Escrito por Jesús Santrich, integrante del Estado Mayor Central de las FARC-EP.
La primera vez que me generó inquietud la palabra Nobel, de verdad, fue cuando la escuché en boca de un gran amigo que amaba la paz y del cual tomé su nombre para participar de la lucha revolucionaria en las FARC-EP. La pronunció mientras hacía una explicación del libro de Lenin titulado El imperialismo, fase superior del capitalismo. Hablando de la industria petrolera como ejemplo instructivo del reparto económico, decía que tal mercado estaba, para 1905 y aún para la época en que se escribió el libro, repartido en dos grandes grupos financieros: el trust norteamericano 'Standard Oil C.ƒ', de Rockefeller, y los dueños del petróleo ruso de Bakú Rothschild y Nobel…
Me preguntaba si el premiecito de la Academia sueca tenía algo que ver con uno de los mencionados explotadores del hidrocarburo. Y bueno, pensé también en que el “famoso” galardón, cuyo manejo se siente que está en manos de Europa y Estados Unidos, ha ido creciendo en su desprestigio. Por esos días, me había enterado también que uno de los Nobel de fisiología y medicina se lo habían dado en 1949 a Antonio Egas Moniz por haber desarrollado, como técnica quirúrgica contra la esquizofrenia y la paranoia, esa monstruosidad que denominó leucotomía prefrontal o lobotomía, consistente en la ablación total o parcial de los lóbulos frontales del cerebro y que generalmente lo que hacía era transformar a los pacientes en personas inertes, sin iniciativa, casi idiotizadas. Llegué a imaginar que se trataba de alguno de los tenebrosos experimentos surgidos en los campos de concentración de Hitler. Parece algo de locos.
Pero, ¿ha tenido prestigio cierto esta cosa, el Nobel? Realmente considero que Alfred Nobel, al que regularmente presentan como filántropo, y quien efectivamente era un magnate petrolero con mentalidad absolutamente burguesa, creó el Premio, por un lado como un acto de contrición por los daños que generó su invento de la dinamita, pero además para dejar un instrumento propagandístico para halagar a quienes en el plano de la invención o creación en diferentes campos les fuera útil a los propósitos de sostenimiento del establecimiento. A ese sustento de origen se le agrega, con certeza, el de los intereses ideológicos y políticos de quienes lo otorgan desde 1901.
Nobel inventó la dinamita no mientras buscaban alguna solución a algún problema humanitario del orbe, sino mientras trabajaba con su padre ideando y construyendo minas, torpedos y todo tipo de explosivos para uso bélico, principalmente. Su labor la desarrolló hasta los días de su muerte; no obstante, cuando en su testamento legó la fortuna que serviría para establecer los premios definiendo el procedimiento de su entrega, en uno de los puntos referidos al asunto consignó que de esa fortuna estaría destinada “una parte a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz”.
Con todo y el trasfondo que aquí se indica sobre el propósito del Premio, ésta misma inscripción de su gestor lleva a pensar en que algo debe haber de cinismo o de imbecilidad ética, moral, en quienes se atreven a cometer la canallada de entregar el Nobel al presidente de los Estados Unidos Barack Obama, pretendiendo que todos nos traguemos el cuento de que este sujeto acopla en lo dicho por el señor Alfred en su testamento para el caso de la “promoción de la paz”.
Pero bien, o mejor dicho, mal; a la Academia sueca, o si se quiere más precisión, al “Comité” elegido por el Storting (Parlamento) noruego le dio la gana de entregar el galardón al Míster gringo. Eso no tiene reversa.
Lo que sí se puede es opinar. Es serafínico pensar que existe un “Obama bueno" que fue el que recibió el Premio Nobel de la Paz. Y que la decisión de la institución que lo entrega implica una medida positiva en cuanto constituiría una crítica a la política genocida del imperio, o una exhortación a la paz y la búsqueda de soluciones que conduzcan a la supervivencia. Por lo demás, a quién que esté sufriendo el terrorismo del guerrerismo yanqui le puede interesar si se trata o no de un contentillo por el revés que sufrió el Míster en Copenhague al no obtener para Chicago la sede de las Olimpiadas del 2016. ¡Eso es una pendejada!
