituye un patrimonio de la humanidad, obligatorio de aplicar a la hora de enfrentar los problemas propios de cualquier sociedad.
Como forma de organización social, la democracia ha sido reducida a su concepto más estrecho y el esquema de representación se impuso, como forma única, que obvio, sirve más al poder del Estado, que a configurar un poder colectivo desde la sociedad.
La democracia representativa pretende demostrar a través de los cargos de elección popular, que los así elegidos si representan intereses poli- clasistas, cuando en verdad, sólo cada clase se representa a sí misma.
El estereotipo más visible de la democracia representativa, está en asignarle a sectores de la sociedad el rol de ser oposición al gobierno, en una supuesta función crítica de sus excesos y abusos. Papel que ejercen por medios legales y únicamente retóricos, que a la larga resultan funcionales a las desviaciones del poder estatal y sin ninguna utilidad rectificatoria.
La anterior mutación del principio democrático es la que agobia a la mayoría del planeta, en los últimos tres siglos, bajo la conducción de los Estados capitalistas. Por otro lado, desde el proyecto revolucionario, han existido múltiples intentos por desarrollar un modelo alternativo de democracia, que se ha concretado en algunos avances, pero que aún no se consolida a causa de lastres centenarios.
A raíz de su cumpleaños número 90, el historiador marxista Eric Hobsbawm (1), reflexiona sobre las mutaciones que ha sufrido el principio de la democracia y en ella critica la inhabilidad revolucionaria para construir, para lo que refuta la antigua consigna anarquista de:
“Acabemos con el capitalismo, acabemos con el régimen malvado y después, de alguna manera, todo resultará bien”.
Este lastre contestatario, como pesado grillete atado a su pie izquierdo, mantiene a los revolucionarios en un universo utópico, en el que es más valorado contraponer fuerzas, que componerlas; se ve más útil diferenciarse que confluir; se aprecia más positivo criticar que proponer y lo que es más grave, se practica más la comparación, que la creación. Cuando la vida ha demostrado, que el arte reside en conjugar ambas partes de cada tensión creativa, priorizando una u otra, de acuerdo al momento.
Un modelo alternativo de democracia tiene las bondades de ser crítica viviente al viejo orden capitalista, pero la inexperiencia revolucionaria en ingeniar, construir y gobernar, debe superarse cuanto antes, por la vía de concretar nuevas fases de desarrollo democrático, en pos de las históricas metas de liberación y socialismo.
Una elite violenta y excluyente
En Colombia la oligarquía monopoliza el poder, para perpetuar e incrementar sus riquezas; este fue el motor de las guerras desde el inicio de la vida republicana, en el siglo XIX. La lucha por cambios en la sociedad la lideró el pueblo y los sectores medios, mientras que los esclavistas, latifundistas feudales y la iglesia, se opusieron a ellos por medio de las guerras. Un partido, el Liberal, se opuso menos a los cambios, mientras el Conservador se atravesó a ellos. De esta manera se libraron siglo y medio de guerras civiles, que se cerraron en 1957 con el pacto del Frente Nacional (FN)
A diferencia de lo ocurrido en Venezuela en ese mismo momento, la elite colombiana excluyó del FN a las fuerzas políticas no-elitistas, convirtiendo en adelante en ‘partido único' a este Frente, con lo que inauguró una nueva fase de guerra, que dura hasta hoy, en la que el régimen oligárquico busca eliminar a quienes le critican, tanto desde la oposición política, como desde el activismo social. Según el historiador Gonzalo Sánchez (2), estos disidentes:
“se afirmaron en una visión de la política que ya no pasaba de manera exclusiva por el reparto del poder, sino que apuntaba a la abolición del orden establecido y a la instauración de nuevas formas de sociedad”.
Simultáneamente la fuente principal del poder, se trasladó de la tenencia de la tierra hacia la acumulación de capital, por lo que el Estado se concentró en favorecer la eficiencia del aparato productivo, para lograr competitividad en los mercados internacionales, a costa de sobreexplotar la fuerza de trabajo y acarrear con ello, una inestabilidad social y política interna crónica, que neutraliza por medio de llevar a sus topes máximos, la capacidad represiva del régimen.
La represión brutal sobre todas las expresiones de desobediencia civil y de emergencia de la sociedad, le quitan aire a las luchas democráticas y crean las condiciones para el desarrollo de múltiples formas de resistencia frontal al régimen, incluida la resistencia armada. Un partido no elitista, la Alianza Nacional Popular, en 1970, logró la mayoría en las elecciones presidenciales, pero su victoria le fue arrebatada con el fraude. El Ministro de Gobierno (3) de ese momento, más tarde declaró, que con este fraude se afianzó:
“la desastrosa creencia de que al poder hay que tomárselo con las armas, no con votos.”
