División sexual del trabajo revolucionario: Reflexiones sobre la participación de las mujeres salvadoreñas en la lucha armada

DIVISIÓN SEXUAL DEL TRABAJO REVOLUCIONARIO: REFLEXIONES EN BASE A LA PARTICIPACIÓN DE LAS MUJERES SALVADOREÑAS EN LA LUCHA ARMADA (1981-1992)

Por Jules Falquet

Siendo mujer, blanca, francesa, y feminista, he vivido y trabajado en El Salvador un poco más de dos años -inmediatamente después de la larga guerra civil revolucionaria que sacudió el país de 1981 a 1992- preparando mi tesis de doctorado en sociología sobre la participación de las mujeres al proyecto revolucionario entre 1970-1994 (Falquet, 1997b). No volveré en el presente trabajo sobre la historia de El Salvador y del proyecto político del FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional), guerrilla marxista-leninista con fuertes influencias de la teología de la liberación. Sólo recordaré que el movimiento popular de los años 60, heredero de una larga tradición de lucha contra las sucesivas dictaduras militares, se organizó primero en el campo para obtener la tierra. Los años 70 vieron nacer cinco organizaciones político-militares, que después de unirse lanzaron a principios de los 80 una ofensiva general que marcó el comienzo de la guerra. En medio de una represión muy dura, que dejó más de 90.000 muertas y muertos y aproximadamente 1.000.000 de personas desplazadas, una cantidad significativa de la populación apoyó la lucha revolucionaria, en especial la población campesina de las "zonas liberadas", la gente de los barrios marginales urbanos y la juventud estudiantil. Si bien muchas personas participaron a la lucha desde un conjunto de organizaciones civiles, hablaremos aquí mas específicamente de las personas directamente organizadas en las estructuras político-militares de los cinco partidos del FMLN, y en especial de las mujeres, que constituyeron aproximadamente el tercio de estas fuerzas.

Como much@s estudios@s del tema, estaba impactada por las transformaciones que la guerra (típicamente masculina) produce en la vida cotidiana de las mujeres (siendo ellas el "colmo" de la población civil). En mis análisis, primero seguí la pista abierta por la socióloga ítalo-mexicana Francesca Gargallo, quien analiza la guerra como irrupción de lo público-político en el espacio privado (Gargallo, 1987), y por la socióloga salvadoreña Mercedes Cañas, quien presentaba la guerra como una forma cruel de "salir de las cocinas", que las mujeres supieron aprovechar para revelar unas capacidades insospechadas (Cañas, 1992). También estaba impresionada por el alto grado de organización de las mujeres, y me apoyé en los trabajos de otra connotada socióloga salvadoreña, María Candelaria Navas, sobre el desarrollo de las organizaciones de mujeres y sus luchas (Navas, 1987). Primero intenté entonces rescatar la historia de la participación de las mujeres en la guerra, como se incorporaron y cuales tareas cumplieron (Falquet, 1996). Por otro lado, no podía dejar de ver las continuidades que existían entre la paz y la guerra, para las mujeres, y la reproducción de muchas relaciones sociales de sexo1 de las más tradicionales, en un proceso revolucionario que anunciaba su voluntad de forjar el "hombre y la mujer nuevos". En otro trabajo, intenté reflexionar sobre el balance de la guerra para las mujeres, según su origen social y el tipo de compromiso que asumieron en la lucha (Falquet, 1997 a). Me acerqué para tales fines a los análisis de uno los más prestigiosos grupos feministas del país, las Dignas, para reflexionar sobre como las mujeres cargaron con el "dolor invisible de la guerra" (Garraízabal &Vásquez, 1994), y terminé preguntándome, con el paso de los años, con la ya mencionada Candelaria Navas, si "¡¿Valió la pena?!" (Navas, 1995). Escribí otro artículo en el que enfoqué sobre todo las luchas de las mujeres en la post-guerra, en especial el desarrollo de un fuerte movimiento feminista y su importante contribución al proceso de "democratización" y a la búsqueda de "una paz que no sea sólo el silencio de las armas", sino que "otra forma de hacer política", según las propias palabras de las Salvadoreñas (Falquet, 2002).

Al igual que otr@s observadoras y observadores, la enormidad del fenómeno de la guerra me había dejado casi ciega a otros aspectos. Al lamentar los retrocesos y celebrar "los cambios positivos" que se dieron para algunas mujeres al participar en este proceso, no dejaba de entender la guerra, o la lucha armada revolucionaria, como un momento/lugar excepcional, en ruptura con la vida cotidiana y las formas habituales de hacer política, como un momento en qué las opresiones y explotaciones del sistema pueden ser sacudidas. Sin embargo, no conseguía explicar plenamente porqué en muchos países y épocas, aunque las mujeres se entreguen tan generosamente a la lucha, siempre sacan tan poco de ella, y porque las relaciones sociales de sexo cambian tan poco a pesar de atravesar nada menos que una guerra.

Ciertamente, usaba de vez en cuando, como parte del "sentido común", la noción de división sexual del trabajo revolucionario, para interrogar el hecho que los dirigentes político militares del FMLN hayan sido casi todos hombres y las cocineras de los frentes, casi todas mujeres durante doce años. Pero hoy, quiero utilizar de manera mucho más sistemática el concepto feminista de "división sexual del trabajo", aplicándolo a la lucha revolucionaria armada, como herramienta heurística para analizar mejor lo que aconteció.

Retomaré la noción de "división sexual del trabajo" en el sentido que le dieron primero las antropólogas, entre otras la francesa Nicole Claude Mathieu y la italiana Paola Tabet, como una relación social de poder de los varones sobre las mujeres (Mathieu, 1991; Tabet, 1998). Utilizaré la definición clásica que de ella ofrece la socióloga del trabajo francesa Danièle Kergoat como "la forma de división del trabajo social que se desprende de las relaciones sociales de sexo, históricamente y socialmente modulada. Tiene como característica la asignación prioritaria de los hombres a la esfera productiva y de las mujeres a la esfera reproductiva así como, simultáneamente, la captación por parte de los hombres de las funciones con fuerte valor social agregado (políticas, religiosas, militares, etc)." (Kergoat, 2000). También hay que recordar que la división sexual del trabajo "tiene dos principios organizadores: el principio de separación (hay trabajos de hombres y trabajos de mujeres) y el principio jerárquico (un trabajo de hombre "vale" más que un trabajo de mujer)." (ídem).

El aplicar la noción de división sexual del trabajo, al análisis de una lucha tan generosa como lo es un proyecto revolucionario, y a una vivencia tan cruel como lo es la guerra, puede parecer desplazado, chocante, y aquí quiero reafirmar mi respeto y admiración hacía todas las revolucionarias salvadoreñas y sus luchas. Sin embargo, creo que este choque mismo -asimilar la acción revolucionaria a un "trabajo" y analizarla como tal- es interesante porque nos puede dar muchas pistas para analizar la continuidad que existe entre actividades humanas aparentemente situadas en esferas muy alejadas como la acción revolucionaria armada el "trabajo",2 a la vez liberador y alienante, desde el punto de vista de los grupos oprimidos, y en especial desde la experiencia de la mujeres.

Aún tenemos que hacer dos salvedades al presente trabajo. Primero, hay que recordar que nuestro enfoque nos llevará a insistir en lo que las mujeres comparten en cuanto clase de sexo, es decir como grupo ubicado del mismo lado en la división del trabajo. Sin embargo, hay que recordar siempre que existen muchas diferencias entre las mujeres, entre otros por su origen y su clase social, su edad, su situación de familia, su orientación sexual, y en el caso específico del Salvador, según donde vivían y en qué época entraron a la guerra (o cuando la guerra las obligó a tomar posiciones).3 Segundo, a diferencia de las grandes encuestas estadísticas sobre la división sexual del trabajo, ya sea productivo o doméstico, sólo podemos contar aquí con datos más bien cualitativos: testimonios y literatura de la época de la guerra, entrevistas con ex -combatientes por mi realizadas y memorias de talleres desarrollados después de la guerra por el movimiento de mujeres y feminista. Siempre se corre un peligro al generalizar estos datos, pero la falta de otro material nos obliga a reflexionar en base a lo que tenemos, mientras se desarrollen las herramientas adecuadas para profundizar en esta línea de análisis.

