La "cuestión social", la "cuestión electoral" y el viraje de algunos

LA “CUESTION SOCIAL”, LA “CUESTION ELECTORAL” Y EL VIRAJE DE ALGUNOS


En 1999 Ricardo Lagos llegó al gobierno bajo el slogan del “crecimiento con igualdad”; y a 5 años de ello, al momento de dar su última cuenta pública el 21 de mayo pasado, de lo que más se habló en diversos círculos es sobre la desigualdad que genera dicho crecimiento. Sin embargo, en gran parte ha sido un debate cínico y oportunista, ya que surge al calor de la campaña presidencial, donde la concertación y la derecha de repente han descubierto la desigualdad en nuestro país. Parece que las elecciones presidenciales y parlamentarias han agudizado la “conciencia social” de estos sectores, y de paso provocan que Joaquín Lavín tome distancia de su ex jefe, el dictador Pinochet.



La realidad es más fuerte


Fueron los obispos católicos chilenos los que señalaron que "las diferencias sociales, manifestadas en calidad de vivienda, acceso a los bienes de consumo, salud, educación y salario, entre otras, alcanzan niveles escandalosos". Esto es un tardío reconocimiento ya que desde hace varios años tanto la izquierda como diversos organismos nacionales e internacionales han denunciado la tremenda brecha entre ricos y pobres en Chile. El Informe Mundial sobre Desarrollo Humano 2004 ubicó a Chile entre las 10 economías con más desigualdad del planeta, señalando que el 20 por ciento de la población con menores recursos sólo consigue el 3,3 por ciento de los ingresos y el 20 más acaudalado obtiene el 62,2 por ciento de la torta nacional. Chile se encuentra en el séptimo lugar en lo que refiere a concentración de ingresos, del 10 por ciento más rico de la población, 750 mil personas aproximadamente, reciben ingresos 209 veces más altos que el cinco por ciento más pobre.



A la discursiva preocupación sobre estos asuntos se han sumado diversos sectores de la llamada “clase política”. El punto de convergencia en este sentido fue el seminario “Desigualdad de Oportunidades” organizado por Revista Capital en “Casapiedra” a principios de mayo, en que la cúpula empresarial se reunió con todos los y las aspirantes neoliberales al sillón presidencial.



¿Otra vez la “cuestión social”?



En aquel evento la cúpula del país asume una actitud similar a la de fines del Siglo XIX, cuando aparece la llamada “cuestión social”, etapa histórica en que a pesar de la riqueza generada por la explotación del Salitre se agravan las condiciones laborales y de vida de la clase obrera. Momento de expansión de las ciudades que genera movimientos migratorios de gran envergadura, lo cual agrava los problemas de hacinamiento, insalubridad, enfermedades, mortandad, alcoholismo y prostitución. Paralelo a lo cual surgen además organizaciones populares de distinto tipo (mutuales, cooperativas, mancomunales, federaciones) dispuestas a denunciar las condiciones de vida del pueblo y a luchar por sus derechos básicos.



Por esa época la clase dominante preocupada por la creciente movilización social obrera, que percibe como amenaza, tanto para la estabilidad política del país como para sus privilegios, reflexiona sobre este conjunto de problemas adscritos estableciendo diagnósticos sobre el estado de las cosas y proponiendo algunas soluciones, además de discutir sobre un rol más activo del Estado. Este conjunto de cuestionamientos es lo que se conoce como “la cuestión social” (concepto acuñado por Augusto Orrego Luco en un ensayo de 1884).



Esta preocupación por aquel tiempo se materializó en la promulgación de algunas leyes sociales relacionadas con la salud pública y derechos laborales, incluyendo la existencia de instancias mediadoras para la resolución pacífica de los conflictos laborales. Es decir, como siempre, se buscaron soluciones paternalistas y asistenciales que no tocaron un ápice los privilegios y propiedad de los ricos y poderosos.



El consenso neoliberal


En la actualidad hay quienes siguen confiando en la teoría del “chorreo”, la cual supone que el crecimiento económico en algún momento llegará a todos, y reducen la discusión central a la superación de la “extrema pobreza”. Es más, dicen que “siempre hubo y siempre va a existir desigualdad”.



El propio Gobierno ante las conclusiones desfavorables de los distintos informes internacionales, reconocen el problema, pero no establecen ninguna propuesta o autocrítica de fondo ya que ello empañaría sus tan mentados éxitos macroeconómicos. También hay quienes dentro de la Concertación y la derecha política, y algunas ONG vinculadas, sólo proponen medidas relacionadas con la educación. Incluso, suena paradójico que un tema como el de la desigualdad fuera instalado en parte por los mismos que provocaron y administran el actual sistema...¿Por qué será?



Por un lado está el interés inmediato electoral, de convertir este asunto en un instrumento de campaña y hacerse cargo en alguna medida del malestar social de diversos sectores que se han movilizado masivamente en estos últimos meses, lo cual tendría incidencia sobre todo en las urnas, así como dar tema de “debate” tanto a la Concertación como a la Derecha de acusarse mutuamente de la desigualdad en Chile.



Lo que ellos no han querido reconocer es que la desigual distribución de las riquezas es parte de la estructura de este modelo de sociedad, que es inseparable de la suerte de un esquema donde las riquezas se concentran en pocas manos porque la propiedad de los recursos naturales, de la producción, los servicios y los capitales, está a su vez privatizada y concentrada en pequeños grupos de poder local y extranjeros, perdiéndose la soberanía nacional sobre los aspectos que podrían generar mejores condiciones de vida para todos los chilenos.



