De México a Corinto (Vía Madrid)

DE MÉXICO A CORINTO (VÍA MADRID)

Alvaro Fayad

Cuando el 7 de agosto el presidente Bentacur levantó su bandera de paz «a los hermanos alzados en armas» (1), el M-19 contestó en el Caquetá «vamos a donde él quiera, para hablar, de la paz, no de la guerrilla; de la paz del país».
Más que frases, fueron la expresión de un nuevo ambiente, de una nueva realidad en el país. Las encuestas elaboradas por Lombrana(2), el mismo que había pronosticado el triunfo de Belisario, decían que el país quería la paz, el diálogo y que estaba con nosotros. Belisario fue consecuente con la voluntad popular. Así llegaron la amnistía -que no se negoció con nosotros, no se nos consultó- y luego un proceso de negociaciones que culminaron con los acuerdos de tregua. Consideramos la amnistía un triunfo del pueblo, que es el que pone el pecho en esta guerra, porque nosotros, a diferencia de los políticos, no hablamos de democracia y de paz sólo en las épocas electorales.

Apenas se pone en vigencia la amnistía (3), le decimos al presidente: «demos el segundo paso, pero ya, de una». Y Belisario, a diferencia de Turbay, que hizo una amnistía humillante por la que mordió el polvo, sí se le mide a la paz y abre una inmensa expectativa que todos acogemos. Pero además le manifestamos que estamos dispuestos a ir más allá, a colaborarle en un movimiento nacional que rompa con el estado oligárquico, que rompa con la democracia restringida y que conduzca a una paz verdadera.

Pero pasa la amnistía y meses después no ocurre nada. Mientras tanto, los grupos paramilitares hacen de las suyas. En 6 meses de gobierno de Belisario Bentacur hay más muertos por los paramilitares que en el último período de Turbay, que fue el peor. El mismo procurador de la Nación dice que hay 160 implicados directamente en las órdenes de captura y ejecución de los desaparecidos y asesinatos, y entre esos 160 hay 45 militares(4). Pero el presidente no respalda esa investigación; algo huele mal ahí. Simultáneamente, las Fuerzas Armadas ven duplicado su presupuesto, de pronto Belisario, en un discurso, rodeado de generales, dice que la amnistía es todo lo que va a dar que de esa raya no va a pasar.

Eso entorpece todo el proceso, pero además, ¿en qué queda ese movimiento nacional que victoriosamente lo ha llevado a la presidencia de la República?; en un grupo de personajes encargados de los ministerios y otros altos cargos, todos de los partidos tradicionales; son los mismos de siempre. De pronto hay excepciones como el ministro de Gobierno, Rodrigo Escobar Navia, o el de Comunicaciones, Bernardo Ramírez, pero de resto, son los mismos de López, los mismos de Turbay.

Aunque en esos momentos el presidente de la Comisión de Paz, Otto Morales Benítez (5), estaba jugando un papel importante, nosotros insistíamos en dialogar directamente con Belisario Betancur porque él es el jefe constitucional de las Fuerzas Armadas. Nuestros contactos con Otto Morales se habían hecho a través de algunos senadores amigos nuestros y de la paz, porque considerábamos de todas formas que la comisión era un pulmón de oxigenación para este ambiente enrarecido militarmente. Habíamos discutido la realización de una reunión sin agenda en Bogotá o en la Caquetá. Queríamos intercambiar opiniones sobre cómo realizar un encuentro de paz, cuando de pronto Otto Morales renunció a la comisión diciendo que había «enemigos agazapados» en el seno del gobierno. Nosotros preguntamos entonces, «¿quienes son los agazapados?»: ahí están, son los militares dedicados a la dirección de los grupos paramilitares, son los militares que están chantajeando al presidente de la República para que abandone el proceso de paz y por eso es que patina Belisario.

De pronto comienza el acercamiento. Ya en la época de la aprobación de la amnistía, se había frustrado un diálogo con Bernardo Ramírez en México; nosotros estábamos con Báteman esperando en La Habana, pero, se dijo entonces que había mucho periodista y se había perdido el secreto.

Se pensó en Nueva Delhi, pero Belisario no pudo ir (6). Entonces se perdió la avioneta en la que viajaba Báteman y se inició su angustiosa búsqueda (7). Cuando ya lo dimos por muerto, yo asumí la vocería del M-19 y planteé nuestra insistencia en un diálogo directo con Belisario para preparar condiciones hacia un diálogo nacional y una tregua. Yo digo que no es que estemos pidiendo que el ejército se retire de zonas geográficas del país, sino que debe haber una desmilitarización de la vida, para que se respete la vida civil, para que haya un verdadero régimen civil en Colombia.

A raíz de eso, me ponen una cita en La Habana. Yo voy, y son Gabo y Alfonso López Michelsen (8) que me dicen que a nombre de Belisario Betancur quieren saber exactamente la posición del M-1 9.

Gabo llega primero a la casa en donde nos hemos citado, es la casa que le asignan al Premio Nobel en La Habana; luego aparece López y finalmente yo, Subimos al segundo piso y la charla comienza de inmediato. López Michelsen muy concienzudamente apunta todo, quiere llevar por escrito lo conversado, y dice «sigo insistiendo en mi tesis, que fue lanzada en la campaña, en el sentido de que la paz es un problema de poder político».

Explicaba entonces que el que tenga poder político, fuerza política, fuerza de opinión, puede hacer la paz; no una comisión (como la que dirigía Carlos Lleras (9) en ese tiempo). Y agregaba que Belisario tenía la fuerza política para hacerla. Insistía mucho en que él no quería poner ningún elemento personal a este acercamiento y copiaba todo lo que se hablaba, muy concienzudamente. Eso me impresionó mucho. Allí se despejaron dudas sobre la política que seguiríamos después de la muerte de Báteman y de esa reunión salió la crónica de Gabó.

Ese atardecer fue la segunda vez que vi a López. Ya nos habíamos conocido -también en La Habana- en una ocasión en que nos encontramos además con su señora, Cecilia. Esa vez estaban Báteman y Pizarro (10).

