"Odio eterno a los que deseen sangre y la derramen injustamente”.
Simón Bolívar, Brindis a Morillo, diciembre de 1820
Ya que el gobierno negó a los colombianos la posibilidad de un cese bilateral de fuegos que amainara el derramamiento de sangre y le diera sosiego al pueblo en navidad, conminamos al Ministro de Defensa para que al menos cese el fuego de su hostilidad verbal que incesante dispara contra el proceso de paz.
No son los soldados perros de presa adiestrados para morder a su adversario, como recientemente lo afirmara Luis Carlos Pinzón. Para las FARC-EP los soldados son también hermanos de patria, que deben jugar su papel en la búsqueda de la justicia social y la reconciliación de nuestro país.
Sabemos con certeza que al interior de las Fuerzas Armadas, en un amplio sector de la oficialidad que actúa en los teatros de operaciones, la denominada “solución final” de los guerreristas, es una veleidad sin esperanzas, y como la gran mayoría del pueblo colombiano, también anhelan la solución política del conflicto. Y los envuelve la experiencia histórica de que en gran parte las guerras han terminado en acuerdos, como lo reclaman las costumbres civilizadas. Evidente es que el camino de los sabios es obrar sin combatir.
A ellos y a todos quienes sienten en su pecho el espíritu patriótico del Libertador, los llamamos a inspirarse en el ejemplo de generales latinoamericanos, como Velasco Alvarado que estatizó los diarios y canales de televisión, nacionalizó el petróleo, hizo la reforma agraria liquidando la concentración de la tierra y el privilegio de los latifundistas, al tiempo que defendió la industria peruana limitando las importaciones. Los instamos a tomar la senda de generales como Juan José Torres, Omar Torrijos y el Coronel de Abril, Francisco Alberto Caamaño, que defendieran a los humildes y resistieran al imperio.
Las partes beligerantes debemos dejarnos conducir sin reticencias por la voluntad nacional que clama paz, soberanía y justicia. La victoria de la paz en Colombia no depende sólo de la voluntad de los contendientes, sino fundamentalmente del protagonismo del país nacional, de la gente del común, en la construcción de ese bien superior que entraña un profundo acto de humanidad. Una paz mal concebida puede ser peor que la guerra.
Ojalá podamos decir en un tiempo no lejano, ya hermanados, decir con Simón Bolívar: “pronto estoy a marchar con mis queridos compañeros de armas a los confines de la tierra que sea oprimida por tiranos”.
Les tendemos nuestra mano y con Nicolás Guillén, el poeta de Cuba, les decimos desde La Habana:
No sé por qué piensas tú,
Soldado, que te odio yo,
Si somos la misma cosa
Yo, tú.
Tú eres pobre, lo soy yo;
Soy de abajo, lo eres tú;
¿De dónde has sacado tú,
Soldado, que odio yo?...
Ya nos veremos yo y tú,
Juntos en la misma calle
Hombro con hombro, tú y yo,
Sin odios ni yo ni tú,
Pero sabiendo tú y yo,
A dónde vamos yo y tú…
No sé por qué piensas tú
Soldado que te odio yo.