Premiar al personaje socarrón, es premiar al imperio de la guerra y los saqueos de los pueblos del mundo. Al Imperio que sostiene la guerra en Afganistán y en Irak, al imperio que reactivó la IV flota y la puso en actitud hostil y amenazante en aguas del Caribe; al Imperio que en el mismo momento de la premiación ha recibido a la dirigencia sionista israelí para respaldar sus planes nucleares secretos y la represión contra Palestina; al Imperio que disemina Bases Militares de agresión en creciente como ha ocurrido recientemente en Colombia, y como se proyecta en Panamá o en muchos otros puntos del continente y del orbe.
Dentro de las prioridades yanqui-europeas, en el marco del debate ideológico anticomunista y pro-capitalista que entraña el Nobel, lo común es que se galardone a quienes teorizan y actúan en favor del orden burgués establecido y por la primacía de los imperios y grandes naciones capitalistas. Excepcionalmente no es así. Y vale decir que esta calamidad no es novedosa; el problema es que nos mantengamos en el engaño de que quienes entregan y reciben el Premio (con algunas contadas excepciones, repito) están por la paz.
Ya antes el premio había caído en manos de quienes habiendo iniciado una guerra luego decidían pararla o se mostraban como sujetos activos en la intermediación al mismo tiempo que sostenían gestiones de realización bélica, como ocurrió, pues, cuando a Henry Kissinger le dieron el premio Nobel de la Paz de 1976. En el mismo momento estaba encabezando la destrucción de Camboya. Así, qué se puede esperar que signifique el Premio. Ciertamente que quien denuncie y se oponga a la guerra, quien realmente sea persona entregada a la causa del bienestar humano deberá pensar muy bien si es ético o no recibir un Premio que poco a poco se ha ido llenando más y más de indignidad.
Este es un punto para la reflexión, porque sin duda, en algunas ocasiones a algunas personas les han entregado justamente el galardón, y ellas lo han recibido, indudablemente, con la devoción que implica su consagración franca a la causa que representan. Así ha ocurrido, pongamos por caso, con Adolfo Pérez Esquivel, quien además se ha mantenido en la defensa de la paz y los derechos humanos.
En contraste, otros son una verdadera vergüenza y afrenta contra la dignidad humana, como ocurre con el mequetrefe Cofi Annan, cómplice de la guerra de Irak, a quien seguramente se lo entregaron en “merito” de la pusilanimidad con que actuó frente a Washington; o con el odiable Mijail Gorvachov, claudicante elemento que coadyuvó a echar por tierra las conquistas del pueblo soviético, entregándose de rodillas a la estrategia imperial de dominación yanqui; o con un propulsor del desarme de la resistencia popular en Centro América como lo ha sido esa bodrio de traiciones e hipocresías de nombre Oscar Arias, hoy inocultable apoyo del llamado Poder Inteligente utilizado por Obama en el derrocamiento del Presidente Manuel Zelaya.
No se trata de hacer un historial de los Premios, pero sí de dar algunos elementos que ayuden a desengañar a los engañados; recordemos, por ejemplo, que el tal premio también fue entregado al señor Theodore Roosevelt, 26º Presidente de los Estados Unidos (1901-1909); esto fue en 1906, es decir cuando ya era Presidente. Y ¿cuáles fueron los “meritos”?, podemos preguntar y responder sin duda que desde antes de ser Presidente, en 1897, como secretario adjunto de Marina organizó la flota de guerra estadounidense que se preparaba para la Guerra Hispano-estadounidense; no era este un emprendimiento liberador sino la treta para hacerse a los territorio que con sus propios esfuerzos y sacrificios, como en los casos de Cuba y Filipinas, venían lidiando contra el poder colonial español. Finalmente y luego de fracasar en el intento de COMPRAR la mayor de las Antillas, Estados Unidos con razones imperialistas desató la intervención tomando como excusa el estallido del acorazado Maine. Como era obvio, todo aquello desembocó en la implantación absoluta del colonialismo yaqui en el Caribe; el Tratado de París de diciembre 1898 puso bajo domino de Estados Unidos a Puerto Rico, a Filipinas, a Guam (islas Marianas) y en gran medida a la misma Cuba.