De los dos encuentros recuerdo su brillantez, su capacidad, su ironía, pero me impresionó el cambio de ánimo que le encontré. En la primera, realizada recién posesionado Belisario -es decir, cuando acababa de perder López las elecciones- lo vi un poco viejo no le encontraba horizontes a la vida política para un proceso de paz, y estaba más interesado en la película que se filmaba con base en su novela «Los elegidos» que en la situación política, o en los partidos.

En la segunda, era otro hombre; ya había para esa época manifestaciones de oposición a Belisario en el Congreso; se veía más joven y decidido.


Gabo, como siempre, con esa capacidad humana que abruma, con la fe que le pone a las cosas en las cuales cree, con su afecto por Báteman de todos conocido y con sus coincidencias con nuestro líder. Yo creo que Báteman hizo en la política lo que Gabo hacen en la literatura. Macondos y brillantes ambos. Gabo jugó un papel dinámico en todo el proceso, en los momentos más difíciles ahí estaba.

Quedamos a la espera de la reacción de Belisario sobre la propuesta que López y Gabo le llevaban. Pero nada. Pasaron los meses y nada, y las promesas sociales de Belisario empiezan a no aparecer.

El militarismo empieza a florecer y la paz se empantana.

Hasta que Betancur manda una razón: quiere una entrevista con nosotros, pero secreta y por fuera del país. La respuesta textual nuestra es la siguiente: «nosotros no estamos interesados en una entrevista secreta, estamos interesados en una entrevista pública y dentro del país para arreglar los problemas del país. Pero sí estamos dispuestos a hablar con Belisario donde quiera, para charlar sobre los poetas griegos que él traduce, para oír a Olimpio Cardenas.

Vamos, hacemos cualquier cosa que ayude al proceso de la paz.

Si lo que quiere Betancur es una cita fuera del país y secreta, no será para negociar absolutamente nada, sino para ver los mecanismos, de una entrevista pública, que lleve a una tregua y a un diálogo».

Pasan unos días, unas semanas, y no hay respuesta. De pronto nos dicen que hay una cita en México con Bernardo Ramírez (11). "Al igual que lo que habíamos planteado nosotros, Ramírez dice que va, pero no a negociar, sino a acordar los mecanismos para una con Belisario Betancur en otra parte. Nos gustó que fuera con Ramírez; una cara nueva que era además el otro ego, el otro yo de Belisario.

No queríamos ir solos, porque pensamos que las negociaciones futuras debían incluir a los otros grupos guerrilleros. Lo planteamos a las FARC (12); para que algún delegado de ellas fuera a México a la reunión con Bernardo. Me preguntaron, ¿y cómo llegamos? Yo les contesté: «pues yendo».

No era en realidad fácil ir hasta allá, era superclandestino, además nosotros no podíamos circular por los aeropuertos así no más. Pasar fronteras, pasaportes falsos, muchos aeropuertos, hasta llegar a México. Allá busqué a Bernardo en un hotel lujosísimo, grandísimo, gigantesco. Para hacer el contacto tomamos todas las medidas de seguridad del caso, porque si algo pasaba, el paganini era yo.

Pero allá le llego. No lo conocía. Apenas lo saludé, cuando algo atrajo mi vista como un imán. Era una mesa repleta de libros, qué libros tan buenos. Hacía mucho tiempo no veía libros. Los miré un rato y luego lo invité a salir a una casa de seguridad que habíamos acondicionado. El me pidió que fuera en el hotel mismo, y yo no sé porqué pero sentía que podía confiar en ese hombre, y sin ningunas medidas me quedé allí, Cómo será de grande la confianza que el tipo genera en segundos, que después bajé con él a un comedor público tranquilamente, a comer. Nos encarretamos porque lo concreto se definió rapidísimo: el presidente iría a España a recibir el Premio Príncipe de Asturias y planteaba que en ese viaje se podía encontrar con nosotros. Felipe y el Rey ofrecían la seguridad. Nuestro único problema era el corto tiempo -menos de una semana- para llegar a Madrid. Pero dije inmediatamente «listo, en España era una oportunidad única que no podíamos desperdiciar.

Me gustó contactar a Bernardo Ramírez; es un pereirano, paisa, que va directo, sin rodeos, va a lo que va sin prepotencias. Y tienen además la inmensa ventaja de no poseer ese estilo oligárquico que tienen los funcionarios oficiales en nuestro país ni para hablar, ni para enfocar los problemas, ni en sus actitudes.

Lo más difícil fue avisarle a lván Marino Ospina(13) y que él pudiera llegar a España a tiempo. Estaba en el río Orteguaza, en el Caquetá. Pero había que ir. Dicen los periodistas que llegamos en un avión expreso desde La Habana. Eso es falso. Llegamos en línea comercial, como cualquier turista. Nos metimos a un hotelíto de mala muerte. Llegué yo primero, cinco días antes del encuentro. Aproveché para andar tranquilo por las calles. Después del monte vino la cárcel y después otra vez la clandestinidad. Era una sensación rara esa de andar por la ciudad sin delirio de persecución. Yo no conocía ningún país distinto de Colombia. Había ido dos veces a La Habana, y pare de contar.

Esa noche fui a una cita, en donde me recogieron para llevarme a la casa de Julio Feo (14). Estaba allá el cuerpo de seguridad de Felipe González y nosotros desarmados, jugándonos todo por el todo. ¿Y sabe qué salvó el encuentro?, que como estábamos clandestinos no nos enteramos del escándalo que armó Yamid Amat (15)* si nos llegamos a enterar no vamos. Nadie se le hubiera medido una ratonera de esas. Cuando supimos, nos enfrentamos al problema de salir de España, pero ya el encuentro con Belisario se había dado.

Yo no crítico a Yamid Amat, su oficio es el periodismo. Quien tuvo una actitud censurable fue el que le informó a él. Y le aseguro, no fuimos nosotros porque no podíamos exponer el pellejo en forma suicida.

Llegamos una hora antes que el presidente, y aprovechamos para conversar con la seguridad de La Moncloa. Ellos son un cuerpo esencialmente antiterrorista, cuyo problema fundamental es ETA. Les explicamos el sentido democrático de nuestra lucha, cuáles eran las condiciones de América Latina que diferenciaban los objetivos y las acciones de nuestras guerrillas con la europea, estilo ETA o brigadas rojas y a lo último, ya con tranguitos, nos preguntaban las técnicas -claro, se les salió el oficio-, cuando de pronto apareció Balisario.

