Entrevista al comandante Marcial

ENTREVISTA DE JULIO SCHERER GARCÍA AL COMANDANTE "MARCIAL" (SALVADOR CAYETANO CARPIO), DE "PROCESO". MÉXICO.

«Estados Unidos es el enemigo con distintos rostros»

«Podrá teñirse de sangre el territorio entero, que los salvadoreños seguirán adelante».

Corridas las cortinas de dos ventanas pequeñas, cerrada al exterior una habitación de madera y piedra Salvador Cayetano Carpio, panadero, seminarista, secretario general del Partido Comunista, el puro dolor en las mazmoras del gobierno, la vida como clandestinidad y el paso de la venganza sobre su sombra desde hace quince años, dijo a "Proceso" que están próximas las batallas decisivas en El Salvador:

Entre este año al que se le va diciembre, y el próximo el de la alborada, caerá la Junta de Gobierno y ascenderá el pueblo al poder.

Inició la entrevista con estas palabras:

«Hace quince días tratamos de encontrarnos. La seguridad lo hizo imposible. Conversemos ahora. Permítame saldar mi deuda de gratitud con usted».

No hubo otra alusión a hechos narrados en estas páginas.

Reo de todos los delitos para los gobernantes, es el héroe de las guerrillas, la punta de la lucha armada, el teórico de la estrategia política. Pequeño, delicado de manos y dedos, fina la armadura de sus anteojos revela secretos de la contienda en su país:

«Hemos organizado los primeros cuerpos del ejército regular en la nueva sociedad salvadoreña. Los comandos operan bajo la más estricta jerarquía militar y una severa disciplina. Batallones de 600 hombres actúan en regiones seleccionadas. Sus hombres manejan armas profesionales y viven la guerra en plenitud. Es su profesión. Son los hechos, aunque frente a nosotros exista una bien montada campaña de desinformación. En algunas áreas suburbanas, el llano que dicen los cubanos, no hay más autoridad que la de nuestros cuadros y el pueblo» Pareciera que no cabe la inquietud en su cuerpo de unos sesenta a unos sesenta y cinco».

«En un segundo nivel, dueño del arte de la emboscada, los guerrilleros actúan las 24 horas del día. Ni se dan descanso ni admiten tregua. No hay jornada sin la captura de armas al ejército, a los guardias de las haciendas, a los policías, a los "orejas". Las bajas que le inflingen al enemigo son constantes. No es una gota constante. Es un hilo de sangre que nadie para».

Sonríe: «Pronto la dictadura tendrá anemia»

Llama la atención el contraste entre su rostro apacible y la frente poderosa, la estricta expresión del carácter. Dice Cayetano Carpio:

«En la lucha contra la dictadura el pueblo ha organizado las milicias. Contamos con 100 000 milicianos armados. Manejan armas profesionales o de fabricación casera, pero todos son temibles. Combaten en el área de sus lugares de trabajo, la fábrica, el comercio o los centros de estudio. Son obreros, universitarios, maestros, empleados pú¬blicos y privados. Representan al transeúnte común, el ser de vida aparentemente rutinaria. Son héroes anónimos en la transformación de la sociedad».

Los ojos negros del guerrillero quedan detenidos en los ojos de su interlocutor:

«La tiranía no tiene cien mil hombres en pie de lucha. Nuestra superioridad numérica es innegable. Las fuerzas paramilitares a las que nos enfrentamos son poderosas, pero están sometidas a la guerra incontrastable y a la guerra que no se ve, la de la desmoralización y el desgaste. La junta de Gobierno ha tenido que iniciar la leva entre los jovencitos. Cualquiera puede ver la pelusa de sus bigotes y la metralleta en sus manos inseguras».