Para analizar entonces la continuidad que existe para las mujeres entre la guerra y la paz, entre el trabajo y el trabajo revolucionario, bajo la permanencia de la división sexual del trabajo, dividiré este artículo en dos partes. Primero, mostraré que la división sexual del trabajo revolucionario va mucho más allá de quienes cocinan, quienes mandan, y quienes van armad@s al combate. Abordaré el análisis del tipo de trabajo realizado, y de las condiciones de trabajo, para seguir con la cuestión más compleja del reconocimiento del trabajo y de su retribución, y acabar subrayando como las mujeres nunca son consideradas plenamente como "trabajadoras/revolucionarias". En un segundo momento, analizaré las luchas de las revolucionarias salvadoreñas en cuanto "trabajadoras", sus medios de acción y sus reivindicaciones, antes de volver a reflexionar sobre las principales líneas de análisis de la participación de las mujeres a la guerra, sobre el cambio de "papeles sociales" de las mujeres y la "nuevas identidades" nacidas a raíz de su participación en el conflicto.

1. Aplicación del concepto de división sexual del trabajo a las actividades revolucionarias

A. Tipo de actividades y condiciones de trabajo

Una de las grandes características de la división sexual del trabajo "productivo", consiste en la segregación ocupacional según el sexo y a la vez la concentración de las mujeres en cierto tipo de profesiones. Ciertamente, en un frente de guerra, todo el mundo tiene que ser polivalente: a la combatiente le tocaba a veces trabajar en educación, a la comandante ir a cortar leña. También era frecuente ser cocinera un tiempo, luego brigadista de salud, y después ser mandada a la ciudad para una misión de abastecimiento. Las mujeres hicieron "de todo", pero sobre todo cocineras y "radistas" (encargadas de las comunicaciones), brigadistas de salud, y responsables de educación y propaganda. Es decir: trabajaron más o menos en los mismos sectores en que las mujeres trabajan en la vida civil, según la división sexual del trabajo "clásica". Al final de la guerra, la misión de la ONU inscribió en sus registros como ex -combatientes a 3.285 mujeres, cuyas edades oscilaban entre 15 y 29 años (F-16, 1993).4 Hablan las cifras: 29 % de estas "trabajadoras de la revolución" ejercieron durante la guerra como cocineras, mientras que muy pocos hombres fungieron como cocineros. Si a veces echaban tortillas, era más como sanción que otra cosa.5 Aunque estaban en los mismísimos frentes de guerra, muy pocas mujeres fueron meramente combatientes, menos aún responsables de pelotón, de campamentos o de frente. En las direcciones político-militares, fueron una ínfima minoría, así como entre los "intelectuales" cuya concepciones orientaron la lucha.

Otro rasgo común a la división sexual del trabajo revolucionario y "productivo", es la posición subordinada de las mujeres. Los títulos que se les daban, como "responsable de cocina" o "responsable de comunicaciones", no deben crear ilusiones: la mayoría de las mujeres trabajaron bajo la autoridad de otras personas, generalmente varones. De hecho, muchas de las radistas, ya sea antes de empezar este trabajo o en el transcurso del mismo, se volvían compañeras del mando cuyas comunicaciones transmitían. Como recuerda la Comandante Rebeca Palacios, de las Fuerzas populares de liberación (FPL, la organización más grande del FMLN): "[En el frente occidental] había como quince compañeras, vos las veías tan inteligentes, tan lúcidas y la mayoría radistas. Yo les preguntaba: "¿no se han aburrido de ser radistas?" y respondían que no, porque el jefe de la escuadra de seguridad era su compañero."(Harnecker, 1993). Ciertamente, el trabajo revolucionario, y en este caso militar, es el lugar por excelencia de la jerarquía, pero cabe destacar aquí que si bien hubo también muchos varones en posición subordinada (especialmente los jóvenes y los campesinos), a la inversa nunca hubo una mujer número uno, o secretaria general, de ninguna organización política militar. La propia Comandante Ana María/Mélida Anaya Montes, que fue número dos de las FPL, fue mandada a asesinar por el número uno, el Comandante Marcial, antes de poder encabezar el proyecto revolucionario. Otra mujer que obtuvo un rango elevado en este partido, la ya mencionada Comandante Rebeca Palacios, cuenta en una entrevista que cuando alcanzó un rango político-militar más alto que su compañero, fue dejada por él (Harnecker, 1994). Otra mujer que hemos entrevistado, Roberta,6 una de las fundadoras del PRTC (Partido revolucionario de los trabajadores centroamericano, la organización más pequeña del FMLN), cuenta que ciertamente fue nombrada responsable política militar de un frente de guerra, pero únicamente porque ya ningún varón se quería hacer cargo: "Para mí, fue una frustración, pues el partido no atendía este frente, todo su esfuerzo era para San Vicente. Fue bastante duro: imaginate la única responsable de frente que era mujer, con todos los demás que eran unos tigres. Por ejemplo con un compañero del ERP. [...] El chamaco me jodió mucho, envió un mensaje sobre la desconfianza que sentía. Pueden haber dos cosas: trabajas con el enemigo, o porque realmente sos incapaz. Lo tomé en los dos sentidos, me afectó mucho."(Falquet, 1997b).

En la división sexual del trabajo "clásica", se resalta que a las mujeres se les deja las tareas más monótonas y parceladas (constituyendo generalmente la mayoría de las obreras no cualificadas y la mayoría de quienes trabajan "a la cadena"), y sobre todo sucias y peligrosas. En cuanto a la parcelización del trabajo, se puede considerar que fue una situación común a ambos sexos, debida a la lógica de la militar, al igual que la monotonía que puede existir por ejemplo en los frentes rurales cuando se rarifican los operativos enemigos. Pero ciertas tareas especialmente repetitivas como hervir maíz y frijoles, y hacer tortillas tres veces al día para todo el grupo, a veces durante doce años, fueron efectivamente atribuidas casi exclusivamente a las mujeres, y a una de cada tres mujeres de la estructuras "formales" del FMLN. En cuanto a la suciedad y peligrosidad, puede parecer menos evidente. Efectivamente, las líneas de fuego, que se consideran generalmente como lo más peligroso -y lo más prestigioso-, fueron muchas veces reservadas a los varones. Pero para matizar esta primera impresión, recordaremos primero que siempre hubo una que otra joven campesina encarnizada en combate y disparando como diosa que se inmiscuyó en estos espacios,7 e incluso efímeros pelotones especiales compuestos exclusivamente de mujeres, en especial el pelotón Silvia, del Partido comunista. Segundo, a las mujeres les tocaron tareas de mucha peligrosidad, aunque no necesariamente tan visibles, como la fabricación de minas caseras, los trabajos de inteligencia, de abastecimiento y transporte (de combatientes, de materiales, de mensajes o de armas). Una tarea aparentemente benigna que a menudo fue ejercida por mujeres, como ser radista, es muy mortífera: en cualquier ataque, el enemigo dispara primero a quienes se desempeñan en comunicaciones. Tercero y sobre todo, aunque ambos sexos enfrentaron riesgos parecidos frente a las balas adversas, proporcionalmente las mujeres tenían un menor acceso a las armas (y a armas de menor "poder"), con el argumento de siempre: primero para los hombres, y si hay suficiente, para todo el mundo. Entonces, el menor acceso de las mujeres a medios para defenderse, en situaciones de peligro equivalentes, vuelve más peligrosa su situación.

Cuarto elemento de semejanza entre la división sexual del trabajo y la división sexual del trabajo revolucionario: la mayor precariedad de las mujeres. Allí abundan los ejemplos, en todos los niveles: incorporación, tiempo de trabajo, interrupción del trabajo, y falta de claridad en el contrato, es decir, la "privatización" de la relación laboral. La incorporación de las mujeres al proyecto revolucionario casi siempre fue amenazada por el "qué dirán", los celos de los maridos y el descontento de los padres al pensar que sus hijas iban a estar "entre muchos hombres" — lo que no sucedió con los varones. También fue más frecuente en mujeres que en hombres la incorporación parcial, o más tardía, a veces siguiendo primero el padre o el marido sin saber muy bien porqué, antes de incorporarse en conocimiento de causa. Más que los varones, las mujeres tendían a quedarse como milicianas viviendo en medio de la población civil de las zonas liberadas, que a ser reclutadas como combatientes de tiempo completo. Así podían conciliar mejor sus tareas revolucionarias con sus deberes familiares (volveremos sobre este tema). En cuanto a la interrupción del trabajo, todas las mujeres que decidieron llevar a cabo un embarazo tuvieron que salir a parir y/o a dejar el bebé fuera del frente, y varias de ellas nunca pudieron regresar a su puesto de lucha, otras al regresar se vieron tratadas como sospechosas de haber querido dejar sus responsabilidades — cosa que a ningún hombre le pasó. Evidentemente, estas interrupciones perjudicaban a la ascensión de las mujeres a mayores responsabilidades, como cuenta la futura Comandante Rebeca Palacios: "Cuando salí embarazada estaba de aspirante a combatiente. Me quitaron todo eso y me dieron como tarea cocinar para un grupo de compañeros que venían a una escuela clandestina. [...] Yo creo que en atención a su condición física uno puede cambiar de actividad. Pero a mí lo que me pasó fue que me rebajaron de nivel de actividad. Y eso sí creo que no fue correcto." (Harnecker, 1994). Finalmente, en cuanto a la falta de claridad de "contrato", abundan los casos. Primero, hay mujeres que nunca supieron a finales de cuenta si fueron o no militantes del partido, como nos dijo La Negra, una mujer del PRTC al salir de la cárcel donde pagó varios años por un atentado que nunca cometió (aunque fue organizado por su partido). Otra mujer del mismo partido, Sofía, ya mayor, transportaba armas en sus canastas de frutas, pero al ser la única sobreviviente de su célula, nadie podía dar fe de su participación a la hora de pedir algún beneficio como ex -combatiente desmovilizada. En mayor proporción que los varones, muchas mujeres se incorporaron a las organizaciones guerrilleras para seguir algún familiar, sobre todo padre o marido. En especial en el caso de las campesinas y de las organizaciones pequeñas como el PRTC o la RN (Resistencia nacional), muchas veces los mandos eran esos mismos familiares de las mujeres, mezclándose la autoridad paternal o marital con la militar, en las relaciones de los hombres hacía las mujeres. Así, para muchas de ellas, y en proporción mayor a los hombres, las relaciones de trabajo revolucionario fueron mediatizadas por relaciones familiares, es decir, "privatizadas", de forma muy semejante a lo que ocurre en la división sexual del trabajo "clásica".

