A convertir el odio e indignación en organización de la Resistencia

A CONVERTIR EL ODIO E INDIGNACIÓN EN ORGANIZACIÓN DE LA RESISTENCIA

La violenta represión de que hizo gala el golpe militar chileno —la más brutal de que se tenga noticia en América Latina— se explica precisamente por la capacidad de resistencia que le ofrece una clase obrera con un elevado grado de conciencia y organización, un movimiento de masas en efervescencia y en pleno desarrollo, una izquierda amplia y sólidamente implantada en el pueblo y, en el seno de ésta, una vanguardia revolucionaria ya cristalizada: el MIR.

Los errores y debilidades del reformismo influyeron considerablemente para impedir que esa capacidad de resistencia se ejerciera en toda su plenitud y frustrara la ofensiva reaccionaria que culminó el 11 de septiembre de 1973. Pero aun la represión sin límites de los primeros meses, que convirtió a Chile en una Indonesia, no fue capaz de quebrarla. Esa capacidad de resistencia seguirá siendo una realidad y lo será hasta que se le rompa lo que constituye su espina dorsal: la izquierda, y particularmente la izquierda revolucionaria.

Fue esta la razón por la cual, en diciembre pasado, bajo la asesoría de la CIA y de especialistas brasileños, la dictadura gorila se dotó de un aparato represivo más eficaz, del cual es expresión la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), y se trazó un plan de acción para liquidar las fuerzas de izquierda (v. Correo de la Resistencia Núm. l). Dicho plan contemplaba una primera fase de control de la izquierda, hasta mediados de marzo, seguida de una fase de represión masiva sobre la población, que incluía rastrillos en zonas urbanas, controles callejeros, allanamientos, uso indiscriminado de la tortura, etc. De esta manera, la Junta gorila esperaba llegar, entre julio y agosto, a una situación de total liquidación de las fuerzas de izquierda y presentar, en su primer aniversario, el 11 de septiembre, un país “saneado”, que le permitiera atenuar las medidas masivas de represión y mantener exclusivamente aquéllas de orden selectivo.

El MIR y la Resistencia

Este plan se ha ido cumpliendo, con algunos éxitos parciales para la dictadura. Sin embargo, ésta llega al periodo julio-agosto infinitamente lejos de los objetivos que se había propuesto y no sólo tiene que seguir intensificando la represión masiva, sino que, al conmemorar el primer aniversario del baño de sangre a que sometió al país, no puede sino tomar una medida demagógica: el levantamiento del “estado de guerra interno”, sustituyéndolo por el cuarto grado del estado de sitio, es decir, el “estado de defensa interno”. Sigue el toque de queda, siguen los allanamientos, la tortura, los rastrillos.

La explicación de este hecho está en el mismo orden de ideas que explica la violencia del golpe: la capacidad de resistencia de las masas chilenas no sólo se ha mantenido sino que se ha expresado en nuevas formas de organización y de lucha. Creados desde la base, han surgido los Comités de Resistencia, que agrupan a los militantes de izquierda y a los trabajadores sin partido, y que se multiplican en progresión geométrica, pasando de las poblaciones a las fábricas e implantándose hoy día sólidamente en la gran industria. La clase obrera y el pueblo han encontrado en ellos el instrumento que necesitaban para desarrollar su disposición de lucha contra la dictadura y a esto se debe, principalmente, el sabotaje, la propaganda a través de las estampillas, los rayados, los mítines-relámpago, los paros de trabajo y demás formas de lucha que aumentan día a día en todo Chile.

El Movimiento de Resistencia Popular es ya una realidad y su gran impulsor ha sido el MIR. Es natural por tanto que sobre el MIR se haya centrado la saña de la represión, que sus militantes, cuando caen presos, sean torturados y asesinados, que la dictadura se esfuerce desesperadamente por desarticularlo y desarmarlo. Sin embargo, cada golpe recibido —el arresto y la tortura de Bautista Van Schowen en diciembre, de Roberto Moreno y Arturo Villavela en abril— no sólo han tensado las energías del MIR, sino que lo han hecho redoblar sus actividades y lo han convertido definitivamente en el enemigo número uno del régimen.

Muere un revolucionario

En una operación rutinaria de rastrillo, la dictadura acaba de lograr un triunfo inesperado: la muerte de Miguel Enríquez, Secretario General del Partido.

Los gorilas y sus asesores norteamericanos y brasileños se dan cuenta de la importancia de este hecho. Fundador y dirigente del MIR, Miguel Enríquez asume definitivamente su dirección en 1969, al depurarse la organización de los elementos que trababan su desarrollo. Es bajo su conducción que el MIR hace su primera experiencia en clandestinidad, al constituirse en objeto de persecución del gobierno proimperialista de Eduardo Frei, y es también por esa época cuando inicia el desarrollo efectivo de sus aparatos armados, llevando a cabo por primera vez en Chile, en forma sistemática, actos que introducían la violencia revolucionaria en el sistema parlamentario burgués vigente.

Miguel Enríquez no era tan sólo un organizador: dominaba también, como pocos dirigentes revolucionarios latinoamericanos lo han hecho, el arte de la estrategia y de la táctica. A él, más que a cualquier otro dirigente del MIR, se debe el hecho de que éste haya sabido adaptarse con relativa rapidez a los cambios que significaron para Chile el ascenso al gobierno de Salvador Allende, sin que la organización pasara por ningún tipo de crisis. En el momento en que las demás fuerzas de la izquierda revolucionaria se disolvían o entraban en franca regresión, al no saber como enfrentar la situación creada por la formación de un gobierno de izquierda, el MIR se lanza a su fase de pleno desarrollo, que lo conduciría por la senda que Miguel Enríquez y sus camaradas habían buscado desde un principio: su conversión en un verdadero partido, enraizado en las masas y capaz de plantearse como objetivo la disputa del movimiento obrero a la conducción reformista que pesaba sobre éste desde hacía décadas.

