Los sucesos de Bolivia han concentrado la mirada de los pueblos del continente: los trabajadores, campesinos e indígenas del país protagonizan un ascenso del movimiento popular que en pocos años ha derribado dos gobiernos, una situación revolucionaria cuya resolución final aún está en disputa.
Por qué hablamos de situación revolucionaria?
Este concepto alude al conjunto de condiciones políticas y sociales objetivas cuya presencia es imprescindible para que una revolución sea viable. Fue Lenin quien la define por primera vez en 1913 en el artículo "La celebración del Primero de Mayo por el proletariado revolucionario", donde se plasma su célebre fórmula: "los de arriba no pueden, los de abajo no quieren".
Son tres las características señaladas de la situación revolucionaria:
La imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación; es decir, una crisis en la política de la clase dominante que abre una grieta por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no suele bastar con que "los de abajo no quieran" sino que hace además que "los de arriba no puedan" seguir viviendo como hasta entonces.
Una profundización, fuera de lo común, de la miseria y los sufrimientos de las clases oprimidas.
Una intensificación considerable, por estas causas de la actividad de las masas, que en tiempos de "paz" se dejan explotar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos "de arriba" a una acción histórica independiente.
Sin estos cambios objetivos, no sólo independientes de la voluntad de los distintos grupos y partidos, sino también de la voluntad de las diferentes clases, la revolución es por regla general, imposible. El conjunto de estos cambios objetivos es precisamente lo que se denomina "situación revolucionaria".
La situación en Bolivia
Como vemos, todos los aspectos y problemas señalados están presentes en el hermano país, donde no sólo está en juego la permanencia de un gobierno o presidente de turno, sino de todo un sistema, es decir el aparato estatal, el régimen político y un modelo económico.
En cuanto a las clases oprimidas, vemos la fuerza del movimiento popular compuesto por campesinos, mineros, pobladores, comerciantes, profesores, empleados fiscales, que han decidido poner fin al neoliberalismo y sus políticas que acentúan la pobreza (dos tercios de sus nueve millones de habitantes vive con ingresos inferiores a los 40 mil pesos chilenos mensuales), la explotación y la dependencia, y donde el factor nacional, la búsqueda de una real soberanía, resulta fundamental.
Este contenido se aprecia en la lucha por la nacionalización de los recursos naturales como el agua y en especial los hidrocarburos, cuya propiedad y beneficios deben ser para todos los bolivianos y no sólo para un reducido grupo de empresarios y transnacionales tales como Repsol, British Petroleum, Enron, Shell y Petrobras, que pretenden concentrar los miles de millones de dólares provenientes de las grandes reservas bolivianas de gas natural y petróleo, que están entre las más importantes de la región.
El factor nacional también se expresa en las reivindicaciones de los pueblos originarios de Bolivia (quechua y aymará), cuya lucha por la autonomía y derechos no hace sino justicia con la realidad de un país donde los pueblos indígenas son la mayoría del país, pero que hasta hoy es sometida por los dictados de una minoría que concentra el poder y la riqueza, cuyo egoísmo sólo es igualado por su racismo reaccionario, similar a los "Afrikaners" (de origen europeo) de Sud África, y que al igual que estos quieren crear un reducto geopolítico para ellos en Santa Cruz..
Es el mismo proceso que hizo caer a Sánchez de Lozada y cuyo impulso Carlos Mesa no pudo contener. Una lucha de carácter nacional y anti imperialista, participativo y generado desde la base, pero no exenta de contradicciones internas por los diversos sujetos sociales que convergen, y por las diversas estrategias y proyectos políticos que están en disputa, desde los de raíz marxista leninista, indigenistas y social demócratas.
Las principales organizaciones sociales que protagonizan los últimos sucesos son la Central Obrera Boliviana, la Federación de Mineros, de Maestros, la Federación de Campesinos, la Central Obrera y la Federación de Juntas Vecinales de El Alto, en cuyo seno se desarrollan órganos de poder popular como los Comités de Huelga, Asambleas Populares, el "Comando Revolucionario del Pueblo", etc. de los cuales surge la consigna de la nacionalización, asamblea constituyente y gobierno popular, rompiendo con las instituciones tradicionales. En efecto, otro elemento de la situación boliviana es el rechazo abierto a las cúpulas políticas históricas, similar a lo ocurrido en Ecuador, pero en Bolivia se ha llegado más lejos en el repudio del sistema político establecido dirigido por partidos como el MIR (que de izquierda y revolucionario sólo le queda el nombre), el MNR y la FNR del dictador Hugo Banzer, que han perdido toda credibilidad ante el pueblo y hasta el momento han sido incapaces de mantener inmutable su dominación e imponer una salida distinta a la que exige el movimiento popular.