El quinto punto de semejanza entre trabajo revolucionario y trabajo "productivo", en cuanto a división sexual se refiere, es la fuerte prevalencia del hostigamiento y de la explotación sexual de los varones hacía las mujeres — que se vincula obviamente tanto a la privatización de la relación laboral, como a la precariedad y al carácter subordinado de las tareas por ellas desempeñadas. Volvamos al ejemplo de las radistas y de las cocineras: para dejar de ser cocinera, una siempre puede dejarse seducir por el mando y volverse su radista favorita... hasta que llegue otra y una tiene que volver a la cocina. Para nada queremos trivializar las vivencias de las mujeres, menos aún de las revolucionarias, ni opacar otras dimensiones de la lucha que llevaron a cabo. Sin embargo, existieron los ascensos o repudios vinculados al tener relaciones sexuales, existió el acoso y el chantaje sexual, y hasta la violación lisa y llana sin promoción y a veces hasta con vejaciones, como cuenta una combatiente de la Resistencia nacional (RN): "Tres meses después de que llegué al frente, un compañero me violó. Era el jefe. Fue horrible, porque lo veía como el mejor hombre de todos los que estaban en el campamento. Había llegado con una idea romántica de la guerra: los compañeros eran lo mejor que había, los más valerosos, sobre todo él, que era el responsable. [...] A nosotras las mujeres, nos trataban muy mal. [...] Mi compañera de tienda se dio cuenta que el jefe había intentado violarme pero no dijo nada: allá, no se podía hablar de estas cosas. Eran jefes y era mejor callar, sino, te mandaban a trabajar en la cocina y eso significaba no ser valorada, no tener valor para combatir, no tener fuerza. [...] Después de la violación, creo que me embaracé, no sé, nadie me dijo nada. Los compañeros del servicio de salud me dijeron que me tenían que operar porque tenía un tumor. Todos callaban, se veía que se sentían amenazados." (Garraízabal, 1994). Incluso, para las mujeres, a veces ni siquiera una posición de mayor poder jerárquico las libraba de dicho acoso, como cuenta otra ex -combatiente, conciente de ser lesbiana, que tenía toda una estrategia para librarse del hostigamiento pero lo tuvo que vivenciar más de una vez: "En la adolescencia me di cuenta de que me gustaban las mujeres y comencé a reprimirme [...] Encontré en la lucha una vía de escape [...] Los compañeros me decían: "¿A vos no te gustan los hombres?", "cómo no, les decía yo, pero primero es la revolución"; pasé al trabajo clandestino y ahí empecé a sentir el acoso sexual pero como no me llamaban la atención los hombres, seguí negándome a las relaciones sexuales. [...] Una vez iba con los dos pelotones que estaban a mi cargo y el segundo responsable me quiso agarrar a la fuerza, inmediatamente saqué el arma pero él me pidió que no lo comentara ni lo bajara de nivel, acepté." (Las Dignas, 1995).

B. Reconocimiento y retribución del trabajo

Primero, al igual que en el trabajo "productivo", a las mujeres nunca se les reconoció la formación que llevaron consigo al trabajo revolucionario como una calificación, sino que como un "don natural", por ejemplo, el de preparar la comida o de lavar. Es decir, se les dieron tareas en función de sus "aptitudes" pero no se les reconoció los esfuerzos necesarios para adquirir estas aptitudes, menos aún se cuestionó el origen patriarcal de la repartición de estas aptitudes entre hombres y mujeres. Y si bien la guerrilla estuvo de acuerdo para dar a hombres campesinos capacitaciones fuera de su socialización (por clase, por ejemplo: aprender a dirigir un ataque militar), no le fue tan evidente capacitar a las mujeres para tareas que salían del marco que se espera de una mujer salvadoreña (por sexo: por ejemplo aprender a dirigir un ataque militar). Incluso, de manera general, y a pesar de loables esfuerzos para capacitar a las mujeres, ellas a menudo tuvieron menor acceso a las capacitaciones más prestigiadas, como cuenta Adela, una ex -combatiente campesina que hemos entrevistado: "¿Si no he sido combatiente por el hecho de ser mujer? No, no creo, porque hubo mujeres combatientes, no sé porqué. A veces, nos utilizaban para otra tareas, claro, a veces porque éramos mujeres, nos marginalizaron. [...] Hay gente que se pregunta porque había pocas mujeres en el mando. Talvez porque somos mujeres, no nos preparan, a veces no tenemos la preparación suficiente." (Falquet, 1996).8

Otro elemento común con la división sexual del trabajo "productivo", es el hecho de que una tarea se desvalorice cuando empiezan a asumirla mujeres, mientras que se valoriza y se masculiniza cuando se tecnifica. Daremos de esto dos ejemplos. Primero, el ya mencionado, de Roberta: coincidió el momento en que ella fue nombrada jefe política-militar de un frente y el desinterés del partido para este frente. Segundo, se puede notar muy claramente que las mujeres que llegaron a ser comandantes o tener altas responsabilidades en el FMLN, ascendieron durante los años 70, cuando las organizaciones eran aún pequeñas y más políticas que militares. A partir de los años 80, cuando ya se trata de guerra abierta y que la parte militar toma mayor importancia, ya casi no se promueve ninguna mujer a los puestos de dirección político-militar.

