Pedro Antonio Marín (1930-2008) nació para la historia como Manuel Marulanda Vélez en la escuela política de El Davis, en 1953. Su nombre de guerra fue un merecido homenaje político al destacado dirigente sindical comunista, Manuel Marulanda Vélez, asesinado a golpes en los calabozos del Servicio de Inteligencia Colombiano (SIC) por su consecuente defensa del pueblo trabajador y por su combativo rechazo a la utilización de soldados colombianos en la guerra de Corea como desechables peones de la geopolítica del gobierno de Washington.
Desde el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán en abril de 1948, Manuel Marulanda trasciende como símbolo de la resistencia y como comandante de la esperanza de un país que siempre ha soñado vivir en dignidad. Pregonaba Gaitán en las plazas públicas colmadas que “El hambre no tiene color político; no es liberal ni es conservadora/ En Colombia existe una plutocracia liberal-conservadora que asfixia al pueblo/ El país político no puede someter al país nacional/ El pueblo es superior a sus dirigentes/ Pueblo: por la restauración moral de la República, ¡A la carga!” Por este discurso subversivo Gaitán fue asesinado por la CIA y la oligarquía colombiana. De alguna manera estas ideas habían encendido el fuego de la rebeldía en el alma del joven Manuel, fuego que unido más tarde al del anhelo comunista, lo convierte en invencible guerrero de la causa de pueblo.
Desde los albores de su personalidad, el prestigio fue una de sus más fulgurantes cualidades. El entorno le reconocía su extraordinario don de mando. Por eso sus primos (los Marín) en Génova Quindío esperan la llegada del muchacho de 18 años para hacerlo jefe de la resistencia armada. Luego del asesinato de Gaitán, la dictadura conservadora de Mariano Ospina y Laureano Gómez dio rienda suelta al terrorismo de Estado contra el pueblo que se había sublevado frente el crimen, para sofocarlo y someterlo. Pueblos enteros, campesinos de amplias zonas, huían tras las masacres, el incendio y el despojo de sus propiedades. Era el comienzo de la oscuridad que se apoderó de un capítulo de la historia de Colombia conocido como época de la violencia partidista. El suelo de Colombia fue anegado con la sangre de 300 mil de sus hijos, y muchos más colocados frente al imperativo del desplazamiento forzoso.
Manuel Marulanda se hace comandante guerrillero en la respuesta y resistencia del pueblo a la violencia terrorista del Estado. Cuando en el Quindío se agotan las condiciones para el accionar del pueblo armado, Manuel traslada al sur del Tolima el escenario de su gesta combatiendo inicialmente en las guerrillas liberales de los Loaiza en las que gana ascendencia por su arrojo y sagacidad. Allí se encuentra con su alma gemela en la lucha, el gran Jacobo Prías Alape (Charro Negro). En esa misma zona entró en contacto con la guerrilla comunista. Lo cautivó la causa política y la disciplina de dicho Movimiento. En 1953 en el comando de El Davis, a orillas del Cambrín, se hace comunista. Y de allí parte con Jacobo Prías -como comunistas los dos- para la región de Riochiquito a proseguir la resistencia. Mientras las guerrillas liberales se desmovilizan durante la dictadura del general Rojas Pinilla, las comunistas no se rinden ni entregan sus armas. En 1956 en una Conferencia guerrillera realizada en Marquetalia Manuel Marulanda Vélez es designado jefe militar del Movimiento, y Jacobo Prías jefe político. Los dos comandantes afrontan las agresiones de los desmovilizados, denominados guerrilleros “limpios” (limpios de ideologías comunistas) urdidas por los jefes políticos liberales y conservadores. Los “limpios” se habían desmovilizado en la lucha contra el gobierno, pero éste les había permitido conservar sus armas para que persiguieran a los comunistas.
Apoyados en las masas, en el pueblo que los rodeaba, Manuel y Charro, capean el nuevo reto planteado por el Frente Nacional (pacto de las oligarquías) que les exige desmovilización. Luego de arrancar del gobierno el compromiso de satisfacer sus demandas políticas, económicas y sociales, sin entregar sus armas el movimiento se establece en Marquetalia a la espera del cumplimiento de las promesas.