Si bien era McKinley el Presidente durante el estallido de la guerra, Roosevelt plenamente consciente del papel imperialista de Estados Unidos en esta confrontación, creó el regimiento de voluntarios de caballería, los rough riders, que fueron quienes en julio de 1898 ejecutaron el ataque estadounidense contra la loma de San Juan (Cuba).
Desde 1901 Roosevelt fue dos veces Presidente de la potencia yanqui, ejerciendo una política exterior fiel a la intervencionista Doctrina Monroe, la cual aderezó con su propia sazón, la Big Stick (política del ‘Gran Garrote’); con su mano peluda se le cercenó Panamá a Colombia en 1903 y se enclavó la fuerza militar yanqui en el canal; el llamado ‘Corolario Roosevelt’ proclamado en 1904 por el personaje de marras pretendió establecer un “poder policial” sobre Latinoamérica, que desembocó en la intervención de 1905 sobre República Dominicana y la de Cuba en 1906. De tal manera que el parapeto de la mediación Ruso-japonesa de 1905 como argumento para haberle entregado el Premio Nobel de Paz no es sino basura retórica.
Roosevelt, no fue en adelante, por ese galardón, un adalid de la paz sino el hombre que se esforzó por engrandecer y cualificar sus fuerzas armadas intervencionistas, especialmente propulsando la construcción de más cruceros y acorazados.
En 1919, el Premiecito se lo otorgaron a Thomas Woodrow Wilson, también siendo Presidente de los Estados Unidos (1913-1921). ¿Y sus “méritos”?, pues no eran los de su condición de profesor universitario, “reformador educativo” o académico. Lo que Wilson cultivó fue también intervencionismo con derramamiento de sangre: fue él quien ordenó la ocupación de Veracruz (México) en 1914 y lanzó una expedición “punitiva” contra el revolucionario mexicano Pancho Villa (1916).
Pero no sólo, pues en 1915 República Dominicana, que tenía encima el acoso constante a la bestia imperial volvió a sentir sus dientes en la garganta cuando la marina yanqui estableció un gobierno militar. El país isleño es ocupado el 29 de noviembre de 1916 y en adelante son colocados especímenes sumisos a Washington como gobernantes. ¿Quién no recuerda las monstruosidades cometidas contra el pueblo de Quisqueya por ese batracio de nombre Leonidas Trujillo, instalado en el poder por determinación gringa durante casi medio siglo que incluye las tres décadas de sangrienta dictadura y sus dos primeros mandatos?
En el mismo año de 1915, es decir en el mismo período Presidencial de Mr. Thomas Woodrow Wilson, los yanquis invadieron Haití manteniendo una intervención directa durante 19 años, pero que en últimas se convirtió en una intervención descaradamente continuada que aún no culmina.
Frente esas prácticas que parecen invisibles para los otorgantes del Nobel, suecos y noruegos, nos preguntamos ¿qué significa esa inmundicia del susodicho Presidente que es el llamamiento de 1917 a la “paz sin victoria” o su “programa de paz” conocido como los “Catorce Puntos” (1918)?, ¿Quién puede creer que ciertamente en ellos se propugnaba por el fin del colonialismo y la concordia internacional si coetáneamente Estados Unidos colonizaba y preparaba terreno para engullirse al mundo entero?; ¿qué otra cosa significó el Tratado Bryan-Chamorro, entre Estados Unidos y Nicaragua (agosto de 1914)?: además del “derecho” a la construcción de un canal interoceánico era la anexión disimulada, sobradamente expresa anexionismo, sobre todo y de manera más evidente en el llamado arrendamiento durante 99 años de las islas del Maíz y en la prerrogativa para construir una base naval en la parte nicaragüense del golfo de Fonseca. La ratificación del tratado en 1916 significó incuestionablemente el intervencionismo yanqui en marcha.