De manera general, también a semejanza con el trabajo considerado como productivo, muchas veces el trabajo revolucionario desempeñado por las mujeres no fue considerado como trabajo, fue invisible y/o invisibilizado, a menudo minimizado y considerado menos que el de un hombre, incluso cuando era mayor. Trabajo invisible porque típicamente femenino y considerado casi como un deber, como el que realizaron miles de mujeres al juntar acopio o a coser mochilas de noche en los campamentos de refugiad@s (y de hecho, aunque sea por obvias razones de seguridad, muchas refugiadas nunca fueron consideradas como parte de las estructuras "formales" del FMLN, sólo como "base de apoyo"). Trabajo invisibilizado, como lo cuenta una combatiente de la RN: "Sentía actitudes de discriminación que me daban mucho coraje. Una vez, monté un operativo, yo era la responsable total. Todo funcionó de maravilla. Un día antes, mi compañero había llegado a nuestro frente. El era el responsable de la zona, y sólo por eso, fue a él que le atribuyeron todo el mérito del operativo. La Radio Venceremos lo entrevistó a él. Nadie, ni siquiera él, mencionó mi participación." (Garraízabal, 1994).9 No se trata de defender orgullos desplazados, sino que de notar como se les serrucha el piso a las mujeres, mermando sus posibilidades de ascender a mayores responsabilidades. Hay otros trabajos que nunca fueron reconocidos siquiera como tales: todos los que tienen que ver con el cuidado emocional y físico cotidiano hacía los demás, con su bienestar (relativo), y en especial con el bienestar de los varones. Como lo recuerda el apasionante trabajo de la socióloga francesa Geneviève Cresson, en la vida "civil", el trabajo doméstico de salud realizado por las mujeres es especialmente invisible, hasta a los propios ojos de las mujeres (Cresson, 1995). En tiempo de guerra, pasa aún más desapercibido, aunque sea más necesario e importante que nunca. Así, cuando una brigadista de salud se desvelaba por un compañero herido, eso era natural, no sólo porque eran compañeros de lucha, sino porque era su papel natural, igual que el aporte de la anciana campesina que venía calladamente a dejar sus tortillas a los "muchachos" con tal de que no pasaran tanto sufrimiento. Cuando una mujer lavaba la ropa de su compañero además de la suya propia, siendo ambos combatientes con iguales derechos y deberes, eso no era un trabajo sino que una manifestación atávica de amor — sólo se cuestionaba a las mujeres que no lo hacían, como lo recuerda Alba, que dedicó quince años de su vida a la lucha con la Resistencia nacional (RN): "Trabajaba en el mismo colectivo que mi compañero. Era jefe militar, igual que yo. La gente me criticaba porque no le lavaba su ropa, no le doraba sus tortillas, como es la norma en las parejas." (Falquet, 1997b). De forma general, como lo subrayó el trabajo que realizó en la inmediata post-guerra el grupo feministas Las Dignas, casi siempre fue a las mujeres que les tocó asumir el peso del "dolor invisible de la guerra", como titularon el libro que recoge su experiencia de trabajo con grupos auto-apoyo sicológico con ex -combatientes (Garraízabal, 1994). Llorar los muertos y los desaparecidos, asumir el peso del trabajo emocional del cual, en la emergencia militar, nadie se quería preocupar, y que fue, al igual que en la vida civil, su responsabilidad casi exclusiva, constituyendo una suma de trabajo considerable aunque despreciado, como lo recuerda una militante de la RN: "Los compañeros se burlaban de mí: los llantos, el dolor, el amor, eran símbolos de humillación e inferioridad. Alguien que amaba y lloraba era menos, porque estos sentimientos no eran los de los valientes, sino que de mujeres. Era un símbolo de debilidad." (Garraízabal, 1994). Y finalmente, los varones obtuvieron muchas veces satisfacción sexual a costa de las mujeres (a menudo sin ninguna reciprocidad), como algo totalmente natural. Este "plus" para el moral de las tropas (varoniles) nunca fue considerado como algo merecedor de reconocimiento o retribución, a pesar de que las tropas "regulares" de cualquier ejército del mundo suelen pagar por este "servicio" cuando recurren a mujeres prostituidas.

Finalmente, es en cuanto a la retribución material y simbólica que se nota talvez de manera más cruda el paralelo entre la división sexual del trabajo, y la división sexual del trabajo revolucionario. En su discurso, el FMLN, siempre saludó la presencia de las mujeres como una victoria y una condición de su liberación. En términos vagos, muchos combatientes reconocieron que la presencia de mujeres en los frentes fue positiva, porque "suavizaba" el ambiente, le daba un carácter más agradable: las mujeres "son más alegres", "son más sensibles". Sin embargo, las mujeres nunca obtuvieron ningún beneficio concreto o reconocimiento material por todo el trabajo que realizaron, aparte de la comida y la ropa que recibía cada combatiente según las posibilidades de la organización. Obviamente, no había sueldo, ni para hombres ni para mujeres: se luchaba por la revolución y no por un beneficio económico individual. Sin embargo, si bien muchos varones pudieron dedicarse de tiempo completo a la lucha sin ganar un centavo, eso fue posible porque muchas veces sus madres y esposas (e incluso a veces mujeres perfectamente desconocidas escogidas por el partido) seguían trabajando por dinero fuera del proyecto revolucionario para dar de comer a sus hij@s o parientes. Así, una mujer de los barrios marginales de la capital explica: "Nuestra organización nunca nos ayuda en lo económico. Nuestra vanguardia nunca nos va a decir: van a tener casas, van a vivir bien: cada persona que se incorpora debe ser un revolucionario totalmente desinteresado. En cada momento, hay que ver como uno se puede entregar a los demás. Es así como yo, nunca me pude incorporar de tiempo completo. [...] Mi marido ya estaba incorporado y no lo podíamos hacer ambos, porque había que cuidar de la casa y del trabajo doméstico." (Cañas, 1989). Es decir: no sólo las mujeres no recibieron dinero o retribución material por su trabajo revolucionario, sino que muchas veces tuvieron que aportar con sus propios recursos, como lo ilustra otro testimonio: "Conozco a una compañera que la sacaron del frente para que cuidara los hijos de otros y la dejaron abandonada. Nadie le daba dinero y ella no tenía manera de darles de comer así que se fue a trabajar de doméstica para cuidar los hijos de los otros. Ella sentía que ese era su papel como revolucionaria, conseguir el sustento de todos esos niños y niñas." (Las Dignas, 1995). Es más: el dinero de las organizaciones de mujeres creadas durante la guerra, supuestamente destinado a atender las necesidades de las mujeres más pobres (campesinas, refugiadas, mujeres de los barrios urbanos marginales), muchas veces fue "derivado" por los diferentes partidos del FMLN para financiar su esfuerzo de guerra, con o sin el consentimiento de las mujeres. Eso representa una considerable transferencia de recursos desde un colectivo femenino hacía un colectivo mayoritariamente masculino, con muy pocas garantías de que los intereses y las necesidades de las mujeres sean atendidos.

Ahora bien, en cuanto a la retribución simbólica, que hubiera podido ser proporcionada sin mayor costo tanto a hombres como a mujeres, es notable que pocas mujeres la alcanzaron. Hemos dicho que los hombres monopolizaron casi todos los puestos más prestigiosos y visibles (dirección política-militar, responsabilidad de las tropas especiales, presencia en las líneas de fuego), se beneficiaron con más promoción, y de hecho al terminar la guerra fueron los primeros en alcanzar las compensaciones que otorgaban los Acuerdos de paz (pequeñas parcelas, micro-créditos y capacitaciones universitarias para l@s 600 "cuadr@s" del Frente), olvidando incluso de decirles a las mujeres que se tenían que enlistar para ser tomadas en cuenta como beneficiarias. Y a la hora de buscar un trabajo "civil", la invisibilidad y la descalificación de su trabajo dejó a las mujeres más desarmadas que los varones para la "reconversión". A los varones, se les validó de una u otra forma sus aprendizajes: algunos se hicieron choferes, otros fueron reclutados como guardaespaldas, lo que les fue posible sólo a una ínfima cantidad de mujeres. En cambio, las mujeres campesinas que bien que mal, aprendieron a suturar con hilo dental y se volvieron agentes de salud bastante eficientes, las jóvenas que se hicieron educadoras populares, no obtuvieron ningún apoyo de parte del Frente para hacer reconocer en la paz sus nuevas calificaciones profesionales como enfermeras o maestras rurales. Cuando acabó la guerra, muchos varones pudieron considerarse y ser considerados como "héroes", la mayoría de las mujeres, en cambio, sólo se percibieron y fueron percibidas como malas madres que abandonaron a sus hij@s para volver con las manos vacías. Nadie las festejó, nadie las aplaudió. Como lo subraya para otra situación la alemana Ingrid Ströbl, en su trabajo sobre las Europeas de los años treinta y cuarenta que resistieron al fascismo con las armas en la mano: "Las mismas mujeres callan. Callan por varios motivos: por modestia femenina. Porque no quieren darse importancia. Porque nunca aprendieron a representarse. Porque ellas mismas se consideran como insignificantes. Porque las reacciones de sus mismos compañeros de lucha las volvieron amargas." (Ströbl, 989).

C. Las mujeres "trabajadoras revolucionarias" marginadas

De manera general, lo que se desprende de lo anterior, es la impresión que a las mujeres nunca se les consideró seriamente como verdaderas "trabajadoras revolucionarias de tiempo completo", a diferencia de los varones. Al igual que en el mercado de trabajo "formal" o "tradicional", siempre se les exigió que "conciliaran" trabajo y responsabilidades familiares, a la vez que se les negó un pleno reconocimiento de los riesgos "laborales" en que incurrieron.

