El 5 de Octubre se cumplen 24 años de la muerte en combate de Miguel Enríquez, revolucionario chileno que simboliza una generación de jóvenes revolucionarios que asumió, con decisión y consecuencia admirables, la causa de los oprimidos de nuestro continente a mediados de la década del 60.
Nacido en el seno de una familia formada por el Dr. Edgardo Enríquez, doña Raquel Espinoza, y su hermano Edgardo, Miguel se crió y desarrolló en un hogar ejemplar. El padre, rector de la Universidad de Concepción, dirigente del Partido Radical y Ministro de educación en el gobierno de Allende, fue un hombre respetado por su temple moral e intelectual. La madre, poseedora de una gran sensibilidad humana, irradió un amor por sus semejantes que multiplicó a través de sus hijos.
Miguel tuvo así un temprano conocimiento de los problemas de su pueblo y desarrolló por él un profundo interés y sensibilidad. Demostró, además, una precocidad de conciencia y un brillo intelectual extraordinarios. No es extraño, por ello, que a los 16 años ya fuese dirigente de la juventud socialista.
Miguel estudió y culminó la carrera de Medicina al lado de Bautista Von Schowen y Luciano Cruz con quienes formó un contingente de jóvenes que rompió con la izquierda tradicional –representada por el Partido Comunista y el Partido Socialista- y sus formas de hacer política a principios de los 60. Todo esto, poco después de la Revolución Cubana y en medio de una crisis que empezó a polarizar social y políticamente el capitalismo chileno.
Confluyendo con otros pequeños grupos de obreros e intelectuales avanzados, se fundó así, en el agosto de 1965, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), organización a la que Miguel daría su dedicación fundamental. Convertido en su Secretario General desde 1967, Miguel fue un hombre de pensamiento y acción fecundos, cuya obra e influencia se arraigaron en el corazón de los olvidados, pobres y marginados de Chile.
Sus convicciones básicas representaban una síntesis formidable de las mejores tradiciones de lucha de Chile y Latinoamérica que lo hermanó con otros grandes de ese momento de nuestra América: Santucho, Sendic, los Peredo, Fonseca, y tantos otros que florecieron bajo el ejemplo del Ché, cuyo legado histórico supieron recoger y llevar a la práctica con consecuencias indelebles en la memoria de los pueblos.
Junto a Miguel, el MIR pronto se convirtió en una organización político-militar prestigiada, con particular fuerza entre los pobres del campo y la ciudad. Durante el gobierno popular de Salvador Allende, Miguel llevó a su organización a levantar una amplia corriente revolucionaria de masas que reorientara, desde la perspectiva del poder popular, la lucha del pueblo, propósito que, si bien no se alcanzó plenamente, marcó profundamente la experiencia del movimiento popular y revolucionario en Chile.
Desatado el golpe militar de 1973, Miguel Enríquez fue el principal impulsor y organizador de la resistencia popular contra la dictadura. Cayó combatiéndola con el arma en la mano, aquel 5 de Octubre de 1974, enfrentado a centenares de agentes de la DINA y otros chacales que lo cercaron en una casa de un barrio popular de San Miguel, Santiago.
El ejemplo de Miguel Enríquez vive hoy en las luchas del pueblo y en las nuevas generaciones de revolucionarios chilenos. El proyecto histórico que él esbozo sigue vigente y se puede resumir así: sólo la lucha y la unidad del pueblo pobre y marginado de la ciudad y del campo, de todos los antagonistas y radicales, pueden asumir y realizar los cambios profundos y revolucionarios que la sociedad chilena necesita, para su desarrollo libre, justo y verdadero.
Para ello, es imprescindible que se consolide y construya, en la lucha, una corriente revolucionaria que se exprese en una fuerza político-militar del pueblo pobre. La unidad del pueblo y de los revolucionarios es una cuestión central y estratégica en Chile y en el continente. Sólo así podremos vencer al principal y común enemigo de nuestros pueblos: el capitalismo salvaje, arropado hoy en el neoliberalismo. Es nuestro deber el construir esta corriente revolucionaria en el seno del pueblo pobre para que, con su participación en el quehacer cotidiano de la lucha y el enfrentamiento inevitable, conduzca la conquista de sus derechos.
Todas éstas son lecciones que, como la propia vida de Miguel y de sus compañeros y compañeras, de sus hermanos y hermanas, iluminan las luchas en nuestro Chile y en nuestra Latinoamérica.
¡Escribiendo la historia con todas y todos los combatientes caídos del pueblo pobre, venceremos!
En el camino del poder popular:
¡Pueblo pobre, antagonista, autónomo, radical y autogestionado!