El promedio anual de homicidios por violencia política en la década de los años 80, fue de ocho mil, la gran mayoría de ellos, activistas opositores y de derechos humanos, lideres comunitarios y dirigentes sindicales. Hasta hoy esta matanza sigue siendo una constante del conflicto colombiano, en una muestra evidente que la elite elimina y desaparece a los disidentes, por vocación ancestral y no por un error, de uno u otro de sus agentes o funcionarios.
Para consumar su rito violento, la oligarquía echa mano no solo de la represión estatal, sino del resto de aparatos privados de violencia, que son parte del régimen, a los que nunca ha querido subordinar, según lo anota el historiador Daniel Pécaut (4), luego de estudiar por dentro, la maquinaria de guerra colombiana:
“¿Es una coincidencia que la violencia adquiera tal presencia en un país andino en el cual, la democracia civil restringida ha subsistido a pesar de innumerables crisis? La violencia es consustancial al ejercicio de una democracia que, lejos de referirse a la homogeneidad de los ciudadanos, reposa en la preservación de sus diferencias ‘naturales', en las adhesiones colectivas y en la redes privadas de dominio social, y que no aspira a institucionalizar las relaciones de fuerza que irriga la sociedad, sino que hace de ellas el resorte de su continuidad”.
Los hechos históricos permiten afirmar que la elite colombiana, su Estado, su régimen y el primer actor del conflicto, desde siempre eligieron las respuestas violentas y excluyentes para sofocar a sus opositores y que poco, casi nada, consideran dar un tratamiento político negociado, para buscar soluciones a los reclamos justos de la sociedad.
El primer actor del conflicto
De las primeras injerencias que se recuerdan, está su participación en el derrocamiento del presidente de los artesanos, el general José María Melo, en diciembre de 1854. Por esos mismos años, al primer actor del conflicto lo nombraron tutor de los derechos colombianos en el istmo de Panamá, posición que utilizó 50 años más tarde, para promover la separación de esta provincia de Colombia, con el propósito de imponer sus intereses en el canal interoceánico que se construyó allí.
Sus empresas se posicionaron en Colombia y no dudaron un sólo momento para usar sus ametralladores Browing, para masacrar a miles de trabajadores bananeros huelguistas, en la plaza de Ciénaga, un 6 de diciembre de 1928. Un joven abogado, que de la investigación y denuncia de esta masacre hizo su tesis de grado, 20 años más después cuando ya casi iba a ganar las elecciones presidenciales, fue asesinado por este primer actor del conflicto, con una excusa muy simple: “un asesor del líder se reunía con el agregado cultural de la embajada soviética en Bogotá”, según revelan los documentos desclasificados por la CIA , hasta ahora en abril de 2007.
El magnicidio de Gaitán produjo revueltas populares, que fueron respondidas con las armas del gobierno fascista, de ese momento, lo que llevó al surgimiento de la resistencia guerrillera. El suministro de bombas y demás medios bélicos usados para sofocar la resistencia, por supuesto que fueron suministrados por este primer protagonista de la tragedia nacional. Así mismo, la más antigua escuela de contrainsurgencia de Latinoamérica, la de Tolemaida, se creó en 1959 con la asesoría y apoyo de este primer actor en cuestión.
Para detener los vientos de revolución que recorrían a América Latina, en la década de los años 60, el susodicho primer actor, trazó una doctrina en la que la población de cada país se le declara como ‘el enemigo interno', contra el cual deben centrarse el combate contrainsurgente. Un alumno, de los más avezados de esta Doctrina de Seguridad Nacional, impartida por la Junta Interamericana de Defensa, general del ejército de Bogotá (5), así repetía la lección que aprendió de este renombrado actor:
“ No menos importante que la localización de la subversión es la localización de la dirección política de la misma (...) para combatirla con efectividad. Nada más nocivo para el curso de las operaciones contrarrevolucionarias que dedicar todo el esfuerzo al combate y represión de las organizaciones armadas del enemigo, dejando en plena capacidad de ejercicio libre de su acción la dirección política del movimiento ”.
Además de la estrategia militar abierta, el actor principal trazó un segundo componente encubierto, para combatir a los disidentes del capitalismo. En 1962, otro de sus generales (6), así diseñó la estrategia paramilitar:
“Entrenamiento clandestino en operaciones de represión… desarrollar una estructura cívico militar… (Que) se usará para presionar… impulsar sabotajes y/o actividades terroristas paramilitares contra los conocidos partidarios del comunismo”.