En lo que a la "conciliación" trabajo/familia se refiere, ya hemos dado varios elementos de información, pero vale la pena profundizar. Norma Virginia Guirola de Herrera, una de las precursoras del feminismo salvadoreño, militante del Partido comunista y asesinada en 1989, declaraba con entusiasmo: "La mujer salvadoreña tuvo que adaptar sus propias tareas familiares, de trabajo y de lucha revolucionaria para poder conjugar sus deberes familiares con la militancia política, y hemos llegado a tal grado de conciencia que hoy, más que antes, nosotras las mujeres debemos dedicar más tiempo a la lucha que a la vida familiar." (CEMUJER, 1992). Era tal el espíritu de sacrificio que la hermana de una connotada revolucionaria caída a principios del procesos revolucionario, Eugenia, entrevistada por la famosa escritora salvadoreña Claribel Alegría, comenta sobre la maternidad: "Es una experiencia muy bonita y un gran sacrificio. Nosotras, las madres que somos revolucionarias, debemos sacrificarnos más que las madres que no lo son. Debemos dormir menos para trabajar más." (Alegría, Flakoll, 1987). Sobre la cuestión de l@s hij@s, es cierto que la mayoría de las organizaciones del Frente en algún momento se preocuparon por el tema (dejando sin embargo de lado a l@s familiares de edad y demás personas socialmente a cargo de las mujeres) y según los lugares y periodos, funcionaron un cierto número de "guarderías". Pero dichas guarderías estaban casi exclusivamente a cargo de otras mujeres, y la mayor parte del tiempo, eran bastante informales, como lo hemos visto anteriormente. Incluso como lo hemos dicho, no pocas veces se reclutaba para dicha tarea la madre o la abuela de algún combatiente, "privatizando" así de nuevo la relación. Y muchas veces también, las mujeres tuvieron que dejar sus hij@s con familiares de forma individual, asumiendo personalmente los gastos del bebé o de l@s hij@s, el peso emocional, la tristeza y las complicaciones que suponía "abandonar" sus responsabilidades de madres. Este tema ha sido bastante desarrollado durante y después de la guerra por las mismas salvadoreñas, que lo vivieron con muchas culpas y rabias (Mujeres por la Dignidad y la vida, 1993b), por tanto no ahondaremos en él.

En cambio, la cuestión de las relaciones amorosas o de pareja ha sido menos abordada, siendo para muchas mujeres un problema muy concreto. Cuenta la Comandante Rebeca Palacios: "Es bien injusta la situación de las mujeres que somos independientes, porque actuar consecuentemente con tus ideas implica no lograr una vida afectiva estable con nadie. [...] Para mí, victoria es poder ser revolucionaria y hallar un hombre que me entienda en esa dimensión y que caminemos juntos." (Harnecker, 1994). No son pocas las mujeres que han tenido que sacrificar su desarrollo político-militar por celos del compañero (incluso siendo el compañero un revolucionario también), para quedarse con él o no perderlo. Mientras que a pocos hombres, las esposas o las madres se atrevieron a hacerles reproches porque se incorporaban a la guerrilla, dejando la familia o incluso poniéndola en riesgo -al contrario, se veían como héroes-, muchas mujeres tuvieron que enfrentar crueles conflictos en este terreno. Los varones, al entrar a la lucha armada, se vieron casi siempre descargados de cualquier otra responsabilidad, mientras que las mujeres tuvieron en su mayoría que seguir pendientes de sus padres, maridos, hij@s y demás familiares, como si no estuvieran trabajando ellas también de lleno para la revolución.

En resumidas cuentas, este problema de la conciliación entre lucha revolucionaria y responsabilidades familiares, que las mujeres encuentran de forma consabida en lo del trabajo "productivo", puede ser considerado aún más fuerte en las actividades revolucionarias, dado que participar a ellas se consideraba a menudo como un deber y un privilegio a la vez. ¿Quién tendría la osadía de contar, de reclamar? Menos aún las mujeres, cuya educación predispone a todos los sacrificios, siempre y cuando la causa sea grande y altruista — casi nunca luchan de esta forma por si mismas. Lo recuerda Norma Guirola, con los acentos entusiastas de los primeros años de la lucha: "En general, la actividad revolucionaria es un gran acto de amor, que significa dedicarse y entregar lo mejor de una en beneficio de una gran causa, por el interés de una gran familia: la humanidad." (CEMUJER, 1992).

Al no ser consideradas claramente, plenamente, como trabajadoras de la revolución al igual que los arones, las mujeres tampoco recibieron igual apoyo frente a los "riesgos" profesionales del oficio revolucionario. Este tema es bastante delicado y nadie se ha atrevido a sacar una macabra contabilidad desagregada por sexos de las penas, del espanto, del dolor y de los traumas, de los proyectos personales abandonados en el camino (en especial los estudios), de la tortura, del encarcelamiento, de la clandestinidad y del exilio. Menos aún se ha computado detalladamente la desaparición o la muerte propia y de l@s familiares. Sin embargo, con todo el respeto que se merece el tema, es importante traerlo a colación. Primero, hay que recordar que a las mujeres, el ejército las trató con especial barbarie. Según el testimonio de María Julia Hernández, abogada de la Tutela legal del arzobispado: "Eso es lo que más me impresionó: la forma en que la mujer del campo es asesinada, ultrajada hasta lo más íntimo, por ser mujer. Por ejemplo, mujeres a quienes les sacaban su hijo del vientre o mujeres a quienes les cortaban la cabeza y se la ponían en el vientre, otras mujeres estaban empaladas. Es decir, que la represión hacía las mujeres tiene como elemento ultrajar a su feminidad. A todas las que encontrábamos muertas, les habían cercenado los senos, las habían violado, sin importar su edad." (Gargallo, 1987). Luego, si bien es cierto que la mayoría de los muertos fueron hombres y no mujeres, la mayoría de quienes sobrevivieron con todo el dolor, la angustia y muchas veces las consecuencias económicas de la situación, fueron mujeres. Ellos, héroes y mártires, ellas, viudas muchas veces dejadas a su suerte. Muchas de las mujeres que cayeron presas, de forma parecida a lo que pasa con las mujeres encarceladas en tiempo "normal", recibieron menos atención que los varones, y pocas veces pudieron contar con visitas, apoyo legal o médico etc... Salvo los casos muy sonados de las Comandantes Ana María/Ana Guadalupe Martínez, que dio a conocer su testimonio sobre su encarcelamiento y tortura (Martínez, 1991), y Nidia Díaz, que fue canjeada con un grupo de pres@s por la hija del presidente Duarte (Díaz, 1988), pocas presas merecieron tanto esfuerzo de sus respectivos partidos, e incluso el último preso político que salió de la cárcel a raíz de los acuerdos de paz fue... una mujer, La Negra, antes mencionada. Finalmente, la tarea de luchar por los derechos de las personas presas y desaparecidas o de exigir justicia por las personas asesinadas, no fue asumida directamente por el Frente, sino que dejada a la población civil.10 Así Comadres, el primero y más importante grupo en este campo, fue formado por mujeres, es más, por familiares de l@s desaparecid@s y pres@s, lo que nos lleva de nuevo a la "privatización" (a cargo de las mujeres) de toda una parte del proceso de trabajo revolucionario. Ciertamente, hay muchas y muy buenas explicaciones a todo esto, entre las cuales la feroz represión gubernamental y la relativa fragilidad de los grupos revolucionarios. Sin embargo, hay que constatar la clara persistencia de una marcada división sexual del trabajo durante todo el proceso revolucionario.

1. Límites y utilidad del paradigma de división sexual del trabajo para las actividades revolucionario

A. Las luchas para mejores condiciones de "trabajo"

Hasta donde sabemos, no hubo luchas colectivas de radistas, de brigadistas de salud, y ni siquiera de las "tropas" contra el mando, durante el proceso revolucionario. En cambio, existieron varias organizaciones de mujeres: esto nos da un índice para pensar que efectivamente, algo las unía. Aquí analizaremos si se trataba de necesidades específicas como mujeres, o de reivindicaciones comunes por su ubicación en la división sexual del trabajo.

Primero hay que mencionar que muchas organizaciones de mujeres fueron creadas por las direcciones (dominadas por varones), con varios objetivos que no tenían directamente que ver con las necesidades de las mujeres que las conformaban. Primero, y sin que esto signifique necesariamente que fue la razón de más peso, para dar una imagen "de avanzada" y conquistar los corazones tanto de la misma población salvadoreña, como de las personas solidarias en el exterior, que proveían apoyo diplomático y financiero. Eso permitía a la vez legitimar la lucha ("hasta las mujeres participan"), reclutar más fácilmente a otras mujeres ("los frentes no son lugares de mala vida donde violan a las mujeres") y obviamente a otros varones (se decía que "un par de calzones jala más que un par de bueyes"). Muy rápidamente, las direcciones del FMLN se convencieron de que las mujeres podían aportar una fuerza de "trabajo" muy importante, fiel y hasta más abnegada que los varones, y les importó "capitalizarla". En esta línea, promovieron la capacitación de las mujeres, especialmente de las campesinas, su alfabetización, su formación político-militar, para que no se quedaran atrás respecto a los varones, incluso sacudiendo valientemente los prejuicios tanto de los varones como a veces de las propias mujeres. También hay que recalcar que varios intentos organizativos fueron encabezados por mujeres de la ciudad (de clase media, más escolarizadas), por tres grandes motivos. Primero, para matizar los "problemas" creados por la presencia de mujeres en unos frentes dominados por hombres machistas, sobre todo los celos, los desórdenes causados por los pleitos entre varones, y la violencia por ellos ejercida hacía las mujeres (golpes, violaciones). Incluso, los pelotones compuestos exclusivamente de mujeres permitían agrupar físicamente a las mujeres en otros campamentos y así alejarlas de los hombres. Segundo, para intentar resolver los problemas de anticoncepción y evitar los embarazos, generalmente considerados como indeseables, no tanto por las mismas mujeres, sino por la organización, que "perdía" un combatiente cuando una mujer decidía llevar a cabo su embarazo — y a veces la organización perdía de paso la confianza de los padres que habían dejado su hija subir a la montaña y la veían volver embarazada. Tercero, a veces por el choque que vivían estas mujeres de la ciudad al ser confrontadas con la cruda realidad de las relaciones sociales de sexo en el campo, en especial el machismo, el hostigamiento sexual y la falta de algunos productos higiénicos de primera necesidad.

