La violencia: El derecho del agredido

LA VIOLENCIA: EL DERECHO DEL AGREDIDO

La insurgencia de los pueblos ha sido siempre satanizada por las clases dominantes. La califican de diferentes maneras, pero siempre ponen énfasis en la condena al uso que el pueblo hace de la violencia. Para ello hacen constantes campañas destinadas a explicar las bondades de una paz que no existe y que nunca ha existido.

Desde la época de la conquista hasta nuestros días, la violencia, en sus diferentes formas, ha caracterizado a los opresores. La violencia es pues inherente a su dominio.

Los españoles trajeron a América los más viles e inhumanos métodos de explotación. Implantaron un nada sofisticado sistema que permitía a la Corona llenar sus arcas de metales y piedras preciosas a cambio de la vida de millones de aborígenes.

Según los cálculos más moderados, la población aproximada de América (entre mayas, aztecas e incas) antes de la llegada de Colon fue de 70 millones de habitantes. A siglo y medio de iniciada la conquista, sobrevivían en América apenas tres millones de personas.

¿De qué violencia provocada por “el diablo” pudieron hablar entonces los españoles cuando sofocaron a sangre y fuego las constantes rebeliones indígenas ocurridas en tres siglos de dominación? ¿De qué infidelidad a la Corona, de qué traición, pueden dar cuenta José Gabriel Condorcanqui, y todos aquellos que participaron en la gesta tupacamarista? ¿Cuál fue el delito que cometieron?, ¿quizás el de pretender que todos los hombres sean iguales?

Como bien lo registra la historia, las represalias fueron brutales contra todos aquellos que se alzaron contra el invasor ibérico. Por ejemplo, a Túpac Amaru, antes de ser asesinado y descuartizado, tuvo que ver morir a toda su familia en medio de atroces torturas.

Por esa violencia ejercida por siglos es que el pueblo participó activamente en la gesta independentista, buscando la ansiada paz que, finalmente, no encontraron. La independencia del yugo español arrojó al pueblo a manos de otros patrones que heredaron el despotismo del otrora opresor imperial, los mismos que aplicaron idénticas políticas de explotación y aniquilamiento para mantener sus privilegios e incrementar sus riquezas.

Y son estos “criollos” quienes financiaron a los caudillos militares (azuzados a su vez por Francia o Inglaterra, según el caso) y sumieron a los peruanos en décadas enteras de lucha fratricida. Guerras intestinas que desgarraron a nuestro pueblo en la defensa de los intereses de uno u otro grupo de poder.

Es esa misma oligarquía, feroz y explotadora, la que traicionó a nuestro pueblo durante la Guerra del Pacífico; pese a lo cual, calles y plazas llevan actualmente los nombres de sus más conspicuos representantes.

Es esa misma clase dominante la que ha tenido que ceder paulatinamente al avance del proletariado, que le ha ido arrancando con heroicas luchas y a un altísimo costo de vidas, sus reivindicaciones fundamentales. Un ejemplo de ello es la lucha por las ocho horas de trabajo que se realizó debido a que hombres y mujeres y aun niños eran sometidos a jornadas de hasta 16 horas a cambio de una paga Miserable.

La historia nos demuestra en innumerables casos como éste, que jamás los argumentos, y menos aún las súplicas, han logrado convencer a las clases dominantes de la necesidad impostergable de hacer justicia. Nada ha obtenido el pueblo peruano gracias a la generosidad de los explotadores; todo lo conquistado se pagó ya con la sangre de sus mejores hijos.

El capitalismo no tiene pues su lado bueno ni tampoco su lado malo. El capitalismo ha sido, es y será simplemente eso: capitalismo; el cual para perdurar requiere de la ignorancia, del hambre, de la miseria del pueblo, pero sobre todo se nutre y fortalece mediante la violencia.

Por ello la necesidad de anteponer a esa violencia que busca mantener el orden establecido, la violencia revolucionaria. El pueblo tiene el derecho de responder organizadamente con las mismas armas con que las clases dominantes y el imperialismo yanqui tratan de conservar sus privilegios.

Cuando nos dicen que la insurgencia armada puede costar vidas inocentes, es necesario responderles que nuestra lucha es justamente por la vida de esos centenares de miles de niños peruanos que están condenados a muerte antes de cumplir los cinco años de edad, debido a los estragos que la desnutrición ocasiona en sus pequeños cuerpos.

Por qué no la violencia revolucionaria, si se ha demostrado hasta la saciedad que el criminal no tendrá jamás su merecido castigo. Ese castigo que las leyes estipulan, pero que no se aplican para sancionar a los poderosos genocidas, a los que trafican con el hambre, la desesperación y la ignorancia.

Por qué no tiene derecho el pueblo al uso de la violencia, si jamás ha habido justicia para los pobres, si este sistema de explotación es en sí mismo violento; un Perú donde la inmensa mayoría de peruanos carecen de las condiciones más elementales de vida.

Por qué no la violencia de los pobres, o es que deben resignarse a ver cómo matan a sus niños en los brutales desalojos de pobladores de terrenos eriazos, a los obreros cuando defienden su derecho al trabajo (recuerden CROMOTEX).

La violencia es el derecho inalienable del agredido; es el castigo al impune agresor; es la garantía de victoria sobre el sistema caduco y asesino. ¡SIN JUSTICIA NO HABRA PAZ!
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Artículo publicado en VENCEREMOS Nº 6, de 1985.