El 11 de enero de 1960 Jacobo Prías es asesinado en Gaitania por los “limpios” en cumplimiento de órdenes expresas emitidas por el gobierno central. Este asesinato es la causa política del surgimiento de las FARC en Marquetalia. Más tarde Manuel Marulanda expresaría su convicción de que “con el correr del tiempo la muerte de Charro nos ha llevado a una confrontación nacional con grandes perspectivas para producir cambios; y si ello nos permite, crear todas las condiciones para tomarnos el poder. No todas las veces se producen levantamientos armados por la muerte de un comandante; prácticamente es caso único. De todas maneras en Marquetalia ha comenzado el chispazo y comienzo de la revolución en serio de acuerdo a lo que estamos viendo”.
Es a partir de Marquetalia que el nombre de Manuel se consagra en la historia de Colombia como genuino arquetipo de la resistencia popular frente a la violencia terrorista del Estado potenciada por la geopolítica del imperio, y como fanal que alumbra el camino de la victoria con su certera estrategia militar y política.
En el Programa Agrario de los Guerrilleros y en las nueve Conferencias de las FARC están plasmadas las huellas de la construcción gradual de una alternativa política de poder para Colombia, con una fuerza fundamental que no puede ser ignorada a la hora de sentar colectivamente las bases de una nueva sociedad justiciera, pacífica, democrática, bolivariana, que le dé al pueblo “mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”.
El guerrero de la paz
La paz, la solución política del conflicto sobre la base del cambio radical de las injustas estructuras políticas, económicas y sociales, es el basamento esencial de la estrategia guerrillera de Manuel. Personalmente condujo todas las conversaciones con los gobiernos dirigidas a ese propósito de humanidad. Así lo registra la historia.
En 1958, desde su puesto de mando en la montaña instrumentó a los voceros insurgentes, encabezados por Charro, para el diálogo con el gobierno del Frente Nacional. Más tarde, en 1984, junto a Jacobo Arenas, comanda la estrategia del diálogo con el gobierno de Belisario Betancur. Como resultado de este esfuerzo se firmó el Acuerdo de La Uribe, se pactó con el gobierno una tregua bilateral y las FARC se convirtieron en plataforma de lanzamiento de un nuevo movimiento político, la Unión Patriótica. Pero el Estado, dominado por el guerrerismo, arroja por la borda la extraordinaria posibilidad de paz para Colombia abierta por el Acuerdo y opta por el exterminio físico de la Unión Patriótica dando rienda suelta al accionar criminal del paramilitarismo institucional. 5.000 dirigentes y militantes de la UP fueron asesinados, entre ellos, dos candidatos presidenciales y un rosario de senadores, representantes a la Cámara, diputados, alcaldes, concejales, dirigentes comunistas y líderes comunales. De nada sirvió el genocidio, el exterminio físico de toda una generación de revolucionarios para apaciguar el temblor de las élites frente a la inconformidad social. Casi tres décadas después de haber sido descabezada la oposición por una oligarquía terrorista arrodillada al imperio, hoy ha empezado a despertar y a movilizarse en Colombia la gran causa del pueblo que está más viva que nunca.
En diciembre 1990 la Fuerza Aérea bombardeó a Casa Verde por orden del presidente César Gaviria porque las FARC no aceptaron su inaudita propuesta de desmovilizarse a cambio de una representación en la Asamblea Nacional Constituyente. En respuesta al aleve ataque, el movimiento insurgente desató una contundente ofensiva militar que se extendió por todo el país. La situación generada obligó al gobierno a buscar por todos los medios, diálogo con urgencia. Luego de arduas discusiones llenas de incidentes políticos pudo abrirse el capítulo de las conversaciones de Caracas y Tlaxcala. De nuevo está Marulanda, con sus compañeros de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, al frente de su obsesión: la paz por la vía menos dolorosa, la de la solución política, la del acuerdo nacional. Pero finalmente, como dice Alfonso Cano, “los diálogos se frustraron porque el gobierno solo requería pretextos para intensificar su guerra integral e imponer a sangre y fuego la apertura económica neoliberal. En el contexto de la política nacional, el gobierno Gaviria estaba muy desprestigiado por el apagón (desabastecimiento eléctrico), su alianza con el cartel de Cali y los llamados "pepes", sus tratos con Pablo Escobar, su nefasta apertura económica, el manejo represivo que dio a la protesta popular, etc., y decidió, para ganar en gobernabilidad, romper el proceso”.
