Durante este tiempo de construcción de una política y una organización mirista, muchos compas nos han preguntado por qué, para desarrollar una política revolucionaria, seguimos reivindicando el nombre y los colores del MIR. Esos compas piensan que el MIR ya no tiene vigencia, porque debido a la derrota en la lucha contra la dictadura y el posterior fraccionamiento de la organización ningún grupo es “el viejo MIR”, el de la “época clásica”, sea esta la del período prerrevolucionario del ´70 al ´73, la del plan ´78 o la de las Protestas Nacionales del ´83 al ´86. Esto sucede porque muchos compas desvinculados de la organización tienden a identificar a esta con el momento en que ellos mismos hicieron su experiencia, y a partir de ahí comparan y juzgan, y claramente no ven hoy el MIR que conocieron entonces. Otros compas siempre quieren “fallecer” al MIR, porque así justifican su inactividad y su propio derrotismo. Por otro lado, muchos compas jóvenes y también algunos más maduros, nos dicen “Sí, ustedes son del MIR, pero ¿cuál MIR?”. Y después de reírse un rato, en el mejor de los casos, plantean que dada la dispersión y división del mirismo, es inviable continuar con el proyecto y que mejor nos cambiemos el nombre. En el peor de los casos, algunos compas sólo perciben el trabajo de la fracción del MIR “autorizada por el Estado” e identifican al mirismo actual, en su conjunto, con las prácticas reformistas, administrativas y financieras de ese núcleo en particular.
A todos esos compañeros queremos plantearles algunos elementos que, sin ser concluyentes, creemos fundamentan nuestra convicción del por qué insistir, el 2008, en la construcción de una organización llamada MIR.
La izquierda revolucionaria es hoy día una colección de prácticas unilaterales, que dejan al azar la constitución de una política revolucionaria para la lucha del pueblo contra sus explotadores Una realidad política marcada por una correlación de fuerzas altamente desfavorable a los sectores populares y revolucionarios, donde las clases dominantes han logrado articularse por un largo período, se traduce normalmente en dispersión ideológica, política y orgánica de los sectores populares. En ideas y prácticas verdaderamente raras, que hay que superar en algún momento si se quiere avanzar. En un contexto así, dependiendo de la evaluación que hagan distintas agrupaciones de la izquierda, de la explicación que se den de la derrota y del análisis de los errores cometidos, es normal también que se pierda la mirada política global y, buscando superar y corregir esos errores, se absoluticen aspectos que en realidad son sólo parcialidades de una política revolucionaria bastante más compleja, cuando no simplemente se insiste en la práctica propia que ha dado resultados al menos parciales.
En este sentido, para nosotros, la política revolucionaria no puede ser una suerte de gremialismo poblacional, sindical o estudiantil de izquierda, que tiende objetivamente a posiciones de derecha, a costa de la unidad de las organizaciones populares. Tampoco puede ser una reducción a formas más radicales de lucha callejera y miliciana, a la definición casi excluyente de la juventud popular urbana como espacio de construcción y a una versión izquierdista del eslogan UDI de la “política de lo concreto” y su estilo “maquinero”. Una política revolucionaria no es una concepción militarista de aparato, que tras una supuesta perspectiva estratégica abandona el terreno de la lucha de clases actual y en su concepción deja al pueblo fuera de su propio proceso de liberación. Tampoco es suplantar el movimiento propio de los trabajadores y demás sectores populares por la acción e “infalibidad papal” del partido y confundir el porcentaje de votos que se logra sacar en cuanta elección se participa, con un auténtico movimiento popular donde el pueblo se organiza, moviliza y lucha con auténtica independencia de clase y donde partidos, organizaciones sociales y masas tienen roles diferenciados y complementarios. Una política revolucionaria también es algo distinto a la justa reivindicación de los caídos y las exigencias de reconocimiento, justicia y reparación, o el encuentro periódico de ex combatientes para la remembranza casi chovinista de hazañas pasadas, reivindicando hechos notables, pero tendiendo a olvidar su sustento popular, político e ideológico, el cual exige perentoriamente la continuidad de la lucha en las nuevas condiciones.
Una política revolucionaria tampoco es, bajo el pretexto de la “unidad”, reunir prácticas y compresiones políticas diversas bajo un mismo techo, para terminar haciendo lo que a uno le da la gana, en una interminable articulación y desarticulación de iniciativas, cuando no de reuniones inconducentes, o por el contrario, ensimismarse en la práctica local, aprisionando en un territorio casi feudal la creatividad, combatividad y energía colectivas. Menos, pasarse de creativo inventando formas de organización y de lucha que no tienen nada que ver con las herramientas que el pueblo mismo se va dando.