Sigue:

«Hace poco más de un año la dictadura realizó un gran esfuerzo para acabar con la guerrilla y las fuerzas activas disidentes. La acción fue brutal. Aviones y helicópteros, el ejército, las tropas de desem¬barco, la Guardia Nacional y todas las policías juntas sembraron la muerte y el dolor, pero también la rabia y el odio. Murieron niños, mujeres, ancianos. No hubo piedad. Los 1ímites saltaron hechos añicos. Concluida la dispersión de los poblados regresó la tiranía a los campos desolados para culminar lo que llaman "la limpia", pero se encontró con fuerzas organizadas que se le enfrentaron. Con eficacia y precisión el pueblo voló vehículos militares, tendió emboscadas, ajustició a los asesinos uniformados que cayeron en sus manos. A la brutalidad opuso la inteligencia. A la crueldad, la resistencia. Nadie previó este salto de calidad en la lucha armada. Es la paradoja de quien está a punto de liquidar al adversario y, al no lograrlo, ve que se yergue poderoso»

A los 64 años, Salvador Cayetano Carpio se instala en el futuro:

«Mi presente es el porvenir. No me miro los pies, ni miro atrás».

Sin embargo, tendría mucho que recordar, como este relato del año 50:

«Golpeado, regreso al fondo de la celda. La debilidad devora mi organismo. Oigo botas que se acercan.

-¿Usted es Carpio?
-Si, señor.
El militar se apoya en los barrotes. En silencio me mira.
-¿Por qué está ensangrentado?
- Fueron los agentes.
- ¿Por qué corrió?
- Quise evitar que se consumara una detención ilegal. La autoridad se respeta. Estamos en un país civilizado. ¿Democrático?
- Como guste.
No resisto el deseo de replicarle moderadamente:

La policía está obligada a respetar las normas que establecen las garantías individuales.

El efecto de mis palabras es fulminante. Se ha puesto lívido, después rojo, congestionado.

-Por última vez, ¿vas a hablar?
-No se nada.
-La capucha:

Alguien se monta a horcajadas sobre mi espalda y me va cubriendo la cabeza hasta el cuello con la parte superior de la capa de hule que usan reglamentariamente los policías. El forro queda hacia fuera, el hule pegado a la pared. No veo nada. La oscuridad me ha caído encima. Que desagradable es el tibio olor al hule.

El jinete que tengo a la espalda descarga todo el peso de su cuerpo contra el mío. Ha metido el brazo bajo mi barbilla y me está levantando la cabeza. La atrae hacia su pecho y me empuja las piernas hacia atrás, más, más. Cruje la columna vertebral. Mi cuerpo forma un arco, tenso, vibrante. Los pulmones están aplastados. Otro puntapié sobre las costillas, en los puntos que dejan libres las piernas del jinete. Golpes precisos, maestros.

Pujidos cortos y agudos arrojan la última reserva de aire. Un círculo de acero ciñe mi garganta. Una mano implacable forma un torniquete con los bordes de la capucha y va apretando, apretando, hundiendo los bordes como un cuchillo alrededor del cuello.

El aire no se filtra más. Los pulmones lo reclaman desesperadamente. Bombean la misérrima cantidad que resta entre los pliegues de la capucha. La boca se abre, aspira, succiona, chupa. Más puntapiés. El hule se pega a los dientes, obtura los conductos nasales. La boca está abierta. Grita. Son los alaridos de un animal en el matadero. El cuerpo se estira, se encoge. El jinete se aferra más y más al caballo enloquecido. Las sienes golpean como un gigantesco martillo, los oídos zumban como una estridente orquesta de un millón de grillos. Los ojos se salen de sus órbitas. Los intestinos escapan por la boca.

Llegan a su clímax los estertores de la asfixia. Ahora descienden, se debilitan. Un temblor convulsivo me sacude. Los verdugos se dan cuenta de que he llegado al límite. Apareció la muerte. Aquí está. Aflojan poco a poco el círculo que aprieta mi garganta. Entra el aire, la vida. Uno, dos, tres, cinco segundos y ya está el torniquete apretando, ciñendo la garganta de nuevo Otra vez los puntapiés, el jinete, las convulsiones, los intestinos que vomito, los estertores de la agonía. En el dintel de la muerte, el torniquete se afloja de nuevo. Uno, dos, tres, segundos, cinco. Y otra vez Y otra vez Y otra vez».

-Circula la versión de cien mil muertos. ¿Es cierta, Cayetano?

«No le entiendo».

«Que la Junta matará cien mil hombres para "pacificar" El Salvador. Eso fue antes, Habla de doscientos mil. Pueden ser más nunca todos. La historia del país es ya otra, porqué no tienen piedad. Llevamos 19 años de tiranía».