En 1999, durante el gobierno de Pastrana, el espacio de los diálogos de paz se traslada a San Vicente del Caguán. El comandante Manuel, conocedor como el que más de la importancia de esta batalla política, establece su cuartel a cinco minutos de Los Pozos, lugar donde se había instalado la mesa, para orientar en tiempo real a los portavoces rebeldes y seguir el pulso y la progresión del debate en torno a la agenda convenida con el gobierno. Y Marulanda desata su arrolladora dinámica. Exige al presidente Pastrana frenar las masacres del paramilitarismo de Estado. Es artífice de la iniciativa de la Mesa Temática donde se escucha el cuestionamiento de los diversos sectores sociales del país a la política neoliberal. Propone establecer un subsidio estatal a los desempleados mientras se convienen en la mesa fórmulas para superar el desempleo. Promueve en audiencia pública internacional ante el cuerpo diplomático acreditado en el país un plan de sustitución de los denominados cultivos ilícitos a través de un proyecto de desarrollo dirigido a los campesinos cultivadores y a sus regiones olvidadas. Dialoga con obreros, estudiantes, campesinos, afro colombianos, indígenas, mujeres, académicos, dirigentes políticos, con el jefe de la bolsa de valores de Nueva York, con los empresarios colombianos, con la reina Noor de Jordania, con el Presidente Pastrana y con todos los que quisieron escuchar el punto de vista de las FARC en torno al problema crucial de la guerra y de la paz en Colombia. Tomó en sus propias manos el asunto del canje de prisioneros de guerra como su responsabilidad y reto, pero el gobierno no quiso entender la importancia de un acuerdo en ese campo ni la calidad de su interlocutor. El gobierno desechó la oportunidad histórica de impulsar el proceso cuando las FARC, buscando generarle condiciones propicias, liberaron de manera unilateral a 305 prisioneros de guerra en su poder.
El presidente Pastrana sólo estaba interesado en ganar tiempo para fortalecer la máquina de guerra de consuno con el South Command del ejército de los Estados Unidos y en la ejecución del Plan Colombia que ya había sido diseñado por los halcones y estrategas del gobierno de Washington. Era evidente que no quería producir cambios en las injustas estructuras ni mejorar las condiciones de vida de los colombianos. Marulanda tenía la certeza que la contraparte ya estaba buscando los pretextos para romper el diálogo y proseguir la guerra, la que en efecto declaró a partir del 20 de febrero del 2002.
El Movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia
De los diálogos del Caguán quedó sin embargo una propuesta de combate político para el pueblo: el Movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia, cuyo lanzamiento tuvo lugar el 29 de abril del año 2000. Ese día San Vicente se llenó de pueblo. Treinta mil almas abarrotaron la sabana ardiente. Por las trochas, los ríos y las carreteras brotaba el pueblo que iba llegando en busca de la esperanza, en busca de Simón Bolívar, de su pensamiento y de su espada, hombres y mujeres sedientos de justicia y dignidad, dispuestos a organizarse, a enrolarse en el ejército de pueblos que está forjando el Libertador a su regreso, convencidos con el padre de Nuestra América de que no hay mejor medio de alcanzar la libertad que luchar por ella.
En el escenario a cielo abierto, bajo la mirada paternal del Libertador, estaban reunidos casi todos los integrantes del Estado Mayor Central de las FARC, los voceros insurgentes en los diálogos de paz, la comisión temática, los combatientes guerrilleros, el pueblo trabajador, y las blancas banderas, y el amarillo, azul y rojo tremolando con Bolívar, con Manuel, con el pueblo al poder.
Y habló el legendario jefe guerrillero, el comandante Manuel: “Este encuentro va a ser histórico en Colombia por el surgimiento de un nuevo movimiento en donde todos sin distingos políticos, razas o credos, puedan agruparse para defender sus intereses políticos, económicos y sociales con la certeza que estamos abriendo caminos a una nueva democracia…”
Y el comandante Alfonso Cano, jefe en ese entonces del Movimiento que empezaba a fulgir desde San Vicente, explicó la propuesta política como un instrumento civil, amplio, policlasista, orientado hacia la conquista del poder, hacia el resurgimiento de Colombia bajo un nuevo orden social justo, con unas Fuerzas Armadas Bolivarianas garantes de la libertad, la soberanía y las conquistas sociales.
