Prólogo de Fabricio Ojeda a "Venezuela OK"

VENEZUELA OK

PRÓLOGO

Venezuela es en estos momentos uno de los principales focos de la atención internacional. Su situación geográfica, sus inmensas riquezas petroleras y mineras, las elevadas inversiones imperialistas y la lucha que en el país está librándose con denodado heroísmo, constituyen los factores principales de esta atención que converge, no sólo a la actualidad nacional, sino sobre la suerte futura que indudablemente está ligada al proceso revolucionario que sacude las entrañas mismas de la nación.

Muchos periodistas extranjeros, numerosos observadores políticos, han dedicado gran parte de su trabajo a analizar y divulgar los elementos e incidencias de un movimiento político dinámico que se abre en perspectivas ciertas de victoria. Y Manuel Cabieses, que ha vivido esta realidad, escribe sobre ella con pasión extraordinaria. Lo hace en forma objetiva, realista, sin caer en exageraciones, ni frases rebuscadas. Su lenguaje es sencillo, directo, cáustico siempre. Él describe todo nuestro proceso revolucionario con base en datos que el ejercicio del periodismo y su capacidad de investigación le han puesto en las manos. Los maneja con destreza, a la vez que con mesura y acierto.

Su reportaje –como el mismo califica- constituye uno de los documentos más valiosos que para el conocimiento y comprensión de la lucha del pueblo venezolano, haya podido publicarse. Y aunque el libro está dedicado especialmente a los lectores extranjeros, tiene gran interés para los nuestros, que en él encontrarán lo más vivo de una lucha apenas en comienzo. Y es que ya ella está sembrando de hechos trascendentes de acciones históricas, que no pueden pasar inadvertidas, ni callarse, sin faltar a la verdad.

Cabieses lo comprende así, lo entiende de esta manera y narra los hechos, analizas las causas y los califica sin ambajes. Es un proceso revolucionario en marcha que nadie puede detener ni nada puede frenar, porque el pueblo venezolano –heroico y decidido a lo largo de su historia- ha comprendido que sólo en la revolución encontrará las bases de una nueva vida, libre de explotación, miseria e ignorancia. Y que ésta no puede llegar por generación espontánea, sino que es preciso realizarla, aún a costa de los mayores riesgos y sacrificios. Poco le ha importado la represión salvaje, el crimen ni la tortura que el gobierno de Rómulo Betancourt ha practicado sin compasión alguna. Y cuando unos caen acribillados o prisioneros, otros avanzan con mayor coraje y decisión, sin importarles correr la misma suerte. Es aquí, precisamente, en esta valentía redoblada, donde radica la razón fundamental de la victoria segura. Nadie en Venezuela duda sobre el destino promisor que le espera y esta claridad de pensamiento hace aun más violenta la reacción de quienes aspiran a dominar eternamente, a oprimir para siempre. Las clases dominantes –el imperialismo y sus aliados nacionales- se hacen cada día más agresivas y criminales. No se detienen ante nada, ni siquiera ante los principios fundamentales de la Constitución Nacional, que sus representantes más conspicuos, como el Presidente Betancourt se jactan de respetar en la esencia democrática del régimen.

Nada ha permanecido incólume frente a su furia terrorista. Ni las instituciones más elevadas de la democracia representativa, como el Parlamento; ni el respeto a la vida que la legislación fundamental consagra; ni lo más elementales derechos del hombre, como el de la libre expresión del pensamiento, el de reunión, el de agruparse en partidos políticos, la libertad de trabajo o el derecho a la enseñanza, son respetados ni acatados. Para el gobierno venezolano no hay dique que pueda contenerlo. Las obligaciones legales son apenas letra muerta que en nada parece comprometerlo. Todo el asidero del sistema “democrático liberal-burgués”; sus principales pilares se han ido al suelo, han quedado inexistentes ante la violencia desatada con furia ultramontana.

