Diez años atrás llegaron a su fin las conversaciones de paz en el Caguán. El gobierno de Andrés Pastrana decidió cerrar las puertas del diálogo y apostar por la guerra total contra nosotros. Fuimos acusados de todas las perversidades del mundo. Hordas inmensas de soldados mercenarios entrenados por asesores gringos fueron enviadas a aplastarnos. Helicópteros artillados y aviones de todos los tipos partieron con el fin de reducirnos a cenizas.
Las FARC-EP, a tres años de haberse inaugurado los diálogos, seguíamos insistiendo en la discusión de la Agenda Común acordada, en la remoción de las causas que originaban el conflicto armado. El Establecimiento en cambio tan sólo quería escuchar de rendición y entrega, ostentaba del enorme incremento de su gasto militar, y se esmeraba por hacernos entender lo que nos esperaba si rechazábamos la última oportunidad que nos concedía para someternos.
Millones de colombianos eran víctimas del terror estatal en campos y ciudades. Los mismos medios de comunicación que denigraban de la insurgencia revolucionaria, se obstinaban en presentar como salvadores de la patria a los principales cabecillas del paramilitarismo. El fascismo que se adueñaba del poder del Estado mediante la penetración descarada en todas sus oficinas, imponía como única salida el advenimiento del criminal uribismo.
El Pentágono promovía su guerra preventiva por el mundo calificando como terroristas a todos aquellos que se opusieran a las políticas del imperio. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se encargaban de generalizar sus políticas neoliberales de saqueo y sobreexplotación, imponiendo en cada país el gobierno que garantizara la libre penetración al gran capital transnacional. Colombia al parecer no podía aceptar otra cosa que la resignación y el silencio.
Como gentes del pueblo, los guerrilleros asumimos la responsabilidad que nos imponía la historia. Defender con las armas las ideas de vida, soberanía nacional, democracia, y justicia social que terminaron por ser prohibidas y ridiculizadas por completo en el lenguaje oficial. Sólo tenían derechos los que claudicaban, los que se vendían, los que traicionaban, los que callaban. Al precio de nuestra sangre y sufrimiento hemos defendido por diez años la libertad y la decencia.
Y estamos dispuestos a hacerlo por todo el tiempo que sea necesario. Hasta que el pueblo colombiano se levante imbatible a cambiar el régimen. O hasta que el Establecimiento comprenda la inutilidad de su guerra, y acepte sentarse a dialogar sobre la única salida política que excluye en definitiva la confrontación: la eliminación de las causas estructurales del conflicto. Sin garrotes ni zanahorias, con respeto por el pueblo de Colombia.
Todas las voces de la ultraderecha, apertrechadas en el militarismo santista y ahítas gracias a la hartura que obtienen de sus locomotoras corruptas, depredadoras y elitistas, se encuentran empeñadas en clamar porque se propine a las FARC el golpe de gracia o se las someta a la más humillante rendición. Se ve que no son ellos ni sus hijos quienes marchan a morir en combate. Como sea, ha sido muy larga nuestra firme resistencia como para asustarnos por eso.
Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP
Montañas de Colombia, 20 de febrero de 2012