“El rostro semioculto de El Libertador Simón Bolívar que hace parte de la presidencia de este acto y que descubre su noble y profunda mirada -decía Alfonso Cano- significa que el nuevo Movimiento Político tendrá un funcionamiento clandestino. La amplitud de los objetivos a conquistar no ocultan los peligros que se ciernen sobre su existencia. No repetiremos la experiencia de la Unión Patriótica en donde la heroicidad de sus integrantes y la generosidad que caracterizó su compromiso, fueron brutalmente abatidas por las fuerzas armadas oficiales en traje de civil, hasta prácticamente hacerla desaparecer”.
El Movimiento Bolivariano crece hoy en la clandestinidad como alternativa política, como espacio de encuentro y de lucha por la Nueva Colombia, la Patria Grande y el Socialismo, la paz, la democracia, el nuevo poder.
El derecho universal a la rebelión armada
Tanto Manuel Marulanda, como su ejército revolucionario, son consecuencia congruente del ejercicio de un derecho universal: el que asiste a todos los pueblos del mundo a alzarse en armas contra la injusticia y la opresión. La Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la ONU en 1948, consagra y legitima en su preámbulo el derecho a la rebelión. Pero Independientemente de que haga parte de un corpus normativo reconocido por los estados, es un derecho natural. Por encima de la legalidad predomina la legitimidad de la rebelión derivada de la justicia de sus actos.
“Es la insurrección por su naturaleza un acto legítimo –expresaba el Libertador-: ella anuncia que si hay en un Estado un poder esencialmente perverso, el hombre-ciudadano sabrá buscar los medios de derribarlo”. Es el derecho que tomó en sus manos Manuel Marulanda Vélez. La legitimidad de la resistencia a la violencia terrorista del Estado, violencia injusta de los poderosos, no admite en la situación concreta y en el contexto colombiano dudas en su entorno. El debate sobre la vigencia o no de la lucha armada, entronizado por la euforia neoliberal hace un cuarto de siglo, no nos desvela, porque actuamos con la certeza de que hacemos uso de un derecho universalmente aceptado por la razón, legitimado además por el altruismo y la sed de justicia que el acto de la rebelión encierra.
Por eso las FARC reciben, como un reconocimiento colmado de justicia y solidaridad, la decisión del Movimiento Continental Bolivariano de instituir el 26 de marzo, fecha de la desaparición física del comandante Manuel, como día del derecho universal de los pueblos a la rebelión armada. Nada más justo que esta generosa decisión.
El maestro de la Guerra de Guerrillas Móviles
Marulanda fue original, auténtico. Siguió el camino de sus propios pensamientos, de sus reflexiones. Tomando los elementos del acumulado de su experiencia fue elaborando una doctrina militar insurgente que ha probado en el campo de combate su eficacia. Sin duda, su estudio de los procesos revolucionarios fortalecieron su concepción táctica y estratégica, pero su talento militar y político proviene esencialmente de su profundo análisis de la operatividad enemiga de la que extrae conclusiones que convierte en directrices, no solo para neutralizar el esfuerzo adversario, sino para superarlo y derrotarlo en el teatro de la contienda. En realidad Marulanda fue un talentoso comandante rebelde egresado con las más altas calificaciones de la escuela de la experiencia.
Marquetalia, Riochiquito, El Pato, Guayabero, La Sonora, las operaciones Centauro, Thanatos, Destructor I y II, el Plan Colombia, el Plan Patriota, fueron sus academias en el arte militar.