He aquí una de las luchas más autónomas de las mujeres, que no fue a propiamente hablar la causa de la formación de un grupo de mujeres, pero que le dio un contenido real y sentido hasta por las campesinas: la lucha de las mujeres de la Asociación de mujeres salvadoreñas (ASMUSA, del PRTC), para la obtención de toallas higiénicas. Cuenta Liliana, campesina de San Vicente: "[las mujeres de otra organización] estaban chocadas: ¿cómo era posible que usáramos toallas higiénicas? Nuestros compañeros las compraban, y ellas usaban trapos, no le daban importancia a esas cuestiones. Entonces Manuel [un médico extranjero] les explicaba que era mejor comprar toallas en vez de usar trapos, porque se podían enfermar, les podía dar infecciones y saldría más caro que comprar toallas. Por eso nos criticaban, decían que parecíamos gente de la ciudad, pequeñaburguesas, y bueno nos veían mal porque usábamos toallas higiénicas. [...] Empezamos a tener toallas, en San Vicente, con las dirigentes de ASMUSA, porqué allá estábamos la mayoría de las mujeres, nos compraban toallas. Fue difícil, los compañeros no estaban muy de acuerdo." (Falquet, 1996). Hay que notar que el argumento de más peso nunca fue la comodidad de las mujeres ni la imposibilidad de lavar los trapos al río como hacían las mujeres del campo tradicionalmente, porque en situación de guerra una puede pasar días sin poder llegar a ningún río — sino que la palabra de un hombre/médico/extranjero, y el argumento del interés superior de la guerra (no perder a un combatiente por una infección). También hay que agregar que una vez adoptado el principio y desbloqueado el dinero necesario, aún tuvieron las mujeres que elaborar estrategias para que alguien comprara las toallas, tarea que a los varones les producía mucho disgusto. Afortunadamente, sólo las mujeres eran capaces de caminar varios kilómetros con paletas de huevos sobre la cabeza sin romperlos, y por tanto siempre había que mandar mujeres al abastecimiento. Ellas compraban entonces los extraños objetos de la higiene femenina, demostrando que para usar toallas, quiere huevos.

Sin embargo, parece que se dieron muy pocas luchas colectivas de mujeres para obtener mejorías en sus "condiciones de trabajo revolucionario". Muchas mujeres resistieron individualmente al acoso sexual, a la pérdida de rango por embarazo, a la falta de capacitación o para exigir una arma. Pero fueron relativamente pocos los ejemplos de grupos de mujeres formados de manera independiente por la propias mujeres para demandar colectivamente cambios. Obviamente, dentro de una estructura militar, y más aún en situación de guerra, las organizaciones "paralelas" o peor, críticas, son bastante mal vistas. Sin embargo, como lo hemos mencionado, el propio partido a menudo fomentaba la organización de las mujeres, y a veces coincidía con los intereses de algunas mujeres de mando intermedio, muchas veces urbana, que deseaba reivindicar mejorías para las mujeres. Por lo general, su estrategia fue sobre todo visibilizar el aporte de las mujeres, y en más de un ocho de marzo, las mujeres hicieron mantas, reuniones y desfiles, para que sus compañeros pudieran apreciar su número, su determinación y su fuerza, y para que se acordaran de promocionarlas un poco más. Una dirigente intermedia de la RN de origen urbano ya mencionada, Alba, recuerda: "En 1982, con algunas compañeras, habíamos empezado a pensar en la posibilidad de crear una organización de mujeres. Fundamos la Asociación de mujeres Lil Milagro Ramírez. A través de esa iniciativa, buscábamos -y creo que lo logramos- hacer más efectivo el apoyo de las mujeres a la guerra. Para nada nos planteábamos el problema de la condición de las mujeres. Para nada trabajábamos las necesidades específicas como mujeres: lo que nos interesaba, era volver más eficiente y también más visible su aporte. [...] Este aporte existía de cualquier manera, pero estaba muy disperso, entonces hicimos nuestra asociación para visibilizarlo. Una de nuestras frustraciones, en la época, era entre otras que a la hora de contabilizar los éxitos militares, se hacía muy poca -casi ninguna- alusión al apoyo de la organización de mujeres. Nosotras lo hablábamos, pero no conseguíamos entender porqué. Entonces nos estuvimos organizando e hicimos agitación, intentando conseguir más apoyo por parte de las mujeres, y que éste sea más visible." (Falquet, 1997b).

También hay que reconocer que durante la guerra, existían muy pocos medios de presión al alcance de las mujeres. El sabotaje, las huelgas, incluyendo la "huelga de los vientres", a la que algunas mujeres en la historia recurrieron en contra de la guerra con variadas suertes, no cabían en el proyecto revolucionario: ¿cómo hubieran podido las combatientes luchar en contra de "su propia lucha"? Estamos aquí frente a los problemas que plantea la polarización política que muchas veces acompaña a la guerra, y casi siempre a las revoluciones: sólo existen dos campos, y el protestar dentro del suyo propio es inmediatamente asimilado a una traición. Este "chantaje" impuesto por la dinámica de la situación fue obviamente reforzado por las mismas organizaciones del FMLN, que siempre consideraron como pequeña burguesas, desviacionistas y hasta reaccionarias, las luchas de las mujeres por sus propios intereses. Si bien desde antes de la guerra, en el 1979, existía una organización que se reivindicaba abiertamente del "feminismo revolucionario", la Asociación de mujeres de El Salvador (AMES, cercana a las FPL), muy rápidamente después de comenzar la guerra abierta, dejó de ser feminista para concentrarse en su dimensión revolucionaria, antes de cesar toda actividad hacía el 1983-84 (Navas, 1987). El término mismo de "feminismo" fue prácticamente tabú durante todo el conflicto. Y la Conamus, otra organización de mujeres del mismo partido creada en 1986, enfrentó grandes dificultades cuando quiso denunciar no sólo la violencia militar del enemigo, sino que la violencia doméstica. No es sino hasta el final de la guerra, cuando decreció la polarización política, que las mujeres se pudieron organizar de formas mucho más autónoma (aunque no siempre del todo) y plantear demandas propias (Falquet, 2002).

En este aspecto, al igual que en la división sexual del trabajo "clásica", podemos notar que las mujeres tendieron a movilizarse más bien en cuanto colectivo femenino "biológico", es decir, como "mujeres" en el sentido menos social de la palabra, y no como personas ubicadas del mismo lado de la división sexual del trabajo, como trabajadoras explotadas — como "clase". Es interesante notar que en la división social del trabajo analizada por el marxismo, que describe la existencia de clases sociales antagónicas forjadas en una relación de explotación, la clase explotada ha sido llamada a organizarse en cuanto clase proletaria, en base a criterios sociales y no "biológicos". Obviamente, en el esquema marxista, hay mucha claridad sobre la explotación, y sobre quienes se benefician de la plusvalía del trabajo de la clase explotada. En cambio, en la división sexual del trabajo, existe una fuerte resistencia a definir quienes se benefician de la explotación del trabajo de las mujeres, trabajo que, como lo hemos visto, ni siquiera es reconocido como tal. Hacemos aquí la hipótesis que la falta de transformación en las relaciones sociales de sexo creadas en base a la división sexual del trabajo, se debe en gran parte a una falta de claridad en el análisis y en formas organizativas erróneas. En vez de considerarse como clase, las mujeres se consideran como grupo biológico, y por tanto no enfocan su lucha, ni en contra de la explotación, ni en contra de la clase adversa, ni mucho menos hacia una desaparición de las clases de sexo (de los géneros, para decirlo en términos de moda).