Estábamos en una salita del primer piso. Lo vi nervioso, camina muy rápido, pensaba que lo iba a encontrar en frac y apare vestido de «civil». Con su estilo paísa: «mucho gusto lván, mucho gusto Alvaro» y siguió a una salita del segundo piso. Nos sentamos los tres y la puerta se cerró.

Belisarío tiene esa capacidad de meterle una corriente de calidez humana que vuelve lo más trascendental en coloquial, y tampoco tiene misterios. Hacía calor. lván y yo nos quitamos los sacos. Belisario contó las peripecias para volarse del banquete del rey y sobre el ajetreo en las Naciones Unidas y en El Vaticano. Toda esa carreta sirvió para ir hablando. Había un cunchito de whisky, lo servimos brindamos los tres. Sentíamos que era un brindis histórico, era primera cita de un presidente colombiano elegido por el voto popular con la insurgencia armada, sentíamos que estábamos haciendo lo correcto pues el diálogo no empequeñece ni al gobierno ni a la guerrilla. Era un cambio histórico: cuando Lleras Restrepo como presidente de la Comisión de Paz -durante el gobierno de Turbay, iba reunirse con Báteman en México nosotros hicimos las gestión desde la cárcel, Alvaro Gómez (16) y los militares dijeron que no podía ir «a las cavernas de la subversión» y que para un expresidente era una indignidad hablar con un jefe guerrillero. Belisario rompe con todo eso y sin consultárselo a nadie.

Hablamos de todo, pero con una sola pregunta en mente: «¿cuándo paramos esta guerra?».

El explicó que la guerra era consecuencia de la violencia. Nosotros le dijimos que no, que era cierto que parte de las familias de los tres habían sido asesinada en esa época, pero que hasta allí llegaban las coincidencias. «No somos una consecuencia de esa violencia, ni estamos para vengar la muerte de nuestros seres queridos. Buscamos más bien justicia y democracia, un nuevo país, le dijimos.




También hablamos de su plan económico, de la lucha contra narcotráfico; hablamos del problema de Rodrigo Lara y afirma que él debía dejar el Ministerio de Justicia, pero no tanto por problema del cheque del mafioso, sino porque estaba de acuerdo con un Código de Procedimiento Penal que era regresivo y fascista (17) Cuando llegamos a los banqueros le dijimos que uno no puede estar con todo el mundo y que si quería cambiar el país debía tomar medidas, por ejemplo, para castigar a un señor que había utilizado plata ajena para enriquecerse, Jaime Michelsen Uríbe (18).

Y le agregamos, «si usted cumple el 30 % de lo que prometió en su campaña electoral, sólo el 30 %, salimos con usted a la plazas públicas a defender su gobierno. Pero convoque al pueblo, convoque a la Nación como lo hizo López Pumarejo» (19). El contestaba que no podía hacer los cambios radicales que nosotros pretendíamos, que había que ir paso a paso, poco a poco ganando espacio, que la situación era muy difícil y los militares muy duros.

Les insistimos, una vez más, en la necesidad de un diálogo público en Colombia para impulsar un proceso de paz viva. Le anunciamos que si la reunión se daba, asistirían además el EPL (20) las FARC, con los cuales teníamos contactos. En eso quedamos en concreto. Belisario quiere una foto y nosotros aceptamos. El llama a Julio Feo para que haga la histórica fotografía. Ya eran las dos y media de la mañana y nadie tenía cámara fotográfica. No se pudo hacer. Acordamos comunicarnos con Bernardo Ramírez o con Gabo.

Regresamos a Colombia y buscamos a los compañeros de los otros grupos. Dos meses después firmamos un documento con Manuel Marulanda (21) y los demás miembros del Secretariado del Estado Mayor de las FARC.

A la salida está el diario El País para hacer una entrevista ahí, en la casa. Nosotros decíamos que no, y Belisario que sí. Entonces yo lo miro y le propongo «¿por qué no nos vamos. en un avión mañana a Colombia, llegamos juntos y allá damos todas las declaraciones?». Entonces Belisario cambia de idea y se niega a dar la entrevista. Y de despedida le decimos: «póngase el casco de Allende, el pueblo y nosotros lo apoyamos». Volvemos a brindar por un encuentro posterior, una tregua y el diálogo nacional, y nos vamos.

Comenzamos a llamar a Bernardo Ramírez y nada, no aparece, se nos borra. Pasa diciembre, pasa enero, y Bernardo no está cuando lo llama «Carlos Julio Ramírez que es el nombre clave. Nunca está, le dejo razones varias veces y nada y nada y nada. De pronto empiezan las reuniones de la Comisión de Paz con las FARC. Quedó rápidamente listo el acuerdo con ellas. Y seguíamos insistiendo en vano con Bernardo. Pensamos entonces «aquí está pasando algo raro». Comencé a mandarle razones a Belisario, a Bernardo, me reuní con amigos de ambos, gente muy cercana a los dos, con Otto Morales -dos veces- para decirle «hágale un favor a la patria, sea emisario». Otto se comprometió a buscar una respuesta, y nunca nos comunicó nada. Mandamos razón a Gabo, éste llevó el mensaje a palacio y nada. Volvimos a buscar a Otto Morales, ¿y sabe qué nos contestó?, que habláramos con el secretario de la Comisión de Paz.


Entonces lo entendimos claramente: querían que adhiriéramos al acuerdo con las FARC (22). Belisario se quería ahorrar el desgaste y la necesidad de chocar dos veces con sectores políticos, militares y financieros que no iban a aceptar otra entrevista pública con la guerrilla, jodernos a nosotros y jugar a la ley del arrastre. Cuando meses después nos volvimos a reunir, Bernardo me dijo que yo había anotado mal su teléfono privado. Eso pudo ser cierto pero, ¿y las razones con Gabo? ¿las razones con Otto Morales? ¿los mandados de sus amigos? Eso fue una disculpa. Lo que ellos pensaban era meternos a todos en el mismo costal pero negociar separadamente, no en bloque, para debilitarnos y ahorrarse la reunión pública; y finalmente, endosarnos a una comisión intermediaria, para que el presidente no tuviera que intervenir personalmente.