Su táctica es la de Guerra de Guerrillas Móviles cuya dinámica y concepción se fundamenta en el secreto, la movilidad y la sorpresa, en el Nuevo Modo de Operar que es un acoplamiento a los cambios en la modalidad operativa del enemigo. Su rasgo esencial es el accionar militar permanente, también político, lo cual exige una nueva mentalidad en mandos y combatientes, que reclama eficacia en sus emprendimientos. La inteligencia de combate es el factor objetivo generador de la dinámica. En palabras de Marulanda, se trata de explotar las vulnerabilidades del enemigo, golpearlo en los desplazamientos, fuera de sus fortificaciones; también en sus fuertes y bases con artillería y sorpresa, atacar su dispositivo de seguridad, quitarle la iniciativa y la tranquilidad con el golpeteo permanente, sin descanso. Esto exige, dice el estratega, mandos preparados cumplidores de los planes y de sus deberes, disciplinados, dispuestos a darlo todo por la causa, sin aspiraciones personales, siempre al frente de sus tropas educándolas, formándolas. Manuel Marulanda es un concierto de modos de operar, de accionar permanente, sostenido, con objetivos principales y alternos disponibles para garantizar el ataque de todas maneras.
Para el comandante Manuel el ataque a Marquetalia que diera origen a las FARC en 1964, siempre fue un referente para el análisis y la prospectiva militar. La modalidad operativa del enemigo en ese entonces fue la base para establecer comparativamente la evolución de la doctrina contrainsurgente aplicada en el momento actual por los estrategas del South Command estadounidense.
Marulanda frente al Plan Patriota
Teorizando, intercambiando sobre el Plan Patriota, Manuel Marulanda conceptuaba que su objetivo era la derrota militar de la guerrilla utilizando todo el poderío del Estado en lo militar, político, económico, diplomático y propagandístico; exterminar a los jefes insurgentes y disuadir la inconformidad social para consolidar la política neoliberal y generar seguridad inversionista. La modalidad operativa es el despliegue en masa de la fuerza con elevado poder fuego, apoyo aéreo, tecnología militar de punta e información satelital en tiempo real. Para lograr el propósito la economía toda fue volcada en función de la guerra y la inversión social arrojada al basurero del olvido. Y los medios sólo debían difundir la versión manipulada de los hechos. El objetivo final: obligar a la guerrilla a “negociar”.
Desde la Operación Marquetalia hasta Destructor II -anota Marulanda-, las acciones eran dirigidas por oficiales colombianos; a partir del Plan Patriota la conducción es asumida directamente por oficiales de South Command del ejército estadounidense mientras los militares colombianos pasan a jugar papel secundario como subalternos. Todas las fuerzas: Ejército, Marina, Fuerza Aérea, paramilitares y policías quedan subordinadas a los militares de Washington.
Esta observación de Marulanda es refrendada por las aseveraciones del general James T. Hill quien oficiara como jefe máximo del Comando Sur: “La mayor parte de los activos disponibles por nosotros están siendo enfocados en la pelea táctica en Colombia”. Por eso pululan asesores militares extranjeros en las principales guarniciones del país y se anuncia la instalación múltiple de bases militares yanquis en territorio colombiano. El Plan Patriota es la geopolítica de Washington pretendiendo en medio de la crisis sistémica del capital asegurar su predominio en el continente.
El Plan Patriota es la respuesta al despliegue estratégico de las FARC en todo el territorio nacional en su objetivo de toma del poder con apoyo de masas, por la vía política o militar según las circunstancias. La primera fase es el despliegue de Divisiones y Brigadas en un gran cerco contra los Bloques y Frentes de las FARC. La segunda fase fue el estrechamiento del cerco en medio de combates, movimiento acompañado de un férreo control de carreteras, trochas, ríos y abastecimientos; destrucción del apoyo de masas con bloqueos económicos a las comunidades, masacres, “falsos positivos”, bombardeos, detenciones masivas, desapariciones, incendio, destrucción de cosechas, para motivar el desplazamiento forzoso de la población. La tercera fase fue la penetración en la selva con la fantasía de desalojar a la guerrilla del terreno y obligarla a transitar zonas ya controladas por el ejército para golpearla desde posiciones favorables. El 50 por ciento de la tropa penetró a pie y el resto desembarcados, en decenas de misiones, en helipuertos abiertos en la profundidad de la selva. Desde las nuevas posiciones, luego del “ablandamiento” de la ruta con bombardeos de la Fuerza Aérea y artillería pesada, avanzan en masa y suficiente poder de fuego estructurados en hileras separadas a una distancia de 100 a 200 metros, cubriendo un frente de hasta 8 kilómetros y más.
