LA REACTIVACIÓN DE LAS MASAS Y LAS TAREAS DE LOS REVOLUCIONARIOS
América Latina ha comenzado a vivir una nueva situación. La reactivación de las masas proporciona una inmensa posibilidad de avanzar en el fortalecimiento de las fuerzas revolucionarias y el paso a formas superiores de lucha, que permitan el derrocamiento obrero y popular de las dictaduras. Pero, para que esto se haga realidad, la situación debe ser concientemente aprovechada por los revolucionarios, para, combinando distintas formas de acumulación de fuerzas, plantear abiertamente la lucha por el poder.
Para ello, habrá que frustrar la penetración, en unos casos, o el fortalecimiento, en otros, de ideologías y proyectos políticos que, enmascarados detrás de la lucha democrática, defienden los intereses de la fracción del gran capital que, habiendo quedado fuera de los actuales bloques dominantes, busca apoyarse en las masas en provecho propio. Por otra parte, será necesario profundizar la lucha ideológica con sectores de la izquierda que, ilusionados por un retorno a la democracia burguesa, esperanzados en las pugnas al interior de las clases dominantes, así como en la política de Carter y de la social democracia europea, optan por la salida fácil: centrar el fuego sobre el dictador de turno, convirtiendo esta táctica en fin decisivo y, por tanto, amortiguando y rebajando el nivel de la lucha de masas, para poder aparecer como aliados confiables ante la oposición burguesa.
La reactivación actual del movimiento de masas sólo podrá desarrollarse y fructificar en el marco de una política revolucionaria, capaz de pasar a formas superiores de organización y lucha. Los trillados senderos de la colaboración de clases no pueden sino llevar otra vez a las masas a callejones sin salida y a la derrota. Nuestro principal objetivo, hoy, debe ser el de impulsar la reactivación de las masas y su autonomía de clase. Sólo una política revolucionaria, capaz de captar y unificar los intereses profundos de las masas y convertirlos en base para la construcción de una fuerza política y militar autónoma del proletariado, podrá aprovechar, efectivamente, los nuevos momentos que está viviendo nuestro continente.
La lucha del pueblo nicaragüense es parte integrante de las luchas de masas que se libran en la región y su más alta expresión, en el actual período. Ella muestra con claridad los factores que, con grados distintos, cruzan varios países latinoamericanos.
Los extremos a los cuales ha llegado Somoza, bombardeando la población civil, arrasando ciudades, fusilando indiscriminadamente jóvenes y adolescentes, no son patrimonio suyo. Atrocidades similares han plagado, en grados distintos, la historia de todos los pueblos de América Latina. Sólo los que perdieron la memoria pueden pensar que Nicaragua es una excepción.
El imperialismo norteamericano y de la socialdemocracia europea, ante la fuerza ganada por el movimiento obrero y popular, acudieron sin pudor a evitar la caída de Somoza y, simultáneamente, preparan su recambio, para evitar una ruptura en la continuidad burguesa. En estos momentos, Carter asegura la sobrevida de Somoza y lo fortalece militarmente, ya de manera directa, ya a través de Israel y Sudáfrica. La socialdemocracia sólo se atrevió a sacar una declaración contra Somoza cuando el período más crítico de la lucha había pasado. La OEA, con sus grandes aspavientos, no hizo sino darle tiempo a Somoza para concretar la brutal represión que llevó a cabo contra la insurgencia popular.
Por todo ello, las dictaduras del continente pueden tener hoy la seguridad de que el imperialismo internacional correrá en su auxilio, en cualquier momento en que la lucha de las masas las amenace.
La lucha del pueblo de Nicaragua, encabezada por el Frente Sandinista, evidencia una cuestión de primer orden: que no se puede golpear efectivamente a las dictaduras sino mediante un intenso y permanente trabajo ideológico, político y militar entre las masas. Aunque sea un factor significativo, la presión internacional por sí sola es insuficiente, una vez que el imperialismo, aún cuando se plantee contener los excesos de las dictaduras en beneficio de una mayor estabilidad política, no sólo los tolera sino que los avala, cuando estas se enfrentan a la presión creciente de las fuerzas populares.
Una línea político-militar e internacionalista
Sin embargo, para el imperialismo internacional y las clases dominantes latinoamericanas, el problema reside en que Nicaragua no sólo muestra un camino de lucha, sino que evidencia que la única fuerza capaz de derribar a las dictaduras es la de la clase obrera y el pueblo, y que esto pasa necesariamente por la derrota político-militar de la burguesía.
Lo que ha puesto en cuestión la dictadura de Somoza es la fuerza política y militar acumulada por el pueblo nicaragüense bajo la conducción de la vanguardia sandinista. Este es uno de los problemas estratégicos fundamentales que la revolución latinoamericana debe resolver: el de crear un ejército obrero y popular, capaz de asegurar el desarrollo del movimiento revolucionario de masas.