Las FARC cayeron en este juego, cometieron la torpeza de aceptar ese método. Torpeza, porque ya teníamos un terreno abonado y queríamos un acuerdo conjunto que nos mostrara en toda nuestra fuerza, en toda nuestra dimensión ante el país. Tuvieron poca visión de grupo y rompieron los convenios que tenían con nosotros.

Entonces decidimos responder. Se anuncia el acuerdo de La Uribe, y Andrés Almarales (23) sale de inmediato a rechazarlo. Anuncia que haremos una contraofensiva militar, política y publicitaria, para exigir el cumplimiento de los acuerdos de Madrid.

No aceptamos el arreglo con las FARC porque le falta pueblo, es un convenio entre gobierno y guerrilla, y pensamos que ese no es el problema de la paz en este país.

Es increíble; se da Florencia (24) que es un triunfo político y militar nuestro, aunque los partes del ejército y del gobierno digan que fueron no sé cuántos muertos. Allá fue derrotado del ejército, y no sólo la contraguerrilla -la concentración en una capital departamental más grande del país, humillada, derrotada allí-, sino toda la tropa, y al otro día me llama Bernardo Ramírez a través de una serie de hilos y me dice que quiere hablar.

No era entonces un tal teléfono equivocado. Se probó que si el pueblo le mete fuerza acompañada de fierros, ahí sí oyen. Si no tomamos la embajada(25) no hay diálogo, si no hacemos Florencia, no hay diálogo.

Reanudamos las conversaciones esa misma noche; nos va muy bien, el diálogo entre los dos es muy fluido, de frente para madrearnos, para decirnos que estamos de acuerdo o que estamos en desacuerdo. Son totalmente clandestinas porque después de Florencia la persecución se hizo muy dura. A él le pedíamos que fuera sin guardaespaldas, cambiando de carro y chequeando la entrada a los sitios.

Yo siempre iba armado, bien armado.

Por el hecho de que un soplón -que no era yo, y le creo cuando él decía que tampoco había sido- dificultaba las cosas, había que buscar sitios nuevos, casas distintas. Para estas citas sirvió gente insospechable de este país, deportistas, gente de la cultura, del periodismo. Poco a poco le fuimos quitando tanto misterio y al final ya desayunábamos en casa de Bernardo.

En la primera reunión después de Florencia, me pregunta «¿qué es lo que quieren?», y yo le contesto: «lo de siempre, tregua y diálogo nacional», llevábamos cuatro años jodiendo con eso. Me promete traer un proyecto de acuerdo al día siguiente. Llega a esa reunión, con uno idéntico al suscrito con las FARC. Yo le digo de frente, con el papel en la mano: «ya, de una vez, esto no, esto no, esto no, esto sí, esto sí, esto no y así. Y agrego: «como ustedes están apostando bajito, nosotros vamos a apostar duro, Y nos encontramos en la mitad». Le di mi propuesta, que era muy exigente, bien elevada y convinimos en que la elaboraría por escrito. Confrontaríamos las dos para sacar un borrador sobre el cual iniciaríamos el trabajo de discusión.

Había que trabajar en dos niveles: el documento de tregua y el proceso de diálogo. Para nosotros el problemas no era obtener una simple tregua, era definir los mecanismos del diálogo. Nos pusimos de acuerdo en que la Comisión de paz no intervendría por el momento, para hacer más rápida la negociación: sólo trabajaríamos él y yo.

Varias cosas debían quedar claras. En primer lugar, que no es cierto el argumento de los militares de que el ejército no derrota a la guerrilla, pero que la guerrilla tampoco derrota al ejército. Eso es falso, nosotros sí nos sentimos capaces de derrotarlos. En segundo lugar, no estamos cansados de la guerra ni sentimos que es una vaina inútil, no es que ahora pensemos en los caminos electorales. No. Es una fuerza decisoria, el sentimiento nacional, la que reclama una solución a sus problemas. Y para ello, Belisario era un buen protagonista; Bernardo Ramírez lo reemplazaba inmejorable.

¿Qué se discutió en todas esas reuniones?

1) La dignidad del movimiento guerrillero.

2) Una tregua en donde ninguna de las dos fuerzas salga derrotada, una tregua de contendores. Por este segundo punto había pelea. Las FARC habían firmado que reconocían como única fuerza militar válida al ejército colombiano. Nosotros pensamos que somos tan válidos, tan legítimos como expresión de la rebelión armada, como ellos. Nosotros planteábamos entonces que hay un ejército, y unas fuerzas armadas del pueblo.

3) El diálogo nacional.


Había otros puntos de conflicto. Ellos querían, por ejemplo, que condenáramos moralmente el secuestro, como lo hicieron las FARC. A eso respondíamos: «nosotros hemos retenido personas. El secuestro es un delito común, es la amenaza a la vida de alguien por dinero. Cuando hemos retenido a alguien le hemos dicho, ‘usted está lleno de dinero que le pertenece a la Nación, al pueblo trabajador’, por eso es que en el pasado retuvimos a ejecutivos de las multinacionales que extraen del país las riquezas, porque parte de los gastos de la revolución la tienen que pagar las multinacionales».

Reconocemos que retener a una persona es violar su libertad, y eso no nos gusta nada. Pero, ¿acaso hemos vivido en Suiza? En Colombia ha habido una guerra civil, una guerra económica, una guerra social y política, una guerra violenta diaria.

Yo le dije a Bernardo Ramírez: «con usted es muy chévere hablar, nos entendemos y vamos pa’lante, tomamos aguardiente, hablamos de literatura, pero la buena relación aquí no frena los planes ofensivos de la organización.

El presidente había dicho, cuando le preguntaron que por qué seguían nuestras acciones, que «el M-19 acostumbra negociar de noche y combatir de día». Entonces le pregunté a Bernando «qué es lo que quiere el presidente?, si quiere combatimos de día y combatimos de noche.

Las discusiones sobre el diálogo nacional fueron duras también. No sabían cuál era su significado real. La primera propuesta del gobierno es que nosotros nombráramos delegados para oír, con el gobierno, las inquietudes del pueblo. Esos delegados podrían hablar con las comisiones del Congreso. Para nosotros el diálogo nacional no podía ser eso; era el país el que tenía que hablar y decidir.