La resistencia de las FARC al Plan Patriota es un homenaje de pólvora y combate a Manuel Marulanda Vélez. El cambio de táctica es la movilidad completa. In memóriam, en combativo homenaje al comandante, los guerrilleros reciben al ejército con su táctica de guerra de guerrillas móviles. Los comandos aparecen y desaparecen, atacan por sorpresa. Planifican muy bien sus movimientos y exploraciones. Ubican al enemigo, y cuando éste se pone en movimiento, entran en acción. El ataque por vanguardia o retaguardia, o por los flancos, es una combinación letal de activación de minas con fuego de francotiradores. La movilidad permite a la guerrilla golpear al enemigo dentro y fuera del teatro de operaciones.
Es evidente que la insurgencia ha asimilado la nueva modalidad operativa implementada por el Comando Sur. En medio de la confrontación, de los bombardeos de aniquilamiento, la guerrilla de las FARC no ha dejado ni un instante de realizar sus escuelas militares, practicar cirugías de guerra en la selva, abastecerse de todo lo necesario para atender los requerimientos logísticos de la contienda bélica. El Plan Patriota no ha sido obstáculo para efectuar las necesarias reuniones de sus estados mayores en todos los niveles. Si alguno de sus mandos cae en combate, hay siempre disponible una lista de cuadros suplentes muy capaces. La fortaleza de las FARC está en su cohesión, en la claridad de sus principios y en el apoyo de la población.
La ilusión de la victoria militar agitada durante décadas por el Estado es una ilusión vencida y taciturna, derrotada por la estrategia insurgente del pueblo en armas en marcha hacia su destino: la Nueva Colombia, la patria grande y el socialismo.
La miseria creciente, el desplazamiento forzoso, los falsos positivos, la aparición cada día de grandes fosas comunes, el desempleo, la desatención de la deuda social, la indignante entrega de la soberanía patria a los Estados Unidos, constituyen una poderosa bomba de tiempo a punto de estallar. La inconformidad social, conjugada con el accionar militar de la guerrilla, puede, como afirma Manuel Marulanda, abrir las puertas a un nuevo orden regido por la justicia.
De espaldas a esta realidad, la oligarquía colombiana ebria de triunfalismo, habla del fin del fin de la guerrilla, como si el conflicto pudiera dirimirse con conjuros o trucos de prestidigitación. El autismo de la clase dominante no le permite ver la derrota del Complejo Militar Industrial en Irak y Afganistán. Diga lo que quiera la oligarquía a través de sus usinas de desinformación, en Colombia el Plan Patriota del Comando Sur del ejército de los Estados Unidos no logró derrotar la insurgencia de Manuel.
La plataforma bolivariana por la Nueva Colombia
En la Plataforma ondea la estrategia política de Manuel. En su manifiesto de septiembre de 2007, las FARC pusieron a consideración del país, de sus organizaciones políticas y sociales, la Plataforma Bolivariana por la Nueva Colombia, como aporte a la discusión y al intercambio sobre las banderas y programa de un nuevo gobierno, de carácter patriótico, democrático, bolivariano, hacia un nuevo orden social, comprometido en la solución política del grave conflicto que vive el país.
Un nuevo gobierno que materialice el proyecto político y social del Libertador, que conforme un nuevo Ejército Bolivariano para la defensa de la patria y las garantías sociales. Un nuevo orden edificado sobre la democracia y la soberanía del pueblo, que agregue a las ramas del poder público los poderes moral y electoral, instituya el congreso unicameral y la revocatoria del mandato. Un nuevo sistema de gobierno que ponga fin a la política neoliberal, asuma el control de los sectores estratégicos y estimule la producción en sus diversas modalidades, que haga respetar la soberanía patria sobre los recursos naturales y que implemente políticas eficaces de preservación del medio ambiente.
Un gobierno que garantice la gratuidad de la educación en todos los niveles, instrumente la redención social y la justicia agraria, que renegocie los contratos con las trasnacionales que sean lesivos para la nación, y deje sin vigencia los pactos militares, tratados y convenios que mancillen la soberanía de la patria; que no extradite nacionales y que objete el pago de la deuda externa en aquellos préstamos viciados de dolo en cualquiera de sus fases.
Un gobierno cuya divisa en política internacional sea la Patria Grande y el socialismo y que priorice las tareas de la integración de los pueblos de Nuestra América.