Nuestro pueblo no se ha amilanado ante los más duros golpes. Y en cada caso ha sabido responder con igual o superior agresividad. La violencia oficial lo ha obligado a dominar nuevas formas de lucha, hasta llegar a utilizar los mismos métodos, las mismas prácticas que, al principio, constituyeron sus elementos esenciales de autodefensa, pero que al correr del tiempo, una vez superada y mejorada la organización, crecido el sentimiento hostil, pasaron a ser realidad estratégica ineludible. Y a estas alturas de la lucha, cuando atrás han quedado numerosas víctimas, ya el combate, autodefensivo primero, cobra distinta dimensión y persigue nuevos objetivos: el triunfo de la revolución para liberar al país de las coyundas imperialistas y a su pueblo, del atraso, la explotación y la miseria.

Una vanguardia aguerrida, constituida en su base fundamentalmente por la juventud, se ha propuesto abrirse paso y conquistar el triunfo. En todos los sectores que integran la sociedad venezolana, desde la burguesía nacional hasta los más humildes y desposeídos, pasando por efectivos de la Institución Armada, se aglutinan en un movimiento casi sin precedentes en nuestra historia, con la firme decisión de lograr una vida distinta, nueva, capaz de transformar las carcomidas instituciones de un sistema violento y represivo, donde la injusticia y el privilegio son su asidero principal.

Esta lucha armada, que es la esencia del camino escogido, no es solamente, de los deseos e inquietudes de una generación, formada en el sacrificio, acrisolada en el combate cotidiano, sino resultado de condiciones objetivas, claras, precisas. Es, por sobre todas las cosas, expresión de una situación insoportable que nadie, ni el más insensible, puede mirar con indiferencia. Todos hubiésemos preferido que la suerte de Venezuela hubiera podido decidirse en forma pacífica, cívica, porque esta solución evitaría la pérdida de vidas preciosas, la destrucción de instrumentos y medios útiles para el progreso y el desarrollo. Pero desgraciadamente las clases dominantes lo han impedido con todos los recursos a su alcance. Y a nuestro pueblo no le ha quedado otro medio que recurrir a la violencia, dominar sus métodos, para alcanzar el sagrado objetivo. Sabemos que esta lucha es dura y difícil, larga y compleja, más no por eso escatimamos esfuerzo alguno para llevarla a su fin, seguros que con él alumbrarán la paz, el sosiego y la tranquilidad. Y que, además se logrará la solución definitiva de los grandes problemas que sacuden la existencia nacional y corren el alma misma del pueblo.

Venezuela es hoy un volcán en erupción. Es un país sembrado de combatientes revolucionarios, agitado por una crisis profunda que polariza la lucha en dos grandes corrientes, en dos campos distintos; el uno, los sectores ubicados en el camino del progreso, de la liberación, de la justica. El otro, el de los factores conservadores, coloniales, opresivos. No es, como muchos pretenden fuera y dentro de nuestra frontera, un problema de inspiración comunista, que llevaría necesariamente a colocar su solución bajo las banderas de esa parcialidad ideológica; mucho menos, obedece a lo que se ha dado en llamar la “importación de la Revolución Cubana” o el trasplante a nuestro país de los métodos, fórmulas y procedimientos utilizados por otros pueblos, de acuerdo con sus propias realidades históricas. Es claro, meridionalmente claro, que Venezuela tiene planteado ante sí una revolución de carácter nacional que responde a la realidad de sus estructuras, de su desarrollo económico y su existencia social, cuyas principipales características son las de una nación intervenida por el imperialismo norteamericano, que controla y explota sus principales fuentes de riqueza y que, a través de este dominio económico, impone la realización de una política que no corresponde a los anhelos y sentimientos colectivos del pueblo. De aquí que nuestra necesidad primordial es erradicar los factores de la dominación extranjera, la opresión de los grupos internos que sirven de intermediarios a aquellas políticas, para levantar en su lugar un régimen democrático, nacionalista, venezolano, capaz de resolver los grandes problemas que conforman nuestro drama nacional.