Tener una política revolucionaria no es hacer literatura, por poética que aparezca, ni operar síntesis ideológicas “superadoras” o “reinvidicadoras” del marxismo sin tomarse la molestia de comprender lo que se quiere superar o reivindicar. Menos será una política revolucionaria emitir opiniones o escribir sesudos análisis críticos de lo que hacen los otros en artículos como éste (da lo mismo si es para acusar al resto de reformistas o ultraizquierdistas), desde una cómoda posición pretendidamente teórica, ciberespacial, sin tomarse la molestia de intentar construir algo, por unilateral que sea, en una realidad social concreta de alguna parte. Una política revolucionaria se funda en un análisis certero de la realidad, pero ese análisis sólo puede ser realizado por una organización con vocación de poder, estratégicamente coherente, inmersa en la lucha cotidiana del pueblo.
Nada de lo señalado más arriba constituye para nosotros una política revolucionaria, si no tan sólo elementos parciales e incluso deformados de ella. Para que haya política revolucionaria creemos que se deben reunir dos conjuntos de cuestiones:
a) El análisis concreto, o al menos una buena aproximación, de las condiciones en las cuales se desarrolla la lucha de clases en nuestro país, a nivel regional e internacional, en los niveles de patrón de acumulación; formación social; modelo de dominación; período, etapa y fase política de la lucha de clases; correlación social y política de fuerzas entre las clases dominantes y los sectores populares y análisis de coyuntura.
De todo esto se derivan prácticamente las “tareas” revolucionarias de la época, tanto los elementos “programáticos”, aquellos aspectos de la realidad que buscamos cambiar, como así mismo las vías para hacerlo, el cómo, el “diseño estratégico” para provocar esos cambios, y que contempla tanto las formas principales de lucha a utilizar como las formas organizacionales y alianzas necesarias para emprender ese esfuerzo. Estos elementos son los que orientan el quehacer cotidiano, aquellos que señalan el rumbo.
Esa es la esencia de una política revolucionaria: una perspectiva global sobre cómo se crean y acumulan fuerzas ideológicas, políticas, sociales y militares que, a través de una serie de enfrentamientos parciales logren modificar globalmente la correlación de fuerzas, desorganizar las filas de los dueños del poder y la riqueza y vencerlos, abriendo paso así a una época de revolución social.
b) La voluntad práctica, la firmeza y consistencia de la convicción para impulsar esa política revolucionaria, por parte de un “ente” estratégico, una organización, que lo lleva a vincularse social y políticamente en los procesos de lucha en que están inmersos los sectores populares, porque es únicamente ahí donde se acumula la fuerza social revolucionaria. Sin convicción, sin fuerza y sin perseverancia, sin voluntad y vocación de poder, sin compromiso, no hay política revolucionaria y tampoco una visión del futuro a construir. Es por esto que creemos que para dar por concluido el tiempo histórico de una organización no basta entonces sólo con un acta de defunción de algunos de sus ex militantes, de sus adversarios o de sus enemigos, sino cómo se responde a las preguntas políticas de si cumplió sus objetivos históricos, si estos son vigentes o no de acuerdo a las condiciones actuales de la lucha de clases y, si la organización es la adecuada para la lucha por dichos objetivos en este nuevo contexto. Si está presente al menos una semilla, que pueda germinar en organización revolucionaria.
De acuerdo a nuestro análisis, las tareas de alcance histórico que se propuso el MIR no están concluidas y, en la realidad actual, no sólo conservan su vigencia y validez, sino que su resolución es todavía más prioritaria. Sino, no serían recogidas en diverso grado por todos y cada uno de los esfuerzos de construcción actuales.