¿Cómo se explica que en un país tan pequeño y densamente poblado, subsistan y accionen fuerzas regulares fijas, la guerrilla en todo el territorio y cien mil milicianos armados en el estrecho círculo de su vida cotidiana? ¿Es posible frente a un ejército dueño de pistas y aviones, de helicópteros y fuerzas de desembarco, de todas las armas y todos los pertrechos?

«Se explica por la naturaleza de nuestra guerra, la combinación de la lucha militar y la lucha política. Sin la lucha política el enfrentamiento con el ejército hubiera sido una locura. Nos adaptamos a las condiciones específicas que nos rodeaban. No podíamos empezar en las montañas porque son bajas y no ofrecen seguridad. Nos iniciamos con la formación de comandos urbanos, guerrillas de nivel elemental. Las extendimos al campo. Poco a poco abarcamos el país entero. Tuvimos y tenemos presente el principio clásico irrebatible: la guerrilla es el pueblo o es un grupo armado a salto de mata».

Se amarra al tema:

«Estrategas de café creo que así les llaman ustedes, han documentado la corrupción de los sucesivos gobiernos de El Salvador, de 1931 a la fecha. Tarea inútil. Los rebasan hechos elementales:

En 1970 unos cuantos iniciamos el movimiento. No éramos más de 10. No contábamos con una pistola. No teníamos un colón. En 10 años hemos librado miles de acciones militares y reunidas decenas de millones de dólares con los secuestros de oligarcas y las requisas a los bancos. La marea ha crecido. Es incontenible. Nuestra acción cuenta, pero más ha contado la de ellos. Sanguinarios en el poder, corrompidos en la vida privada, mediocres. Medimos los resultados de la revolución por el odio del pueblo a sus tiranos».

Le atrae la frase que ya formula. Sonríe de nuevo:

«En Nicaragua, Somoza fue el dueño de todas las vacas, en El Salvador los títeres sucesivos no han podido formar una dinastía. Se desplazan unos a otros y en el breve período que les toca matar y robar, engordan hasta que revientan».

¿Tiene porvenir una revolución en 20 000 kilómetros cuadrados congestionados por cinco millones de habitantes?

«En la victoria, valdrán más allá de la retórica los vocablos independencia, soberanía, autosuficiencia»

«El proceso revolucionario de Centroamérica es uno solo. Los triunfos de uno son los triunfos del otro. Nuestra unidad geográfica, histórica, política económica fue destruida por la ambición del imperio. Guatemala tendrá su hora. Honduras la suya. Costa Rica vivirá un momento estelar. La primera nota se escuchó en Nicaragua. La historia cantará en Centroamérica».

«Entre tanto las asechanzas se multiplican. No basta la inteligencia para planear una acción contra ellas. La única esperanza es el pueblo de El Salvador. Fue amedrentado y no cedió. Se extendió el luto por su territorio y se mantuvo firme. El arzobispo Romero murió con la certeza de que el heroísmo y el martirio formaron la corona de espinas en el país masacrado».

Cayetano Carpio enumera los peligros externos contra la revolución:

«Ocho barcos de guerra dos mil marines, un portaviones y sesenta aeroplanos de combate han sido avistados en aguas del Pacífico. Su presencia es un gesto bélico. La intervención es posible. No contradice la historia de los Estados Unidos».

«Herrera Campins, demócrata cristiano aliado a los demócratas cristianos de El Salvador, Duarte y Morales Erlich, usurpó la voz de Venezuela para pedir a la OEA que integrara una "fuerza pacificadora" que nos hiciera retroceder a tiempos imposibles. Sabemos para qué sirve y a quién sirve la OEA».

«Honduras se arma en la frontera y reclama la faja territorial en disputa. La intemperancia de las declaraciones de sus gobernantes, es una señal de alerta para nosotros. El avance de las fuerzas armadas marca el inicio de la intervención. Conocemos la historia: la bota del enemigo un metro adentro es la violación de la soberanía. Conocemos los principios: la violación es absoluta. Consumada, no se impone límite ni freno».