En relación al bloque dominante, los sectores más duros de la oligarquía boliviana pretendían llevar a la presidencia a Hormando Vaca Diez (del MIR), el presidente del Senado, para aplastar la protesta social por la vía armada, pero al final se impusieron los sectores más moderados, con el apoyo de la Iglesia, que apostaban por el Presidente de la Corte Suprema para convocar a elecciones. La embajada de Estados Unidos, el Ejército y las transnacionales se sentían satisfechos con ambas vías.
El temor de que estalle una insurrección o guerra revolucionaria también era de los sectores de centro o socialdemócratas, por eso la Iglesia Católica, el Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales, empresarios y sectores "moderados" del movimiento campesino e indígena alzaron como nuevo mandatario al presidente de la Corte Suprema, Eduardo Rodríguez, para que lidere una salida electoral de esta crisis. Y por ahora los sectores más combativos y radicalizados del movimiento popular están a la expectativa de las medidas que tome el nuevo presidente sin deponer sus demandas principales.
El factor subjetivo
Las "condiciones objetivas" mencionadas no dependen de tal o cual partido o grupo, una revolución no se convoca cuando la vanguardia lo desea, sino que estos deseos y voluntades deben basarse en un estado de auge y lucha revolucionaria que debe existir siempre que se piense seriamente en hacer el llamamiento a la insurrección.
En concreto, no siempre una situación revolucionaria origina una revolución, para la cual es necesario, además de las condiciones objetivas, su unidad con el elemento subjetivo, es decir la existencia de un grado de organización política estrechamente ligada con las masas, capaz de plantearse el problema del poder y dirigir la lucha por el nuevo régimen social.
Para esto hay dos problemas aún por resolver para definir el resultado final en esta situación revolucionaria; en primer lugar la convergencia de las fuerzas sociales y políticas en un programa o proyecto común, lo que aportaría a una articulación orgánica, políticamente centralizada en torno a dicho programa.
Sin embargo, esta alternativa tropieza con debilidades o vacíos en el campo político, ideológico y organizativo. No ha existido hasta ahora una acción unificada para fortalecer los embriones de poder popular que espontáneamente surgieron en El Alto y La Paz. Coexisten estrategias revolucionarias y otras reformistas que deben decantarse. Ya existe el antecedente de la caída del gobierno de Sánchez de Lozada, en donde el pueblo pagó un alto costo en vidas pero donde el bloque dominante pudo imponer su salida, principalmente por los vacíos ya mencionados, por lo que cambió un gobierno pero el sistema siguió intacto.
En segundo lugar, la construcción militar como uno de los soportes de cualquier revolución exitosa, hecho que está demostrado por la historia pero que hasta ahora las organizaciones populares en Bolivia no contemplan o bien la aceptan teóricamente pero sin dar pasos concretos para ello. No se aprecian señales significativas de un trabajo de construcción militar o hacia las Fuerzas Armadas y policiales ya sea para dividirlas y/o neutralizarlas.
A medida que se vaya profundizando el proceso, también irán aumentando las contradicciones entre la burguesía y el imperialismo, y el movimiento popular, no olvidemos que las FF.AA bolivianas siguen ahí, es un hecho que en su seno hay sectores que habrían sido permeados por la efervescencia popular pero hasta ahora no se han manifestado materialmente, salvo declaraciones públicas de sectores de oficiales.
En resumen, el factor militar sigue estando como una cuestión por definir y resolver en el proceso, es parte de las contradicciones internas del proceso en curso, y será determinante en el curso global de la situación revolucionaria en Bolivia, ya sea por la acción violenta de la clase dominante, una intervención imperial similar a la ocurrida en Haití, o por la capacidad del pueblo boliviano de organizar su fuerza material propia para garantizar el triunfo revolucionario.
Como vemos, hay aspectos que aún están pendientes que son claves a la hora de definir la correlación de fuerzas sociales en Bolivia, pero lo que resulta claro es que los pueblos de América Latina se instalan como sujetos, fortalecen su identidad y de a poco comienzan a construir una senda de revoluciones entre Los Andes y El Caribe, emulando la lucha independentista de los años de Bolívar.
FRENTE PATRIÓTICO MANUEL RODRÍGUEZ
Santiago, junio de 2005