Sin embargo, pensamos que esa recuperación es, las más de las veces, parcial o unilateral. En vez de ponernos anteojeras, preferimos retomar una perspectiva más compleja y desarrollada, que se funda en las concepciones programáticas y estratégicas del MIR. ¿Cuáles son estas? Podemos mencionar el impulso de una estrategia anticapitalista y antiimperialista, de base nacional pero que expresa una dimensión continental de lucha, de construcción de la alianza social de clases y multiétnica, de alianzas políticas de la izquierda, que permitan la construcción y defensa del Poder Popular, como expresión superior de una democracia popular en transición al socialismo; la comprensión de que esas tareas sólo pueden ser abordadas desde una perspectiva de poder, que por lo mismo es una perspectiva estratégica, y que esta sólo puede ser resuelta a través de una concepción integral, político militar de la lucha, que es la estrategia de Guerra Popular Revolucionaria, y a través de la construcción de un instrumento organizacional adecuado para avanzar esas tareas,que concebimos como un partido profesional, de cuadros, político militar y clandestino. Esa es la concepción política revolucionaria, cuyas formulaciones básicas, diseños estratégicos y tipo especial de organización necesaria (una organización de trabajadores de vanguardia, socialmente arraigada, combativa y experimentada, con una férrea disciplina, formada por cuadros escogidos y de carácter internacional), han ido siendo desarrolladas prácticamente por el MIR, al calor de las luchas de clases concretas de nuestro país, con sus aciertos y errores, lo que le otorga a la organización una experiencia histórica que forma parte del “acumulado” del Pueblo Chileno. Como no tenemos vocación de “inventores del hilo negro”, esa es la base sobre la cual partimos. Por una cuestión de método, además, es sólo recuperando la complejidad de la política de la organización, en términos de construcción política práctica, que podemos valorar y juzgar con prudencia aspectos parciales de esa experiencia acumulada, sin caer en unilateralismos, en valorar exageradamente o bien en descalificar una práctica acotada que se entiende mejor si se la pone en el contexto de la política global de la que fue parte. Entonces, si lo que creemos necesario es continuar desarrollando la política del MIR, como expresión más desarrollada de una política revolucionaria en nuestro país, y parte importante de los participantes de este esfuerzo de constitución de un ente estratégico colectivo, no sólo proviene originalmente del MIR, sino que ha desarrollado una práctica política en el MIR y en el mirismo disperso en forma continua durante los últimos años... creemos que no tiene sentido cambiar el nombre de la organización, para añadir simplemente otra sigla más a la majamama de organizaciones de izquierda revolucionaria. Menos, cuando para un sector importante de la sociedad, tanto amigos como enemigos, el MIR representa claramente un estilo, un conjunto de contenidos y atributos claramente identificables y diferenciables respecto de otras organizaciones. Respecto al perfilamiento de nuestro esfuerzo de construcción frente a la diversidad de organizaciones que hoy día se reclaman miristas, pensamos que la clave está simplemente en “hacer lo que decimos”. En tener una práctica coherente con una política revolucionaria seria, en ser consecuentes.
Eso ya marca una gran diferencia. Aquellos grupos que han abandonado en los hechos (puede que todavía no en el discurso) los contenidos de base de la política revolucionaria del MIR, o los que se quedan en la pura verborrea revolucionaria, son casos patológicos y es la propia lucha de clases la que se encargará de ellos. Hoy en día estamos interesados en retomar con fuerza nuestra vinculación con el pueblo, más que en dar examen “de blancura” frente a otras organizaciones, gobiernos progresistas o ex militantes para poder existir. Tenemos claro que sólo teniendo presencia e impulsando la política que creemos correcta en el seno del pueblo, existimos.
Y eso no depende de hacer “gallitos” sumando número o de que nos adjudiquemos la propiedad sobre “n” organizaciones sociales, para poder estar en la “coordinación” o aparecer firmando la última declaración pública que nadie leyó. Depende del impacto de las propuestas políticas que levantamos y la fuerza que se le ponen a esas propuestas; depende de cómo retomamos la iniciativa táctica y cómo desarrollamos una adecuada conducción política y orgánica, hacia un sector social que es muchísimo más amplio que la franja politizada... o los ex miristas, sean de la generación que sean. En todo caso, de acuerdo a nuestra visión, teniendo una base clasista, el proyecto revolucionario en Chile se construye a partir de varias vertientes, raíces o matrices culturales principales, como preferimos llamarlas: la anarquista, la comunista, la socialista, la mirista, la cristiana y la étnica. La matriz mirista está compuesta por varias organizaciones, movimientos, y colectivos en este momento, por lo que no nos postulamos como el MIR “único” y “verdadero”, ni sacamos declaraciones excomulgando al resto (aunque a algunos habría que exorcizarlos). Son los porfiados hechos de la lucha de clases, las fuerzas que pone en juego, las que llevarán en su momento a converger a los núcleos y destacamentos miristas más consecuentes, y después a estos con los otros sectores políticos populares, si están embarcados en un esfuerzo revolucionario real.
No hay que olvidar, sin embargo, que muchos de los cuestionamientos a que reivindiquemos el nombre del MIR, corresponden a viejos militantes, y no a las nuevas generaciones para las cuales está más o menos clara la diferencia. Queda el problema de si la organización que tenemos actualmente es la adecuada, y ese ya es un problema práctico que se resuelve en función de la lucha efectiva por los objetivos y la seriedad en la implementación de la estrategia.
Ese es el verdadero problema para nosotros y dónde se va a jugar si tenemos vigencia o no.
Digamos que ahí se va a notar: reconstruir una organización nacional de acuerdo a ciertos principios; recuperar grados de libertad para nuestro accionar; vincularnos a las dinámicas de lucha social; reproducirnos, y hacer con profesionalismo lo que decimos que hay que hacer para modificar la actual correlación de fuerzas.