El 30 de abril asesinaron a Rodrigo Lara Bonilla. Se decretó el estado de sitio en todo el país - ya regía en el Caquetá, el Cauca, Putumayo y Huila, agregándose a una censura de prensa que era real y concreta aunque no había un decreto que la impusiera. La actitud de Belisario fue valiente frente a esa histeria de derecha que recorrió el país, la Iglesia, los gremios pidiendo violencia, igualando la violencia social con la lucha guerrillera. En últimas, le decían «cúmplale a las FARC que ya firmaron, pero al M-19: plomo».

La noche anterior a su asesinato, Rodrigo Lara conversó conmigo. Nos gustaba la forma de pensar de Lara y ya Báteman se había reunido con él en el 82. Nos identificábamos al pensar que Colombia merece un clima de democracia y que hay que crearlo, construirlo. Con él queríamos impulsar ese proyecto. Le explicamos lo de Madrid, nuestra posición contraria al Código de Procedimiento Penal y a la extradición. Nos contó que se iba del país y estuvimos de acuerdo en que el diálogo debía promover reformas profundas para que en Colombia hubiera un real desarrollo de la paz. El quedó, al día siguiente, de discutir el problema jurídico de los guerrilleros en tregua y la posibilidad de expedir salvoconductos para los que salieran a la vida pública. Murió al anochecer.

Belisario, en su discurso en Neiva (26), hace una distinción clara entre el tipo de violencia que segó la vida de Lara y la rebelión en armas. Pero les cede a los militares en varias cosas, como en la implantación del estado de sitio y en los decretos complementarios que no son para luchar contra el narcotráfico sino para impedir la movilización popular.

Y Bernardo Ramírez se vuelve a perder; pasan 15 días y decimos «se acabó». Les digo a los compañeros del Estado Mayor: «láncese con todo, porque esto se jodió». Antes de la ofensiva me reuní cuatro veces con López(27). De pronto aparece Bernardo y yo le digo «con estado de sitio contra el pueblo, censura de prensa y usted desaparecido. ¿qué quiere que piense?; ¿lo que quiere usted es romper?». Me da explicaciones que no me dejan muy convencido.

Y yo le insistí: «dígale a Belisario que él verá, que por mí, todo puede estar listo para que el 20 de julio llegue a la apertura del Congreso con el acuerdo de paz en el bolsillo». Pero eso no fue posible.

Con el avance de las discusiones se vincularon los dirigentes de los partidos Liberal y Conservador, Jaime Castro y Alvaro Leyva Durán. Castro sabía a qué iba; él le tenía miedo a un plebiscito o a una asamblea nacional constituyente, pero a lo que le tenía pánico era al «desorden», ¿cómo reunir a todo el país en las plazas públicas a que hablara de sus problemas? Eso le producía terror. Como si el ambiente adormecido del Congreso fuera el «orden». Pero estaba dispuesto a que el diálogo nacional funcionara.

Alvaro Leyva era mucho más abierto, aceptaba que en Colombia la democracia es, además de restringida, chiquita; que el pueblo no está representado en ese sistema democrático y que con el diálogo nacional podría lograrlo. Hablaba de devolverle al pueblo la democracia directa.

Pero a ambos les preocupaba lo del cabildo abierto, lo de la gente en las plazas públicas. Cuando los nombraron ministros, pensábamos que Belisario reforzaba el equipo de los hombres partidarios de la paz en el gabinete ministerial. Con Jaime Castro nos equivocamos. Apenas lo nombraron ministro se volvió otra persona, dijo que nunca se había reunido con nosotros a nombres del Partido Liberal sino a título personal. También afirmó que no había concebido el diálogo nacional como nosotros, y que eso era un problema de recinto cerrado.

Mientras pasó todo ese tiempo de las negociaciones se hizo Corinto(28), se hizo Miranda(29) y acciones en muchas ciudades. Al final habíamos quedado en hacer unas reuniones de ambientación, una en el Cauca, otra en Caquetá y una más en Antioquia (30) (ésta con el EPL).

Llega la comisión a San Francisco, Cauca, y se encuentra con el ejército. La clave es que la guerrilla choca con el ejército que va en su búsqueda, y lo derrota; es la guerrilla la que levanta la bandera de la paz. Los delegados del presidente de la República son sometidos a requisa y a la amenaza del ejército y levantan su propia camisa como bandera de paz, no frente a la guerrilla sino frente al ejército. Era una guerrilla combatiendo por la paz, enfrentándose militarmente y derrotándolo.

El ejército informa a El Tiempo (31) que el M-19 lo ha emboscado y así aparece en los titulares del día siguiente. Pero allí está la televisión que lo filma todo, y por eso la mentira del ejército no se pudo sostener. Por la televisión, el país vio que la guerrilla no iba a una marcha de combate era una guerrilla bajando alegre, cantando, con los morrales a la espalda, y de pronto... el combate.

A la noche siguiente vi a Bernardo Ramírez y le dije: «o ustedes amarran a lo militares o va a ser muy difícil adelantar el proceso de la paz; nosotros queremos, pero como somos varios bandos, hay que integrarlos a todos». El me contestó que eso era muy difícil y me contó que después de esos hechos había habido una tormentosa reunión de ministros en la que Bernardo Ramírez, como invitado, tuvo que discutir personalmente lo que ya había probado; que varios militares no estaban dispuestos a obedecer órdenes ni a despejar la zona de San Francisco cuando se planteó la celebración de la cita.

Cinco días después de San Francisco, caía Toledo Plata (32) asesinado por los enemigos de la paz. Era una secuencia en el intento de bloquear el proceso. No golpean al M-19, intentan acabar con el país. Se dijo en ese momento que el M-19 tendría motivos para haber matado a Toledo. ¡Qué mentira y qué suciedad! Toledo no sólo era un oficial superior nuestro, sino un símbolo para nosotros de autoridad moral; era tal vez el comandante más querido y respetado, un hombre que teniéndolo todo, una profesión, un status social, una representación política en el Congreso, con sus años y sus posibilidades, asume la rebelión armada como su destino. El M-19 es no solamente gente en armas, es un movimiento político-militar. Tenemos el arma, el fusil, pero también la critica, la denuncia, el trabajo político, y en eso era irremplazable Toledo, un hombre sin enemigos, con fervoroso cariño del pueblo de Bucaramanga que pidió vengar su muerte.