Manuel sigue vivo
No ha muerto Manuel. No puede morir quien comandó la más bella de las batallas, la de liberar a su patria. Un grupo de medios colombianos difundió hace poco un documental a través de la National Geographic, titulado “Tirofijo está muerto”. El título en sí es una exhalación de una oligarquía que siempre lo percibió como amenaza a sus privilegios, porque Manuel Marulanda había hecho suyo el anhelo de paz, de justicia y dignidad de las mayorías. La vida del legendario fundador de las FARC no es la parábola del fracaso de las armas como camino para hacer política en Colombia, tal como lo pretenden los promotores del documental. Es que no se ha permitido hacer oposición de otra manera. Siempre pretendió la clase dominante el monopolio de las armas para el Estado y la indefensión del pueblo.
La justeza de la lucha de Manuel es incuestionable. Hasta los realizadores del documental tuvieron que reconocer que: “a Marulanda se le puede vituperar, detestar o admirar, pero nadie puede negar que es uno de los colombianos más importantes de la historia reciente del país. No hubo general de la República ni presidente que no se propusiera darle muerte”. 17 gobiernos sucesivos, con sus generales, recursos y medios bélicos, no pudieron con él. De Manuel Marulanda, dice el general Valencia Tovar: “fue uno de los más sagaces estrategas militares gracias a una intuición poco común y a un sistemático aprendizaje de la experiencia”.
El orgullo de los combatientes farianos es ser soldados de Manuel, sentirse libertadores bajo sus banderas justicieras de independencia y soberanía, con Bolívar, con Jacobo, Efraín, Raúl, Iván, Jorge y la compañía sagrada de los camaradas caídos.
Manuel Marulanda el guerrillero estadista que concibió el proyecto de Gobierno Alternativo; que previó, anticipándose a los acontecimientos, que en caso de acceder al poder por la vía de las armas, el Estado Mayor Central asumiría funciones de gobierno nacional, los Bloques de gobierno departamental, los frentes de gobierno municipal, que las FARC asumirían funciones de nuevo Ejército, y que también nos entregó su idea de cómo integrar un eventual gobierno surgido de las alianzas políticas, sigue vivo en los guerrilleros, batallando por sus sueños.
Imposible olvidar su admirable campaña ideológica frente al desplome del campo socialista, reuniendo a los partidos revolucionarios del continente para instarlos a la unidad de esfuerzos y a reafirmar las convicciones de cambio y revolución.
In memóriam, seguiremos firmes en la senda de soberanía política que caracterizó a las FARC bajo su mando, trabajando con mente abierta la construcción de una alternativa política hacia la paz, buscando la aproximación necesaria con los militares patriotas y bolivarianos con miras a la solución política y la reconstrucción del país.
La cohesión del Estado Mayor, comandante Manuel, sigue siendo uno de los más importantes logros de las FARC. Sus directrices, camarada, para enfrentar con éxito las vicisitudes de los planes bélicos del adversario siguen la senda trazada. El parte militar de las FARC en el 2010 arroja los siguientes resultados: bajas causadas a la fuerza pública: 4.371/ Helicópteros averiados: 75/ Derribados: 1/ Aviones impactados: 20/ 2 barcos y 11 lanchas artilladas batidas por el fuego.
Las FARC le dan vida a Manuel con sus acciones.
En una ocasión, Manuel Marulanda Vélez fue sorprendido con la pregunta de un estudiante en la Escuela nacional de cuadros Hernando González Acosta, sobre lo que podría significar su eventual muerte para las FARC. Mirándolo fijamente, el comandante respondió: “yo ya hice lo que tenía que hacer, y ahí están el Ejército del Pueblo y sus comandantes formados para que continúen la lucha hasta más allá del triunfo”.
Desde la montaña, su cuartel de siempre, Manuel sigue iluminando el camino de la victoria.
Venceremos.
Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC
Montañas de Colombia, marzo de 2011
60 años de rebeldía contra un régimen injusto, de lucha consecuente por la paz con justicia social, 60 años de combate y de construcción de la victoria popular, no podían morir con la muerte física de un hombre. Manuel Marulanda Vélez dejó a su paso por la noche de Colombia la estela fulgurante de la resistencia a la opresión. Quizá su sueño sólo encontrará reposo cuando se asegure para el pueblo el laurel de la victoria.