En seguida, los manuales de entrenamiento de los ejércitos del continente (7), repitieron el libreto ordenado por el famoso primer actor del que venimos hablando. En ellos se entrena para combatir a las organizaciones de fachada y a los brazos civiles de la subversión; identificar auxiliadores, amenazarlos con panfletos, aterrorizarlos y obligarlos al destierro. También se instruye en técnicas de tortura para interrogar, en métodos para reeducar a los disidentes y para extirpar la organización subversiva del seno de la población.
Para terminar de caer al fondo de los círculos del infierno, el primer actor del conflicto colombiano y latinoamericano, echó mano de alianzas permanentes con los ejércitos privados del narcotráfico, como arma de refuerzo en su cruzada en contra de la disidencia revolucionaria. Por pedido de los EEUU, del gobierno colombiano y pagados por el Cartel de la cocaína de Pablo Escobar llegaron los primero mercenarios israelíes en 1987 (8), con la misión de entrenar paramilitares, seleccionados de entre los escuadrones de la muerte de los clanes del narcotráfico de ese entonces.
El resto ya es historia contemporánea de Colombia, el copamiento mafioso de los partidos políticos tradicionales, realizado de forma ascendente desde la década de los años 70, se afianzó con la alianza político-militar contrainsurgente de la década siguiente, entre los EEUU, la rancia elite y los nuevos ricos; lo que permitió desde entonces que la mafia narcotraficante se robusteciera, ayudara a elegir presidentes y se apoderara de buena parte de las provincias del norte y nororiente colombiano.
Esta crisis que agrieta al régimen y que mundialmente se conoce como ‘el escándalo de la para-política', de fondo exige resolver el problema del genocidio político perpetrado en los últimos 60 años en Colombia y el agigantamiento de las exportaciones de cocaína desde este país (700 toneladas anuales), gracias a la alianza de los EEUU, con los carteles del narcotráfico.
A los EEUU les interesa más mantener el control del negocio del narcotráfico, que mueve 700 mil millones de dólares anuales, que erradicar el tráfico de drogas; muestra de ello, es que la política anti drogas de los EEUU, en vez de reducir este tráfico, convirtió a Colombia en las dos últimas décadas en el primer productor mundial de coca, pese a que con el ‘Plan Colombia', han fumigado casi un millón de hectáreas de plantaciones de coca, 10 veces más del total de área sembrada y han extraditado a los EEUU, más de 500 nacionales colombianos involucrados con este tráfico.
Las crisis de las políticas de los EEUU para América Latina, las sufrimos los latinoamericanos. Sufrimos la crisis del neoliberalismo, la crisis de la contrainsurgencia y la crisis de las políticas antidrogas. Las soluciones para este haz de crisis deben surgir prioritariamente desde adentro de los mismos EEUU, la otra parte la debemos aportar los pueblos latinoamericanos. Hoy, afortunadamente, mismos estadounidenses convocan a la lucha, porque “Otro mundo es posible y otro Estados Unidos es necesario”.
La solución es política
Si para las elites la nación colombiana debe seguirse moldeando con la violencia y la exclusión, para el resto del país, la reconstrucción de la patria se hace por medio de la solución política del conflicto social, político y armado. Los progresistas y revolucionarios tenemos el reto de liderar la construcción de una nación democrática y en paz, pero también tenemos el deber ciudadano de resistir las agresiones y saqueos de las elites criollas e imperiales.
Configurar un nuevo liderazgo en Colombia, parte de sumar la búsqueda de soluciones globales de humanidad, con el desarrollo de un consenso nacional-popular, alrededor de una Agenda de país, que resuma los intereses de las grandes mayorías. El Cuarto Congreso del ELN (9), dice al respecto:
“Nos falta madurar para llegar a ser en realidad, una vanguardia que incluya, recoja y proyecte el sentir de las mayorías nacionales… Incluir a los mejores esfuerzos de la izquierda, los revolucionarios, demócratas y patriotas”.
La Agenda de nuevo país en la que se inicie la solución de los problemas estructurales que aquejan a Colombia, permitiría resolver las desigualdades sociales centenarias, así como las desigualdades que prevalecen entre el centro del país y sus regiones naturales. Para lograrla se requiere un liderazgo nacional, que construya un acuerdo político, en el que la confluencia y la convergencia de fuerzas políticas y sociales, abrirían paso a los cambios de fondo que demanda la sociedad colombiana.
Salir del prolongado conflicto interno exige reconstruir confianzas y ganar de nuevo la credibilidad de los colombianos en los cambios, para que se comprometan masivamente en este esfuerzo transformador. Junto a la participación de todos en confeccionar los acuerdos nacionales, para que de igual manera todos garanticemos su cumplimiento.