¿Qué previno, entonces, el Premio Nobel en los casos mencionados, si es que acaso la entrega del tal galardón a un Presidente guerrerista se hace como para aplicar un antídoto que libre al futuro de la depredación colonialista? Se engaña el que crea que el Nobel de Paz se puede utilizar para cuestionar la política guerrerista del imperio y comprometer a un Presidente en una política diferente a la que traza el poder permanente de Estados Unidos de América a cualquier monigote negro, blanco o de cualquier raza que instalen en la Casa Blanca.
Ninguno de los galardonados que hemos mencionado contribuyó en parar a la fiera imperial en su militarismo y expansión colonialista. Esto ya estaba suficientemente probado cuando se le entregó el Premio al depravado Henry Alfred Kissinger. A esta bazofia, como ya se dijo, la galardonaron en 1973. Nos preguntamos nuevamente ¿y sus “méritos”?: asesino de cuatro suelas que conspiró en el derrocamiento del Presidente Allende; es decir en la instauración de la dictadura del feroz gorila Pinochet en Chile, pero también cabeza del genocidio en Laos y Camboya.
Este asqueroso no actuaba, digamos, solamente porque atendía a órdenes que le daban como funcionario; es él, en esencia, un ideólogo del intervencionismo. Recuérdese que desde su primera obra Armas nucleares y política exterior (1957), se convirtió en fuente de inspiración de la política exterior estadounidense que defiende la posibilidad de que Estados Unidos realice intervenciones militares en otros países.
Cuando Richard Nixon era Presidente y él, Kissinger, su funcionario estrella, ya los “Papeles del Pentágono” habían develado la perfidia del imperio en indochina, sus mentiras más que sus equivocaciones. Pero para no narrar toda esta historia de infamias suficientemente documentada que incluye el criminal intervencionismo militar yanqui, las gestiones del Presidente Kennedy para derrocar y asesinar al Presidente survietnamita Diem, las operaciones secretas del Presidente Johnson que generaron víctimas incineradas en el golfo de Tonkín, la evidencia del sostenimiento de una guerra que sólo se libraba ya para “evitar la humillación de una derrota estadounidense” sin importar las millares y millares de muertes vietnamitas, etc., solamente refirámonos a algunos aspectos de esta historia de depravaciones.
Estamos hablando de una historia que incluye centenares de muertos en masacres inverosímiles, como la perpetrada contra hombres, mujeres y niños inermes en el poblado de My Lay, zona survietnamita de Son My, por la Fuerza Especial Baker del ejército yanqui el 16 de marzo de 1968.
Tras el bombardeo inclemente de la Fuerza Aérea norteamericana, los tres pelotones de la Compañía Charlie que avanzaron bajo las órdenes del teniente William Calley, realizaron una masacre que al terminar el día sumaba 500 muertes. No hubo resistencia, los yanquis tuvieron un solo herido, que se trataba de un soldado que se pegó un tiro en un pie para no participar de la matanza. El capitán Ernest Medina, que era el oficial al mando fue absuelto y todos los demás involucrados, al final salieron en libertad.
En aquella sangrienta guerra, cuando la provincia de Quang Tri cayó en manos de Hanoi, la aviación yanqui, los B-52, bombardearon con toda la saña inimaginable a Vietnam del Norte, sin poder menguar la moral de los combatientes revolucionarios. Pero era enorme la devastación, la muerte y el terror causada por Estados Unidos cuando el gobierno norteamericano, luego de muchos tira y afloje en los que de manera perversa y pertinaz actuó Henry Kissinger, nombró a este mismo personaje como interlocutor para negociar definitivamente la paz. Pero él, no podemos olvidarlo jamás, previamente estuvo en los bombardeos masivos ordenados por Nixon sobre Hanoi y Haiphong; él fue partícipe del terrible “bombardeo de Navidad”.