La insurrección nicaragüense ha puesto también en el orden del día otra cuestión: la necesidad, para las fuerzas revolucionarias latinoamericanas, de coordinar a un nivel más alto sus relaciones y resolver conjuntamente los distintos problemas a que tienen que enfrentarse. Debemos desarrollar la capacidad de golpear en varios frentes, simultáneamente; de concentrar fuerzas en un punto, cuando sea necesario, y de dispersar la capacidad ofensiva del imperialismo y las burguesías a lo largo del continente. El internacionalismo proletario es hoy un imperativo, es la base material de la revolución en América Latina.
La cadena de la dominación imperialista en el continente amenazó con romperse allí donde las masas se han mostrado más fuertes, la vanguardia más enraizada y decidida, y las clases dominantes más divididas. Con todo, el elemento decisivo ha sido la capacidad político-militar que el pueblo manifestó en su ofensiva. Con la experiencia ganada, la lucha ha alcanzado hoy otro nivel y, cuando las masas nicaragüenses retornen de nuevo a la ofensiva, ésta será aún más amplia y decidida.
En efecto, la insurrección nicaragüense ha incrementado la conciencia política y la experiencia militar de las masas, ha fortalecido al F.S.L.N., no sólo militarmente, sino por su mayor presencia política y el crecimiento de su base social, todo lo que ha creado condiciones favorables al desarrollo de la lucha revolucionaria. Si es verdad que la historia avanza a saltos, las masas nicaragüenses aprendieron en semanas lo que, en otras circunstancias, se adquiere en décadas. Pero la base de esos saltos no es, ni la espontaneidad ni la improvisación, como bien lo demuestra Nicaragua, donde el avance ha sido el resultado de años de heroica y paciente labor.
Nicaragua es América Latina
Aunque la situación en el resto de América Latina no expresa el mismo grado de maduración de los factores revolucionarios, no es menos cierto que, en la mayoría aplastante de los países, los elementos que están presentes en Nicaragua se dan también con mucho más fuerza que a principios de esta década. Los partidos revolucionarios, la creciente conciencia de clase de extensos contingentes obreros y populares, las experiencias de lucha llevadas a cabo en condiciones de severa represión, todo esto genera la posibilidad de seguir avanzando en medio de una situación contrarrevolucionaria. Si lo hacernos con firmeza, paciencia y decisión, entonces sí podremos concretar la tarea histórica de derrocar a las dictaduras y marchar, sin interrupción, hacia la destrucción del sistema que las engendra, es decir, el capitalismo.
No pretendemos sacar aquí, todas las enseñanzas que nos brinda la experiencia nicaragüense. Pero sí hay que tener presente que ésta ha revivido viejos problemas y creado nuevos, que los revolucionarios latinoamericanos deben saber resolver. Entre ellos, el de asumir, cuando las condiciones lo permitan y exijan, la creación de brigadas internacionales, que nos permitan acudir en apoyo a la lucha revolucionaria en cualquier país del continente.
Los combates de clases que se avecinan hacen precaria cualquier posibilidad de reingreso a la democracia burguesa formal. Es necesario, más bien, prepararnos para una agudización de la lucha de clases, que hará surgir nuevas situaciones críticas en la región. El desarrollo de la lucha revolucionaria latinoamericana convocará un apoyo más abierto de los países socialistas y las fuerzas progresistas de todo el mundo.
En lo fundamental, Nicaragua confirma las lecciones de Bolivia, Uruguay, Chile y Argentina, de principios de la década, y ratifica la fuerza con que actúan las leyes de la lucha de clases. Aquellos que creen que América Latina es una excepción, o quienes, en América Latina misma, piensan que Chile es más europeo que latinoamericano, seguramente dirán que Nicaragua es más centroamericana que latinoamericana. Posiciones similares sustentaron Kautsky y otros epígonos de la Segunda Internacional, cuando, ante el triunfo de la revolución bolchevique, negaron la posibilidad de construir el socialismo en Rusia, porque ésta era más asiática que europea, y sustentan hoy quienes niegan la validez de la experiencia rusa para el movimiento revolucionario europeo.
En este mismo marco, hubo quienes vieron en la Revolución Cubana una excepción histórica y no la vanguardia de la revolución latinoamericana, señalada por el Che. Este fatalismo geográfico es cuestionado hoy en Africa, Asia y América Latina, así como en Europa Occidental misma, donde se radicalizan las contradicciones de clase y se despliega con fuerza el movimiento obrero. Para nosotros, Nicaragua muestra que el único camino para derrocar a la dictadura chilena y avanzar hacia la revolución proletaria es la lucha autónoma, política y militar de la clase obrera y el pueblo de Chile, así como la práctica consecuente del internacionalismo proletario junto a las fuerzas revolucionarias y progresistas de todo el mundo.
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Fuente: Correo de la Resistencia, Nº 20. Órgano del Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile en el Exterior. Noviembre-diciembre de 1978.