«Lucas ofreció el ejército a sus colegas salvadoreños. Es el caso más complicado y oscuro para el enemigo, el más claro para nosotros. Guatemala vive una situación emergente. Si la promesa la hiciera efectiva su presidente, adelantaría el fin del régimen. El mundo sabe que no controla la situación interna, que no puede enfrentar el desprestigio internacional, que asiste paralizado, al éxodo de los mejores hombres. Como El Salvador, se desangra por la infamia de los títeres».

«En el fondo y en la superficie, como quiera que se mire el problema, el enemigo es uno con distintos rostros: Los Estados Unidos».

«Es probable que yerren en la estrategia y pongan en juego algunas de esas opciones contra El Salvador. Prolongarían la tragedia y nos obligarían a cavar más hondo las tumbas de nuestros verdugos».

«En América Latina las consecuencias serían negativas para el imperio. No se apaga el rescoldo de la invasión a Santo Domingo hace quince años. Quedan las piedras ardientes. Nuevas hogueras incendiarían el Continente».

No encuentra la figura que le permita expresarse.

«Vea, mire. Como decirlo. Los muertos cuentan cada día menos y valen más. Uno que cae, la madre o el hijo, la mujer no nos detiene. Sabe El Salvador que no hay abrigo en las tiranías»,

Dice Cayetano Carpio:

«En los últimos meses el horizonte se clarificó en el país».

Anuncia:

«Las fuerzas políticas y militares, por largo tiempo dispersas y en algunos casos con enfoques distintos acerca de la manera cómo debía encararse la lucha, se han cohesionado bajo un mando único: La Dirección Revolucionaria Unificada. Acordaron la unificación las Fuerzas Populares de Liberación "Farabundo Martí", la Resistencia Nacional, el Partido Comunista y el Ejército Revolucionario del Pueblo».

«Para ejercer su papel político y militar la DRU se agrupa en comisiones conjuntas relaciones internacionales y comisiones conjuntas de propaganda. Está facultada para aprobar los planes de guerra conjunta, las fases del plan de guerra y la iniciación de las diferentes campanas estratégicas. Decidirá el momento de la batalla final. Un día anunciará la formación del Gobierno Democrático Revolucionario. Me gustaría que fuera al amanecer».

«Doce hombres integramos la DRU. Tres por cada organización. Yo represento a la Farabundo Martí».

Insiste:

«Ha cambiado la situación de las fuerzas revolucionarias radicales en menos de un año hemos conquistado los más amplios niveles de la unidad del pueblo. Vivíamos bajo la confrontación y en la dispersión del movimiento popular».

Festeja su analogía - Mao - con un guiño de ojos:

«Hemos dado el gran salto».

¿Cuáles fueron las diferencias que hicieron tan difícil la unificación?

Una fundamental de la que se desprendieron consecuencias innumerables. Había quienes pensaban que la lucha en El Salvador debía ser eminentemente política y había quienes pensábamos que la lucha también debía ser política, pero eminentemente militar, combinadas las dos. La política sólo la política, nos habría llevado al agotamiento y a la frustración frente a la dictadura no hay caminos. EL CAMINO: LA GUERRA.

Vive un momento de ensimismamiento.

- Pero, ¿entiende que es la guerra?
- Cómo, ¿la entiende Ud.?
- «Es todo. Hasta la última gota de sangre, el último quejido».
- ¿Solo eso?
- «Tiene razón. También la esperanza en el momento de la tortura».
- ¿Fue usted seminarista? «Cuatro años».
- ¿Por qué se apartó del Seminario? «No tenía vocación».
- ¿Renunció al Partido Comunista? «Así es».
- ¿Podría decirme por qué? «Por la Revolución Cubana».
- ¿Por qué?
- «Vi claro, entendí que la transformación en América Latina es por el camino de la guerra. El Partido Comunista Salvadoreño sostenía que el camino era la política y solo al final, cuando había que asestar el golpe definitivo, debía emplearse las armas. La DRU, la unificación de cuatro corrientes populares en el país, es un gran triunfo, entre otros motivos. Porque el Partido Comunista aceptó también que no hay otra formula. Cerrado el mundo, hay que abrirlo a golpes.»

-No tuvo usted vocación religiosa. ¿Su vocación es la guerra?

«La detesto».
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Reproducido por "COMBATE" Septiembre de 1980. Número 61 Suecia. Órgano en Español.