La lucha armada ha dejado de ser en nuestro país para convertirse en una realidad concreta que diversos comandos operativos llevan adelante, como expresión de la voluntad popular que ya no puede ser constreñida en los mecanismos tramposos de las instituciones burguesas a través de las cuales fue tantas veces burlada. Los sucesivos triunfos tácticos alcanzados hasta el momento por las vanguardias armadas, no sólo ponen en evidencia la superioridad moral y militar de los combatientes populares, sino que confirman la validez y la eficacia de esta método para oponerse a la violencia del sistema y a la recolonialización iniciada en 1955; y en el curso de un proceso de guerra prolongada, para conquistar la verdadera y definitiva independencia nacional y social. Sin embargo es necesario puntualizar que la historia de nuestra resistencia -como la de la lucha de otros pueblos-, nos enseña que la lucha armada sin inserción en el marco de ciertas premisas teóricas, políticas y organizativas puede deparar al movimiento revolucionario nievas derrotas más trágicas que las conocidas hasta hoy, con la secuela de vidas valiosas sacrificadas prematuramente, las que operarían negativamente en el desarrollo de la conciencia popular, favoreciendo por toda una etapa la permanencia y gravitación de elementos y políticas burguesas u oportunistas.
La lucha armada es sólo un método, y sin duda el fundamental, para la expulsión del imperialismo -causa de nuestro atraso-, y para acabar con el capitalismo -causa de la explotación del hombre por el hombre-, ambos empeñados en retener y resistir con la violencia un cambio que la razón y la justicia, encarnadas en las mayorías populares reclaman, antes que en nombre de ideología o filosofía alguna, en el de la necesidad de su misma humanidad herida y negada en su legitimo derecho a la existencia. Pero la lucha armada no sólo no debe ni puede desarrollarse fuera del marco de la lucha política de las masas, sino que la de éstas debe contar con la orientación y dirección permanente de su organización político-militar.
Esto no presupone condicionar la formación, capacitación y empleo de métodos superiores de lucha a la organización política tal como la concibe el reformismo, ni tampoco como suelen suponer quienes tratan este tema como dos problemas separados u opuestos entre sí. Acción política y lucha armada constituyen aspectos indivisibles de un mismo y único proceso en el que se forjan organización política y fuerzas armadas; pero de su planteamiento resulta una contradicción de la cual, la necesidad de constituir un mínimo de vanguardia, surgida de la lucha popular y orgánicamente unida a ella en torno a una política que se construye en una relación constante con las bases populares, representa el aspecto principal, el aspecto dominante de la referida contradicción, sin cuyo desarrollo no se resuelve favorablemente. En las condiciones que se desarrolla la lucha en la Argentina, donde el proceso productivo ha determinado la distribución de la población fundamentalmente en las ciudades, concentrando una numerosa clase obrera con rica experiencia sindical y gran madurez política, la que se desenvuelve en el marco policlasista del Peronismo, con gravitación local de elementos burgueses, etc... la idea estratégica de unir, organizar y dividir al pueblo por el empleo de la lucha armada, renunciando o despreciando la actividad que permita establecer un mínimo de vanguardia o, lo que es lo mismo, de organización política, constituye imponerse desde el comienzo una limitación suicida para el propio desarrollo, bajo la amenaza de ser aislado y derrotado en la intención.
Las fuerzas políticas revolucionarias ya existentes en el país, aunque aún débiles --fundamentalmente por la falta de una línea política suficientemente sólida-- constituyen ya la base esencial para la construcción de ese mínimo de vanguardia organizada, sin cuya presencia y actividad no puede trazarse una estrategia de poder independiente. Por todo un período histórico, la lucha del pueblo, en particular la que pueda y sea capaz de librar la clase trabajadora, sindical y políticamente influenciada por la orientación de las ideas y la acción revolucionaria, será determinante para rechazar y derrotar los planes neocolonialistas hoy a cargo de la dictadura militar. Es fundamentalmente del marco de la presente etapa, y no de la visión del proceso general, de donde debe deducirse el objetivo principal que debe inspirar la acción revolucionaria, en función de los medios, esto es la relación de las fuerzas, en tanto que según ésta se resuelva serán condicionadas más o menos favorablemente las etapas siguientes. Se puede afirmar sin reservas que la acción de las vanguardias armadas concita simpatías y entusiasmo en el seno del Movimiento Peronista; y ello constituye un hecho positivo. Pero por otro lado se puede advertir que dicha acción no opera como elemento acelerador de la necesidad de buscar los términos políticos que hagan posibles la unidad entre los núcleos y organizaciones revolucionarias dispersas y aisladas en el país, cuestión de fundamental importancia en esta etapa en que la dictadura procura una salida con el apoyo de las fuerzas liberales, el colaboracionismo "peronista", restos del aparato vandorista y los neos, para de esta manera aislar primero y facilitar después la represión selectiva de los cuadros políticos revolucionarios y de las organizaciones armadas revolucionarias.
La tarea principal es dar respuestas adecuadas a esta maniobra, y para ello el esfuerzo fundamental debe orientarse en la búsqueda de una política que una al Peronismo Revolucionario mediante métodos organizativos que permitan estrechar sólidos vínculos con la base, aislando de ella a la dictadura y a los traidores del Movimiento, Condicionando, con el fortalecimiento de la organización revolucionaria y su crecimiento interno, nuevas y más claras perspectivas. Para alcanzar este objetivo es suficiente y necesario lograr la hegemonía concreta, y ello no depende del número sino de la orientación política y de la actividad revolucionaria efectiva.