La guerra en el sudeste asiático sobrepasó los dos millones de muertos vietnamitas, y generó la ruina y la defoliación del país; pero no sólo, pues también se actuó con bombardeos pertinaces contra Camboya. Así cuando en principios de 1973, se firmaron los acuerdos de paz en París, la mortandad no paró.
En Laos, Estados Unidos realizó durante la guerra 580.344 incursiones de bombardeo. Y estos, más que por la “indignación” del Congreso, frente a las revelaciones de que Nixon entre 1969 y 1970 los había ordenado en secreto, se suspendieron por la quiebra presupuestal.
Así las cosas cuando Henry Kissinger, Secretario de Estado de Etados Unidos y el negociador norvietnamita, Le Duc Tho, reciben el Premio Nobel de Paz de 1973, por haber negociado la tregua entre los dos países, razón y mucha dignidad tenía Tho al rechazarlo argumentando que “La paz todavía no había llegado”. Sólo a los tarados de la Comisión noruega del Storting se les podía ocurrir entregar un premio al genocida victimario en el mismo nivel que el de la víctima.
Y bueno, también le entregaron el nobel a Jimmy Carter. Esto se dio cuando él ya estaba fuera de la Presidencia en el año 2002, argumentando algún cuento de camino. Pero como cualquier otro de estos bandidos mandatarios yanquis, cuya condición irremediable para llegar a tan alto cargo es el de tener absoluto compromiso imperial, el Manisero de Georgia también desplegó los brazos del intervencionismo. Quizás de manera más sutil o astuta, pero lo hizo; por ejemplo en Nicaragua coadyuvando en todo lo que pudo para que los Sandinistas no llegaran al poder…, o en Colombia donde apoyó con todos los recursos que pudo el régimen de Julio Cesar Turbay Ayala, el cual se caracterizó, con el auspicio de Washington, por la aplicación del tenebroso Estatuto de Seguridad Nacional, que era el corpus normativo que entrañaba todas las violaciones de todos los derechos fundamentales de los colombianos en aquella época de terror en que las caballerizas de Usaquén se convirtieron en centros de tortura, y las cárceles se atiborraron de los presos políticos que no pudieron desaparecer. Y no olvidemos que este personaje, además como ingeniero físico-nuclear “contribuyó” enormemente en el despliegue de las armas nucleares. No nos engañemos, mientras en apariencia negociaba la reducción del armamento nuclear, contribuía a la creación de nuevas generaciones de este tipo de armamento.
Este relato que se hace sólo refiriéndonos a premios otorgados, principalmente, a Presidentes de los Estados Unidos, habla del carácter real del “galardón” y explica porqué no es sorprendente que se lo entreguen a Mr. Obama; ese sujeto, repito, que mantiene guerras en Irak y Afganistán, ese que sostiene las infamias israelíes contra Palestina y despliega conspiraciones contra gobiernos progresistas, anti-capitalistas, de América Latina y el Caribe, mientras distribuye frases simpáticas y lanza sonrisas de guasón al mundo entero. El mismo que, ahora, con la complacencia de la oligarquía criolla ha anexionado a Colombia convirtiéndola en su estrella número 51, pretendiendo humillar nuestra dignidad nacional mediante un abominable acurdo de ratas que, al tiempo que aplasta la soberanía de nuestro país y lo condena a la guerra sin solución previsible en corto plazo colocando más Bases Militares de terror y muerte, amenaza a Venezuela y la paz de toda la América Nuestra bolivariana.
¿Nobel de qué?, entonces, nos seguimos preguntando. ¿Paz de qué? Seguramente la paz de los sepulcros.