Fue Carlos Lleras el que dijo que podíamos haber sido nosotros. Todo el mundo sabe que cuando Carlos Lleras dice algo, hay que creer exactamente lo contrario; cuando él defiende la invasión norteamericana a Granada hay que apoyar a Granada, y así. Carlos Lleras ha llegado a un punto, que cuando escribe, no se sabe si lo ha hecho él o la Brigada de Institutos Militares; cada día se parecen más.


Carlos Lleras fue el único que estuvo de acuerdo con Matamoros, Landazábal y Lema Henao (33), cuando criticaron la reunión de Belisario con nosotros en Madrid y la política internacional del gobierno. Y es Lleras el que se reúne permanentemente con los altos mandos militares en su casa. Todo el movimiento de golpe ha sido hablado, pensado y discutido con Lleras. No es raro entonces que lance esa calumnia.


Pero además, el problema de Lleras con la guerrilla es viejo. Fue él, quien como miembro de la Dirección Liberal, entregó a la guerrilla del Llano (34). Y fue él quien nos propuso después a nosotros entregar las armas; y como le dijimos que no, quedó con ganas de atravesarse en el camino de la paz.


La muerte de Toledo conmocionó al país. Voy temprano a la casa de Bernardo Ramírez y le digo: «vamos a responder con todo, olvídese de sitios, olvídese de firma, olvídese de fechas, olvídese de todo». El me dice: «mire el momento histórico, no el momento sino la historia de este país». Entonces le contesto: «como dice Bolívar, cuando en la guerra todo parece caos, la única brújula es la dignidad y el honor. En Colombia la gente lo acepta todo, menos que uno se agache, olvídese de vainas».

Por eso vino Yumbo (35), que era la respuesta a los asesinos de Toledo, pero que también era parte de nuestra ofensiva.


La noche anterior el asesinato a Toledo, habíamos fijado la fecha del 12 de agosto, es decir tres días después. Pero Bernardo me dijo que los militares no aceptaban los sitios que nosotros proponíamos, que eran Toribío, Corinto y El Hobo. Me dijo que ellos sólo aceptaban fincas, que no aceptan ni siquiera una vereda a donde el ejército haya ido alguna vez, y que eso es sin discusión. Le digo que discutamos otros sitios, pero me dicen que no hay nada que hacer.


Proponían que firmáramos en Lopezadentro, en el Cauca, que es una recuperación de tierras indígenas (antes de que los desalojaran). Yo acepto, porque para nosotros tiene un gran significado firmar frente a la población indígena que ha tenido el valor de pelear por su tierra, por lo que le pertenece, pero le observo «eso le agrega a este conflicto un problema más, por ejemplo, con los azucareros del Valle que están dispuestos a masacrar los indígenas, uno por uno. Si a todo esto se le agrega el factor guerrilla-indígenas, para nosotros es perfecto». Bernardo entonces se la juega y les dice a los militares «o en Corinto y El Hobo (36), o no hay firma».

Con lo de Yumbo, las cosas se ponían peores. Porque Yumbo es todo audacia y capacidad de combate. El ejército niega sus bajas. Nosotros tuvimos cinco muertos. Y los militares toman venganza, en su impotencia, en su incapacidad, sobre la población y empiezan a asesinar gente.

Ese día, Bernardo está emberracado. Yo le pregunto «entonces ¿quieren la paz o no?», y le expongo cuatro posibilidades:

1) Dejar que la guerra se desarrolle, que sigan los combates, y le digo que la columna de Pizarro, arriba de Yumbo, puede combatir sin problemas, no es cierto que esté cercada. Pero que si esto continúa, las columnas de Navarro, lván, Boris y Chalita (37) empiezan a golpear también. Entonces, que se desarrollen los combates y sea la nueva situación político-militar la que nos dé la realidad de estas negociaciones. «Nos vemos en un mes, si quiere», -remato.


El me dice «usted me está hablando de guerra». Yo le contesto «yo le estoy hablando de la realidad de este país, y lo que queremos es cambiar la realidad del país, no negarla».

2) Que se desarrollen los combates en Yumbo y el Cauca y que la Comisión de Diálogo vaya al Caquetá y hable con Boris, para mantener un pulmón, para no perder esa ambientación hacia la paz.

3) Una entrevista pública, usted y yo, o la Comisión de Paz en pleno conmigo, para discutir la situación, mientras siguen los combates.

4) Un pacto de honor hacia la suspensión de todas las operaciones. Ese pacto incluye la firma del Acuerdo de Cese del Fuego en Corinto y El Hobo, despejando las vías de acceso y de retirada desde Dapa, Toribio, San Francisco, y las zonas del Huila empezando por Tresesquinas.


Bernardo me dijo: «pero si ustedes están cercados por los militares». Y yo, furioso: «si usted les sigue creyendo a los militares después de lo que ha pasado, después que llevan 10 años diciendo que nos tienen acabados y llevamos 10 años siendo cada vez mejores; si cree en esa vaina, apueste a eso y nos vemos en un mes».

Al día siguiente, el gobierno escoge la cuarta alternativa, asume el compromiso de «ni un tiro más» y de firmar en los sitios propuestos por el M-19

Pero al final comienzan a aparecer los muertos en Yumbo, todos los días. Yo le digo «no son los grupos paramilitares, es la policía», y le digo que para firmar necesitamos que eso se controle primero y pido que vaya la comisión verificadora. Ramírez se emberraca y dice que es lo último que hace. Y me agrega: «ustedes no quieren firmar; hay apuestas en todo el país». Me contó que cuando Felipe González (38) vino de vacaciones, le dieron una comida a la que asistieron Gabo, Matamoros y otras personalidades. El clima era ya de firma y Matamoros le dijo a Bernardo que él apostaba su cabeza a que Pizarro no firmaba: «me corto la cabeza si firma Pizarro». Le dije: «dígale a Matamoros que vamos a cumplir para que él se corte la cabeza. Que con tal de que se la corte, Pizarro firma». «Es que la apuesta es nacional», agregó. Y yo le insistí «consiga plata prestada y apueste todo lo que quiera, que va a ganar. Si cumple lo de Yumbo, nos vemos en Corinto para firmar».

