CARTA DEL CHEMA SAHER A SU PADRE DESDE EL CUARTEL SAN CARLOS
8 de febrero de 1963.
Querido papá:
Quizás pueda extrañarte que ahora te escriba públicamente.
No deseaba que la gente se enterara de un problema desgarrante como éste.
Créeme que es muy duro tener que hacerlo así, pero tú me has obligado a ello.
Me había prometido no hacer público ningún planteamiento que pudiera entenderse como un reclamo específicamente contra ti, porque eres mi padre y porque no había querido mezclar mi lucha con la forma personalista que tan funesta ha sido en la política nacional.
Y lo que había sido un propósito personal se ha convertido en tortura permanente que corre en lo más hondo de mis pensamientos. Han sido tus declaraciones del día jueves pasado, expresándote como lo has hecho contra los heroicos compañeros salvajemente asediados por la represión y la persecución en las montañas de nuestra tierra, en las cuales hacías referencias burlonas hacia mí y otros compañeros, lo que me ha colocado en la dolorosa encrucijada de romper el silencio propuesto.
Yo no sé por qué has tomado ese camino, puesto que te había creído animado de nobles intenciones; con tales disciplinas me formé a tu lado y creo que jamás me arrepentiré de ello. Hoy ocupo una modesta posición entre los hombres que combaten por una nueva vida, sin la apremiante angustia de la persecución y la pobreza. No hago otra cosa que continuar lo que ayer formaba parte de tu existencia y por lo cual también fuiste perseguido. En ningún momento me he apartado de lo que me enseñaste con tu posición frente a las dictaduras. Es verdad que ahora estamos en campos diferentes, pero me enorgullece ocupar el sitio que me dejaste.
A veces evoco el recuerdo de mi infancia–lo mismo que el compañero Rómulo Valero evoca la belleza del paisaje falconiano, visto desde la montaña donde se respira aire de libertad porque la naturaleza nos cubre de las garras de la represión a centenares de patriotas, de lo cual te burlas sardónicamente y cuando lo hago pienso en ti y en mi madre… a ella la sorprendí algunas noches llorando la amargura de tu persecución. Entonces me dije que cuando fuera grande lucharía porque aquello no se repitiese nunca más; porque los venezolanos no volvieran a vivir la zozobra de la persecución. Por eso estoy condenado a 18 años de prisión y es posible que las lágrimas vuelvan a deslizarse por las tiernas mejillas de mamá. En tus persecuciones aprendí a odiar, o mejor dicho a mirar duramente a los perseguidores, a los carceleros, a los tiranos. Y sigo mirándolos con la misma dureza en estos difíciles momentos de la patria… desgraciadamente y esto es lo que más lamento, tú estás al lado de esos mismos perseguidores y carceleros que recuerdo cada instante con el chirriar oxidado de los goznes de mi calabozo.
Dijiste al redactor de “El Nacional” que la movilización militar no obedecía a una situación apremiante impuesta por el movimiento guerrillero. Que en aquellas montañas sólo había “jóvenes aficionados al alpinismo” o tocados por la locura. Me citaste al lado de otros dos compañeros para otorgarle “mayor fuerza” a tu información. Me duele profundamente verte en esta posición que en nada te beneficia y que por el contrario te coloca en el mundo de las falsedades. Si es así como tú afirmas, ¿por qué aceptaste tan sumiso que por practicar “alpinismo” tribunales militares en juicios amañados me condenaran a 18 años de prisión y a los demás compañeros a 16 años? ¿Por qué te he visto sonreír cuando los voceros de una “cadena” me han calificado de bandolero? Pero tú sabes, como toda Venezuela, que no se trata de adolescentes románticos o practicantes de “alpinismo”.
A esto y nada más a esto se debe la extraordinaria movilización de fuerzas para el cerco que abarca casi todo el territorio falconiano y parte de los estados Lara y Yaracuy. Miles son los soldados y policías que cometen a diario todo género de atropellos contra la población ¿Es que acaso combatir a un “reducido grupo de locos” se necesita tal aparataje militar?; tú sabes que la llamada “Operación Torbes” es de tal magnitud que en ella han participado hasta oficiales del ejército colonialista de los Estados Unidos, miembros de la Central de Inteligencia norteamericana, pisoteando la soberanía nacional y los mejores legados de nuestro Libertadores.
Pero esto hay que ocultarlo a todos los sectores nacionales y no encuentran como justificarlo. ¿No sería mejor decir la verdad o confesar que él ha sido incapaz de destruir y ni siquiera golpear el movimiento guerrillero que se fortalece con el apoyo campesino? Pero es necesario escudarlo por medio de la falacia vergonzante para ocultar quizás el ridículo que sería como tratar de esconder el sol con un dedo. Mas lo que ha sucedido, y de allí la preocupación por esconderlo, es que familias enteras de humildes campesinos han tenido que abandonar sus conucos para incorporarse a las guerrillas, so pena de ser asediados, apresados o maltratados por el gobierno. También ha preocupado el no combatir con efectivos de las F.F.A.A.N.N., sino contra la conducta represiva y criminal del régimen, pero no está encaminada nuestra lucha contra esa institución. Es explicable que no se diga la verdad porque tú y todos saben que ha habido numerosas deserciones entre las tropas gubernamentales, y la negativa de algunos soldados y oficiales para combatir, la renuncia de decenas de miembros de la Policía Municipal y graves faltas de indisciplina en los cuerpos como la Digepol y las bandas armadas de la guardia vieja, y por ello los bombardeos y ametrallamientos desde el aire no se han realizado en formas distintas a las ordenadas por los jerarcas del oficialismo.
Yo siento en lo más hondo esta conducta tuya. Es claro que a Rómulo Betancourt y a Briceño Linares no les preocupa verte hundido a su lado, ello es natural, pero a mí me duele ancestralmente por ser tu hijo. Imagina el impacto en mi espíritu cuando fui esposado y amarrado y después de andar así durante más de 15 horas por desfiladeros pantanosos y bajo incesante lluvia, llevado a tu presencia en el Comando de Operaciones que me apresó, y la repugnancia que experimenté cuando el Fiscal Militar se basó contra mí en testimonios tuyos. ¿No es esto doloroso?; tal vez tú hayas perdido la sensibilidad y ello te lleve a proceder de esta manera; más mi conciencia revolucionaria no puede debilitarse aun ante las mayores afl icciones, y si estoy condenado a 18 años de prisión lo es porque supe comprender la necesidad urgente de una transformación nacionalista en el estatus venezolano para construir una patria realmente libre. Todas estas cosas, más otras de las relaciones personales que es poco serio referirlas en estas líneas, me han atormentado a lo largo de la prisión. Sólo para ti han importado las posiciones burocráticas en el fondo de los hechos; posiciones éstas que otros desprecian; ojalá que te des cuenta de esto y, aunque sea en el frío tremendo de la soledad, comprendas mi actitud de hijo fiel a unos principios morales que no pueden esquivarse. Si tú lo haces, el pueblo sabrá comprender las razones de esta carta pública que, te ratifico, hubiera preferido no escribir para que nadie se enterara de mi íntimo pensamiento, al contemplar a mi padre colocado junto a quienes se salpican con sangre de crímenes monstruosos.