El MIR como partido

La idea del Partido no se confundía, a los ojos de Miguel Enríquez, con la de un movimiento inorgánico, incapaz de constituirse en la verdadera vanguardia de la clase obrera chilena. Marxista-leninista antes que nada, pero marxista-leninista en la América Latina de los años setenta, su visión del partido era, por un lado, la formación de una sólida estructura, desde el punto de vista orgánico, político y militar, y, por el otro, la de una estrecha vinculación entre esa estructura de revolucionarios profesionales y las amplias masas trabajadoras de la ciudad y del campo.

Hubo quien criticó al MIR durante el período de la Unidad Popular por el hecho de que “no se abrió ampliamente a las masas”, adoptando una política de reclutamiento indiscriminado, instalando comités locales por doquier, funcionando, en suma, en plena legalidad. En efecto, bajo la conducción de Miguel Enríquez, el MIR se ganó una base de masas significativa, pero no renunció a la combinación de estructuras legales y clandestinas ni mucho menos al desarrollo de sus aparatos armados.

Lo que para los críticos de ayer (y lo deben de saber hoy, cuando han visto sus estructuras legales derribarse como castillos de arena ante la furia gorila), constituía un error, fue el mayor acierto que haya tenido una organización en Chile. Ello fue —y lo fue precisamente porque el MIR disponía de una visión estratégica y táctica que le imponía ese estilo de desarrollo orgánico— lo que permitió al Partido constituirse desde el 11 de septiembre en el alma de la Resistencia Popular, impulsar en ella las formas orgánicas y los métodos de lucha adecuados para el periodo y lograr —hecho único en América Latina— que, bajo una dictadura gorila, el movimiento de masas pudiera no sólo reorganizarse sino avanzar en materia de conciencia. Para aquellos sectores sometidos a la influencia del MIR, sectores que son cada vez más amplios y decisivos para la lucha revolucionaria, esa conciencia apunta sin vacilaciones hacia el objetivo que inspira todo movimiento de masas vanguardizado por una clase obrera consciente: la revolución proletaria y socialista.

La obra de Miguel Enríquez

Se entiende, por lo tanto, la satisfacción de la represión gorila. Se entiende también que, a través de comunicados sucesivos, en que anuncia asilos en masa de militantes del MIR, trate de sacar provecho de esa victoria inesperada y desarmar con ello al Partido.

Lo que no entiende, lo que no sabe la dictadura gorila, es que la obra de Miguel Enríquez ha avanzado mucho más que lo que ella supone. Lo que ignoran los gorilas es que Miguel Enríquez y sus camaradas han logrado construir realmente el Partido que querían y que un partido de esa naturaleza no sólo resiste a los golpes que sufre, sino que saca de ellos más fuerza y disposición de lucha. Esto es particularmente. válido en el caso de la muerte de Miguel Enríquez, de esa muerte que era la única digna de él: la que se logra peleando, con las armas en la mano, contra los opresores del pueblo.

Es justamente porque era el líder máximo e indiscutido del Partido que su muerte representa para éste un nuevo factor de fortalecimiento y de desarrollo. Desaparecido aquel que encarnaba a los ojos de cada militante el Partido mismo, que era su representación visible y palpable, la militancia del MIR se ve forzada a dar un paso adelante y asirse al Partido en tanto que tal, a su disciplina, a su estrategia y táctica, a su papel como vanguardia obrera revolucionaria.

Y no le es difícil dar ese paso. Porque, más allá de todos sus méritos: su inteligencia y valentía, su dedicación incansable a la causa de la revolución proletaria, su visión internacionalista que lo convirtió en el gran impulsor de la Junta de Coordinación Revolucionaria del Cono Sur, más allá de su calidad humana que hacía de él un dirigente pero también un verdadero compañero, más allá de todo esto, el mérito mayor de Miguel Enríquez es el de dejar tras de sí un partido. Es decir, cuadros dirigentes capaces de sucederle, cuadros medios y de base templados en la ideología proletaria y en la práctica revolucionaria de todos los días, una imagen de aciertos tácticos y estratégicos a los ojos de las masas, un ejemplo de lucha que encuentra la más plena expresión en su propia muerte.

¡Hasta la Victoria Siempre!

El MIR de Miguel Enríquez, el partido revolucionario del proletariado que él supo crear, es hoy una realidad que va más allá de sí mismo, es un instrumento de lucha —el instrumento de lucha— al cual no renunciará la clase obrera y el pueblo de Chile.

Los gorilas que se han adueñado del poder, el gran capital nacional y extranjero a quien ellos sirven, no tienen en realidad ningún motivo para cantar victoria. Todo lo contrario, han obligado al MIR a dar sin paso adelante, lo han forzado a cerrar filas en torno a su ideal de Partido y a unirse aún más a las clases explotadas, las mismas que, con el estandarte de guerra que les ha legado Miguel Enríquez, tal como lo hizo el Che, los derribarán del poder, liquidarán pieza por pieza el sistema que ellos han implantado, sobre la base de la superexplotación de los trabajadores y del estrujamiento del consumidor, para construir sobre sus ruinas la democracia proletaria por la cual luchó y murió Miguel Enríquez.
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Fuente: Correo de la Resistencia, órgano del Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile en el exterior, número 3-4, septiembre-octubre de 1974.