El día de la firma, nos vimos muy temprano. Me dijo «estoy mamado, no voy a Corinto (39). Entonces yo dije «nos va a tocar brindar aquí a los dos, porque yo tampoco voy a ir. No tengo transporte». No tenía cómo viajar y el enemigo sabía que yo debía trasladarme desde Bogotá hasta el Cauca; ya el B-2(40) me había tratado de montar una celada durante el proceso y no podía correr riesgos.

El, con su suspicacia, me dijo «si usted no va, es porque está planeando algo». Entonces yo le propuse «vámonos juntos y después de la firma nos pegamos una rasca, pero ya no con whisky sino con aguardiente y oyendo a Olimpo Cárdenas». Aceptó, pero quedamos de vernos allá, cada uno debía irse por su lado.

Boris estaba también en Bogotá y debía ir hasta el Huila. Tuvimos que arriesgarnos y tratar de conseguir un helicóptero en el propio aeropuerto. Llegamos allá, de civil, y contratamos un aparatico que tiene poca gasolina por aquellas cosas técnicas de la salida de Bogotá. A mitad de vuelo, el piloto nos dice que hay que parar en Cali a tanquear. Yo no acepto, aunque el hombre insiste, teniendo en cuenta que tiene que hacer dos aterrizajes y dos despegues -Corinto y Hobo-, pero finalmente acepta cuando le ofrezco que sigamos bajo mi responsabilidad hasta donde nos dé la gasolina. Estamos muy compuestos, pantalón de paño y la cara limpia. De pronto empiezan a salir de los maletines peinetas, camisas de sport, bigotes postizos y las metralletas. El piloto no dice nada, pero se le nota el desconcierto. Un espejito y dos nuevas figuras: los pasajeros somos Boris y Alvaro Fayad .

Desde arriba vemos la canchita de fútbol, altica, inmensa, Baja el helicóptero en Corinto y me despido efusivamente. El capitán, presuroso, sin apagar motores, alza el vuelo hacia el Huila.

Camino solo, no hay un alma. Mis zapatos de cuero negro golpean firme el prado. Comienzan a salir gentecita, esa gentecita que hace que estemos en esta lucha. Gritan «es Fayad, es Fayad» y me acompañan espontáneamente con vivas al M-19 y a la paz.. Llego a la plaza y de ahí, rodeado de muchos fervorosos colombianos, sigo hacia la escuela para encontrarme con los compañeros de Dirección.

Cuando faltaba media hora para la firma... la emboscada a Pizarro (41) en Florida. Era la continuación de San Francisco, Toledo; en los últimos segundos, los golpistas del ejército frenaban el camino de la paz.

El dilema para nosotros era claro: o el país se lanza a una guerra o se hace la paz. Había que responder si era grave, si había muertos. Empezamos a discutir en el Comando Superior si firmábamos o no, y si lo hacíamos, cuándo sería.

Desde el comienzo de la reunión, por unanimidad, se dejó claro que teníamos que firmar, había que ir hacia la paz, firmar un documento mojado con nuestra sangre. Pero había que poner condiciones:


Parar la masacre de Yumbo.



Asegurar el respeto de la dignidad para que no hubiera militarización en los sitios que habían servido de sede para la firma.



Que no persiguieran después a los pobladores.



Que el gobierno se comprometiera a respetar la vida de lo hombres que mandábamos al diálogo nacional.



La discusión con los comisionados se alargó, porque todo debía ir por teléfono a Bogotá, y había oposición en palacio. A las 6 de la tarde hubo acuerdo.

Salimos de la alcaldía, firmamos luego de leer el documento, en la oscuridad. Enrique Santos Calderón (42). Bernardo Ramírez y yo nos dirigimos a la cantinita del pueblo, en el borde de la plaza. En Corinto hay un calor humano que rompe todos los clichés, ese abrazo del pueblo en armas con la nación. Hay en la cantina dos guerrilleros jugando billar, fusil al hombro. Pedimos aguardiente y música vieja. Me impresiona que Bernardo dice «yo llegué hasta aquí, cumplí una misión de amistad con Belisario». Para él -al igual que para Enrique Santos- Corinto era la culminación de un proceso cuando para nosotros era el comienzo de algo nuevo, de algo mucho más grande y más definitivo en la vida de la nación.

Para nosotros era lo que conduciría a formar una nueva Colombia, nacía una certeza de que algo había cambiado en este país. Comimos sancocho, ellos se fueron y para nosotros seguía una nueva historia, una historia que hasta el momento no se ha logrado asimilar, porque los firmantes del gobierno no creen que es el inicio, sino que conciben el acuerdo como el final. Por eso a Belisario Betancur el impulso le llega hasta Corinto. Ahí se le acaba el aire.

Alvaro Fayad Comandante General M-19



(1) Del discurso que el presidente Belisario Betancur dirigió al parlamento colombiano el 7 de agosto de 1982, fecha de su posesión.

(2) Oscar Lombana, especialista en muestreos de opinión pública, diseñó la encuesta de cobertura nacional que en 1982 demostró que entre indiferentes y simpatizantes el 85 % de la gente estaba con el M-19. Un porcentaje semejante estaba por una solución política, negociada, al conflicto entre el gobierno y la guerrilla.

(3) Se trata de la ley de amnistía aprobada por el parlamento colombiano a instancias del presidente Belisario Betancur.

(4) En un informe difundido parcialmente por las cámaras de televisión en enero de 1984.

(5) Otto Morales Benítez, dirigente del partido liberal, y presidente de la Comision de Paz nombrada por Belisario Betancur al comienzo de su mandato.

(6) Se trata de la última cumbre de los Países no alineados, realizada en Nueva Delhi, a la cual el presidente Belisario Betancur pensaba asistir.

(7) Jaime Báteman Cayón, dirigente máximo del M-19 y el más destacado de sus fundadores. Murió en abril de 1983 al caer en la selva la avioneta en la que viajaba clandestinamente entre Colombia y Panamá.