No se trata de acabar con los conflictos internos de los colombianos, sino de canalizarlos en bien de la patria. Partiendo del principio que un nuevo gobierno, se debe a la sociedad y que los desvíos estatales puedan ser corregidos, mediante la presión organizada desde la sociedad. Se trata de “gobernar, siendo gobernado”.
La causa colombiana
Para soportar un proyecto de nación en paz y con equidad, primero que todo debería refundarse la forma de hacer la política, para que esté al servicio de la patria. Sin esta revolución ética va a ser muy difícil sacar adelante esta histórica tarea nacional.
Las grandes riquezas colombianas, su gente y su tierra, son un patrimonio más que suficiente para coronar con éxito la proyección de una identidad nacional, cuyas raíces están en un pueblo laborioso, creativo, emprendedor, constante y capaz de grandes sacrificios; eso si, está por educar su vocación individualista, fruto de siglos de lucha aislada por la supervivencia.
La articulación de Colombia al esfuerzo continental por hallar salidas que superen al capitalismo neoliberal, se sustentan en lograr unos términos básicos de interdependencia entre todas las naciones americanas, manteniendo una justa distancia con las lógicas de dominación de los EEUU y del resto de potencias.
Para terminar, en voz del comandante Manuel Pérez Martínez (10), es bueno reiterar el sentir del ELN por la solución política del conflicto:
“Quiero hacerles entender que nosotros no estamos por la guerra, que nosotros no hemos elegido la guerra como camino para defendernos de la injusticia; la guerra se nos ha impuesto como único camino existente para defender nuestros derechos. Eso si, estamos plenamente convencidos de aquello por lo cual luchamos, no estamos cansados de nuestros deberes ciudadanos.
Millones de colombianos están viviendo una situación terrible, los que logran sobrevivir, hoy no están en Colombia, por eso estamos por la paz pero con una paz justa, con una paz que defiende la democracia, que defiende los derechos de la persona”.
Notas
1 "Creo que el marxismo todavía tiene un campo de acción considerable" . Entrevista al historiador Eric Hobsbawm , Clarín , junio 10 de 2007.
2 Guerra y Política en la Sociedad Colombiana . Gonzalo Sánchez, El Ancora Editores, Bogotá, 1991, página 30.
3 Fraude en la elección de Pastrana Borrero. Carlos A Noriega, Editorial Oveja Negra, Bogotá, 1998, Capítulo 8: “La cuestión de fondo: hubo fraude”, página 199 y siguientes.
4 El orden y la violencia. Evolución socio-política de Colombia entre1930 y 1950. Daniel Pécaut, Publicación de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales, Paris, 1987, página 17.
5 El Conflicto Social . General Fernando Landazabal Reyes, Tercer Mundo, Bogotá, 1982, páginas 156 y 157.
6 Instruments of Statecraft . Michael Mc Clintock, Pantheon Books, New York , 1992, página222. Libro que cita el siguiente Informe del general Yarborough: Cuartel General, Escuela de Guerra Especial del Ejército de Estados Unidos, Tema: Visita a Colombia, Sur América, por el Equipo de Guerra Especial, Fort Bragg, Carolina del Norte, 26 de febrero de 1962, Biblioteca Kennedy, Casilla 319, Archivos de Seguridad Nacional, Grupo Especial, Suplemento Secreto, Informe de Investigación en Colombia.
7 Operaciones contra Fuerzas Irregulares (traducción del manual FM31-15 del Ejército de Estados Unidos) pg.75-76; Reglamento de Combate de Contraguerrilla (EJC J-10, aprobado por Resolución 005 del 09.04.69 del Comando General de las Fuerzas Militares) pg. 310, 317, 318, 322 y 323; Instrucciones Generales para Operaciones de Contraguerrillas (publicado por la Ayudantía General del Comando del Ejército Nacional, en 1979) pg. 81; Reglamento de Combate de Contraguerrillas (EJC-3-101, aprobado por Disposición 036 de 12.11.87 del Comando General de las Fuerzas Militares) pg.26, 27, 160 y 324, convertido en Ley 48 de 1968 , art.25 y art. 33 par. 3 (artículos declarados inconstitucionales por la Corte Suprema de Justicia 24 años después, el 25 de mayo de 1989)
8 Entrevista concedida por Yair Klein al periodista Ronald Fisher, del diario Maariv , de Israel, traducida por Susy Wagner y Leah Feldmann, publicada en el diario El Colombiano, de Medellín, el 11 de junio del 2000, página 8.
9 Conclusiones del Cuarto Congreso Nacional del ELN, ELN: Reflexiones sobre su historia e identidad, Título 2.5: La reafirmación actual. Colombia, julio de 2006.
10 Mensaje a las Jornadas por la paz y los derechos humanos de Colombia, en Alcorcón, España. Comandante Manuel Pérez Martínez, diciembre de 1997.