REDOBLAR LA LUCHA IDEOLÓGICA PARA ASEGURAR LA UNIDAD DE LA IZQUIERDA
Las últimas esperanzas de quienes creían que el agua puede brotar de la piedra, y que el imperialismo yanqui se convirtiera en paladín de los derechos del hombre y de las libertades democráticas en América Latina, se han disuelto en Granada. La VII Asamblea General de la OEA sancionó la suspensión de la labor de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (que, por lo demás, jamás fue tomada en serio por los gobiernos americanos, para quienes los informes de la CIDH sobre Chile no han sido sino trozos de papel) y se limitó a solicitar a la dictadura chilena que informe periódicamente sobre el asunto. ¡Ahora, es Pinochet quien debe informar sobre cómo se “respeta” en Chile el derecho de reunión, de organización, de opinión, así como el derecho al trabajo, a la integridad física y moral, y a la misma vida!
La burla de Granada culmina una serie de sucesos que ponen al desnudo los verdaderos propósitos de la administración Carter, al plantear su política de “defensa de los derechos humanos”. Bastó, en efecto, que los gorilas sudamericanos fruncieran el ceño, para que, en el Congreso norteamericano, en el Departamento de Estado, en la Casa Blanca, y ahora en la OEA, Carter y sus funcionarios echaran presurosamente pie atrás. La política norteamericana de “defensa de los derechos humanos” se mantiene, es cierto. Pero, en primer lugar, para ser utilizada como arma contra la Unión Soviética y demás países socialistas. En segundo lugar, para servir como instrumento demagógico ante una opinión pública norteamericana, asqueada por la imagen de suciedad y violencia que el imperialismo yanqui se ha forjado en todo el mundo, desde Chile a Vietnam.
Solidaridad y resistencia
La realidad es que se hizo ilusiones con Carter quien ha querido hacérselas. Aquellos que no confían en la capacidad de las masas de abrir su propio camino y corren presurosos tras cualquier signo, por más dudoso que sea, de “buena disposición” por parte de las clases dominantes nacionales y extranjeras. Quienes, al creer vislumbrar una señal en ese sentido, no vacilan en ofrecerle en holocausto la organización y la lucha independiente de la clase obrera, mientras sueñan con delirantes proyectos políticos que cuenten con las buenas gracias e incluso con la participación de la burguesía y el imperialismo. Quienes, para mostrarse “dignos” de recibir esas buenas gracias y de propiciar esa participación, no dudan en dividir a la izquierda, fracturar a la clase obrera y sembrar la confusión y el desaliento en el seno del pueblo.
¿Qué viene después? Sorprendidos, moralmente indignados, esos caballeros de cándido corazón ven cómo, pese a todos los pasos que han dado, mister Carter da de hombros, mister Frei les vuelve la espalda, mientras Pinochet, envalentonado, retoma sus proyectos corporativistas, con los que piensa poder contener a la resistencia chilena. ¿Dónde nos equivocamos? se preguntan, azorados. En lo esencial, caballeros. En confiar en los Carter y los Frei, en la burguesía y el imperialismo, al revés de intentar analizar con seriedad de dónde venían los pruritos humanistas del imperialismo yanqui y la demagogia democratizante del sirviente por excelencia de la burguesía y el imperialismo en Chile.
Ese análisis, tal como lo hicimos aquí al asumir Carter la presidencia de Estados Unidos, les habría mostrado lo que no han podido ver. Les habría mostrado que la necesidad en que se encuentra el imperialismo yanqui de matizar la incidencia de la contrainsurgencia en su política exterior le viene de la presión que sobre él ejercen las masas norteamericanas, y también europeas, al ejercitar la solidaridad internacional. Les habría mostrado, sobre todo, que esa solidaridad internacional no es un maná del cielo, sino que un resultado de la lucha de resistencia que libran incansablemente los pueblos de Asia, Africa y América Latina, lucha que ha culminado en muchos casos en verdaderos procesos revolucionarios.