B. Las otras líneas de análisis de la "participación de las mujeres a la guerra"

Queremos aquí volver la mirada para atrás y reflexionar sobre las otras líneas de análisis de la participación de las mujeres en la guerra, que al igual que much@s analistas, hemos seguido en trabajos anteriores y cuyos límites nos aparecen ahora con más claridad.

La primera línea es la que prevaleció durante el proceso revolucionario salvadoreño, así como en muchos trabajos sobre otros países o épocas. Se trata de una visión muy marcada por la perspectiva "marxista" clásica, y en el caso de El Salvador, no debe sorprender que haya sido la más fuerte: fue la que las propias revolucionarias acogieron y difundieron, la que las motivó y que fue reflejada en los testimonios que fueron publicados durante la guerra, generalmente con fines políticos y con el apoyo y beneplácito de las organizaciones del Frente (Alegría, Flakoll, 1987; Carter, Loeb, 1989; Díaz, 1988; Guirola, 1983; Lievens, 1986; Martínez, 1981; Thomson, 1986). Fundamentalmente, esta línea subraya que, al "participar", las mujeres están ganando su liberación, a la vez futura y presente, al asumir nuevas responsabilidades, antes reservadas a los varones. La resume con meridiana claridad una comunista convencida, Yuri, en la época primera responsable del Estado mayor de la Fuerzas armadas de liberación (FAL, cercanas al Partido comunista): "Las mujeres en los campamentos guerrilleros así como en todas las áreas del trabajo de nuestro proceso revolucionario, tanto dentro como fuera del país, estamos ganando desde ya nuestro puesto en la nueva sociedad. [...] Estamos conquistando también, con las armas en la mano, nuestros derechos a la igualdad frente a los varones y frente a la sociedad." (CEMUJER, 1992). Y ciertamente, las mujeres ganaron cosas al participar al proceso revolucionario. Pero son prácticamente las mismas que las mujeres consiguen al entrar al mercado del trabajo asalariado...

Por ejemplo, la mayor independencia económica, afectiva y hacía la familia, es un "beneficio" conquistado tanto por las asalariadas como por las guerrilleras. De igual manera, una libertad de movimiento relativamente mayor, y una libertad mayor para escoger su(s) pareja(s), separarse de ella y volver a unirse, pueden ser consideradas como conquistas tanto de las revolucionarias del FMLN como de las mujeres que salen a trabajar fuera de casa. El llegar a desarrollar nuevas capacidades y a ejercer mayores responsabilidades, también puede considerarse como un fruto posible (para algunas mujeres) del acceso al trabajo asalariado como de la participación al proyecto revolucionario. Ciertamente, el fenómeno de la guerra provocó una movilidad social jamás antes vista, que muchas mujeres supieron aprovechar — aunque muchas otras no tuvieron los medios para hacerlo, sobre todo las campesinas y las mujeres de los barrios marginales urbanos. Pero dicha movilidad se manifestó, creemos, de igual manera para los hombres que para las mujeres. A nivel simbólico, impactó más talvez en las mujeres, cuyo destino maternal y casero parecía más inmutable, pero a nivel material, ambos sexos se beneficiaron de él. Y todo lo que tiene que ver con mayor educación y capacitación, así como un mejor control de su fecundidad, de alguna manera puede ser considerado como un logro de las combatientes revolucionarias, pero también lo ganan todas las mujeres cuando son consideradas como necesarias a la producción o a la revolución — y no es casual que en los países socialistas preocupados por la productividad, la educación y el aborto fueron otorgados sin mayores dificultades a las mujeres.

En cambio, en cuanto obtener un aligeramiento de sus tareas domésticas, guarderías y apoyo del compañero, parece que las guerrilleras no tuvieron mucho más suerte que las asalariadas: para posibilitar su incorporación, cuando era realmente apremiante la necesidad de contar con ellas, se hicieron algunos esfuerzos, especialmente en cuanto a guarderías. Pero dichas guarderías fueron muy pocas veces a cargo de hombres, aún menos que en el caso del mundo laboral (lo que transformaría un poco más la división sexual del trabajo y las relaciones sociales de sexo). Y fueron encargadas, en mucho mayor medida que en el caso del trabajo asalariado, a familiares, es decir, sin salir del marco de las relaciones "privadas". No fue un derecho laboral, sino que una situación "de hecho" (la posibilidad de "dejar" l@s hij@s), que al terminar su participación, fue reprochada a las revolucionarias en mucho mayor medida que a las asalariadas. Ciertamente, existe una tendencia a culpar a las mujeres que "salen a trabajar" de los fracasos escolares, de la drogadicción y hasta de la delincuencia de la juventud. Pero por fuerte que puede ser en algunos discursos reaccionarios, no se compara con el dolor de muchas ex -combatientes al ver que sus hij@s no las reconocían, no les decían "mamá" y las vieron con total incomprensión, para no decir con desprecio — al igual que much@s de sus familiares (Mujeres por la Dignidad y la Vida, 1993b). En resumidas cuentas, tanto las mujeres que trabajan fuera de casa como las guerrilleras tienen que ver individualmente como se las arreglan para "conciliar" su trabajo y las responsabilidades familiares que la sociedad les asigna y de las cuales parece que nadie las quiere relevar, aunque sea para que sean más productivas.

En este sentido, la perspectiva "marxista" clásica no ofrece más salidas a las revolucionarias que a las asalariadas: defiende el derecho de las mujeres a "participar" mientras son necesarias a la producción o a la revolución, sin cuestionar sus "obligaciones" en la familia, es decir, la división sexual del trabajo. Los beneficios que alcanzan las mujeres, si bien son importantes, se mezclan con importantes dificultades no resueltas, y cuando las mujeres ya no son tan necesarias, son dejadas a su suerte y devueltas a sus tareas habituales como si nada hubiera pasado.

Después de la guerra, al constatar que los Acuerdos de paz callaban totalmente su problemática y conquistando paulatinamente cierta autonomía ideológica frente a las organizaciones del Frente, las Salvadoreñas empezaron a desarrollar otra línea de reflexión. En base a numerosos talleres y debates, empezaron a analizar las "nuevas identidades" que se forjaron en la lucha (Mujeres por la Dignidad y la Vida, 1993 a). Si bien permitió avances y tuvo aplicaciones concretas muy importantes, especialmente bajo la forma de grupos de auto-ayuda para las ex -combatientes, se trata de un análisis muy marcado por la coyuntura (necesidad de sanar las heridas emocionales de la guerra... de la que se encargaron precisamente las mujeres) y enraizado en la sicología. Cabe recordar que en la inmediata pos-guerra, el naciente movimiento feminista contaba muchas sicólogas en sus filas, y que otras varias mujeres ex -revolucionarias, al volver a retomar sus estudios, escogieron sicología. También hay que mencionar que El Salvador posee una fuerte tradición de sicología social, y en especial de sicología social de la guerra, desarrollada entre otros por el famoso Ignacio Martín Baró, profesor de la Universidad jesuita de la UCA asesinado por el ejército en 1989 (Martín Baró,1990). Su noción de "deshumanización" de las personas a raíz de la "polarización" política fue trasladada y completada por la de "masculinización" de las mujeres, en un interesante paralelismo entre la noción de masculinidad y la de inhumanidad.

El viejo modelo del "guerrillero heroico" empezó a ser cuestionado, mucho después de que cayera el mito de Stakhanov. No sólo fue que cayeron los ídolos, al revelarse las debilidades de muchos dirigentes, antes protegidos por la clandestinidad y la "compartimentación" de las informaciones (Mujeres por la Dignidad y la Vida, 1993 a), sino que las mujeres empezaron a cuestionar su propio apego a este ideal como un deber ser que se impusieron o que les fue impuesto, y que consideraron que las degradó. No cuestionaron tanto la "masculinización" más superficial, que siguen estigmatizando algunas personas resolutamente opuestas a la entrada de las mujeres a los espacios masculinos. Portar pantalones y botas, dejar de maquillarse: eso les dolió a algunas guerrilleras y se sintieron "afeadas". Algunas se dejaron amedrentar por las amenazas que siempre se les hace a las mujeres que traspasan la invisible línea que separa la "mujer normal" de la "marimacha". Sin embargo, casi siempre insistían en que "guardaban un vestido y unos aretes en el fondo de su mochila", para los días de fiesta. De esta manera, nunca dejaron de "ser mujeres" y la masculinización fue sólo muy relativa y temporaria. Ciertamente, la "masculinización" más física, que se pudo expresar al dejar de menstruar (por mala alimentación y estrés) y sobre todo por dejar de llenarse de hij@s (acordémonos que de las mujeres que estudian, se ha dicho que se les secaba el útero), representa un cambio mucho más profundo. Sin embargo, éste tampoco fue muy duradero: al terminar el conflicto, muchas mujeres se embarazaron de una vez, y en primera línea, cantidad de revolucionarias. El balance global es que simplemente muchas mujeres tuvieron menos hij@s que sus madres, pero no llegaron a cuestionar la maternidad tal como la define el sistema dominante.

