Se intenta convertirme, como a otros revolucionarios en prisión en virtual rehén de las fuerzas represivas del Ejército, en su afán de retrasar o contener el nuevo e inevitable estallido de la lucha guerrillera en las montañas peruanas. Mi vida se convierte, así, en un medio de presionar a los revolucionarios peruanos y hacerlos abandonar la línea de la toma del poder con la lucha armada. Otras vez, se repite el método utilizado en julio de 1965, al comenzar las acciones guerrilleras en nuestro país, cuando las esposas de los líderes guerrilleros fueron hechas prisioneras por los militares y sufrieron durante más de 8 meses el más inhumano e injusto trato.
El método es simple. La Ley de Pena de Muerte, aprobada por un Congreso unido en su odio a las luchas populares y por su miedo cerval al desarrollo del movimiento insurreccional, que impone esta pena por delitos político-sociales y legaliza así, el asesinato de los prisioneros por tales razones, pende amenazadoramente sobre mi vida y la de otros compañeros de lucha. Ahora se retrasa indefinidamente nuestro juicio, pero en caso de continuar la lucha armada y guerrillera, se nos condenaría a las más severas penas, se ensañaría en nosotros la venganza de la oligarquía, del ejército, de los imperialistas. Esta es la realidad que me toca afrontar.
Soy consciente de mi situación y de las responsabilidades que me corresponden como revolucionario. No puedo callar ni ser cómplice indirecto de una traición al pueblo. Sé que mi vida no puede ni debe ser un obstáculo en el camino de la liberación de millones de compatriotas que sufren bajo el neo-colonialismo más despiadado y opresor. De la Puente y Lobatón han señalado claramente el deber que cabe a cada uno de los que hemos tomado en nuestras manos la tarea histórica de conducir la revolución. El MIR, vanguardia del proceso revolucionario en nuestro país ha dicho también su palabra: la lucha continúa. No temo, entonces, las represalias que se me impongan. Estoy seguro que, si peleamos con todas las energías, cualquier sacrificio que haya que hacer, incluso en el de la misma vida, será un paso más hacia la victoria, hacia la felicidad del pueblo peruano. Y estoy decidido a ello.
Al denunciar el sucio juego que pretende hacerse con la vida de los revolucionarios prisioneros, acudo a la conciencia libre del mundo en busca de aliento y apoyo. La solidaridad de los hombres y mujeres del mundo con aquellos que estamos a merced de los enemigos de la revolución peruana y de sus bárbaras medidas represivas, es una defensa invalorable de nuestra vida. Tal vez la única validez en estas circunstancias.