Pablo Catatumbo, miembro del Secretariado de las FARC-EP
En los últimos días del mandato del primer presidente mafioso que ha tenido Colombia, se ha vuelto costumbre de algunos funcionarios que sin ningún mérito, ni mayor relevancia, llegaron a ocupar de relleno y fugazmente altos cargos en la dirección del Estado, una vez posesionados, ya se sienten unos próceres, y repatingados en sus cómodas sillas de burócratas, sin ningún sentido de las proporciones ni conocimiento de la historia, quieren posar de “Pacificadores”, de Pablos Morillos y hasta de Atilas.
Me refiero al bobalicón ministro de defensa Gabriel Silva que en estos días salió a decir, de puro sapo, de lambón y sin que nadie se lo estuviera preguntando, que él, como la bíblica Judit, le había ofrecido de regalo al sátrapa, dos cabezas de Holofernes: la de Alfonso Cano y la de Pablo Catatumbo. Y que, ya con eso, vendría la paz, la prosperidad para toda Colombia. Pues, se quedó como Simón el Bobito, cuando se fue a pescar en un balde.
Porque el casi medio siglo que vamos a completar de estar enfrentando esta infame guerra que no comenzamos nosotros sino que nos la decretaron, y los miles de muertos, heridos, mutilados, desaparecidos, masacrados, desplazados etc., de la población civil, más los que suman los ocurridos en las filas de la Fuerza pública y de la guerrilla, con abultado número de viudas, huérfanos, familiares desaparecidos y pérdida de bienes, no se pueden borrar de un plumazo, con solo matar a uno u otro comandante guerrillero y porque a unos niños bien, nacidos en cuna de oro, se les ocurrió que ya con eso se doblará la dolorosa página de esta infame guerra contra el pueblo, que para ellos solo ha sido un paseo de olla.
Claro, como nunca cumplieron el servicio militar, ni mandan a sus hijos a este infierno, (incluido el que se auto proclama jefe supremo de las Fuerzas Armadas, el guapetón Álvaro Uribe y todos los que lo han antecedido, por eso no saben cómo es una guerra), solo saben, bien comidos, bien vestidos y bien dormidos, azuzarla, prolongarla y llenarse los bolsillos para que se maten los demás.
Ellos solo están para la foto y para sacar pecho, con el sacrificio de soldados y policías rasos de origen humilde.
Como si el alzamiento armado en Colombia hubiera surgido por generación espontánea, o por voluntad subjetiva de la insurgencia y no como resultado de los malos gobiernos y de la perversa costumbre que desde el alumbramiento mismo de Colombia como nación, asumieron las clases dominantes de éste país, para utilizar la marrulla, el chanchullo, el soborno, la represión contra el pueblo, el atentado personal y el asesinato político de sus opositores, violentando todas las normas de la decencia y torciéndole el pescuezo a las leyes, para impedir su relevo en el poder, que es lo que ha impedido que en casi dos siglos de historia republicana no se hayan podido resolver definitivamente ni uno solo de los graves problemas sociales estructurales que motivaron la gesta que lideró el libertador Simón Bolívar por la independencia y que dio origen a este país como nación.
Es que ningún acontecimiento histórico y menos este que nos ocupa, aparece así, de repente, a la manera como los delfines saltan en el agua. Todos llevan imbricados sus jirones de historia.
Por eso, plantear que con la muerte a mansalva, ni siquiera en combate, sino con aviones que atacan sobre seguro y sin riesgo a campamentos de guerrilleros que duermen sin ninguna posibilidad de defensa antiaérea, nos va a conducir a encontrar los caminos del tránsito de una Colombia en guerra a una Colombia en paz con justicia social, es no solo una ligereza que desdice mucho de la seriedad con que abocan los gravísimos problemas seculares que afectan esta nación quienes detentan el poder actualmente, sino manifestación ignorante de un ministro y de un gobierno que actúan como mafiosos.
Si eso nos lo dice un sargento, un cabo o un soldado de los que se han untado de barro, sentido el frio glacial del páramo, o el calor infernal de la sabana, haciendo de centinela bajo la lluvia pertinaz, o en medio de una nube de zancudos y que alguna vez han sentido como nosotros, en medio del fragor de esta contienda, el dolor de perder a sus compañeros en combate, vaya y venga, pues así es la guerra, pero usted no señor Gabriel Silva, porque usted no ha sabido jamás a que huele la pólvora, ni el sudor, el dolor y el sacrificio que implica entregarlo todo por la defensa de sus convicciones, o por alcanzar un ideal.
Si acaso, su fugaz paso por el ministerio le sirvió apenas para distinguir el acre olor a gasolina de los modernos helicópteros que le regalaron los gringos, o el olor a nuevo de las alfombras persas que adornan la comodidad de su ministerio.
Entonces, no se ponga a ofrecer regalos ni a sacar pecho con la sangre ajena, con la vida de los otros y con el sacrificio de los demás.
O si no, ¿dígame una cosa: usted si pagó el servicio militar?
O, ¿fue que sobornó a alguno para comprar la libreta, como lo sospechamos todos?
¿Pagaría servicio militar el creador del Bloque Capital de los paramilitares, el vota fuego de Pacho Santos? Claro que no. Porque el oficio de ambos es el de azuza - candela, y después se van a una embajada.
Mucho va de Ricardo Corazón de León que en defensa de su religión y de sus creencias, lideró cruzadas y así no se compartan sus motivos, arriesgó el pellejo por sus convicciones, o de Simón Bolívar que aún siendo presidente encabezó en el campo de batalla ejércitos de libertad y soñó naciones, a usted que solo aspira a entregar dos cadáveres.
Este país no necesita más sangre ni más muertos señor Silva, sino voluntad política, imaginación y grandeza para encontrar los caminos de la paz y de la justicia social.
Con razón se burlan los militares de usted allá en los cuarteles y le apodan sotto voce, socarronamente y sin ningún respeto, “Conchita”, como a la mula de Juan Valdés.