En este camino, la experiencia histórica del proceso venezolano, el poderío del enemigo a vencer, la ineficacia, demostrada durante los últimos cinco años, de la llamada “democracia formal o representativa”, ha conducido a nuestro pueblo a la conclusión de que la conquista de los objetivos planteados –la libertad, independencia y desarrollo nacionales- no pueden conseguirse sino por medio de la lucha armada, de la acción revolucionaria, que permita la toma del poder político por el pueblo y, en consecuencia, el ejercicio de una política democrática y popular que liquide la injustica, el privilegio y la servidumbre.

“He vivido cinco años en Venezuela, que es, por muchas razones –dice Cabieses- , mi segunda patria. Vi como el ímpetu revolucionario del pueblo, luego de deshacerse de una tiranía, pretendió enfrentarse a los intereses extranjeros que dominan al país. He visto como ese pueblo fue brutalmente estafado en sus aspiraciones por un líder y un grupo de dirigentes que hace un cuarto de siglo encarnaban, dentro y fuera de su patria, un ideal, que a pesar de ello sigue luchando sin descanso por rescatar la dignidad y conquistar la independencia de América Latina”.

Y agrega;

“Yo sé que los venezolanos triunfarán en su empeño… el coraje del pueblo venezolano será el factor determinante de la victoria…”

Esta es la realidad.

Nuestro país no seguirá por mucho tiempo bajo la bota imperialista. No continuará llevando sobre sus espaldas la carga ignominiosa de la opresión ni el peso despiadado de una crisis económica y social que lo hace arrastrar en la miseria. Tampoco continuará siendo trampolín de ambiciones subalternas y egoístas, de líderes vencidos por la historia, de grupos minoritarios, de tiburones voraces e insaciables.

Lo aseguraremos así, tajantemente, sin el menor temor, porque sabemos de la gran capacidad combativa de nuestro pueblo, de sus extraordinarias reservas morales. Y lo que es tan importante como esto, porque está decidido –lo ha demostrado con hechos heroicos- a vencer o morir, y porque cuenta ya con organizaciones de vanguardia, mental y físicamente preparadas, para llevar adelante su ideal patriótico.

Ya en nuestras empinadas montañas los frentes guerrilleros han superado la etapa más dura y precaria. Son destacamentos fortalecidos por el apoyo campesino, animados e impulsados por el calor popular que los alienta con su ayuda moral y material. Y son ya focos invencibles que han derrotado sucesivas arremetidas del ejército. En los Estados Falcón, Portuguesa, Lara y la región oriental se halla consolidado el núcleo fundamental de la vanguardia armada de nuestro pueblo.

Por otra parte, las guerrillas urbanas, organizadas en pequeños Comandos: las UTC (Unidades Táctica de Combate), imprimen una mayor amplitud a la lucha revolucionaria y que, como la acción armada rural, mantienen viva la llama de la resistencia y el combate. Sus valerosos integrantes, con una abnegación indescriptible, desafían los mayores peligros, los más apremiantes riesgos, sin desmayar un momento. Esta abnegación y heroísmo les ha ganado la admiración colectiva y a contribuido a elevar el fervor, la solidaridad y el apoyo de las masas populares que, al principio, se mostraban resistentes a las nuevas formas de lucha, y algunas veces se veían confundidas por la recia y sostenida propaganda oficial.

El cuadro sería incompleto si no mirásemos a otro sector importante de la vida nacional: las Fuerzas Armadas, cuyas características en Venezuela le dan un aspecto distinto a los demás ejércitos latinoamericanos. En nuestro país, la inmensa mayoría de los oficiales y sub-oficiales profesionales de carrera proviene de las capas medias y humildes de la población, lo cual los hace más sensibles ante los problemas populares. Los grandes apellidos vinculados a la burguesía u otros sectores de las clases altas, están ausentes de las nóminas militares. Los mismos requisitos para el ingreso a las escuelas de formación de oficiales, entre los cuales figuran la obligatoriedad de tres años de estudio secundario, hace que los aspirantes pasen por los liceos de la República, donde existe un alto grado de politización entre el estudiantado. No hay que olvidar que los estudiantes de liceos (Institutos de Educación Secundaria) y universidades, constituyen los factores más radicalizados de la juventud que, indudablemente, sobre la cual recae el mayor peso de la lucha actual.