Por esto, el énfasis de Carter durante su campaña electoral en los derechos humanos y los tímidos pasos que dio en este sentido, en relación a América Latina, al iniciar su gobierno, no podían considerarse como expresión, de sus buenos sentimientos o como obra de la buena fortuna. Habría que tomar a esos hechos en su justa dimensión: como una victoria directa de la solidaridad internacional y de las luchas de nuestros pueblos. Y sacar las consecuencias: para consolidar y profundizar esa victoria, no hay otro camino sino redoblar la lucha de resistencia e intensificar en el exterior la agitación en torno a la misma, uniendo en esa dirección a las fuerzas de izquierda y conformando en torno a ellas el más amplio movimiento popular.
Los problemas de la contrarrevolución
El que sectores de la izquierda no lo hayan entendido así y prefirieran buscar el camino de la conciliación y la colaboración de clases nos ha costado un retroceso. Sin embargo, lo que perdimos puede ser recuperado con creces. No lo decimos por decir: allí está la experiencia de las luchas de masas en América Latina, allí está el desarrollo de la Resistencia popular chilena, para demostrarnos que los errores de sectores de la izquierda no han comprometido lo esencial del proceso, no han mellado el factor que está determinando el debilitamiento progresivo de la contrarrevolución burguesa e imperialista en nuestro continente.
En efecto, la contrarrevolución latinoamericana ha culminado su ciclo expansivo, ingresando en una fase de empantanamiento, que prefigura su derrota. Este movimiento no lo determinan las posiciones de los astros: lo determina el hecho de que la clase obrera y las masas populares, tras la derrota y el repliegue, reorganizan sus fuerzas; el de que las vanguardias de izquierda, batidas pero no aniquiladas, han comenzado de nuevo a crecer, reclutando más y más miembros en el proletariado de avanzada y en los sectores radicalizados del pueblo, asimilan la enseñanzas de la derrota y readecúan su estrategia y su táctica; y el de que el desarrollo de la crisis capitalista agudiza las contradicciones interimperialistas, acentúa la lucha del proletariado internacional y altera en beneficio de los países socialistas la correlación mundial de fuerzas.
Consideremos lo que pasa en el Cono Sur. No es la política exterior de Carter, no es el imperialismo yanqui el que está obligando a que los gorilas argentinos, a costa de acentuar sus luchas intestinas, deban buscar alguna forma de entendimiento con la clase obrera y se vean forzados a plantearse una búsqueda de institucionalidad democrática mucho antes de lo que se habían propuesto; que lo mismo esté pasando en Bolivia y se esboce ya en Uruguay. No es Carter, no es el imperialismo el que lleva a que, por primera vez desde que se completó en Brasil el proceso contrarrevolucionario, los gorilas de ese país deban enfrentarse a crecientes pugnas interburguesas, a la rebelión abierta de la pequeña burguesía y al ascenso de las luchas de masas, y que cada nueva medida dura con que intentan detener esa oleada no haga sino aumentarla. No es, finalmente, Carter o el imperialismo lo que está provocando contradicciones en el seno mismo de la Junta militar chilena, llevando a Merino a anunciar una apurada redemocratización, mientras Pinochet reafina su proyecto de “democracia autoritaria”, es decir, de institucionalización de la dictadura.
La burguesía y la dictadura
La razón profunda de esos fenómenos está en la resistencia tenaz de la clase obrera de esos países al régimen de superexplotación y terror que representan para ella las dictaduras militares, y en el crecimiento constante de las fuerzas sociales, particularmente la pequeña burguesía urbana y el campesinado, que estrechan filas en torno suyo. Al revés de lo que pasó con el fascismo —cosa que no han querido entender los sectores equivocados de la izquierda— la contrarrevolución latinoamericana no tiene nada que ofrecerle a las masas trabajadoras: ni el expansionismo chauvinista, que emborrachó a la pequeña burguesía alemana e italiana, ni la eliminación del desempleo (importando poco, ante la desesperación en que la crisis de los años treintas habían sumido al proletariado europeo, el que esa eliminación se hiciera a costa de bajos salarios y del esfuerzo de guerra, que condujo a la hecatombe mundial de 1939). La contrarrevolución latinoamericana, en tanto que fenómeno propio del capitalismo dependiente, no hace sino agravar los rasgos monstruosos que lo caracterizan: los salarios de hambre, la desocupación, la degradación de las condiciones de vida de las capas medias, la reducción del campesinado a bestia de carga, privado del derecho a la tierra y obligado a trabajar jornadas superiores a quince horas diarias.
