En su discurso de posesión, el reelegido Presidente Barack Obama expresó entre otros propósitos de los Estados Unidos, el de apoyar la democracia del África al Asia y de las Américas al Medio Oriente, al tiempo que ampliar las instituciones que extienden su capacidad de resolver las crisis en el exterior. Según sus propias palabras, sus intereses y su conciencia los impulsan a actuar a favor de quienes anhelan la libertad.
La historia del último siglo da fe del significado de tal filosofía. Y pone de presente que en cuestiones de dominación y sojuzgamiento de los pueblos, no existe ninguna diferencia entre los dos partidos políticos norteamericanos. Lo claro es que Obama reitera la vocación intervencionista, militarista y expoliadora de su país, y anuncia de manera pública que va a ahondarla en los próximos años. Las instituciones que se proponen ampliar no serán otras que su máquina de matar, llámense marines, contratistas, drones o fuerzas especiales, sus agencias de inteligencia, sus bases militares, asesores e instructores por todo el planeta.
Las angustiosas situaciones de Afganistán, Irak o Libia son ejemplos contundentes de las idílicas democracias que florecen con su apoyo. Y es obvio que Obama omitió los términos de mercado para calificar la libertad que lo inspira. De todos es sabido que la economía capitalista mundial atraviesa por una grave crisis, y que los propios Estados Unidos se hallan abocados a una contracción forzosa de su gasto público. Las manifestaciones del Presidente norteamericano ponen en evidencia que el complejo militar industrial y financiero del Pentágono, le está apostando a la guerra y la intervención como palancas de aceleración de su agónica economía. La violencia y la muerte devienen en recursos urgentes del gran capital.
De ahí que los discursos de paz del Imperialismo y sus regímenes satélites están fundados en la necesidad de incrementar la tasa de ganancia. La imposición generalizada de las medidas decretadas por las agencias internacionales de crédito tipo FMI o Banco Central Europeo, resultan vitales para la sobrevivencia del decadente sistema. Y o se imponen por las buenas, o se imponen por las malas, para usar la expresión puesta de moda por el Presidente Santos. La crisis económica global obliga a aplastar a los pueblos que sueñan con marchar a contracorriente. Y es aquí donde resulta urgente y necesario encender todas las alarmas.
El designio de las grandes alturas apunta a que debe ponerse fin a la insurgencia colombiana, a su influencia política y sobre todo a su mal ejemplo para los demás pueblos. Mientras consiguen el derrumbe de la revolución venezolana, les resulta urgente contrastar sus innegables avances con un paradigma exitoso de desarrollo y civilización política. Ese papel ha sido asignado a Colombia. Por eso la afluencia de capital extranjero, la llegada en masa de las multinacionales, la limpieza y maquillaje al rostro de su sanguinario régimen. Dentro de esto último caben los discursos sociales, las leyes de apariencia bienhechora y los repentinos anhelos de paz que coinciden con viejas aspiraciones de la mayoría de los colombianos.
Los saliente y entrante Secretarios de Estado de USA, Hillary Clinton y John Kerry, expidieron en días pasados, de forma sucesiva, amplios elogios a la democracia colombiana, a su modelo de economía exitoso y a la estrategia estadounidense de intervención y apoyo en nuestro suelo, llegando incluso a recomendarnos como ejemplo a seguir no sólo por los pueblos del norte de África, hoy tan agitados, sino por la vecina Venezuela, a la que no vacilan en considerar perturbada y en transición. El nuevo Secretario de Estado, demócrata para más señas, llegó al extremo de ensalzar la tarea cumplida por Uribe Vélez entre 2002 y 2010.
El abierto giro a la ultraderecha en los Estados Unidos, y su corolario de solución militar, parecen tener su correspondiente reflejo en Colombia. Era apenas natural que Fedegán o los más caracterizados voceros del uribismo despotricaran contra el proceso de La Habana. Ahora los dardos brotan del Partido Liberal, de boca del ex secretario general de la OEA y ex Presidente Cesar Gaviria, quien en lenguaje muy suyo sale a hablar de las alocadas acciones de las FARC, y de la necesidad de que el gobierno nacional considere poner fin a las conversaciones. Unos días después, su ex ministro de gobierno y jefe de la delegación de paz, señor De La Calle, se pronuncia energúmeno en el mismo sentido, primero en Bogotá y luego en La Habana.
Y lo hacen apelando a triviales pretextos. La ejecución por parte de las FARC de acciones militares y de sabotaje económico tras el cese de fuego unilateral. Olvidando que el gobierno impuso y defiende abiertamente dialogar en medio de la confrontación. Haciendo caso omiso de las brutales arremetidas que las fuerzas armadas oficiales y paraoficiales vienen cumpliendo de modo incesante en todo el territorio nacional, de las cuales dan partes frecuentes jactándose de la cantidad de sangre derramada. Creando la matriz mediática de que somos las FARC-EP quienes impedimos cualquier avance en los acuerdos. Desconociendo repetidas declaraciones de altos funcionarios del Estado, en el sentido de no ceder en la Mesa absolutamente nada en cuanto al modelo económico y político o el plan de gobierno.
Que se capturen miembros de la fuerza pública en servicio, no constituye violación alguna a nuestro compromiso público de proscribir las retenciones con fines financieros, más cuando el gobierno se niega reiteradamente a cualquier acuerdo sobre regulación de la guerra. Si una unidad de las FARC-EP retiene momentáneamente los empleados de alguna transnacional que se encuentran en su área de operaciones, es un asunto que puede remediarse fácilmente. Cualquier observador desapasionado concluiría que esos satanizados hechos constituyen incidentes menores en la cotidianeidad de la grave confrontación que padece el país, y que no merecen en ningún modo el tratamiento escandaloso y malintencionado que se les confiere.
Lo que sí se deduce de semejante arremetida de declaraciones y campañas de prensa, es la existencia de un afán desmedido por posicionar en la mente de los colombianos la idea de la terminación de las conversaciones de paz. Da la impresión de que altos intereses externos e internos presionan con fuerza por la descabellada solución militar del conflicto. Los tiempos, procedimientos y contenidos que giran en torno a los diálogos de La Habana, envuelven propósitos demasiado serios como para permitir que se siga tratando este asunto con tan irresponsable ligereza. Creemos que el Presidente Santos debe sopesar muy bien los cálculos que está haciendo. Hay todo un pueblo clamando por paz y justicia social tras nosotros.
Timoleón Jiménez
Comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EP