Es un chiste que los mismos defensores del modelo (incluyendo a Joaquín Lavín), critiquen la desigualdad que este genera, pero a diferencia de lo ocurrido con la “cuestión social” de hace 100 años, hoy el bloque dirigente considera que la continuidad del modelo no está amenazado. Esto último quedó de manifiesto al realizarse el simbólico seminario de la revista Capital, donde empresarios y políticos de la derecha y la Concertación se sentaron a debatir sobre la desigualdad. Ellos saben que ningún esfuerzo o propuesta de la clase política por concentrar las políticas públicas en los “temas” sociales se va a traducir en un “cambio en las reglas del juego” (como les gusta decir), por lo cual se abren a debatir sobre aquellos problemas abiertamente, fortaleciendo más el modelo y anticipándose a posibles procesos de desestabilización que puedan provenir de los sectores populares.



Sin duda, ninguna solución seria a la desigualdad puede omitir romper radicalmente con el imperante modelo exportador y dependiente, cosa que los conspicuos socialdemócratas omiten y sólo proponen medidas puntuales en la educación, o subsidios para algunos sectores “vulnerables”, es decir, nada que afecte la caja chica de las clases acomodadas, y mucho menos el gran capital y la propiedad de las élites.



El modelo neoliberal no es capaz de generar calidad de vivienda, salud, educación, empleos y salario; no se le podemos pedir peras al olmo como reza el dicho popular. Mientras no se asuma esta realidad, toda crítica que se pueda hacer peca de superficial, es distractiva e incluso, oportunista.



“La Granja” partidista



Estando garantizada la continuidad del modelo la cuestión central para el bloque en el poder, es quién (Concertación o Derecha) lo administra de mejor manera, y a la vez quién se hace cargo de los problemas o contradicciones menores. Lo que no implica sólo medidas económicas para “crecer con igualdad”, sino también reformas al régimen electoral. En este sentido, lo más emblemático es el terminar con “la exclusión” de la izquierda institucional, y facilitar la expresión en el parlamento del 9.1% electoral del PODEMOS (PC y aliados), cuyos partidos si bien se declaran antineoliberales y antiimperialistas, estarían dispuestos llegado el momento (al igual que la Concertación), a comprometer acuerdos y negociaciones con el fin de ser integrados al Parlamento.



Adicionalmente, insertar a estos sectores descontentos fortalece la estabilidad general del sistema, ya que obliga a estos a concentrarse en dicho objetivo haciendo que se trasladen las contradicciones hacia su propio entorno, entre quienes buscan insertarse en la legalidad y quienes buscan construir organizaciones populares con una postura clasista e independiente (ver artículo “Acumulación electoral o construcción de Movimiento Popular”).



Los partidos del bloque dominante se pueden dar “el lujo” de hacer estos movimientos y confrontaciones ya que no vislumbran ningún cuestionamiento serio a la continuidad del modelo, y en este sentido no es muy relevante quién de ellos llegue a La Moneda. ¿En realidad alguien podría descubrir alguna diferencia de fondo entre los proyectos políticos de los representantes de la Concertación y la Derecha a la presidencia?



Los últimos hechos electoral son una manifestación de los dos únicos matices que en estos 15 años de gobiernos civiles han primado sobre los procesos eleccionarios. Por uno, el bloque socialdemócrata liberal en lo económico y según dicen en lo “valórico”, partidario de dar un rol más activo al Estado en lo social para corregir los “defectos” del neoliberalismo, que pretende incluir a la izquierda tradicional que hasta hoy sigue fuera del Parlamento, y que hoy por hoy también como consecuencia de ello a dado un viraje hacia el centrismo, la socialdemocracia. Y por otra, una derecha que ahora es más liberal en lo político, que históricamente se desmarca de la dictadura militar y presenta una imagen más moderna y abierta al centro, en particular los democristianos (DC), partido que en la práctica es primo hermano de RN.



Entre paréntesis, esta “izquierda moderada y responsable”, respetuosa de los equilibrios macroeconómicos y los compromisos internacionales, es también la que el imperialismo busca legitimar y consolidar como socio latinoamericano (Chile, Brasil, y Uruguay por ejemplo) para que sirva de contención de los movimientos y procesos revolucionarios como los de Cuba y Venezuela. Esto es lo que explica y condiciona la venia de los EE.UU. a la elección del “bobito” Insulza como secretario general de la colonial OEA.



En resumen, no hay que confundirse, en términos orgánicos podrá verse una aparente dispersión (surgimiento de diversos candidatos) o pugnas internas, o amenazas de quiebre de los conglomerados. Pero en lo ideológico, lo relativo a proyectos de sociedad, sigue una concentración en torno al liberalismo económico con algunas políticas públicas focalizadas para parchar cada cierto tiempo las consecuencias permanentes de este modelo, y en lo político, algunas reformas para hacer más abierto el régimen a quienes ahora critican al neoliberalismo.



Si con medidas de corto plazo no se corrigen las injusticias sociales del neoliberalismo, en lo político no es con estrategias similares que se va a generar la fuerza social opositora al mismo. Una política popular y revolucionaria nacional no se capitaliza, ni menos se origina, con votos más o menos, con un diputado más o uno menos, sino en la consolidación de organizaciones populares independientes, con capacidad de crítica activa al sistema, y de aplicar la participación, el protagonismo de todos sus actores, el trabajo colectivo, la transparencia, la educación. Hacia allá avanza la tendencia transformadora, hacia allá entonces hay que seguir construyendo sin vacilaciones.