Indudablemente, lo que más analizaron las mujeres después de la guerra, fue su masculinización en lo emocional. Mucho resaltaron que se tuvieron que hacer "duras" y "fuertes", dejar de llorar y reprimir sus emociones para poder sobrevivir a la vez a la guerra y al sexismo de sus compañeros, y que esto fue negativo (Mujeres por la Dignidad y la Vida, 1995). Ciertamente, si se analiza como deshumanización, este análisis tiene bastante fundamentos. Sin embargo, cuando se plantea desde una supuesta "feminidad" perdida o suplantada, abre la puerta a un peligroso naturalismo. Lógicamente, después de una guerra, se idealiza bastante el pasado y lo que mejor representa la permanencia, la paz, el hogar intacto y feliz al que en realidad nadie puede volver: la Mujer. La sicología social de la guerra, al mezclarse con cierta sicología feminista rayando al esencialismo como la de Carol Gilligan (Yáñez Canal, 2000), pierde mucha fuerza. Y es así como, a través de este marco de análisis, identitarista y binario, se terminó reforzando el esencialismo latente de parte del movimiento de mujeres y feminista, al querer afirmar valores "femeninos" para defender el derecho de las mujeres a seguir participando a la vida política, como rezaba una manta: "porque damos la vida, queremos cambiarla". Y no por ser, simplemente, oprimidas o soñadoras.

A pesar de los elementos positivos y pragmáticos que aportó, esta línea de análisis no es plenamente satisfactoria. Se acerca demasiado a una simple "perspectiva de género" que no aborda las relaciones sociales entre los sexos sino que sólo agrega un "punto de vista femenino" al análisis. Talvez no sea casual que se haya desarrollado de forma contemporánea a la preparación de la Conferencia de Beijín, cuando la ONU invertía considerables recursos para promover dicha "perspectiva de género". Si bien develó importantes elementos de información desde la subjetividad de las mujeres, que habían sido ignorados, ofrece pocos elementos para remediar a las causas profundas de tal situación — la división sexual del trabajo.

En este trabajo, basado en el análisis del proceso de lucha de El Salvador, pero cuyas premisas pueden ser útiles para reflexionar sobre otras realidades, me he arriesgado a cambiar la perspectiva tradicional en el análisis de la guerra — que también había sido mía por mucho tiempo. En vez de abordarla como un "fenómeno total", como un momento aislado y separado de la "normalidad", la ubiqué en la continuidad de la paz. Es decir, le resté importancia al fenómeno de la guerra para usar las mismas herramientas de análisis que se aplican en tiempo de paz. También me tomé la libertad de mirar a un proceso revolucionario con los mismos ojos con los que se analiza un proceso de trabajo. No seguí la pista de ciertos analistas políticos que se preocupan de la "retribución del militantismo", en una perspectiva economicista liberal de "racionalidad" de l@s actores: más bien quise observar las relaciones sociales en que se apoya el proceso de producción de una lucha revolucionaria, en este caso armada. Los principales resultados obtenidos son tres. Primero, confirmé que el concepto de división sexual del trabajo permite analizar otros campos que el del trabajo "productivo", y que la división sexual del trabajo es un fenómeno transversal. Segundo, aporté elementos para analizar los procesos revolucionarios, que permiten entender mejor porque las relaciones sociales de sexo cambian tan poco a pesar de las promesas y de los ideales que presiden a dichos procesos. Tercero, di pistas nuevas para ampliar el marco de análisis de las luchas de las mujeres dentro de los procesos revolucionarios.

Ciertamente, el análisis aquí presentado debe ser profundizado, primero al crear herramientas que permitan medir más precisamente la división sexual del trabajo revolucionario, y segundo, al articular otras importantes dimensiones a este análisis, en especial las de clase y "raza". Efectivamente, según su origen de clase y "raza", entre otros, las mujeres tienen o no, cierto margen para escapar a la división sexual tradicional del trabajo. También hay que recordar que insistí en las permanencias de la división sexual del trabajo: otras investigaciones tendrán que poner de relieve las transformaciones que provocan los procesos revolucionarios en este aspecto. Y finalmente, quiero subrayar que el análisis en términos de división sexual del trabajo, que plantea que las mujeres son una clase de sexo y no un grupo biológico, abre otras perspectivas y enfoques de luchas para las mujeres, dirigidas a transformar de raíz las relaciones sociales de sexo en vez de satisfacerse con "cambios de identidad" y "nuevas subjetividades" que pueden ser revertidas con facilidad, como se observa cuando callan las armas.

Notas:

1. Uso este concepto en referencia a la teoría feminista materialista francesa (al la que me sumo), de preferencia al concepto de género, para subrayar la dimensión dialéctica y social de las relaciones entre mujeres y hombres (Delphy, 1970, 1982; Mathieu, 1991; Guillaumin, 1992).

2. Estamos usando el término de trabajo ( o de trabajo "productivo" de forma impropia pero para no hacer más pesado el texto) en su dimensión de "relación social", la cual según la misma Danièle Kergoat, es "una tensión que erige ciertos fenómenos sociales en puntos en disputa, alrededor de los cuales se constituyen grupos con intereses antagónicos. En este caso, se trata del grupo social de los varones y del grupo social de las mujeres —los cuales no pueden para nada ser confundidos con la bicategorización biologizante machos/hembras." (Kergoat, 2000). Según esta misma analista, la división sexual del trabajo, en cuanto relación social "estructura el conjunto del campo social y es transversal a la totalidad de dicho campo [...] por lo que puede ser considerado como el paradigma de las relaciones de dominación" (ídem).

3. En El Salvador, la problemática de la diferencias de "raza" no está tan presente como en otras partes del continente: a pesar de existir unas cuantas personas más "blancas" y cierta cantidad de población indígena de origen Náhuatl, fuertemente aculturada a raíz de la masacre de 1932 (Chapin, 1990), la inmensa mayoría de la población es mestiza.

4. Los datos de la ONUSAL sólo reflejan la composición de la guerrilla en 1992, es decir que dejan fuera a muchas personas, ya sea que murieron en el transcurso de la guerra, o que por algún motivo salieron de las estructuras del FMLN. Sin embargo, estas listas de ex -combatientes constituyen la base de datos más global de la que se dispone.

5. Hay que recordar que en una unidad militar compuesta exclusivamente de varones, el tener que realizar tareas "domésticas" consideradas como femeninas, como limpiar las armas ajenas, cocinar y lavar la ropa, es una sanción o una "humillación" generalmente reservada a los hombres de menor rango, como lo recuerda un trabajo muy interesante sobre los reclutas del ejército francés recientemente publicado por la socióloga Anne Marie Devreux (Devreux, 2002).

6. Los nombres en itálico son seudónimos, corresponden a las ex -combatientes que hemos entrevistado personalmente entre 1992 y 1993.

7. Como Ileana, responsable del pelotón Silvia, campesina muerta en combate a los 21 años, que cuenta en una entrevista la satisfacción que le produjo terminar primera en el concurso de tiro organizado en su frente (Carter, Loeb, 1989).

8. En otras ocasiones hemos desarrollado más la cuestión de las dificultades reales que hay para capacitar a las mujeres, sobre todo de origen campesino (con much@s hij@s, baja auto-estima y muchas veces analfabetas), además en las difíciles condiciones de la guerra. No se trata por tanto de hacer inmerecidos reproches al FMLN, sino que simplemente de notar tendencias generales.

9. Algo parecido sucedió en Chiapas con el levantamiento zapatista: aunque la toma magistral de la ciudad de San Cristóbal, el primero de enero del 1994, que da a conocer la insurrección, haya sido dirigida por una mujer (indígena), la Comandante Ana María, la primera persona en ser entrevistada es un hombre (mestizo), el subcomandante Marcos, a quien todo el mundo atribuye la paternidad del levantamiento, y quien tardó más de un año para dar a conocer el papel real de la Comandante Ana María en los sucesos, en un texto llamado "12 mujeres 12", en ocasión ... del día internacional de las mujeres.

10. Obviamente, podían existir lazos entre las organizaciones civiles y las organizaciones político-militares que no podían darse a conocer por razones de seguridad.

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Ponencia presentada en el Tercer congreso europeo de latinoamericanistas, Amsterdam, 3-6 de julio del 2002.

Jules Falquet, francesa, doctora en Sociología, trabaja sobre movimientos sociales latinoamericanos y del Caribe desde 1989.