La disputa por la utopía

LA DISPUTA POR LA UTOPÍA

Carlos Ramos
Frente Internacional – ELN

Nuestra América es hoy, como ha sido desde hace cinco siglos, un territorio en disputa: una disputa que es atravesada por la pugna histórica entre revolución y contrarrevolución, entre dominación y emancipación. Esta disputa se da en múltiples planos: el geopolítico, el económico, el geográfico-territorial, el ideológico y el cultural-simbólico.

De todas éstas, tal vez la más determinante, en estos momentos, sea la que se libra en el plano cultural-simbólico, debido a que es desde ahí donde se disputan los imaginarios utópicos de los pobres de la tierra. Desde ese teatro de operaciones se sostiene el proyecto civilizatorio de la modernidad capitalista y se revela la fuerza principal de la hegemonía estadounidense: la imposición del modo de vida norteamericano como horizonte utópico de las grandes mayorías de la población mundial y, en especial, de los más pobres. En la historia de la humanidad, ningún otro proyecto cultural o religioso ha colonizado tan efectivamente los imaginarios colectivos de los pueblos del planeta, y su hegemonía representa la victoria ideológica más significativa del imperialismo norteamericano.

Desde nuestro continente latinoamericano, actualmente sacudido por un nuevo ciclo histórico de luchas emancipatorias, han surgido nuevas alternativas civilizatorias que desafían el dominio del proyecto de la modernidad capitalista. Las propuestas nuestroamericanas apuntan a ricas y novedosas concepciones del socialismo latinoamericano. Ejemplo de ello son el Sumak Kawsay, el Socialismo del Buen Vivir, el socialismo del Siglo XXI y el Socialismo Raizal que plantearon Camilo Torres y el maestro Orlando Fals Borda. Estos proyectos históricos de liberación humana y nacional plantean una ruptura, no solamente con el capitalismo como sistema de producción y reproducción de la vida, sino también con el mismo modelo civilizatorio eurocéntrico y colonizador.

Se trata de alternativas civilizatorias que encierran en sí valores y ordenamientos socio-culturales ajenos a los que reproduce la modernidad capitalista por medio de su agresivo proyecto de colonización cultural. Por ejemplo, David Choquehuanca Céspedes (2010), ministro de Relaciones Exteriores del Estado Plurinacional de Bolivia, describe de la siguiente manera la ética que resume la propuesta del Vivir Bien:

“Mentir, robar, atentar contra la naturaleza posiblemente nos permita vivir mejor, pero eso no es Vivir Bien. Al contrario, Vivir Bien significa complementarnos y no competir, compartir y no aprovecharnos del vecino, vivir en armonía entre las personas y con la naturaleza.

El Vivir Bien no es lo mismo que el vivir mejor, el vivir mejor que el otro. Porque para el vivir mejor, frente al prójimo, se hace necesario explotar, se produce una profunda competencia, se concentra la riqueza en pocas manos. Vivir mejor es egoísmo, desinterés por los demás, individualismo.

El Vivir Bien está reñido con el lujo, la opulencia y el derroche, está reñido con el consumismo.”

Son precisamente esos los principios que sustentan al proyecto histórico del socialismo latinoamericano y lo distingue de las experiencias del llamado “socialismo real” de la Europa del siglo XX. Esos socialismos se erigieron sobre la base de los principios y valores que propugna el modelo civilizatorio de la modernidad europea: progreso, desarrollo, androcentrismo y sometimiento de la naturaleza. También privilegiaron el protagonismo del Estado y sus instituciones por encima del protagonismo del pueblo y sus comunidades. Nada más ajeno a la tradición histórica de Nuestra América, como señala Eduardo Galeano:

“La comunidad, el modo comunitario de producción y de vida, es la más remota tradición de las Américas, la más americana de todas: pertenece a los primeros tiempos y a las primeras gentes, pero también pertenece a los tiempos que vienen y presiente un Nuevo Mundo. Porque nada hay menos foráneo que el socialismo en estas tierras nuestras. Foráneo es, en cambio, el capitalismo: como la viruela, como la gripe, vino de afuera”

La Guerra Cultural

No obstante, los valores y la ética que encierran los proyectos liberadores del socialismo latinoamericano se enfrentan al titánico modelo de dominación cultural y aún no logramos que se constituya en una contrahegemonía ideológica-cultural capaz de hacerle contrapeso al avasallador modo de vida norteamericano.

Las izquierdas latinoamericanas, estamos en la búsqueda de romper con métodos de trabajo político-ideológicos demasiado doctrinarios, que no logran penetrar las conciencias colectivas de nuestras sociedades – y en particular de las nuevas generaciones – y, por tanto, no logran conformarse en nuevos horizontes utópicos. Como señala el sociólogo brasilero Emir Sader, la hegemonía ideológica de los Estados Unidos “se refleja en su capacidad de convicción, persuasión, de fascinación, de adopción de los valores del modo de vida norteamericano.”

La guerra cultural del capitalismo se libra más ferozmente en los espacios cotidianos de nuestras sociedades, en nuestros barrios, nuestras comunidades, nuestros hogares, donde se reproducen prácticas, valores y sentidos comunes. Así lo señala el intelectual revolucionario cubano Fernando Martínez Heredia cuando plantea que “el esfuerzo principal del capitalismo actual, está puesto en la guerra cultural por la vida cotidiana.” Renan Vega Cantor plantea que el reto histórico para la liberación Nuestroamericana es “de crear un nuevo “sujeto cultural” que solidifique la base de los cambios que tienen lugar en América Latina.”

En Colombia, la dominación cultural del capitalismo se manifiesta, como dice el mismo intelectual colombiano (2010) en “el deseo de enriquecerse rápido, sin esfuerzo y, por supuesto, se vincula al narcotráfico y a bandas sicariales, y eso ha sido muy impulsado por el gobierno de Uribe y por el actual; es decir, el apoyo de ese tipo de enriquecimiento y de ascenso social inmediato.” Es ese el gran soporte ideológico de derecha colombiana.

El reto emancipador

Pasar al teatro de operaciones de la cultura como parte fundamental de la lucha emancipatoria es imprescindible en este momento histórico.

Difícilmente podrá fructificar el proyecto de la construcción de socialismo latinoamericano sino asumimos plenamente la batalla cultural, sino entramos a disputar de lleno los sentidos comunes que han sido naturalizados por el sistema capitalista, sino logramos socializar los valores y la ética de la emancipación, sino terminamos de romper de una vez por todas con la hegemonía cultural del modo de vida norteamericano y construimos una hegemonía alternativa liberadora.

La nueva cultura del socialismo latinoamericano la construyen los sujetos sociales mismos. Para lograrlo debemos, como revolucionarias y revolucionarios, prepararnos para disputarle los sueños y las fantasías al capital, para persuadir y fascinar a los pueblos con la utopía del nuevo mundo y la nueva sociedad.

Vale señalar que la dominación cultural del imperialismo norteamericano se sustenta, en gran medida, en su capacidad de haber convertido “el sueño americano” en el gran mito de su modelo civilizatorio; es por eso que ha prevalecido a través de las generaciones.

Necesitamos constituir un mito propio, que encarne el deseo de vivir de un modo diferente, de pensar, sentir, trabajar y caminar por el mundo de otra manera. Para lograrlo, es preciso inocular de fe y pasión nuestros proyectos de liberación, tal como lo señaló el revolucionario peruano José Carlos Mariátegui: “La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito.”