(8) Alfonso López Michelsen, liberal, fue presidente de Colombia entre 1974 y 1978.

(9) Carlos LLeras Restrepo, dirigente liberal, presidente de Colombia entre 1966 y 1970.

(10) Carlos Pizarro Leóngomez, uno de los fundadores del M-19 y actualmente uno de los tres integrantes del Comando Superior.

(11) Bernardo Ramírez, conservador, amigo personal del Belisario Betancur, cumplió un papel muy destacado en las negociaciones que llevaron a la firma de los acuerdos de tregua y diálogo nacional.

(12) FARC: Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, organización guerrillera fundada en 1964.

(13) Iván Marino Ospina, miembro en la época de este relato del Comando Superior del M-19, fue durante el período que media entre la muerte de Báteman Cayon y el Congreso de Los Robles, el dirigente máximo de esta organización, Murió en agosto de 1985, en Cali, combatiendo con tropas del ejército y de la policía.

(14) Asesor de imagen de Felipe González, presidente del gobierno español.

(15) Conocido periodista colombiano, divulgó antes que ningún otro de sus colegas, Ia noticia de que se estaba preparando en Madrid un encuentro entre Belisario Betancur y los dirigentes del M-19.

(16) Alvaro Gómez, conservador, ha ‘sido durante tres veces candidato de su partido a la presidencia de Colombia.

(17) Rodrigo Lara Bonilla. liberal, ministro de justicia del presidente Belisario Betancur, se distinguió por su ahínco en la lucha contra el narcotráfico, y por su enfática defensa del tratado de extradición firmado durante el gobierno de Belisario Betancur entre Colombia y los Estados Unidos. Fue asesinado en 1984 por pistoleros a sueldo.

(18) Jaime Michelsen Uribe, cabeza visible de un poderosísimo grupo financiero.

(19) Alfonso López Pumarejo, liberal, presidente de Colombia por la primera vez entre 1934 y 1938. No pudo concluir un segundo mandato iniciado en 1942, debido un intento de golpe de estado que lo obligó a renunciar. Su primer gobierno adoptó el lema de «revolución en marcha e intentó, sin conseguirlo, una reforma agraria.

(20) Ejército Popular de Liberación -EPL, brazo armado del Partido Comunista marxista-leninista de Colombia. Nació en 1964 bajo el doble influjo de la revolución cubana y de la escisión chino-soviética.

(21) Manuel Marulanda Vélez, nombre adoptado por quien es uno de los fundadores y dirigentes máximos de las FARC.

(22) El 28 de marzo en La Uribe, una localidad situada en el departamento del Meta en el oriente de Colombia, las FARC y el gobierno de Belisario Betancur firmaron un acuerdo de cese al fuego, que abría las puertas a la legalización de esta organización guerrilla y a su ulterior disolución, a cambio de la promesa del gobierno de presentar al parlamento una serie de proyectos de ley, destinados a conseguir una mejora en la situación económica, social y política del pueblo colombiano.

(23) Dirigente del M-19. Murió en la toma en noviembre de 1985 del Palacio de Justicia por un comando de esta organización.

(24) En marzo de 1984 una columna guerrillera del M-19 al mando de Boris y de Marcos Chalita, se toma Florencia, ciudad de cerca de 200.000 habitantes, capital del departamento del Caquetá y cabecera de una vasta zona de colonización situada en la amazonía colombiana. La guarnición de Florencia era en la época de este relato la más importante concentración de tropas contra-insurgentes del ejército colombiano.

(25) Discurso pronunciado por el presidente Belisario Betancur en Neiva, capital del departamento del Huila, en el suroeste de Colombia.

(26) Neiva, ciudad de 250.000 habitantes, capital del departamento del Huila, en el suroeste de Colombia.

(27) Ver nota 8.

(28) Corinto, población de 25.000 habitantes, situada en el departamento del Valle del Cauca, en el suroccidente de Colombia. La tecnificación de los cultivos y la fertilidad del suelo hace de esta región una de las más importantes del país desde el punto de vista económico.

(29) Miranda, población a un treintena de kilómetros de Corinto, comparte muchas de las características de esta última.

(30) Antioquia, Caquetá y Cauca: tres departamentos de Colombia. El departamento es una unidad administrativa-territorial.

(31) El Tiempo, diario matutino de Bogotá, de orientación liberal.

(32) Carlos Toledo Plata, médico, parlamentario, fundador del M-19, puesto en libertad gracias a la amnistía aprobada por el gobierno de Betancur, es asesinado por desconocidos, cuando desarmado y sin escolta se dirigía de su casa a su recién adquirida plaza de médico del hospital de la ciudad de Bucarmarga, situada en el noreste de Colombia.

(33) Gustavo Matamoros, Fernando Landazábal Reyes y Bernardo Lema Henao, generales del ejército colombiano.

(34) Episodio ocurrido en 1954 en Los Llanos, región de vastas llanuras herbícolas y escasamente pobladas, situada en el oriente de Colombia.

(35) Yumbo es el principal suburbio industrial de Cali, la tercera ciudad de Colombia. En agosto de 1984 el M-19 lo ocupó por seis horas.

(36) El Hobo, pequeña población del departamento del Huila.

(37) Antonio Navarro Wolf, lván Marino Ospina, Borís y Marcos Chalita, dirigente del M-19.

(38) Polémica viaje de vacaciones de Felipe González a Venezuela y Colombia. Tuvo lugar en el verano de 1984. Belisario Betancur le pidió a sus amigos el escritor Gabriel García Márquez y el pintor Alejandro Obregón que le sirvieran de guías.

(39) En Corinto se firman los acuerdos de tregua y diálogo nacional entre el gobierno y el M-19 el 24 de agosto de 1984.

(40) B-2: organismo de inteligencia del ejercito colombiano.

(41) En la mañana del día previsto para la firma de los acuerdos de Corinto, Carlos Pizarro, dirigente del M-19, es emboscado por fuerzas de la policía y el ejercitó. Pizarro es herido en un brazo y su compañera, una hermosa muchacha, pierde cuatro dedos de una mano.

(42) Columnista habitual del diario El Tiempo, y uno de sus propietarios.