¿De dónde, pueden sacar apoyo social los regímenes contrarrevolucionarios latinomericanos, que no sea de las distintas capas burguesas, interesadas en la superexplotación de los trabajadores y en la defensa de la propiedad privada, que les permite aprovecharse de esa superexplotación (independientemente de que participen de manera desigual en sus resultados)? Insistir en la incorporación de fracciones burguesas, cualesquiera que sean, al movimiento de resistencia popular es un error tan grueso como el de creer que el imperialismo yanqui puede jugarse realmente por la defensa de los derechos humanos y las libertades democráticas en América Latina.
Lucha ideológica y unidad
Es obvio que la dictadura chilena, aunque conciente de cual es su base real de apoyo, intente confundir a los trabajadores. La reciente declaración de Pinochet, que reactualiza en Chile el tema de la participación de los trabajadores en la gestión de las empresas, es una prueba de ello. Al plantear esa cuestión como parte integrante de su proyecto de “democracia autoritaria”, la dictadura toma en consideración la fuerza de la clase obrera chilena y el grado de conciencia que esta ha logrado, tras décadas de lucha, y que determinaron de manera absoluta la victoria electoral de la izquierda en 1970. Pero, al mismo tiempo que toma eso en consideración, trata de embaucar a los trabajadores, de hacer jugar en favor suyo sus aspiraciones más sentidas de clase. Más que una prueba de fuerza, el sesgo que va tomando el proyecto instituticionalizador pinochetista indica la debilidad real que caracteriza a la dictadura chilena y su esfuerzo inútil por superarla.
Inútil, en efecto. No hay por qué creer que la clase obrera chilena se dejará engañar, dado el grado de su desarrollo como clase y la incapacidad de la dictadura para proporcionarle beneficios efectivos. Hechos como la resistencia obrera al proyecto de Código de Trabajo lo confirman. Pero, por esto mismo, la izquierda tiene el deber, en su conjunto, de no favorecer las maniobras de Pinochet y, por ende, de no crear confusión en cuanto al enemigo a que se enfrentan los trabajadores chilenos. Ese enemigo no es sólo la dictadura y el gran capital nacional y extranjero que ella representa: ese enemigo es la dictadura en tanto que instrumento de la burguesía chilena y el imperialismo yanqui, quienes han mostrado con ferocidad a cuanto están dispuestos por defender sus privilegios y su régimen de explotación. Proponer a la clase obrera que establezca alianzas con la burguesía o parte de ella no ayuda para nada la lucha de los trabajadores. Es, de hecho, radicalmente distinto el saber que fracciones burguesas puedan, ser neutralizadas, en tal o cual momento preciso, y el suponer que ellas pueden integrarse activamente a la lucha de resistencia.
Esas cosas sencillas, que los obreros chilenos perciben claramente, porque su experiencia les ha enseñado que la brutalidad gorila es la brutalidad patronal, esas cosas sencillas no lo son tanto para sectores de la izquierda. Y por no serlo, han trabajado y obstaculizado la unidad que debe establecerse en la izquierda, para soldar en un solo bloque a las fuerzas populares. Es indispensable, por tanto, repetirlas hasta la saciedad, redoblando la lucha ideológica contra las desviaciones reformistas. Lucha ideológica que debe mantenerse unida al esfuerzo paciente y tenaz por lograr una política unitaria de la izquierda, que asegure una conducción sólida al movimiento de resistencia popular.
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Fuente: Correo de la Resistencia, Nº 16. Órgano del Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile en el exterior. Abril-junio de 1977.