La entronización de S. S. Francisco I en Roma al frente de la Iglesia Católica representa una voz de aliento para todos los seres humanos que se debaten en la pobreza y la injusticia.
Su origen latinoamericano, así como su admiración y devoción por San Francisco de Asís, indican que las altas esferas eclesiásticas asumen un compromiso de redención social en la Tierra.
Saludamos el advenimiento de un representante del tercer mundo al trono de San Pedro y hacemos votos porque su misión sea iluminada por la imagen de Jesús expulsando los mercaderes del templo.
La opción por los pobres y la profunda devoción de San Francisco por la paz tienen mucho que hacer en un mundo dominado por el poder omnímodo del capital. Las odiosas diferencias de clase y las exclusiones que conllevan deben desaparecer para hacer realidad el sueño de hacer hermanos a todos los seres humanos.
Lobos feroces vestidos con piel de oveja pregonan un nuevo orden mundial fundado en sus supremos valores del lucro y el emprendimiento individuales. En ese afán amenazan con holocaustos nucleares y devastan la vida planetaria, expanden la guerra y el miedo, condenan a la miseria a poblaciones enormes. Nada más lejos de los Evangelios.
Más de seis décadas de sangrienta confrontación caracterizan la vida colombiana. El nuestro es un pueblo que clama por la paz y que ha logrado abrir un proceso encaminado a conquistarla. Constantes emplazamientos oficiales amenazan con echarlo a pique.
Sabemos que hay cosas que pueden cambiarse y que hay otras que no, por ahora. Las oraciones y acciones encaminadas a diferenciar unas y otras con sabiduría, constituyen la clave para concertar un acuerdo justo. Guardamos la esperanza de que la voz de la Iglesia adquiera ahora el tono necesario para conseguir por fin del poder la moderación de su soberbia.