Es asimismo cierto que, dadas las condiciones del proceso histórico-militar venezolano, las realidades de una democracia social efectiva, se ha imposibilitado el establecimiento de normas restrictivas que pudieran hacer de nuestras Fuerzas Armadas un instrumento clasista que, como tal, respondiera exclusivamente a la defensa de sus intereses. No se puede hablar, por tanto, de una casta militar en Venezuela, a pesar de estar las Fuerzas Armadas al servicio de intereses extraños contra los cuales se comienza a observar profunda reacción.

La oficialidad venezolana es, por aquellas y otras razones, por el alto concepto del patriotismo arraigado en su mayoría , un sector altamente receptivo y asequible a una línea de acción de carácter nacionalista, revolucionario, que tienda a instaurar un régimen democrático, de contenido popular y nacional, para la liberación del país y su desarrollo económico independiente. Prueba de ello la encontramos en las proclamas y documentos en los cuales los oficiales insurgentes explicaron los movimientos del 4 de mayo en Carúpano y del 2 de junio en Puerto Cabello.

Su contenido doctrinario, su basamento ideológico, demuestran lo avanzado del pensamiento político, revelan la concepción democrática de quienes, habiéndose formado en la disciplina castrense, no han dejado de sentir los problemas de su pueblo ni de escuchar el clamor general por una vida distinta, donde la reconquista de la soberanía nacional y la recuperación de las riquezas, en manos de los monopolios extranjeros, constituyen los lineamientos y principios esenciales.

Nuestra lucha no es, como muchos lo han afirmado, una lucha entre el pueblo y el ejército. Así lo han comprendido gran parte de los oficiales que día a día se sienten más identificados con ella. Hay ya militares de carrera, egresados de sus escuelas, en los Comandos y dirección de los frentes guerrilleros, y otro gran número repudian al presente régimen. Muchos de éstos están agrupados en las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (F.A.L.N.), instrumento principal de la lucha revolucionaria. En el Estado Mayor de éstas se dan la mano desde el militar católico de formación eminentemente castrense hasta universitarios de ideas radicales que en las montañas del país comandan las acciones guerrilleas. La nueva Institución –brazo armado del FRENTE DE LIBERACIÓN NACIONAL- constituye el paso más trascendente en la unificación de las fuerzas que, con claras perspectivas, combaten la pseudo-democracia, la dictadura mejor, que oprime y persigue a nuestro pueblo.

No se trata, pues, de organizaciones gregarias, de brigadas autodefensivas del pueblo, sino de instituciones revolucionarias permanentes –síntesis del deseo general de las mayorías nacionales- que avanzarán en su anhelo de conquistar la independencia del país y establecer un gobierno de contenido nacionalista que garantice el desarrollo económico y progreso social del país. Y si de algo todos estamos convencidos es de que esta lucha no concluirá, sea cualquiera la suerte inmediata, hasta no lograr el objetivo esencial: la Liberación Nacional.

Los cinco capítulos de la obra de Cabieses recogen esta realidad incontrovertible. Sus páginas son testimonio de una decisión que nada podrá impedir su cumplimiento. Venezuela vive la hora más apasionante de su historia en la lucha por la nueva independencia. Es un proceso que arranca de las gloriosas gestas del pasado que, bajo la guía genial del Libertador simón Bolívar, sacudieron la América, destrozaron cadenas y crearon un sentimiento anticolonial que vive en lo más hondo de su pueblo.

En esta hora no se trata de nada distinto, sino de reafirmar la fe patriótica de los creadores de la nacionalidad venezolana y revivir en la distancia y en el tiempo, el sagrado principio de que Venezuela es y será siempre un país libre e independiente de toda tutela extranjera.

FABRICIO OJEDA

Trujillo, Cárcel Nacional, Agosto de 1963.